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Virtudes del indio

Juan de Palafox y Mendoza



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ArribaAbajo Vida interior

Por don Juan de Palafox y Mendoza


  —I→  

ArribaAbajoCapítulo I

De los motivos y razones que ha tenido este pecador para escribir estas Confesiones y memorial de miserias y misericordias


El primero y principal motivo y razón que ha tenido, es la gloria de Dios, y que se vea lo que resplandece su bondad, que tanto sufre, perdona, ayuda y ampara a sus criaturas y aun a las que le desobligan y ofenden gravísimamente, como este pecador, y que con este ejemplo, como con otros, amen, sigan, sirvan y adoren a tan buen Señor y nunca jamás le ofendan.

El segundo: porque habiéndolo consultado con sus Confesores, lo juzgaron por útil y conveniente; pues no se había de publicar viviendo este pobre pecador, ni después, sino ignorándose el nombre, y ocultando cuanto se pudiere la noticia del sujeto.

  —II→  

El tercero: para tener presente este pecador sus miserias y llorarlas, y que no cese de llorar tanto pecar, y de alabar tal perdonar.

El cuarto: para que leyendo esto algunas veces, viva entre el temor y esperanza. Temor, viendo sus propias miserias; esperanzas en tan repetidas y tan grandes misericordias, y por estas y con estas despierte el agradecimiento y el amor hasta morir de amor y de dolor: de dolor de haber ofendido a tal bondad, y de amor a tal misericordia y caridad.

El quinto: porque habiendo pedido a Dios luz, sobre si lo escribiría, y dudándolo, ha sentido siempre en su corazón repetidas veces, y voces con claras locuciones (en cuanto alcanza) que le decían por vía de inspiración estas palabras: ¿Por qué no escribes mis misericordias y tus miserias? Y otras veces: No las dejes de escribir, que me enojaré. Y comunicando esto a los confesores, han sido de parecer que las escribiese.



  —III→  

ArribaAbajoCapítulo II

De los cargos generales que Dios puede hacer a este pecador


A los cargos generales y particulares que Dios puede hacer a este pecador: Quis respondebil ei unum pro mille?

Lo crió, pudiendo dejarlo en el abismo de la nada.

Lo crió racional, pudiéndolo criar irracional y bruto.

Lo crió en tierra de cristianos, pudiéndolo criar en la de bárbaros e idólatras.

Lo crió en tierra de católicos, pudiéndolo criar en la de herejes.

Lo sacó a que gozase de estos bienes de naturaleza y gracia, pudiendo hacerle abortivo. Criolo hijos de padres nobles, pudiéndolo criar hijo de infames.

  —IV→  

Últimamente, le hizo el mayor beneficio con el bautismo, haciéndole hijo de su Católica Iglesia, y de su gracia y por su gracia heredero de la gloria.



  —V→  

ArribaAbajoCapítulo III

De los beneficios particulares que Dios hizo a este pecador en su infancia, antes de nacer y luego después de haber nacido


Los beneficios y cargos del capítulo antecedente son comunes a muchos, aunque no por eso menores, ni menos dignos de reconocerlos y servirlos a Dios; pero los que se siguen los ha hecho Dios a solo él, o a muy raros como a él.

Lo primero: antes de nacer, siendo hijo del delito, por serlo fuera del matrimonio, permitió Dios que concibiese, o conociese la culpa misericordia; esto es, que a vista de la ofensa resplandeciese el perdón y la defensa; y de aquella masa infama fuese animada de una alma criada a semejanza de Dios, y después amparada y defendida de los que la perseguían.

Lo segundo: procurando su madre (según ha llegado a entender por persona que asistió cerca   —VI→   del mismo suceso) cubrir los delitos de su honor con otro mayor exceso, defendió Dios aquella inocente criatura, antes perseguida que nacida, poniendo sobre ella la mano de su piedad, para que no fuese sepultura su misma conservación; y su muerte el origen de su vida, y en los primeros movimientos del vivir la defendió, que no llegase a morir.

Lo tercero: naciendo ya aborrecido este niño entre infinitos peligros, fue recibido como enemigo de todos por el riesgo que padecían los que por no haberlo podido perder, o desaparecer, lo ayudaron a nacer, puesto en una cesta (puede ser que lo tuvieran por muerto) arrojando sobre ella muchos lienzos para cubrir el delito, lo dejaron algún tiempo en el campo escondido entre unas hierbas, hasta que después lo llevaron a arrojar a un río cerca de allí.

Lo cuarto: un venerable viejo de aquella tierra1, viendo llevar la cesta, preguntó a la criada qué llevaba. Turbose, y de la turbación nació en ella el cuidado y en el viejo el deseo de reconocerlo. Halló vivo al que tenían por muerto; pasolo del río a una casa, bautizole y criolo. Poco después, ya de orden de su madre (por estar su padre ausente de allí) cuidó de él;   —VII→   la cual, libre de los peligros del honor y de la vida, comenzó a amar (aunque sin poderlo ver, por estar tan retirado) al que antes de nacer, siendo parte de sí misma, comenzaba a aborrecer.

Lo quinto: habiendo nacido este niño, afeado y lastimado de las tribulaciones que padeció, perseguido antes de nacer y al nacer, y después de haber nacido; así como recibió el agua del bautismo, cobró gracia y hermosura espiritual y corporal, y con esta última (que fuera mucho mejor la primera) vivió en todas las edades.

Lo sexto: tocó Dios el corazón de su madre con tal centella de dolor y contrición, que poco tiempo de flaca (habiendo sido hasta entonces muy virtuosa y honesta), castigó con treinta años de una vida muy penitente; dejando el mundo y muchos bienes de fortuna, y a sus padres y deudos; y se entró religiosa, y fue prelada diversas veces, y fundadora en aquella santa y áspera recolección; y vivió y murió con singular ejemplo, espíritu y penitencia.



  —VIII→  

ArribaAbajoCapítulo IV

De otras misericordias que obró Dios con este pecador hasta que lo conoció su padre y comienzan sus miserias


Después de estas misericordias, hasta la edad de diez años, que fue reconocido de su padre manifiestamente (aunque antes secretamente se corría a los que lo criaban), le hizo Dios los siguientes beneficios.

