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Viento del pueblo

Miguel Hernández Gilabert

[Nota preliminar: Para la fijación textual de esta edición se ha tomado como base la ed. de A. Sánchez Vidal y J. C. Rovira con la colaboración de C. Alemany de la Ed. Espasa-Calpe, cotejándose con la de J. Riquelme y C. R. Talamás de la Ed. Edaf. Las fotografías del libro, que aparecen anónimas, forman parte de un proceso de edición, no habitual en la guerra civil por las dificultades de impresión que generaba, cuyo objetivo artístico se une al propagandístico, mediante la conjunción texto-imagen. Concepción Torres Begines planteó la autoría del fotógrafo Tréllez, compañero en Altavoz del frente de Miguel Hernández de la casi totalidad de las imágenes (Torres Begines, Concepción, «Dieciocho fotografías para Viento del pueblo», Tonos. Revista electrónica de estudios filológicos, 22 [2012]), y posteriormente Rafael Alarcón Sierra ha dado una visión más amplia de los fotógrafos que pudieron colaborar, dando un papel relevante a Tina Modotti, incluso en la concepción global del libro (Alarcón Sierra, Rafael, «La relación texto-fotografía en Viento del pueblo de Miguel Hernández», Studia Iberica et Americana: journal of Iberian and Latin American literary and cultural studies [Ejemplar dedicado a: «De mi corazón a mis asuntos. Asedios críticos sobre Miguel Hernández»], año 2, n.º 2, 2015, págs. 147-178).]

Miguel Hernández, poeta campesino en las trincheras

Por T. Navarro Tomás

Miguel Hernández, nacido en Orihuela (Alicante), tiene veinticinco años. Es hijo de unos humildes pastores de cabras. Desde niño ha trabajado en el cuidado del ganado y en el cultivo de la tierra. Aprendió las primeras letras en una escuela de Orihuela. Pasaron primeramente por sus manos algunas de las mediocres novelas por entregas que las editoriales de este género de literatura sembraban por los pueblos. En un círculo obrero de su ciudad natal encontró libros de nuestros autores clásicos. Un amigo, estudiante, le proporcionó obras de Antonio Machado, de Juan Ramón Jiménez y de otros poetas contemporáneos.

Publicó sus primeras poesías en un periódico local. En 1932 dio a conocer en un librito unas octavas reales nacidas bajo la fascinación de Polifemo, de Góngora. Cruz y Raya le publicó en 1934 un auto sacramental. En 1936 ha reunido una serie de sonetos en un nuevo librito titulado El rayo que no cesa. Tiene, además, una obra de teatro inédita, El labrador de más aire, drama manchego, en verso, en que, bajo la forma clásica, presenta un trozo de vida popular, campesina, con sus luchas y afanes modernos.

Al estallar la guerra, Miguel Hernández se inscribió en el 5.º Regimiento. Primeramente trabajó en la construcción de fortificaciones. Después, destinado a Infantería, ha luchado como miliciano en la brigada del «Campesino». Sus últimas composiciones, poesías de guerra, escritas en el campo, en las trincheras, ante el enemigo, han aparecido en el periódico de milicianos Al Ataque, y se han reproducido en numerosos periódicos murales. En muchos casos, sus recitaciones exaltando los ánimos de sus camaradas han hecho vibrar los campos con aplausos enardecidos.

Sus veinticinco años cargados de experiencia, fecundados con las enseñanzas de la vida pobre, áspera y difícil, han madurado su figura varonil y su alma de pastor, poeta y miliciano. Siente con amplitud y profundidad la tragedia de España, el sacrifico del pueblo y la misión de la juventud. Sirve a su pueblo como poeta y como soldado. Su espíritu, encendido en un puro ideal de justicia y libertad, se vierte generosamente en sus composiciones poéticas y en su vida militar. El caudal de sus sentimientos lucha con la dificultad de la palabra y del verso, sin encontrar siempre la forma de expresión justa y adecuada. Se percibe la pugna interna entre el ímpetu de una vigorosa inspiración y la resistencia de un instrumento expresivo insuficientemente dominado. Pero esta misma forma, labrada con visible esfuerzo y tenacidad, contribuye en cambio a reforzar la impresión de honda y cálida sinceridad emocional que sus composiciones reflejan.

En el efecto de sus recitaciones, las cualidades de su estilo hallan perfecto complemento en las firmes inflexiones de su voz, en su cara curtida por el aire y el sol, en su traje de recia pana, en su justillo de velluda piel de cordero y hasta en el carácter de su dicción, fuertemente marcada con el sello fonético del acento regional. Sus ademanes son sobrios y contenidos y su expresión enérgica, grave y concentrada. Hay una ardiente exaltación en el recogimiento de su gesto y en la fijeza e intensidad de su mirada. No es de extrañar que, como él mismo dice, su espíritu se sienta más compenetrado con el aliento de los campos de Castilla que con el de los huertos levantinos. La dignidad del tono, del ritmo y del concepto, hacen revivir en sus labios en muchos pasajes las resonancias épicas del Romancero.

Dedico este libro a Vicente Aleixandre

Vicente: A nosotros, que hemos nacido poetas entre todos los hombres, nos ha hecho poetas la vida junto a todos los hombres. Nosotros venimos brotando del manantial de las guitarras acogidas por el pueblo, y cada poeta que muere deja en manos de otro, como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro corazón esparcido. Ante la sombra de dos poetas nos levantamos otros dos, y ante la nuestra se levantarán otros dos de mañana. Nuestro cimiento será siempre el mismo: la tierra. Nuestro destino es parar en las manos del pueblo. Solo esas honradas manos pueden contener lo que la sangre honrada del poeta derrama vibrante. Aquel que se atreve a manchar esas manos, aquellos que se atreven a deshonrar esa sangre, son los traidores asesinos del pueblo y la poesía, y nadie los lavará: en su misma suciedad quedarán cegados.

Tu voz y la mía irrumpen del mismo venero. Lo que echo de menos en mi guitarra lo hallo en la tuya. Pablo Neruda y tú me habéis dado imborrables pruebas de poesía, y el pueblo, hacia el que tiendo todas mis raíces, alimenta y ensancha mis ansias y mis cuerdas con el soplo cálido de sus movimientos nobles.

Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia el pueblo. El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo.

[1]

ELEGÍA PRIMERA

A Federico García Lorca, poeta.


Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,

y en traje de cañón, las parameras

donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,

y llueve sal, y esparce calaveras.

Verdura de las eras,

¿qué tiempo prevalece la alegría?

El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas

y hace brotar la sombra más sombría.

El dolor y su manto

vienen una vez más a nuestro encuentro.

Y una vez más al callejón del llanto

lluviosamente entro.

Siempre me veo dentro

de esta sombra de acíbar revocada,

amasada con ojos y bordones,

que un candil de agonía tiene puesto a la entrada

y un rabioso collar de corazones.

Llorar dentro de un pozo,

en la misma raíz desconsolada

del agua, del sollozo,

del corazón quisiera:

donde nadie me viera la voz ni la mirada,

ni restos de mis lágrimas me viera.

Entro despacio, se me cae la frente

despacio, el corazón se me desgarra

despacio, y despaciosa y negramente

vuelvo a llorar al pie de una guitarra.

Entre todos los muertos de elegía,

sin olvidar el eco de ninguno,

por haber resonado más en el alma mía,

la mano de mi llanto escoge uno.

