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Ibérica por la libertad

Volumen 2, Nº 6, 15 de junio de 1954

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IBÉRICA es un boletín de información dedicado a los asuntos españoles y patrocinado por un grupo de americanos que creen que la lucha de España por la libertad es una parte de la lucha universal por la libertad, y que hay que combatir sin descanso en cada frente y contra cada forma que el totalitarismo presente.

IBÉRICA se consagra a la España del futuro, a la España liberal que será una amiga y una aliada de los Estados Unidos en el sentido espiritual y no sólo en sentido material.

IBÉRICA ofrece a todos los españoles que mantienen sus esperanzas en una España libre y democrática, la oportunidad de expresar sus opiniones al pueblo americano y a los países de Hispano-América. Para aquellos que no son españoles, pero que simpatizan con estas aspiraciones, quedan abiertas así mismo las páginas de IBÉRICA.

Presidentes de Honor:

  • SALVADOR DE MADARIAGA
  • NORMAN THOMAS

Editor:

  • VICTORIA KENT

Consejeros:

  • ROBERT J. ALEXANDER
  • ROGER BALDWIN
  • FRANCES R. GRANT
  • JOHN A. MACKAY
  • VICTOR REUTHER

IBÉRICA se publica el día 15 de cada mes, en español y en inglés por Ibérica Publishing Co., Inc., 112 East 19 th St., New York 3, N. Y. Todo el material contenido en esta publicación es propiedad de Ibérica Publishing Co., Inc. y no puede ser reproducido en su integridad. Copyright 1954 Iberica Publishing Co., Inc.

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ArribaAbajo Hombres en la historia

por Salvador de Madariaga


No conocí personalmente a José Antonio Primo de Rivera; pero sí indirectamente por la Princesa Bibesco, hija del Primer Ministro inglés Asquith, casada con un príncipe rumano que fue ministro de Rumania en Madrid. Y Elizabeth Bibesco me habló mucho de Primo de Rivera, a quien estimaba sobremanera, y hasta me leyó algunas cartas de él que me permitieron hacerme una opinión sobre el fundador del falangismo.

Era, desde luego, inteligente, muy inteligente; y con esa agudeza que tira más al gracejo que a la pedantería. Por este lado, pues, me pareció siempre que a Primo de Rivera le sobraban gracias intelectuales para el oficio de mandamás al que aspiraba. Y aun di en dudar si un hombre que escribía cartas tan finas, agudas y razonables, sentiría de verdad con el corazón ambiciones de mando que quizá sólo le bullían en la cabeza.

Sin conocerle, tuve hacia él cierta simpatía nacida de estas cartas suyas a la Princesa Bibesco; y cuando Eugenio Montes me llamó al teléfono desde París a Londres para pedirme que interviniera a fin de salvar a Primo de Rivera mediante un canje con un hijo de Largo Caballero, hice todo lo que estuvo de mi parte cerca de las autoridades británicas, que acogieron mis gestiones con un sentido muy humano. Fue muy de lamentar que fracasáramos todos en salvar a un hombre que quizá hubiera podido hacer cambiar el rumbo de la historia de España si hubiera vivido. Los responsables de su ejecución fueron unos insensatos. Lo digo con la tranquilidad de un ánimo imparcial porque no sé a quién procede colgarle esa tremenda insensatez.

El testamento de Primo de Rivera y los papeles que dejó, redactados en la cárcel de Alicante prueban su elevación de miras y su desinterés. Aunque haya que diferir de medio a medio de sus ideas para salvar a España, no cabe dudar de su buen deseo y de la pureza de su propósito. En su testamento, figura este párrafo que le honra: «Que esta sangre vertida me perdone la parte que he tenido en provocarla. Ojalá fuese la mía la última sangre que se vertiera en discordias civiles». ¡Qué hubiera dicho de la sangrienta represión que sirvió de siniestro epílogo a la cruenta guerra!

Salvador de Madariaga

Salvador de Madariaga

En el guión político que redactó en la cárcel, Primo de Rivera se revela conciliador y prudente. Resumiendo su actitud para con la guerra civil, escribe: «Salida única: La deposición de las hostilidades, y el arranque de una época de reconstrucción política y económica nacional, sin ánimo de represalias, que haga de España un país tranquilo, libre y atareado». En su programa político figuraba en primera fila una amnistía general y la formación de un gobierno presidido por D. Diego Martínez Barrio, y en el que no figuraba un solo militar. Los ministros eran Sánchez Román, Melquiades Álvarez, Miguel Maura, Portela, Ruiz Funes, Ventosa, Ortega y Gasset, Indalecio Prieto, Viñuales y Gregorio Marañón.

No deja de tener interés esta recordación de lo que pensaba Primo de Rivera en los albores de la guerra civil, ahora que se publican textos no menos elocuentes sobre la actitud del General Mola. Durante las gestiones, bien laboriosas por cierto, que hicieron los carlistas para lograr una acción conjunta con Mola, entregó este a los Carlistas una nota fechada en Madrid el 5 de junio de 1936. En esta nota definía Mola el plan de acción «tan pronto tenga éxito el movimiento nacional». Se constituiría un Directorio integrado por un Presidente y cuatro vocales militares, con iniciativa para dictar decretos-leyes; y añadía la nota: «Dichos decretos leyes serán revisados en su día por el Parlamento constituyente elegido por sufragio, en la forma que oportunamente se determine». En la lista de los asuntos sobre los que versarían estos decretos leyes figuraban la «defensa de la dictadura republicana», y «la separación de la Iglesia y del Estado, libertad de cultos y respeto para todas las religiones». Finalmente, la nota del General Mola contiene esta frase: «El directorio se comprometerá, durante su gestión, a no cambiar en la nación el régimen republicano».

Queda pues establecido que la muerte de Primo de Rivera y la de Mola cambiaron radicalmente el curso de la guerra civil. Lo que se había concebido por estos dos iniciadores del movimiento como una vigorización del orden y de la autoridad dentro de una república incólume, pasó a transformarse en una dictadura militar perpetua: y el ferviente deseo de José Antonio Primo de Rivera de que no se vertiera más sangre quedó transformado en una decisión firme y tenaz de ahogar en sangre el adversario y de impedir a toda costa la reconciliación.

SALVADOR DE MADARIAGA.




ArribaAbajo La cultura ilegal

por Víctor Alba1


En 1945, se publicaron en España 44 libros de arte; 49 de arte militar; 75 de ascetismo; 26 de catecismo; 25 de biología; 2 de ciencias puras; 57 de filosofía; 69 de liturgia; 81 sobre falangismo; 3 de sociología, y 102 de teología dogmática. Finalmente, hubo 3432 libros de imaginación (novela, poesía, teatro, viajes, aventuras, etc.) de los cuales el 80 por ciento eran traducidos.

En 1953 se publicaron 3633 libros. De ellos, 83 fueron de filosofía; 150 de religión; 123 de ciencias puras; 441 de ciencias sociales y derecho; 236 de arte, y 438 de ciencias aplicadas. La división, como se ve, es algo distinta de la que sirvió para la estadística de hace nueve años. Así, los libros de política, que en 1945 eran llamados «sobre falangismo», quedan comprendidos, ahora, entre los de ciencias sociales.

Por otra parte, aparecieron 1534 novelas; 201 tomos de poesía; 104 de crítica, y 87 de teatro. Del inglés fueron traducidas, en 1953, 334 obras; del francés, 123; del alemán, 111; del italiano, 62; del latín, 17; del ruso, 10...

