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Visiones fantásticas en la prosa literaria de Amado Nervo

Francisco Tovar Blanco





Todavía hoy, Amado Nervo es considerado, fundamentalmente, un poeta. La obra en prosa del escritor, en el mejor de los casos, tiende a valorarse como un apéndice de su poesía, un trabajo vicario, no exento de utilitarismo, que complementa la tarea del creador de versos, mostrando los rincones de una trastienda imaginativa. Es en ese espacio donde se respiran los aires mágicos de una particular expresión poética modernista repleta de experiencias, curiosidades, ideas y fórmulas de pensamiento. Sea este juicio crítico, por razonable en sus diferentes argumentaciones. Sin embargo, no hay que olvidar que fue precisamente una novela corta: El bachiller (1895), la que expuso en escaparate público, con todas sus consecuencias, a Amado Nervo, demostrando este, en el texto, su plena competencia narrativa. Como afirma Francisco González Guerrero, era capaz de enseñar sus figuras, cautivando «a los demás por las virtudes órficas del canto, cualesquiera que sean las formas de su expresión»1.

En cualquier caso, la identidad de la escritura de Nervo también se localiza en su prosa, aún en la más liviana o en aquella que le sirvió como simple medio de supervivencia. Ninguno de esos registros deben ocupar una marginalidad que no les corresponde. Las narraciones descubren los rasgos de un quehacer literario que, respondiendo plenamente a su natural artificio, no extraña mostrar fragmentos de un particular universo curioso repleto de historias, de creencias y de fantasías.

Alfonso Reyes admite que las prosas de Amado Nervo sostienen el edificio de un decir original que, asumiendo su compromiso, siente la herencia, se entretiene en desarrollarla, descubre afinidades y gustos, y elige con cuidado aquellos modelos que mejor se ajustan a sus propósitos. La tarea narrativa de Nervo, dice Reyes, transita por «las lucubraciones científicas, por los gabinetes de experiencias: hay en el fondo de su alma una nostalgia de Escuela Preparatoria. Os aseguro que le gustaría escribir novelas de ciencia fantástica a la manera de Wells»2.

Ya tenemos una excusa para abordar, con plena autorización, ciertos relatos fantásticos de Amado Nervo, comprendiéndolos dentro de su proceso biográfico, de su completo proceder literario y de una época determinada. Wells es una referencia que, sin embargo, no excluye ampliaciones, hasta hundir sus raíces en la tradición más antigua, en los acordes románticos o en la hermandad de sus contemporáneos, todos cómplices válidos en una sola aventura moderna. Esas sinceras marcas de lo fantástico, entendiendo el término en su sentido menos restrictivo, incluyen lo extraño, lo maravilloso, lo macabro, lo misterioso y lo terrorífico, respondiendo siempre a la conciencia y al vitalismo sensibles de un individuo informado, que se mueve como mejor sabe y puede entre las redes del entramado social, político y cultural del tiempo que le ha tocado en suerte. Algunos de esos antecedentes, y no pocos de los acordes contemporáneos, los enumera José Olivio Jiménez cuando, en uno de sus trabajos, aborda la fantasía en las narraciones modernistas, señalando a su vez la compleja muestra de unas plantillas estilísticas comunes3. No cabe duda, sin embargo, que cada autor, cuando en verdad es un creador de reales mundos literarios, pretende la originalidad en sus discursos, pero esa originalidad no niega el pasado ni cierra las puertas a cualquier discurrir válido en el futuro. Ni sumisiones ni magisterios, una ley compartida, formulada expresamente por Darío, se cumple en Nervo. Este, como sus compañeros de viaje más destacados, conseguirá a veces sus propósitos... o se aproximará a ellos.