El primero: así como recibió el agua del Bautismo (como está dicho), habiendo salido del vientre de su madre, y después por los otros accidentes casi muerto, cobró salud sin otro remedio alguno.

El segundo: habiéndole dado a criar, a pocos meses pareció preñada el ama; y habiendo cobrado aquel viejo venerable, que de él cuidaba, porque ya se iba muriendo, no hallando quien le diese leche, desde los nueve meses (que solos   —IX→   ellos mamó) lo sustentaron con cosas líquidas, y pan con vino, y en creciendo a tres años aborreció el vino, y en cerca de sesenta no lo bebió jamás.

El tercero: criole pobre, porque lo era quien lo criaba, y siendo un poco mayor iba a guardar tres o cuatro ovejas de su padre putativo, y así pasó aprendiendo también los primeros rudimentos de las letras y de la Fe.

El cuarto: diole Dios gracia con todos, y lo amaban, y era generalmente agradable.

El quinto: diole entrañas pías, y más para los pobres; y de menos de siete años, hallando un niño desamparado fuera del lugar, lloviendo, lo trajo sobre sus hombros, para que no padeciese.

El sexto: con darle Dios tan buenas inclinaciones, con todo eso de muy peca edad (que le parece llegaría a seis años) ya comenzaba la malicia a obrar en él; y antes de rayarle la razón, no se atreverá asegurar, que dejase de ofender a Dios. ¡Oh dolor mayor, que todo dolor! ¡Que se anticipe a la razón la culpa, y la sinrazón!

El séptimo: estando en esta pobreza y miseria, puso Dios en el corazón a su padre natural, para que lo conociese y diese estudio, y amase mucho; pero él obraba con poca inclinación a las letras, y sólo por el temor, declinando y negándose   —X→   a lo bueno, y abrazando y abrazado de lo malo.

El octavo: viendo a este niño con otros, que estudiaban, un Obispo muy santo, y que hizo algunos milagros, confesor de Santa Teresa de Jesús, le apartó y entró en no aposento, y le dijo, que había de ser dichoso, con una grande exclamación, diciendo: ¡Oh, qué buena ventura tendrás, niño!

El noveno: crecía en la edad y se iba torciendo en las inclinaciones; y ya gravemente iba ofendiendo a su Creador; y aunque obraba con color de vergüenza en lo exterior, pero sin cuidado de limpieza de su alma en lo interior; sólo que se confesaba frecuentemente, y nunca le parece que calló pecado alguno.

El décimo: tenía una tía religiosa y muy Santa, y que hizo Dios por ella algunos milagros, y está escrita su vida en las Crónicas de su Orden. Esta siempre que veía a este niño le decía, que fuese muy devoto de San Pedro, y que no le dejase de rezarle cada día un Pater noster y un Ave María, y así creo que lo hacía siempre, aunque no se acuerda bien.

El undécimo: de esta suerte, con una exterior modestia y composición (pero sin el debido conocimiento de Dios), creciendo en él las pasiones con la edad, contenido sólo de la vergüenza, incurrió   —XI→   en diversas culpas graves, nacidas de diferentes pasiones. Y cayendo y levantando llegó a la edad de diecisiete años, habiendo estada en dos Universidades, aprovechando muy poco y perdiendo mucho tiempo (aunque tuvo siempre maestro dentro y fuera de su casa, por el gran cuidado que siempre tuvo su padre con su buena educación).



  —XII→  

ArribaAbajo Capítulo V

Obliga Dios con nuevos beneficios a este pecador, y él camina ingrato a su perdición de los dieciocho años a los veintiocho


Los cargos que Dios puede hacer justamente a este pecador, y él los reconoce, y adorando a su Creador y juez los confiesa y los teme (aunque esperando en su bondad, los adora), son los singulares y raros peligros de que lo libró en diversos tiempos. En este periodo de los dieciocho años a los veintiocho, que fueron tales, que quiebran el corazón, de que haya hombre tan fiero, tan inhumano, bárbaro y bruto, que se haya atrevido a ofender a tal bondad sobre tales beneficios: y asimismo el número grandísimo de culpas graves, y gravísimas, que este ingrato pecador, a vista de tales finezas, ingrata y bárbaramente cometió.

El primer beneficio fue, que habiéndole podido   —XIII→   Dios en todo el tiempo antecedente castigar y condenar por tantas ingratitudes, le perdonó y aguardó para que se arrepintiese.

El segundo: habiendo ido a una grande Universidad, le dio medios muy bastantes para salvarse, y en todo lo natural, honra, estimación, entendimiento y agrado; buenos maestros, lucimiento, y estimación en su casa y su familia; y él de todo hacía medios para perderse; y en una exterior apariencia (si no de virtud de decencia) era la misma flaqueza y una viva hipocresía. Y Dios a esto, perdonar y perdonar, aguardar y aguardar; y ya cayendo, como ya levantándose este miserable pecador, siempre flaco y pecador.

El tercero: perdió el tiempo, que después ha llorado; pues debiéndolo aprovechar, no aprovechaba, y malograba la hacienda y cuidado de su padre en su educación: y Dios sufrir y sufrir.

El cuarto: haberse dado, después que salió de la Universidad, a todo género de vicios, de entretenimiento, de deleite y desenfrenamiento de pasiones; de suerte, que llegó un año a no cumplir con la Iglesia. Y Dios lo sufría y aguardaba su enmienda: mas él porfiaba en perderse y condenarse.

El quinto: no tenía freno alguno en el pecar, ni en la ley de Dios, ni en lo que se debe amar su bondad, ni en 10 que se debe temer su justicia,   —XIV→   ni en las penas del infierno: y Dios lo aguardaba, llamaba y esperaba.

El sexto: estar expuesto a pecar y rendirse a solicitarlo, con tanto olvido de Dios, como si no fuera cristiano y hubiera de ser eterno; y todavía lo sufrió la Piedad, cuando clamaba justamente contra él la rectísima justicia.

