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HISTORIA

Origenes de la ciudad
Augusta Emerita durante el Alto Imperio
Augusta Emerita, capital de la diócesis Hispaniarum durante el Bajoimperio
Trascendencia de la iglesia emeritense durante el período Visigodo

Desde el período Paleolítico se tiene conocimiento del asentamiento humano en las colinas que circundan la ciudad, pero será durante la etapa Neolítica cuando estos grupos presenten formas de vida más organizadas y estables. Gracias al hallazgo de un poblado en el valle del río Barraeca (Albarregas), en el espacio ocupado por una necrópolis romana, se ha podido constatar la presencia estable de elementos humanos que eligieron este privilegiado lugar para establecerse y desarrollar su cultura material, como queda constancia por los restos esparcidos por la zona.
Pero será durante la Edad del Bronce en su fase final, cuando se tenga un conocimiento más profundo de la presencia humana en el área topográfica que enmarca la ciudad de Mérida. Así sobresalen buenas muestras del saber hacer de estos grupos en los hallazgos producidos en las excavaciones de la Zona Arqueológica de Morería, unido a objetos de bronce muy característicos de este período. Sin embargo, a pesar de estos hallazgos que confirman la ocupación del solar emeritense hasta bien entrado el siglo VIII a.C., a continuación se va a producir un vacío poblacional hasta la misma fundación de Augusta Emerita.

Orígenes de la ciudad
En torno al año 25 a.C. y una vez solventadas, que no concluidas, las Guerras Cántabras tras la toma de Lancia, mandaba Octavio Augusto fundar una colonia en la provincia Lusitana con el nombre de Augusta Emerita (Dión Casio, Historia Romana, 53, 25, 2; documentos epigráficos procedentes del área del Teatro). El encargado de cumplir la orden sería el legado Publio Carisio, con el objetivo principal de asentar a los legionarios más veteranos de las guerras mantenidas contra Cántabros y Astures. Esta era una zona poco romanizada, en medio de Vettones, Túrdulos, y Lusitanos que ocupaban hasta entonces el extremo suroccidental de la Península.

Las razones de la fundación estuvieron motivadas por aspectos de carácter estratégico, funcional y económico. La nueva colonia vino a heredar el papel protagonizado con anterioridad por la cercana Metellinum (Medellín), al este de Mérida, aguas arriba del río Anas (Guadiana). Su ubicación en un valle favorable para el vadeo del río Guadiana, punto de encuentro entre dos vías principales? la Vía de la Plata, que enlaza Norte y Sur, y la que unía la urbs de Complutum con Olissipo, de Este a Oeste? marcaría de manera definitiva su futuro como nudo de comunicaciones de toda la franja occidental de la Península Ibérica.
Por otro lado, la topografía ofrecía una serie de colinas laterales bien ventiladas, fundamentales para la construcción de edificios singulares aún conservados en la actualidad (Teatro, Anfiteatro, Circo). De igual manera el lugar elegido era rico en materias primas en su suelo granitos, dioritas, mármoles, etc., así como en recursos naturales: buenos terrenos para el desarrollo de la agricultura, bosques cercanos y agua en abundancia, como ha quedado de manifiesto por la presencia de manantiales y la construcción de presas para surtir de agua a la colonia (Cornalvo y Proserpina). También destaca por ser la característica ciudad-puente, a imagen de Roma con su isla Tiberina o Toulouse, Córdoba, etc., escogiéndose para su emplazamiento la margen derecha del río. (fig. 01)

El territorio dependiente de Augusta Emerita estaba cercano a los 20.000 kilómetros cuadrados, dividiéndose para su buena administración en prefecturas. Esta gran extensión viene a coincidir en gran medida con la actual provincia de Badajoz (Extremadura), si bien sus límites hacia el Sur y hacia el Este, no sobrepasarían las sierras cercanas a la actual Zafra (Sierra de los Santos), Iulipa-Zalamea de la Serena, y la franja cercana a Valdecaballeros, colindantes con las otras provincias hispanas de la Bética y la Tarraconense, respectivamente.