Federico García

hasta ayer se llamó: polvo se llama.

Ayer tuvo un espacio bajo el día

que hoy el hoyo le da bajo la grama.

¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!

Tu agitada alegría,

que agitaba columnas y alfileres,

de tus dientes arrancas y sacudes,

y ya te pones triste, y solo quieres

ya el paraíso de los ataúdes.

Vestido de esqueleto,

durmiéndote de plomo,

de indiferencia armado y de respeto,

te veo entre tus cejas si me asomo.

Se ha llevado tu vida de palomo,

que ceñía de espuma

y de arrullos el cielo y las ventanas,

como un raudal de pluma

el viento que se lleva las semanas.

Primo de las manzanas,

no podrá con tu savia la carcoma,

no podrá con tu muerte la lengua del gusano,

y para dar salud fiera a su poma

elegirá tus huesos el manzano.

Cegado el manantial de tu saliva,

hijo de la paloma,

nieto del ruiseñor y de la oliva:

serás, mientras la tierra vaya y vuelva,

esposo siempre de la siempreviva,

estiércol padre de la madreselva.

¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,

pero qué injustamente arrebatada!

No sabe andar despacio, y acuchilla

cuando menos se espera su turbia cuchillada.

Tú, el más firme edificio, destruido,

tú, el gavilán más alto, desplomado,

tú, el más grande rugido,

callado, y más callado, y más callado.

Caiga tu alegre sangre de granado,

como un derrumbamiento de martillos feroces,

sobre quien te detuvo mortalmente.

Salivazos y hoces

caigan sobre la mancha de su frente.

Muere un poeta y la creación se siente

herida y moribunda en las entrañas.

Un cósmico temblor de escalofríos

mueve temiblemente las montañas,

un resplandor de muerte la matriz de los ríos.

Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,

veo un bosque de ojos nunca enjutos,

avenidas de lágrimas y mantos:

y en torbellinos de hojas y de vientos,

lutos tras otros lutos y otros lutos,

llantos tras otros llantos y otros llantos.

No aventarán, no arrastrarán tus huesos,

volcán de arrope, trueno de panales,

poeta entretejido, dulce, amargo,

que el calor de los besos

sentiste, entre dos largas hileras de puñales,

largo amor, muerte larga, fuego largo.

Por hacer a tu muerte compañía,

vienen poblando todos los rincones

del cielo y de la tierra bandadas de armonía,

relámpagos de azules vibraciones.

Crótalos granizados a montones,

batallones de flautas, panderos y gitanos,

ráfagas de abejorros y violines,

tormentas de guitarras y pianos,

irrupciones de trompas y clarines.

Pero el silencio puede más que tanto instrumento.

Silencioso, desierto, polvoriento

en la muerte desierta,

parece que tu lengua, que tu aliento,

los ha cerrado el golpe de una puerta.

Como si paseara con tu sombra,

paseo con la mía

por una tierra que el silencio alfombra,

que el ciprés apetece más sombría.

Rodea mi garganta tu agonía

como un hierro de horca

y pruebo una bebida funeraria.

Tú sabes, Federico García Lorca,

que soy de los que gozan una muerte diaria.


[2]

SENTADO SOBRE LOS MUERTOS

Sentado sobre los muertos

que se han callado en dos meses,

beso zapatos vacíos

y empuño rabiosamente

la mano del corazón

y el alma que lo mantiene.

Que mi voz suba a los montes

y baje a la tierra y truene,

eso pide mi garganta

desde ahora y desde siempre.

Acércate a mi clamor,

pueblo de mi misma leche,

árbol que con tus raíces

encarcelado me tienes,

que aquí estoy yo para amarte

y estoy para defenderte

con la sangre y con la boca

como dos fusiles fieles.

Si yo salí de la tierra,

si yo he nacido de un vientre

desdichado y con pobreza,

no fue sino para hacerme

ruiseñor de las desdichas,

eco de la mala suerte,

y cantar y repetir

a quien escucharme debe

cuanto a penas, cuanto a pobres,

cuanto a tierra se refiere.

Ayer amaneció el pueblo

desnudo y sin qué ponerse,

hambriento y sin qué comer,

y el día de hoy amanece

justamente aborrascado

y sangriento justamente.

En su mano los fusiles

leones quieren volverse

para acabar con las fieras

que lo han sido tantas veces.

Aunque te falten las armas,

pueblo de cien mil poderes,

no desfallezcan tus huesos,

castiga a quien te malhiere

mientras que te queden puños,

uñas, saliva, y te queden

corazón, entrañas, tripas,

cosas de varón y dientes.

Bravo como el viento bravo,

leve como el aire leve,

asesina al que asesina,

aborrece al que aborrece

la paz de tu corazón

y el vientre de tus mujeres.

No te hieran por la espalda,

vive cara a cara y muere

con el pecho ante las balas,

ancho como las paredes.

Canto con la voz de luto,

pueblo de mí, por tus héroes:

tus ansias como las mías,

tus desventuras que tienen

del mismo metal el llanto,

las penas del mismo temple,

y de la misma madera

tu pensamiento y mi frente,

tu corazón y mi sangre,

tu dolor y mis laureles.

Antemuro de la nada

esta vida me parece.

Aquí estoy para vivir

mientras el alma me suene,

y aquí estoy para morir,

cuando la hora me llegue,

en los veneros del pueblo

desde ahora y desde siempre.

Varios tragos es la vida

y un solo trago es la muerte.


[3]

VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN

Vientos del pueblo me llevan,

vientos del pueblo me arrastran,

me esparcen el corazón

y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,

impotentemente mansa,

delante de los castigos:

los leones la levantan

y al mismo tiempo castigan

con su clamorosa zarpa.

No soy de un pueblo de bueyes,

que soy de un pueblo que embargan

yacimientos de leones,

desfiladeros de águilas

y cordilleras de toros

con el orgullo en el asta.

Nunca medraron los bueyes

en los páramos de España.


¿Quién habló de echar un yugo

sobre el cuello de esta raza?

¿Quién ha puesto al huracán

jamás ni yugos ni trabas,

ni quién al rayo detuvo

prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,

vascos de piedra blindada,

valencianos de alegría

y castellanos de alma,

labrados como la tierra

y airosos como las alas;

andaluces de relámpagos,

nacidos entre guitarras

y forjados en los yunques

torrenciales de las lágrimas;

extremeños de centeno,

gallegos de lluvia y calma,

catalanes de firmeza,

aragoneses de casta,

murcianos de dinamita

frutalmente propagada,

leoneses, navarros, dueños

del hambre, el sudor y el hacha,

reyes de la minería,

señores de la labranza,

hombres que entre las raíces,

como raíces gallardas,

vais de la vida a la muerte,

vais de la nada a la nada:

yugos os quieren poner

gentes de la hierba mala,

yugos que habéis de dejar

rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes

está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos

de humildad y olor de cuadra:

las águilas, los leones

y los toros de arrogancia,

y detrás de ellos, el cielo

ni se enturbia ni se acaba.

La agonía de los bueyes

tiene pequeña la cara,

la del animal varón

toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera

con la cabeza muy alta.

Muerto y veinte veces muerto,

la boca contra la grama,

tendré apretados los dientes

y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,

que hay ruiseñores que cantan

encima de los fusiles

y en medio de las batallas.