Un propagandista del régimen del general Franco podría aducir estas cifras para afirmar que la cultura progresa en la España actual y que aumenta el número de libros, de temas no estrictamente relacionados con la política o con la publicidad ideológica (falangista, religiosa, etc.). Más aún, el mismo propagandista podría citar un editorial de la revista Ecclesia, órgano de la Dirección Central de la Acción Católica Española, en el cual se constata, bajo el título de «Invasión Consentida», que «de 150 obras de literatura general registradas por el Secretariado de Orientación Bibliográfica, y cuyas recensiones fueron publicadas durante el pasado año en estas columnas, resulta que 52 fueron declaradas inconvenientes, 27 peligrosas, 10 dañosas, 2 inmorales y 59 indiferentes. Es decir, más de un 60 por ciento de las obras enjuiciadas resultan ilegibles». ¿No lo ven ustedes? Ni siguiera todas las obras que la Iglesia española rechaza son prohibidas; entran en España y se encuentran en las librerías. ¿Quién dice, entonces, que hay regresión cultural en la España del Caudillo?

«Cultura oficial»

Sin embargo, este propagandista no soltará la frase que tan a menudo se oye en los círculos literarios y artísticos españoles de hoy. No indicará que estos datos se refieren a la «cultura oficial». Porque hablar de cultura oficial equivale a reconocer que existe otra cultura, la no oficial -la que no es de oficio, sino de inspiración, la que no sale de las oficinas o boticas, como habría podido decir Unamuno, si los relentes de esa cultura oficial no la hubieran vuelto a matar.

Y esto, en los Estados Unidos, en cualquier país de este lado de acá del telón de acero -incluso de las dictaduras latinoamericanas-, es algo inconcebible. El lector norteamericano, en efecto, no dejará de decirse, al leer esto: ¡Qué españoles!... Siempre tan exagerados. ¿Cultura oficial? ¿Qué es esto? No hay más que una cultura y, por serlo precisamente, nunca puede ser oficial...

Esta cultura oficial española se compone de una serie de ingredientes que en España, antes de Franco, eran desconocidos -incluso en las épocas en que la monarquía se mostraba más áspera-. Está, por ejemplo, la investigación histórica orientada por el Estado según sus convicciones más íntimas. Así, vemos que el profesor Almagro sostiene el origen céltico de la población española, y que a esta concepción se ha plegado incluso su maestro, el doctor Pericot, que, antaño, escribiera interesantes estudios sobre la mezcla de los diversos pueblos en la formación del núcleo originario de Iberia: no se necesita ser un lince para ver en esta distorsión ideológica de los estudios sobre la prehistoria un deseo de dar a los españoles un origen ario. Rosemberg perdió la guerra, pero ganó las cátedras españolas.

Otro ingrediente de la cultura oficial es la subvención. Prácticamente, no se lleva a cabo ninguna investigación científica o de humanidades que no sea a cargo del presupuesto del Estado, y, por tanto, que no obedezca a una serie de intereses extraculturales. El Instituto de Cultura Hispánica y el Consejo de Investigaciones Científicas son dos ejemplos. Esto ha traído como consecuencia la desaparición de los raros casos de mecenazgo que existían en España, unos por hallarse los mecenas en el exilio (como Cambó, muerto en Buenos Aires, o Patxot, residente en Suiza), y otros porque el Estado ve con malos ojos lo que considera una ingerencia en sus facultades.

Dos rasgos más de esta misma cultura -puesto que de algún modo debe llamársela-, son su sumisión total, absoluta, irrecusable, a las normas dictadas por la Iglesia (así, Camilo José Cela, uno de los pocos novelistas que han surgido después de 1939, ha tenido que editar su último libro en Buenos Aires), y su criba por tres censuras sucesivas: la política, la religiosa y la de estilo.

Esto nos lleva a otro rasgo de la cultura oficial española: el arcaísmo artificial. Se ha puesto de moda lo que llaman el «nuevo estilo», imitación sin aliento de Gracián y Quevedo, -en la forma, ya que no en los conceptos-, y la censura lo exige incluso en las traducciones de obras modernas. Recuerdo que, en 1939, recién «liberada» Barcelona, un exsurrealista catalán, J. V. Foix, se puso en contacto con las gentes del Departamento de Propaganda del Ejército que acababa de ocupar la ciudad, para lanzar una revista que debería llamarse «Nuevo Estilo». La idea fue aceptada, pero Foix renunció a ella cuando quisieron imponerle unas letras de un cartulario de Burgos del siglo XIV para el título. El sentido del ridículo pesó más, en él, que su ex-inconformismo.

Cultura clandestina

La existencia de una cultura que puede llamarse oficial -que sólo puede llamarse así-, supone, automáticamente, la existencia de otra cultura no oficial. Y en España, como en cualquier régimen totalitario, cuanto no es oficial es ilegal, vive clandestinamente.

¿Qué podemos saber de los viejos intelectuales que, sin exiliarse, no se han adherido al régimen franquista? ¿Qué estudian, investigan y escriben sin atreverse siquiera a someterlo (¡someter un libro!) a la triple censura? ¿Qué escriben los jóvenes poetas surgidos después de la guerra civil? ¿A qué novelas inéditas habrá dado origen la guerra misma, la represión, la bufonería, el mercado negro, las dudas y afanes de una juventud que no conoció la Re pública y para la cual nombres como los de Azaña y Companys son casi ignorados, para la cual la única lucha que han conocido ha sido la de sus propias inquietudes refrenadas, sin eco en la calle, sin modo de expresarse? Y en las cárceles, donde la gente escribe a pesar del hambre, el miedo y la incomodidad, ¿qué ensayos, qué novelas, qué poemas, no habrán sido compuestos?

Pero todo esto, el reflejo de un despertar en las tinieblas, la respiración misma de un pueblo que nunca, hasta ahora, supo callar, permanece en los cajones, oculto en el «petate» de la celda, guardado -en algunos casos-, bajo tierra. El día que se pueda comenzar a publicar toda esta producción, no sólo habrá sorpresas por lo que se sabrá, sino por el calibre, el empuje, el afán que toda esta literatura ilegal expresará.

Y ¿qué anécdotas sabremos, cuando puedan publicarse esas memorias que sin duda políticos viejos y hasta, acaso, algún militar, están escribiendo sin decirlo a nadie?

Claro está que toda esta producción nos parecerá, en ciertos aspectos, anacrónica. Porque la triple censura y la prohibición de admitir en el país muchos libros y revistas del extranjero -los más necesarios para estar al corriente de la actividad intelectual en el mundo-, hacen que esta cultura ilegal -como toda cosa clandestina-, se desarrolle en una atmósfera de invernadero, en la soledad más absoluta, fuera del tiempo, ausente de nuestra época. Sin duda en España hay muchos Pascal que están descubriendo por su cuenta la geometría. Sólo el despilfarro de energías y esfuerzos que significa el que mucha gente se vea obligada a pensar por sí misma lo que ya otros han pensado, y hasta que, acaso, se forjen teorías que fuera de España la experiencia o la polémica han agotado, sería un motivo suficiente para desahuciar al franquismo de la vida intelectual.

Donde esto se ve de modo más palpable es en el terreno del arte. España es la patria de Picasso, de Miró, de Juan Gris, de Pablo Gargallo, de Manuel de Falla, de Robert Gerhardt, de Rodolfo Halffter. Hoy, lo más audaz que se puede presenciar, en arte, es una exposición de ese Dalí que ya no impresiona ni en los escaparates de la Quinta Avenida. Y lo más moderno, en música, una ópera del Padre Massana, naturalmente sobre un tema religioso. Claro, debe haber pintores que descubren por su cuenta nuevos aspectos del arte abstracto. Y compositores que hacen experimentos con la música atonal, pongamos por caso. Pero, ¿dónde podrán exponer sus obras, dónde hacer oír su música? Si encontraran un mecenas y un local, -cosas casi imposibles-, hallarían, al mismo tiempo, el griterío de los periódicos falangistas, que tachando de «antiespañolas» esas innovaciones, obligarían a que sus autores volvieran a encerrarse en el silencio. Desde 1939, no puede citarse ni un solo caso, en ningún terreno -ni poesía, ni teatro, ni arte, ni música, ni novela-, de esfuerzo innovador.