 
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Augusta Emerita durante el Altoimperio
En este marco espacial la colonia Augusta Emerita va a ir adquiriendo un esplendor que va a quedar reflejado en la monumentalidad de sus principales edificios, deleite para el turismo actual de la ciudad (Teatro, Anfiteatro, Circo, puentes sobre los ríos Anas y Barraeca; el primero con sus 792 metros sería uno de los más largos e importantes del Imperio, Dique de contención bajo la muralla, red de cloacas, Acueductos de los Milagros y Rabo de buey-San Lázaro, etc.). La ascensión al rango de capital de la provincia Lusitania hacia el año 15 a.C., que comprenderá los Conuentus emeritensis, scallabitanus y pacensis, y la generosidad con la que se trataría a la colonia en época julio-claudia, con la realización de proyectos urbanos de una gran trascendencia futura, como sus foros, municipal y de la provincia a imagen de los de Roma, supusieron el definitivo impulso administrativo dado a la ciudad.
Más tarde durante período Flavio y Antonino, que supuso un momento de esplendor para toda la Hispania Altoimperial, hizo de esta ciudad un punto de referencia principal para el resto del mundo romano al relanzarse de manera definitiva su patrimonio social, monumental y económico.
Así, bajo la influencia de los emperadores flavios se llevarían a cabo la ampliación de sus foros municipal y provincial, finalización de las obras del Anfiteatro y de la muralla en el lado oriental, la remodelación de los edificios dedicados al culto Imperial; templos de Diana y de Marte, así como el santuario de los dioses orientales que estaba ubicado en el cerro de San Albín. No debemos olvidar igualmente la factura otorgada a su arquitectura doméstica y a la red de saneamiento de la ciudad.
No menos importante serían sus talleres de escultura, pintura y mosaico, de los que queda buena muestra en todos los restos monumentales repartidos por la ciudad, y el Museo Nacional de Arte Romano. Tanto es así, que los talleres de escultura durante los siglos I y II, no llegaban a producir lo suficiente ante las exigencias constructivas de la urbe, como ha quedado de manifiesto en los restos hallados de las suntuosas mansiones situadas intramuros en los actuales yacimientos arqueológicos de Morería y Centro cultural Alcazaba.
Augusta Emerita vive durante toda la segunda centuria un momento de gran esplendor, bajo los emperadores hispanos Trajano y Adriano, tanto en lo constructivo, como en lo económico, viniendo gentes procedentes de diversos lugares de Hispania como del Imperio a afincarse en su territorio. No olvidemos la presencia de elementos norteafricanos en la provincia Bética (mauri), y de cierta inestabilidad al finalizar la segunda centuria en la cuenca mediterránea. Es el momento del asentamiento de gentes que profesan el culto a deidades orientales (Mitra) y de elementos judíos, constatado gracias a los restos escultóricos y epigráficos hallados en la ciudad y depositados en el Museo Nacional de Arte Romano y, en el museo sefardí de la sinagoga de “El Tránsito” en Toledo.

Respecto al siglo III son pocas las fuentes documentales que nos pueden ofrecer información acerca de la ciudad y su entorno, no obstante por los restos arqueológicos hallados en su suelo, hay que destacar la presencia de abundante material industrial (cerámica, vidrios, y artes menores), así como la erección del “Templo de Marte” que en absoluto trasmiten una sensación de decadencia o crisis para la ciudad y su entorno, como hasta ahora se venía manifestando. En cuanto al conocimiento del entramado social de la colonia en este siglo, tenemos la suerte de contar con inscripciones romanas procedentes de la llamada “Necrópolis Oriental”, con una cronología que abarca desde mediados del siglo I hasta final del siglo III d.C. Estas inscripciones presentan un amplio abanico, tanto en su tipología como en su contenido, que nos está indicando sobre el variado panorama social de la ciudad. Así destacar de entre los restos hallados, la presencia de un duumvir de Metellinum, una mujer oriunda de Nicomedia y, un más que posible nuevo gobernador de Lusitania, no documentado hasta el momento .
También tenemos los primeros testimonios de la existencia de cristianos en la ciudad, gracias a la noticia del movimiento organizado en torno al obispo Marcial, en defensa de los perseguidos por Decio en el 254, y la carta de Cipriano de Cartago acusándolo de libelático. Tras el edicto de libertad de cultos, Mérida se convierte en una de las ciudades españolas, junto a Sevilla y Tarragona, a la que se le confiere la dignidad metropolitana.

