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Ibérica por la libertad

Volumen 4, N.º 4, 15 de abril de 1956

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IBÉRICA es un boletín de información dedicado a los asuntos españoles y patrocinado por un grupo de americanos que creen que la lucha de España por la libertad es una parte de la lucha universal por la libertad, y que hay que combatir sin descanso en cada frente y contra cada forma que el totalitarismo presente.

IBÉRICA se consagra a la España del futuro, a la España liberal que será una amiga y una aliada de los Estados Unidos en el sentido espiritual y no sólo en sentido material.

IBÉRICA ofrece a todos los españoles que mantienen sus esperanzas en una España libre y democrática, la oportunidad de expresar sus opiniones al pueblo americano y a los países de Hispano-América. Para aquellos que no son españoles, pero que simpatizan con estas aspiraciones, quedan abiertas así mismo las páginas de IBÉRICA.

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IBÉRICA se publica el día 15 de cada mes, en español y en inglés por Ibérica Publishing Co., Inc., 112 East 19 th St., New York 3, N. Y. Todo el material contenido en esta publicación es propiedad de Ibérica Publishing Co., Inc. y no puede ser reproducido en su integridad. Copyright 1956, Ibérica Publishing Co.

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ArribaAbajo La dificultad del Maquiavelismo

Ramón Sender


El maquiavelismo está al alcance de cada cual y todo el mundo lo practica en política a su manera. Pero una condición es indispensable para que las intrigas prosperen: que las bases sean verdaderas y sólidas.

En general hay dos formas de maquiavelismo: el del fuerte y el del débil. Diferentes en su base y en sus procedimientos también lo son en sus fines. El fuerte trata de conservar su fuerza. El débil trata de obtenerla. Difícilmente un hombre o una potencia internacional adquieren poder sin quitárselo a alguien.

El error de Franco y de su camarilla consiste en el plano internacional en tomar por cierta una base dudosa y por base un terreno movedizo e inseguro. En el conjunto de naciones hoy por hoy España es débil. Económica y militarmente débil no se puede esperar que sea políticamente fuerte. Podemos ser y somos fuertes en otras dimensiones.

Sin embargo Franco quiere agitarse, intrigar y jugar maquiavélicamente como si fuera fuerte.

Sus primeros intentos en la política exterior han sido estruendosos fracasos. Franco pensó que agitando en Marruecos y en Argelia conseguiría debilitar a los franceses y obtener en el mundo de los aliados antisoviéticos una posición mejor o en todo caso lograr directamente de Francia ventajas económicas y políticas en África. A primera vista lo más maquiavélico que podía hacer era educar en el Marruecos oriental grupos de nacionalistas árabes argelinos. Y en el Marruecos del sur grupos de marroquíes nacionalistas. Y darles medios de agitación, de propaganda y lo que es más importante, armas. Que es lo que los árabes aprecian más, después de las huríes de Mahoma.

Pero Francia ha respondido con un movimiento inesperado: la independencia de Marruecos. Marruecos es un mal negocio para Francia, es un lujo que le cuesta oro y sangre. El buen negocio está en Argelia. Francia dando la independencia a Marruecos le crea a Franco un problema que puede ser y va a ser probablemente la tumba del régimen fascista: la independencia del Marruecos español. Los marroquíes no van a respetar esa zona española. ¿Por qué van a respetar al débil después de haber vencido al fuerte?

Francia ha perdido Marruecos y en realidad no ha perdido nada. Argelia le produce beneficios más considerables que las pérdidas que le causaba Marruecos. Pero si los fascistas españoles pierden Marruecos -como lo tendrán que perder-, no les queda Argelia alguna. Tendrán que colonizar las Hurdes (lo que no estaría mal). De esa catástrofe no podían culpar a la República.

El movimiento maquiavélico de Franco se vuelve contra él en las peores condiciones. La bomba le ha estallado en las manos. Como señalaba Ibérica en el número anterior, los actos terroristas de protesta en la zona española lo han demostrado.

Por otro lado los franquistas han querido intentar sus intrigas también en el oriente próximo, con Egipto y el mundo musulmán. Cuando han querido darse cuenta se han visto en las manos de los rusos y sirviendo sus intereses. Naturalmente, han dado marcha atrás. Pero la violencia de los dos movimientos ha puesto en evidencia la rigidez y la fragilidad del sistema. Es difícil, el maquiavelismo. Hace falta para aventurar algo fuera de casa tener orden y solidez y autoridad y salud dentro.

El maquiavelismo de los débiles consiste en hacer pelear entre sí a los fuertes y unirse al vencedor cuando la victoria es más que probable. Es exactamente lo que había tratado de hacer Franco con Hitler. Pero también se equivocó: la victoria de Hitler que parecía segura e indudable (como dijo Franco en un discurso en 1943) resultó una ilusión. El deseo nos engaña, a veces.

Querer intrigar ahora entre los poderosos sin dinero, sin armas, sin autoridad y sin salud es convocar la catástrofe, provocar la ruina. Y es exactamente lo que está sucediendo. Lo sentimos por el pueblo español que es quien al final paga los tiestos rotos. Los pagó en Annual en 1921 y los va a pagar otra vez ahora. Si antes no decide dar una lección a los fascistas como la dio a los monárquicos culpables de Annual en 1931. Lo que es más que posible.

La situación del régimen de Franco es tal que cualquier movimiento fuera o dentro de las fronteras desencadena fuerzas adversas. El maquiavelismo interior tiene más posibilidades (es decir, tiene más armas y medios de imponerse) pero en definitiva la última palabra no la tiene la argucia sino la policía y el terror. Con eso no se va muy lejos a pesar de todo. Santo Tomás de Aquino justificaba el asesinato del tirano. El padre Mariana lo recomendaba. Algunos monárquicos no lo verían mal. Los falangistas que no gozan del paternalismo directo de Franco lo encontrarían bastante explicable. Una parte de la iglesia también. Nosotros no queremos violencia ni odio. No son las personas sino las doctrinas lo que hay que combatir y destruir. Incluso en el caso de Franco.

Pero detrás de tanta maniobra inepta dentro y fuera de España no se puede esperar sino lo peor. Todos querríamos evitar una nueva guerra civil y haríamos lo que estuviera en nuestros medios por hacer imposibles en España esas «soluciones» catastróficas que en definitiva nada resuelven. Pero la respuesta de Franco a los últimos incidentes y desórdenes hace suponer que piensa de otro modo. ¿Le fallará su plan dentro como le está fallando fuera? ¿Cuándo? ¿Cómo? El pueblo que no dice nada será quien diga la última palabra. Al final todos los maquiavelismos, intrigas y maniobras han sido cancelados y relegados al olvido por la voz popular. Los militares españoles antidemocráticos aprendían sus trucos en Marruecos. Pero también aprendían a comprender esos trucos el pueblo. Por ahora (y una vez más) el futuro inmediato está ahí.

RAMÓN SENDER




ArribaAbajoDel talante de exilio al coloquio de las Españas

Fernando Valera


El doctor Gregorio Marañón pronunció no ha mucho en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, una conferencia sobre la influencia de las emigraciones políticas españolas en América. En vez de calumniarlas y denigrarlas, como acostumbran otros, ponderaba sus virtudes, errores y sufrimientos, y proclamaba la conveniencia de reincorporar a la patria los desterrados de la última cruzada, en beneficio de la cultura española.

