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ArribaAbajoLa mancha de púrpura


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ArribaAbajo    Me impongo la costosa penitencia
de no mirarte en días y días, porque mis ojos
cuando por fin te miren, se aneguen en tu esencia
como si naufragasen en un golfo de púrpura,
de melodía y de vehemencia.  5
    Pasa el lunes, y el martes, y el miércoles... Yo sufro
tu eclipse, oh creatura solar; mas en mi duelo
el afán de mirarte, se dilata
como una profecía; se descorre cual velo
paulatino; se acendra como miel; se aquilata  10
como la entraña de las piedras finas;
—48→
y se aguza como el llavín
de la celda de amor de un monasterio en ruinas.
    Tú no sabes la dicha refinada
que hay en huirte, que hay en el furtivo gozo  15
de adorarte furtivamente, de cortejarte
más allá de la sombra, de bajarse el embozo
una vez por semana, y exponer las pupilas,
en un minuto fraudulento,
a la mancha de púrpura de tu deslumbramiento.  20
    En el bosque de amor, soy cazador furtivo;
te acecho entre dormidos y tupidos follajes;
como se acecha una ave fúlgida; y de estos viajes
por la espesura, traigo a mi aislamiento
el más fúlgido de los plumajes:  25
el plumaje de púrpura de tu deslumbramiento.

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ArribaAbajoIntroito


(Para el libro de Enrique Fernández Ledesma).



—51→
ArribaAbajo    Éramos aturdidos mozalbetes:
blanco listón al codo, ayes agónicos,
rimas atolondradas y juguetes.
    Sin la virtud frenética de Orfeo,
fiados en la campánula y el cirio,  5
fuimos a embelesar las alimañas
cual neófitos que buscan el martirio.
    En la misma espesura se extraviaba
la primeriza luz de nuestra frente,
y ante la misma fiera, reacia y sorda,  10
cesaba nuestro cántico inocente.
—52→
    De aquella planta que regamos juntos
eran cofrades la senil vihuela;
los pupitres manchados de la escuela;
la bíblica muchacha que adoraste;  15
los días uniformes; el contraste
de un volumen de Bécquer y Fabiola;
la soprano indeleble, que aún nos mima
con el ahínco de su voz pretérita;
y el prístino lucero que te indujo  20
al apurado trance de la rima.
    ¿Qué hicimos, camarada, del tanteo
feliz y de los ripios venturosos,
y de aquel entusiasta deletreo?
    Hoy la armonía adulta va de viaje  25
a reclamar a una centuria prófuga
el vellón de su casto aprendizaje.
    Mi maquinal dolencia es una caja
de música falible que en lo gris
de un tácito aposento se desgaja.  30
    Y el alma, cera ayer, se petrifica
como los rosetones coloniales
de una iglesia con lama, que complica
su fachada borrosa con el humo
inveterado de los temporales.  35

  —[53]→     —54→  


ArribaAbajoDía 13


—55→
ArribaAbajo    Mi corazón retrógrado
ama desde hoy la temerosa fecha
en que surgiste con aquel vestido
de luto y aquel rostro de ebriedad.
    Día 13 en que el filo de tu rostro  5
llevaba la embriaguez como un relámpago
y en que tus lúgubres arreos daban
una luz que cegaba al sol de agosto,
así como se nubla el sol ficticio
en las decoraciones  10
de los Calvarios de los Viernes Santos.
—56→
    Por enlutada y ebria simulaste,
en la superstición de aquel domingo,
una fúlgida cuenta de abalorio
humedecida en un licor letárgico.  15
    ¿En qué embriaguez bogaban tus pupilas
para que así pudiesen
narcotizarlo todo?
Tu tiniebla
guiaba mis latidos, cual guiaba
la columna de fuego al israelita.  20
    Adivinaba mi acucioso espíritu
tus blancas y fulmíneas paradojas:
el centelleo de tus zapatillas,
la llamarada de tu falda lúgubre,
el látigo incisivo de tus cejas  25
y el negro luminar de tus cabellos.
    Desde la fecha de superstición
en que colmaste el vaso de mi júbilo,
mi corazón oscurantista clama
a la buena bondad del mal agüero;  30
que si mi sal se riega, irán sus granos
trazando en el mantel tus iniciales;
y si estalla mi espejo en un gemido,
fenecerá diminutivamente
como la desinencia de tu nombre.  35
    Superstición, consérvame el radioso
vértigo del minuto perdurable
en que su traje negro devoraba
la luz desprevenida del cenit,
y en que su falda lúgubre era un bólido  40
por un cielo de hollín sobrecogido...

