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Hijo predilecto de Alicante


Ya hemos consignado194 que el Centro de Escritores y Artistas de Alicante elevó, en los años 1919 y 1920, instancias al Ayuntamiento, solicitando el debido homenaje de la ciudad a su ilustre hijo Carlos Arniches Barrera. Pero aquellos nobles proyectos -colocación de una lápida conmemorativa en su casa natalicia; rotulación con su nombre de una avenida; emplazamiento en sitio adecuado de un busto en bronce; función de honor en el teatro Principal, etc.- quedaron sin efecto. No obstante, crearon el clima propicio para que este general deseo se convirtiera en realidad. Y así ocurrió a fines de 1921.

La ocasión surgió al representarse, sobre la escena del primer coliseo alicantino, la comedia arnichesca No te ofendas, Beatriz. El éxito de esta obra, cuyo estreno en Alicante fue el 28 de octubre de dicho año 1921, a cargo de la compañía de Luis de Llano y María Banquer, reavivó los justos anhelos de rendir homenaje al esclarecido paisano. Y de nuevo, como antaño, se alzó la voz del periodista Eduardo García Marcili, «Aristarco», en carta abierta, dirigida a Carlos Arniches y publicada en el diario local El Día, de fecha 7 de noviembre de 1921. La carta dice como sigue: «Maestro: Acabamos de aplaudir vuestra admirable comedia No te ofendas, Beatriz, que el arte del actor Luis de Llano, secundado por los artistas de su compañía, nos ha ofrecido como regalo inapreciable para nuestro deleite y nuestro orgullo.

Y al aplaudir y al aclamar al afortunado autor de la primorosa comedia, regocijada y sentimental a un tiempo, se ha manifestado el deseo que está latente siempre en este público que os admira y os quiere: el deseo de aplaudir no sólo al nombre, sino a la persona del autor alicantino, legítimo orgullo del teatro español contemporáneo.

Ya muchas veces fue este deseo exteriorizado, pero nunca pudo ser satisfecho. Ni sabemos por qué, ni hemos de indagar la razón; sabemos únicamente, maestro, que Alicante os admira, os quiere, está orgullosa de que seáis su hijo y anhela la ocasión de hacer patente estos sentimientos.

La compañía de comedias que ahora actúa en el teatro Principal va a estrenar La chica del gato y La heroica villa, dos de vuestros más recientes triunfos. ¿Por qué no aprovechar, maestro, esta ocasión para reconciliar vuestro espíritu con la "terreta" amada, que os mira lejano, muy lejano, tal como si hubierais de por vida renunciado a ella?

Aceptad la invitación que el más modesto de los periodistas alicantinos os hace en nombre de la ciudad: iremos a buscaros hasta vuestro refugio glorioso; os traeremos en las andas de nuestro afecto, enguirnaldadas con las flores del entusiasmo y aromadas por el incienso de la admiración.

Veréis cómo se adentra en vuestro corazón el amor de esta tierra, que, para recibiros, para agasajaros, para cobijaros, tiene el dosel de su cielo de añil y el sol dorado y tibio que os besará en la frente excelsa con amor de padre.

Yo, con toda reverencia, os beso la mano gloriosa, maestro».

Tan pronto llegó esta misiva a su destinatario, éste, emocionado y agradecido, contestó inmediatamente con el siguiente telegrama dirigido al señor García Marcili: «Recibido periódico; leído artículo ayer que regresé del campo. Hoy contesto correo. Abrazos cordiales. Arniches».

La carta que en el telegrama promete y que escribió el 14 de noviembre, dice así: «Mi querido paisano y amigo: Ayer, a mi regreso del campo, leí verdaderamente emocionado el artículo que publica usted en El Día.

Expresa usted su deseo de verme en Alicante en términos tan calurosos, cordiales y sinceros, que no necesitaría ya otros estímulos para ir a saludar a mi amada ciudad y estrechar allí las manos amigas que me brindan un enaltecimiento inmerecido. Pero el trabajo, un trabajo abrumador e inaplazable -porque es un compromiso adquirido con la empresa de la Comedia para estrenar una obra antes de Pascuas-, me aprisiona y me abruma.

Sólo podría yo abandonar Madrid por un espacio de cuarenta y ocho horas, y no es ése el viaje que ustedes desean y que yo debo y quiero hacer a Alicante. De modo que su invitación queda aceptada y aplazo su cumplimiento.

Alicante no me debe nada. No es esta la primera vez que lo digo. Soy yo, como hijo que no olvida, el que debe a su pequeña patria -madre amable, santa y acogedora- la ofrenda humilde de unos modestos laureles, logrados en una vida de trabajo y de lucha. Y estos laureles, mojados por unas lágrimas y estremecidos por muchas inquietudes, un día iré a rendirlos a las plantas gloriosas de mi noble ciudad.

Quedamos, pues, en que debo a Alicante y a ustedes todos, paisanos y amigos queridos, una visita que ha de cumplirse en breve, Dios mediante.

Mi más efusiva gratitud».

Mas esta vez, y en contra acaso de lo que podía suponer Arniches, sí se tomó en consideración y con todas las consecuencias el deseo de «Aristarco», eco del de todos los alicantinos. La solidaridad oficial y ciudadana fue tan positivamente rotunda como inmediata. Recordemos que era alcalde de Alicante don Juan Bueno Sales, y que, en la sesión municipal, celebrada el día 18 de aquel mes de noviembre se acordó lo que sigue, según transcribimos fielmente del Libro de Actas: «8.º- Previa declaración de urgencia, el señor Sánchez Santana propone que se invite oficialmente al ilustre autor dramático alicantino Don Carlos Arniches a que visite esta su Ciudad natal y que se le rinda el merecido testimonio de simpatía» (sesión ordinaria).

La invitación oficial fue aceptada por nuestro gran comediógrafo. Así se lo comunicó por carta del día 22 del mismo mes de noviembre a Eduardo García Marcili: «Querido amigo y paisano: Recibidos su telefonema y su carta que agradecí en el alma. Gracias por todo.

Esperaba para contestarle la comunicación del Ayuntamiento de Alicante, que he recibido hoy.

Ya saben cómo me encuentro de trabajo, pero procuraré ir para el diez o el doce de diciembre.

Volveré a escribirle. No tengo tiempo de nada.- Un abrazo».

Hasta este momento, el homenaje que se proyectaba consistía en colocar una lápida conmemorativa del mismo en la casa natal del sainetero; otorgarle el título de Socio de Mérito del Casino, y ofrecerle función de honor en el primer coliseo de la ciudad y banquete de carácter popular.

Por su parte, «Aristarco» reanudaba en la prensa su antigua propuesta para que el teatro Principal se denominara «Teatro Arniches», esperanza que no vio convertida en realidad. En cambio, sí se consiguió que el Ayuntamiento concediera a Carlos Arniches el más honroso título ciudadano: el de Hijo Predilecto. La moción fue expuesta por el concejal don José Mingot y Shelly en la sesión ordinaria del 25 del mismo mes de noviembre, en cuya acta se lee: «C.- Propone el señor Mingot que sea nombrado Hijo Predilecto de la ciudad don Carlos Arniches y que en su próxima visita a Alicante se le entregue solemnemente el título, extendido en artístico pergamino. También propone que se autorice al Círculo de Bellas Artes para colocar una lápida en la casa en que nació el señor Arniches.

Los señores López González y Elizaicin se adhieren a lo propuesto por el señor Mingot, que por unanimidad es acordado. Además, a indicación del señor Presidente, se designa una Comisión constituida por los señores Elizaicin, Mingot, Pobil y Carbonell que organice y disponga cuantos agasajos han de tributarse al señor Arniches en su próxima visita a esta capital».

Hecho público el trascendental acuerdo municipal, comienzan las adhesiones al mismo: el Círculo de Bellas Artes se encarga de costear la artística lápida que habrá de colocarse en la casa de la calle de Golfín, construida en el mismo solar que ocupaba la natalicia del escritor; el Casino se dispone a nombrarle Socio de Mérito; las empresas de los teatros Principal y España se ofrecen incondicionalmente a la Comisión organizadora, y el Centro de Escritores y Artistas traza su particular homenaje, al tiempo que pide al Ayuntamiento se le reconozca la prioridad de la iniciativa.

Los organizadores no tardaron en ultimar el programa de festejos que habrían de efectuarse durante los días 10 y 11 de diciembre de aquel año de 1921, y que, en síntesis, era como sigue:

Día 10. Llegada de Carlos Arniches, que será recibido en la estación por autoridades, comisiones, sociedades, Banda Municipal y pueblo. A la una de la tarde, banquete en el Casino. A las tres y media, colocación de la lápida en la casa de la calle de Golfín. A las cinco, función en el Círculo de Bellas Artes. A las seis y media, solemne sesión en el Ayuntamiento para entregarle el título de Hijo Predilecto de la Ciudad. A las nueve y media de la noche, función de honor en el teatro Principal.

Día 11. A las once de la mañana, vermut de honor en el Centro de Escritores y Artistas. A la una de la tarde, banquete popular en el balneario «Diana». A las cinco y media, champán de honor en el Casino.

El 29 de noviembre, la Excma. Diputación Provincial acordó acudir en corporación y bajo mazas a la estación para recibir al ilustre comediógrafo, y el día 2 de diciembre celebra nueva sesión ordinaria el Ayuntamiento, de cuya acta transcribimos lo siguiente:

«A) Doy lectura a una carta de don Carlos Arniches, agradeciendo el título de Hijo Predilecto de la Ciudad, que S. E. le ha otorgado.

B) Seguidamente doy cuenta de un oficio del Centro de Escritores y Artistas, adhiriéndose al proyectado homenaje a Arniches, a quien va a ofrecerle una plancha de plata en la que, grabada, aparezca la fecha en que aquél se celebre.

Pide que se le reconozca a dicho Centro el honor de la iniciativa -para declinarlo en favor del Ayuntamiento- del acto que va a llevarse a cabo.

El señor Sánchez Santana manifiesta que es muy de agradecer el acuerdo del Centro de Escritores y Artistas de cooperar al acto que se organiza y que estima que, como lo que va a hacerse es rendir el debido homenaje a un ilustre hijo de esta tierra, nadie debe molestarse de que el Ayuntamiento, en quien, como muy bien dice aquella distinguida Sociedad, encarna la más genuina representación de Alicante, se haya atribuido esa iniciativa a la que colaboran con entusiasmo corporaciones y particulares.

C) Acto continuo se da cuenta de otra comunicación que suscribe el Casino de Alicante, adhiriéndose a dicho homenaje, a cuyo efecto anuncia que la Junta Directiva propondrá a la General que se nombre a don Carlos Arniches Socio de Mérito, entregándole el título, extendido en artística placa y obsequiándole con un champán de honor.»



La lápida conmemorativa para instalar en la casa de la calle de Golfín, fue labrada por Vicente Bañuls, quien ilustró con dibujos el pergamino con el nombramiento de Hijo Predilecto, obra que realizó el arquitecto don Juan Vidal.