Está claro que Amado Nervo no se siente aislado de su entorno; tampoco permanece ajeno a su libre estar condicionado. Esa consideración permite comprender lo fantástico, lo misterioso, como registros que siguen interesando en un siglo que se declara abiertamente enemigo por excelencia de la imaginación y de la maravilla, demostrando de esa manera una realidad contradictoria. La paradoja, si bien se mira, tiene respuestas lógicas. La misma realidad presente hace que

...el banquero ventri y auripotente, que ha pasado todo el día en Wall Street haciendo malabarismos de bolsa, vuelve a su home, se planta sus babuchas, y al lado de la luminosa ventana que da a la Quinta Avenida, se engolfa en la lectura de la última producción de Conan Doyle, de Wells o de María Corelli4.



Cambian las apariencias; permanece el amor, el interés del juego y el afán de lo milagroso. Cierto es que esas páginas sirven para evadirse, pero también son entrañables, aunque su atractivo

...no se llama ya ni talismán, ni conjuro, ni varita de virtud, ni lámpara de Aladino, ni sésamo ábrete. Se llama Sherlock Holmes, Cavor, el doctor Moreau, etc.; el juguete se nos ha vuelto científico, pero sigue siendo el juguete predilecto. El buquecito ya no anda con ruedas, sino con vapor; el cañoncito no es ya de resorte, sino de retrocarga, de acero rayado... Como los grandes. El molino ya no se mueve con aspas de cartón, a las cuales se les da cuerda, sino con motor eléctrico5.



El espíritu de las gentes, aún al filo del siglo XX, se alimenta de lo fantástico. No cabe renunciar a las ventajas del dinero, la ciencia o la técnica, deteniendo repentinamente el proceso social o los acelerados logros del conocimiento. Se trata de no esconder el bulto ni negar lo fundamental ante los principios naturales de un mundo enigmático que sigue guardando celosamente el secreto de la esfinge. El organismo social, como el cuerpo, puede caer enfermo, pero también tienen defensas y se descubren remedios en los laboratorios:

Nosotros, hombres serios de este orto del siglo XX; nosotros, hombres desdeñosos del prodigio, atiborrados de filosofía positiva, orgullosos de la linterna temblorosa con que alumbramos un pie cuadrado de terreno en medio de este océano sin límites de lo desconocido...; nosotros no perecemos por el milagro, por los cuentos de nodriza, exactamente como nuestros antepasados. Solo que, temerosos de que padezca nuestra infantil reputación de hombres de seso, de personas formales, en el día hacemos la comedia de la seriedad, y en la noche sacamos de debajo de la almohada el libro que nos transporta a mundos desconocidos6.



La aventura no ha concluido y en ella cabe la majestad y el silencio, situándose una y otro ya no sólo fuera, sino dentro de la persona. La vida continúa gracias a los reclamos de esas ficciones en las que el individuo se identifica con las figuras de una representación íntima, repleta de esperanza y de angustias:

...ansiosos, inquietos, presintiendo que nos vamos, que desaparecemos de un momento a otro, sin darnos cuenta ni siquiera de la envoltura, de la fisonomía, del embozo, de eso desconocido que nos rodea; y llenos también de una curiosidad que nos pica a todas horas el alma, apoyamos nuestra frente en el regazo de la buena nodriza que se llama Novela maravillosa, y le decimos:

-Nana, cuéntame un cuento... Resuélveme lo que yo no puedo resolver. Dime lo que sucederá mañana. Descúbreme los sortilegios del siglo futuro... Explícame cómo se despejarán todas las enredadas ecuaciones que nos rodean...

Y la nana, esa nana de todos los siglos, la que nos ha hablado por boca de un Luciano de Samosanta, de un Ariosto, de un Wilkins, de un Cyrano de Bergerac, de un Kirchen, de un Holberg, de un Voltaire; de un Swedenborg, de un Alquebert, de un Edgar Poe, de un Egrand, de un Wells..., nos cuenta un cuento, su eterno cuento estelar, su luminoso cuento de fantasmas, mientras gravita sobre nuestras frentes todo el silencio arcano de la inaccesible noche en que tiemblan mundos desconocidos7.