  —[57]→     —58→  


ArribaAbajoNo me condenes...


—59→
ArribaAbajo    Yo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre:
ojos inusitados de sulfato de cobre.
Llamábase María; vivía en un suburbio,
y no hubo entre nosotros ni sombra de disturbio.
Acabamos de golpe: su domicilio estaba  5
contiguo a la Estación de los ferrocarriles,
y, ¿qué noviazgo puede ser duradero entre
campanadas centrífugas y silbatos febriles?
    El reloj de su sala desgajaba las ocho;
era diciembre; y yo departía con ella  10
bajo la limpidez glacial de cada estrella.
—60→
El gendarme, remiso a mi intriga inocente,
hubo de ser, al fin, forzoso, confidente.
    María se mostraba incrédula y tristona:
yo no tenía traza de una buena persona.  15
¿Olvidarás acaso, corazón forastero,
el acierto nativo de aquella señorita
que oía y desoía tu pregón embustero?
    Su desconfiar ingénito era ratificado
por los perros noctívagos, en cuya algarabía  20
reforzábase el duro presagio de María.
    ¡Perdón, María! Novia triste, no me condenes:
cuando oscile el quinqué y se abatan las ocho,
cuando el sillón te mezca, cuando ululen los trenes,
cuando trabes los dedos por detrás de tu nuca,  25
no me juzgues más pérfido que uno de los silbatos
que turban tu faena y tus recatos.

  —[61]→     —62→  


ArribaAbajoDespilfarras el tiempo...


—63→
ArribaAbajo       Prolóngase tu doncellez
como una vacila intriga de ajedrez.
       Torneada como una reina
de cedro, ningún jaque te despeina.
       Mis peones tantálicos  5
al rondarte a deshora,
fracasan en sus ímpetus vandálicos.
       La lámpara sonroja tu balcón;
despilfarras el tiempo y la emoción.
       Yo despilfarro, en una absurda espera,  10
fantasía y hoguera.
—64→
       En la velada incompatible,
frústrase el yacimiento espiritual
y de nuestras arterias el caudal.
       Los pródigos al uso  15
que vengan a nosotros a aprender
cómo se dilapida todo el ser.
       Tu destino y el mío, contrapuestos,
vuelcan el apogeo de la vida
febril e insomne que se va, en la ida  20
de un cofre que rebosa
y se malgasta en una fecha ociosa.
       Las monedas excomulgadas
de nuestro adulto corazón
caen al vacío, con  25
lúgubre opacidad, cual si cayera
una irreparable sordera.
       Y frente al ínclito derroche
de los tesoros que atesora
el yacimiento de las almas, algo,  30
muy hondo en mí se escandaliza y llora.

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ArribaAbajoHimeneo


A la señora Laura Martínez de Alba



—67→
ArribaAbajo    Resígnanse los novios
con subconsciente pánico,
al soso parabién
del concurso inorgánico.
    Al fin, va la consorte  5
al pecho del anciano, cuyo porte
patriarcal solemniza
las bodas de su vástago
que lo trajeron de su hogar del Norte.
    Y la agobiada mano agricultora  10
sumérgese en el raso de la espalda,
—68→
como la Tradición en el dechado
de la Aurora.
    Sobre la luz del raso
se retarda y se engríe  15
la mano, como una rancia pena
en un tablero vívido que ríe.
    Mano agrietada, rígida y terrosa,
que en el vaso metálico se posa,
cual si fuera una nuez  20
sobre la nitidez
de prístina bandeja inoficiosa....

  —[69]→     —70→  


ArribaAbajoLas desterradas


A Rafael Pimentel



—71→

ArribaAbajo    Ya la provincia toda
reconcentra a sus sanas hijas en las caducas
avenidas, y Rut y Rebeca proclaman
la novedad campestre de sus nucas.