A las ocho y media de la mañana del día 10 de diciembre de 1921, llegó a su ciudad natal Carlos Arniches Barrera. En la estación le aguardaban el alcalde con una representación de los concejales; el presidente de la Excma. Diputación con el secretario y varios diputados; los presidentes del Círculo de Bellas Artes, Centro de Escritores y Artistas, Casino, Cámara de Comercio, Círculo de Unión Mercantil, Asociación de la Prensa y Federación Atlética, todos con representaciones; comisiones de la Propiedad del teatro Principal y de las compañías que actuaban en el citado coliseo y en el España; la esposa de Carlos Arniches, doña Pilar Moltó, y sus dos hijas, doña Pilar y doña Rosario, que llegaron a Alicante el día antes; la Banda Municipal y numeroso público. Acompañado de tan cuantiosa comitiva, Arniches llega al hotel Simón, donde se instala con su familia. Desde sus balcones, el escritor contempla la maravillosa estampa de la Explanada con fondo de horizontes marinos, y exclama: «¡Qué mayor homenaje!».

Rigurosamente, se cumplió el programa: a la una de la tarde, se sirvió en el Casino la comida que la comisión oficial del homenaje ofrendaba al ilustre paisano, que se hallaba sentado entre el gobernador civil, señor García Guerrero, y el alcalde, señor Bueno Sales. Ofreció el agasajo don José Mingot y Shelly e hicieron uso de la palabra el presidente del Casino, señor Salvador, el gobernador civil, don José Guardiola Ortiz y Carlos Arniches.

Del Casino y con todos los comensales, Arniches se dirigió a la calle de Golfín, donde ya estaba colocada la lápida que el Círculo de Bellas Artes le había dedicado con este texto: «En esta casa nació el ilustre alicantino D. Carlos Arniches Barrera el día 11 de octubre de 1866. Honremos su memoria». En este acto, muy sencillo y humano, pronunciaron breves oraciones don Emilio Costa, presidente del Círculo de Bellas Artes, que ofreció la lápida al alcalde, éste, aceptándola, y el ilustre comediógrafo, agradeciéndola.

Luego, a las cinco, en el teatrillo del citado Círculo, los alumnos del cuadro infantil representaron La leyenda del monje. A continuación, Arniches asistió al comienzo de la representación, en el teatro España, de El puñao de rosas, y desde allí se trasladó al Ayuntamiento, cuyo cabildo, reunido en sesión extraordinaria, iba a hacerle entrega del título de Hijo Predilecto de la Ciudad. El acto lo presidió Carlos Arniches, a cuyos lados tomaron asiento el alcalde y el diputado provincial señor Palazón. Eran las siete de la tarde. El secretario de la Corporación lee el acuerdo municipal, y, a continuación, don José Mingot y Shelly, como presidente de la comisión organizadora, pronuncia el siguiente discurso:

«Ante ningún hombre descubro mi frente con más respeto; ante ningún hombre me inclino con más sentida reverencia como ante aquellos, que con su talento, su laboriosidad y su constancia consiguieron sacar de la oscuridad sus vidas para ponerlas al servicio de su patria en las distintas manifestaciones de la humana actividad.

Hombre de este temple es el ilustre alicantino don Carlos Arniches Barrera. Muy joven, casi un niño era Arniches, cuando el huracán de la desgracia arrasó su casa, obligándole, con su familia, a abandonar su patria chica para ir a fijar su residencia en otra población que ofreciera más facilidades para la vida modesta que el Destino deparara.

Su pobre padre, sin fuerzas ya para la lucha, desfallecía; y Arniches sintió sobre sí todo el peso que gravita sobre aquel que contrae la obligación de sostener una familia sin contar con más patrimonio que su inteligencia, ni más auxiliares que unas débiles mujeres: su santa madre y sus abnegadas hermanas.

Y Carlos Arniches, sin otras armas que la pluma y las cuartillas, se apercibió a librar la batalla por la vida. Esa lucha épica, en la que tantos seres sucumben prematuramente, tantos héroes anónimos entregan su vida calladamente; y tantos otros, cayendo prisioneros en las emboscadas de la holganza y del vicio, vencidos y maltrechos, son lanzados al margen de la sociedad.

Los incidentes, los episodios, las escaramuzas de que fue testigo y protagonista Arniches, en esa lucha callada, tenaz y diaria, él, legionario del trabajo, os lo contaría mejor de lo que yo pudiera hacerlo. Baste deciros que, primero, en esa guerra de trincheras, en la que se combate parapetado tras la mesa de redacción, y, después, en el campo abierto del escenario del teatro, donde se da el pecho, donde se entrega la reputación y el nombre, que lo mismo pueden ser sepultados en el abismo del ridículo, como elevados a la cumbre de la gloria, luchó con ahínco, luchó sin desmayo, luchó bravamente hasta que conquistó el aplauso de las muchedumbres.

Entonces su nombre famoso se publicó junto al de Alicante. Y estimando que debemos honrar a quien así honró a su patria, el modesto concejal que tiene el honor de dirigiros la palabra creyó cumplir su deber de ciudadano, pidiendo al Excmo. Ayuntamiento que nombrase a don Carlos Arniches Hijo Predilecto de Alicante, cuya proposición, acordada unánimemente, tenemos hoy la satisfacción de ver cumplida.

Pero esta iniciativa de hacer un homenaje a Arniches, justo es consignar que no ha surgido ahora; seguramente surgió con el eco de los primeros aplausos, con que los públicos premiaban sus triunfos teatrales. Si ahora lo realizamos y antes no, es por una fuerza misteriosa del sentimiento que quizá sea como la que mueve las ondas del mar: todas llegan a la playa y vuelven mar adentro; así están en continuo vaivén; pero viene otra más fuerte que las demás, que no cede el paso a las que tornan, choca con ellas y viste de encajes la playa, entre rumores de aplauso».



Acto seguido y después de unas palabras de don José Guardiola Ortiz y del alcalde, que abrazó a Arniches, éste habló así:

«Señor alcalde, señores, paisanos y amigos: Si yo hubiese tenido la seguridad de encontrar unas palabras férvidas, llenas de emoción, para que os hubiesen expresado justamente toda la gratitud de mi alma, yo no habría escrito estas cuartillas; porque, además, nada me parece tan sincero y cordial como entregar a la palabra hablada el sentimiento palpitante y vivo, según va fluyendo de nuestro corazón. Pero yo no estaba seguro de que el estado emocional, en que en este momento habría de encontrarme, me permitiera coordinar serenamente unas cuantas palabras y unas pocas ideas.

Comprenderéis, señores, la emoción de que me siento poseído en este momento, emoción superior a cuantas sentí en mi vida, a pesar de ser mi vida una vida inquieta de trabajador y de combatiente. Es esta hora, para mí, la hora más solemne y más conmovedora de mi existencia. ¿Por qué? Voy a decíroslo.

Hace muchos años, muchos, era yo un niño todavía, ¡calculad cuántos!..., salí de Alicante empujado por vientos de desventura hacia una tierra extraña. En ella fracasaron mis aptitudes comerciales y, al poco tiempo, me llevaron a Madrid mis ilusiones literarias; y allí, malaventurado, solo, desconocido, sin auxilio de nadie y sin otras armas que una pluma y unas cuartillas, empezó mi lucha por el porvenir; una lucha cruel, implacable, llena de horas negras, de esas horas que no traen sino visiones de desesperanza y de amargura.

No quiero entenebreceros estos instantes con el relato minucioso de mis tristes días de bohemio; pero es preciso llegar a este cuadro sombrío, porque de él arranca mi fe en esa virtud fortalecedora que derramó luego sobre mi corazón las rosas de la ventana y del bien. Es la virtud del trabajo, del trabajo, señores, que es sin duda la única razón con que yo puedo justificar ante vosotros mi éxito humilde.

Pero el laborar del artista, sobre todo en sus principios, he de declararlo, tiene también instantes de inquietud y de contrariedad que producen peligrosas depresiones a un alma débil y perpleja. Yo no las he sufrido, lo declaro sin modestia, porque siempre entendí que el trabajo debe apoyarse en otra virtud auxiliar: la perseverancia; y con estas dos virtudes, a las magníficas de la voluntad, he visto luego que puede llegar el hombre a las más altas y halagadoras aspiraciones de su vida. Ved si no mi ejemplo; vedme a mí, que me encuentro hoy ante vosotros enaltecido y honrado con el más alto galardón con que puede soñar un alicantino: con el nombramiento de Hijo Predilecto de la Ciudad, como si ya no fuera bastante honor ser sencillamente su hijo. ¡Cómo iba yo a imaginar nunca que alcanzaría honra semejante!

¿Comprendéis ahora por qué bendigo yo el trabajo? Pues lo bendigo porque a él debo la alegría de este momento, que es la más fuerte alegría espiritual que he recibido en toda mi existencia.

Ah, señores; bien he visto yo que no hay amor como el de la tierra en que nacemos, porque ella, al igual que la madre, apenas presencia los triunfos del hijo, y, sin embargo, luego, en el rincón del hogar querido, es la que le da el abrazo más entrañable, más duradero y más fuerte.

Todas las horas amargas de mis días tristes de juventud, por muchas que hayan sido, están compensadas con exceso por esta sola hora en que el amor de Alicante me dice, por vuestro corazón, que no olvidó al hijo ausente.

Acabo, pues, señores, saludando a esta Excelentísima Corporación que, con tan hidalga benevolencia, ha premiado desmesuradamente unos méritos que no existen, y saludando a Alicante, en cuyo loor quiero derramar la copa de mi corazón, llena de enternecida gratitud. He dicho.»



Al término de este discurso, el alcalde hizo entrega al ilustre comediógrafo del artístico pergamino con el título de Hijo Predilecto de Alicante.

Aquella primera e intensa jornada de homenaje se prolongó, a las nueve y media de la noche, en el teatro Principal, muy adornado. Mientras las señoras de la Compañía, ataviadas de alicantinas, arrojaban flores al paso del escritor, éste, con las autoridades, tomó asiento en el palco oficial. La Banda Municipal, dirigida por don Luis Torregrosa, interpretó un concierto, finalizado el cual, el famoso actor Miguel Soler leyó el siguiente escrito, original de Eduardo García Marcili: «Con vuestra venia. Hoy es día de fiesta, de gran fiesta, por la que el espíritu ha vestido sus galas nupciales y repican, jubilosas, las campanas del corazón. Hemos adornado el ambiente con fragantes guirnaldas de abrazos, y centellearon, rasgando el azul, los clamores de nuestra alegría, como raudos cohetes polícromos en día de fiesta grande.

Está con nosotros el hermano mayor, alejado mucho tiempo; nuestro amor le trajo de nuevo al casón solariego, y, en los portales, para recibirle, volcamos, sobre las hogueras del amor, todo el incienso de nuestros entusiasmos...

Bienvenido sea...

La madre, satisfecha del hijo, no quiere de él sino el orgullo de serlo y el orgullo de que lo sea; y de mi mano -humilde- y por mi palabra -como la mano, humilde también- os lo muestra anegada en llanto de júbilo, que también la alegría tiene sus lágrimas, como el dolor tiene a veces, para expresarse, sus carcajadas.

No es este acto genialidad romántica de estos hombres, caballeros del ideal, ilusos, soñadores, poetas...; de ellos fue la obra en verdad, pero porque sienten más hondo y más firme, más sutilizado que la multitud el fervor alicantino. Fue deseo unánime del pueblo que anhelaba rendir este merecido tributo al genio de su hijo predilecto, Carlos Arniches, quizá, tanto por pagar esta deuda de admiración como por la vanidad de que España entera sepa que el ilustre sainetero, el autor escénico más celebrado de hoy, es alicantino.