Quizás Nervo acepta cumplir, en la medida en que puede permitírselo, con el papel de nana, narrando y hasta cantando esos relatos fantásticos que se encuentran en sus obras. Algunos los escribe pronto, exponiendo ya con ellos la fuerza de sus fantasmagorías.




Narrar el engaño

Amado Nervo, ya en ciudad de México, publica en las páginas de El Mundo Ilustrado, entre 1894 y 1895, una serie de relatos cortos. Esos cuentos no sólo vienen a confirmar la temprana afición del escritor por ese tipo de fórmula literaria, que seguirá practicando con cierta frecuencia, sino que, al margen de juicios cualitativos exigentes, apuntan rasgos expresivos de innegable valor8. En cada una de esas primeras narraciones, la imaginación y la fantasía son moneda corriente, confundiéndose esos registros con alguna anécdota biográfica del autor, con determinadas lecturas y con no pocas impresiones artísticas. El discurso adquiere así categoría de realidad misteriosa.

Fechado el 25 de agosto de 1895, «La Diablesa» es uno de esos cuentos iniciales de Nervo, siendo el que mejor se ajusta a los presupuestos de lo fantástico. Entre los elementos de la composición se revelan aquellos que Amado Nervo recoge del romanticismo; algunos rasgos estilísticos del realismo decimonónico; y una particular propuesta modernista.

El cuento viene precedido de una carta-prólogo, firmada por el mismo escritor y dirigida a don Manuel Larrañaga Portugal. En ese texto, que se mantiene convenientemente aislado del que habrá de sucederle en el discurso, no sólo se descubre el motivo de inspiración del relato, sino que se reclama su identificación. No interesa la valoración estética de lo narrado; importa la calidad de un dibujo literario que desea representar la figura de una mujer concreta: Elena

...una soberbia dama, soberbia por su hermosura y por su orgullo, que pasea por Plateros a la hora clásica, sonríe ante los murmullos de admiración que hace surgir al paso de su landau y suele premiar con una mirada nuestra admiración irónica. La conoces bien y la conozco. La amaste y yo suelo hallarla encantadora9.



La misiva concluye con una serie de interrogantes retóricos: «¿El boceto es fiel? ¿Es ella?¿Es nuestra Elena?». Las respuestas habrán de encontrarse en la misma narración, siendo esta acción la que se impone como entrega amistosa y como gesto posesivo común.

Comienza la ficción citando a uno de sus protagonistas: Jaime Álvarez de la Rosa, un personaje que, en apariencia, encaja en los modelos físicos del romanticismo, si bien su actitud moral responde a los esquemas artificiales del dandy moderno. Jaime se presenta dentro de un ámbito decadente, siendo un individuo soltero, de treinta y tres años, rico, solo y fuerte; inteligente, artista y hombre de mundo..., pero sumido en el tedio y anclado en la apatía. Le adornan todas las gracias y sufre el hastío de haber agotado su capacidad de gozarlas plenamente. Sólo le queda un recurso para escapar del tremendo aburrimiento que sufre: entretenerse en invocar un milagro que únicamente se cumple en las páginas de los libros. Como Fausto, necesita la ayuda del Diablo para solicitar no la juventud, reiniciando así su aventura de conocimiento, sino «algo más bueno, algo mejor que la juventud eterna; lo que Fausto pidió cuando Fausto tuvo más seso: a Elena».

...el ideal encarnado: la Venus de Clemoneo con el alma de Ofelia; la Venus mortal, con las ternuras apasionadas de Eros, la coquetería inmensa de Ninón, el valor de Judith, la constancia de Penélope, la voz de las sirenas mitológicas, los refinamientos de Aspasián, la...10.



Juntos, Elena y Jaime, piensa este, configurarían la pareja perfecta, permitiendo al hombre convertirse en Dios.