Pero esto no quiere decir que tal esfuerzo no exista, en todos los terrenos. El esfuerzo se hace, más en la clandestinidad. Y así va formándose la cultura ilegal de España, la auténtica, la que, por sus insuficiencias mismas, reflejará esta angustia que es, hoy, en España, el acto de pensar, el intento de sentir.

Expansión heroica

He dicho que esta cultura ilegal se desarrolla en la soledad. Esto va siendo cada día un poco menos cierto. Recurriendo a procedimientos que nos parecen provincianos y que son, en realidad, heroicos, esta vida intelectual clandestina se expande. Funciona en Barcelona -y hasta edita y concede premios- el «Institut d'Estudis Catalans». Funciona en Valencia un cenáculo de poetas. Y en Mallorca lo mismo. Y en Madrid hay círculos de estudios económicos, filosóficos, históricos, que cuentan, a la vez, con viejos profesores de prestigio y con nuevos y ávidos alumnos salidos de las Universidades insatisfechos y desasosegados. Todo esto, en casas particulares, sin publicidad ninguna, y todavía sin la agresividad que podría despertar el enojo policíaco, pero con el riesgo de que, en un momento de ocio, el jefe de la Brigada Social de cualquier ciudad decida considerar a esta cultura como lo que realmente es en sus raíces mismas: una actividad subversiva.

Puede discutirse si es justa la posición del antifranquista que se opone a que se concedan créditos a España. He defendido desde hace tiempo la conveniencia de conceder créditos y ayuda, no a España (es decir, al régimen franquista) sino a los españoles (es decir a los antifranquistas en la miseria). Pero lo que me parece que no puede discutirse, ante este nacer de la cultura ilegal -este renacer a la cultura a secas, debería decir-, es la necesidad, la urgencia de dar créditos de confianza, de colaboración, de estímulo y de información a todos esos intelectuales nuevos que han convertido los cajones de su mesa de trabajo en bibliotecas del futuro.

Hacer llegar libros y revistas a España (no subversivos, sino simplemente normales), publicar en revistas extranjeras estudios de españoles no oficiales, traducir sus libros inéditos, es una labor tan eficaz y tan indispensable como la política. Que se piense sólo en lo que sería la opinión pública que hallarían los exiliados, al regresar a su patria, y se verá cuán urgente es esta tarea.

En el terreno práctico, no es una labor imposible. Sí la emigración y todos los que consideran a Franco como una molestia personal llegaran a coordinar sus esfuerzos, una editorial, una revista, para los españoles de España, un servicio de envíos clandestinos de libros y publicaciones, podrían ser organizados sin grandes sacrificios. Es interesante, desde luego, que la voz de la emigración sea oída en España. Pero no lo es menos que la auténtica voz de España sea oída en la emigración y en todo el mundo.

VÍCTOR ALBA.

Mercurio y plomo a Rusia

Palabras...

El general Franco, en una entrevista celebrada el 7 de junio con el editor del diario de New York World-Telegram, Roy W. Howard, ha manifestado que las naciones interesadas en detener la expansión comunista deben interrumpir inmediatamente todo comercio con la Unión Soviética y sus amigos. Señala para llevar a la práctica esta medida la creación de un Consejo Político y Económico que organice y dirija el embargo comercial contra todas las naciones comunistas y organice y dirija toda la economía del mundo libre.

Hechos...

La fuente más importante de mercurio extranjero para los Estados Unidos es, sin duda, la española. Han corrido rumores de que una buena parte del mercurio español iba a los países de la cortina de hierro, pero ahora existe ya la confirmación del rumor.

En España, desde hace ya algún tiempo, se ha notado la escasez del mercurio y la del wolfram y corre esta frase: «cambiamos camisas azules por plata», indicándose que los españoles pertenecientes a la División Azul que han sido devueltos por Rusia, Rusia los ha devuelto en trueque, a cambio de los envíos de mercurio. Pero no son sólo esos dos productos los que toman el camino de Rusia, el plomo ha salido también en una cantidad considerable.

Está comprobado que durante el año 1953, salieron del puerto de Antwerp (Holanda) «en tránsito» para la USSR 13386 toneladas métricas de plomo, ellas procedían: 7600 de España, 4174 de Inglaterra y 1612 de Australia. Más de la mitad, pues, de esas toneladas de plomo procedían de España. De Polonia recibe España hierro, hierro que se ha desembarcado ya en el puerto de Barcelona, cargándose en el mismo barco wolfram y plomo con destino a la Alta Silesia.

Está fuera de duda que una cantidad de materias necesarias para la industria de guerra es suministrada por los países del occidente a Rusia. Los embarques se hacen a través de los puertos libres «en tránsito», pues es sabido que los países que pertenecen al llamado «mundo libre» no pueden vender directamente a Rusia, por lo que ese comercio va dirigido a los puertos de Antwerp, Rotterdam o Hamburg y de esos puertos salen las mercancías para la USSR. Por el momento las únicas estadísticas disponibles sobre ese material «en tránsito» son las del puerto de Antwerp. Existe la sospecha de que otra parte de este comercio pasa por algunos puertos libres europeos de menor importancia y que van los productos de un puerto a otro, guardándose en ellos un cierto tiempo para evitar llamar la atención.

Observadores de los Estados Unidos han llegado a la conclusión de que ese comercio es pequeño hoy, porque las factorías y plantas de la USSR corrientemente necesitan poca cantidad de esos productos, pero que en el caso de necesidad la puerta está abierta para suministros más importantes.




ArribaAbajoSin permiso de la censura

Información de nuestro corresponsal en España


Indignación de Franco contra la oposición

Por la primera vez en la historia del régimen franquista, el general Franco ha consagrado un discurso entero a los españoles que «fuera y dentro» rehúsan aplaudirle. Este ataque ha sido dirigido desde el balcón del Ayuntamiento de Salamanca con ocasión del viaje que ha hecho el Caudillo para recibir el diploma de doctor «honoris causa» que la Universidad pontificia de esa ciudad le ha concedido. Después del homenaje a Unamuno, en el que se subrayaron las dimensiones del glorioso nombre, que no han podido utilizar los franquistas como señuelo, necesitaba Franco presentarse en Salamanca y recibir allí honores. Pero el discurso no ha estado a la altura de Salamanca.

El discurso ha sido violento, torpe y grosero gramaticalmente, «calidades» que pueden explicarse por lo siguiente: hasta el último momento, hasta el 7 de mayo en la tarde, el Ministerio de Información trató de obtener del palacio del Pardo el texto del discurso, pero el discurso no estaba redactado. Franco dijo a su ministro que no lo tenía preparado, y en el consejo de Ministros celebrado pocos días antes del acto de Salamanca, Franco dijo que «pronunciaría algunas palabras y que la prensa no tenía más que reproducirlas sin alteración».