De vez en cuando sopla en España un aliento de serenidad y buen juicio que se afana por ver las cosas desinteresadamente, tal como ellas son, y no como las presenta la literatura oficial del Movimiento. Hace algunos meses, por ejemplo, el editorialista de Mundo Hispánico insistía sobre el problema de los «españoles fuera de España» y, comentando un anterior ensayo de J. L. Aranguren en Cuadernos Hispano-Americanos, ponderaba «el espíritu comprensivo de aquellas páginas henchidas de verdadero amor cristiano y fraternal que recogían en el plano intelectual la misma actitud de comprensión y de brazos abiertos que la España oficial venía manifestando a través de sus autoridades». Parece que ahora también el doctor Marañón ha manifestado su «confianza en la España actual que, a través de su Gobierno, ha dado pruebas indiscutibles de comprender el drama de los emigrantes españoles».

No quiero discutir si las intenciones de la España oficial son tan fraternas y cristianas como lo indican más las palabras que los hechos; lo que me interesa destacar aquí es mi convencimiento de que para conocer el talante de exilio, precisa algo más que leer los libros de algunos intelectuales, no siempre arraigados a la terrible tragedia de la España Peregrina, y aun a las veces desvinculados de ella: hay además que oír y escuchar a las víctimas.

Por no poderlo hacer así, los escritores del lado de allá, faltos de la comunicación directa que supone el diálogo, siguen sin comprender ni el origen, ni el desenvolvimiento, ni el desenlace posible de la tragedia de los refugiados. Porque es una tragedia inmensa, sólo comparable por sus dimensiones con la dispersión milenaria de Israel. Parecen para nosotros escritas las palabras de Fray Luis de Granada en su Libro de la Oración y Meditación: «Si se tiene por grande mal el destierro de la patria y de los aires en el que el hombre se crio, pudiendo el desterrado llevarse consigo todo lo que ama, ¿cuánto mayor será el destierro universal, de las casas, de la hacienda, de los amigos, del padre y de la madre y de los hijos, y de esta luz y aire comunes y, finalmente, de todas las cosas? Si un buey da bramidos cuando lo apartan del otro con quien araba, ¿qué bramido será el de tu corazón cuando te apartan de todos aquellos en cuya compañía trajiste a cuestas el yugo de las cargas de esta vida?». Los desterrados que pudieron llevarse consigo todo lo que amaban eran los sefardíes y, más tarde, los moriscos, expulsados de España cuando todavía prevalecían en el mundo ciertos sentimientos cristianos; mas el destierro del siglo XX, inspirado en la implacable mentalidad totalitaria, se parece mucho más a ese «destierro universal» con que Fray Luis quería dar una idea aproximada de la muerte. A la manera del salmista que tenía sed de Dios, cada desterrado canta en la caverna de su corazón angustiado: «Como el ciervo que brama por las fuentes de las aguas, así clama por ti, oh patria, el alma mía».

Que hay una peculiar manera de sentir la tragedia del destierro, que ella deja indelebles huellas en el alma de quienes lo padecen y que así se engendra un como «talante de exilio», he ahí una verdad que la penetración de J. L. Aranguren ha sabido descubrir, digámoslo en honor suyo, para los españoles de España; pero que no constituía ciertamente una novedad para los que venimos sufriendo el mal del destierro. En lo que a mí atañe, me había percatado, aun antes de sufrirlo, de sus riquísimos precedentes en las páginas de tantos y tantos proscritos insignes como llenaron con sus TRISTES los anales de la literatura universal. La mística judía es particularmente rica en la expresión de ese estado de conciencia, sobre todo a raíz de la expulsión de Sefar, cuando el destierro vino a ser tema preferido, según ha observado Gershon G. Scholem, profesor de la Universidad de Jerusalem. Pero donde, que yo sepa, este especial estado de ánimo adquiere más lúcida conciencia de sí mismo es en el discurso con que Alcibíades pretendía, hace veinticuatro siglos, justificar la traición a su patria, Atenas, discurso que él mismo quería negar que hubiese sido inspirado por «el mal humor del destierro». «Ruego que ninguno piense mal de mí... ni se sospeche que mi oración presente es fruto del talante de exilio (oude hipopteuszai mou es ten fugadiken prozumian ton logon). Desterrado soy, en verdad, por la maldad de quienes me echaron de mi patria, y no por el servicio que, si me creéis, voy ahora a prestaros. Mayores enemigos que vosotros que dañáis a quienes lo son vuestros, considero a los que fuerzan a los amigos a trocarse en adversarios. Y en lo que atañe al amor patrio, no lo tengo cuando se me trata inicuamente; sino cuando en paz y seguridad me son reconocidas las calidades del ciudadano. Ni entiendo que ahora lucho contra la que todavía es mi patria; mucho más justo sería decir que lo hago por recobrar una patria que ha dejado de ser mía. El verdadero amor patrio consiste, no en que se guarde de combatirla él que fue inicuamente expulsado de ella, sino él que por todos los modos y maneras, y por el hambre que de ella tiene, se afane en recobrarla».

He ahí con la claridad y elegancia atenienses explicado de una vez para siempre el «talante de exilio» o pasión del destierro. La sola diferencia entre Alcibíades y los republicanos españoles consiste en que él se alió con las ciudades despóticas de Grecia para combatir a su patria, en realidad para derribar «esa necedad universalmente aceptada que llaman democracia», mientras que la España Peregrina jamás identificó sus hambres de patria y su afán de recobrarla con la traición, ni sé pasó al bando de sus enemigos; antes bien, cuando regaba generosamente con su sudor y su sangre, o fecundaba con sus cenizas, los campos y tierras donde se luchaba y moría por la libertad, durante la Segunda Guerra Mundial, creía luchar y morir a la vez por su España.

El hecho de que la otra España, después de infamar oficialmente durante diez años a «esa necedad universalmente aceptada que llaman democracia» haya buscado y aceptado finalmente la alianza con los países que la representan y dirigen, demuestra que los refugiados españoles teníamos razón; y que son ellos, los españoles que en contubernio -iba a decir infame, diré sólo extraño- con las tiranías totalitarias, nos echaron de España, los que se habían equivocado. Ellos y no nosotros solicitaron la alianza y adoptaron el modelo de los Estados de Hitler y Mussolini, inspirados según nosotros -y según el Sumo Pontífice- en las mitologías paganas, y contrarios por lo tanto al auténtico sentido de la cristianidad.

*  *  *

Cuando en España gobernaban regímenes liberales, incluso durante la Dictadura de Primo de Rivera, que no llegó a ser totalitaria, pero singularmente durante la breve era republicana, había coloquio entre las diversas Españas. Antes de 1936, las Españas se conocían; discutían, reñían a veces entre sí; pero, al cabo, convivían y se enriquecían aun sin quererlo ni saberlo, con la mutua convivencia. Ahora las Españas se ignoran, singularmente las dos Españas rivales. Pero es que hay allí, al margen de la oficial y la desterrada, la otra España latente, silenciosa, apagada pero no muerta, que guarda como rescoldo caliente bajo las cenizas las promesas de una lumbrada futura. Y de esa España, que es lo soterraño, la eternidad, el porvenir, ni los de acá ni los de allá sabemos apenas nada; porque nos separa de ella la sima de los silencios y los rencores; porque se ha roto entre los españoles el puente de las almas, que es el diálogo.

Añadiría que la culpa de que España se debata en ese monólogo aburrido, desesperante, preñado de tormentas no es ciertamente nuestra; pero aquí no se trata de atribuir o rechazar responsabilidades, sino de comprender. La falta de comunicación, sea de quien fuere la culpa, hace imposible la comprensión mutua y dificulta el restablecimiento de la convivencia nacional.