El séptimo: llegar a írsele amortiguando la Fe con leer historias y sucesos de gentiles, y ser tan mala su vida, que todo lo del mundo le parecía grande y digno de estimación; mas lo de Dios y del cielo lo miraba tan lejos, que apenas lo divisaba: y Dios callaba y sufría.

El octavo: haber sido los pecados que cometió contra diversos Mandamientos, en su gravedad y en su substancia gravísimos, en tanto número, que fueron sobre las arenas de la mar: y todavía aguardaba la Piedad, y tenía atado el castigo, que pedía la justicia.

El noveno: entre esta mala vida, haberle Dios sustentado y defendido, para que no cayese en la última y mayor perdición; aunque parece que no podía ser esta mayor, pues obró tan mal a vista de los siguientes beneficios.



  —XV→  

ArribaAbajo Capítulo VI

De otros beneficios que Dios hizo deste pecador en estos diez años


El primer beneficio fue el no haberle arrebatado la muerte en el fervor de estas culpas y maldades tan repetidas y graves, y condenado al Infierno.

El segundo: haberle contenido y defendido para que no perdiese la Fe, que aunque de esto no fue tentado; pero perdida del todo la Caridad, anda arriesgada la Fe.

El tercero: haberle contenido para que entre tantos pecados y maldades, no perdiese el honor y estimación con los Superiores, para que ese freno le moderase y redujese del despeñadero al camino.

El cuarto: que andando envuelto en pasiones y culpas, lo dio ánimo clemente y amigo de perdonar,   —XVI→   y pudiendo vengarse (estando ofendido) perdonaba con gran gasto.

El quinto: que habiéndole querido matar a él un hombre noble, y poniéndole en el pensamiento el demonio, que era mejor que este pecador se anticipase a hacerle matar a él, le ayudó Dios para que no lo hiciese, ni ofendiese; ni por su orden, ni por su mano agravió a nadie en vida, hacienda, ni honra; aunque le imputaron que había excedido en esto, estando en ello inocente.

El sexto: que habiendo sido inclinado a las armas (aunque juzga de sí, que era más por abrazar en ellas la libertad para pecar, que por valor natural), persuadido su padre de un deudo y amigo suyo, que iba a gobernar en Flandes una de las mayores plazas de aquellos estados, que le entregase a este pecador y lo llevaría consigo, lo rehusó su padre, diciendo que quería que estudiase. Y después caminando este pecador a la Universidad, y este gran soldado a Flandes, por dos horas dejaron de concurrir en un lugar, y dijo después este gran soldado y caballero, que si hubiera concurrido, se lo hubiera llevado a Flandes consigo. Y este pecador se fuera sin duda alguna con él en la ocupación militar, y expuesto a tantas miserias y distraimientos, y tan grandes pasiones, se perdiera; y Dios por su bondad infinita le desvió este peligro.

  —XVII→  

El séptimo: haberle Dios, entre tantos vicios y pasiones, conservado el ánimo sin codicia; antes bien liberal, caritativo, y aficionado a hacer bien y amparar a los pobres y desvalidos, y a todo lo bueno que no ofendiese, y se encontrase con su propia voluntad, o con las pasiones que dominaban su alma.

El octavo: haberle conservado y dado ánimo recto de hacer justicia y razón, y de aprobar con el juicio (ya que no con las costumbres) lo bueno, y parecerle mal lo malo; y habiendo comenzado de veinte años a juzgar y gobernar en los lugares y villas de su padre, siempre obró (en cuanto alcanza) en el gobierno y judicatura, con dictamen de razón, de derecho y de verdad.

El noveno: haber conservado algunas devociones (aunque muy muertas y remisas) como la de oír misa, comúnmente en todos los días, el rosario de la Virgen, rezar alguna cosa cada día a San Juan Bautista y a San Pedro. Y si no es en cierto tiempo que mal acompañado con los de su calidad vivió más roto y desenfrenado, en todo el antecedente y siguiente, o lo enfrenaba la vergüenza, o sentía ofenderla llevado de sus pasiones.



  —XVIII→  

ArribaAbajoCapítulo VII

De los peligros que Dios libró a este pecador, avisos que le dio en medio de sus gravísimas culpas, y cargos que de esta se puede hacer


Los peligros de que Dios libró a este pecador por sola su bondad y misericordia hallándose deservido, y lo que es más, ofendido gravísimamente, librándole a un mismo tiempo, y con un mismo socorro, de la muerte temporal y de la eterna, por estar entonces (casi siempre que sucedió el hacerle este gran bien) en su desgracia (entre otros muchos que ignora), son los siguientes, que tenía siempre presentes para llorar de dolor de haber ofendido a tal Señor, y de amor de tales, tan grandes y tan repetidas misericordias.

Lo primero, habiendo salido una noche con su familia a bañarse al río, se apartó de los demás y se fue acercando por el agua hacia el raudal,   —XIX→   que le llevaba a un molino: él nunca supo nadar y perdió pie, porque estaba muy hondo. Íbanle llevando a ahogar, y sin saber quién, ni cómo, lo libraron (no habiendo allí persona alguna) y salió descolorido y espantado del peligro, e ignorando cómo lo sacaron de él.

El segundo: en otra ocasión andando a caballo al lado de un gran despeñadero, tropezó la mula, que iba a despeñarse en él, donde sin remedio habla de morir, y Dios por su bondad lo salvó de aquella muerte.

El tercero: en otra ocasión, andando por otro despeñadera (si bien entonces seguía pasos de espíritu y trabajaba en su ministerio) le sucedió lo mismo.

El cuarto: en otra ocasión, al pasar un río estuvo ya la mula rendida del raudal, y Dios la libró y no tenía remedio si cala por la fiereza del raudal.

El quinto: en otra ocasión, en medio del fervor de sus malas costumbres, le sucedió lo mismo pasando cerca de un río muy grande.

El sexto: ca cierto lugar, habiendo llegado a una casa dolido le tenían alojado, ignorando que una ventana muy alta no tenía antepecho, se fue a arrojar a obscuras por ella, creyendo que lo tenía; entonces iba con otro compañero, que lo era en sus travesuras; y sin saber por qué causa,   —XX→   se detuvieron, hasta que trajeron luz y huyeron su muerte y condenación en su peligro.