    Las pobres desterradas  5
de Morelia y Toluca, de Durango y San Luis,
aroman la Metrópoli como granos de anís.

    La parvada maltrecha
de alondras, cae aquí con el esfuerzo
—72→
fragante de las gotas de un arbusto  10
batido por el cierzo.

    Improvisan su tienda
para medir, cuadrantes pesarosos,
la ruina de su paz y de su hacienda.

    Ellas, las que soñaban  15
perdidas en los vastos aposentos,
duermen en hospedajes avarientos.

    Propietarias de huertos y de huertas copiosas,
regatean las frutas y las rosas.

    Con sus modas pasadas,  20
y sus luengos zarcillos,
y su mirar somero,
inmútanse a los brillos
de los escaparates de un joyero.
    Y después, a evocar la sandia tropa  25
de pavos, y su susto manifiesto
cuando bajaban por aquel recuesto...

    ¡Oh siestas regalonas;
melindre ante la jícara que humea;
soponcio ante la recua intempestiva  30
que tumba las macetas de las pardas casonas;
lotería de nueces;
y Tenorio que flecha el historiado
postigo de las rejas antañonas!

    Paso junto a las lentas fugitivas: no saben  35
en su desgarbo airoso y en su activo quietismo,
—73→
la derretida y pura
compensación que logra su ostracismo
sobre mi pecho, para ellas holgadamente
hospitalario, aprensivo y munificente.  40

    Yo os acojo, anónimas y lentas desterradas,
como si a mí viniese
la lúcida familia de las hadas,
porque oléis al opíparo destino
y al exaltado fuero  45
de los calabazates que sazona
el resol del Adviento, en la cornisa
recoleta y poltrona.

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ArribaAbajoMi corazón se amerita...


A Rafael López



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ArribaAbajo    Mi corazón leal, se amerita en la sombra.
Yo lo sacara al día, como lengua de fuego
que se saca de un ínfimo purgatorio a la luz;
y al oírlo batir su cárcel, yo me anego
y me hundo en la ternura remordida de un padre  5
que siente, entre sus brazos, latir un lujo ciego.

    Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Placer, amor, dolor... todo le es ultraje
y estimula su cruel carrera logarítmica,
sus ávidas marcas y su eterno oleaje.  10
—78→

    Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Es la mitra y la válvula... Yo me lo arrancaría
para llevarlo en triunfo a conocer el día,
la estola de violetas en los hombros del Alba,
el cíngulo morado de los atardeceres,  15
los astros, y el perímetro jovial de las mujeres.

    Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Desde una cumbre enhiesta yo lo he de lanzar
como sangriento disco a la hoguera solar.
Así extirparé el cáncer de mi fatiga dura,  20
seré impasible por el este y el oeste,
asistiré con una sonrisa depravada
a las ineptitudes de la inepta cultura,
y habrá en mi corazón la llama que le preste
el incendio sinfónico de la esfera celeste.  25

  —[79]→     —80→  


ArribaAbajoDejad que la alabe...


—81→
ArribaAbajo    ¿Existirá? ¡Quién sabe!
mi instinto la presiente;
dejad que yo la alabe
previamente.
    Alerta al violín  5
del querubín
y susceptible al
manzano terrenal,
será, a la vez, risueña
y gemebunda,  10
como el agua profunda.
—82→
    Su índice y su pulgar,
con una esbelta cruz,
esbelto persignar.
    Diagonal de su busto,  15
cadena alternativa
de mirtos y de nardos,
mientras viva.
    Si en el nardo canónico
o en el mirto me ofusco,  20
Ella adivinará
la flor que busco;
y, convicta e invicta,
esforzará su celo
en serme, llanamente,  25
barro para mi barro
y azul para mi cielo.
    Próvida cual ciruela,
del profano compás
siempre ha de pedir más.  30
    Retozará en el césped,
cual las fieras del Baco
de Rubens;
y luego... la paloma
que baja de las nubes.  35
    Riéndose, solemne;
y quebrándose, indemne.
    Que me sea total
y parcial,
periférica y central;  40
y que al soltar mi mano
la antorcha de la vida,
con la antorcha caída
—83→
prenda fuego a mis lacios
cabellos, que han sido antes  45
ludibrio de las uñas
de las bacantes.
    Que me rece con rezos abundantes
con lágrimas pocas;
más negra de su alma  50
que de sus tocas.