Inspiración

Según personas bien relacionadas en la Presidencia del Consejo de Madrid, Franco llegó a Salamanca sin haber preparado el discurso o un esquema del mismo y -dicen esos elementos- «habló según su inspiración». Pero, según hemos visto, esta inspiración le llevó un poco lejos, o como decimos vulgarmente, «se fue de la boca». De otro modo no nos explicaríamos las revelaciones que ha hecho al declarar, contrariamente a todas las afirmaciones de Falange, que «España está unida detrás del régimen de Franco», que la desunión era profunda. Los más sorprendidos fueron los militares de alta graduación que acompañaban a Franco. «Si el Caudillo habla así, decían, es que el descontento en el pueblo es mayor del que suponemos». Algunos se preguntan si esas violentas alusiones de Franco a «esos seres incalificables, indignos de la sociedad española, que clavan sus dardos en su carne cuando el país marcha por el camino del triunfo» no han sido provocadas en parte por las recientes manifestaciones del capitán general de Cataluña, el general Bautista Sánchez (véase Ibérica, Vol. 2, N.º 5).

Hay también razones para pensar que la violencia de Franco podía tener también otras razones, otras causas: hace algunas semanas -aseguran observadores españoles muy bien informados, que viven entre bastidores del Régimen- un grupo de generales, entre los que Franco considera como sus fieles más respetuosos, le ha hecho saber que «estiman conveniente preparara su marcha en el plazo de un año». Parece que añadieron que en ese plazo se debieran tomar todas las disposiciones «para dar a España un gobierno conforme a su tradicional monarquía, restaurando el poder legítimo tal como Franco, él mismo, les había prometido a ellos mismos, al comienzo de la guerra civil».

Prudencia en la realidad

Este hecho debemos considerarlo, sin embargo, con prudencia. Su realidad no puede ponerse en duda, pero su alcance debe calcularse ajustadamente. Creo que es demasiado pronto para hablar de «junta militar» y de una decisión de sublevación entre los generales contra la autoridad de su jefe. Además, Franco puede dividir el grupo de esos generales, trasladarlos, adelantar el retiro de otros, comprar algunas conciencias -como ha hecho, por ejemplo, con el general García Valiño, Alto Comisario en Marrueco español, y cuyas veleidades de pronunciamiento serán siempre frenadas por sus compromisos en importantes empresas financieras. Esto dicho la manifestación secreta de estos generales no debe ser minimizada, es la primera que se ha producido después de la de Muñoz Grande, hoy ministro de la Guerra -demasiado enfermo actualmente para reaccionar- cuando abandonó, en 1944, el mando de la División Azul y volvió a Madrid. Los riesgos de una coalición militar son menores que los que existían al final de la última guerra, pero existen. En las altas esferas del ejército se considera hoy que los acuerdos con América permiten prever, sin peligro para la seguridad interior de España, una evolución decisiva y la marcha del Caudillo. Franco en su discurso se quejó de «los que venden su conciencia nacional en las cancillerías extranjeras». Estas palabras significan que la embajada de los Estados Unidos de Madrid ha sido tomada por numerosas personalidades españolas como testigo de su descontento. Y está claro, desde la firma de los acuerdos del 26 de septiembre, América, es un testigo que Franco no puede recusar. La renovación de la campaña contra Gibraltar, el próximo aislamiento de la fortaleza por el gobierno de Madrid, tiene como razón principal distraer al ejército de su descontento político, y unir las fuerzas del Régimen alrededor de un tema nacionalista que les es común.

La Iglesia ataca la censura de prensa

En Salamanca Franco habló también de «los que encuentran que los años pasan y estamos en el poder hace ya mucho tiempo». Tuvo también la torpeza de contestar públicamente a la respetuosa admonición que le habían transmitido los obispos de España con ocasión de la fiesta del 1.º de mayo. Los obispos precisamente le habían hecho notar en la visita que le hicieron en el palacio del Pardo, «que el tiempo pasaba para todos los grandes hombres de Estado y que le estaban agradecidos por encaminar España hacia un futuro que correspondía a sus tradiciones».

Pero la Iglesia no se ha detenido ahí.

Es sabido que desde el otoño pasado se empezó a observar la descomposición del Régimen como consecuencia de la gravedad de la situación económica y que esta situación llevó a Franco a intensificar el régimen de la censura. Es también sabido que para la práctica de ese control de prensa tiene a su disposición a un hombre desprovisto de todo carácter, el ministro de Información Arias Salgado; un hombre desprovisto de todo escrúpulo, el director de la prensa Juan Aparicio y algunos estipendiarios entre los corresponsales de las agencias de prensa United Press y Agence Française de Presse. En los últimos días del mes de abril, Aparicio lanzó la consigna de que había que explicar al público lo que el gobierno entendía por «prensa orientada». Esa frasecita había sido concebida en la mente de Arias Salgado en el Congreso de la Prensa celebrado en Alicante en los comienzos de ese año «prensa orientada a la española, destinada a oponerse a los libertinajes del liberalismo» decía. Cuando los informadores hablaron en Madrid del asunto provocaron entre los que les escuchaban francas carcajadas, pero la instalación del espía Luis Calvo en la dirección de ABC cambió las risas en disgusto y cólera.

En los comienzos del pasado mes de mayo, se celebró en París un Congreso de la Prensa Católica en el transcurso del cual los representantes de la prensa católica española se dieron cuenta bruscamente de que la totalidad de la prensa católica internacional le cargaba la responsabilidad de la ausencia de opinión pública en España. De vuelta a Madrid conferenciaron con sus superiores jerárquicos y tomaron la decisión no sólo de no obedecer las nuevas consignas lanzadas por Aparicio y por el ministro de Información, sino de lanzar una campaña para obtener una ley sobre la prensa y la supresión de la censura.

Esta campaña acaba de iniciarse con un editorial en Ecclesia, la revista de los cuadros de Acción Católica; unos días después apareció un editorial en el cotidiano Ya, que está inspirado igualmente por la misma organización. Esos dos editoriales han sido publicados sin la autorización de la censura, el primero porque Ecclesia no ha aceptado nunca del Régimen someterle una sola línea, el segundo porque es necesario pensar que una operación dirigida contra el Ministerio de Información no tenía necesidad de ser aceptada por él. Creo que lo mejor que podemos hacer es citar los párrafos principales de los dos artículos. Ecclesia escribe: «La censura tiene más inconvenientes que ventajas. Sea tan bueno como sea, un periódico no puede a probar el funcionamiento de la censura cuando le impide cumplir la misión esencial del periodismo: informar. La censura es la causa de una pérdida de prestigio, pues ella disminuye el apoyo de la nación al gobierno, hace superficiales los sentimientos religiosos y obliga a buscar las noticias en la prensa extranjera».

Ya, a su vez, escribe: «Ahogar la opinión, reducirla a un forzado silencio, es, a los ojos de todo cristiano, cometer un atentado contra el derecho natural del hombre y una violación del orden del mundo establecido por Dios. Cuando el Estado se abroga la misión de dirigir las manifestaciones de la opinión a través de los periódicos, cae en el totalitarismo, abominado por Pío XII. El Estado no puede lícitamente salirse de esos principios, menos aún que otros Estados que se dicen católicos».

¿Qué puede resultar de estos ataques de la Iglesia?

En principio un ataque semejante lleva en germen una ofensiva contra los principios mismos del Régimen, el cual sin una censura muy severa no puede sostenerse. No, no es por casualidad que Franco escoge siempre los hombres de la prensa y de la información entre los más «seguros» y que la censura depende directamente de los servicios de la Presidencia del Consejo, y que hoy, como ayer durante la guerra civil, Franco continúa nombrando los directores de los periódicos.

Debemos señalar que desde el momento en que ha firmado su Concordato con el Estado franquista, la Iglesia interviene directamente en la vida política del país; mientras que Falange fue sola la que pedía aumentos de salarios, no obtuvo nada. A partir del momento en que la Iglesia ha intervenido, no titubeando en provocar huelgas para apoyar sus reivindicaciones, ha obtenido un aumento de 25% en todos los salarios. Por nuestra parte, creemos que este ataque contra la censura, unido a las gestiones recientes de los generales, es el signo más serio, desde hace diez años, de que los españoles, aún aquellos de los que depende la autoridad y la presencia de Franco, se han puesto en un camino que les conduce separarse de la dictadura. ¿En qué momento conseguirán su objetivo? Esa es la incógnita. Pero desde ahora la lucha política está profundamente entablada.

