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Antigua. Historia y Arqueología de las civilizaciones

Conjunto arqueológico de Augustobriga (Talavera la Vieja, Cáceres)

Presentación del conjunto arqueológico de Augustobriga (Talavera la Vieja, Cáceres)

La ciudad de Augustobriga de la Lusitania romana (Aguilar-Tablada Marcos, 1997), anegada por las aguas del Pantano de Valdecañas desde 1963, se localiza en la margen izquierda del río Tajo, ocupando una superficie llana de 298 m de altitud, constituida por materiales de disgregación fino-arcillosos y margosos del Mioceno. Al norte, al otro lado del Tajo, se extiende la llanura del Campo Arañuelo, prolongación del Macizo Central Paleozoico de la Sierra de Gredos, hundida por la falla del Tiétar. Al sur del Tajo los plegamientos de tipo herciniano dieron lugar a la Sierra de las Villuercas y sus estribaciones por las que discurren encajados en dirección sur-norte, los ríos Ibor y Alija. La zona ocupada por la ciudad era una de las más favorables desde el punto de vista agroclimático de toda la provincia, presentando características intermedias entre los climas subtropical y mediterráneo, permitiendo el cultivo de especies cerealísticas, hortícolas, frutícolas, vid y olivo.

Si bien son de época romana los restos más destacables y conocidos de Talavera la Vieja, recientemente Martín Bravo (1998: 46-48, fig. 5) ha documentado una necrópolis orientalizante en esta población. Los materiales, que se localizaron en el borde mismo de la cubeta del río, aparecían envueltos en una capa rojiza, mezclados con restos carbón y fragmentos de huesos calcinados y cubiertos con guijarros de río, que podrían configurar un ritual de incineración con deposición en urna, protegida con una construcción de arcilla y cantos de río, similares a los encanchados de la necrópolis de Medellín. También las cerámicas, urnas grises y platos de casquete esférico presentan formas idénticas a las documentadas en esta necrópolis. Otros hallazgos son un asa geminada de una urna de tipo Cruz del Negro, la punta de un cuchillo de hierro y un garfio de bronce. Igualmente presenta otro lote de materiales procedentes quizás del poblado, compuesto por fragmentos de grandes vasijas de almacenaje a mano y de cuencos de paredes finas y superficie alisada, aunque sin restos de pintura. Destaca un cuenco de carena alta y borde recto semejante a las cazuelas de tradición tartésica cuya cronología se remonta al siglo VII a. C. También aparece un asa de ánfora de sección circular de pasta anaranjada de tipo feno-púnico, similar a las de Cancho Roano, la Alcazaba de Badajoz o Medellín, fechadas en los siglos VI y V a. C.

Por tanto, se puede afirmar que el lugar estuvo habitado desde mediados del siglo VII a. C., según estos materiales más antiguos. Tenemos que avanzar cronológicamente hasta el Hierro Pleno, aunque sin evidencias que demuestren la continuidad habitacional entre ambas etapas, para volver a hallar otro grupo de restos arqueológicos en la ciudad, los verracos vetones documentados por Hermosilla, en el siglo XVIII. Se trata de tres troncos, uno de cerdo, perteneciente al Tipo 1 de Álvarez-Sanchís (1999: fig. 103, 1) y dos de toro, de los Tipos 1 y 2 del mismo autor (Álvarez-Sanchís, 1999: fig. 95, 2 y fig. 98, 3).

Pero va a ser la monumentalidad de sus edificios romanos lo que atrajo a numerosos investigadores desde mediados del siglo XVI, hasta su desaparición, una vez construido el pantano. La primera breve descripción de los restos conservados en Talavera la Vieja fue realizada por el humanista toledano Alvar Gómez de Castro, quien en 1572 visitó esta población aprovechando un viaje a Plasencia. Pero el primer estudio y catalogación de las construcciones monumentales romanas le fue encargado al erudito Ambrosio de Morales, por Felipe II en 1577, para la redacción de las Relaciones Topográficas de dicho monarca. Posteriormente, en el siglo XVIII, tras una breve reseña publicada por Antonio Ponz en 1784, se publicaron en 1796 dos trabajos monográficos dedicados a la ciudad a cargo de I. Hermosilla y Josef Cornide para las Memorias de la Real Academia de la Historia, con un análisis más riguroso de este conjunto arquitectónico, poniendo especial atención a la estructura urbanística romana, la planta de los templos y edificios públicos, murallas, etc. Años más tarde, en 1916, José Ramón Mélida también presentó una relación de estas antigüedades romanas, así como una breve descripción de las mismas, en su Catálogo Monumental de España, provincia de Cáceres.