 
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Augusta Emerita, capital de la diócesis Hispaniarum durante el Bajoimperio
Las características más significativas que definen este período en la ciudad de Mérida, a finales del s. III y a lo largo de todo el s. IV son, por un lado, la continuidad de su trama urbana y, por otro, su intensa actividad edilicia relacionada, al parecer, con el nuevo status jurídico que, tras las reforma administrativa llevada a cabo por Diocleciano, convierte a Mérida en la Capital de la Diócesis Hispaniarum y, por tanto, en la sede del vicarius hispaniarum.
El desarrollo urbano que va a experimentar la colonia durante este período de estabilización socio-económica de Constantino y sucesores, va a convertir a la ciudad en una de las más importantes del mundo romano. Al dato histórico que nos ofrece el testimonio de Ausonio, –poeta del siglo IV– que en su obra Ordo Urbium nobilium, hace mención a las ciudades de Hispania en los versos 81 y siguientes:

“Clara mihi post has memorabore, nomem latinum,
Emerita. Aequorens quam praeterlabitur amnis,
summittit cui tota suos Hispania fasces.
Corduba non, non arce potens ibi Tarraco certat
Quaeque sinn pelagi iactat se Bracara dives”

Trad. “Tras éstas recordaré a la ilustre Emérita, nombre latino, a la que baña un río grande como un mar, ante quien Hispania entera baja sus fasces.
Ni Córdoba, ni Tarraco, poderosa ciudadela, rivalizan contigo, ni Bracara, que se jacta de ser rica en el centro de los mares”.
Hay que añadir también la noticia trasmitida en el Laterculus Pelemii Silvi –texto administrativo de fines del siglo IV–, cuyo texto nombra únicamente a Augusta Emerita en la nomina provinciarum.
“IV. Nomina Provinciarum....in Hispania VII
2 Prima: Tarraconensis
3 Secunda: Carthaginiensis
4 Tertia: Baetica
5 Quarta: Lusitania, in quia est Emerita
6 Quinta: Gallaecia
7 Sexta: Insulae Balearis
8 Septima: Tingitana”.

Actualmente, no parecen existir dudas, que tras las reformas llevadas a cabo por Diocleciano, Emerita Augusta fue elegida como capital de la diócesis Hispaniarum en detrimento de la hipótesis que señalaba a Hispalis (Sevilla) o Tarraco (Tarragona), como posible residencia del Vicarius de la diócesis.

Esta nueva característica la convierte en un centro administrativo, económico y político de gran importancia en el conjunto de la Hispania bajoimperial, incluyendo parte del Norte de África, manteniendo esta posición hegemónica incluso después de las invasiones germanas del siglo quinto. Es el momento en el que se llevan a cabo la reconstrucción de diversos edificios públicos como el Circo y el Teatro, confirmados por las últimas excavaciones llevadas a cabo en sus recintos, así como la remodelación que vive la ciudad con la edificación de numerosas mansiones situadas intramuros de la misma (Casa de los mármoles, Casa Basílica o del Teatro, etc.) Este auge constructivo se traslada también al campo, con la aparición de pavimentos musivos de gran calidad, decorados con motivos figurativos, en algunos casos, y geométricos en otros. Villae con importantes mosaicos se han documentado en Pesquero (Pueblonuevo del Guadiana), donde se ha recuperado una importante escena órfica, y en Las Tiendas (Mérida), donde se representan escenas de cacería y bustos con cuatro estaciones. En estas villas rústicas se asiste a un período de cambios donde los asentamientos rurales, en la mayoría de los casos, experimentan un enriquecimiento importante de los materiales utilizados en su parte noble, es como si el mundo urbano se fuera desplazando decisivamente en el mundo rural. Igualmente la concentración de la propiedad debió ser un hecho generalizado en este territorio como ocurre en el resto del Imperio.