El séptimo: estando en otra casa escribiendo la traducción de la vida de cierto varón santísimo de la religión de Santo Domingo, llamado el B. Enrique Susón, cerca de una ventana muy alta lo llamaron, porque le querían hablar en las piezas de afuera; dijo que entrasen a dentro y luego le dio un movimiento de salir a fuera, y así como salió, cayó la ventana de madera, que se desencajó de los goznes o tornillos, y dio sobre la mesa y papeles que escribía. Y si se hubiera detenido, diera sobre su cabeza, donde era fuerza quedara muerto sin remedio.

El octavo: andando en sus travesuras soñó una noche que estaba en la Plaza, a donde solía acudir, y que caía un rayo del Cielo que lo iba a acabar y consumir, y que después un religioso dominico (que él juzgaba que era aquel varón Santo Enrique Susón) lo llevaba por unos claustros a su celda, y allí se confesaba generalmente. Y este pecador lo hacía con grandes lágrimas y llorando, y bañado en ellas despertó; pero él porfiaba en cometer despierto las mismas culpas, que confesaba dormido.

El noveno: habiendo muerto su padre, a cuarenta leguas donde este pecador se hallaba, sintió un día a las tres de la mañana sobre sí un   —XXI→   grande peso y oyó que tres veces le llamaron por su nombre: Juan, Juan, Juan, y las tuvo por voces de su padre, y temiendo no fuese muerto, preguntó por vana curiosidad por la salud de su padre a un astrólogo que decían que adivinaba lo ausente (aunque este pecador burlaba de ello) y le dijo que estaba bueno su padre, y aquella misma noche, que oyó estas voces, había muerto a cuarenta leguas de donde esto sucedió: dándole Dios este aviso; o para que se enmendase, o para que rogase por su padre, o para que le imitase en las virtudes, que fueron grandes. Pues siendo señor de estado y título, fue templadísimo en todo y nadie le vio desnudo, y se levantaba a las tres de la mañana a rezar el Oficio y devociones de su orden militar de Santiago (de que era Comendador) y no dejaba de comulgar cuando su iglesia lo ordenaba, y otras muchas veces al año, y trató bien a sus vasallos y en todo fue muy ajustado y virtuoso.

El décimo: prosiguiendo este pecador en sus vicios, estando una noche a la puerta de su casa descuidado, lo quisieron tirar de arcabuzazos unos hombres que le aborrecían, y estando ya para hacerlo, otro de los que allí estaban, los persuadió que lo dejasen, y así escapó de la muerte temporal y de la eterna.

El undécimo: en otra ocasión también le buscaron   —XXII→   para matarle y Dios deshizo este peligro como el otro.

El duodécimo: en otra ocasión, víspera de San Pedro Apóstol, teniendo cargadas unas pistolas con que andaba de noche en sus travesuras, teníalas sobre un bufete, en el cual estaba doblado un lienzo de la Transfiguración (que lo había de hacer poner en un marco), y debajo de este lienzo había una mano de papel y al lado una vela encendida sobre una bujía; fue a tomar la pistola, que estaba cargada con odio postas y no juzgó que tenía el gatillo levantado, y al tomarla e irla a poner en la cinta para salirse de casa, se disparó, estando la boca del cañón hacia su pecho, dio toda la munición hacia este pecador derechamente a despechos de su cuerpo y escondió el papel y apagó la luz, y con el lienzo le dio en el pecho y derribó en tierra y creyó ser muerto. Trajeron luz, vio que no estaba herido, buscó las balas y halló que las había recibido todas el lienzo de la Transfiguración que estaba interpuesto entre la pistola y su cuerpo, y habiendo pasado todas las dobladuras, que eran siete, quedaron sin penetrar a la última. Y con haber recibido este pecador una misericordia tan patente, con todo eso, como si fuera, de bronce su corazón (¡oh loca juventud, oh pasiones fieras y desenfrenadas!) volvió a cargar la pistola y tomó   —XXIII→   otra y salió a perseverar y proseguir en una tan perdida y desbaratada vida.

El decimotercero: en otra ocasión, después que conoció a Dios, lo buscaron para matarle, y habiéndolo hecho, les quitó Dios del pensamiento esta determinación.

El decimocuarto: en otra, habiendo dado bastante ocasión a una persona para matarle, y teniéndole enojado y ofendido, y él con armas y este pecador sin ellas, le perdonó y le libró Dios de la vida y muerte eterna.

El decimoquinto: habiendo entrado diversas veces donde había una víbora de picadura mortal sin remedio, no le ofendió. Y de este género de peligros ha tenido hartos parecidos a este.

El decimosexto: en otra ocasión navegando, estando pensando cosas (aunque no malas, pero bien ajenas de su ministerio), dio un golpe de mar en la misma popa donde estaba y rompió las tablas del navío que caía hacia aquella parte, y entró el agua hasta donde estaba y le atemorizó de suerte (porque era la media noche) que el golpe, la confusión y el peligro pudo serle aviso de lo quo convenía ajustar los pensamientos y proporcionarlos (aunque no sean positivamente malos sino vanos) con la calidad de los oficios que sirve el que fuero sacerdote.



  —XXIV→  

ArribaAbajo Capítulo VIII

De otros beneficios de bienes de fortuna que Dios hizo a este pecador, y cargos que le puede hacer por ellos


Otras misericordias hizo Dios a este pecador; de esto que llaman fortuna, que no es sino providencia, ordenación o permisión de Dios, que debieran haberle abierto los ojos por lo humano, ya que era tan torpe y ciego que no los abría para lo bueno y divino.

Lo primero: hallándose por su indignidad sin las partes necesarias para subir ni ascender a puestos grandes, hizo Dios disposición para que fuese conocido de su rey y ministros, y no conocido como él era, sino como debía ser.

Lo segundo: le dio Dios gracia para que se hiciera amable a los Superiores, y que les agradase, su ingenio, habilidad y capacidad, suponiendo en él muchas virtudes, de las que realmente   —XXV→   no tenía, con que le dispusieron a mayor fortuna.