Y por lo que fuese, por el deber o por la vanidad, Arniches está entre nosotros, y se abrazó hoy al recuerdo lejano de su niñez; volvió con la memoria a una hora muy distante ya, en la que dejara el terruño nativo; llevando por bagaje dolores prematuros en el alma y una interrogación fatigante y agobiadora en el corazón...

Y pudieron más su esfuerzo y su voluntad que las inclemencias del destino; su voluntad, una voluntad que le empujaba a ser, tal como si todo el genio dormido pugnara por despertar, por salir, por brotar, fecundo y glorioso, en tantas y tantas muestras pujantes y vigorosas de su talento.

Y está ahora aquí, con nosotros, poniendo un paréntesis en su labor, para ungir su alma con el óleo santo de nuestro amor fraternal, para calmar su sed de reposo con unos sorbos del agua fresca de nuestra admiración. Para que aprendamos, en él, a ser hombres fuertes, rudos de voluntad, desafiando con valentía las crueldades de la vida, caminando confiados en que, cuando se quiere, se llega al fin glorioso. Así llegó él, y ahí le admira España entera.

Alicante, que le admiró siempre, que estaba orgullosa de tenerle por hijo, siente ahora el mayor orgullo aún de que sea Arniches, por los méritos de su talento, el hijo predilecto. El hijo que, ahora más que antes, allá en el refugio de su hogar, cuando ponga un descanso, a su labor, dirá con el alma lo que nosotros decimos en momentos de exaltación de nuestro amor


Soc fill del poble, que te les chiques
com les palmeres de chunt al mar.



El público, puesto en pie, aplaudió tan clamorosamente a Carlos Arniches, que éste tuvo que traladarse al escenario, donde cosechó sin duda la mayor y más cariñosa ovación de su larga vida de autor victorioso.

Después, la compañía de Eugenio Casals representó El santo de la Isidra.

A las nueve de la mañana siguiente, invitado por el señor García Ruiz, Carlos Arniches, con su señora e hijas, se trasladó a Busot, pueblecito enclavado en uno de los más hermosos parajes de la comarca alicantina. A su regreso, alrededor de las doce horas, el ilustre comediógrafo fue obsequiado con un vermut de honor en el Centro de Escritores y Artistas, cuyo presidente, el poeta don Miguel Llorente Marbeuf, le entregó una placa de plata en homenaje, pronunciando estas palabras: «Como Presidente del Centro de Escritores y Artistas, tengo el gusto y, a la vez, el alto honor de ofreceros este modesto obsequio, que, cuando no otra cosa, tendrá la virtud de perpetuar una fecha memorable, una efemérides gloriosa para vos y más aún para la tierra que os ha visto nacer. Claro es que esta sencillísima placa que os dedicamos con inmenso cariño y entusiasmo no es adecuada, ni con mucho, a vuestros grandes merecimientos; pero decidme todos, ¿qué podríamos ofrecer nosotros al ilustre Arniches que fuera digna expresión para quien, como él, viene siendo, hace ya años, el monarca, el soberano que empuña en su diestra el cetro del teatro cómico español, cetro que indudablemente debió legarle el insigne sainetero don Ramón de la Cruz, y que nuestro Arniches ha sabido pulirlo, enaltecerlo con su gran talento y con las galas de su exquisito arte, elevándolo a inconmensurable altura?

El Centro de Escritores y Artistas es muy pobre para habérselas con magnates de ese fuste.

Congratulémonos todos de tenerlo entre nosotros; rindamos a sus plantas, siquiera sea imaginariamente, todos los laureles, todas las flores de las huertas de Alicante, Murcia y Valencia, nuestras provincias hermanas; grabemos en nuestros corazones con caracteres imborrables esta fecha solemne para nuestro pueblo y, sobre todo, para este Centro, que, desde que se fundó, tiene la honra y la fortuna de contarle entre el reducido número de sus Socios de Mérito. Y no olvide nunca nuestro consocio queridísimo y admirado, no olvide nunca el eximio maestro de hacer comedias que, durante su corta estancia en su patria chica, hasta la tierra, el cielo y el sol le han ofrendado sus más bellos dones, pudiendo exclamar con el poeta:


    Sentí... yo no sé, Dios mío,
lo que sentí; sólo siento
que hay más luz en el espacio,
más aromas en el suelo,
más perfume en el ambiente,
y que están los aires llenos
de divinas armonías
y celestiales conciertos.



Y ahora, amigo Arniches, haced lo que queráis: estáis en vuestra casa».

Luego, y en el balneario «Diana», tuvo lugar un banquete, durante el cual los comensales cantaron a coro el Himne a Alacant, de Yagües y Latorre, y a cuyo término pronunciaron breves oraciones don Florentino de Elizaicin, el señor Casals, don Pascual Ors, don José Guardiola Ortiz y el homenajeado.

Más tarde, el presidente del Real Club de Regatas, don Ricardo Guillén, invitó al ilustre alicantino, esposa e hijas a un paseo marítimo. En esta excursión fueron sus acompañantes don José Mingot Shelly y señora doña María Tallo, don Heliodoro Guillén, don Eleuterio Abad Sellers y el señor Flores, entre otros.

Aplaudido y vitoreado por un numeroso público, Carlos Arniches emprendió el regreso a Madrid en el tren de las nueve y media de la noche del domingo, día 11. Su señora e hijas quedaron en Alicante, desde donde, al siguiente día, marcharon a Cieza, invitadas por sus amigos los señores de Payá.

Tan pronto llegó a Madrid, el gran escritor alicantino envió a Eduardo García Marcili el siguiente telegrama: «Al llegar a Madrid, le suplico que, por medio de su diario, transmita a corporaciones, prensa, amigos y a Alicante entero mi rendida gratitud por sus bondades recibidas. Abrazos.-Arniches».

A modo de inolvidable y significativo colofón, digamos que, muy pocos días después de estos memorables acontecimientos en Alicante, Carlos Arniches estrenaba en el teatro de la Comedia, de Madrid, exactamente el 22 de diciembre, su tragedia grotesca Es mi hombre, que, como es sabido, reportó a su autor uno de sus más clamorosos triunfos escénicos.

Con fecha 25 del citado mes de diciembre, Arniches volvía a telegrafiar a Eduardo García Marcili, ahora en estos términos: «Todavía emocionado por los aplausos de mi éxito reciente, ruégole comunique a todos que he dedicado mi obra a Alicante. Remitiré ejemplares para el Ayuntamiento y para los amigos. Un abrazo».

La dedicatoria de Es mi hombre dice así:

«A Alicante. Apenas desprendido de tus manos maternales, que deshojaron sobre mi corazón las rosas de tu amor, vuelvo a Madrid, y los primeros aplausos que recojo de este pueblo generoso y bueno te los ofrezco a ti, mi tierra amada, para pagar, en parte mínima, la deuda de gratitud que dejaste abierta en mi alma filial. A las bellas y nobles mujeres y a los hombres inteligentes y cordiales que te representan, envío mi saludo fraterno.

Y a ti, mi ciudad gloriosa, te ofrezco de hoy para siempre decir en toda oportunidad, ungidos los labios de emoción:


Soc fill del poble, que te les chiques
com les palmeres de chunt al mar






ArribaAbajo- XXII -

Es mi hombre


Si, como hemos dejado dicho, el 10 de diciembre de 1921, Alicante ofrendó a Carlos Arniches, su Hijo Predilecto, el inmenso tesoro de su amor materno, doce días más tarde, los espectadores que llenaban el teatro madrileño de la Comedia contemplaron y aplaudieron la obra cumbre del comediógrafo alicantino y una de las más significativas e importantes del teatro español contemporáneo la titulada Es mi hombre.

Pero antes de estudiar esta tragedia grotesca, debemos referirnos a las comedias La chica del gato y La heroica villa, estrenadas asimismo durante aquel año de Es mi hombre y de Seis personajes en busca de un autor.

Con La chica del gato, representada por vez primera en el Eslava, de Madrid, el 15 de abril, nos presenta Arniches una especie de comedia-síntesis, comprensiva de toda su estética teatral: las constantes melodramáticas, sainetescas y las puramente cómicas. De estas tres, la que, a nuestro criterio, ejerce influencia más preponderante en la obra citada es la melodramática, no sólo atendiendo a su valor intrínseco emocional, sino al realismo de su contenido. Con alcance especial, el primer acto es modelo de observación y descripción realistas tanto de tipos como de lenguaje, y aunque, en ocasiones, la corriente melodramática parece que orilla y va a desembocar en lo folletinesco, la amenaza no pasa de simple amago. El autor evita siempre esta caída, gracias a su humor y a su talento.

Los elementos reales del magistral primer acto revelan un marcado sello social. Mas, esta línea se quiebra en los inicios del segundo y el clima realista va desvaneciéndose, dando paso a lo cómico sin otra pretensión que la de provocar la risa. Empero la gradual pérdida de interés y trascendencia, La chica del gato muestra la técnica y la categoría artística de su autor.

La trama de esta comedia gira en torno de las peripecias y peligros que corre una niña abandonada -Guadalupe-, recogida con fines egoístas por unos desaprensivos, típicos tunantes del hampa madrileña. Empero la miseria y el ambiente de delito que se respira en aquella casa de Monipodio, Guadalupe resiste cuantas obligaciones se le quieren imponer para que robe. Dispuesta a caminar por vida más limpia, huye de aquel antro, pero el hambre la inclina a hacer lo que tanto le repugnaba. Ya en la mansión elegida para cometer el delito, Guadalupe halla el corazón noble y generoso de la hija de la dueña, que, de inmediato, se convierte en su amiga y protectora. Pero el tiempo revela a Guadalupe que también entre los ricos existe la infelicidad, y ha de ser ella, «la chica del gato», la mísera, quien salve de la desgracia a su joven protectora.

Catalina Bárcena, que aquella noche del estreno recibía su beneficio, consiguió, según las crónicas, una perfecta interpretación del papel de Guadalupe.

A guisa de anécdota, consignemos que los últimos parlamentos de esta comedia los escribió Arniches mientras se efectuaba la representación del primer acto.

Verdadera comedia grotesca, aunque su autor no la haya calificado así, La heroica villa, escrita un tanto con pie forzado -campaña en favor de la Cruz Roja Española-, desarrolla una lección de ética regeneracionista. Al igual que en La señorita de Trevélez, Arniches ahonda de nuevo en ese pulso paralítico, monótono, de vida estrecha, de una pequeña ciudad castellana: Villanea. La vieja, la carcomida y sórdida paz lugareña se hace añicos ante la sola e inesperada presencia de doña Isabel de Reinoso, viuda elegante, señorial y honesta, imán que atrae y aviva todas las oscuras envidias y complejos de inferioridad de las villaneanas, así como estimula los fatuos y carnavalescos donjuanismos de los ociosos del Casino.

Manejando tales elementos de una moribunda sociedad, Carlos Arniches pone una vez más al descubierto la insensibilidad de estos pueblos, crecidos en atmósfera de pudibundez, mojigatería e hipocresía. Tanto las mujeres, desbordadas de envidia, como los hombres, poseídos de un ridículo, grotesco poder de seducción, manifiestan auténticas almas grotescas, porque su mundo es el de las sombras y del odio pequeño: mundo del fango.