Los españoles en exilio, por ejemplo, no sabemos gran cosa de los de allí dentro. No podemos saberlo, ni siquiera los que nos afanamos por enterarnos. Hay en nosotros un rescoldo de aquella guerra civil tan criminal como estúpida y una lejanía de diez y ocho años. Hay en ellos un morboso empeño por desfigurarse que dificulta todavía más el conocimiento.

Por ahora no hay medio de saber la verdad de lo que allí pasa; porque todo nos llega desfigurado, reformado, adulterado, por una propaganda no sé si falaz o simplemente necia, cuyo designio no es informar, sino sorprender, simular, pavonearse. Nadie, ni siquiera el Caudillo, puede averiguar lo que haya de verdad permanente y sincera en la España oficial -que algo tiene que haber-, porque lo veda el delirio de simulación que se ha apoderado de ella. Y sólo cuando caiga el telón y acabe la comedia, podremos separar del polvo la piedra berroqueña, y averiguar quiénes entre los actores eran hombres; y quiénes sólo títeres.

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Tampoco los españoles de allá están enterados ni pueden enterarse de la verdadera condición de la España desterrada, pues que han de contemplarla forzosamente en los espejos deformantes de la calumnia, que no reflejan nuestro rostro real, sino la monstruosa, ridícula y siniestra caricatura que la tiranía vencedora hizo de nuestro verdadero ser, acaso para acallar a pretexto de tanta perversidad el remordimiento de la conciencia atormentada por el espectro de su crimen. En vano, de vez en cuando, tímidas voces solitarias se atreven a enunciar algunas rectificaciones; así, por ejemplo, el editorialista de Mundo Hispánico, antes aludido, cuando escribe que «casi todos los que hace quince años se exilaron, españoles como los otros, han hecho o han rehecho su vida al limpio golpe de su trabajo cuotidiano», y añade: «gentes que honran, al margen de sus ideas peculiares, a la patria de sus padres y a la de sus descendientes». Éstas son voces nobles, pero tímidas voces solitarias; porque la España oficial y su vulgo espeso siguen aferrados al INRI que duele más que la Cruz. Día llegará en que España haga justicia a una emigración política cuyo índice de delincuencia es el menor de todas las emigraciones políticas europeas, no obstante haber sido ella la más desamparada y perseguida; una emigración que ha puesto altísimo el nombre de España, con su trabajo en campos y talleres, cultivando las artes, las letras y las ciencias y regando con su sangre generosa los campos de batalla y de tortura en que se luchó y sufrió por la libertad.

Pero estábamos analizando la defectuosa información que en la España oficial se tiene de la España Peregrina. En primer término, suponer que los refugiados se exilaron, parece indicar que lo hicieron por un acto voluntario de despego o desamor a su patria, o por un arrebato de su soberbia, o por un antojo de su talante; mas la verdad es, no que se exilaron, sino que los exilaron aquellos otros españoles que no conciben la patria como lo que es, como una comunidad armónica y fraterna de hombres distintos, con ideas peculiares que para ser buenas y patrióticas no necesitan coincidir con las de quienes se atribuyen el monopolio del patriotismo y la sola dogmática posible de la hispanidad. Y permanecen en el destierro, no por ningún prurito de vanidad, ni por maldad ingénita e incurable; sino porque la patria sigue sin ofrecerles las mínimas condiciones seguras y honorables de habitabilidad. Para volver a ser españoles se les exige renunciar a lo que son, un modo de ser que, por donde quiera que fueron en el ancho mundo, comprobaron que se estima como el propio modo de ser de hombres libres y civilizados.

Recobrar la patria es volver a ella con la dignidad de persona humana, para disfrutar los mismos derechos y cumplir los mismos deberes que en los pueblos civilizados se conceden y exigen por igual a todos los ciudadanos. Volver a hurtadillas, para vegetar silenciosos en un rincón de España, sin hacer en ella y por ella lo mismo que hemos hecho «al limpio golpe del trabajo cuotidiano» en las patrias de asilo, no es volver a España, sino en caminarse a un segundo destierro, el destierro en la propia patria, más amargo y más cruel, pues que ni siquiera lo endulzaría el consuelo del recuerdo y el aliciente de la esperanza.

No es tampoco totalmente exacto que «casi todos los que hace quince años se exilaron han rehecho sus hogares en el extranjero y hasta se han hecho una patria». No; esos que renunciaron a España son por fortuna los menos y los tenemos por los más flacos, aunque ellos se tengan por los más inteligentes. La mayoría de los desterrados siguen siendo españoles, a veces renunciando para seguir siéndolo a grandes ventajas materiales y a no pocos honores y dignidades que las patrias de asilo, más generosas y justas que la madre España, les ofrecen. Y no viven en un hogar rehecho, sino a lomo de cabalgadura o en el carro del nómada, o en la tienda del peregrino, con la suprema aspiración de vivir todavía en y para su patria. O de morir soñándola. Y esto sí que es verdadero patriotismo.

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Ese estado de mutuo desconocimiento y de recíproco rencor que tiene a España escindida, y, por lo tanto disminuida, perdurará con riesgos de hacerse crónico mientras no se restablezca el libre puente de las almas; el diálogo. Un diálogo abierto y leal, a la luz del día, sin mistificaciones ni consignas banderizas, sin odio y sin miedo: el diálogo de la libertad.

Dudo que ese diálogo sea fecundo mientras no pueda establecerse en alta voz, ya que no en España, por lo menos ante España. ¿Qué adelantaríamos con formular nuestras verdades y enunciar nuestros proyectos en el destierro, si el pueblo español no puede escucharnos; más aun, si nuestras voces solo llegaran a él deformadas, mutiladas, tergiversadas, por el comentario unilateral de los que allí se reservan el privilegio de la palabra? Sólo el restablecimiento a tiempo de un clima de paz y libertad en España pondría las cosas en su lugar, separando de entre la paja vana de la política el grano substancioso de la verdad histórica; mas, mientras hayamos de continuar unos y otros en pie de guerra, encastillados en nuestras trincheras polémicas, no concebiremos sino consignas de propaganda, opiniones sectarias, slogans absolutos y, por lo tanto, falaces. Seguiremos siendo incapaces de conocernos, de reconciliarnos y de reintegrar España al estado de paz que es condición inexcusable de su reconstrucción y de su grandeza futuras.

Pero es que, además, las dos Españas rivales, obsesionadas dentro de sus posiciones, apenas si paran mientes en la otra España, la silenciosa, la permanente, víctima inocente de nuestro fratricidio, a la que tampoco se deja oportunidad para decir su palabra que, probablemente, sería harto distinta de la que esperan oír tirios y troyanos. Acaso el mayor peligro que hoy se cierne en el horizonte de España no sea ya la perpetuación de la tiranía triunfante, ni la revancha de la democracia desterrada; sino la nueva irrupción volcánica del pueblo español en la escena de la historia.

