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Vida intelectual argentina. El Consejo Nacional de Mujeres de Buenos Aires y su Presidenta

Concepción Gimeno de Flaquer





Los argentinos se han dedicado muy especialmente al desenvolvimiento económico de su patria, poseen genio comercial, consagran gran parte de sus actividades al mercantilismo, tratando de afirmar la vida material. La mujer argentina sostiene la obra espiritual de la Nación que los hombres la confían, porque el concepto público le es favorable. Al mágico poder de la voluntad femenina han surgido como por ensalmo asociaciones humanitarias y moralizadoras, que extirpando el microbio del vicio destructor de las razas evitan la degeneración; asociaciones docentes, siendo la más importante El Consejo Nacional de Mujeres a la que pertenecen las señoras de la aristocracia porteña.

Esta Asociación ha contribuido al perfeccionamiento de la cultura social argentina, cual el célebre Hotel Rambouillet donde se extinguieron los últimos ecos de las cortes de amor y los juegos florales instituidos por Clemencia Isaura, inspirando a Richelieu la idea de crear la Academia de Francia.

En el docto círculo del Hotel Rambouillet velábase por la urbanidad, la pureza del lenguaje y la moralidad de las costumbres; concurrían a esas reuniones las damas intelectuales que luchaban por depurar las maneras y crear el buen gusto en la conversación. Eran las damas más asiduas la marquesa de Sévigné, la marquesa de Simiane, la marquesa de Maintenon, Madame de Caylus y Mademoiselle de Scudéry.

En el salón azul del Hotel Rambouillet dictáronse leyes sociales que fueron acatadas; háblase allí de lo más grave con ligereza, dando amenidad a la conversación; discutíase cortésmente y se discreteaba con sencillez. Entre los apotegmas que se formularon, y que han pasado a la posteridad, recuerdo uno de Madame de Sablé:

Estar demasiado descontento de sí mismo es una debilidad; estar demasiado contento una tontería.



 

Bellos lemas ostenta el Consejo Nacional de Mujeres:

Todo por amor, nada por fuerza.

Haz a otro lo que tú quisieras que hicieran contigo.



La esfera de acción de esta sociedad es ilimitada; practica todas las obras de misericordia ampliadas por las exigencias de la vida moderna; es una federación de asociaciones femeninas en la que laboran heraldos de la justicia, mensajeras de la cultura, que llevan rayos de luz a los antros, que amparan y protegen a los oprimidos.

El Consejo Nacional de Mujeres ha destinado importantes sumas para socorrer a las víctimas de las catástrofes ocurridas en Sud América, como ocurrió en los terremotos de Chile. Obra de la benemérita Asociación a que me refiero es una biblioteca donde encuentra la mujer estudiosa, que por su penuria no puede comprar libros, todas las obras que necesita para seguir una carrera científica o literaria, una profesión que le asegure el sustento.

Las socias de esta biblioteca distribuyen libros en talleres, fábricas y cárceles, estableciéndose entre las damas y las obreras una hermosa solidaridad cristiana. Para enaltecimiento del saber, para hacer amar la cultura artística, celebra la biblioteca del Consejo Nacional de Mujeres una fiesta literaria mensualmente, y la fiesta del libro todos los años: esta fiesta no es creación importada; débese a la iniciativa argentina. Creáronla las señoras Emilia Lacroze de Gorostiaga y Julia Moreno de Moreno.

La opulenta señora de Gorostiaga, con fastuosidad verdaderamente argentina, dedica premios en metálico a trabajos literarios y costea ediciones de libros de utilidad pública. En la biblioteca encuentra la extranjera un hogar intelectual, donde es acogida muy afablemente; encuentra la española un afecto fraternal que evoca a la Sociedad Ibero-Americana de Madrid. Preside la Comisión de la biblioteca la señora Carolina Lena de Argerich, y hállase al frente del establecimiento la señora Constanza Bravo de Villamor, dama muy estimable, que por hablar varios idiomas presta grandes servicios a las extranjeras.

En Buenos Aires el ambiente es mercantil; los literatos, respirando esa atmósfera, ocúpanse de letras de cambio. No existen ágapes, cenáculos o salones literarios; no hay más atmósfera literaria que la creada por el Consejo Nacional de Mujeres. Esta Asociación es la única que ha sostenido estrecha relación con las Musas hasta hoy, que por iniciativa del insigne jurisconsulto español Carlos Malagarriga, se ha creado un Ateneo Hispano-Americano.

El Consejo Nacional de Mujeres, con sus fiestas literarias, con sus certámenes, con su revista dedicada al sexo femenino, difunde el amor a las bellas artes. La Comisión de la Prensa y Propaganda, en la que figuran notables escritoras, forma un jurado para aceptar y corregir los escritos de plumas noveles y da conferencias.