En ese discurrir del solitario aburrido, se anuncia una visita siguiendo el ritual de un protocolo social corriente. El criado le entrega a su señor una elegante tarjeta en la que se lee el nombre de Mefistófeles, solicitando el correspondiente permiso para conversar con Jaime en el salón. Lo increíble se ha realizado fuera de su espacio, sorprendiendo así a quién juega con las imágenes de un mundo literario. Ha de comprobarse la identidad del visitante, tanto más cuanto no coincide con la iconografía religiosa al uso. La visión mefistofélica, ahora, era correcta, agradable, amable y casi bondadosa, contradiciendo su regular apariencia de monstruo. La explicación de este desajuste es lógica, y hasta científica, según aclara el atractivo ser diabólico:

Todo evoluciona. Desde el aborigen hasta el gentleman, qué inmensa cadena ¿verdad? Yo la he seguido... El Diablo, en los tiempos primitivos, fue Belial; en la edad media, Satanás...; hoy es Mefisto; viste frac, dice madrigales y no bebe fuego, sino cognac. ¿Qué le parece a usted?11



Tampoco coinciden las intenciones de este diablo con las que alimenta cualquiera de sus antecedentes: la demanda de Jaime no exige la entrega de su alma, condenándolo al castigo del infierno, acuerdo que evidentemente tranquiliza a quien lo provoca. Sólo se impone una condición para llevar a efecto el regalo de esa mujer ideal: desaparecerá en el mismo momento en que engañe a su amante, porque el modelo ideal no incluye la fidelidad. A Elena se la reconocerá por sorpresa, en cualquier parte y a través de un impulso del corazón. El pacto se firma sin documento que lo medie, retirándose la visita como le corresponde: por la puerta, hacia las escaleras y hasta la calle, confundiéndose con la multitud que circula.

Ha llegado el momento de seguir a Mefistófeles en su itinerario callejero, situarlo en su domicilio y encerrarlo en su laboratorio. Entonces se transfiguró, apareciendo en toda su fantástica belleza. El diablo creará una Eva distinta a la que creó Dios para acompañar al primer hombre, siguiendo el rito oculto de su ciencia y la ley que impone construir a imagen y semejanza; crear infundiendo espíritu. Y la Diablesa

...echó hacia atrás el soberbio caudal de sus cabellos negros y, clavando su mirada en la de Mefisto, murmuró con voz de eólica arpa herida por el viento suave de la tarde: -¡Gracias, padre mío!12



Es Elena la que entra en la representación, localizada en una fiesta mundana. Ahí coincidirá con Jaime que, impresionado, se rendirá de inmediato a sus encantos. El cortejo se celebrará durante el baile, despidiéndose la pareja no sin prometerse una cita en la siguiente jornada. El hombre vivirá unas horas de intensa felicidad, esperando realizar, al fin, ese sueño que había expresado: unirse a una mujer fantástica. Sin embargo, la esperanza se romperá cuando compruebe, en el rendez vous fijado tras la promesa, que Elena se estaba rindiendo en los brazos de ese amigo común que en todas las novelas se llama Juan. De inmediato, la mujer ideal desaparecerá, privando de su regalo mágico al protagonista de la historia. Este acusará al Diablo de su infelicidad, pero Mefisto le responderá que ha cumplido con su parte del pacto, salvándolo de otro peligroso hastío. La moraleja del cuento está en el sentido del discurso, añadiéndose en una primera conclusión:

La mujer es adorable porque varía...

Jaime sonrió amargamente.

-Vale, pues, bien poco Elena.

-Menos valen la gloria, la fortuna, y sin embargo, los hombres se matan por obtenerlas...13



Un segundo final descubre la totalidad del engaño: la verdad representada es otro sueño, que se genera en la realidad de toda persona aburrida y desocupada, se desarrolla en el interior del individuo y desaparece por completo una vez se vuelve a la vigilia, situando las cosas en su sitio:

Sonaron las ocho, y Jaime sacudió la frente; miró en rededor: Mefisto había desaparecido como Elena.