Lo tercero: habiéndole dado a él, indigno y sin merecimiento alguno, sólo por la bondad de su rey y de sus ministros, de veintiséis años de edad, ocupación y plaza dentro de los Consejos Supremos, tan superior a sus méritos, que ni él sabia, ni podía bastantemente cumplir con las obligaciones del puesto; y aunque estos eran peligrosos para el alma, pero para reconocer este beneficio, como de permitir Dios, que le diesen con esto más Honor, estimación, comodidades y riquezas, bien se ve si debiera reconocerlo y servirlo a su bondad infinita.

Lo cuarto: haberle dado con esto disposición a hacer bien a muchas personas de su obligación, su casa y familia, a que él era sobradamente propenso.

Lo quinto: haberle dado Dios, con la mayor honra y estimación, una disposición proporcionada para cubrir más sus vicios, y aunque para abrirle el entendimiento y ablandarle el corazón inclinárselo a ser moderado en las pasiones, y con las ligaduras del honor, y obligaciones del puesto dejar de hacer muchas cosas que sin él y con ellas se arrojara, perdido el freno de la razón y roto el de la vergüenza, a ser peor. Que era tan loco este pecador (¡oh, bondad Divina!), que   —XXVI→   hacía por la vanidad y la opinión lo que no quería hacer por su Dios y Creador.

Lo sexto: haberle librado Dios con el puesto de Ministro de las malas compañías con quien antes andaba perdido, de los mozos nobles de su edad y calidad, y ponerlos en otro lugar y empleo, donde comunicase a hombres cuerdos, ancianos, virtuosos y que en todo le enseñaban, como eran los Consejeros y Ministros de su rey, compañeros en su misma ocupación.

Lo séptimo: con esta ocasión de haberle promovido a Plaza de los Consejos, haberse detenido en hacer un casamiento, que tenía muy poco menos que concluido, y aunque era según En calidad, pero no según la vocación, que Dios después le ha dado de hacerle Sacerdote, por su infinita bondad, con que perdía este bien.

Lo octavo: haberle el Ministro superior advertido que no mudase el hábito eclesiástico en que andaba, con lo cual le quitó el intento de casarse. ¡Oh, ambición humana, que pronto mudas las vocaciones! Y así prosiguió con el hábito eclesiástico, con que siempre anduvo, y con eso quedó con disposición de ser Ministro de Dios, y le dieron renta eclesiástica y prebenda que gozaba con la plaza de Ministro de su Rey.



  —XXVII→  

ArribaAbajo Capítulo IX

Cargos de misericordias contra este pecador, cuando Dios lo sacó de las nieblas y tinieblas de la culpa, y le dio luz en los diez años siguientes, desde los veintiocho hasta los treinta y ocho


Viviendo ciego este pecador, preso, aprisionado y cautivo de diversas, graves y fuertes pasiones, la divina misericordia, mirándose a sí misma, compadecida de tan terribles miserias, lo fue alumbrando y sacando de aquella cautividad con admirables modos, y tales, que no lo bastara este pecador a servir, si una eternidad estuviera obrando en tan justo y debido desempeño.

Lo primero: como quien poco a poco amansa a una fiera, le fue ablandando el alma y haciendo más discursivo el entendimiento en lo bueno, menos brava y torcida la voluntad a lo malo,   —XXVIII→   inclinándola más a lo mejor, pareciéndolo peor lo escandaloso, alumbrándole la memoria para que se acordase de tantos y tan grandes beneficios.

Lo segundo: permitió, que dejando vicios mayores, se inclinase a otros menores en su ejercicio y que desease puestos y opinión, y para ello se mesurase y compusiese, y por lo menos en lo exterior se reformase y en lo interior se templase. ¡Oh, eterna bondad! ¡Que de nuestras mismas imperfecciones y daños, hacéis disposición a nuestro remedio!

Lo tercero: teniendo dignidad eclesiástica con el puesto, que servía de ministro, le fue poniendo Dios en el corazón, que se ordenase y para eso reformase sus costumbres; avisándole el dictamen y la luz de tantas obligaciones como trae el estado de sacerdote y Ministro del altar de que antes no hacía caso; disponiendo su ánimo a que se ordenase de sacerdote y que para ese mudase vida y se mejorase.

Lo cuarto: habiendo muerto a un misma tiempo dos hombres grandes (cada uno en su género) en aquella gran corte, donde él servía (el uno, grande letrado y orador; y el otro, gran presidente, señor, poderoso, rico y regalado) le puso Dios presentes estos dos hombres a la consideración frecuentemente, diciendo: ¿Quieres   —XXIX→   fama de orador, de docto, de sabio, de entendido? Mira aquel orador, tendido sobre un paño de bayeta, con su estudio hecho, pasto de gusanos, que en eso has de parar con tu fama y opinión. ¿Quieres poder, presidencias, riquezas, grandezas, gustos, regalos? Mira aquel presidente, poderoso, rico, grande, regalado, en un féretro, rodeado de hachas, que lo llevan a enterrar y a ser compañero de la corrupción, del asco y de los gusanos. Esto es lo más que puedes conseguir con tus deseos. Mira en qué paran los deseos humanos, ambiciosos y mundanos.

Esto le daba frecuentemente el señor y le ofrecía a modo de ilustraciones y con discursos, las más veces sin discurso, y le fueron aprovechando muchísimo.

Lo quinto: le sucedió que tenía una hermana (a quien amaba mucho), dama de la Reina, y le dio una enfermedad gravísima y estuvo para morir. Y estando un día este pecador en los corredores de palacio aguardando por momentos nuevas de su muerte, se volvió a Dios y le dijo (y creo que fue la primera vez que con afecto del alma habló a Dios): que hacía propósito (no se acuerda si fue voto) de no vestirse de seda en toda su vida si daba salud a su hermana. Mejoró la enferma, y aunque con larga convalecencia, curó. Y este beneficio también le amansó y   —XXX→   ablandó el alma. Cumplió el propósito, aunque no dejaba del todo sus pasiones, harto peores que la seda, porque tenía hondas raíces en su torpe y engañado corazón.