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ArribaAbajoTus dientes

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ArribaAbajo    Tus dientes son el pulcro y nimio litoral
por donde acompasadas navegan las sonrisas,
graduándose en los tumbos de un parco festival.

    Sonríes gradualmente, como sonríe el agua
del mar, en la rizada fila de la marea,  5
y totalmente, como la tentativa de un
Fiat Lux para la noche del mortal que te vea.
Tus dientes son así la más cara presea.

    Cuídalos con esmero, porque en ese cuidado
hay una trascendencia igual a la de un Papa  10
que retoca su encíclica y pule su cayado.
—88→

    Cuida tus dientes, cónclave de granizos, cortejo
de espumas, sempiterna bonanza de una mina,
senado de cumplidas minucias astronómicas,
y maná con que sacia su hambre y su retina  15
la docena de Tribus que en tu voz se fascina.

    Tus dientes lograrían, en una rebelión,
servir de proyectiles zodiacales al déspota
y hacer de los discordes gritos, un orfeón;
del motín y la ira, inofensivos juegos,  20
y de los sublevados, una turba de ciegos.

    Bajo las sigilosas arcadas de tu encía,
como en mi acueducto infinitesimal,
pudiera dignamente el más digno mortal
apacentar sus crespas ansias... hasta que truene  25
la trompeta del Ángel en el Juicio Final.

    Porque la tierra traga todo, pulcro amuleto
y tus dientes de ídolo han de quedarse mondos
en la mueca erizada del hostil esqueleto,
yo los recojo aquí, por su dibujo neto  30
y su numen patricio, para el pasmo y la gloria
de la humanidad giratoria.

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ArribaAbajoMemorias del circo


A Carlos González Peña



—91→

ArribaAbajo    Los circos trashumantes,
de lamido perrillo enciclopédico
y desacreditados elefantes,
me enseñaron la cómica friolera
y las magnas tragedias hilarantes.  5

    El aeronauta previo,
colgado de los dedos de los pies,
era un bravo cosmógrafo al revés
que, si subía hasta asomarse al Polo
Norte, o al Polo Sur, también tenía  10
cuestiones personales con Eolo.
—92→

    Irrumpía el payaso
como una estridencia
ambigua, y era a un tiempo
manicomio, niñez, golpe contuso,  15
pesadilla y licencia.

    Amábanlo los niños
porque salía de una bodega mágica
de azúcares. Su faz sólo era trágica
por dos lágrimas sendas de carmín.  20
Su polvosa apariencia toleraba
tenerlo por muy limpio o por muy sucio,
y un cónico bonete era la gloria
y procaz de su occipucio.

    El payaso tocaba a la amazona  25
y la hallaba de almendra,
a juzgar por la mímica fehaciente
de toda su persona,
cuando llevaba el dedo temerario
hasta la lengua cínica y glotona.  30
Un día en que el payaso dio a probar
su rastro de amazona al ejemplar
señor Gobernador de aquel Estado,
comprendí lo que es
Poder Ejecutivo aturrullado.  35

    ¡Oh remoto payaso: en el umbral
de mi infancia derecha
y de mis virtudes recién nacidas
yo no puedo tener una sospecha
de amazonas y almendras prohibidas!  40
—93→

    Estas almendras raudas
hechas de terciopelos y de trinos
que no nos dejan ni tocar sus caudas...
    Los adioses baldíos
a las augustas Evas redivivas  45
que niegan la migaja, pero inculcan
en nuestra sangre briosa una patética
mendicidad de almendras fugitivas...

    Había una menuda cuadrumana
de enagüilla de céfiro  50
que, cabalgando por el redondel
con azoros de humana,
vencía los obstáculos de inquina
y los aviesos aros de papel.
    Y cuando a la erudita  55
cavilación de Darwin
se le montaba la enagüilla obscena,
la avisada monita
se quedaba serena,
como ante un espejismo,  60
despreocupada lastimosamente
de su desmantelado transformismo.