FERNANDO VALERA




ArribaAbajoO'Neill en un presidio de Franco

C. Rivas Cherif


«Rumbo a Cardiff» en el presidio del Dueso

Rumbo a Cardiff en el presidio del Dueso

Al margen de mi empresa con Margarita Xirgu en la dirección del Teatro Español de Madrid, fundé en 1931 el «Estudio de Arte Dramático» que me valió luego, a petición unánime del Claustro, la designación por el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, que lo era entonces don Fernando de los Ríos, de Sub-Director del Conservatorio de Música y Declamación, cargo que implicaba la dirección efectiva de los estudios teatrales. Dimití al cabo del primer curso, por la imposibilidad de atemperar la efectividad de mi empleo a la rutina ineficaz de aquel establecimiento, y me atuve a la propia disciplina para convertir aquel primer «Estudio» del Español en una compañía escolar que con el título de la TEA, sigla de «Teatro Escuela de Arte», establecimos en el de «María Guerrero», sin otra ayuda oficial que la del local, de poco antes comprado por el Gobierno de la República a su propietario y viudo de la titular ilustre, Fernando Díaz de Mendoza. Cuando a mi azaroso regreso de mi primera excursión a México con la Xirgu, llegué a Madrid en los primeros días de la guerra civil del mundo cuyo prólogo tenía ya lugar en la de España, todavía funcionaba la TEA en su sede, dirigida por mis colaboradores Felipe Lluch, muerto en 1940, en funciones de director del Español, y José Franco, que en España sigue de buen actor profesional y maestro particular de jóvenes volcados a la escena, muy señalada entre otras su actuación en la película famosa Bienvenido Mr. Marshall.

Interrumpido el ejercicio de mi profesión teatral por la de diplomático miliciano en Ginebra, tuve ocasión de visitar en dos o tres escapadas de mi función propiamente consular al campo de mi experiencia más segura, París, Bruselas, Amsterdam, Estocolmo y Moscú, como poco antes de la guerra Nueva York, escenarios propicios al acendramiento de mi vocación. Secuestrado en 1940 en mi residencia de Arcachon en Francia, por la Gestapo alemana y la Policía de Franco, conducido forzosamente a Madrid, juzgado y condenado a muerte por un tribunal militar en Consejo Sumarísimo de Urgencia, y condonada a poco la pena por la subsidiaria de treinta años de presidio mayor, fui a dar en el de 1942 a la Colonia Penitenciaria del Dueso, antiguo Presidio de Santoña en la provincia de Santander. Allí merced a la colaboración de unos cuantos compañeros, que ya tenían autorizados sus ocios en un teatrillo elemental y la buena voluntad del Director, don Juan Sánchez Ralo, reanudé la TEA, con su nombre de «Teatro Escuela de Arte». Aparte el resultado artístico de tal experimento -el más satisfactorio en mi ánimo de cuantos me ha deparado la suerte en mis cincuenta años de vocación y veinticinco cumplidos de profesional- la TEA del Dueso, me valió la inclusión en el indulto normal -y conmigo de muchos compañeros- concedido a tenor de la ley, una vez cumplida la mitad de la condena, en virtud de la paradójica de «Redención de penas por el Trabajo» abonados que me fueron por cada uno en el Teatro, Escuela, tres días de prisión. Dimos en dos años treinta y tantas representaciones, con un público de reclusos que nunca bajó de los dos mil espectadores y que llegó a los cinco mil a veces, en que participaban los funcionarios de la prisión y algunos invitados de marca, como el Obispo de Santander, que gratificó, en beneficio exclusivo de nuestra empresa, con quinientas pesetas, su butaca para El gran teatro del mundo de Calderón con que ya Margarita Xirgu y yo habíamos obsequiado al Cuerpo Diplomático extranjero en el Teatro Español de Madrid, en la función conque el Ministerio de Negocios Extranjeros quiso celebrar el primer aniversario de la República en 1932. De La vida es sueño» y El alcalde de Zalamea» con su primer título de El garrote más bien dado -¡y qué fruición la de actores y público ahorcando al capitán traidor! (El alcalde de Zalamea estaba a la sazón prohibido en los espectáculos públicos)- a La casa de la Troya, Las grandes fortunas de Arniches y zarzuelas como Los Aparecidos» y La Dolorosa, el Teatro-Escuela del Dueso lo fue de los más variados géneros españoles. La representación del Hamlet constituyó la prueba más decisiva de la universalidad de nuestro empeño en punto a su inclusión en el teatro grande. Por cierto, que nunca pude obtener la colaboración, ni la aquiescencia siquiera a nuestra intención, de un muchacho, por demás sensible, condenado entonces por actividades comunistas posteriores a la supuesta terminación de nuestra guerra civil, y que atenido a la rigidez del reglamento, aceptaba la imposición carcelaria del saludo falangista a Franco, entonces en vigor, y no rehuía la obligación de la misa dominical, impuesta como un acto de servicio, ni aceptaba ninguna expansión tolerada que pudiera, escrupulosamente significar, no ya la colaboración imposible con nuestros carceleros, la más mínima complacencia en nuestra propia obra. Se dedicaba a pintar para sí y para los pocos amigos a quienes nos concedía el gusto de sus pinturas. Antonio Buero Vallejo, uno de los más destacados, si no es el mejor, de los dramaturgos que cuentan en la España de Franco, debe acaso su indulto a la concesión del Premio Lope de Vega a que concurrió hallándose, creo, todavía en Presidio, cansado, sin duda de la resistencia denodada que hacía a cualquier desfallecimiento del ánimo (bienaventurado) en la persecución de la justicia de nuestra causa. La TEA del Dueso se apagó repentinamente al soplo de un felón, sucesor que fue, como Director de la Prisión, de nuestro valedor anterior -y con él abnegadamente la Inspectora de Prisiones a la sazón, la señorita Carmen de Castro, a cuya agradecida memoria quiero rendir en la paz de su muerte prematura el homenaje de mi recuerdo vivísimo. Carmen de Castro era sobrina de nuestro compañero en el destierro feliz de México y destacado hombre de ciencia, tanto como consecuente republicano Honorato de Castro, y hermana del escritor, dramaturgo y, guionista cinematográfico Julio Alejandro, cuyo crédito se afirma en México también cada día en servicio del arte dramático en la industria mexicana de la pantalla.

El cojo maldito porque lo era, llamábamos los presos al sucesor en el Dueso de don Juan Sánchez Ralo. Ya que se me ha borrado su nombre de la memoria no quiero recurrir a los archivos de mis apuntes en que ha de estar consignado, ni a preguntárselo a quien se le ha olvidado menos seguramente que a mí. Tengo esta capacidad de olvido como prenda solo comparable a la de la buena memoria que conservo de las gentes de bien. Desde su llegada me fue antipático, no obstante la amabilidad con que me saludó en uno de los ensayos, según pasaba su primera revista. La manera no más de mirar a las paredes de lo que era nuestro taller y en que exponíamos las graciosas pruebas de nuestro trabajo, me bastó para juzgar de sus gustos y sus intenciones. No pudo disimular su complacencia cuando me participó las nuevas normas que, dando por liquidada la guerra civil y como si el régimen penitenciario normal no hubiera estado, en efecto, en suspenso y a merced de la vesánica crueldad castrense, policíaca y clerical del monstruoso contubernio gobernante en España, estimaban improcedente el exceso de los llamados «Cuadros Artísticos» de las prisiones y se proponían el cumplimiento del reglamento rigurosamente punitivo. La excepción que luego se hizo explícitamente por parte de la Dirección de Prisiones, en favor del Teatro Escuela del Dueso, le contrarió sobremanera. No halló medio mejor de acabar con nosotros, incluso físicamente, lo que estuvo a punto de cumplírsele conforme a sus peores deseos, que inventarle al Teatro-Escuela, y a mí principalmente como director con mis mejores colaboradores, la perpetración de un complot comunista en connivencia con un guerrillero de la montaña, fugitivo de la cárcel, y con los asaltantes por aquellos días de una Comisaría de Policía en Madrid.

