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William Faulkner: Premio Nobel

Ricardo Gullón





La concesión a William Faulkner del Premio Nobel de Literatura ha producido un movimiento de curiosidad hacia este escritor, casi ignorado por el público español, pese a que varias de sus obras están traducidas a nuestro idioma desde hace tiempo. Por la diligente curiosidad de Antonio Marichalar, que durante años fue uno de nuestros más sagaces vigías intelectuales, se publicó antes de la guerra la versión española de Santuario. Después aparecieron traducciones de Pilón, Mientras estoy agonizando, Las palmeras salvajes, Luz de agosto y de algún volumen de narraciones breves (sin contar los cuentos publicados en revistas). Los críticos señalaron la novedad e interés de la novelística faulkneriana, pero el lector común sigue reacio a reconocer la grandeza del escrito ahora laureado.

Faulkner nació en Ripley (Mississipí), en octubre de 1897; estudió en la universidad de Oxford (el Oxford americano, en Mississipí, no el inglés), e hizo la guerra europea como soldado de aviación. Vivió después en Nueva Orleans y en California y trabaja actualmente como guionista para la compañía cinematográfica Fox. Como gran número de sus compatriotas, ha desempeñado oficios y profesiones varias, y no falta en su biografía el avatar de trabajador manual; tuvo a su cargo, durante cierto tiempo, la carga de calderas en una fábrica de electricidad. Se cuentan historias más o menos fantásticas de su vida y de sus costumbres; prescindiendo de ellas, subsiste el hecho de que tres o cuatro de sus grandes novelas fueron escritas en estados de ánimo excepcionales, de gran emotividad: recién muerto en accidente de aviación uno de sus hermanos escribió ¡Absalom! !Absalom!; al perder uno de sus hijos se entregó al trabajo, y el resultado fue Luz de agosto; Estruendo y furor fue compuesto durante una grave crisis familiar.

Procuraré apuntar algunos de los rasgos más característicos de la obra de Faulkner. Sea el primero su dificultad, nacida de la exposición voluntariamente confusa, de la manera enmarañada y oscura con que procede a narrar los acontecimientos novelescos, embrollando la cronología, mezclando lo pasado con lo presente y explicando los hechos por la rememoración de sucesos anteriores. (Técnica del salto atrás). Además, sus novelas, aun siendo independientes entre sí, tienen personajes comunes a los que sólo se conoce bien cuando se les ha seguido a través de las diversas narraciones en que figuran. Su mundo es cerrado, hermético y denso. Es preciso abarcarlo por entero para entender la importancia del sistema de comunicaciones que une sus diversas partes.

En las novelas de Faulkner se encuentran recuerdos y sueños, memoria de acaecimientos ligados de alguna manera a la vida del novelista, y dos o tres de ellas contienen materiales de origen autobiográfico. En un escritor de este tipo lo meramente vivido tiene menos presencia y eficiencia novelesca que las evocaciones del pasado. Pues sus personajes viven mirando hacia el ayer, remejiendo nostalgias, y hasta quienes parecen desligados de la tradición revelan en su rebeldía la insatisfacción de lo actual. En la actitud del novelista hay implícita una protesta contra el presente.

Faulkner es sudista; no sólo por nacimiento hombre del Sur, sino también nostálgico del cercano ayer y sentimentalmente partidario de ideales vencidos. La marea victoriosa de lo yankee destruyó formas de vida que a sus ojos parecen todavía hermosas; el tiempo borra, o atenúa al menos, la memoria de los defectos del sistema, y en la nostalgia aumenta los prestigios de sus ventajas. Jefferson, la ciudad inventada por Faulkner -corresponde al Oxford de su Estado natal-, es centro de remembranzas, de idealización del pasado, y cierto personaje de Luz de agosto apenas vive en la realidad, reduciéndose a recordar y soñar la vida de uno de sus abuelos, combatiente bajo las banderas de la Confederación. Este personaje, sin salir de casa, revive cada tarde la aventura de su antepasado y únicamente existe de veras en la evasión. Existe para el recuerdo, y por la reviviscencia del pretérito escapa a las incidencias de un lamentable destino.

Como señaló Malcolm Cowley en el prólogo a The Portable Faulkner, el novelista ha creado «un reino mítico»: el condado de Yoknapatawpha, en Mississipi, con 2.400 millas cuadradas de superficie y 15.611 habitantes. Y no se limitó a poblarlo con figuras vivientes: le inventó una historia y se mueve en él con tanta soltura a través del tiempo como del espacio.

Casi toda su obra está centrada en ese «mítico reino», y de unas en otras deambulan por sus novelas iguales caras, iguales apellidos, al modo de una «comedia humana», si no tan vasta como la de Balzac, no menos intensa. En los cuentos hallamos complementos de las narraciones extensas, y así Aquel sol poniente es una historia de la niñez de los hermanos Campson, personajes de Estruendo y furor y de ¡Absalom! ¡Absalom! El territorio faulkneriano, según observó Cowley, «completo y viviente en todos sus detalles», es una condensación representativa del legendario Sur, con sus héroes y sus villanos, sus negros y sus pobres blancos.

