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91

Los historiadores no están acordes en la edad que entonces tenía. Herrera le da sesenta y tres años, otros sesenta y cinco.

 

92

Véase el apéndice 8.º

 

93

Generaciones y Semblanzas, cap. 34, en que trata del Condestable.

 

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Los enemigos del Condestable la llamaban por apodo la Cañeta sea porque su padre y marido fueron alcaides de Cañete, sea porque ella era natural y vecina de aquel pueblo. Algunos la llaman María de Urazendi, del nombre de su madre, que se decía así. El cronista de don Álvaro guarda un silencio absoluto sobre esta materia, y se dilata en ponderar la calidad y nobleza de su padre y familia paterna, con lo cual al parecer confirma el concepto en que era tenida la madre. La crónica del Rey la califica de mujer muy común, y en esto tiene razón probablemente. Fernán Pérez, en sus Generaciones dice que el Condestable «se preciaba mucho de linaje, no se acordando de la humilde e baja parte de su madre». Importa poco ciertamente que ella fuese buena o mala, noble o plebeya, puesto que estas calidades nada influyen ni en el carácter ni en la educación ni en los sucesos de su hijo.

 

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«E mayormente veyendo cuánto dispuesto era don Álvaro para tolas las cosas. Ca si habían de luchar ante el Rey los fijos de los grandes, o sacar el pie del foyo, o danzar, o cantar, o facer otros fechos o burlas de mozos, don Álvaro de Luna se aventajaba sobre todos; o si habían de correr monte, él feria el puerco o el oso ante todos; ca era muy montero de corazón, e muy osado e gran cabalgador e bracero.» (Crónica de don Álvaro, tít. 6.)

 

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Esta edad le da la crónica del Rey: si se atiende a algún pasaje de ta suya particular, debía tener menos, ibues en el tít. 7, que se refiere al año de 1417, dice que entonces no había don Álvaro llegado a los veinte. Pero esta regulación no está conforme con la que resulta en los títulos 99 y 122, donde el autor vuelve a tratar de la edad de su héroe, sin estar nunca acorde consigo. Todo manifiesta la poca diligencia con que han sido examinados y tratados las acontecimientos de los primeros años del Condestable.

 

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«E muchas ovo ende, dice su cronista, que prometieron con gran devoción de no comer cabeza jamás en algún tiempo, de ninguna cosa que fuese, por él ser ferido de tal manera como ha hemos contado en la cabeza, por tal que Dios le librase e le diese salud.» (Crónica de don Álvaro, tít. 8.)

 

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«E venían ya con él, e so el fondón de su bandera», dice su crónica. Allí mismo expresa que para este tiempo ya era maestresala del Rey; pero en los documentos del año 19 y en algunos del año 20 no se le da más título que el de doncel.

 

99

Este hecho, en mi opinión muy dudoso, parece en la Crónica más bien una conversación vaga que un caso pensado, y por consiguiente no era acreedor a la importancia moral y aun política que le han dado los historiadores. Véase en la Historia latina de Lorenzo Valla el pasaje relativo a la solemnidad de la aclamación del rey de Castilla, escrito y compuesto con más visos y formas de declamación que de verdad histórica. Véase también a Mariana, que toma ocasión de este supuesto desprendimiento para poner en boca del condestable Dávalos la bella arenga sobre el origen de las sociedades e institución de la autoridad real. El buen Condestable, nombrado por el rey Enrique su primer ejecutor testamentario, no es posible que pensase en el proyecto que Mariana le atribuye ni que supiese las buenas cosas que le hace decir; y en esta parte el historiador retórico faltó a la conveniencia, tan fielmente observada por sus modelos los historiadores antiguos. Si la invitación hubiese tenido la solemnidad que se le atribuye comúnmente, el cronista Álvaro de Santa María, tan parcial a don Fernando y tan prolijo en sus cosas, no la contará tan de paso, ni tampoco guardaría Fernán Pérez el silencio que guarda acerca de ella en el capítulo de sus Generaciones en que trata de este rey.

 

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Estas autoridades eran tomadas de la Escritura, de los doctores de la Iglesia y de las leyes canónicas. Lástima es que no se haya conservado el sermón a la letra; porque sería curioso ver el tormento que en él se daba a los textos para que autorizasen el atentado de Tordesillas.