Nos habíamos dado a ensayar dos obras de Eugene O'Neill, de su primera producción a raíz de la guerra del 14, que nos acababa de mandar un compañero hasta poco atrás de teatro y de reclusión, traduciéndolas a nuestra intención por juzgarlas muy adecuadas, acertadamente, para el Teatro-Escuela, ya que las personas dramáticas que en ellas intervienen son hombres exclusivamente. Tienen además la particularidad de que tratándose de dos piezas diferentes en un acto cada una, y distinta por lo tanto su acción dramática, el barco en que la acción se representa es el mismo, y la tripulación igual, aunque varíen las circunstancias. Rumbo a Cardiff se titula el primero, que se figura en época de paz; y En la zona prohibida (On the zone) el segundo, durante la guerra de 1914 al 17 antes de que entraran en ella los EE. UU. Era mi propósito el hacer también El Emperador Jones del propio O'Neill y me parecía oportuna la preparación de actores y público a otro género de «realismo» del que se suele en el teatro, por la misma sencillez del desarrollo escénico en el dramaturgo norteamericano. La representación había de ser, conforme al estilo de las dos obras, minuciosa y detallista, en tono menor y llena de las pausas y silencios del cine. Se prestaban además a otra manera en la decoración, absolutamente realista, a que nuestro pequeño escenario se acomodaba muy bien, aun más en realidad que el de un teatro, ya que se ha de dar la impresión de una cámara de proa en un mercante de pocas toneladas. Dábase la circunstancia favorable de que uno de los improvisados actores era marino y podía ayudarnos a montar el decorado con la precisión que yo pretendía, armándolo con solidez, ya que no había de variarse en toda la representación y de modo que las literas de los marineros, unas encima de otras, dos a cada lado, con la pronunciación de la proa al fondo, fueran practicables, y que al subirse y bajarse y estar en ellas los actores no se moviera feamente el decorado como cuando la armazón es liviana y de papel pintado los muros aparentes. El resultado fue muy superior a mis esperanzas. Pudimos ensayar como es casi imposible hacerlo en la escena profesional, y yo nunca he podido, con el decorado puesto lo menos diez o doce días antes de la función. El efecto fue tal que el fotógrafo que solía ir de Santoña a nuestras representaciones quiso lucirse y nos obtuvo unas pruebas gráficas tan de película como las que un compañero de prisión sacó de El alcalde de Zalamea que hicimos en el patio del Presidio Viejo y que he hecho constar en otras referencias del Teatro-Escuela del Dueso. Dos de las fotografías de Rumbo a Cardiff y En la zona prohibida dieron ocasión precisamente a la burda trama que el Director del Penal y unos polizontes de Santander urdieron en nuestro daño.

Ello fue que con destino al propio O'Neill y porque pudiera tener una de las más curiosas muestras de la expansión de su teatro por el mundo, se me ocurrió dedicarle dos de aquellas fotos, para enviárselas por conducto de Mr. Bowers, nuestro amigo y hasta el fin de la guerra en España Embajador de los EE. UU., con quien aunque muy azarosamente ya había tenido oportunidad de comunicarme desde el Presidio. Yo tenía una vieja estilográfica, de trazo grueso, que el uso había engrosado como el de una escobilla. Con ella y en letra de imprenta, para mayor claridad, escribí las dedicatorias al gran autor norteamericano, al respaldo de dos reproducciones en tamaño postal. Pocos días después de enviarlas al correo, dirigidas a familiares míos en España, porque directamente no podíamos comunicarnos los reclusos con residentes en el Extranjero -ni aun con mi esposa e hijas- y a quienes nunca les llegó, me desapareció la pluma. Sirvió harto burdamente a los que con el Director idearon y realizaron la sustracción para componer con ella una supuesta respuesta mía -con ingenuo pseudónimo de «Manuel Hermano Moro» harto reconocible, por ser yo moro Cherif, y hermano político de Manuel Azaña- rehusando no se qué presidencia de Unión Revolucionaria contra Franco y dando a quienes se suponía que me la ofrecían tampoco sé ya qué consejos y admoniciones en que se sobreentendían inminentes planes subversivos (!) del orden (?) establecido. Para que fuera más evidente la patraña, mi carta pseudónima estaba a más de escrita por los trazos sin duda de mi vieja estilográfica, en caracteres de imprenta- de que era único modelo, entre los numerosísimos escritos de que se me incautaron después, mi dedicatoria a O'Neill respaldando las fotografías de Rumbo a Cardiff y En la zona prohibida en el Teatro Españolísimo del Dueso.

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Once meses estuve rigurosamente incomunicado de nuevo. Aquel proceso, con el de mis ignorados compañeros de complot no se ha sobreseído aun a los diez años de incoado. El protagonista de «Rumbo a Cardiff», Miguel Macía, que conmigo debutó de actor profesional en Madrid, en 1946, a nuestra salida de la Prisión, y que conmigo traje a México, donde de actor sigue desde hace siete años largos, en la escena y en el teatro televisado, se mostró ya en aquella ocasión tan sensible a las circunstancias dramáticas que en la acción imaginada por O'Neill se representan, como antes se había mostrado con la capacidad romántica que requieren el Segismundo de «La vida es sueño» o el propio «Don Juan» de Zorrilla. Su papel en «Rumbo a Cardiff» no era fácil, por la monotonía que supone durante todo un acto la agonía de un marinero, herido de muerte en una caída a la bodega del barco, sin otro movimiento que el de incorporarse dos o tres veces en la litera donde yace, y que al cabo muere tras una visión alucinada, luego de recomendarle a un compañero la novia de un día... en el puerto a donde ya no ha de llegar.

Pocas compañías hubieran podido dar versión más cabal de aquellas dos obras. Las continuas pruebas de una disciplina en la camaradería que nunca he visto cumplida en el teatro profesional, atenidos los sindicatos a normas anticuadas en el aspecto artístico y que pugnan con la reforma de los usos y costumbres que la rutina ha pervertido, constituían entonces el mejor galardón de mi esfuerzo en pro de la obra común que el arte dramático supone.

En cuanto a nuestro «gran público» de presos recibió, como recibía siempre, con interés y emoción, aquel ofrecimiento que le hacíamos de un ejemplo de «teatro del mundo» que solo podía parecerle inconsistente y sin sustancia a los pocos «entendidos» que teniéndose por más al tanto -por lo que en los teatros suelen ver- tienen casi por completo atrofiado el sentimiento natural.

C. RIVAS CHERIF

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ArribaAbajoEntrevista con un estudiante

Entrevista exclusiva para Ibérica celebrada en París por nuestro corresponsal con el estudiante español refugiado Antonio López Campillo, cuya conferencia de prensa sostenida en París el 26 de Marzo fue recogida por toda la prensa europea.

A raíz de los sucesos estudiantiles de Madrid, El Español semanario de Juan Aparicio, Director General de Prensa, ha publicado un relato por entregas, explicando la preparación por un grupo de jóvenes de los incidentes universitarios. En ese relato, que toda la prensa española se vio obligada a reproducir, se acusaba a un tal Antonio López Campillo de servir de agente de enlace entre los estudiantes madrileños y la Embajada Soviética en París.

Antonio López Campillo, que es licenciado en Ciencias Químicas, se halla en París desde el mes de octubre preparando su tesis doctoral. Se hallaba, pues, ausente de Madrid en el mes de febrero.

Cuando El Español y el resto de la prensa española publicaron el relato, en las tertulias madrileñas se preguntaba a cada persona que iba llegando «¿No será usted el siniestro Campillo?».

Nosotros hemos buscado al «siniestro Campillo» y hemos charlado con él durante varias horas en un café parisiense con objeto de hacerle algunas preguntas para Ibérica. Digamos, ante todo, que Antonio López Campillo es un muchacho de treinta años, de talla media, simpático y de palabra fácil. Desde luego no tiene nada de «siniestro».