[4]

EL NIÑO YUNTERO

Carne de yugo, ha nacido

más humillado que bello,

con el cuello perseguido

por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,

a los golpes destinado,

de una tierra descontenta

y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo

de vacas, trae a la vida

un alma color de olivo

vieja ya y encallecida.


Empieza a vivir, y empieza

a morir de punta a punta

levantando la corteza

de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente

la vida como una guerra,

y a dar fatigosamente

en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,

y ya sabe que el sudor

es una corona grave

de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja

masculinamente serio,

se unge de lluvia y se alhaja

de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,

y a fuerza de sol, bruñido,

con una ambición de muerte

despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es

más raíz, menos criatura,

que escucha bajo sus pies

la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde

en la tierra lentamente

para que la tierra inunde

de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento

como una grandiosa espina,

y su vivir ceniciento

revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,

y devorar un mendrugo,

y declarar con los ojos

que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,

y su vida en la garganta,

y sufro viendo el barbecho

tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará este chiquillo

menor que un grano de avena?

¿De dónde saldrá el martillo

verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón

de los hombres jornaleros,

que antes de ser hombres son

y han sido niños yunteros.


[5]

LOS COBARDES

Hombres veo que de hombres

solo tienen, solo gastan

el parecer y el cigarro,

el pantalón y la barba.

En el corazón son liebres,

gallinas en las entrañas,

galgos de rápido vientre,

que en épocas de paz ladran

y en épocas de cañones

desaparecen del mapa.

Estos hombres, estas liebres,

comisarios de la alarma,

cuando escuchan a cien leguas

el estruendo de las balas,

con singular heroísmo

a la carrera se lanzan,


se les alborota el ano,

el pelo se les espanta.

Valientemente se esconden,

gallardamente se escapan

del campo de los peligros

estas fugitivas cacas,

que me duelen hace tiempo

en los cojones del alma.

¿Dónde iréis que no vayáis

a la muerte, liebres pálidas,

podencos de poca fe

y de demasiadas patas?

¿No os avergüenza mirar

en tanto lugar de España

a tanta mujer serena

bajo tantas amenazas?

Un tiro por cada diente

vuestra existencia reclama,

cobardes de piel cobarde

y de corazón de caña.

Tembláis como poseídos

de todo un siglo de escarcha

y vais del sol a la sombra

llenos de desconfianza.

Halláis los sótanos poco

defendidos por las casas.

Vuestro miedo exige al mundo

batallones de murallas,

barreras de plomo a orillas

de precipicios y zanjas

para vuestra pobre vida,

mezquina de sangre y ansias.

No os basta estar defendidos

por lluvias de sangre hidalga,

que no cesa de caer,

generosamente cálida,

un día tras otro día

a la gleba castellana.

No sentís el llamamiento

de las vidas derramadas.

Para salvar vuestra piel

las madrigueras no os bastan,

no os bastan los agujeros,

ni los retretes, ni nada.

Huis y huis, dando al pueblo,

mientras bebéis la distancia,

motivos para mataros

por las corridas espaldas.

Solos se quedan los hombres

al calor de las batallas,

y vosotros, lejos de ellas,

queréis ocultar la infamia,

pero el color de cobardes

no se os irá de la cara.

Ocupad los tristes puestos

de la triste telaraña.

Sustituid a la escoba,

y barred con vuestras nalgas

la mierda que vais dejando

donde colocáis la planta.


[6]

ELEGÍA SEGUNDA

A Pablo de la Torriente, comisario político.


«Me quedaré en España, compañero»,

me dijiste con gesto enamorado.

Y al fin sin tu edificio tronante de guerrero

en la hierba de España te has quedado.

Nadie llora a tu lado:

desde el soldado al duro comandante,

todos te ven, te cercan y te atienden


con ojos de granito amenazante,

con cejas incendiadas que todo el cielo encienden.

Valentín el volcán, que si llora algún día

será con unas lágrimas de hierro,

se viste emocionado de alegría

para robustecer el río de tu entierro.

Como el yunque que pierde su martillo,

Manuel Moral se calla

colérico y sencillo.

Y hay muchos capitanes y muchos comisarios

quitándote pedazos de metralla,

poniéndote trofeos funerarios.

Ya no hablarás de vivos y de muertos,

ya disfrutas la muerte del héroe, ya la vida

no te verá en las calles ni en los puertos

pasar como una ráfaga garrida.

Pablo de la Torriente,

has quedado en España

y en mi alma caído:

nunca se pondrá el sol sobre tu frente,

heredará tu altura la montaña

y tu valor el toro del bramido.

De una forma vestida de preclara

has perdido las plumas y los besos,

con el sol español puesto en la cara

y el de Cuba en los huesos.

Pasad ante el cubano generoso,

hombres de su Brigada,

con el fusil furioso,

las botas iracundas y la mano crispada.

Miradlo sonriendo a los terrones

y exigiendo venganza bajo sus dientes mudos

a nuestros más floridos batallones

y a sus varones como rayos rudos.

Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan.

No temáis que se extinga su sangre sin objeto,

porque este es de los muertos que crecen y se agrandan

aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.


[7]

NUESTRA JUVENTUD NO MUERE

Caídos sí, no muertos, ya postrados titanes,

están los hombres de resuelto pecho

sobre las más gloriosas sepulturas:

las eras de las hierbas y los panes,

el frondoso barbecho,

las trincheras oscuras.

Siempre serán famosas

estas sangres cubiertas de abriles y de mayos,

que hacen vibrar las dilatadas fosas

con su vigor que se decide en rayos.

Han muerto como mueren los leones:

peleando y rugiendo,

espumosa la boca de canciones,

de ímpetu las cabezas y las venas de estruendo.

Héroes a borbotones,

no han conocido el rostro a la derrota,

y victoriosamente sonriendo

se han desplomado en la besana umbría,

sobre el cimiento errante de la bota

y el firmamento de la gallardía.

Una gota de pura valentía

vale más que un océano cobarde.

Bajo el gran resplandor de un mediodía

sin mañana y sin tarde,

unos caballos que parecen claros,

aunque son tenebrosos y funestos,

se llevan a estos hombres vestidos de disparos

a sus inacabables y entretejidos puestos.

No hay nada negro en estas muertes claras.

Pasiones y tambores detengan los sollozos.

Mirad, madres y novias, sus transparentes caras:

la juventud verdea para siempre en sus bozos.


[8]

LLAMO A LA JUVENTUD

Los quince y los dieciocho,

los dieciocho y los veinte...

Me voy a cumplir los años

al fuego que me requiere,

y si resuena mi hora

antes de los doce meses,

los cumpliré bajo tierra.

Yo trato que de mí queden

una memoria de sol

y un sonido de valiente.

Si cada boca de España,

de su juventud, pusiese

estas palabras, mordiéndolas,

en lo mejor de sus dientes:

si la juventud de España,

de un impulso solo y verde,

alzara su gallardía,

sus músculos extendiese

contra los desenfrenados

que apropiarse España quieren,

sería el mar arrojando

a la arena muda siempre

varios caballos de estiércol

de sus pueblos transparentes,

con un brazo inacabable

de perpetua espuma fuerte.