Madrid, junio, 1954.




ArribaAbajo Figuras hispánicas: Don Pío del Río

por F. Ferrándiz Alborz2


La figura del histólogo español Don Pío del Río Hortega, muerto en expatriación voluntaria, plantea una vez más la polémica en torno a la ciencia española. Un pueblo no adquiere el título de científico porque en él se hayan revelado algunas personalidades asombrando al mundo con sus investigaciones o descubrimientos. Copérnico o Madame Curie no dan entidad científica a sus respectivos países. Tampoco se la dan a España Servet con su parcial descubrimiento de la sangre, ni Pérez de Oliva con la inducción electromagnética, ambos del siglo XVI, ni las observaciones sobre el transformismo de las especies animales de Tirso de Molina, como tampoco se la de a Portugal Pedro Juan Núñez con su Nonnius.

El proceso histórico de España desembocó en una expresión cultural la más rica de Europa. Heredero de la tradición científica: matemática, astronómica, naturalista y médica de los árabes, el español estaba llamado a ser el espíritu más completo y complejo de los pueblos adscritos a la cultura de Occidente. Lo que en filosofía representa Luis Vives, lo que en derecho expuso Francisco de Vitoria, era lógico que tuviera su equivalente en la ciencia pura. Habría que buscar el desequilibrio en causas de orden histórico. Santiago Ramón y Cajal las señala someramente en su libro El Mundo visto a los ochenta años, diciendo: «Baste recordar que, aparte de la pobreza y despoblación de nuestro agro, de la expulsión cruel y antipolítica de judíos y moriscos, de la incomprensible exención de cargas contributivas del clero y la nobleza, en cuyas manos estuvo casi toda la riqueza de España, contribuyeron decisivamente a nuestra postergación internacional las continuas intromisiones en la política de países extraños, con que agotamos nuestras fuerzas y dilapidamos los tesoros de América». Y agrega: «Y fue lo peor que tamaños sacrificios no obedecían al interés de nuestra patria, sino al sostenimiento de la preponderancia de dinastías extranjeras, cuyo fanatismo religioso ocultaba insaciables ansias de imperialismo europeo».

Lo que Cajal llama «execrable absolutismo» (débil comparado con el absolutismo totalitario de nuestros días), torció los rumbos de la cultura española, malogrando el ciclo de los descubrimientos, conquistas y colonizaciones en sus relaciones con una ciencia pura que, por ser pura, ofrece los medios más eficaces de expansión espiritual. Lo evidente es que el exponente humano español viene reiterando su posibilidad científica, con individualidades de excepción, asombro del mundo y extrañeza de la misma España, ya que en ella suele negarse validez científica a lo que no se incube en los seminarios de teología. España ha tenido una ciencia espontánea, la del hombre en contacto con la vida, pero por falta de clima propicio se ha perdido en el erial de las sequedades fanáticas. Y en cuanto a la ciencia oficial, por su falta de contacto con la libertad de cátedra, agostó y sigue agostando la posibilidad comprensiva del mundo circundante.

El genio personal

La decadencia científica de España no es precisamente por exceso de teología. La teología española no puede compararse con la producida por los pueblos germanos. Pero ningún pueblo como el español tan cercano al objeto de la teología, Dios. Y no tanto como idea sino como sensación. «Quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta», dice la sentencia española. Esta aspiración de renuncia al todo contingente para alcanzar el todo esencial, es característico de nuestro pueblo, causa de nuestra grandeza y de nuestra miseria. Hemos sido incapaces de comprender que Dios se halla en todo, no obstante nuestro realismo, que por boca de Santa Teresa decía que «Dios se halla también entre las ollas».

Y lo contradictorio del caso es que, cuando aparece un hombre de excepción, un Cajal, un Río Hortega, la España oficial se encarga de exaltar el testimonio de la ciencia personal para darle contenido genérico de genio español. Y es cierta esa vinculación de la ciencia como sistema en el proceso de la cultura española, pero expresión del hombre español al margen del Estado. La ciencia española, después del siglo XVI, no se elaboró en universidades. Pruebas: fue preciso que tuviéramos un Cajal para que se fundara el Instituto de su nombre, y que del Río Hortega fundara la histopatología moderna del sistema nervioso, descubriendo nuevos tejidos de ese sistema, para que se pusieran a su disposición nuevos elementos de técnica investigadora. La disciplina científica empieza en la escuela primaria, creando desde el primer momento los centros de interés que atraigan la vocación latente en el alma infantil, y en España, salvo durante los cinco años de República, la escuela primaria ha sido enemiga, por sistema, de toda preocupación científica. Hoy mismo puede comprobarse, con la inspección de las escuelas a cargo de los curas, la siguiente consigna: «Menos matemáticas y más catecismo». En tales condiciones, el espíritu español puede manifestarse en personalidades de excepción científica, sabios, genios, orgullo del mundo, testimonios de la capacidad científica de España, pero evadidos de un clima espiritual deliberadamente anticientífico.

Por eso asombra más el caso de hombres como Don Pío del Río Hortega, que hoy queremos recordar, al cumplirse, el primero de junio, un nuevo año de su muerte en Buenos Aires. Castellano de tradicional estirpe vallisoletana, del Río Hortega hizo sus estudios en Valladolid, pasando luego a la capital de España para la conquista de su nombre científico. Allí tuvo contacto con el malogrado sabio Nicolás Achúcarro, en cuyo modesto laboratorio de histopatología del sistema nervioso instalado en el Museo de Ciencias Naturales, se reveló el Dr. del Río Hortega como el más aventajado continuador de su obra. Pero la especialidad de Achúcarro se dirigía a la psiquiatría y anatomopatología, disciplinas que, por la originalidad con que las estudiaba, parecía destinado a crear una escuela española de psiquiatría, en la que ya habían adquirido nombre internacional los doctores Esquerdo y Jaime Vera, así como luego el continuador Sanchis Banús, arrebatando también prematuramente a su labor científica por la muerte. Achúcarro murió en plena juventud, a los treinta y ocho años.

Pío del Río Hortega

Pío del Río Hortega
Bronce del escultor uruguayo, Rossi Magliano

Capacidad creadora

Achúcarro era autor de una nueva técnica de pigmentación del sistema nervioso, con la que descubrió nuevas estructuras del tejido conectivo y de la neuroglia, cuya investigación continuó del Río Hortega, transformándolas y superándolas hasta ser reconocidas en todo el mundo científico como técnica de del Río Hortega.

Pero su formación fue mucho más vasta y compleja. Formó parte del equipo de hombres que la junta para la Ampliación de Estudios envió al extranjero para perfeccionar conocimientos y a la vez transmitir al mundo el mensaje cultural de la nueva España. Fue miembro del Instituto Nacional de Ciencias de Madrid, catedrático del Instituto Cajal (disuelto por el régimen franquista), director del Instituto del Cáncer. Pero ante todo era un investigador genial, un enamorado de la experimentación directa, y siguiendo la escuela española de histología, un fervoroso de esa sustancia esencial para el espíritu, el sistema nervioso.