La única excavación arqueológica efectuada en Talavera la Vieja, se realizó bajo la dirección de Antonio García y Bellido, que llevó a cabo un proyecto de urgencia entre 1956-1961, con motivo de la construcción del Pantano de Valdecañas, emitiendo un breve informe de la misma en 1962, en el Noticiario Arqueológico Hispánico.

Los dos edificios romanos más emblemáticos de Talavera la Vieja fueron declarados, el 3 de junio de 1931, Monumentos Histórico-Artísticos. Esta condición de monumentos protegidos obligó a la Compañía Hidroeléctrica Española, constructora del embalse, a poner a salvo sus restos. Con este fin, García y Bellido solicitó la colaboración del arquitecto del Patrimonio Artístico Nacional, J. Menéndez Pidal, para el estudio y levantamiento de los planos de los templos y para las operaciones de desmonte, traslado y montaje, de los referidos elementos arquitectónicos. La columnata y el basamento de uno de los templos y las tres columnas conservadas del otro se trasladaron a un espacio de similares características, en un escarpe del río, a 6,5 Km en línea recta, en el término municipal de Bohonal de Ibor, donde hoy se alzan, junto a la carretera que une Navalmoral de la Mata y Guadalupe.

La estructura de la ciudad romana se hallaba articulada en torno a un Foro rectangular, delimitado en sus cuatro lados por una línea de columnas, detrás de la cual discurriría un muro, que cercaba todo el conjunto. Algunos restos de basas de columnas fueron mencionados por A. Gómez de Castro, en 1572, y por A. de Morales, en 1577. Sin embargo, fue Hermosilla (1796) quien supuso la estructura de dicho Foro. Las excavaciones de García y Bellido sirvieron para confirmar la existencia de este recinto, aunque con pequeñas variaciones en cuanto a sus dimensiones totales o la localización definitiva de alguno de sus extremos. En este recinto monumental se alzarían los edificios más señalados de la ciudad y declarados Monumentos Histórico-Artísticos.

Al norte de la plaza del Foro se alzaba el edificio mejor conservado y más representativo de la ciudad. Aunque está construido en granito se le conoce popularmente como Los Mármoles, puesto que la tradición recogía que brillaba a lo lejos como si hubiera sido construido en mármol, debido al estuco con trozos de vidrio que recubría las estrías de los fustes de las columnas. Sus dimensiones en planta son 17,1 m de largo por 11,3 m de ancho, realizado con grandes sillares. Conserva la fachada con seis columnas de estilo fantaseado de corintio, cuatro en el frente y dos en los lados inmediatos, rematadas por una cornisa sobre la que descansa un arco central de medio punto. Al edificio se accede por una escalera de tres peldaños, descubierta en la excavación de García y Bellido (1962: 235). A partir de este hallazgo es posible afirmar su carácter templario frente a la funcionalidad civil (curia) que le fue otorgada por Mélida (1916: 92-93). De especial interés resulta la combinación del sistema arquitrabado y el arco, muy poco usual en la arquitectura romana de Hispania, que cuenta con dos ejemplos en la provincia de la Lusitania. Se trata, además de este ejemplo de Talavera la Vieja, del «Templo de Diana» en Mérida, dedicado al culto imperial, que presenta un frente porticado, sobre el que se apoya un arco de medio punto, y al igual, que el edificio de Talavera la Vieja, estaba inserto en el Foro del núcleo urbano.