Murmuró: -¡Cuántas necedades piensa uno cuando no tiene en qué pensar!

Y siguió contemplando, tras los cristales, la vía, donde el bullicio continuaba e iban y venían los paraguas como hongos siniestros o como membranosos vampiros que abriesen sus alas en el espacio, herido por la luz de los focos y rayado por la lluvia...14






Esto es un cuento

En 1895, Amado Nervo publica El donador de almas, una narración que, redactada a principios de ese mismo año, se editará por entregas, en cuadernillos de dieciséis páginas independientes, acompañando la revista Cómico. El relato, opina Francisco González Guerrero, es una «novela fantasista, que se distingue por su amenidad y humorismo. Con ella se anuncia el futuro novelador de casos raros y su tendencia a las más curiosas exploraciones de la imaginación»15. Alfonso Hernández Plancarte afirma que el texto, junto a otros semejantes de Nervo, publicados ya entrado el siglo XX (Amnesia, El sexto sentido, El diablo desinteresado y la serie de Cuentos misteriosos), no sólo responde a ciertos gustos literarios de la época, recogiendo en parte la herencia de Poe y Gautier, sino que registra en forma muy personal una pavorosa y exhilarante hipótesis metapsíquica, desvelando así un primor de dramatismo y comicidad particulares16. Sea como fuere, El donador de almas es otra de las prosas de Amado Nervo que mejor se ajustan a los presupuestos generales de lo fantástico.

La novela se inicia con un breve prólogo introductorio, de carácter situacional, transcribiendo a continuación un pedazo de escritura supuestamente extraído del diario íntimo del personaje que ha de protagonizar la historia, un doctor de treinta años, suficientemente inteligente, convenientemente instruido y consecuentemente localizado en su espacio. El individuo, que se presenta a sí mismo, reconoce sentirse sumido en la melancolía de una tarde de domingo, sufrir una profunda tristeza y ser un soñador. También confiesa carecer de afecto alguno, reclamando ese derecho a cambio de toda su riqueza. El afecto que pide únicamente puede ofrecérselo la posesión de un alma.

El deseo imposible se lo regalará, por sorpresa y durante una visita, un amigo llamado Estéves. Este le hacía entrega desinteresada de ese alma tan angustiosamente solicitada. El presente se hace por haber recibido del médico una gracia impagable. El visitante fue inventado por su anfitrión como creador de versos. Esta situación insólita, por inesperada y extraña, se plantea en un diálogo entre los dos personajes:

-Todo lo que soy, y no soy poco, te lo debo a ti.

-Se lo debes a tu talento.

-Sin ti, mi talento hubiera sido como las flores aisladas que saturan de perfume los vientos solitarios.

-Poesía tenemos.

-Todo hombre necesita un hombre...

-Y a veces una mujer.

-Tú fuiste mi hombre; tú creíste en mí; tú hiciste que llegara mi día; tú serviste de sol a esta pobre luna de mi espíritu; por ti soy conocido, amado; por ti vivo, por ti...

-Mira: capítulo de otra cosa, ¿no te parece?...

-Repito que pretendo sencillamente dar valor a mi sorpresa.

-Pues supongamos que su valor es ya inapreciable... Oye, poeta: cierto es que yo te inventé: mas si no te hubiese inventado yo, otro lo habría hecho. Yo no creo en los talentos inéditos, como no creo en los soles inéditos. El talento verdadero siempre emerge; si el medio le es hostil, lo vence; si es deficiente, crea un medio mejor... ¿Estamos? Si tú hubieras resultado al fin y al cabo una nulidad, arrepintiérame de haberte inventado, como dicen que le pasó a Dios con el mundo la víspera del Diluvio. ¿Vales, brillas? Estoy recompensado por mi obra y orgulloso de ella. La gratitud es accidental. La acepto porque viene de ti; pero no la necesito para mi satisfacción y mi contento...17



Efectuado el obsequio verbalmente, se despiden los amigos, al filo de la noche, con un saludo cordial.