A los profanos, los que sabemos de esta ciencia lo que la curiosidad nos incita a buscar en los libros, queriendo explicarnos ciertas reacciones espirituales del hombre, nos maravilla cómo de esa masa fibrosa, o de esa fibra sutil, puede emanar todo el complejo creador del hombre. Pero es mayor maravilla aun comprobar que, hombres como del Río Hortega, puedan llegar al alma de esa materia, descomponerla en partículas microscópicas y dar a cada una de esas partes entidad autónoma en el mecanismo dinámico de la vida. ¿Se producirá en los especialistas ese asombro nuestro? ¿No quedarán ellos asombrados ante la capacidad descubridora de los sabios? A la postre, ¿qué saben, comparados con los descubridores, los especialistas que de la ciencia conocen solo su aplicación técnica? Si son consecuentes, deben quedar asombrados al ver la maravilla de cada descubrimiento.

Y asombro fue el de la ciencia ante los descubrimientos de Del Río Hortega. Después de Cajal, el sistema nervioso parecía no proporcionar nuevas sorpresas. Su estructura se consideraba inmodificable. ¿Cómo ahondar más en su estudio? Aparentemente era reacio a toda influencia colorante que le hiciera asequible al ojo sapiente y paciente tras el microscopio. Cajal sospechaba que existía lo que denominaba «tercer elemento» neuronal. El tercer elemento de Cajal, por investigación de Hortega, aplicando su método del carbonato de plata amoniacal, es una nueva modalidad de la neurolglia, que por la definición que de ella hizo Hortega se denomina oligodendroglia.

La consagración

Pero el genio de Del Río Hortega había de llegar hasta el final, hasta el hecho comprobatorio del descubrimiento que constituye la consagración de un sabio. Más de cincuenta años de investigaciones en el sistema nervioso parecían descartar toda posibilidad de nuevos descubrimientos. Del Río Hortega demostró la existencia de un elemento nuevo. Había llegado a su microglia, presentándola morfológicamente descrita. ¿Pero qué era en realidad y cual era su función? El sabio la mostró en su identidad, como ciertas hojas embrionarias que forman los tejidos conectivos, polimórficos, con sus movimientos emigratorios, debido a lesiones mecánicas, choques o influencias patológicas, contra los cuales ejercen una función defensiva. Río Hortega demostró que la función de la microglia era idéntica a la del sistema retículoendotelial.

Arrancó al sistema nervioso un nuevo componente que, debido a su técnica, le ofreció la posibilidad de aplicar su método a nuevas zonas orgánicas, como los retículos del hígado, bazo, ganglios linfáticos, etc., y con las diferenciaciones que pueden hacerse con la aplicación del carbonato de plata en las epitelofibrillas, Río Hortega llegó a un estudio y clasificación de algunos cánceres de epitelio malpighiano. Igualmente se debe al Dr. del Río Hortega una clara clasificación en el intrincado problema de los tumores en neurología, universalmente aceptada por la ciencia médica.

Este sabio, cuyos cursos de técnica histológica han sentado cátedra mundial, así como sus clases de neurocirugía, estuvo al frente del Laboratorio de Investigaciones Histológicas e Histopatológicas. Pero a la par de su ciencia nos interesa hacer destacar su comunidad de trabajo y magisterio con la ciencia hispanoamericana, a la que tanto ha ayudado en su progreso. En 1925 llegó a la Argentina por intermedio de la Institución Cultural Española. No se limitó a conferencias. Dio cursillos prácticos sobre su sistema de impregnación con carbonato argéntico en diferentes facultades de Hispanoamérica.

Devoción a la libertad

Al estallar la sublevación clérigo-castrense que ha desprestigiado y arruinado a España, Río Hortega fue especialmente llamado a la Universidad de Oxford, donde trabajó en colaboración con el célebre neurocirujano Hugo Caims, dirigiendo el laboratorio de histopatología nerviosa, recibiendo el merecido título de Doctor Honoris Causa de dicha universidad.

Pero necesitaba el ambiente de su lengua y clima espiritual, trasladándose nuevamente a la Argentina, donde el mal que tanto había contribuido a desentrañar nos lo arrebató, sumiendo en duelo a la ciencia mundial, al pueblo español y a la libertad.

Fue un hombre sencillo. Más bien tímido, bondadoso, patriota con vocación de humanidad, devoto a la libertad y dignidad del hombre. Creyente sin espectáculo, español de fibra castellana. ¿Qué le obligó a este hombre y sabio a salir de España, donde seguramente el nuevo estado de cosas lo hubiera adulado para atraérselo a sus filas? Para nosotros no hay duda de que fue su convicción de que no hay ciencia posible donde no hay libertad. No solo la ciencia, la misma patria se desvanece en retórica cuando la libertad es asesinada en la conciencia de los hombres.

Para recreo de sus vacaciones compró el castillo de Portillo, en la provincia de Valladolid, en el que estuvo preso Don Álvaro de Luna. Allí el Dr. Pío del Río Hortega evocaba la historia de su patria y la veía como una continuación de luchas de la libertad contra el despotismo. De los nobles contra los reyes absorbentes, de los reyes contra los feudales opresores. De nobleza y estamentos populares contra el cesarismo de reyes extraños al espíritu español en la Guerra de las Comunidades de Castilla, y del pueblo contra nobles y reyes durante las Germanías de Valencia. Todo el contenido político social de estas luchas se expresaba en la punta de la espada de los oprimidos, como un mensaje de libertad que hasta la fecha no ha podido abrirse paso contra la confabulación de los traidores indígenas y los mercenarios de fuera.

Por eso el Dr. Pío del Río Hortega, máximo entre los máximos, hombre sin militancia política, pues su credo liberal y democrático es de filiación humanista, se expatrió y prefirió morir en el exilio, para no hacerse cómplice pasivo de traición no solo en estas luchas de nuestros años, sino en la secular porfía de nuestro pueblo contra las opresiones. Su tragedia fue la de todas las conciencias dignas de España, la de sentir a España y verse obligado a abandonarla. Y la abandonó agónicamente, a conciencia de que no era solo su persona la que emigraba de un escenario histórico forjado a golpes de traición, sino que a su vera iba la misma cultura, inseparable de la libertad.

F. FERRÁNDIZ ALBORZ.




ArribaAbajo España, comunidad de pueblos

por Luis Carretero y Nieva3


Capítulo II

Un español, catalán, que no es ningún unitarista, Bosch-Gimpera, dice que las «notas comunes a todos los iberos, y aún a todos los pueblos primitivos de España, parecen haber sido: el espíritu de independencia y de oposición a dominios forasteros, el orgullo, el sentido de la hospitalidad, el ser asequibles al trato benévolo y resistentes al altanero, la ingenuidad y la credulidad, a la vez que la indolencia y la inconstancia para impresas largas, la división con tendencias a la anarquía».

Estos rasgos coinciden en general con los que Schulten, el investigador alemán que vivió muchos años en Soria para estudiar las ruinas de Numancia y la cultura de los celtíberos, señaló como característicos de este pueblo: el orgullo, la terquedad y la indolencia, y también la caballerosidad, la fidelidad y la hospitalidad; y después de decir que el castellano -refiriéndose al de la Castilla serrana, la de las viejas comunidades- es sobre todo un celtíbero, describe el orgullo celtibérico como una alta estimación de sí mismo, en el sentido de que «el que se respeta a sí mismo respeta los demás».

De los rasgos morales de los primitivos españoles, sin desechar una fuerte estimación de sí mismo, sin negar la terquedad y advirtiendo que la indolencia actual puede depender del desaliento sembrado por siglos de gobernación incongruente con el pueblo, quedan un ardiente amor por la propia independencia, que por causas diversas se manifiesta con frecuencia en la desconfianza ante la reforma retóricamente preconizada -desconfianza equivocadamente tomada como apego retrógrado- y un aprecio respetuoso por los demás, una hospitalidad que es estimación del extraño y una gran fidelidad en el cumplimiento de las promesas y obligaciones, la reconocida fides celtiberica, cualidades que constituyen una base firmísima para establecer la convivencia humana y una excelente disposición para vivir en democracia.