    La niña Bell cantaba:
«Soy la paloma errante»;
y de botellas y de cascabeles  65
surtía un abundante
surtidor de sonidos
acuáticos, para la sed acuática
de papás aburridos,
nodriza inverecunda  70
y prole gemebunda.
—94→

    ¡Oh, memoria del circo! Tú te vas
adelgazando en el frecuente síncope
del latón sin compás;
en la apesadumbrada  75
somnolencia del gas;
en el talento necio
del domador aquél que molestaba
a los leones hartos, y en el viudo
oscilar del trapecio...  80

  —[95]→     —96→  


ArribaAbajoTierra mojada...


—97→
ArribaAbajo    Tierra mojada de las tardes líquidas
en que la lluvia cuchichea
y en que se reblandecen las señoritas, bajo
el redoble del agua en la azotea...
    Tierra mojada de las tardes olfativas  5
en que un afán misántropo remonta las lascivas
soledades del éter, y en ellas se desposa
con la ulterior paloma de Noé;
mientras se obstina el tableteo
del rayo, por la nube cenagosa...  10
    Tarde mojada, de hálitos labriegos,
en la cual reconozco estar hecho de barro,
—98→
porque en sus llantos veraniegos,
bajo el auspicio de la media luz,
el alma se licúa sobre los clavos  15
de su cruz...
    Tardes en que el teléfono pregunta
por consabidas náyades arteras,
que salen del baño al amor
a volcar en el lecho las fatuas cabelleras  20
y a balbucir, con alevosía y con ventaja,
húmedos y anhelantes monosílabos,
según que la llovizna acosa las vidrieras...
    Tardes como una alcoba submarina
con su lecho y su tina;  25
tardes en que envejece una doncella
ante el brasero exhausto de su casa,
esperando a un galán que le lleve una brasa;
tardes en que descienden
los ángeles, a arar surcos derechos  30
en edificantes barbechos;
tardes de rogativa y de cirio pascual;
tardes en que el chubasco
me induce a enardecer a cada una
de las doncellas frígidas con la brasa oportuna;  35
tardes en que, oxidada
la voluntad, me siento
acólito del alcanfor,
un poco pez espada
y un poco San Isidro Labrador...  40

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ArribaAbajoComo en la Salve...


—101→
ArribaAbajo    ¡Oh bienaventuranza fértil de los que saben
ir gimiendo y llorando deprecativamente,
como en la Salve, que es un óleo y una fuente!
    Yo también supe antaño de la bondad del cielo
que en mis acerbos pésames llovía,  5
y compuse mi Salve, con la fe de un cruzado
bajo los muros de Antioquía.
    Mas hoy es un vinagre
mi alma, y mi ecuménico dolor un holocausto
que en el desierto humea.  10
Mi Cristo, ante la esponja de las hieles, jadea
con la árida agonía de un corazón exhausto.
—102→
    ¡Señor, Tú que colocas
resina en la corteza impenitente
y agua entrañable en las adustas rocas,  15
hazme casto y humilde para poder llorar
la bienaventuranza de aquel llanto deshecho
que fertiliza y lava el pecho,
y verás cómo mi alma se atavía
y trueca su congoja en alborozo  20
para escalar los muros de Antioquía!

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ArribaAbajoLa estrofa que danza


A Antonia Mercé



—105→

ArribaAbajo    Ya brotas de la escena cual guarismo
tornasol, y desfloras el mutismo
con los toques undívagos de tu planta certera
que fiera se amanera al marcar hechicera
los multánimes giros de una sola quimera.  5

    Ya tus ojos entraron al combate
como dos uvas de un goloso uvate;
bajo tus castañuelas se rinden los destinos,
y se cuelgan de ti los sueños masculinos,
cual de la cuerda endeble de una lira, los trinos.  10
—106→

    Ya te adula la orquesta con servil
dejo libidinoso de reptil,
y danzando lacónica, tu reojo me plagia,
y pisas mi entusiasmo con una cruel magia
como estrofa danzante que pisa una hemorragia.  15

    Ya vuelas como un rito por los planos
limítrofes de todos los arcanos;
las almas que tu arrullo va limpiando de escoria
quisieran renunciar su futuro su historia,
por dormirse en la tersa amnistía de tu gloria.  20

    Guarismo, cuerda, y ejemplar figura;
tu rítmica y eurítmica cintura
nos roba a todos nuestra flama pura;
y tus talones tránsfugas, que se salen del mundo
por la tangente dócil de un celaje profundo,  25
se llevan mis holgorios al azul pudibundo.