López Campillo afirma que ni es comunista, ni ha pasado nunca por la Embajada Soviética en París, que únicamente es liberal y de religión protestante.

Su conversación está salpicada de chistes y de anécdotas y retenemos únicamente las preguntas y respuestas que pueden tener un interés general.

«¿Es usted protestante por tradición familiar o por evolución personal?»

«Por evolución personal».

«¿Se ha visto perseguido por el hecho de ser protestante?»

«Más que perseguido aislado. Aislado por la sociedad. No obstante fui expulsado de la Milicia Universitaria por el mero hecho de ser protestante. Esto me obligó a cumplir el servicio militar como simple soldado y a detener durante algunos años mis estudios, lo que explica que a los treinta años me encuentre todavía preparando mi tesis. Incluso para la misma preparación de la tesis encontré en Madrid grandes dificultades por el hecho de ser protestante y fue eso lo que me decidió a venir a París.»

«¿De cuándo data su adhesión al protestantismo?»

«En 1943 me confirmé en la Iglesia de Jesús de la calle de Calatrava, en Madrid. La Iglesia de Jesús pertenece a la Iglesia Evangélica Española.»

«¿El hecho de ser protestante cree que le ha impedido o le impedirá en el futuro, caer en manos del marxismo?»

«Sí y no. Yo me hallo más cerca de Kierkegaard y de Unamuno que de otra cosa. Me inclino más hacia una interpretación existencialista que hacia una visión dogmática de la vida. Yo que no acepto dogmas religiosos no puedo aceptar dogmas políticos. El marxismo en tanto que explicación histórica quizás me interese, pero no en tanto que dogma. No creo, por otra parte, que pueda llegar nunca a ser ateo.»

«¿Cuáles son las tendencias políticas que predominan entre los universitarios españoles?»

«Una mayoría aplastante tiene aspiraciones republicanas. Estas aspiraciones son confusas. No son muchos los que pertenecen ya a tendencias políticas concretas. Esta confusión nace de la falta total de preparación política y económica que el día de mañana no puede servir más que a los extremistas y, en especial, a los comunistas. Me imagino que cuando mis compañeros se han lanzado en Madrid a pedir un congreso nacional de estudiantes, deseaban obtener la supresión de la censura en la universidad. Lograr que al menos unas minorías pudiesen investigar y conocer en toda libertad y prepararse así de manera satisfactoria.»

«En la Universidad madrileña, que es la que más conozco, los demócratas cristianos tienen menos gente de lo que pudiera pensarse pues no se han preocupado en efectuar una propaganda eficaz confiados en que, el día de mañana, con solo presentar su etiqueta las gentes se irán detrás de ellos. Los grupos federalistas europeístas aparecen como uno de los elementos más dinámicos. Luego hay individuos que aisladamente son esto o lo otro».

«¿De dónde viene la agitación política en la universidad?»

«En casi todas las universidades españolas la agitación política ha sido fomentada por elementos que proceden de Falange. En realidad la mayoría de los falangistas se van pasando a la oposición para convertirse en liberales o en superfalangistas a la búsqueda de un jefe y de una revolución, defraudados por el régimen.»

«¿La propaganda comunista circula mucho entre los universitarios?»

«En gran cantidad.»

«¿Hay otras propagandas políticas que contrarresten?»

«La socialista, del partido Socialista Obrero Español y la europeísta.»

«¿Cuál es más numerosa?»

«Supongo que debe ser la comunista.»

«¿Cómo explica el hecho de que sea precisamente a usted a quien acusan de ser el instigador y el enlace secreto?»

«Por mi participación a los preparativos del Congreso de Escritores jóvenes que se intentó realizar antes de pensar en el congreso de estudiantes, por mis frecuentes viajes al extranjero, por mi popularidad entre los estudiantes y tal vez por el hecho de ser protestante.»

«¿Cuál es su opinión respecto a la evolución política del régimen?»

«Más que de evolución convendría hablar de lucha de influencias. Es todo el problema del régimen actual. Yo pienso analizarlo a fondo en un libro que pienso publicar en breve y que se titulará algo así como "Análisis Elemental de la España Oficial".»

«¿Qué fuerzas luchan?»

«Democracia Cristiana contra Opus Dei.»

«¿Y la Falange?»

«Ya le he dicho que se halla en descomposición. Yo mismo fui falangista.»

«¿Cuál es la posición de Franco?»

«Hasta fines del verano pasado permanecía a la expectativa. Desde entonces se ha decidido por el Opus Dei. Así se explica el que la Democracia Cristiana acabe de perder la primera batalla.»

«El Opus Dei se presenta como una minoría fuerte y disciplinada que desea y logra poco a poco irse apoderando de los puestos clave de la administración española. El Opus Dei preconiza una especie de monarquía absoluta, basada sobre un estado corporativo. Han llegado a convencer a Franco de que ellos son los que más se aproximan de los ideales del Movimiento. El Opus Dei trata de ampliar sus huestes y para ello ha obtenido que le dejen tener en Pamplona una escuela libre de Medicina y otra de Derecho en la que pueden cursarse los estudios de ambas disciplinas con tal de revalidarlos después en las universidades del Estado. De esta manera reclutan jóvenes en Navarra que es la cuna tradicional de las fuerzas militares de la extrema derecha española.»

«El Opus Dei está decidido a darle la batalla a la Democracia Cristiana y aunque de momento no le interese el ocupar puestos de primer plano estoy casi seguro de que van a cargarse a Martín Artajo cabeza visible en el gobierno del ala derecha de la Democracia Cristiana. Uno de sus mayores obstáculos son los jesuitas, pero se apoyan ya en fuertes minorías del Ejército.»

«Lo cierto es que tanto el Opus Dei como la Democracia Cristiana limitan su propaganda a ciertos sectores y ni unos ni otros bajan hasta el obrero. Lo más que llegan es hasta el universitario. Don Juan está en contacto con ambos grupos sin que esto signifique nada.»

«¿Qué opina de las acusaciones lanzadas contra sus compañeros de Madrid?»

«Que carecen de base y que están pagando algo que no han hecho. Son peligrosos para el régimen porque empiezan a pensar por su cuenta, pero nada más.»

«¿Cree que podría hacerse algo por ellos?»

«Sería capital que las organizaciones estudiantiles norteamericanas reclamasen que se les haga un proceso público y con garantías de toda clase.»

«¿Qué opina en general la juventud universitaria de la presencia de los norteamericanos en España?»

«Los norteamericanos, en general, son impopulares por el apoyo dado a Franco y esto no solamente en la Universidad sino en la calle. No creo que de esto tengan la culpa los norteamericanos que viven en España que hacen, en realidad, todo lo posible por pasar inadvertidos. Lo que no cabe duda es que todo visitante de cierta importancia que se deja fotografiar en los periódicos y que hace declaraciones a la prensa, sirve a la propaganda oficial. No se comprende que el norteamericano sea demócrata en su casa y aliado y amigo de Franco en España. Esto es todavía más grave si se tiene en cuenta que hasta 1951-52 los norteamericanos eran sumamente populares y contaban con gran simpatía entre el pueblo español siendo precisamente en los sectores favorables al régimen donde eran entonces mal vistos.»

«Reparar esa impopularidad será difícil y costará muchos años el día en que desaparezca el régimen actual.»

El relato por entregas de El Español hablaba de un café italiano del Boulevard Saint Germain de París en donde Campillo había establecido su cuartel general. La entrevista con el propio Campillo la hemos celebrado en un café del Boulevard Saint Germain pero, desde luego, no en un café italiano, por la sencilla razón de que en el Boulevard Saint Germain de París ¡no existe ningún café italiano!