La transcripción de otro fragmento del diario sucede a la escena anterior, detallando algunos rasgos de carácter de Estéves que confirma sus rarezas. Este sujeto se empeña en poseer una fuerza psíquica especial para encadenar voluntades; se atreve a afirmar que pronto será capaz de dar vida a un maniquí completamente sometido a su voluntad y a sus pensamientos, o la de aquella persona a quien mire unos pocos minutos; muestra «actitudes de hierofante, se torna a las veces sacerdotal. O está loco o es un capullo de maravilla futura»18. De inmediato, interviene la voz que narra el cuento, intercalando en ese registro narrativo una conversación doméstica entre el doctor y su poco agraciada criada, llevando esta una carta en la mano, particularmente dirigida al dueño de la casa. El autor del texto considera oportuno disculpar a su sirviente por su descaro en expresar abiertamente su obsesivo ideal irreverente: que se acabe el mundo muriendo de una vez todos sus habitantes, un deseo improbable; la misiva es el documento sin firma en el que el alma donada fija su entrega y da su nombre espiritual: Alda, otorgado este por unas voces de ultramundo.

No cabe duda que el regalo resulta incómodo para un reflexivo escéptico convencido por su maravilla y por el conflicto que representa poseer un objeto etéreo, que difícilmente podrá cumplir las expectativas del poseedor:

-Veamos en qué puedo yo utilizar esta alma: ¿Le pediré un afecto, ese afecto exclusivo con que ayer deliraba? Pero ¡si por lo mismo que es mía no puedo exigir de ella más que la sujección absoluta, y la sujección absoluta no es el afecto! Las odaliscas del Sultán no aman al Sultán. Una mujer no ama sino en tanto que es dueña de sí misma, que puede no amar, no entregarse. Su propia donación es un testimonio de su voluntad, influida si se quiere por una atracción poderosa, pero capaz, cuando menos en el orden de las teorías lógicas, de resistirla.

A mí se me ha dado un espíritu, le llamaremos así; pero no se me ha dado un afecto19.



Una nota, redactada y firmada por el donador, da las instrucciones necesarias al médico con el fin de garantizar el buen uso de Alda, reseñando sus facultades, y despidiéndose del amigo, anunciando una larga ausencia; también advirtiéndole de un peligro e insinuando una condición:

«Mi querido Rafael: Supongo que Alda se habrá presentado ya y que estarás contento con mi obsequio. Debo advertirte que bastará un simple acto de tu voluntad para que esa alma abandone el cuerpo que anima y vaya a tu lado. Sus facultades adivinativas, maravillosamente desarrolladas, pueden serte de inmensa utilidad en tu profesión. Solo una cosa te recomiendo: que no tengas demasiado a Alda fuera de su cuerpo. Podría ser peligroso. En cuanto a que no procurarás ponerte en contacto con ese cuerpo que anima, seguro estoy de ellos. Creer lo contrario sería ofenderte.

»Yo te he regalado un alma, sólo un alma y me parece que ya es bastante.

»Mañana salgo para Italia, y esta será, por tanto, mi despedida. Volveré dentro de tres o cuatro años. Adiós. Sé que no te dejo solo, pues que te quedarás con ella.

»Tuyo,

Andrés Estéves»20.



Precipitadamente, Rafael reclama la presencia de su regalo, acudiendo este puntualmente. Desde el primer encuentro se sucede un juego de preguntas y respuestas razonables, dada la situación. Intercalados, se plantean una serie de diálogos entre los diferentes personajes, descubriéndose los secretos de Alda: los poderes de su espíritu, debido a su condición etérea, eran ilimitados, ayudando así a su dueño a conseguir un prestigio extraordinario; su ser material era el de una monja casi idiota, enclaustrada en un lejano convento colonial localizado en la vieja ciudad de los reyes mexicas -en realidad se llamaba sor Teresa-, sitio en el que permanecía dormida casi todo el tiempo, siendo considerada por sus compañeras de claustro, y hasta por un sabio representante del clero, como una santa, deducción simple de su dulce idiotismo. El cuerpo de la monja, mientras tanto, iba agotádose en la medida en que su espíritu se ausentaba con más frecuencia de su soporte material, permaneciendo junto a su dueño largos periodos.