Si el Cid volviera a clavar

aquellos huesos que aún hieren

el polvo y el pensamiento,

aquel cerro de su frente,

aquel trueno de su alma

y aquella espada indeleble,

sin rival, sobre su sombra

de entrelazados laureles:

al mirar lo que de España

los alemanes pretenden,

los italianos procuran,

los moros, los portugueses,

que han grabado en nuestro cielo

constelaciones crueles

de crímenes empapados

en una sangre inocente,

subiera en su airado potro

y en su cólera celeste

a derribar trimotores

como quien derriba mieses.

Bajo una zarpa de lluvia,

y un racimo de relente,

y un ejército de sol,

campan los cuerpos rebeldes

de los españoles dignos

que al yugo no se someten,

y la claridad los sigue,

y los robles los refieren.

Entre graves camilleros

hay heridos que se mueren

con el rostro rodeado

de tan diáfanos ponientes,

que son auroras sembradas

alrededor de sus sienes.

Parecen plata dormida

y oro en reposo parecen.

Llegaron a las trincheras

y dijeron firmemente:

¡Aquí echaremos raíces

antes que nadie nos eche!

Y la muerte se sintió

orgullosa de tenerles.

Pero en los negros rincones,

en los más negros, se tienden

a llorar por los caídos

madres que les dieron leche,

hermanas que los lavaron,

novias que han sido de nieve

y que se han vuelto de luto

y que se han vuelto de fiebre;

desconcertadas viudas,

desparramadas mujeres,

cartas y fotografías

que los expresan fielmente,

donde los ojos se rompen

de tanto ver y no verles,

de tanta lágrima muda,

de tanta hermosura ausente.

Juventud solar de España:

que pase el tiempo y se quede

con un murmullo de huesos

heroicos en su corriente.

Echa tus huesos al campo,

echa las fuerzas que tienes

a las cordilleras foscas

y al olivo del aceite.

Reluce por los collados,

y apaga la mala gente,

y atrévete con el plomo,

y el hombro y la pierna extiende.

Sangre que no se desborda,

juventud que no se atreve,

ni es sangre, ni es juventud,

ni relucen, ni florecen.

Cuerpos que nacen vencidos,

vencidos y grises mueren:

vienen con la edad de un siglo,

y son viejos cuando vienen.

La juventud siempre empuja,

la juventud siempre vence,

y la salvación de España

de su juventud depende.

La muerte junto al fusil,

antes que se nos destierre,

antes que se nos escupa,

antes que se nos afrente

y antes que entre las cenizas

que de nuestro pueblo queden,

arrastrados sin remedio

gritemos amargamente:

¡Ay España de mi vida,

ay España de mi muerte!


[9]

RECOGED ESTA VOZ

I

Naciones de la tierra, patrias del mar, hermanos

del mundo y de la nada:

habitantes perdidos y lejanos

más que del corazón, de la mirada.

Aquí tengo una voz enardecida,

aquí tengo una vida combatida y airada,

aquí tengo un rumor, aquí tengo una vida.

Abierto estoy, mirad, como una herida.

Hundido estoy, mirad, estoy hundido

en medio de mi pueblo y de sus males.

Herido voy, herido y malherido,

sangrando por trincheras y hospitales.


Hombres, mundos, naciones,

atended, escuchad mi sangrante sonido,

recoged mis latidos de quebranto

en vuestros espaciosos corazones,

porque yo empuño el alma cuando canto.

Cantando me defiendo

y defiendo mi pueblo cuando en mi pueblo imprimen

su herradura de pólvora y estruendo

los bárbaros del crimen.

Esta es su obra, esta:

pasan, arrasan como torbellinos,

y son ante su cólera funesta

armas los horizontes y muerte los caminos.

El llanto que por valles y balcones se vierte,

en las piedras diluvia y en las piedras trabaja,

y no hay espacio para tanta muerte,

y no hay madera para tanta caja.

Caravanas de cuerpos abatidos.

Todo vendajes, penas y pañuelos:

todo camillas donde a los heridos

se les quiebran las fuerzas y los vuelos.

Sangre, sangre por árboles y suelos,

sangre por aguas, sangre por paredes,

y un temor de que España se desplome

del peso de la sangre que moja entre sus redes

hasta el pan que se come.

Recoged este viento,

naciones, hombres, mundos,

que parte de las bocas de conmovido aliento

y de los hospitales moribundos.

Aplicad las orejas

a mi clamor de pueblo atropellado,

al ¡ay! de tantas madres, a las quejas

de tanto ser luciente que el luto ha devorado.

Los pechos que empujaban y herían las montañas,

vedlos desfallecidos sin leche ni hermosura,

y ved las blancas novias y las negras pestañas

caídas y sumidas en una siesta oscura.

Aplicad la pasión de las entrañas

a este pueblo que muere con un gesto invencible

sembrado por los labios y la frente,

bajo los implacables aeroplanos

que arrebatan terrible,

terrible, ignominiosa, diariamente,

a las madres los hijos de las manos.

Ciudades de trabajo y de inocencia,

juventudes que brotan de la encina,

troncos de bronce, cuerpos de potencia

yacen precipitados en la ruina.

Un porvenir de polvo se avecina,

se avecina un suceso

en que no quedará ninguna cosa:

ni piedra sobre piedra ni hueso sobre hueso.

España no es España, que es una inmensa fosa,

que es un gran cementerio rojo y bombardeado:

los bárbaros la quieren de este modo.

Será la tierra un denso corazón desolado,

si vosotros, naciones, hombres, mundos,

con mi pueblo del todo

y vuestro pueblo encima del costado,

no quebráis los colmillos iracundos.

II

Pero no lo será: que un mar piafante,

triunfante siempre, siempre decidido,

hecho para la luz, para la hazaña,

agita su cabeza de rebelde diamante,

bate su pie calzado en el sonido

por todos los cadáveres de España.

Es una juventud: recoged este viento.

Su sangre es el cristal que no se empaña,

su sombrero el laurel y el pedernal su aliento.

Donde clava la fuerza de sus dientes

brota un volcán de diáfanas espadas,

y sus hombros batientes,

y sus talones guían llamaradas.

Está compuesta de hombres del trabajo:

de herreros rojos, de albos albañiles,

de yunteros con rostro de cosechas.

Oceánicamente transcurren por debajo

de un fragor de sirenas y herramientas fabriles

y de gigantes arcos alumbrados con flechas.

A pesar de la muerte, estos varones

con metal y relámpagos igual que los escudos,

hacen retroceder a los cañones

acobardados, temblorosos, mudos.

El polvo no los puede y hacen del polvo fuego,

savia, explosión, verdura repentina:

con su poder de abril apasionado

precipitan el alma del espliego,

el parto de la mina,

el fértil movimiento del arado.

Ellos harán de cada ruina un prado,

de cada pena un fruto de alegría,

de España un firmamento de hermosura.

Vedlos agigantar el mediodía

y hermosearlo todo con su joven bravura.

Se merecen la espuma de los truenos,

se merecen la vida y el olor del olivo,

los españoles amplios y serenos

que mueven la mirada como un pájaro altivo.

Naciones, hombres, mundos, esto escribo:

la juventud de España saldrá de las trincheras

de pie, invencible como la semilla,

pues tiene un alma llena de banderas

que jamás se somete ni arrodilla.

Allá van por los yermos de Castilla

los cuerpos que parecen potros batalladores,

toros de victorioso desenlace,

diciéndose en su sangre de generosas flores

que morir es la cosa más grande que se hace.