  —[107]→     —108→  


ArribaAbajoLa doncella verde


(En la muerte de José Enrique Rodó).



—109→
ArribaAbajo   En la quieta impostura virginal de la noche
que cobija al amor con un tenue derroche
de luceros, padrinos del erótico abrazo,
el mundo de Rubén Darío se contrista
por el cordial filósofo que sembró en el regazo  5
de América esperanzas, por el espectro artista
que hoy arroba al Zodiaco con su arenga optimista.
    Yo alabo al confesor de la Santa Esperanza
y a la doncella verde en la misma alabanza.
Esperanza, doncella verde, tu vestidura  10
es el matiz de una corteza prematura.
—110→
Esperanza, en el arco iris, tu cabellera
ameniza los cielos como una enredadera.
Esperanza, los astros en que titila el verde
son el feudo en que moras y en que tu luz se pierde.  15
Los ojos vegetales con que miras y salvas
parodian a la felpa rústica de las malvas.
En la luz teologal de tus dos ojos claros
se surten las luciérnagas, las joyas y los faros.
Rayan la oscuridad del más oscuro mes  20
las puntas de esmeralda de tus ínclitos pies.
Y tapizas el antro submarino, y la harmónica
cita de los cipreses, y la paleta agónica.
    ¡Oh doncella, que guardas los suspiros más graves
del hombre, como guarda un llavero, sus llaves:  25
un relámpago anuncia que el instante se acerca
en que tiñas de ti las aguas de mi alberca,
y a tu paso, fosfórica e inviolable mujer,
mi corazón se abre, pronto a reverdecer!
    Y bajo la impostura virginal de la noche  30
que cobija al amor con un tenue derroche
de luceros, un mito saludable me afianza
y alabo al confesor de la santa Esperanza
y a la doncella verde en la misma alabanza.

  —[111]→     —112→  


ArribaAbajoEl retorno maléfico


A don Ignacio I. Gastélum



—113→
ArribaAbajo    Mejor será no regresar al pueblo,
al edén subvertido que se calla
en la mutilación de la metralla.
    Hasta los fresnos mancos,
los dignatarios de cúpula oronda,  5
han de rodar las quejas de la torre
acribillada en los vientos de fronda.
    Y la fusilería grabó en la cal
de todas las paredes
de la aldea espectral,  10
negros y aciagos mapas,
—114→
porque en ellos leyese el hijo pródigo
al volver a su umbral
en un anochecer de maleficio,
a la luz de petróleo de una mecha,  15
su esperanza desecha.
    Cuando la tosca llave enmohecida
tuerza la chirriante cerradura,
en la añeja clausura
del zaguán, los dos púdicos  20
medallones de yeso,
entornando los párpados narcóticos,
se mirarán y se dirán: «¿Qué es eso?».
    Y yo entraré con pies advenedizos
hasta el patio agorero  25
en que hay un brocal ensimismado,
con un cubo de cuero
goteando su gota categórica
como un estribillo plañidero.
    Si el sol inexorable, alegre y tónico,  30
hace hervir a las fuentes catecúmenas
en que bañábase mi sueño crónico;
si se afana la hormiga;
si en los techos resuena y se fatiga
de los buches de tórtola el reclamo  35
que entre las telarañas zuma y zumba;
mi sed de amar será como una argolla
empotrada en la losa de una tumba.
    Las golondrinas nuevas, renovando
con sus noveles picos alfareros  40
los nidos tempraneros;
bajo el ópalo insigne
de los atardeceres monacales,
—115→
el lloro de recientes recentales
por la ubérrima ubre prohibida  45
de la vaca, rumiante y faraónica,
que al párvulo intimida;
campanario de timbre novedoso;
remozados altares;
el amor amoroso  50
de las parejas pares;
noviazgos de muchachas
frescas y humildes, como humildes coles,
y que la mano dan por el postigo
a la luz de dramáticos faroles;  55
alguna señorita
que canta en algún piano
alguna vieja aria;
el gendarme que pita...
...Y una íntima tristeza reaccionaria.  60

  —[116]→     —117→  


ArribaAbajoComo las esferas...