  —XXXI→  

ArribaAbajoCapítulo X

Estrecha Dios más la vocación de este pecador con nuevos beneficios sobrenaturales


Estando ya algo más blanda el alma de este pecador, y menos brava, aunque no del todo reducida a Dios, pero no tan enemiga, obró su Divina Majestad con él, para reducirlo, las siguientes misericordias, dignas de llorar con lágrimas de sangre por mal servidas, y de gozo por haber sido tan piadosamente dadas.

Lo primero: en más de cuatro o seis meses le rodeó una claridad suavísima y clarísima en cualquiera parte donde iba, con un género de conocimiento y evidencia de que era aquella luz de Dios, y que allí con particular modo estaba Dios, que aunque él quisiera pensar en otra cosa, ni otra cosa, no podía; y le sucedía andar por el sol, y resplandecer más por él aquella claridad que el mismo sol; y su alma, que veía aquella claridad, y por ella aun los ojos de su cuerpo, recibía tal consuelo, luz y conocimiento con aquella claridad   —XXXII→   que le rodeaba y le iba despertando tantos y devotos pensamientos; porque esta misericordia le fue trocando el alma, ablandando y suavizando más y más, dándole movimientos de salud y vida eterna. Y aunque era exterior la luz; pero obraba en lo interior, abriéndole los ojos a la verdad y amansando el natural, que estaba bravo y duro con las pasiones, para que oyese, atendiese y considerase lo que Dios le proponía, solicitándole a la mudanza de vida.

Este género de presencia divina, pasiva y dada, no la ha tenido jamás (sino entonces) de esta manera en treinta años que ha que se ejercita en frecuentar la presencia de Dios.

Lo segundo: le quitó en más de ocho meses todo género de tentaciones malas; de suerte que las que después le afligieron mucho tiempo, estuvieron suspendidas hasta que cobrase fuerzas el alma para poder con la gracia resistir.

Lo tercero: le dio deseo de leer libros devotos, y comenzó a leer los Opúsculos del docto y espiritual Belarmino, las Confesiones de San Agustín, de que sacó gran provecho, y la Vida de Santa Teresa, y con esto se comenzó a inclinar a hacer una confesión bien hecha, porque aunque las que había hecho nunca fueron callando culpas,   —XXXIII→   pero volviendo tan brevemente a incurrirlas que siempre tenían contra sí la sospecha de malas e imperfectas, ya por la falta de dolor y contrición o por la del santo propósito de la enmienda.

Lo cuarto: le encaminó Dios a un religioso descalzo de San Francisco de los de San Pedro de Alcántara, de grande y merecida opinión de Santidad, con quien se confesó, y le dijo que deseaba enmendar la vida, a quien animó este santo religioso, diciéndole que mirase lo que sacaba Dios de entre los muchos que dejaba condenar para que le sirviese. Y esto le animó muchísimo.

Lo quinto: se resolvió a recibir el orden sacro, y para eso disponerse con la santa confesión y comunión, y a tomar con grandes veras el salvarse, y le fue dando Dios dulzura, docilidad y suavidad en el alma para lo bueno, y comenzó a tener aversión, si no odio y aborrecimiento a lo malo. Y esto se lo hallaba hecho; de manera que si a este pecador le dijeran que jurase si él lo obraba por sí o porque se lo daban y ayudaban a que obrase, no podía jurar, sino que tenía tan poca parte en ello; como tendría un niño muy pequeño, en andar a caballo una jornada por ásperos caminos, sin hacer él apenas más que dejarse llevar.



  —XXXIV→  

ArribaAbajoCapítulo XI

Dios le fue haciendo nuevas misericordias a este pecador, que son nuevos cargos, per no haberlas servido como debía


Púsole ya Dios en deseo de ordenarse, siendo ministro Real en los Consejos, y para ello disponerse bien, ofreciéndole dictámenes al intento, como eran, proponerle la alteza del ministerio, el servicio del Señor, lo que debía llorar, y hacer penitencia de una vida tan perdida.

Lo primero: le puso en que debía satisfacer a las culpas pasadas dignamente, y con proporción a su grande gravedad, purificar bien la conciencia; para eso lo inclinó a la penitencia, comenzó a considerar cuán ciego y sórdido había vivido hasta allí; cuánto tenía que llorar, tales, tan grandes y tan repetidos pecados. Comenzó a tercer oración, a madrugar, a llorar y hacer ejercicios de penitencia. Y solía levantarse a las   —XXXV→   tres de la mañana, otras más temprano en el invierno y lloraba voz en grito sus culpas, pidiendo misericordia. Y otras (con la luz y alegría de haber salido de tan dura servidumbre a tan dulce libertad) en voz alta, sin poderse contener, cantaba himno, cánticos y alabanzas al Señor.

Lo segundo: echó de sí toda vestidura preciosa, se vistió de paño de bajo preciosa, se vistió de paño de bajo precio, se desnudó del lienzo, y vistió túnica de jerga con unos calzones de lienzo o paños menores de anjeo; sin otra cosa anduvo algunos años con unas medias caídas que sólo sirviesen a que no le pudiesen ver descalzo por la nota, siendo ministro y consejero del rey.

Lo tercero: por las mañanas andaba descalzó de pie y pierna en su cuarto, hasta que abría las puertas, sin que nadie lo viese, y esto en el rigor del invierno.

Lo cuarto: echó de su casa tortas las alhajas de precio, la plata y cuanto tenía precioso.

Lo quinto: habiendo dejado un cuadro de San juan Bautista con una guarnición de plata por la devoción que tenía al Santo, mirando un día a la imagen, vio que la guarnición se volvió como una culebra: ya lo viese con los ojos del cuerpo, ya del alma; pero obró de suerte, que al instante quedándose con el cuadro, lo quitó la guarnición, y le parecía que era el movimiento   —XXXVI→   interior tan eficaz, que no tuviera fuerzas para retirarse aunque quisiera.

Lo sexto: envió a pedir un hábito de San Francisco de capuchino, y todas las noches se lo vestía, pidiendo al Santo que intercediese con Dios que le perdonase. Y así durmió algún tiempo sobre una tabla debajo de una escalera de su cuarto.