Quedarán en el tiempo vencedores,

siempre de sol y majestad cubiertos,

los guerreros de huesos tan gallardos

que si son muertos son gallardos muertos:

la juventud que a España salvará, aunque tuviera

que combatir con un fusil de nardos

y una espada de cera.


[10]

ROSARIO, DINAMITERA

Rosario, dinamitera,

sobre tu mano bonita

celaba la dinamita

sus atributos de fiera.

Nadie al mirarla creyera

que había en su corazón

una desesperación,

de cristales, de metralla

ansiosa de una batalla,

sedienta de una explosión.

Era tu mano derecha,

capaz de fundir leones,

la flor de las municiones

y el anhelo de la mecha.

Rosario, buena cosecha,

alta como un campanario,

sembrabas al adversario

de dinamita furiosa

y era tu mano una rosa

enfurecida, Rosario.

Buitrago ha sido testigo

de la condición de rayo

de las hazañas que callo

y de la mano que digo.

¡Bien conoció el enemigo

la mano de esta doncella,

que hoy no es mano porque de ella,

que ni un solo dedo agita,

se prendó la dinamita

y la convirtió en estrella!

Rosario, dinamitera,

puedes ser varón y eres

la nata de las mujeres,

la espuma de la trinchera.

Digna como una bandera

de triunfos y resplandores,

dinamiteros pastores,

vedla agitando su aliento

y dad las bombas al viento

del alma de los traidores.


[11]

JORNALEROS

Jornaleros que habéis cobrado en plomo

sufrimientos, trabajos y dineros.

Cuerpos de sometido y alto lomo:

jornaleros.

Españoles que España habéis ganado

labrándola entre lluvias y entre soles.

Rabadanes del hambre y el arado:

españoles.


Esta España que, nunca satisfecha

de malograr la flor de la cizaña,

de una cosecha pasa a otra cosecha:

esta España.

Poderoso homenaje a las encinas,

homenaje del toro y el coloso,

homenaje de páramos y minas

poderoso.

Esta España que habéis amamantado

con sudores y empujes de montaña,

codician los que nunca han cultivado

esta España.

¿Dejaremos llevar cobardemente

riquezas que han forjado nuestros remos?

¿Campos que ha humedecido nuestra frente

dejaremos?

Adelanta, español, una tormenta

de martillos y hoces: ruge y canta.

Tu porvenir, tu orgullo, tu herramienta

adelanta.

Los verdugos, ejemplo de tiranos,

Hitler y Mussolini labran yugos.

Sumid en un retrete de gusanos

los verdugos.

Ellos, ellos nos traen una cadena

de cárceles, miserias y atropellos.

¿Quién España destruye y desordena?

¡Ellos! ¡Ellos!

Fuera, fuera, ladrones de naciones,

guardianes de la cúpula banquera,

cluecas del capital y sus doblones:

¡fuera, fuera!

Arrojados seréis como basura

de todas partes y de todos lados.

No habrá para vosotros sepultura,

arrojados.

La saliva será vuestra mortaja,

vuestro final la bota vengativa,

y solo os dará sombra, paz y caja

la saliva.

Jornaleros: España, loma a loma,

es de gañanes, pobres y braceros.

¡No permitáis que el rico se la coma,

jornaleros!


[12]

AL SOLDADO INTERNACIONAL CAÍDO EN ESPAÑA

Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras,

una esparcida frente de mundiales cabellos,

cubierta de horizontes, barcos y cordilleras,

con arena y con nieve, tú eres uno de aquellos.

Las patrias te llamaron con todas sus banderas,

que tu aliento llenara de movimientos bellos.

Quisiste apaciguar la sed de las panteras,

y flameaste henchido contra sus atropellos.

Con un sabor a todos los soles y los mares,

España te recoge porque en ella realices

tu majestad de árbol que abarca un continente.

A través de tus huesos irán los olivares

desplegando en la tierra sus más férreas raíces,

abrazando a los hombres universal, fielmente.


[13]

ACEITUNEROS

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

decidme en el alma: ¿quién,

quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,

ni el dinero, ni el señor,

sino la tierra callada,

el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura

y a los planetas unidos,

los tres dieron la hermosura

de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,

dijeron al pie del viento.

Y el olivo alzó una mano

poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

decidme en el alma: ¿quién

amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,

no la del explotador

que se enriqueció en la herida

generosa del sudor.

No la del terrateniente

que os sepultó en la pobreza,

que os pisoteó la frente,

que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán

consagró al centro del día

eran principio de un pan

que solo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,

los pies y las manos presos,

sol a sol y luna a luna,

pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

pregunta mi alma: ¿de quién,

de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava

sobre tus piedras lunares,

no vayas a ser esclava

con todos tus olivares.

Dentro de la claridad

del aceite y sus aromas,

indican tu libertad

la libertad de tus lomas.


[14]

VISIÓN DE SEVILLA

¿Quién te verá, ciudad de manzanilla,

amorosa ciudad, la ciudad más esbelta,

que encima de una torre llevas puesto: Sevilla?

Dolor a rienda suelta:

la ciudad de cristal se empaña, cruje.

Un tormentoso toro da una vuelta

al horizonte y al silencio, y muge.

Detrás del toro, al borde de su ruina,

la ciudad que viviera

bajo una cabellera de mujer soleada,

sobre una perfumada cabellera,

la ciudad cristalina

yace pisoteada.

Una bota terrible de alemanes poblada

hunde su marca en el jazmín ligero,

pesa sobre el naranjo aleteante:

y pesa y hunde su talón grosero

un general de vino desgarrado,

de lengua pegajosa y vacilante,

de bigotes de alambre groseramente astado.

Mirad, oíd: mordiscos en las rejas,

cepos contra las manos,

horrores reluciendo por las cejas,

luto en las azoteas, muerte en los sevillanos.

Cólera contenida por los gestos,

carne despedazada ante la soga,

y lágrimas ocultas en los tiestos,

en las roncas guitarras donde un pueblo se ahoga.

Un clamor de oprimidos,

de huesos que exaspera la cadena,

de tendones talados, demolidos

por un cuchillo siervo de una hiena.

Se nubló la azucena,

la airosa maravilla:

patíbulos y cárceles degüellan los gemidos,

la juventud, el aire de Sevilla.

Amordazado el ruiseñor, desierto

el arrayán, el día deshonrado,

tembloroso el cancel, el patio muerto

y el surtidor, en medio, degollado.

¿Qué son las sevillanas

de claridad radiante y penumbrosa?

Mantillas mustias, mustias porcelanas

violadas a la orilla de la fosa.

Con angustia y claveles oprime sus ventanas

la población de abril. La cal se altera

eclipsada con rojo zumo humano.

Guadalquivir, Guadalquivir, espera:

¡no te lleves a tanto sevillano!

A la ciudad del toro solo va el buey sombrío,

en la ciudad de mayo solo hay grises inviernos,

en la ciudad del río

solo hay podrida sangre que resbala:

solo hay innobles cuernos

en la ciudad del ala.

Espadas impotentes y borrachas,

junto a bueyes borrachos,

se arrastran por la eterna ciudad de las muchachas,

por la airosa ciudad de los muchachos.