Cuando los individuos de esta clase social no pueden soportar un momento más su propia tragedia ridícula y llegan a la cobarde violencia, Isabel, que representa el espíritu, la comprensión y la nobleza, ha de abandonar Villanea, que, al desaparecer la luz, se hunde más y más en la noche.

De tal argumento brota la enseñanza regeneracionista, dirigida a las mujeres de Villanea, «que, al igual de muchas mujeres de muchos pueblos de España, salvando, claro está, nobles excepciones, en vez de educar su espíritu en un sentido de cultura y de tolerancia, se encastillan en viejos prejuicios, han forjado una falsa moral creen, ¡todavía!, que no es decente ni buena la mujer que cuida con esmero exquisito de su persona y trata de embellecerse para aumentar sus encantos [...]» (Act. III; esc. IX.)

La causa de tan añeja deformación espiritual radica en la petrificada insensibilidad y en la intolerancia, o sea, en la falta de comprensión humana. Por ello, el remedio no es otro que el ejercicio de la elegancia, como virtud, elegancia que «no es una cosa que se improvisa. La elegancia no es un traje, es una educación. No es un color ni una forma, es una bondad y una delicadeza. Es un producto muy cultivado que se lleva en el alma y que se exterioriza en la ropa, pero también en los sentimientos [...]» (Ibídem)

Junto a las precedentes consideraciones, fundamentales para la intelección de esta comedia, aparece el primitivo y casi permanente tema arnichesco del miedo, aquí, de nuevo, ante la creencia en los fantasmas (acto III; escena IV.). Igualmente debemos hacer notar -tal es el pie forzado- el cantó a la enfermera de la Cruz Roja y el elegantísimo elogio a S. M. la Reina de España, contenidos en la escena I del acto II.

Con La heroica villa, estrenada por la compañía de Emilio Thuillier y Hortensia Gelabert, se inauguró, el 19 de octubre de aquel año de 1921, el Teatro Rey Alfonso, realzando dicho acto la presencia de Sus Majestades don Alfonso y doña Victoria y S. A. R. la infanta doña Isabel.

Este coliseo, en el que «todo es en él lindo, elegante y coqueto, íntimo y perfumado, como para un público de damiselas y abates»195, situado en la calle de Cedaceros, fracasó como teatro, por lo que tuvo que transformarse en frontón, «con señoritas raquetistas», y posteriormente en cine, en el Cine Panorama196.

Y, así, hemos llegado197 a la memorable fecha del 22 de diciembre de 1921, signada por el estreno de la tragedia grotesca Es mi hombre en el escenario de la Comedia, de Madrid.

El éxito de esta obra, que culmina la trayectoria de La señorita de Trevélez y ¡Que viene mi marido!, fue absoluto. Todos los críticos, salvo algún caso muy raro, derramaron sus mayores elogios sobre esta tragedia grotesca, cumbre del teatro arnichesco. Así, por ejemplo, Alejandro Miquis dijo que «la maestría de autor de comedias del señor Arniches culminó en la obra estrenada anoche»; Joaquín Sanz escribió que «hacía ya mucho tiempo que no presenciábamos un triunfo tan unánime, tan rotundo, tan colosal, como el alcanzado anoche en la representación de esta deliciosa obra del gran dramaturgo Carlos Arniches...»; Manuel Machado habló de «la maestría insuperable de la técnica teatral y la riqueza, la verdadera esplendidez del ingenio...»; Enrique de Mesa resaltó «la plenitud técnica y constructiva...»; «Andrenio» destacó, en cambio, «las cualidades sustantivas de la dramática de Arniches: el sano sentido popular de que hablábamos antes: la ética clara y acepta a las muchedumbres»; y José Alsina puso de relieve que «la alianza de lo cómico y lo melodramático, tan característica en el señor Arniches [...], se daba anoche de manera decisiva, diríamos perfecta [...]».

Todos éstos y muchos más juicios en tono igual o parecido se publicaron al día siguiente y en los sucesivos al del memorable estreno de Es mi hombre. Si nos detenemos en ellos, no nos será difícil descubrir la razón última de triunfo tan indiscutible, causa que no es otra que la presencia sencilla, desnuda y profunda de la vida. Carlos Arniches, escribió «Floridor» en las páginas de ABC, «nos enfrentaba con la vida, mostrándonos las humildes y silenciosas tragedias de los sin fortuna, de los vencidos, con todas las apariencias de la más inhumana realidad». A lo que agregaba: «Y en la farsa, espejo irónico, puesto ante nuestros ojos, como en la vida ocurre, van enlazados el dolor y la risa, se superponen alternativamente, y el espectador se emociona y ríe a un tiempo, atento, interesado en aquella "epopeya" paternal [...]».

En efecto; ésta es la sustancia humana de Es mi hombre y de todo el teatro de Carlos Arniches, que, en esta genuina tragedia grotesca llega a gloriosa cima. Y es que lo vital, en Arniches, no aparece desrealizado racionalmente, como en Pirandello, o desgarrado con crueldad, como en los esperpentos valleinclanescos, sino que se nos muestra fluyendo en cauce de rico naturalismo, con su sabor agridulce, con toda su paradójica autenticidad.

Arniches define su obra al denominarla -acto I; escena XII- «farsa del valor». Es sabido que el tema del valiente a la fuerza no suponía novedad en modo alguno. Lo nuevo de esta tragedia grotesca está en el enfoque al tratar el tema y en el ambiente preparado para su idóneo desarrollo. Tal como escribió el mencionado Alsina, la originalidad de la tragedia arnichesca radica «en el procedimiento, en la habilidad de tocar lo conocido y manoseado con un conocimiento práctico de la escena. Estaba, además, y sería injusto olvidarlo, en la novedad del ambiente, lógica para un autor atento, en la medida que le consiente el oficio, al natural y en la derivación humana y exacta que ese mismo natural ofrece, cuando el pusilánime se transforma en héroe verdadero a fin de defender a su hija, injuriada y atropellada [...]». La escena de esta profunda y verdadera transformación -la XII del acto II- es sin duda la capital de la obra, escena, tan clamorosamente acogida, que obligó a suspender la representación para que su autor saliera al escenario a recoger el unánime y fervoroso aplauso.

El argumento se basa en el valor fingido que recubre un fondo de auténtico miedo. Este falso alarde desaparece ante una situación límite de la existencia, originando, por contra, el verdadero sentimiento, ya de cobardía, ya de coraje, si el pusilánime, como en la pieza de Arniches, ha de dar cumplimiento inexcusable de un deber tan sagrado como la defensa de una hija. El hombre se agiganta, y el cobarde se transfigura en héroe. Se trata, en definitiva, de la realización del imperativo del deber. He aquí, pues, la filosofía moral que se desprende de Es mi hombre, arquetipo de amor paternal, y tragedia grotesca de cuantos personajes de alma entenebrecida le cercan hasta provocar el alumbramiento de la heroicidad. Así dice Carlos Arniches por boca de don Antonio Jiménez el Modoso: «no hay en el mundo farsa más grande que la del valor. Cuando los hombres tienen que salvar la vida y la honra de los suyos, todos son valientes, porque el valor es el cumplimiento del deber [...] ¡Todo lo demás, ya lo has visto, farsas! [...]» (Act. III; esc. IX.) Filosofía moral que puede ser sintetizada en la siguiente exclamación del mismo personaje: «¡Ay, qué desagradable es esto de ser valiente!» (Act. I; esc. XII.)

Abundando en tan resonante éxito, es justo destacar la gran parte que en él desempeñó el genial actor Valeriano León, que, interpretando el papel de don Antonio, se consagró definitivamente, a lo que contribuyó la adecuación casi perfecta entre las características fisonómicas y psicológicas del actor con las que infundió en el personaje su creador198. Asimismo hay que destacar el acierto completo de Aurora Redondo en el papel de Leonor.

Tan magno suceso artístico ocurrió -ya lo hemos dejado escrito- días después de que Arniches fuera ungido Hijo Predilecto de su ciudad natal. El amor de su pueblo vibraba de tal modo aún en su alma que, según declaró Valeriano León, «en medio de aquel triunfo, el nombre de Alicante parecía encerrar todos los estímulos, era como la justificación de todos los afanes del gran comediógrafo». Y añade: «Quería interrumpir las representaciones en Madrid, apenas iniciadas, para que sus paisanos la conocieran. Estaba dispuesto a los mayores sacrificios para ver cumplida esa ilusión. Nunca vi a un hombre mostrar más apasionadamente el amor a su tierra»199.




ArribaAbajo- XXIII -

Con los amigos de la infancia


Carlos Arniches no tuvo que aguardar mucho tiempo para satisfacer aquel vehemente deseo que nos recuerda Valeriano León. Consideramos lógica su ansiedad. El absoluto triunfo de Es mi hombre no podía alcanzar, en el alma de su autor, la plenitud de la complacencia mientras la obra no fuera ofrecida a la contemplación de la ciudad amadísima, a la que había sido dedicada. Y este ambicionado hecho, tan gozoso como inolvidable, aconteció el 25 de enero de 1922. El honor de haber representado por vez primera la famosa tragedia grotesca arnichesca en el Teatro Principal de Alicante lo ostentó muy merecidamente la compañía de María Gámez.

Para asistir al estreno en la capital lucentina, llegaron, aquel mismo día, el ilustre comediógrafo y señora, que se hospedaron en la mansión de don José Mingot y Shelly.

El elegante coliseo alicantino presentaba aquella noche el brillante aspecto de las grandes solemnidades. El éxito de Es mi hombre fue absoluto y clamoroso; el júbilo del escritor, íntimo, completo y entrañable. «El triunfo -dijo Carlos Lozano- ha sido estupendo, definitivo. Y su triunfo aquí, en su tierra, entre sus hermanos ha constituido el acto más grandioso que se pueda imaginar»200.

Al cabo de tres días de representación de Es mi hombre, la mencionada compañía repuso, el día 28, con carácter de homenaje al escritor alicantino, la comedia No te ofendas, Beatriz.

Durante la mañana de esta última jornada, Carlos Arniches, acompañado de su paisano el eminente compositor Óscar Esplá, visitó Castell de Guadalest, uno de los parajes más encantadores de la hermosa geografía alicantina. Fue a la vuelta de esta excursión cuando el autor de Es mi hombre tuvo conocimiento de haber sido elegido Presidente de la Sociedad de Autores.

El día 29, recibió Arniches un homenaje que le debió emocionar profundamente: el que le fue cariñosamente rendido por sus condiscípulos en los colegios La Educación y San José. La cita tuvo lugar en la terraza del Casino a las doce menos cuarto de aquella mañana. Y allí, con don Cristóbal Pacheco, único profesor superviviente, estaban Federico Guardiola, Rafael Selfa, Ricardo Guillén, José Mollá, Juan Navarro de Castro, Francisco Bonmatí, Luis Bellido, Juan Sebastiá, Heliodoro Guillén, Francisco Flores, José Guillén y Rafael C. Terol. Todos ellos, con Carlos Arniches, se trasladaron en tren a la finca «El Administrador», en la playa de San Juan, propiedad de Juan Guillén Pedemonti. En calidad de invitados, asistieron también Artemio Pérez, Jorge Pacheco y Sebastián Burgui.