El segundo de los edificios que articulaban el Foro de Augustobriga se localizaba frente a Los Mármoles, pero desviado hacia el noreste y con unas dimensiones de 21,8 m de largo por 8,86 m de ancho. Tradicionalmente se le atribuía un carácter templario, afirmando incluso Mélida (1916: 92) que pudo estar consagrado a Júpiter Óptimo Máximo, en función de una inscripción hallada en la ciudad que recoge una dedicación a esta divinidad. La propia historia del edificio no está exenta de curiosidades ni de leyendas, una de las cuales afirmaba que en los sótanos de esta construcción se encontraba la prisión en la que fueron martirizados los santos Vicente, Sabina y Cristeta. Si bien esta leyenda popular fue desmentida ya en el siglo XVIII, lo cierto es que desde el siglo XVI, el edificio fue rehabilitado y reutilizado como cilla o granero para almacenar el trigo del conde de Miranda, señor de la villa y que durante la Guerra Civil cumplió funciones de cárcel para los presos políticos, nacionales primero y republicanos después. De la construcción romana se conservaba el basamento, el soporte de la escalera en la fachada principal y el posible inicio de otra en el lado opuesto, así como tres columnas alineadas, junto a una cuarta desaparecida, en la fachada principal. El sistema de construcción empleado en La Cilla difiere notablemente del utilizado en el otro templo conservado. Se trata de un esquema arquitectónico de menor calidad, que utiliza elementos menos monumentales y costosos, con bloques rectangulares de pequeño tamaño al exterior y el interior del muro relleno de opus caementicium. Las tres columnas de la fachada fueron extraídas del edificio y llevadas, junto a Los Mármoles, a su nuevo emplazamiento, pero, al depositarse a ras de suelo en un lugar muy alejado del edificio principal, se desvirtúa la percepción real del conjunto.

El trazado del Foro se completaría con un tercer edificio, supuesto por Hermosilla (1796: 359), y que constituiría, por simetría, un triángulo con los otros dos, alzándose en paralelo a Los Mármoles y con igual estructura. En la zona en la que supuestamente se erigiría éste, puede observarse la presencia de abundantes sillares rectangulares y moldurados, similares a los de los otros templos, que podrían estar certificando la existencia de esta construcción. La desaparición de este edificio, así como la deficiente conservación de la parte posterior de Los Mármoles, pueden haberse visto aceleradas por su ubicación, al norte del recinto del Foro, en el escarpe de una brusca pendiente al río.

Las dos calles principales de la ciudad romana, el cardo y el decumano, que confluían en el Foro, aún eran visibles en el trazado moderno de Talavera la Vieja, en Calle Real y Camino del Almendro, respectivamente. El resto de las calles parecen responder, en líneas generales, a una disposición paralela a la alineación de estas vías cortadas perpendicularmente, formando un entramado urbano con tendencia a la forma ortogonal o de retícula.

En la plaza de Talavera la Vieja, frente a la iglesia, y en la parte posterior del área del conjunto de los templos, anteriormente citados, se documentó el inicio de los muros de la planta incompleta de un edificio, con un espacioso peristilo (Mélida, 1916: 94). García y Bellido (1962: 236) realizó excavaciones en este mismo lugar, y aunque limitado por la presencia de algunas casas, comprobó que dicho peristilo era el centro de una gran vivienda cuyas paredes aún eran apreciables en los sótanos de las casas vecinas.

Una línea de muralla rodeaba el recinto de la ciudad, aunque en la actualidad se encuentra bastante incompleta. Su trazado, como apuntó Hermosilla (1796: 352), formaba casi un semicírculo, con algunos ángulos obtusos para completar la circunvalación, y con su línea de diámetro representada por el curso del río. El recinto apoyaba sus extremos en el Tajo y tenía como centro el área de los templos (García y Bellido, 1962: 236). Uno de los lienzos mejor conservado tiene 20 m de longitud máxima, una altura de 2,12 m y una anchura de 1,50 m Su paramento exterior es de sillería de granito, dispuesta en hiladas y con el interior relleno de hormigón u opus caementicium (Mélida, 1916: 90). Como la cara superior de la muralla es horizontal y lisa, García y Bellido (1962: 236) supuso que el resto debió ser de ladrillo, de adobe o, mejor, de tapial más o menos fortalecido con cadenas de mampostería o ladrillos. La escasez de restos de ladrillos le indujo a defender la hipótesis del tapial reforzado, y de hecho, murallas de este tipo son conocidas en todo el Imperio Romano.

Como parte del sistema defensivo de la ciudad, queda constancia visible de una torre de planta rectangular, de 5,75 m de longitud, 5 de anchura y 1,20 m de grosor de muro. La torre aparecía inserta en la muralla, realizándose el acceso desde el interior de la ciudad, a ras de suelo. De su alzado únicamente se conserva, en todo el perímetro, una única hilada, excepto en la esquina noroeste donde se aprecian hasta cuatro hiladas de piedra granítica trabada con hormigón.

En el trazado de la ciudad también existían una serie de obras de ingeniería romana, algunas aún atestiguables hoy en día, como un acueducto subterráneo, un depósito de agua, unas posibles termas o los restos de hornos de fundición.