Desde luego, con el amor a la independencia se manifiesta al mismo tiempo la tendencia muy firme y general de conservación del propio grupo, al que el español se entrega con devoción; lo cual es en cierto modo una negación del individualismo, y una explicación de la variedad grande de los pueblos de España.

El «individualismo»español

La concepción vulgar sobre la condición individualista del español está nutrida de unas cuantas propiedades positivas y de otras negativas, de virtudes y de males que son propios del español y de otros que son extraños a él, en la medida que afirmaciones como éstas pueden tener validez general para un pueblo. Muchos de esos «males» son consecuencia inevitable de alguna virtud y, por lo tanto, no son tales males; mientras que ciertas «virtudes» muy ensalzadas no son, en el fondo, más que males lamentables.

Como cualidades del español de todos tiempos y de todos los lugares que han contribuido a atribuirle la condición de individualista hemos de señalar el espíritu de independencia, como cualidad afirmativa, congruente con la negativa de oposición a todo dominio y muy especialmente al dominio forastero; un orgullo innato, que es negación de toda superioridad -superioridad impuesta, que no la espontáneamente reconocida a toda virtud superior- en los demás -el «nadie es más que nadie» del conocido refrán castellano-, acompañado de un sentimiento de hospitalidad y una liberalidad que son estimación positiva para el prójimo; una aceptación cordial y sentida del trato amable y una resistencia a toda altanería; una fidelidad y credulidad que tienen su condición contraria y complementaria en la violencia y rigor en la lucha contra el enemigo, y para que el español tome a cualquier extraño como enemigo es necesario que se haya ofendido alguna de las anteriores cualidades.

Es muy cierto que los hombres de las condiciones que acabamos de ver no pueden ser mandados de manera imperativa para ejecutar maquinalmente órdenes de un jefe indiscutible, como otros pueblos cuya disciplina tanto se nos ha alabado. Nunca aceptarán de buen grado un régimen en que todo depende de los mandatos de otro hombre u hombres superiores. Pero estas cualidades, suficientes para hacer del español un hombre indomable ante cualquier intento no ya de vejación o humillación sino simplemente de manejo por un mandarín, no indican ninguna incapacidad para una actuación colectiva. Hay en él una propensión a estimar el pensamiento y la voluntad ajenos y un propósito firme de cumplir con lealtad el compromiso libremente adquirido, que son condiciones suficientes de por sí para asegurar el valor de asociación del español, si la sociedad se organiza de tal modo que no menoscabe la individualidad de los asociados.

El instinto de asociación

La experiencia nos dice reiteradamente cuán profundo es el instinto de asociación del español, aun cuando haya fracasado muchas, muchísimas veces por falta de una organización social acomodada a las realidades hispanas. El español se entrega con pasión a los hombres que le rodean de un modo inmediato y siente el orgullo de sí mismo y se enorgullece de sus compañeros, se siente orgulloso de su oficio y de los de su oficio, de su pueblo y de los de su pueblo. De este profundo sentimiento de asociación inmediata nace probablemente la tendencia constante a organizarse en banderías, que en España nacen con espontaneidad. Lo que se llama corrientemente individualismo, acaso pudiéramos llamarlo pandillismo -limpia la palabra de su sentido peyorativo-, tendencia a formar pequeños grupos, pero no afán de vivir solitario. Esta multiplicación de los grupos pequeños en ausencia de grandes asociaciones ha sido favorecida por el alejamiento de interés es más generales a que servir directamente, ya que los que tenían tal carácter han sido absorbidos por el Estado centralista, que el español no ha llegado a considerar como cosa propia. La doctrina del temperamento individualista español, como condición negativa, es consecuencia de la pertinaz repetición de desaciertos en la gobernación del país.

Sentimiento español de la Península

Resulta de los que pretenden la autonomía de sus regiones nativas, los que quieren mantener sus rasgos e instituciones particulares, incluso los llamados separatistas, si es que los hay que no lo sean porque así les llaman los centralistas intransigentes, son los que están de acuerdo con el carácter esencial español: y que, por el contrario, los de condición menos española, los más divergentes del español auténticamente tradicional, son los unitaristas, de acuerdo con el hecho histórico repetido de que los que han querido destruir las variedades genuinas del país y pretendido implantar la organización centralista han sido los conquistadores. Ellos son los que importan el principio unitario, que proclaman y defienden lo mismo los recién venidos que las generaciones nacidas de ellos más tarde en el país y educadas en la herencia de la conquista.

La nacionalidad no está en la anchura del cráneo, ni en la forma de la nariz o el color de los cabellos; no puede definirse por los límites geográficos de los Estados, ni tampoco tajantemente por las fronteras lingüísticas; es, en el fondo, una cuestión de sentimiento; que no brota espontáneamente y porque sí, sino que es resultado de un largo proceso histórico. En este aspecto fundamental, es innegable la existencia en toda nuestra península de un sentimiento español, arraigado desde muy antiguo en todos sus pueblos y que en la época medieval, de alumbramiento de las actuales nacionalidades hispánicas, se manifiesta no solamente en los más acomodados al dominio de la monarquía unitaria, sino también en los de mayor apego a la propia independencia.

Si todavía en tiempos de los Reyes Católicos y aun en los de Carlos I y Felipe II los súbditos de las diferentes coronas de España (Castilla, y León, Aragón, Navarra y Portugal) seguían considerándose extranjeros unos a otros, como pertenecientes a diversos Estados, eso no quiere decir que no mirasen a España como una entidad superior que los abarcaba a todos.

(Continuará)


UNA VOZ EN ESPAÑA

El reverendo Jesús Yribarren, sacerdote español vasco es el editor de Ecclesia. En una edición de últimos del mes de mayo escribía: «La censura baja el nivel profesional: el del periodista porque se siente degradado y sospechoso, y pierde el deseo de la información y el valor para el comentario; los periódicos porque pierden la fe del público... Existe una atmósfera de debilidad y miedo».

Algunos periodistas extranjeros le han preguntado al padre Yribarren sobre esas cuestiones y él ha tenido para todos la misma contestación: «Yo sé lo que Vds. desean, pero no puedo contestar porque quiero seguir escribiendo».






ArribaAbajo Editorial

Mando y gobierno


No es un secreto que los discursos de los jefes de Estado son preparados cuidadosamente. Esa preparación está a cargo de técnicos en materias diversas. Así, si el discurso ha de exponer temas económicos, funcionan los técnicos de esa materia, si sobre agricultura los agrícolas, los financieros si la materia a tratar entra en ese dominio y si el discurso es político funcionan con ritmo acelerado las más altas autoridades de la política afín a la del jefe del Estado. (Hacemos omisión de los temas sobre política internacional, ellos deben ser tratados por separado).

De este modo el jefe de Estado sale a la palestra con las mayores garantías de poder marcar justamente el buen camino; al jefe de Estado corresponde, y en esto no hay diferencia entre un jefe representativo de una democracia y un dictador, lanzar las grandes directivas del país. Ahora bien, el jefe de Estado de una democracia está apoyado, sostenido por los órganos representativos de su pueblo, por el pueblo mismo que le llevó a la jefatura, por eso su responsabilidad está compartida. El jefe de Estado de una dictadura no tiene nada en qué apoyarse, su responsabilidad es como su poder: absoluta. Las declaraciones públicas de un dictador tienen, pues, un valor absoluto, una responsabilidad sin aleaciones; dejan sobre el tapete afirmaciones sin rectificaciones posibles. Ellas son fundamentales para el conocimiento de los problemas interiores.