¿Quién te verá, ciudad de manzanilla,

amorosa ciudad, la ciudad más esbelta,

que encima de una torre lleva puesto: Sevilla?

Yo te veré: vendré desde Castilla,

vengo desde la tierra castellana,

llego a la Andalucía olivarera,

llamado por la sangre sevillana

fundida ya en claveles por esta primavera.

Vengo con una ráfaga guerrera

de jinetes y potros populares,

que están cavando al monstruo la agonía

entre cortijos, torres y olivares.

Avanza, Andalucía,

a Sevilla, y desgarra las criminales botas:

que el pueblo sevillano recobre su alegría

entre un estruendo de botellas rotas.


[15]

CENICIENTO MUSSOLINI

Ven a Guadalajara, dictador de cadenas,

carcelaria mandíbula de canto:

verás la retirada miedosa de tus hienas,

verás el apogeo del espanto.

Rumorosa provincia de colmenas,

la patria del panal estremecido,

la dulce Alcarria, amarga como el llanto,

amarga te ha sabido.

Ven y verás, mortífero bandido,

ruedas de tus cañones,

banderas de tu ejército, carne de tus soldados,

huesos de tus legiones,

trajes y corazones destrozados.

Una extensión de muertos humeantes:

muertos que humean ante la colina,

muertos bajo la nieve,

muertos sobre los páramos gigantes,

muertos junto a la encina,

muertos dentro del agua que les llueve.

Sangre que no se mueve

de convertida en hielo.

Vuela sin pluma un ala numerosa,

roja y audaz, que abarca todo el cielo

y abre a cada italiano la explosión de una fosa.

Un titánico vuelo

de aeroplanos de España

te vence, te tritura,

ansiosa telaraña,

con su majestuosa dentadura.

Ven y verás sobre la gleba oscura

alzarse como fósforo glorioso,

sobreponerse al hambre, levantarse del barro,

desprenderse del barro con emoción y brío

vívidas esculturas sin reposo,

españoles del bronce más bizarro,

con el cabello blanco de rocío.

Los verás rebelarse contra el frío,

de no beber la boca dilatada,

mas vencida la sed con la sonrisa;

de no dormir extensa la mirada,

y destrozada a tiros la camisa.

Manda plomo y acero

en grandes emisiones combativas,

con esa voluntad de carnicero

digna de que la entierren las más sucias salivas.

Agota las riquezas italianas,

la cantidad preciosa de sus seres,

deja exhaustas sus minas, sin nadie sus ventanas,

desiertos sus arados y mudos sus talleres.

Enviuda y desangra sus mujeres:

nada podrás contra este pueblo mío,

tan sólido y tan alto de cabeza,

que hasta sobre la muerte mueve su poderío,

que hasta del junco saca fortaleza.

Pueblo de Italia, un hombre te destroza:

repudia su dictamen con un gesto infinito.

Sangre unánime viertes que ni roza,

ni da en su corazón de teatro y granito.

Tus muertos callan clamorosamente

y te indican un grito

liberador, valiente.

Dictador de patíbulos, morirás bajo el diente

de tu pueblo y de miles.

Ya tus mismos cañones van contra tus soldados,

y alargan hacia ti su hierro los fusiles

que contra España tienes vomitados.

Tus muertos a escupirnos se levanten:

a escupirnos el alma se levanten los nuestros

de no lograr que nuestros vivos canten

la destrucción de tantos eslabones siniestros.


[16]

LAS MANOS

Dos especies de manos se enfrentan en la vida,

brotan del corazón, irrumpen por los brazos,

saltan, y desembocan sobre la luz herida

a golpes, a zarpazos.

La mano es la herramienta del alma, su mensaje,

y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.

Alzad, moved las manos en un gran oleaje,

hombres de mi simiente.

Ante la aurora veo surgir las manos puras

de los trabajadores terrestres y marinos,

como una primavera de alegres dentaduras,

de dedos matutinos.

Endurecidamente pobladas de sudores,

retumbantes las venas desde las uñas rotas,

constelan los espacios de andamios y clamores,

relámpagos y gotas.

Conducen herrerías, azadas y telares,

muerden metales, montes, raptan hachas, encinas,

y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares

fábricas, pueblos, minas.

Estas sonoras manos oscuras y lucientes

las reviste una piel de invencible corteza,

y son inagotables y generosas fuentes

de vida y de riqueza.

Como si con los astros el polvo peleara,

como si los planetas lucharan con gusanos,

la especie de las manos trabajadora y clara

lucha con otras manos.

Feroces y reunidas en un bando sangriento,

avanzan al hundirse los cielos vespertinos

unas manos de hueso lívido y avariento,

paisaje de asesinos.

No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,

mudamente aletean, se ciernen, se propagan.

Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,

y blandas de ocio vagan.

Empuñan crucifijos y acaparan tesoros

que a nadie corresponden sino a quien los labora,

y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros

caudales de la aurora.

Orgullo de puñales, arma de bombardeos

con un cáliz, un crimen y un muerto en cada uña:

ejecutoras pálidas de los negros deseos

que la avaricia empuña.

¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden

al agua y la deshonran, enrojecen y estragan?

Nadie lavará manos que en el puñal se encienden

y en el amor se apagan.

Las laboriosas manos de los trabajadores

caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas.

Y las verán cortadas tantos explotadores

en sus mismas rodillas.


[17]

EL SUDOR

En el mar halla el agua su paraíso ansiado

y el sudor su horizonte, su fragor, su plumaje.

El sudor es un árbol desbordante y salado,

un voraz oleaje.

Llega desde la edad del mundo más remota

a ofrecer a la tierra su copa sacudida,

a sustentar la sed y la sal gota a gota,

a iluminar la vida.

Hijo del movimiento, primo del sol, hermano

de la lágrima, deja rodando por las eras,


del abril al octubre, del invierno al verano,

áureas enredaderas.

Cuando los campesinos van por la madrugada

a favor de la esteva removiendo el reposo,

se visten una blusa silenciosa y dorada

de sudor silencioso.

Vestidura de oro de los trabajadores,

adorno de las manos como de las pupilas.

Por la atmósfera esparce sus fecundos olores

una lluvia de axilas.

El sabor de la tierra se enriquece y madura:

caen los copos del llanto laborioso y oliente,

maná de los varones y de la agricultura,

bebida de mi frente.

Los que no habéis sudado jamás, los que andáis yertos

en el ocio sin brazos, sin música, sin poros,

no usaréis la corona de los poros abiertos

ni el poder de los toros.

Viviréis maloliendo, moriréis apagados:

la encendida hermosura reside en los talones

de los cuerpos que mueven sus miembros trabajados

como constelaciones.

Entregad al trabajo, compañeros, las frentes:

que el sudor, con su espada de sabrosos cristales,

con sus lentos diluvios, os hará transparentes,

venturosos, iguales.


[18]

JURAMENTO DE LA ALEGRÍA

Sobre la roja España blanca y roja,

blanca y fosforescente,

una historia de polvo se deshoja,

irrumpe un sol unánime, batiente.


Es un pleno de abriles,

una primaveral caballería,

que inunda de galopes los perfiles

de España: es el ejército del sol, de la alegría.

Desaparece la tristeza, el día

devorador, el marchitado tallo,

cuando, avasalladora llamarada,

galopa la alegría en un caballo

igual que una bandera desbocada.