La toponimia de Augustobriga conmemora sin duda el nombre de Augusto, personaje que llevó a cabo la reestructuración política y provincial de Hispania. Junto a este término honorífico aparece un sufijo de origen celta, -briga, bastante frecuente entre los topónimos peninsulares de las comunidades establecidas durante los primeros siglos de la romanización. A partir de un análisis básico de los aspectos integrantes de este término, es posible argumentar que Augustobriga, en su origen, sería una pequeña comunidad vetona, que alcanzó, probablemente gracias a Octavio Augusto, un civitas stipendiaria, condición aludida por Plinio (n. h. IV, 116-118), honrando a éste en su nuevo nombre. La clara referencia a un elemento entendido como propio del mundo prerromano y de la lengua céltica, junto a otro propio de la cultura romana, permite suponer ese carácter dual a dicha población. Este aspecto queda ratificado por el hecho de que el Imperio Romano, generalmente concedía esta condición de civitas stipendiaria a ciudades indígenas preexistentes e incorporadas a la organización político-administrativa romana mediante la conquista o la entrega incondicional.

Fue César quien primero abordó el proceso de urbanización de Hispania, teniendo en cuenta las necesidades de cada provincia. Creó una serie de asentamientos entre el Tajo y el Guadiana con un doble carácter, por un lado se constituían en puestos defensivos insertados en un territorio levantisco, y por otro se localizaban en zonas llanas y ricas para la agricultura, controlando además todos los recursos que el medio facilitaba (García y Bellido, 1958: 14). Estas poblaciones se convertirían en centros de control, en «cuñas» que irían acabando con el sistema organizativo indígena, imponiendo una progresiva romanización. A pesar de ello, como en la Lusitania la vida urbana tendría escaso desarrollo, el papel romanizador de estos núcleos fue poco efectivo y persistieron los principios organizativos propios de la sociedad indígena hasta fines del Alto Imperio, en buena parte de la provincia.

En el curso medio del Tajo, esa función de puesto militar, de control de recursos y acción romanizadora la desempeñó la ciudad de Augustobriga. Debido a que la decisión de crear un núcleo urbano constituye un proyecto que se extiende a lo largo de varias décadas, esta fundación romana vinculada a la política cesariana, lleva el apelativo de Augusto, pues sería con él con quien tomaría forma definitiva.

En torno al año 74, Vespasiano, según mención de Plinio (n. h. III, 30), promulgó el ius Latii a toda Hispania. La investigación histórica actual ha debatido el alcance de esta declaración, analizando si fue extensible o no a toda la Península, intentando localizar cuáles son los elementos que ha de presentar un municipio flavio. En el caso de Augustobriga, resulta evidente que con la promulgación del Derecho Latino de Vespasiano, alcanzó la condición de municipium. Este hecho aparece atestiguado por la mención, en sendas inscripciones, de dos individuos de la tribu Quirina: L. Vibius Reburrus y C. Antonius Apolaus, así como dos posibles alusiones a cargos municipales: un Senatus Populusque Augustobrigensi (aunque se encuentra sujeta a discusión su validez como órgano municipal) y un IIvir. Argumentos ambos, que siguiendo las tesis de McElderrey nos colocarían ante un municipio flavio. Además, la ubicación de esta ciudad en el trazado de dos vías oficiales romanas (citada una en el Itinerario de Antonino y otra en el Anónimo de Rávena), así como su buen desarrollo urbanístico, condicionarían la concesión de la categoría municipal en época flavia. Con esta nueva condición de municipio, los habitantes de Augustobriga que accedieran al desempeño de labores del gobierno municipal adquirían la ciudadanía romana.

En los siglos III-IV, la desintegración del sistema político imperial debilitó la estructura urbana. El aparato administrativo de la ciudad se mostró inoperante y ésta se disgregó en pequeños núcleos autosuficientes, las villae, de las que también se conservan restos en el entorno de Augustobriga, en las Villas de Montecillo (Millanes de la Mata, Cáceres) o El Pino (Casas de Belvís, Cáceres).

Sin embargo, será un elemento ajeno al mundo romano el que marcará definitivamente la historia de Augustobriga. Un elemento que determinará las características y sobre todo la dificultad de la investigación en este yacimiento. La construcción en 1963 del embalse de Valdecañas, que al anegar la ciudad, anegó también su historia, dejándola en manos de los detectores de metales o de las máquinas excavadoras, que actúan en época de sequía, al bajar el nivel de las aguas.

Blanca María Aguilar-Tablada Marcos

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