Lo séptimo: se daba todos los días muy ásperas disciplinas, padecía grandes hielos y fríos; comenzó a hacer ayunos frecuentes, domar y mortificar su carne lo que podía.

Lo octavo: traía cilicios ásperos de latón, de cuerdas, de cadenillas y de otras cosas, dos, tres y cuatro a un mismo tiempo.

Lo noveno: todo esto lo obraba con el consejo de su confesor, estándole muy obediente y sujeto.



  —XXXVII→  

ArribaAbajo Capítulo XII

De otras misericordias y cargos que puede hacer Dios el este pecador, y como se ordenó de sacerdote


Resuelto a ordenarse de sacerdote, le puso Dios en el corazón que no lo hiciese con dispensaciones, sino a su tiempo, y con prevención de una a otra orden y con frecuencia de Sacramentos, oración y penitencia.

Lo primero: para esto se quitó la barba y mudó totalmente el traje exterior, y como había sido antes muy aliñado y lucido y de veintiocho años de edad, salió de repente de esta suerte, fue muy censurado y murmurado en la corte, tanto, que hubo algunos (y no pocos) que lo tenían por loco, otras por hipócrita y otros por necio. Y de esta suerte comenzó a disponerse a seguir el camino del espíritu y entrar en las órdenes sagradas.

  —XXXVIII→  

Lo segundo: todas estas censuras las llevaba con alegría y consuelo, siguiendo los movimientos interiores del espíritu, registrados por su confesor, cerrando los ojos y los oídos a cuanto decía el mundo, y si alguno le preguntaba la causa de tal mudanza, decía: Porque en los naturales tan perdidos, como el mío, mas cerca está, el sacerdote lucidamente vestido de la calle Mayor y del Prado, y de allí otros deleites escandalosos, que deslucido y es menester torcer de suerte hacia esta otra parte, que sea afrenta mía intolerable verme jamás en la otra.

Lo tercero: después de haber hecho confesión general, así como iba recibiendo las órdenes, iba creciendo en las devociones y disposiciones, y en las penitencias, y asperezas y la frecuencia de sacramentos, de suerte, que para las órdenes menores, los frecuentaba de ocho a ocho días: para Epístola dos veces cada semana: para Evangelio, a tercer día para misa era la comunión cuotidiana. Y a este paso crecía la oración y la mortificación.

Lo cuarto: tenía por ejercicio el pedir en cada comunión una virtud, y procurar vencer un vicio, ejercitándose en esto, ya por días, ya por semanas, y con esta procuraba ir venciendo con la gracia las malas inclinaciones, y rindiendo, domando y desterrando la envejecida costumbre.

  —XXXIX→  

Lo quinto: le hizo Dios en este ejercicio rarísimas mercedes, porque palpablemente sentía que le iban desnudando del viejo Adán en el alma y vestían del nuevo, y sentía que le quitaban la ira (esto es que le templaban) y se hallaba en pocos días, manso, apacible y suave. Que lo desnudaban la soberbia, y apetecía cosas humildes, y tomaba la escoba y barría su oratorio y su cuarto. Que le quitaban el amor a las riquezas y le daban santo amor a la pobreza. Que le quitaban del amor propio y lo daban odio a su cuerpo y a la carne, y se abrazaba con la cruz y penitencia. Y esto era tan práctico, tan eficaz y ejecutivo, que no sólo lo veis en lo que obraba, sino que lo sentía interiormente y lo conocía en los sentimientos del alma, y decía: «Parece que ahora me ha quitado Dios este mal hábito», como si sintiera una persona que le quitaban de los hombros una capa. Y aunque conocía que lo quedaban las raíces de estos vicios y el fomento de las culpas que siempre queda en el alma; pero en sus ejecuciones sentía y conocía estos notables efectos y reconocía que todo le resultaba de comulgar y recibir al Señor con aquel intento de que le quitase los vicios y le diese las virtudes.

Lo sexto: con la oración y les sentimientos de dolor y culpas le fue Dios dando muchas lágrimas y motivos nobles de dolor. Como eran haber   —XL→   ofendido a un Dios tan bueno, tan grande, tan inmenso, que tantos beneficios le había hecho; y así después de ordenado, y aun antes, lloraba con vivas lágrimas muy frecuentemente sus culpas, y con la consideración de los oficios divinos, erecta con el dolor el amor a Dios por haberle dado luz, y perdonado y hecho tan andes mercedes a vista de tantas culpas.



  —XLI→  

ArribaAbajoCapítulo XIII

Recibe nuevas misericordias del Señor este pecador, cargos que su bondad puede hacerle si no procura servirle


Con haberse ordenado con estas disposiciones, fue cada día recibiendo del Señor nuevas y grandes misericordias.

Lo primero: le fue haciendo fervorosamente devoto de la Virgen, poniendo en el corazón que nada hiciese ni ofreciese a su Hijo benditísimo, que no fuese en su presencia y por su mano.

Lo segundo: le fue apartando de ocasiones y obrando a la proporción de la vocación, retirándose dentro del mundo, del mundo.

Lo tercero: en los días que podía decía la misa muy despacio, y en los solemnes tardaba algunas veces (con efectos amorosos y sentimiento de dolor y penitencia) cinco, seis y siete horas en cada misa rezada.

  —XLII→  

Lo cuarto: se formó diario de lo que había de hacer cada día, desde que se acostaba y levantaba, como si obedeciese en cada hora y ejercicio a la Virgen, a quien tenía por superiora y prelada.

Lo quinto: se hizo regla y constituciones (que se hacía al fin de la confesión) para guardar los propósitos; la cual, con el consejo de sus Confesores, guardó muchos años a la letra, y después dispensada en algunas cosas por su edad y enfermedades, ha procurado guardar, aunque con hartas miserias e imperfecciones.

Lo sexto: guardaba las Cuaresmas de San Francisco glorioso y casi todo el año ayunaba, y apenas eran doce días los que comía carne.

Lo séptimo: le dio a Dios la fruta, y desde entonces, sino es rarísimas veces, en treinta años no la ha comido jamás.