Con sana y juvenil alegría, aquel singular homenaje se inició con disparo de tracas y música de dulzaina y tamboril. Entre risas y anecdóticas evocaciones de un ayer lejano -días de 1878-, profesor y alumnos comieron el típico plato alicantino Arros en pollastre, a cuyo término, Juan Navarro de Castro leyó los siguientes versos que, para aquella conmemoración, escribió Juan Rubert:




Al maestro de la comedia don Carlos Arniches.


   En tu inquietante pensar
una cosa
es de observar:
¡vuela cual la mariposa!
¡Mas no es dable averiguar
dónde fatiga y reposa!
Incesante, así, camina
sin parar,
de un a otro lado,
y, por ello, así germina.
¡Y su humildad ha elevado, en belleza que fascina,
igual que el insecto..., alado!



A continuación, los condiscípulos de Arniches representaron una escena de Los chicos de la escuela, y, luego, pronunciaron discursos don Cristóbal Pacheco y su ex alumno, el gran escritor.

Aquella misma noche, Carlos Arniches y señora regresaron a Madrid.

Volvamos a la producción teatral de Arniches. A lo largo de aquel año de 1922, nuestro comediógrafo dio a conocer La hora mala y La tragedia de Marichu. A fuer de sinceros, debemos decir que ambas comedias suponen un descenso con respecto a la gran altura artística lograda con Es mi hombre.

La hora mala, cuyo estreno se realizó en el Eslava el día 2 de mayo, sólo tiene el mérito de presentar, definido y rotundo, un carácter femenino, inspirado sin duda en su genial intérprete: Catalina Bárcena. En torno a esta figura, la obra, que tanto se le había resistido a su autor201, discurre por fáciles cauces melodramáticos, aunque dentro del característico realismo arnichesco.

Eulalia, habituada al menosprecio a su persona, halla en el amor a un hombre su esperanza redentora. Pero aquél que le hizo concebir tan bellas ilusiones la engaña cruelmente con su hermana. El desquiciamiento moral de Eulalia es comprensible y Arniches lo describe con trazos magistrales. La muchacha sólo piensa en matar y en suicidarse. Hundida en la noche de su hora mala, «esa hora trágica, amarga, terrible, que pasa un día por todas las vidas y decide de nuestro porvenir» (Act. II; cuad. II; esc. III.), amanece la luz en la palabra de un sacerdote, y comprende entonces que la sangre no puede lavar la injuria y que el odio únicamente se destruye con amor. Ante su vida se abre el nuevo camino que la ha de conducir a la felicidad personal y a la de todos los suyos, vueltos a la concordia y al bien, gracias a su ejemplo.

Esta obra se basa en la tesis del triunfo de la fe y de la moral cristiana. Teatralmente considerada y empero su técnica extraordinaria, La hora mala implica un regreso «a las pobres normas de un arcaico convencionalismo escénico»202.

Con Catalina Bárcena, triunfaron los actores Milagros Leal, acertadísima en el papel de la «Patitas»; las señoras Santaularia y Satorres y los señores Martori, Crespo, De la Vega, Pérez de León, etc.

Convencional también, aunque con escenas más dinámicas y graciosas, más arnichescas, es La tragedia de Marichu, estrenada, como la anterior, por Catalina Bárcena, en el Eslava el 23 de diciembre de aquel mismo año.

Basándose en temática propia del mundo femenino, esta nueva comedia trata acerca de la reacción sentimental de una mujer, burlada por su marido a los cuatro meses de casada. Sobre tal motivo gira toda la peripecia teatral hasta que aparece la solución satisfactoria, que, aquí y al igual que en La hora mala, viene de la mano de un sacerdote. Sin embargo, en La tragedia de Marichu no es ostensible el recurso religioso, sino el psicológico y, sobre todo, el ambiental.

Dentro del aludido convencionalismo de estas dos comedias nos parece mucho mejor la segunda, especialmente su primer acto. Asimismo es necesario destacar el realismo descriptivo de ciertos ambientes sociales, como aquella escena que recoge el típico lenguaje de las señoritas «bien» de la época:

«MIMÍ.-  ¿Y tú estuviste ayer en Biarritz?

FIFINA.-  Con Mila Sotovilla. ¡Pasamos un día!...

TETÉ.-  ¿Cómo estaba la playa?

FIFINA.-  Brutal, chica.

MIMÍ.-  ¿Y el Casino?

FIFINA.-  Bestial. Bailamos una cafrada. ¡Ah! La novedad del Casino. Han cambiado de profesional, ¿sabes? Ahora es un joven alto, rubio, así, con el pelo a ondas... ¡Qué maravillas en el shimy!... ¡Ah, se pone rimel en las pestañas !, ¡y se pinta los labios!... Chicas, yo cuando le vi me quedé..., ¿cómo se dice eperdi en castellano, que no me acuerdo?

MIMÍ.-  Estática.

FIFINA.-  Pues estática. Y es que ahora, ¿sabes?, pasan unas cosas más raras... Se ven hombres guapísimos y no te gustan. ¿No lo habéis notado?

TETÉ.-  Sí, Sí; ya lo creo.

MIMÍ.-  Oye, ¿queréis que fumemos un pitillo?

FIFINA.-  No, que tía Ximena puede aparecer de pronto.

MIMÍ.-  No, a mí no me importa. Yo ya fumo delante de mamá.

TETÉ.-  ¿Entonces en tu casa fumáis todos?

MIMÍ.-  Todos menos papá»203.



No cabe duda de que estas dos comedias, lejos de aumentar el bien ganado prestigio de Arniches, señalaron el peligro de un descenso, por lo que el ilustre comediógrafo se propuso volver al camino de sus grandes éxitos. Para ello escribió, sobre la pauta de Es mi hombre, la tragedia grotesca La locura de don Juan. Esta nueva farsa, estrenada en el escenario de la Comedia el 5 de abril de 1923, gira también en torno a la figura de un buenazo, padre y marido pusilánime, apocado, sin energía suficiente para oponerse a los desmedidos despilfarros de su señora e hija, que, en vértigo de vanidad, se acercan al borde mismo de la ruina. Y, así como en Es mi hombre, el procedimiento salvador de la miseria y del hambre consiste en disfrazarse de valiente, ahora, en La locura de don Juan, el recurso consiste en fingir una demencia que, apoyándose en el terror que despierta, impone el orden en la familia y en su economía. Aquí radica el conflicto íntimo, paradójico y amargo de don Juan: «Sí: os han dicho que estoy loco; pero no lo creáis... Yo no soy un loco... Soy un hombre triste, que sentía su alma llena de la verdad, como cántaro que se derrama, y no podía decirla...; no podía, porque nunca tuve fuerza de voluntad..., era cobarde..., y por eso he llorado solo muchas lágrimas amargas [...]» (Act. II; esc. VI.)

Ciertamente este tipo de ficción ofrece dos caras contrapuestas una, que posibilita la proclamación de verdades, hasta entonces ocultas -«¡Oh, qué cosa tan grande es la locura!... Con ella se alcanza la verdad y la sacas de tu alma para llamar ladrones a los ladrones, y canallas a los que lo sean [...]» (Ibídem)-; la otra implica el peligro de producir la locura en cuantas personas rodean al seudoenfermo, además de, como en este caso, verse privado del incomparable cariño de una hija.

Atendiendo al desarrollo de esta tragedia grotesca, su tesis es la siguiente: el respeto de los demás no lo conseguiremos por lo general ofreciendo bondad y sentimiento amoroso, sino acudiendo a la imposición rotunda y autoritaria. Así lo manifiesta con profunda tristeza don Juan: «Sí, me voy de esta casa. Os dejo solas. No he tenido en la vida más que un ideal, ¡vuestro bien!... Para lograrlo, necesitaba vuestro respeto... No lo conseguí por el cariño, ¡yo que tanto os he querido!... Porque en el mundo, ¡bien lo he visto!, no respetamos a quien nos ama, sino a quien nos aterra... Y este absurdo me produce un principio de enajenación mental». (Act. III; esc. VIL.)

La locura de don Juan cosechó un señalado éxito, aunque no tan alto y unánime como el logrado por Es mi hombre. Es de justicia añadir que, con Arniches, triunfó de nuevo el genio interpretativo de Valeriano León y de Aurora Redondo, cuyo acierto en el papel de «Regina» fue muy merecidamente destacado por toda la crítica.

La nueva tragedia grotesca fue dedicada a Valeriano León, y, en la ofrenda, Carlos Arniches nos revela muy filosóficamente la imperturbabilidad de su ánimo frente a las censuras:

«He recorrido -dice- frecuentemente las carreteras de España, y algunas veces he encontrado en ellas unos hombres animosos, que, con paso ágil, cara resignada, el cayado al hombro y a la espalda el fardel, iban caminando con decisión y presteza.

A estos hombres, unas veces les ladran los perros de las heredades; otras, a la puerta de una venta, bajo la sombra de un emparrado, los invitan unos buenos amigos a un rato de charla y descanso; no pocas, unos sujetos hostiles, desde el borde del camino, les arrojan piedras. Pero estos caminantes animosos siguen siempre, no se detienen jamás. Son los hombres que tienen una cosa que hacer y van a cumplirla. Son los hombres que llegan.

Imitemos este sencillo ejemplo».



Jamás le falló al gran comediógrafo alicantino esta diamantina voluntad, forjada en el trabajo y en la segura y luminosa conciencia de su personalidad.




ArribaAbajo- XXIV -

Nuevos sainetes y comedias: Moral sociológica


El período comprendido entre los años 1924 a 1930 fue de gran actividad literaria para Carlos Arniches, alzado hasta la límpida cumbre de la fama, sobre todo, después del estreno de Es mi hombre, fruto maduro y perfecto de la tragedia grotesca. Si exceptuamos La locura de don Juan, ninguna otra obra de este género volvió a dar a conocer el escritor alicantino hasta 1930. Aquellos años se caracterizan, en cambio, por un acentuamiento en el trabajo con colaboradores -Antonio Estremera, Joaquín Abati, Antonio Paso, Juan Aguilar Catena, Emilio Sáez, Pedro García Marín y José de Lucio- y, personalmente, por la vuelta al sainete de raíz popular y el cultivo de la comedia de burgueses y aristócratas, siempre trascendidas por una clara intención ético-social.

A 1924 -año del aplaudidísimo sainete Don Quintín el amargao, en colaboración con Antonio Estremera y con música de Guerrero, corresponden los sainetes Los milagros del jornal y Rositas de olor y la comedia La risa de Juana.

El sainete en un acto Los milagros del jornal, estrenado por Catalina Bárcena en Eslava el 23 de febrero, se nutre de la brillante, graciosa y humana tradición realista de su autor. Los datos observados y descritos pertenecen a la escuela de un moderado naturalismo; la tesis, como siempre, es sencilla y hondamente moral. Si de dos familias proletarias, ganando el mismo y mísero jornal, una de ellas se permite ciertos lujos, tal posibilidad radica no en el trabajo honrado, sino en lo inmoral. Desde un punto de vista personal, la pobreza económica sólo se vence a fuerza de trabajo, en el orden material, y de comprensión y amor, en el espiritual y familiar. El sainete proclama el triunfo del espíritu.