Para Faulkner su mundo no es una abstracción, sino un trozo de la realidad, habitado por gentes que una vez creadas siguen existiendo, prolongando su vida fuera de la ficción. En The Portable Faulkner da noticias de sus personajes, como si las recibiera de vez en cuando, y así, de la Caddy de Estruendo y furor sabemos que fue vista en 1940, en París: aun se conserva hermosa y representa menos edad de la que tiene. Tal inmersión en lo imaginario no es un artificio más para atraer el interés del lector; al realizarla, cede a la necesidad de hacer evidente a sus propios ojos la fuerza del ámbito mágico que le pertenece, ámbito que ha podido trasladar al mapa, por la precisión con que estableció las fronteras de su señorío.

Las novelas de Faulkner tienen sabor acre, de sangre derramada, violación, crimen y tortura. La violencia se derrama pródigamente, y los hombres la aceptan como lanzada sobre ellos por la mano de la fatalidad. Estos seres se someten sin duda a los hados, y considerando estéril cualquier tentativa de oponérseles, aceptan sus leyes como dictados del destino. La fatalidad de tener sangre negra, de nacer impotente, de quedar sometido a una suma de circunstancias que hacen aparecer culpable al inocente; en cualquiera de éstos u otros de los supuestos imaginados por el novelista, el personaje acepta su destino, y por impulso de inconsciente protesta contra esa aceptación desencadenará desastres, catástrofes.

El monólogo interior es el procedimiento narrativo preferido por Faulkner: alguna de sus novelas (Mientras estoy agonizando) está íntegramente compuesta de silenciosas recitaciones. Por ellas nos enteramos de cuantos extremos conviene conocer, y los averiguamos poco a poco, según vamos descubriéndolos y ordenándolos en el vaivén de los pensamientos. El método sirve para mostrar la variedad de aspectos que presenta un hecho, según el punto de vista desde el cual se le examina, y es excelente para realizar agudas penetraciones en el alma de los personajes, pues siguiendo desde cerca el curso de la voz interior, de la voz con que cada cual se dice los secretos reveladores, llegamos a entender bien el por qué de las conductas; el análisis de los sentimientos llevado al límite pone en claro la psicología de las figuras.

Por contraste con este procedimiento, el estilo de Faulkner es otras veces objetivo y elusivo; trata lo esencial de manera rápida, alusiva, diluyéndolo entre notaciones secundarias, e incluso da por supuesto que el lector adivina hechos importantes sin necesidad de que él explícitamente los refiera. Arte de elusión y apunte, deja caer de modo imprevisto datos y observaciones que es preciso recordar para darles en su momento valor de clave, y por otro lado, incurre en extensas digresiones cuya necesidad sólo a la larga se advierte.

William Faulkner

William Faulkner

El diálogo es otro de sus procedimientos predilectos; recurre con frecuencia a la conversación y llena con ella capítulos enteros, ajustando los datos aportados por los interlocutores de forma que proporcionen una versión completa (o casi completa, pues no salva las lagunas normales de la información y el conocimiento), una versión total de los hechos novelables. En ¡Absalom! ¡Absalom! esta técnica mantiene la tensión dramática con impresionante vivacidad; en Luz de agosto sirve para proporcionar al lector sustanciales detalles acerca de la infancia del protagonista.

Una novela de Faulkner -El Invencido- está compuesta íntegramente por cuentos que, al reunirse, forman un todo orgánico, sin que la agrupación parezca forzada. Entre sus cuentos hay siempre un parentesco nacido de la afinidad de los personajes, quiero decir de estar situados los personajes al mismo nivel, aunque, naturalmente, difieran en sensibilidad y en reacciones. En esta novelística (como en todas las verdaderamente grandes) las criaturas importan más que la acción, pero la imaginación del novelista supo inventar peripecias cuya rareza impresiona al lector, tanto más cuanto están sostenidas por una selección de detalles bien observados que las hacen verosímiles. Episodios como los del tonto Ike y la locura de Armstid en La aldea, o la historia del presidiario en Las palmeras salvajes; acciones como las de Estruendo y furor o empeños semejantes al de Lucas Beauchamp en Intruder in the dust (su última novela: trata de un viejo negro que, inocente de cualquier delito, quiere ser linchado, para aumentar el sentimiento de culpabilidad de los blancos), son aceptados por el lector gracias al cuidadoso ajuste entre el carácter del personaje y los movimientos en que se manifiesta.

El lector de Faulkner, una vez que penetra en ese extraño mundo, experimenta impresión de hechizo -fascinación, dice André Malraux- semejante a la que se nota sienten las figuras novelescas. Lentamente olvida lo anormal de tal universo y se coloca en el plano imaginario, dejándose vencer por la atracción del misterioso círculo. Las pasiones hirvientes en la sombra, el destino trágico de los personajes, lo inusitado de la aventura, le atraen y le apasionan; los enigmas formales, obligándole a lecturas tensas y crispadas, que no consienten distracción, contribuyen a sumergirle en los abismos y a familiarizarle con seres inolvidables, los Compson, los Sutpen, los Snopes..., seres ya desde ahora en línea con las grandes figuras novelescas: Ivan Karamazov, Fabricio del Dongo, Ana Karenina, Ángel Guerra...





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