París, 6 abril, 1956




ArribaAbajoSin permiso de la censura

El régimen favorece la propaganda comunista


La entrevista que Franco ha concedido al New York Herald Tribune y que toda la prensa española ha reproducido con alarde, ha acusado verdadera indignación entre los jóvenes universitarios de Madrid.

Decir que los comunistas son los responsables de toda la agitación que reina en la Universidad es dar agua al molino de las gentes de la Pasionaria. ¿Qué más pueden pedir los comunistas que aparecer como el estandarte de la inquietud universitaria?

Sabido es, que de todos los muchachos que se hallan en la cárcel únicamente tiene ideas comunistas Múgica Hertzog y aun el mismo Múgica es muchacho bastante joven todavía, con grandes problemas de conciencia y que dudamos de que llegue a inscribirse en el partido comunista, ya que se trata más bien de un comunista teórico al que se le ha atragantado la filosofía marxista.

La mayoría de nuestra generación se distingue por su falta total de formación política y se siente atraída por todo lo que tiene un aire de rebeldía. Su ignorancia de la vida en democracia, del civismo que implica, de la responsabilidad personal que lleva consigo es culpa del régimen. Si el día de mañana los jóvenes se hallan desarmados ante las teorías comunistas la culpa habrá sido únicamente del régimen.

Lo cierto es que a raíz de los sucesos de febrero y frente a la actitud obscurantista del gobierno, hay una reacción de extremismo de la Universidad que si Franco dura mucho más no sabemos a dónde va a llevarnos.

Echando la culpa de lo de Madrid a los comunistas Franco no hace más que servir a la propaganda de «Radio España Independiente» y hace creer a las gentes que la única posibilidad de quitárselo de encima consiste en aceptar una ilusoria «unidad de acción». Sabido es que la emisora comunista no hace más que predicar la unidad de todos los antifranquistas y si sus extremismos verbales hacían que no tuviera eco dentro de la población española, lo cierto es que de un tiempo a esta parte su nuevo lenguaje está empezando a penetrar en muchas gentes.

La policía se ha trazado «a priori» un esquema que quiere ver cumplido a toda costa en la realidad. Las amenazas y las presiones se suceden para que los muchachos confiesen, sea verdad o no, que han sido víctimas de manejos comunistas, después de lo cual les prometen dejarles en paz. El régimen debe pensar que cada confesión de ese tipo, arrancada a cualquier precio, puede valerle algunos millones de dólares más.

Cuando Franco habla de «elementos extraños» a la Universidad, que se infiltran en su interior debe referirse, sin duda, a los agentes de la brigada político-social de la policía o agente de la Falange oficial que hace tiempo que salió de la Universidad; si es que alguna vez llegó a frecuentarla.

Pese a los pesares entre los encarcelados no falta el buen humor: Buena prueba de ello es el romance escrito en la cárcel de Carabanchel que circula ya en la Universidad. Nuestros compañeros afirman en él que la cárcel es «nuestra nueva Facultad» y que se hallan a la sombra por estar en relación con «un tal / López Campillo que ahora / feliz en París está / cantando la Marsellesa / en su idioma original». Luego piden al cartero que por favor no les traiga cartas de Francia «porque pueden sospechar».

El máximo problema

Los jefes militares se reúnen para estudiar el problema que la entrega de Marruecos supone, porque dígase lo que se quiera en algunos grupos incondicionales del general Franco, el problema de Marruecos no es un problema de «administración» sino un grave problema político, un problema de máxima gravedad para Franco y la clase militar toda.

Franco obtuvo sus más brillantes ascensos en Marruecos, en donde muy joven y por méritos de guerra llegó al grado de general; Marruecos fue para él campo abierto para sus apetencias de mando; de Marruecos, y con tropas marroquíes, se lanzó a la conquista del Estado español; con la ayuda de los marroquíes ocupó militarmente España. Hoy tiene que entregar Marruecos a los marroquíes.

Para la clase militar las perspectivas son tan trágicas como para Franco. Hasta ahora -salvo los ascensos obtenidos por méritos en la guerra civil- el único futuro para los militares de carrera era Marruecos, Marruecos era la única posibilidad de escalar puestos para un joven militar. Hoy los militares; con su jefe a la cabeza, tienen que entregar Marruecos a los marroquíes.

Madrid, abril de 1956




Lecturas

Unamuno, Valle-Inclán, Baroja y Santayana de Ramón Sender

El último libro de Ramón Sender, Unamuno, Valle-Inclán, Baroja y Santayana1, presenta una original «manera crítica» de gran atractivo. La crítica de Sender es fecunda y hasta en su pretendida demolición de Unamuno encontramos tantos puntos luminosos para la controversia que casi estamos a punto de agradecerle la severidad de sus juicios.

No son extensos esos ensayos, pero en todos ellos vemos al hombre y a su obra, y Sender, sin que se lo haya propuesto, aparece entre ellos permitiéndonos apreciar atisbos de su actitud íntima.

Discrepamos de su ensayo sobre Unamuno y nos rendimos ante los firmes rasgos con los que nos presenta Santayana, en el que personifica Sender la generación de 98, «los hombres del margen», según su frase feliz.

Afronta el problema de la expresión literaria de Valle-Inclán que hasta hoy no lo había afrontado nadie. «Escribir las novelas -dice- era para Valle-Inclán una cuestión casi mecánica, el lado milagroso estaba en la concepción, ordenación y cristalizaciones anteriores». «La concepción de la obra era pictórica y plástica y en ella, como en los pintores venecianos, en el Greco y en los impresionistas modernos, era antes el color que la línea».

Asintiendo unas veces y discrepando otras es necesario reconocer la alta calidad de su crítica, en la que alternan la aguda observación, la ironía, los aciertos poéticos y frescas preferencias y apasionados ataques, patrimonio de todo espíritu vigoroso.

Agradezcamos a Sender el haber proyectado sobre esos autores nueva luz que nos induce otra vez a ellos.

V. K.

El Catolicismo y la Cruzada de Franco2 de Juan de Iturralde

Bajo el pseudónimo de «Juan de Iturralde» se protege un escritor español, católico vasco de sólida formación religiosa y grandes contactos eclesiásticos. Estos contactos le han permitido conocer documentos hasta ahora inéditos sobre la actuación de la Iglesia en España, antes y durante la guerra civil de 1936-1939. Lleva varios años trabajando en la recolección de estas fuentes, y de otras públicas ya aparecidas en distintos lugares.

Fruto de su investigación serán tres volúmenes, de los cuales acaba de ser publicado hace pocos meses el que comentamos aquí. Abarca los preparativos de la Guerra Civil, sin perjuicio de ahondar a veces más atrás. Su análisis abarca también las conspiraciones aisladas de las distintas fuerzas subversivas que finalmente coincidieron en la rebelión armada contra la República: Ejército, Falange, monárquicos. Pero el estudio que da originalidad, y valor de libro imprescindible desde ahora, es el dedicado a las fuerzas católicas; sobre todo a los dos Primados de España entonces (cardenales Segura y Goma) y al Nuncio Msgr. Tedeschini.

Casi todo el libro es una exposición de hechos basados en documentos auténticos; la completa con consideraciones, que a la vez son ortodoxamente católicas y netamente democráticas. El lector se queda con la apetencia urgente de los dos próximos volúmenes anunciados.

J. de G.3

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ArribaAbajoAlocución en el 14 de abril

D. Diego Martínez Barrio


Extracto de la alocución del Presidente de la República en exilio D. Diego Martínez Barrio en el XXV aniversario del 14 de abril de 1931.