Esta obrita, profunda y humanísima, apareció dedicada, en su primera edición, a Azorín, con las siguientes palabras: «Maestro Azorín: Perdone usted que, bajo la luz de su nombre glorioso, ponga el mío tan humilde, y que pretenda con ello, de añadidura, consignar una gratitud efusiva y cordial por el benévolo juicio que mi teatro le mereció en un artículo publicado en ABC»204.

Al cabo de un par de años de haber entregado a Irene Alba y a Juan Bonafé los dos primeros actos de Rositas de olor, Arniches acabó el tercero. Por esta causa, el nuevo sainete, estrenado en el Teatro de la Princesa el 23 de diciembre, es evidentemente defectuoso le sobra el III acto, y el II es bastante inferior al I, lo único valioso. El 4 de octubre, Catalina Bárcena estrenó, con Rafaela Satorres, María Corona, Isabel Garcés, Milagros Leal, Manuel Collado, Luis Pérez de León, Jesús J. Gabaldón y otros, en Eslava, La risa de Juana, comedia basada en otra de «Romain Coolus», pseudónimo del escritor francés Renato Weil. Carente, pues, de originalidad en el asunto, sólo debemos señalar aquí el espíritu de bondad y resignación del principal personaje -Juana, una muchacha con fama de locuela-, cuyo sólo propósito -que consigue- es el de que no se quiebre la felicidad de un matrimonio muy querido.

En 1925205 únicamente hallamos una obra totalmente arnichesca la comedia La cruz de Pepita, que la ilustre Catalina Bárcena representó por vez primera en Eslava el 23 de diciembre.

Continuando la serie de anteriores modelos femeninos, inspirados en la personalidad artística de Catalina Bárcena -recordemos Eulalia y Marichu-, Pepita, fundamento humano de esta comedia, es arquetipo de mujer bondadosa y fuerte, que hace ofrenda de su posible felicidad en beneficio de su hermana Martirio, solterona irascible y fea. Huérfanas, Pepita, estudiante, prometió a su madre cuidar y atender todas las necesidades de Martirio. Por ello, sin título, tuvo que dar lecciones, hueras de ciencia, pero ricas de corazón. Así dice una de sus alumnas, a la que confiesa su ignorancia y ruega que no vuelva: «¿Que me vaya?... ¿Que no vuelva más? No, doña Pepita; no quiero irme. Yo quiero volver todos los días, y que me diga usted lo que me diga, volveré..., porque yo no sé lo que aprendo aquí..., de Geometría puede que nada...; pero tengo un ansia de venir que todas las mañanas estoy deseando que llegue la hora, y cuando mi madre se ríe de este afán, porque dice que aquí no aprendo, yo me digo muchas veces: Pero, ¿es que cuando se está al lado de una mujer que, sufriendo lo que sufre y padeciendo lo que padece, es tan buena y tan santa, no se aprende algo?» (Acto I; escena VIII.) Pero ningún sufrimiento fue comparable al que le proporcionó su novio, abandonándola ante la perspectiva de tener que convivir con Martirio. Pepita no se doblegó; al contrario, habló así: «Pero, ¿cómo se aparta a un ser que se quiere? Porque yo, Juanito, reconociendo, quizá mejor que nadie, que mi hermana es como es, yo la quiero. ¡La quiero, ya te lo he dicho! Ella ha sido la única compañera de mis primeros años, ¡tan tristes!, de orfandad. Me daba muchos cachetes, claro...; pero una vez que estuve enferma gravemente, veló mis noches de dolor y lloró por mí... Mamá me encargó que no la dejase nunca. Lleva mi sangre, es desgraciada, no la quiere nadie. Tú puedes llamarla fiera, envidiosa, agresiva, yo..., yo no puedo llamarla más que hermana». (Act. I; esc. X.)

Fue entonces cuando surge la estratagema salvadora que ideó Manuela, la vieja y fiel sirvienta: Pepita se encargaría de despertar esperanzas amorosas en el pecho de don David, solterón y militar, mientras Manuela haría creer a Martirio que ella era la mujer amada por dicho vecino militar. Mas, cuando don David, con atuendo de petimetre, decide fijar las relaciones con Pepita, ésta le hace ver la trampa, cuyo único objetivo era casar a don David con Martirio, ya que ella ni podía abandonar a su hermana ni quería perder definitivamente al novio. (Act. II; esc. VIII.) Don David se indigna, pero no tarda en reconocer su ridícula pretensión y la gigantesca bondad de Pepita. Dice el militar: «Pero bueno... La perdono a usted..., porque esto que ha hecho usted conmigo es muy cruel, pero más cruel era lo mío, porque yo no sé por qué canastos de necedad se me había metido a mí en este pepino con raya que una mujer tan bonita como usted, ¡tan bonita y tan buena!, me pudiera querer a mí. ¡Porra, qué idiotas y qué malvados somos los hombres!... Figurarme yo, un viejo decrépito [...]»

Don David se propone seguir la farsa con Martirio, ficción que no tarda en trocarse en amor real. Al término de la obra las dos hermanas son felices: Pepita, con su novio; Martirio, con el viejo militar.

Ya marido y mujer, los geniales actores Valeriano León y Aurora Redondo, al frente de su compañía, estrenaron en el Teatro Centro, el 10 de noviembre de 1926, el sainete arnichesco El último mono o El chico de la tienda.

Con los mejores recursos de su maestría; con los tipos más genuinos del Madrid castizo; con apropiado, directo y gracioso lenguaje; mezclando con dosis acertadas elementos melodramáticos y cómicos, Carlos Arniches, de inagotables sentimientos humanos, escribió este ejemplar sainete, modelo, ciertamente, como obra en sí teatral, y ejemplo también de categoría espiritual. El éxito fue arrollador. ¿Por qué? Porque Arniches, como muy bien dijo «Floridor» en ABC al reseñar el acontecimiento artístico, «conoce como muy pocos la manera de llegar al público y domina con insuperable gracia el diálogo y la composición de los tipos. Cuanto ocurre en El último mono está previsto, y, sin embargo, Arniches sabe retener la atención del público y, sobre todo, divertirle con feliz ingenio, con las más saladas ocurrencias». Sí, y además por la ejemplaridad de su contenido, añadimos.

En efecto; el argumento se reduce a la fábula de cómo el último y más atolondrado y bobalicón de los mozos de una tienda de comestibles, un pobre paleto que, «cuando llegó del pueblo, se empeñaba en apagar las bombillas de luz eléctrica soplando» (Act. I; escena II.), en definitiva, es el verdadero héroe del sainete. Bibiano, que tal es su nombre, en connivencia con una criada y la «señá» Petra, despreciada tiempos atrás por Nemesio, el dueño de la tienda, consiguen desbaratar un plan infame y maquiavélico para arruinar a Nemesio.

El triunfo tanto de la obra como del matrimonio León fue absoluto. De la pieza, el acto I, especialmente, es modelo en su género. Añadamos que, con Valeriano y Aurora, destacaron también Manuel Luna, la señora Esplugas, la señorita Ponce de León y los señores Calvo, Lorente y Moreno.

Victorioso aún en el cartel del Centro este magnífico sainete, se estrenó -18 de diciembre- en el Infanta Isabel la comedia ¡Mecachis, qué guapo soy!, obra que algún crítico calificó como perteneciente a la «segunda modalidad de don Carlos», señalando de este modo la comedia de burgueses y aristócratas. Verdaderamente, en esta pieza la censura del comediógrafo moralista cae toda sobre los «tipos elegantes de brutos bien», revelando, mediante observaciones del más ajustado realismo, el ambiente de degeneración y el típico lenguaje de estos ignorantes con oro.

A lo largo de la comedia se comedia, se muestra diáfana la repugnancia que provoca en el autor la existencia de esta clase social, en trance de desaparición. La crítica moral se cimienta en que, a causa de los perniciosos medios educativos de cierta aristocracia (Act. II; escena XIII.), sus enlaces matrimoniales son debidos a la conveniencia económica más que al imperativo del amor. De aquí el caso que presenta esta comedia: un matrimonio que vive en desamor hasta que, por la feliz intervención de un médico amigo, consiguen acercarse con el corazón, después de haberse separado físicamente. El verdadero matrimonio es el de dos almas. Así piensa Arniches con palabras que pone en boca del médico catalán de su obra: «Te separas hoy; pero mañana, o, a lo más, pasado mañana , espérala en la calle, síguela por todos lados. Hazla el amor de nuevo, escríbela una carta llena de esas tonterías que se precisan para que una mujer te diga que sí, y si procuras interesarla, quiérela a ella sola, sufre con sus penas, alégrate con sus alegrías, llévala al "sine" todos los vermuts hasta que os estorben la carabina y los entreactos, y cuando comprendáis que vuestra unión es la de dos almas, no la de dos fortunas, os unís de nuevo, os matrimoniáis, digámoslo así; cosa bien sencilla, porque te encontrarás casado otra vez sin ir a la iglesia, sin convidar al Richs a mucha gente que no conoses, ni oír la plática del obispo, ni dejarte retratar al magnesio... Y con dos chicos en casa , que siempre es una ganga tener ahorrado ese trabajo. Y entonses es cuando seréis de verdat marido y mujer». (Act. II; esc. XVIII.)

La interpretación, excelente a juzgar por los comentarios periodísticos, estuvo a cargo, en sus principales papeles, de Salvador Mora y Pedro Sepúlveda. También destacaron Antoñito Suárez, Angelina Vilar, Amparo Martí y Arturo La Riva.

Partiendo temáticamente de una comedia del escritor francés Emilio Berr, Carlos Arniches escribe Me casó mi madre o Las veleidades de Elena, obra que Antonio Suárez y Amparo Martí estrenaron con éxito en el Infanta Isabel el 18 de noviembre de 1927.

Intranscendente, de suyo, este juguete cómico tiene un acto I perfecto, en el que se relata la angustiosa situación de Agustín; en cambio, baja de calidad el II -graciosas incidencias en la pacífica mansión de un cura de pueblo- y muy forzado y flojo el III. Empero, los tres actos proclaman la maestría técnica y la gracia en el diálogo de su autor. (Señalemos que, de nuevo, se recurre -Act. II; esc. III- al juego cómico del miedo ante unos posibles seres procedentes del más allá.)

«Hacer el bien es un sacrificio que engrandece la vida y, por él, somos ejemplo y, quién sabe, si redención de los demás. ¿Te paece poco? Hay que ser bueno hasta la muerte, pa que la muerte no se nos lleve del todo». Estas palabras, dichas por el personaje principal de El señor Adrián el primo o ¡Qué malo es ser bueno! -Act. III; esc. VIII- definen esencialmente la problemática de la obra, resuelta con alto sentido moral. Con la citada frase, cruzada de amargura, se contesta a la perplejidad de Dominica, símbolo de lo general: «[...] ¡Dichosa bondá! ¿Pa qué servirá?» (Act. II; esc. III.)