—[118]→
—119→

ArribaAbajo    Muchachita que eras
brevedad, redondez y color,
como las esferas
que en las rinconeras
de una sala ortodoxa mitigan su esplendor...  5

    Muchachita hemisférica y algo triste
que tus lágrimas púberes me diste,
que en el mes del Rosario
a mis ojos fingías
amapola diciendo avemarías  10
—120→
y que dejabas en mi idilio proletario
y en mi corbata indigente,
cual un aroma dúplice, tu ternura naciente
y tu catolicismo milenario...

    En un día de báquicos desenfrenos,  15
me dicen que preguntas por mí; te evoco
tan pequeña, que puedes bañar tus plenos
encantos dentro de un poco
de licor, porque cabe tu estatua pía
en la última copa de la cristalería;  20
y revives redonda, castiza y breve
como las esferas
que en las rinconeras
del siglo diecinueve,
amortiguan su gala  25
verde o azul o carmesí,
y copian, en la curva que se parece a ti,
el inventario de la muerta sala.

  —[121]→     —122→  


ArribaAbajoA las vírgenes


—123→
ArribaAbajo    ¡Oh vírgenes rebeldes y sumisas:
convertidme en el fiel reclinatorio
de vuestros codos y vuestras sonrisas
y en la fragua sangrienta del holgorio
en que quieren quemarse vuestras prisas!...  5
    ¡Oh botones baldíos en el huerto
de una resignación llena de abrojos!:
lloráis un bien que, sin nacer, ha muerto,
y a vuestra pura lápida concierto
los fraternales llantos de mis ojos...  10
    ¡Hermanas mías, todas,
las que, contentas con el limpio daño
—124→
de la virginidad, vais en las bodas
celestes, por llevar sobre las finas
y litúrgicas palmas y en el paño  15
de la eterna Pasión, clavos y espinas;
y vosotras también, las de la hoguera
carnal en la vendimia y el chubasco,
en el invierno, y en la primavera;
las del nítido viaje de Damasco  20
y las que en la renuncia llana y lisa
de la tarde, salís a los balcones
que beban la brisa
los sexos, cual sañudos escorpiones!
    ¡El tiempo se desboca; el torbellino  25
os arrastra al fatal despeñadero
de la Muerte; en las sombras adivino
vuestro desnudo encanto volandero;
y os quisieran ceñir mis manos fieles,
por detener vuestra caída obscura  30
con un lúbrico lazo de claveles
lazado a cada virginal cintura!
    ¡Vírgenes fraternales: me consumo
en el álgido afán de ser el humo
que se alza en vuestro aceite  35
a hora y a deshora,
y de encarnar vuestro primer deleite
cuando se filtra la modesta aurora,
por la jactancia de la bugamvilia,
en las sábanas de vuestra vigilia!  40

  —[125]→     —126→  


ArribaAbajoEl mendigo

—127→

ArribaAbajo    Soy el mendigo cósmico y mi inopia es la suma
de todos los voraces ayunos pordioseros;
mi alma y mi carne trémulas imploran a la espuma
del mar y al simulacro azul de los luceros.

    El cuervo legendario que nutre al cenobita  5
vuela por mi Tebaida sin dejarme su pan,
otro cuervo transporta una flor inaudita,
otro lleva en el pico a la mujer de Adán,
y sin verme siquiera, los tres cuervos se van.
—128→

    Prosigue descubriendo mi pupila famélica  10
más panes y más lindas mujeres y más rosas
en el bando de cuervos que en la jornada célica
sus picos atavía con las cargas preciosas,
y encima de mi sacro apetito no baja
sino un pétalo, un rizo prófugo, una migaja.  15

    Saboreo mi brizna heteróclita, y siente
mi sed la cristalina nostalgia de la fuente,
y la pródiga vida se derrama en el falso
festín y en el suplicio de mi hambre creciente,
como una cornucopia se vuelca en un cadalso.  20