A su paso se paran los relojes,

las abejas, los niños se alborotan,

los vientres son más fértiles, más profusas las trojes,

saltan las piedras, los lagartos trotan.

Se hacen las carreteras de diamantes,

el horizonte lo perturban mieses

y otras visiones relampagueantes,

y se sienten felices los cipreses.

Avanza la alegría derrumbando montañas

y las bocas avanzan como escudos.

Se levanta la risa, se caen las telarañas

ante el chorro potente de los dientes desnudos.

La alegría es un huerto del corazón con mares

que a los hombres invaden de rugidos,

que a las mujeres muerden de collares

y a la piel de relámpagos transidos.

Alegraos por fin los carcomidos,

los desplomados bajo la tristeza:

salid de los vivientes ataúdes,

sacad de entre las piernas la cabeza,

caed en la alegría como grandes taludes.

Alegres animales,

la cabra, el gamo, el potro, las yeguadas,

se desposan delante de los hombres contentos.

Y paren las mujeres lanzando carcajadas,

desplegando en su carne firmamentos.

Todo son jubilosos juramentos.

Cigarras, viñas, gallos incendiados,

los árboles del Sur: naranjos y nopales,

higueras y palmeras y granados,

y encima el mediodía curtiendo cereales.

Se despedaza el agua en los zarzales:

las lágrimas no arrasan,

no duelen las espinas ni las flechas.

Y se grita ¡Salud! a todos los que pasan

con la boca anegada de cosechas.

Tiene el mundo otra cara. Se acerca lo remoto

en una muchedumbre de bocas y de brazos.

Se ve la muerte como un mueble roto,

como una blanca silla hecha pedazos.

Salí del llanto, me encontré en España,

en una plaza de hombres de fuego imperativo.

Supe que la tristeza corrompe, enturbia, daña...

Me alegré seriamente lo mismo que el olivo.


[19]

PRIMERO DE MAYO DE 1937

No sé qué sepultada artillería

dispara desde abajo los claveles,

ni qué caballería

cruza tronando y hace que huelan los laureles.

Sementales corceles,

toros emocionados,

como una fundición de bronce y hierro,

surgen tras una crin de todos lados,

tras un rendido y pálido cencerro.

Mayo los animales pone airados:

la guerra más se aíra,

y detrás de las armas los arados

braman, hierven las flores, el sol gira.


Hasta el cadáver secular delira.

Los trabajos de mayo:

escala su cenit la agricultura.

Aparece la hoz igual que un rayo

inacabable en una mano oscura.

A pesar de la guerra delirante,

no amordazan los picos sus canciones,

y el rosal da su olor emocionante

porque el rosal no teme a los cañones.

Mayo es hoy más colérico y potente:

lo alimenta la sangre derramada,

la juventud que convirtió en torrente

su ejecución de lumbre entrelazada.

Deseo a España un mayo ejecutivo,

vestido con la eterna plenitud de la era.

El primer árbol es su abierto olivo

y no va a ser su sangre la postrera.

La España que hoy no se ara, se arará toda entera.


[20]

EL INCENDIO

Europa se ha prendido, se ha incendiado:

de Rusia a España va, de extremo a extremo,

el incendio que lleva enarbolado,

con un furor, un ímpetu supremo.

Cabalgan sus hogueras,

trota su lumbre arrolladoramente,

arroja sus flotantes y cálidas banderas,

sus victoriosas llamas sobre el triste occidente.

Purifica, penetra en las ciudades,

alumbra, sopla, da en los rascacielos,

empuja las estatuas, muerde, aventa:

arden inmensidades

de edificios podridos como leves pañuelos,

cesa la noche, el día se acrecienta.

Cruza una gran tormenta

de aeroplanos y anhelos.

Se propaga la sombra de Lenin, se propaga,

avanza enrojecida por los hielos,

inunda estepas, salta serranías,

recoge, cierra, besa toda llaga,

aplasta las miserias y las melancolías.

Es como un sol que eclipsa las tinieblas lunares,

es como un corazón que se extiende y absorbe,

que se despliega igual que el coral de los mares

en bandadas de sangre a todo el orbe.

Es un olor que alegra los olfatos

y una canción que halla sus ecos en las minas.

España suena llena de retratos

de Lenin entre hogueras matutinas.

Bajo un diluvio de hombres extinguidos,

España se defiende

con un soldado ardiendo de toda podredumbre.

Y por los Pirineos ofendidos

alza sus llamas, sus hogueras tiende

para estrechar con Rusia los cercos de la lumbre.


[21]

CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO

He poblado tu vientre de amor y sementera,

he prolongado el eco de sangre a que respondo

y espero sobre el surco como el arado espera:

he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,

esposa de mi piel, gran trago de mi vida,

tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos

de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,

temo que te me rompas al más leve tropiezo,

y a reforzar tus venas con mi piel de soldado

fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,

te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.

Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,

ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,

sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa

te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho

hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa

mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,

te acercas hacia mí como una boca inmensa

de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:

aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,

y defiendo tu vientre de pobre que me espera,

y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,

envuelto en un clamor de victoria y guitarras,

y dejaré a tu puerta mi vida de soldado

sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.

Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,

y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo

cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,

y tu implacable boca de labios indomables,

y ante mi soledad de explosiones y brechas

recorres un camino de besos implacables.


Para el hijo será la paz que estoy forjando.

Y al fin en un océano de irremediables huesos

tu corazón y el mío naufragarán, quedando

una mujer y un hombre gastados por los besos.


[22]

CAMPESINO DE ESPAÑA

Traspasada por junio,

por España y la sangre,

se levanta mi lengua

con clamor a llamarte.

Campesino que mueres,

campesino que yaces

en la tierra que siente

no tragar alemanes,

no morder italianos:

español que te abates

con la nuca marcada

por un yugo infamante,

que traicionas al pueblo

defensor de los panes:

campesino, despierta,

español, que no es tarde.

Calabozos y hierros,

calabozos y cárceles,

desventuras, presidios,

atropellos y hambres,

eso estás defendiendo,

no otra cosa más grande.

Perdición de tus hijos,

maldición de tus padres,

que doblegas tus huesos

al verdugo sangrante,

que deshonras tu trigo,

que tu tierra deshaces,


campesino, despierta,

español, que no es tarde.

Retroceden al hoyo

que se cierra y se abre,

por la fuerza del pueblo

forjador de verdades,

escuadrones del crimen,

corazones brutales,

dictadores de polvo,

soberanos voraces.

Con la prisa del fuego,

en un mágico avance,

un ejército férreo

que cosecha gigantes

los arrastra hasta el polvo,

hasta el polvo los barre.

No hay quien sitie la vida,

no hay quien cerque la sangre

cuando empuña sus alas

y las clava en el aire.

La alegría y la fuerza

de estos músculos parte

como un hondo y sonoro

manantial de volcanes.

Vencedores seremos,

porque somos titanes

sonriendo a las balas

y gritando: ¡Adelante!

La salud de los trigos

solo aquí huele y arde.

De la muerte y la muerte

sois: de nadie y de nadie.

De la vida nosotros,

del sabor de los árboles.

Victoriosos saldremos

de las fúnebres fauces,

remontándonos libres

sobre tantos plumajes,

dominantes las frentes,

el mirar dominante,

y vosotros vencidos

como aquellos cadáveres.

Campesino, despierta,

español, que no es tarde.