La bondad, en la tesis arnichesca, es la nota más profundamente diferencial de las almas. La que no la posee, se anega en las duras sombras, y es «una de esas almas oscuras que, en todo, en lo bueno y en lo malo, encuentran un pretexto para justificar su maldad». (Act. II; esc. VIII.) Y así como el día lo es por la noche y todo lo positivo por lo negativo, del mismo modo la bondad resalta más cuanto mayor es el campo de ingratitud que la rodea. «Porque hay desagradecidos en el mundo, es la bondad una virtud; si el bien que haces te lo agradecieran, ser bueno sería un negocio, y ya había perdido su mérito». De donde se infiere el imperativo ético de que el bien moral vale por sí y hay que ejecutarlo por la sola razón de ser el bien, sin pensar ni esperar en recompensa o gratitud alguna. «El bien hay obligación de hacerlo, pase lo que pase; que de siempre tengo pensao que el hombre que acaba el día sin haber hecho un poco de bien con su dinero, con su corazón o con su trabajo..., que se muera. Ese no merece vivir». (Act. I; esc. XI.)

Toda esta doctrina, tan humana como verdadera, se personaliza en el señor Adrián, a quien, por ser bueno, los malvados llaman «el primo». En torno a esta figura arquetípica, cuya bondad no le puede servir, naturalmente, más que para ejemplo y redención de los demás, gira la obra, demostrando que tan gran bondad no va acompañada siempre de lo que llamamos felicidad.

La comedia se desarrolla por cauces tan naturales que bien podemos considerarla modelo en su género. Nada hay en ella que desentone. Incluso lo caricaturesco se halla dosificado prudencialmente. Es, pues, a nuestro juicio, una de las obras más equilibradas de su autor, ya que, tanto los factores cómicos como los emotivos entran armónicamente en el juego escénico. Estamos ante una muestra del mejor teatro del egregio alicantino.

Entrando en su análisis, descubrimos, en el I acto, escenas del más auténtico talante sainetesco, sobre un fondo social, suavemente aludido.

En cuanto a la interpretación, Pedro Zorrilla encarnó magistralmente el papel del «Señor Adrián». Con tan extraordinario actor, compartió el éxito Casimiro Ortas, en la figura de «Nicasio».

La magistral pieza se estrenó en la escena de la Comedia el 21 de diciembre de 1927.

Exactamente un año después, Arniches da a conocer la tragicomedia El solar de Mediacapa, nacida del viejo tema de los Tenorios, abocados necesariamente al fracaso y al desprecio. Es obra de más baja calidad y significación que la precedente.

«Una vendrá que será tu castigo y nos vengará a todas.» Esta sentencia, lanzada por una de las mujeres seducidas y abandonadas ante la cínica actitud de «Sidoro», arrogante chulapón, «el primer madrileño de los barrios castizos», se cumplió fatalmente con todas sus consecuencias al enamorarse este donjuán de primera, presidente de la sociedad «El Gratis et Amore Club». Quien lo enamoró y humilló fue Blanquita, habilísima «cazadora» y mujer sin ninguna especie de escrúpulos morales. Eran tal para cual. Así le dice ella: «Yo no miré el daño que te hacía, porque tú tampoco mirabas el que querías hacerme a mí... ¿Que yo hice mal? Pero, ¿qué ibas a hacer tú? ¡Coger a una chiquilla, hacerla una perdularia y echarla a rodar por la vida sólo por el gusto de apuntarse una conquista más!... Malo lo mío; peor lo tuyo. ¡No tenemos que echarnos nada en cara! ¡Sino que el amor es una pelea, y esta vez, aun sin querer, he podido yo mas, porque siempre sale menos herido el que pelea sin el corazón». (Act. III; esc. IV.)

No otra es la enseñanza ético-social que se desprende de esta tragicomedia, más de lo segundo que de lo primero, con un acto III lamentable: melodramático y, al parecer, improvisado. En cambio -y ésta es norma de la producción arnichesca- el acto I y buena parte del II responden a lo mejor de su autor. Más que tragicomedia se trata de un sainete lleno de realismo y gracia.

Consuelo Hidalgo hizo una «Blanquita» admirable y, tanto Casimiro Ortas como Pedro Zorrilla volvieron a triunfar, ahora con las figuraciones de «Isidoro Perales (Mediacapa)» e «Ismael», respectivamente.

Para ti es el mundo o, añadimos por nuestra cuenta, Sobre la educación de los hijos -que ésta es la verdadera intención de su autor-, es una farsa con poderoso aire de sainete, estrenada en Lara el 17 de octubre de 1929.

Como decimos, se demuestra aquí el enorme daño moral que una madre viuda puede causar a su único y mimadísimo hijo al consentirle toda especie de placer y gamberrada, únicamente por no provocarle el mínimo disgusto. Alumno de tal escuela, enemigo del trabajo y sin el menor sentido de la responsabilidad, Paquito «trasto pinturerillo y vago que no tiene más ley que su gusto» -acto I; escena IX-, se desespera y enfurece, inculpa a su madre y amenaza con suicidarse porque Amalia, su prima, muchacha humilde, honesta y trabajadora, rechaza «pedagógicamente» sus pretensiones amorosas.

En este punto de la comedia, hallamos lo más esencial en la conjunción de dos cualidades típicamente femeninas. De una parte, la excesiva generosidad y aparente ignorancia de la madraza que, sin quererlo, pero sin saberlo evitar, hace de su hijo un maestro de francachelas y vago de remate: de otro, Amalia, arquetipo de sagacidad femenina, que ama a su primo, y por ello, le hace creer todo lo contrario hasta doblegar su voluntad y ponerle en camino de su regeneración social. Entre ambas fuerzas la fábula sainetesca nos ofrece escenas tan perfectas como la XII del I acto. Realmente, todo él es insuperable.

Para ti es el mundo representó para su autor otro sonadísimo triunfo y para sus intérpretes: Carmen Carbonell («Amalia»), Concha Catalá («Marcelina»), Leocadia Alba («Tere»), Antonio Vico («Paquito»), Manuel González («Señor Santos») y Gaspar Campos («Pepe»), entre otros.




ArribaAbajo- XXV -

El hombre y su familia


Pasemos del comediógrafo al hombre, aunque el análisis de aquél nos revele fundamentales facetas de éste, pues en nuestro escritor la adecuación de uno y otro aspecto de su total personalidad es perfecta. Todo el mundo de su interioridad emotivo-intelectual se derrama en cada página que escribe, porque la luz que le orienta y guía, dándole sentido y trascendencia, no es la de divertir simplemente, sino la de educar y poner al descubierto tanto la bondad como la malicia del ser humano. Es una misión indudablemente moral y social, en su sentido más puro, la que desarrolló Carlos Arniches, utilizando su extraordinario genio literario e ingenio teatral. En su obra la luz triunfa siempre sobre la oscuridad; la bondad vence a la maldad. Y esto debe ser así, porque únicamente es lo positivo; de lo contrario, nada tendría sentido. Y, porque el teatro arnichesco nace de lo más entrañablemente humano, quien lo escribió tuvo que ser hombre eminentemente bueno.

Bien se puede hablar de la aristocracia espiritual de Carlos Arniches Barrera, de su elegancia y de su ternura. Amó al pueblo, porque lo vio en su bondad, virtud que ensalzó hasta lo ejemplar. Su popularismo es una consecuencia de aquella genuina finura de su espíritu y de su profunda pasión española. «Continuando -dijo José Carner-, como poquísimos, en lo contemporáneo, los testimonios de una raza que no se desmiente ni entre las adaptadas formas de la modernidad, dando precisamente ágil expresión a lo característico, Arniches, para quien sabe ya apreciarlo en perspectiva, sobre fondo histórico y como resultado felicísimo, pero lógico, del medio nativo, cobra señalada importancia de vocero del íntimo pueblo, inatacable e imprescriptible, de Madrid, y aun de la sociedad burguesa o provinciana, pintorescamente permeadas por él»206.

Arniches ahondó, como pocos, en el alma de los sencillos, primero, por la natural semejanza con la suya, y, segundo, para mostrar cuán rico, vasto y bello es el huerto de sus bondades. Y no descendió jamás a lo chabacano porque se lo impedía su innata aristocracia. Luminosas son, en este orden de la etopeya arnichesca, las siguientes palabras de Gregorio Martínez Sierra:

«La inteligencia sana volvió, afortunadamente, por los fueros de lo popular, y, con suprema elegancia, unos cuantos ingenios fueron al pueblo en busca de aristocracia, y en las tablas de los escenarios camparon con más nobleza que nunca la gracia, la sal, la salud del pueblo.

En todas las mentes están los nombres de los que hicieron la "revolución". Como siempre, los aristócratas. Como era revolución en el pensar, la hicieron los aristócratas del pensamiento. Y entre ellos, en primera fila y en privilegiado lugar D. Carlos Arniches. ¿Por qué en sus sainetes el pueblo de Madrid tiene sal ática y gracia sobreaguda? Porque entre el fango de la vida corriente (fango que hay en la vida de las clases que se llaman altas exactamente igual que en la de las clases que se nombran humildes) ha sabido un espíritu selecto descubrir y escoger sus cristales»207.



Es, pues, el modo y naturaleza del mirar lo que infunde valor y signa de prestancia o no a lo observado y escrito. En toda clase social se dan los opuestos; en todo ámbito humano se puede advertir la presencia de los contrarios; la vida es mezcla y contradicción. De aquí que la grosería, los sentimientos sombríos, la maldad están no sólo en los datos de la observación, sino en la intención de la mirada. Mas, si ésta es noble, la experiencia del mal servirá de modelo para ejercicio del bien. Tal es sustancialmente la enseñanza que nos proporciona el gran sainetero alicantino. Por otra parte, este amor en la mirada es lo que le distancia en gran medida de su maestro don Ramón de la Cruz, quien, en sus sainetes , «se burlaba del pueblo y lo escarnecía y ridiculizaba; Arniches escogía sus modelos entre la gente de bronce, humilde o bravía, pero buscando en ella, para idealizarla, corazones que escondían nobleza y ternura dentro de una corteza tosca»208.

Esta idealización es lo que nosotros llamamos realismo de la bondad o constante humano-pedagógica, básica, esencial cualidad arnichesca que singulariza su «grotesco» y lo separa tanto del racionalismo pirandelliano como del cruel esperpentismo valleinclanesco, creando, como dijo Bergamín, «una forma enteramente nueva y creo que única en el teatro español»209.

El autor de Es mi hombre abrió un ancho y fecundo camino teatral humano, de íntimas y supremas elegancias. Y como amó, se le amó. Y fue luz del pueblo y para el pueblo. «El arte de Arniches -añadamos con palabras de Martínez Sierra- no puede ser grosero ni ordinario, porque él tiene el espíritu extraordinariamente bien educado. Esa es precisamente la característica -hasta exterior- de toda su persona: la buena educación. Limpio, atildado, cortés, correcto, e n toda ocasión, de aspecto, de palabra, de ademán, de ropa. Reluce de limpio -como dice el pueblo-, y así el cristal por el que ve la vida la hace llegar hasta él en trazos claros, exactos, oportunos, con la gracia explosiva de la realidad, aristocráticamente observada»210.

Nada más justo y preciso. Aquella alteza y magnanimidad del espíritu de Arniches fue destacada igualmente por el doctor Gregorio Marañón, al escribir que «sólo los hombres capaces, como Arniches lo fue, de pasar por la vida con el gesto sencillo, directo, cordial, de todos los demás hombres, sólo ellos son capaces de penetrar en las moradas recónditas del alma de sus contemporáneos y de extraer de su fondo oscuro el rasgo breve, la palabra o el giro, la fugaz actitud que, sin embargo, infunden un espíritu vivo en los seres que ha creado la imaginación.