El general Franco ha pronunciado recientemente varios discursos, ellos tienen, evidentemente, una gran significación. El discurso más importante es el que ha pronunciado desde el balcón del Ayuntamiento de Salamanca, discurso político dedicado por entero a los españoles, discurso improvisado, por tanto sincero, discurso dirigido al pueblo, por tanto transcendente. Era de esperar que buscara una ocasión para decir a los españoles desde la misma ciudad de donde salió investido por otros generales como caudillo para ganar la batalla contra los españoles, que había ganado la batalla... con un millón de muertos, pero que la batalla había terminado. Pero no, el general Franco no ha llamado a la concordia desde el balcón del Ayuntamiento de Salamanca, el general Franco ha marcado el más profundo desprecio, la repulsa más cerrada a «las minorías de dentro del país, que no significan nada, pero que dirigen sus puyas contra la esplendorosa marcha de la nación», ha calificado a las minorías que existen fuera del país de «minorías indignas».

El discurso no le acredita ciertamente como gobernante, constituye una serie de agravios a los españoles que están en desacuerdo con su política, el discurso es un inequívoco exponente del hombre de «mando»: no asoma en él un resquicio por donde pueda verse al hombre de «gobierno». De otro lado la marcha de España bajo el régimen totalitario impuesto por el franquismo, no se asemeja siquiera a aquella aparente marcha del fascismo italiano, y quedó dolorosamente comprobado que los regímenes nazis y fascistas no han dado la felicidad a los pueblos que pasaron por ellos.

El estado español se sostiene menos débil hoy que hace unos años gracias a la ayuda de esta democracia americana, pero el pueblo español continua sin poder deshacerse de una miseria que arrastra ya hace 18 años. Y es que los pueblos no son revolucionarios, son pacíficos y conservadores. Los revolucionarios son aquellos individuos que alucinados, ignorantes o ciegos, sin conocimiento profundo del pasado, sin formación del presente y sin visión del mañana se aventuran a imprimir una dirección, a imponer una forma de vida a un pueblo sin estar respaldado por él. El mal de España es ese: lanzada a la aventura desde el siglo XVI con alucinaciones de poderío y riqueza, con perspectiva de conquistas ilimitadas, no se ha recogido en ella misma para ordenar y rehacer su propia hacienda, y cuando lo intentó, con procedimientos pacíficos, evolutivos y nacionales le salió al paso el hombre del «mando», el hombre fanático en la creencia de su misión providencial que le ha impuesto una dirección contraria a sus designios, apoyándose en las armas, que no en el arado.

Los pueblos son pacíficos, y son pacíficos porque son conscientes de su potencia de trabajo y fundan sus esperanzas de progreso en sus brazos, en sus brazos dirigidos a la tierra. Los revolucionarios son los hombres que desean «el mando». Gobernar no es mandar. El duque de Maura ha dicho que Franco no puede gobernar en España porque no sabe gobernar, porque no ha gobernado nunca. En efecto, el general Franco ha obedecido y ha mandado, y se ha sublevado; pero no ha gobernado ni gobierna, ni puede gobernar: manda. El mando cuando es sólo eso, mando, necesita del palo, la frase española lo dice bien claro: «Tener el mando y el palo», y el palo, si se ha de esgrimir mucho tiempo necesita del mando: he ahí la ecuación a que se reduce la España actual.




Arriba Un libro

Del embajador Claude G. Bowers


My Mission to Spain

Historiar un periodo de la vida española no es cosa fácil y es ardua labor historiar un periodo que se ha vivido. El embajador Claude G. Bowers acometió esa ardua labor, labor que presenta en su libro: My Mission to Spain (Mi misión en España). Claude Bowers fue nombrado embajador de los Estados Unidos en España por el Presidente Roosevelt en el año 1933, cargo que representó hasta 1939, en que dimitió. En el mismo año fue nombrado embajador en Chile donde ha representado a su país durante catorce años.

El Señor Bowers no pertenecía a la carrera diplomática antes de ser nombrado embajador en España, ejerció el periodismo con gran brillantez y ha publicado varias obras de carácter social, político e histórico, entre ellas: The Tragic Era, Jefferson and Hamilton, Party battles of the Jackson Period, etc.

Coincidían, pues, en el Sr. Bowers al acometer su estudio circunstancias que raras veces se dan juntas: hombre de pluma, historiador y representante diplomático del país más poderoso del mundo en un país que admiraba y que habría de pasar por los momentos más trágicos de su historia. Tuvo contacto con personalidades oficiales y particulares, acceso a todos los organismos oficiales, caminos libres para sus observaciones; estas circunstancias unidas a su manera directa, eficiente, nueva de entender y cumplir una misión diplomática, hacen del autor Claude G. Bowers una indiscutible autoridad en la materia contenida en su libro My Mission to Spain.

Hemos seguido la lectura de los capítulos del libro con interés creciente, su pluma retrata, no fantasea. Han quedado impresos en esos capítulos hombres y situaciones con trazos inconfundibles, seguros y permanentes; pero, además, alternan en ellos escenas de la vida española plenas de finura y gracia como la Semana Santa en Sevilla y la visita a Toledo, con la emocionante contemplación del heroísmo de Madrid; la conversación con el conde de Romanones y las entrevistas con D. Manuel Azaña.

Veintiocho capítulos integran el volumen; en unos, como en el V, el dibujo de las personalidades asombra por la simplicidad y justeza de los rasgos; en otros, por ejemplo en el VII, cuyo título es: «Los moros vuelven», propios y extraños pueden medir la intervención en tierra española de los moros y de la Legión Extranjera -creada solamente para operar como fuerza de choque contra los moros en Marruecos. Así queda deshecha en el capítulo XIV, la leyenda forjada por aquellos a quienes interesó forjarla, sobre el gran número de comunistas existentes en España. Claude Bowers subraya que en las Cortes Españolas elegidas en 1936, entre 476 diputados, había quince comunistas. Con una frialdad de cirujano habla del terror en Madrid y Barcelona y del terror en la zona rebelde en Baleares y Badajoz, señalando las características de ambas zonas y las responsabilidades que han correspondido a cada una. «Frente diplomático» lleva por título el capítulo XX, en el que diplomáticos de los que no se podría haber dudado antes de sus sentimientos, aparecen iniciando la ofensiva oficial contra la democracia española, es decir, contra «la democracia». Ese espectáculo hace exclamar al embajador Bowers: «Esto que presencio me hace afirmarme más aún en la idea de que antes de enviar representantes a un país democrático, deben asegurarse los gobiernos de que el enviado es hombre demócrata».

Los dos últimos capítulos son fundamentales para el conocimiento de la actitud oficial de los Estados Unidos frente a la significación de la guerra de España: Hull, Roosevelt, Welles, Stimson llegan a nosotros por esas páginas, como llega el criterio sostenido por Claude Bowers frente a esas personalidades; sostenido entonces con tanto vigor como hoy.

My Mission to Spain es un documento de máximo valor para aquellos a quienes interese conocer el período que abarca, e indispensable para los que deseen estudiar, hoy o mañana, no solo la historia de España, sino la formación de la ola de barbarie que inundó Europa.

Esperamos que la obra de Claude Bowers sea traducida al español, así podrán apreciar los lectores de España en primer término, y los de Hispanoamérica la pintura serena, realista y sensible de un periodo de la historia de España en el que la pasión de unos y otros ha oscurecido hasta ahora la realidad de aquellos años.

Este libro sale a la luz hoy por estimar Mr. Bowers que no era correcto publicarlo mientras pertenecía a la carrera diplomática.

Cerramos este comentario con las palabras con que Claude Bowers termina el prólogo de su libro: «La segunda guerra mundial comenzó en España en 1936».

VICTORIA KENT.

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