A este lado de España

esperamos que pases:

que tu tierra y tu cuerpo

la invasión no se trague.


[23]

PASIONARIA

Moriré como el pájaro: cantando,

penetrado de pluma y entereza,

sobre la duradera claridad de las cosas.

Cantando ha de cogerme el hoyo blando,

tendida el alma, vuelta la cabeza

hacia las hermosuras más hermosas.

Una mujer que es una estepa sola

habitada de aceros y criaturas,

sube de espuma y atraviesa de ola

por este municipio de hermosuras.

Dan ganas de besar los pies y la sonrisa

a esta herida española,

y aquel gesto que lleva de nación enlutada,

y aquella tierra que de pronto pisa

como si contuviera la tierra en la pisada.

Fuego la enciende, fuego la alimenta:

fuego que crece, quema y apasiona

desde el almendro en flor de su osamenta.


A sus pies, la ceniza más helada se encona.

Vasca de generosos yacimientos:

encina, piedra, vida, hierba noble,

naciste para dar dirección a los vientos,

naciste para ser esposa de algún roble.

Solo los montes pueden sostenerte

grabada estás en tronco sensitivo,

esculpida en el sol de los viñedos.

El minero descubre por oírte y por verte

las sordas galerías del mineral cautivo,

y a través de la tierra las lleva hasta tus dedos.

Tus dedos y tus uñas fulgen como carbones,

amenazando fuego hasta a los astros

porque en mitad de la palabra pones

una sangre que deja fósforo entre sus rastros.

Claman tus brazos que hacen hasta espuma

al chocar contra el viento:

se desbordan tu pecho y tus arterias

porque tanta maleza se consuma,

porque tanto tormento,

porque tantas miserias.

Los herreros te cantan al son de la herrería,

Pasionaria el pastor escribe en la cayada

y el pescador a besos te dibuja en las velas.

Oscuro el mediodía,

la mujer redimida y agrandada,

naufragadas y heridas las gacelas

se reconocen al fulgor que envía

tu voz incandescente, manantial de candelas.

Quemando con el fuego de la cal abrasada,

hablando con la boca de los pozos mineros,

mujer, España, madre en infinito,

eres capaz de producir luceros,

eres capaz de arder de un solo grito.

Pierden maldad y sombra tigres y carceleros.

Por tu voz habla España la de las cordilleras,

la de los brazos pobres y explotados,

crecen los héroes llenos de palmeras

y mueren saludándote pilotos y soldados.

Oyéndote batir como cubierta

de meridianos, yunques y cigarras,

el varón español sale a su puerta

a sufrir recorriendo llanuras de guitarras.

Ardiendo quedarás enardecida

sobre el arco nublado del olvido,

sobre el tiempo que teme sobrepasar tu vida

y toca como un ciego, bajo un puente

de ceño envejecido,

un violín lastimado e impotente.

Tu cincelada fuerza lucirá eternamente,

fogosamente plena de destellos.

Y aquel que de la cárcel fue mordido

terminará su llanto en tus cabellos.


[24]

EUZKADI

Italia y Alemania dilataron sus velas

de lodo carcomido,

agruparon, sembraron sus luctuosas telas,

lanzaron las arañas más negras de su nido.

Contra España cayeron y España no ha caído.

España no es un grano,

ni una ciudad, ni dos, ni tres ciudades.

España no se abarca con la mano

que arroja en su terreno puñados de crueldades.


Al mar no se lo tragan los barcos invasores,

mientras existe un árbol el bosque no se pierde,

una pared perdura sobre un solo ladrillo.

España se defiende de reveses traidores,

y avanza, y lucha, y muerde

mientras le quede un hombre de pie como un cuchillo.

Si no se pierde todo no se ha perdido nada.

En tanto aliente un español con ira

fulgurante de espada,

¿se perderá? ¡Mentira!

Mirad, no lo contrario que sucede,

sino lo favorable que promete el futuro,

los anchos porvenires que allá se bambolean.

El acero no cede,

el bronce sigue en su color y duro,

la piedra no se ablanda por más que la golpean.

No nos queda un varón, sino millones,

ni un corazón que canta:¡soy un muro!,

que es una inmensidad de corazones.

En Euzkadi han caído no sé cuántos leones

y una ciudad por la invasión deshechos.

Su soplo de silencio nos anima,

y su valor redobla en nuestros pechos

atravesando España por debajo y encima.

No se debe llorar, que no es la hora,

hombres en cuya piel se transparenta

la libertad del mar trabajadora.

Quien se para a llorar, quien se lamenta

contra la piedra hostil del desaliento,

quien se pone a otra cosa que no sea el combate,

no será un vencedor, será un vencido lento.

Español, al rescate

de todo lo perdido.

¡Venceré! has de gritar sobre cada momento

para no ser vencido.

Si fuera un grano lo que nos quedara,

España salvaremos con un grano.

La victoria es un fuego que alumbra nuestra cara

desde un remoto monte cada vez más cercano.


[25]

FUERZA DEL MANZANARES

La voz del bronce no hay quien la estrangule:

mi voz de bronce no hay quien la corrompa.

No puede ser ni que el silencio anule

su soplo ejecutivo de pasión y de trompa.

Con esta voz templada al fuego vivo,

amasada en un bronce de pesares,

salgo a la puerta eterna del olivo,

y dejo dicho entre los olivares...

El río Manzanares,

un traje inexpugnable de soldado

tejido por la bala y la ribera,

sobre su adolescencia de juncos ha colgado.

Hoy es un río y antes no lo era:

era una gota de metal mezquino,

un arenal apenas transitado,

sin gloria y sin destino.

Hoy es una trinchera

de agua que no reduce nadie, nada,

tan relampagueante que parece

en la carne del mismo sol cavada.

El leve Manzanares se merece

ser mar entre los mares.

Al mar, al tiempo, al sol, a este río que crece,

jamás podrás herirlos por más que les dispares.

Tus aguas de pequeña muchedumbre,

ay río de Madrid, yo he defendido,

y la ciudad que al lado es una cumbre

de diamante agresor y esclarecido.

Cansado acaso, pero no vencido,

sale de sus jornadas el soldado.

En la boca le canta una cigarra

y otra heroica cigarra en el costado.

¿Adónde fue el colmillo con la garra?

La hiena no ha pasado

a donde más quería.

Madrid sigue en su puesto ante la hiena,

con su altura de día.

Una torre de arena

ante Madrid y el río se derrumba.

En todas las paredes está escrito:

Madrid será tu tumba.

Y alguien cavó ya el hoyo de este grito.

Al río Manzanares lo hace crecer la vena

que no se agota nunca y enriquece.

A fuerza de batallas y embestidas,

crece el río que crece

bajo los afluentes que forman las heridas.

Camino de ser mar va el Manzanares:

rojo y cálido avanza

a regar, además del Tajo y de los mares,

donde late un obrero de esperanza.

Madrid, por él regado, se abalanza

detrás de sus balcones y congojas,

grabado en un rubí de lontananza

con las paredes cada vez más rojas.

Chopos que a los soldados

levantan monumentos vegetales,

un resplandor de huesos liberados

lanzan alegremente sobre los hospitales.

El alma de Madrid inunda las naciones,

el Manzanares llega triunfante al infinito,

pasa como la historia sonando sus renglones,

y en el sabor del tiempo queda escrito.