Mas, para lograr la perfecta captación de esa esencia del alma de los hombres y su injerto feliz en los personajes, hijos de la fantasía, es necesario que el observador, el dramaturgo, posea, además de la perspicacia agudísima para llegar a los posos del espíritu que parece vulgar y no lo es, otra varita mágica que es una bondad radical. El alma humana sólo se abre por completo a los que miran sin malicia»211.

Y sin malicia miró Carlos Arniches, porque su alma era radicalmente buena. Testimonio: su obra y su vida.

Por los años veinte -de la Dictadura a la República- nuestro escritor habitaba, con su familia, en el piso segundo de la casa número 14 de la calle de Montesquinza, en Madrid. A lo largo de esta década contrajeron matrimonio todos sus hijos, excepto Carlos -que lo hizo, en el año 1939, con Manuela Falces Valdecantos-, según este orden cronológico: José María, con Clara Bas Rivas, aunque madrileña, hija de padre alicantino, el 4 de abril de 1924; Fernando, con Mercedes Pardo-Manuel de Villena Jiménez, baronesa de la Puebla de Benferri, el 7 de enero de 1927; Rosario, con el escritor José Bergamín, el 3 de julio de 1928, y, el 25 del mismo mes y año, Pilar, con Eduardo Ugarte y Pagés.

La vida de Carlos Arniches Barrera en su hogar era, como ya hemos dicho en capítulo anterior, entrañable y discurría con evidente holgura económica.

Detengámonos en sus costumbres. Abandonaba la cama alrededor de las ocho y media de la mañana. «Después, rezo dos oraciones una, para que Dios dé el bien a los míos, y otra, para que otorgue resignación a los envidiosos y maldicientes. Los pobres han de aprender a soportar el bien ajeno y necesitan un poco de alegría espiritual para evadirse de sus horas sombrías»212. Antes de tomar el desayuno, nuestro hombre practica la gimnasia durante media hora. (A este respecto, hemos de decir que Arniches fue muy aficionado a los deportes, especialmente al fútbol, de cuya Federación Nacional ostentó el cargo de vicepresidente, y a la pelota vasca. Asimismo, le placía sobremanera andar como ejercicio deportivo, práctica que realizaba frecuentemente con su gran amigo Juan Aguilar Catena.)

Invariablemente, el trabajo como escritor le ocupaba todos los días de diez de la mañana a una de la tarde. La puntualidad presidió todos los actos de su existencia. «Esas horas de labor -dijo- son para mí las más interesantes del día»213.

Las dos de la tarde señalaba la hora exacta para la comida. Su plato favorito, como buen alicantino, era el arroz. He aquí lo que escribió un periodista:

«La conversación, gratísima, se ha prolongado más de lo que la corrección permite. Al mismo tiempo y como para reforzar el recordatorio, ha llegado hasta el despacho un olorcillo culinario agradable y tentador. Al hacérselo observar a D. Carlos, éste sonríe y nos explica:

-No crea usted que esto significa tan sólo que sea la hora de la comida. En este instante, hermano la gastronomía con el culto a Alicante. Huela, huela usted... ¿Eh? ¿Qué tal? Arroz. Pero arroz de mi tierra, con buen pescado y, naturalmente, con sus «ñoras» correspondientes y en el que mezclamos las «olivetes» de Onil... Cualquier día que venga usted a la hora de comer, encontrará arroz»214.



Todas las tardes, con sabida puntualidad, el comediógrafo presenciaba los ensayos de sus obras, en los que, a veces, solía participar con vivo entusiasmo. «Ensayo un par de horas, porque ya mis fuerzas no dan para más. Los ensayos me cansa n, porque pongo en ellos toda el alma, y hasta hago los papeles cuando es preciso... Por eso, mis obras resultarán malas o regulares, pero siempre bien ensayadas»215.

Terminado este deber, Carlos Arniches paseaba o visitaba a sus amistades en los barrios castizos madrileños. Entre los lugares más frecuentados, citemos la taberna de Florentina, situada en la calle que hoy lleva su nombre. «Entre aquellas buenas gentes recojo donaires y observaciones que han quedado en La fiesta de San Antón, El último chulo, Los pícaros celos [...]».

Ya de noche, el escritor, un poco cansado y con nuevos datos humanos en el caudal de su experiencia, regresa al hogar, donde le esperan visitas de empresarios y amigos... Luego, a las nueve en punto, la cena, y seguidamente, de no haber estreno de obra propia, al cine con su señora; jamás solo. «¡Al cine, sí! Yo creo -declaró a Carmona- que el teatro no desaparecerá jamás; quedará, al fin, como un espectáculo de selección, en cuanto tiene de arte elevado y noble. Pero el cine será el espectáculo del vulgo, siempre atractivo, por su variabilidad y por su espectacular grandeza».

También todas las noches, el matrimonio Arniches rezaba el Santo Rosario.

Finalmente, el escritor, el hombre, se entrega al descanso del sueño. «Entonces es cuando se presentan con más relieve los personajes, los chistes, las situaciones, los asuntos [...]».

En su casa, al igual que en el teatro o en la calle, Carlos Arniches demostraba con absoluta naturalidad su innato señorío, su humanísima elegancia. ¡Con qué acento de verdad nos ha hablado y ensalzado estas cualidades del escritor-señor Juana Navarro Farelo, sirvienta, que, a la fidelidad, unía un profundo cariño a la familia Arniches! Según su relato, el insigne autor de Las estrellas acostumbraba a justificar así la práctica de sus humildades: «Las miserias humanas son para soportarlas uno mismo».

Así fue en la realidad de la existencia este hombre sencillo y genial, tan humano que muy cabalmente podía haberse dicho de él lo que «Adela» dice a su esposo «Calixto»: «¡Si tú te vas a perder por la bondad!» (Sandías y melones, cuad. I; esc. IV.)

Aquella su modestia reflejábase en todos los momentos de su vida. En cierta ocasión -fines de 1926- un periodista le pregunta cuál había sido para él el mejor día del año que finalizaba. El escritor contestó así:

«No sé qué día ha sido para mí el más feliz del año que termina. Durante él hemos tenido salud; he trabajado diariamente, recogiendo el provecho adecuado a mi esfuerzo; todavía conservo unos pocos amigos y bastantes enemigos..., ¿qué más quiero?

¿Que qué día ha sido para mí el más feliz del año? No lo sé. Quizá éste en que puedo decir, desde un semanario tan bello y tan generoso como Blanco y Negro, que Dios me protege»216.



Los veranos entregábase a su gran distracción: contemplar la Naturaleza y practicar los deportes. Por ello, se ausentaba de Madrid durante tres meses -julio a septiembre-. ¿Dónde iba con los suyos? Hacia 1910, la familia Arniches veraneaba en San Sebastián -ciudad que admiraba y quería el comediógrafo-, habitando una casa situada en la subida de Ayete. Más tarde -1914 a 1918- alterna mar y sierra, y reside (julio y septiembre) en Torrelodones y pasa el mes de agosto en San Sebastián. Los estíos de 1919 a 1922 los gozó Arniches y familia en la deliciosa Fuenterrabía. A partir de este año último, veranean en la finca de su propiedad «Los Almendros», en Hortaleza, cerca de Madrid, excepto los días de agosto que los emplean para recorrer las playas del norte de España.

En 1927 toda la familia, excepto los hijos José María y Fernando, ya casados, emprende un largo viaje por el extranjero: Francia, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Suiza, Italia...

En 1930 se inicia la etapa veraniega en El Escorial, que, salvo el verano de 1935, pasado en los Molinos, se mantuvo ininterrumpidamente hasta el 21 de septiembre de 1936, en cuya fecha marcharon a Alicante, tierra nativa, en busca de paz... De Alicante, unos se dirigieron a Francia; otros a América.




ArribaAbajo- XXVI -

Otras piezas grotescas


Aunque calificada de tragedia grotesca, La Condesa está triste, estrenada por la compañía de María Brú, con Pepe Isbert, Miguel Ligero y Carmen Larrabeiti, entre otros, el 24 de enero de 1930 en el escenario del Infanta Isabel, nos parece más exactamente una farsa. Y ello, porque adolece de desequilibrio y falta de densidad. A mayor abundamiento, no se puede adecuar a la naturaleza de la tragedia grotesca pieza que, como ésta, se basa tan sólo en la situación extremadamente burlesca «que representamos cuando el cuerpo va poniendo en ridículo nuestros sentimientos. Amamos, y el amor, mientras nos sale de nuestro corazón, siempre parece joven... Pero decir: "Te amo!...", con este cuerpo, con estas arrugas mal disimuladas, con estas canas teñidas [...]» (Act. III; esc. VII.)

Fuera de dicho presupuesto ridículo, no hay otro núcleo argumental en esta farsa cómica: una señora viuda, en el invierno de su existencia, se enamora de un hombre joven, timador de oficio, sinvergüenza nato, vago profesional y que, siendo padre de dos criaturas, pretende salvar su miseria contrayendo matrimonio con la Condesa.

Parodiando un tanto la célebre «Sonatina» rubeniana, la aristócrata enamoradiza se convierte en «la actualidad grotesca de Madrid», tema de burlas y socarronerías. Frente al deshonor que tal actitud comporta, se alza Gloria, la hija de la Condesa, que, sin despreciar el grupo social a que pertenece por nacimiento, se ha independizado estudiando la carrera de ingeniero industrial. Ella, que sabe cuán fuerte es el honor en las otras clases sociales, se pregunta: «¿Por qué nosotros hemos de ser menos y, a título de frivolidad elegante, hemos de transigir con tanta perversión moral, con tanta libertad peligrosa, con tanta costumbre absurda...?» (Act. I; esc. XIII.)

Como en piezas anteriores, Arniches censura los vicios y superficialidades de la seudoaristocracia, de esta llamada «gente bien», compuesta, en su mayor parte, por amorales parásitos. A guisa de ejemplo, presenta dos típicos vagos: el aristócrata Manolo y Paco, el plebeyo, quien piensa así: «Yo no trabajo en esta vida más que para no hacer nada. Que yo he venido a este planeta para divertirme, vestir bien, ir limpio, comer de primera y... que me lo ganen otros». (Act. I; esc. XVI.)

Hay, pues, una interpretación sainetesca de lo social, aristocratizando al villano a fuerza de avillanar al aristócrata. En la cínica holganza, ambos tipos se confunden. En oposición a ellos, Gloria y Alfredo, su novio -también ingeniero industrial, hijo de padres muy modestos-, simbolizan la salud social. Enfrenta el comediógrafo dos concepciones de la vida: para el ocioso -aristócrata o no-, vivir es «transigir»; para el digno y laborioso, «vivir es luchar, conseguir propósitos nobles, purificar los ambientes para que podamos respirarlos mejor nosotros y los que nos rodean». (Act. I; esc. XIII.)

No obstante lo expuesto, un personaje tan interesante como es el de Gloria queda sólo apuntado, mientras la comedia discurre por los graciosos caminos de lo cómico. Uno de los caracteres mejor trazados es el de don Cipriano, perfectamente representado por Pepe Isbert.

Una escena del estreno

15.- Una escena del estreno de Es mi hombre (1921)

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