Un día, Rafael retuvo a Alda a su lado más del tiempo del aconsejado, provocando la muerte de sor Teresa. El hecho implica una pérdida definitiva del obsequio. El drama exige solución, momento este que aprovecha el autor del cuento para dar «remate al capítulo séptimo de esta cosa que va formando un libraco cualquiera»21.

Continúa la narración en el mismo punto en que se ha suspendido, dando solución al conflicto: se trata de encontrar con rapidez un nuevo cuerpo al espíritu, barajando posibilidades de urgencia. El más cercano es el de Rafael, y ahí se refugia Alda, ocupando la mitad cerebral de su dueño, concretamente el hemisferio izquierdo. El doctor poseerá dos almas, uniendo a un yo su otro yo. Se abre así todo un capítulo repleto de digresiones científicas, filosóficas, teosóficas... llegando con ellas a una conclusión y a una revelación: Rafael y Alda, identificados en una sola persona, adquieren naturaleza divina, no exenta de conflictos: Rafael Artiga descubre, en la parte cerebral que corresponde a la mujer, el intelecto y las tendencias de Andrés Estéves, el agradecido poeta inventado, donador de almas, amigo íntimo del doctor desde la infancia, físicamente de viaje en el momento de la transmisión. El obsequio no se hizo impunemente, formaba parte de un milagro con el que no se podía bromear.

Sea como fuere, la totalidad de ese complejo síquico, circunstancialmente reunido, habrá experimentado una luna de miel gozosa, deteriorada con el íntimo contacto y por el discurrir del tiempo. Ha de arbitrarse una solución al problema que representa la falta de libertad individual. El proceso liberador, también rogado por Alda a las mentes de Andrés y Rafael, exige ahora un rito, implorando al cómplice y reclamando al oficiante adecuados. No cabe contemplar la solución del suicidio, se trata de conseguir la transmigración:

-Déjame, déjame que parta -decía la mísera a la mente de Andrés-; Dios no quiere ya sin duda que continúe mi peregrinación por este mundo. Déjame que parta -repetía a la mente de Rafael-, ya ves que no hemos podido ser felices y todo es vano... Presiento la divina hermosura de la Luz perenne y quiero ir a perderme en ella para siempre.

Mas el doctor, que segregado de Alda tornaba a amarla, precisamente porque ya no la poseía, porque podía escapársele, porque era otra distinta de él, unía su voluntad a la del poeta para decirle:

-¡Quédate! ¡No te vayas!

-Alda, necesito un ideal para mi vida; estoy hecho de tal suerte, que no puedo vivir sin un ideal... Mi existencia sin un fin, sin un afecto, bogaría con la dolorosa indecisión de un pájaro ciego, de una nave desgobernada... ¡Sin ti no me queda más que mi mal!

[...]

-¡Cómo decías que me amabas!

-¡Es cierto, te amaba, te amo aún acaso! Mas ¿qué culpa tengo yo de que al revelárseme de nuevo todos los esplendores de lo alto, de tal suerte me deslumbren, y en tal modo me atraigan y con fuerza tal me soliciten, que la sola idea de tornar a esa enferma vida y a esos incoloros afectos de la tierra me llene de angustia?... ¡Y quieres que torne a animar una pobre masa encefálica, a unirme a un cuerpo encadenado por la gravedad, enervado por quince mil quinientos kilogramos de presión atmosférica, sujeto a la enfermedad, a la vejez y a la muerte!... ¡No!, ¡no! ¡Déjame partir, errar, errar perpetuamente! Me impulsa el instinto de Ahasverus, Cartophilus, Isaac, Laquedem, o como se llame: ese instinto se apodera de todas las almas libres, como se apodera de todos los fulgores, de todos los sonidos, de todos los vientos... Dios le pone en ellas para que le busquen. Este instinto mitigado en la vida es lo que llamamos Ideal. Arte, Amor. ¡El ideal, el arte y el amor no son más que el presentimiento del infinito!... Ese instinto es el que nos impide el reposo, la ventura, la ecuanimidad en la ergástula enorme del planeta... ¡Déjame que parta!22