Aunque no ha podido aun salir de su postración la Patria dividida, el designio de salvarse permanece intacto, fuera y dentro del país las voluntades apresuran la hora de la liberación.

El español emigrado espera que se le abran las puertas de la Patria; el español no salido de España, percibe que tras la frontera hay brazos que le aguardan, voces fraternales que quieren unírseles y un gran torrente de sangre moza dispuesta a enlazarse con la de sus hermanos.

Todo el problema español se concreta en la trágica oposición de unos principios considerados intangibles y el libre ejercicio de la investigación intelectual. Trágicamente se alían los más extraños y al parecer contradictorios elementos, coincidentes en la condenación de los derechos esenciales del hombre; y por las mismas vías del terror político y de la coacción moral llegan a la conclusión de la omnipotencia del Estado, divinidad monstruosa del mundo contemporáneo, que exige como tributos la obediencia física y la servidumbre espiritual.

La España que procuran construir los españoles, no es eso ni nunca ha deseado serlo. Queremos una sociedad basada en la libertad; sociedad donde convivan las distintas clases que la integren, subordinando el interés de cualesquiera de ellas al de la Ley, acordada y votada por órganos nacidos de la voluntad popular; conjunto nacional en el cual las diversas modalidades que constituyen los pueblos de España desarrollen sus actividades peculiares con las características que a cada uno ha puesto la historia.

Cualquier buen día, en el foro, en la Universidad o en la plaza pública, la multitud letrada o anónima, matriz de España, dirá su palabra de mando, y automáticamente caerán los falsos dioses de los pedestales, tanto el dictador como el fanático que atiza el odio de clases.

*  *  *

En el poder los vencedores, y en el destierro los vencidos, cada quien ha visto sobre el muro de los recuerdos la faz desencajada del español víctima de la contienda, preguntando al cielo si su sacrificio ha sido estéril.

Por mi parte, no lo creo, vosotros españoles, tampoco. La sangre derramada ha enlutado las almas y ha avivado momentáneamente los odios, pero a lo largo del proceso histórico los descendientes de los enemigos de ayer experimentan la común necesidad de purificarse concediéndose un recíproco olvido y perdón.

Hagamos el último y gran esfuerzo para liquidar la pesadilla y sobre el solar reconquistado realizar la tarea mayor de echar llaves y cerrojos a los recuerdos de la guerra civil. Los ojos penetrantes de la experiencia se asoman al porvenir y lo prefiguran con exactitud. Murió una república y otra se está gestando. Al nacer inspirará sus actos, seguramente en el doble y perenne servicio de la Patria y la Libertad. Más tarde, la voluntad general señalará los límites irrebasables y ante ellos habrán de inclinarse los ciudadanos y los partidos. Este 14 de abril promete ser umbral de la jornada gloriosa que los españoles esperan. Diversas señales lo anuncian transmitidas de oído a oído y de corazón a corazón.

Me limito a daros un consejo: Construid la España y la República futura para todos los españoles, sin excepción, de tal manera que sea conjuntamente y desde el primer día, templo y hogar.








ArribaEditorial

La vigencia del terror


La desaparición de nuestro prestigioso colaborador el Profesor Jesús de Galíndez ha producido una honda conmoción en aquellos que, como nosotros, creen en la libertad y dirigen sus esfuerzos a verla restablecida en aquellos países en los que está sojuzgada. Es una gran pérdida para el sector universitario y para el grupo político que él representaba aquí, pero sobre todo la desaparición del profesor de Galíndez es la confirmación de la vigencia de los procedimientos de terror empleados por los gobiernos totalitarios. Decimos «vigencia» porque la observancia de tales procedimientos han llegado ya a ser costumbre de esos poderes. Estos procedimientos son: la violencia silenciosa y el crimen clandestino, procedimientos empleados contra aquellas personas que sostienen teorías o doctrinas antidictatoriales.

No hay que buscar en este caso conexiones lejanas, fuera de las que sin el menor esfuerzo pueden establecerse. El doctor Jesús de Galíndez vivió durante siete años en le República Dominicana, a donde fue como exilado al terminar la guerra civil española. Llegó a ser Consejero jurídico del Departamento del Trabajo y Secretario de la Comisión de Jornales en el mismo Departamento. Pero Jesús de Galíndez cayó en desgracia y perdió su empleo como consecuencia de haber ayudado a resolver una huelga de los trabajadores del azúcar en 1946. Los trabajadores reclamaban un aumento de salario y la cuestión fue resuelta a su favor.

El señor de Galíndez marchó de Santo Domingo, vino a los Estados Unidos y comenzó a prestar servicios en la Delegación del Gobierno Vasco en exilio. En 1949 fue nombrado representante aquí de esa Delegación, pero no disminuyó en él la fascinación de «el caso Trujillo». Lo mejor de su tiempo lo dedicó al estudio de la dictadura dominicana y así su interés por los asuntos dominicanos le llevó a coleccionar material para el estudio que se proponía realizar sobre aquella república, estudio al que le dio cuerpo en 750 páginas que presentó hace dos meses como tesis doctoral a la Universidad de Columbia. Tituló este trabajo «La Era de Trujillo», trabajo que fue aprobado por unanimidad y que, al decir de los que lo han leído, constituye un estudio acabado del régimen dominicano.

Son conocidos también artículos y colaboraciones suyas publicados en la prensa sobre la misma materia, y en la reunión que celebró la Asociación de Escritores y Poetas Ibero-Americanos el domingo 11 de marzo, es decir, el día anterior a su desaparición, leyó algunos capítulos sobre la vida de Trujillo en la República Dominicana.

La desaparición del profesor de Galíndez no es una desaparición vulgar, como se ha señalado en algún periódico de New York, no es un caso de «los 10000 que se señalan como normal cada año en New York» entre beodos, locos, desesperados, anormales y otros. La desaparición del Dr. Jesús de Galíndez tiene antecedentes bien marcados, como se puede deducir por las declaraciones de sus amigos y de las conexiones con otros casos similares señalados por toda la prensa.

El profesor de Galíndez fue amenazado por teléfono y escritos anónimos repetidas veces e invitado a salir de su domicilio en horas desusadas y durante algún tiempo estuvo, a instancias suyas, vigilado por la policía. El caso, repetimos, está claramente definido y queda encuadrado por las declaraciones hechas a la prensa con tanta autoridad como tacto, por el fiscal Manuel Guerreiro Graymore.

Debemos elogiar la actividad desplegada por la policía y las autoridades judiciales en la investigación de este crimen, pero también debemos llamar la atención sobre la significación de hechos semejantes. Las dificultades con que tropieza la justicia para el esclarecimiento de este caso consisten en que el secreto que envuelve la desaparición del Dr. Jesús de Galíndez es un secreto «totalitario»; el crimen cometido, como otros de la misma naturaleza, es un crimen totalitario.

Ante esta vigencia del terror en gobiernos que no respetan leyes divinas ni humanas, estamos abocados a que la desgracia golpee salvajemente a todo aquel que pretende exponer defectos o criterios discrepantes de los sistemas seguidos por los gobiernos dictatoriales. Acaso sería medida saludable, ética y políticamente, revisar nuestras amistades internacionales, aquellas que deben estar siempre sujetas a revisión por estar afectadas de ese mal, del mal totalitario. Creemos que estamos ya en situación de saber que las dictaduras llevan aparejadas la traición y el crimen y que sólo las democracias pueden darnos leales colaboradores y amistades fecundas.



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