Lo octavo: tomaba tres disciplinas todos los días, o una por tres cuando no había disposición de que fuese en diversos tiempos; ordinariamente con disciplinas de alambre; y esto ha hecho en estos treinta años comúnmente, sino es cuando no había para ello disposición, y entonces lo hacía cuando podía, con pellizcos en los brazos, como lo enseñó la Virgen a un su devoto que lo hiciese cuando no las pudiese tomar de otra manera sin nota. Esto está en el libro del B. Alano.

  —XLIII→  

Lo noveno: se puso cilicio perpetuo y ese ha traído siempre y dormido con él comúnmente. Y esto ha durado, sino es que por enfermedad el Confesor se lo baya alguna vez quitado.

Lo décimo: se quitó desde los principios el lienzo y siempre ha traído túnica de lana más o menos gruesa, y lo mismo en las sábanas cuando ha dormido en cama.

Lo undécimo: a los principios, y en diversos tiempos después, solfa dormir en una tarima sobre la tabla rasa, cubierto sólo con un manteo o una manta, y allí pasaba grandísimos fríos; de suerte, que le parcela que le mudaban camisas de hielo, y no sabía cómo aquel tormento le podía ser tolerable.

Después, dispensado por la ciudad, parte por la flaqueza, parte por la dignidad, conservó cama; pero sin lienzo en las sábanas, basta que Dios después le ha vuelto a que use de un jergón y una pobre manta, con que se cubre y un capote sobre ella, cuando hace frío, y se halla mejor así viejo, que en las más regaladas camas mozo.

Lo duodécimo: le puso Dios en que visitase los hospitales, llamase a los pobres, los regalase, sirviese y socorriese, y eso lo hacía cada semana, las fiestas o los domingos.

Lo decimotercero: todas estas cosas se las daban tan dadas y tan sin trabajo suyo, y tan   —XLIV→   arrojadas de arriba, que ni sabía cómo venían ni se hacían. Porque todo era dado con tan poca parte suya, que más parece que era un instrumento de la gracia, y por quién y con quién ella obraba estas cosas, recibidas de su alma, que no que él las obraba ayudado de la gracia. Porque ella lo arrebataba, lo llevaba, y él lo más que hacía era obrar y hacer aquello a que tan eficazmente lo llamaba la gracia, que no sabía como podía resistírsele, porque aunque conocía que tenía y le quedaba libre el albedrío, también sabía que iba libremente cautivo el albedrío de la gracia graciosísima de Dios.



  —XLV→  

ArribaAbajoCapítulo XIV

Nuevos cargos y misericordias, y que la Virgen le imprimió el amor a su hijo preciosísimo y de qué manera


Prosiguiendo estos ejercicios algunos años, tomó por costumbre: lo primero, hacer confesión general cada año desde aquel año; esto después de haber hecho diversas confesiones generales al principio.

Lo segundo: recogerse dos veces cada año a diversos conventos; por Navidad y la Semana Santa, a llorar sus culpas y a entregarse todo a Dios, y entonces estrechaba y avivaba más la penitencia y oración.

Lo tercero: solía quedarse toda la noche velando y orando en el coro, y después de una disciplina larga, se quedaba adorando al Santísima y a su Madre preciosísima, y si le rendía el sueño,   —XLVI→   pedía licencia y se recogía a un rincón hasta la mañana.

Lo cuarto: le sucedió (y esta fue la primer vez que comenzó a inquietarle el demonio) que velando a la Virgen Nuestra Señora, delante de una reja, que hacía antepecho a su altar, habiendo dormitado un poco, le despertó el ruido de una culebra grandísima, gruesa como el brazo, de más de seis varas, que corría por el mismo antepecho. Dejolo descolorido y espantado; invocó a la Virgen y volvió a perseverar en oración. Esto le sucedió en un convento de Dominicos, de quien él es muy devoto.

En otro convento de Religiosos Descalzos, una noche después de haber velado, orando gran rato sentado en el suelo, arrimado a un banco (no asegura si fue dormido o despierto), se le puso la Virgen con su Hijo en los brazos muy cerca, como un paso de donde estaba, y el Niño se le iba acercando sin soltarlo de los brazos su Madre gloriosísima, y la Virgen le parece que le dijo: toma a mi Hijo u otras palabras o demostración como esta, que significaba que lo ofrecía y le daba a su Hijo dulcísimo y suavísimo.

Así pasó esto en cuanto a causa; pero los efectos que le causaron, son los que se siguen:

El primero: desde entonces le ha quedado un amor de Dios tan sensitivo y vivo y a su Madre   —XLVII→   gloriosísima, que en treinta años no ha habido apenas día en que no lo haya sentido vivísimo, y cada día, en todos tiempos, y aunque ha caído como flaco y miserable, siempre ha vuelto llorando de puro amor y dolor y nunca ha tenido este dolor sin el amor.

Lo segundo: desde entonces por la bondad Divina, aunque como miserable y el peor de los nacidos, ha caído diversas veces; pero nunca ha hecho amistad con la culpa. Y caído, ha procurado levantarse, y pecaba con dolor y volvía con amor, y diera la vida por no pecar. Y esta merced, que es muy grande, le debe a la Virgen y a su Hijo, y está creyendo que aquella noche la recibió.

Lo tercero: raras veces se acuerda de esto, que no sienta vivamente amor en su corazón, y le mueve a lágrimas tiernísimas de amor.

También en otra ocasión, estando enfermo y dormido, soñó que el demonio iba tras él, y que se subió este pecador huyendo a lo alto de un montecillo, y habiéndolo buscado allí para cogerle, se bajó huyendo y se arrojó entre innumerables pobres, y así, escondido entre ellos, miraba al demonio, que desde lo alto se la estaba jurando con el dedo en la frente, y luego volvió en sí y despertó.

Por este tiempo, estando leyendo una carta   —XLVIII→   impresa que habían escrito en cierta religión de las virtudes de un religioso, y que decía que los dolores eran pedazos de la Pasión del Señor, le dio deseo de padecer; y luego le vino un tan vehemente dolor de ijada, que le duró seis días, y le tuvo a pique de perder la vida; en él mejoró, visitado de su confesor (que era varón milagroso), el cual le puso la mano en aquella parte, y en muchos años no le volvió este género de achaque.



  —XLIX→  
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