La mencionada Asociación, que irradia desde Buenos Aires sus fulgores por todas las provincias de la República, ha sido declarada por el Gobierno de utilidad y se halla incorporada al Consejo Internacional de Mujeres que preside la Condesa de Aberdeen, Virreina de la India, formado por veintidós Consejos de todas las naciones de Europa,

Australia, Norte América y Colonia del Cabo, representando a seis millones de socias.

Funciona armónicamente el Consejo Nacional de Mujeres presidido por talentosa dama, y por la Comisión directiva compuesta de dos vicepresidentas, tesorera, cuatro secretarias que gozan de gran prestigio social, lo mismo que las presidentas y secretarias de distintas comisiones, damas muy distinguidas cuya elección es un acierto.

La Presidenta del Consejo Nacional de Mujeres, señora Alvina Van Praet de Sala, lo es desde la formación de dicha Sociedad, que cuenta más de una década. Organizó el primer Consejo patriótico de señoras, uno de los mejores éxitos de las fiestas del Centenario, quedando a gran altura muchos de los trabajos artísticos e industriales de la mujer argentina.

La señora de Sala es excelente lectora; su voz cristalina tiene el armonioso tintineo que produce una sarta de perlas desgranadas en ánfora de oro; posee instinto literario, pero no siente impaciencia por publicar, ni afanes por alcanzar el nombre de escritora. Escribe cuando el deber de su cargo se lo ordena o algunas veces por sport, por aristocraticismo del espíritu, por «dandysmo» intelectual. Ella quiere para la mujer, cual yo, derechos equivalentes, no iguales a los del hombre; ella piensa cual yo que, en tan delicada transformación social como supone la reivindicación de los derechos femeninos hay que proceder por evolución, no por revolución. Debe mucho la República Argentina a su activa actuación en la vida espiritual. La señora de Sala, desempeñando el importante cargo de Presidenta de la Sociedad de Beneficencia, introdujo reformas en la administración, figurando, entre otras iniciativas suyas, la del Nosocomio para tuberculosos.

Como Presidenta del Consejo Nacional de Mujeres ha sido propulsora de la cultura femenina; Mecenas de las debutantes en literatura y de las profesionales, ella ha hecho conocer inteligencias que alboreaban, talentos que hubieran permanecido en la sombra. Ella ha dado a la publicidad obras femeninas que seguirían inéditas; ha facilitado medios de trabajo a mujeres obligadas a ganarse el sustento; ha proporcionado recursos pecuniarios a señoras castigadas por injusta suerte, a señoras que ocultaban la penuria que sufrían, porque la desgracia tiene su pudor.

¿Conocéis a la señora Alvina Van Praet de Sala? No; pues apresuraos a conocerla. ¿La habéis visto? Sí; pues volvedla a ver. Hállase saturada de aroma de simpatía que perfuma cuanto la rodea. La palabra de la señora de Sala es acariciadora; su exquisita educación no te permite decir lo desagradable; cuando tiene que hacer observaciones, usa tan delicados eufemismos, que no hiere el más vidrioso amor propio, el más puntilloso carácter, la más pueril vanidad. Descuella por la ecuanimidad de tal modo, que conserva lazos amistosos formados en la infancia, estrechados en todas las épocas de su vida.

Díjele, emitiendo opinión acerca de varias argentinas:

-La señora Julia Moreno de Moreno, paréceme muy fina, muy dama.

-¡Cómo no! -exclamó apresuradamente-. Es un espíritu selecto, esa amiga mía de treinta años; es la flor del aire...

No pudo manifestar nada más expresivo para revelar las exquisiteces que distinguen a la culta dama, hija de prócer, descendiente de patricios, a la dama que había cautivado mi atención al estudiar a la sociedad porteña.

El Consejo Nacional de Mujeres ha hecho conocer en Europa la evolución intelectual de la República argentina, porque la ilustración de la mujer da idea de la del hombre. Un Metternich, un Cavour, no hubieran podido prestar a la Argentina los servicios que le ha prestado el Consejo Nacional de Mujeres.

La señora Alvina Van Praet de Sala rinde culto a las tres gracias «sinceridad, discreción y modestia»; es justa como Astrea, prudente cual Minerva. La serenidad de su juicio, su talento diplomático, digno de un Talleyrand, permítela dirigir a mil mujeres, hábilmente, dirección ardua, colosal, magna.

Cuando en la corte de Felipe V de España fueron suprimidas las meninas de la Reina, la Marquesa de Maintenon escribió a la Princesa de los Ursinos:

Os felicito porque ya no tendréis que gobernar a trescientas mujeres.



Hállase siempre la señora de Sala rodeada de señoras, y sin embargo, no se oyen cerca de ella los zumbidos de la murmuración, los aullidos de la calumnia. Como la salamandra, puede vivir en el fuego sin quemarse. Ante la señora de Sala hasta la envidia se desarma.





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