Operándose en consecuencia, la ceremonia del extraño divorcio se llevará a cabo, utilizando misteriosos conocimientos antiguos. Andrés sabe de culturas lejanas y es un kabalista convencido. La urgente función espiritualista ya se ha cobrado una víctima, siendo esta doña Corpus, la vieja criada de Rafael. La escisión de las almas se resuelve con un tercer fracaso de la sola historia. El ideal implica sólido recuerdo, siempre antiguo e imposible en el hombre; siempre presente en el quehacer del poeta que pretende sitiar lo inefable. Rafael piensa los versos que, sin duda, toman forma gracias a Andrés:




Tenue


   Un eco muy lejano,
un eco muy discreto,
un eco muy suave:
el fantasma de un eco...

   Un suspiro muy triste,
un suspiro muy íntimo,
un suspiro muy blando:
la sombra de un suspiro...

   Un perfume muy vago,
un perfume muy dulce,
un perfume muy leve:
el alma de un perfume...



Son los signos extraños que anuncian la presencia inefable de Lumen.



    ¡Ay de mí si no advierto
el eco tan lejano,
el suspiro tan íntimo,
el perfume tan vago!...

    Lumen vuelve a ser hebra de Luna,
¡diluyéndose toda en su rayo!23



Esta vez, Amado Nervo ha contado un cuento, confundiéndose en él técnicas, rasgos y referencias. La novela incluye en sus páginas fragmentos de un diario íntimo, descripciones objetivas, frases y secuencias líricas, registros científicos, discursos y planteamientos filosóficos, teosóficos o mítico-religiosos, conocimientos astronómicos y astrológicos... Todo ello en su más ajustada mezcla y en su apropiada fórmula moderna.

Este es el cuento del Donador de Almas, que he tenido el placer y la melancolía de contaros. Guardadlo en vuestro corazón, y plegue al cielo que cuando la Quimera llegue hasta vosotros, la acariciéis con humilde espíritu y en alta contemplación, a fin de que no se aleje y hayáis de amarla cuando parta...

¡Deo gratias feliciter, amen!24






Tenía la imaginación llena de sueños

La lectura de La diablesa y de El donador de almas responden a los registros de lo fantástico, si bien el primero aún atiende a criterios románticos, recogiendo ciertas fórmulas canónicas adecuadas. El otro, sin negar el romanticismo que lo impregna, se atreve a invadir el ámbito de una modernidad acorde al espíritu de la época, atendiendo a los signos de una atmósfera finisecular, no exenta de huellas científicas y de acentos religiosos mestizos, comprendiendo todo ello en su forma más conveniente. Esta última, en El donador de almas, atiende al firme legado de un pasado literario y a los logros de una literatura que, instalada en su presente, expone la complejidad y los conflictos del hombre de su época. Amado Nervo viene a demostrar con su tarea que es un espíritu curioso, lúcido, instruido e inteligente; que sabe permanecer en su sitio; y que desea confirmar lo que él mismo declara en uno de sus primeros retratos:

Como el mago al toque de su vara, yo podía hacer brotar de mi imaginación creadora de poeta visiones fantásticas, mujeres divinas, palacios encantadores, al solo impulso de mi soberana voluntad.

¡Tenía la imaginación llena de sueños y la mente llena de deseos y... era dichoso!25







 
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