Respecto a la difusión del cristianismo en la colonia, la iglesia de Mérida parece contar con un prestigio reconocido desde el siglo III, según se deduce de la epístola 69 de Cipriano de Cartago. En ella se hace mención al diácono Elio y a la congregación de la ciudad– item Aelio diacono et plebi Emeritae consistentibus in Domino– como consecuencia de los problemas surgidos con su obispo Marcial.
También durante la persecución contra los cristianos llevada a cabo bajo los emperadores Diocleciano y Maximiano Hercúleo, tuvo lugar en la ciudad el martirio de Eulalia, como pone de manifiesto el poeta cristiano Aurelio Prudencio en su Peristephanon, Hym. 3.
Este hecho reactivaría la comunidad cristiana de la ciudad, y sin duda aseguraría a su iglesia importantes donaciones desde época temprana. Esta coyuntura religiosa y social convirtió desde entonces a la ciudad en lugar de peregrinación y culto, convirtiéndose la mártir en protectora de la misma.
Otra fuente documental importante que corrobora esta implantación de una comunidad cristiana influyente en la ciudad son las actas de los concilios hispanorromanos, donde se tiene constancia de la presencia del obispo de Mérida, Liberio, al primer concilio celebrado por la iglesia hispana en Illiberis (Granada) en el año 314. En el año 380, otro obispo de Mérida, Hydacio, que tendría al final del siglo IV e inicios del V un papel muy destacado en la lucha entre ortodoxos y herejes, asistió al concilio convocado en Caesaraugusta para ocuparse de la herejía priscilianista, muy extendida por la provincia. Todo ello viene a mostrarnos una iglesia influyente, con un prestigio teológico asociado a una amplia proyección social y a una creciente riqueza, que la convertirán durante el siglo V-VI en la iglesia más preponderante y rica de España.

El siglo V representa para Mérida y su provincia, al igual que para la mayoría de los territorios situados a occidente de Roma, la presencia de las primeras invasiones bárbaras del norte. Así suevos, alanos y vándalos lucharán por hacerse con la renombrada ciudad del Occidente latino. Por Hydacio (obispo de Gallaecia), sabemos de la importancia que sigue manteniendo Mérida en el siglo V, al hacer una referencial y destacada mención en su Continuatio Chronicarum Hieromyniarum, donde al parecer la ciudad intramuros no sufriría daños de consideración por parte de los distintos reyes bárbaros que se acercaron a sus puertas. No así las zonas situadas extramuros que sí se verán arrasadas; las áreas de necrópolis sitas en las vías de salida hacia Astorga o Córdoba, la profanación del túmulo de Eulalia por el rey suevo Hermegario en el 429, así como la destrucción de las domus anexas a la muralla en la zona Oeste de la ciudad.
La crónica de Hydacio –obispo de Aquae Flaviae, actual Chaves en Portugal –es también una fuente de vital importancia para conocer la continuidad y el desarrollo del cristianismo trinitario en Mérida. Para el año 445 señala que el obispo de la ciudad era un tal Antonino, convirtiéndose la sede emeritense en referente para otras sedes episcopales de la Hispania de ese momento. Con posterioridad, la iglesia martirial de Santa Eulalia muestra la importancia histórica y artística de esta basílica, la cual está estrechamente relacionada con la diversidad de muestras escultóricas y arquitectónicas que atesora, procedentes de todos los monumentos históricos de la ciudad y su área de influencia.

Una vez desaparecida la autoridad imperial de manera definitiva, será un pueblo bárbaro; los visigodos, los que hagan su aparición en la ciudad (año 468), aunque no sabemos ni en que número, ni cuanto tiempo estuvieron. Más tarde, con el establecimiento definitivo del pueblo godo en la Península, terminaría por establecerse en la ciudad un gobernador (dux), desde donde ejercerá el poder para toda la provincia lusitana.

Por Isidoro de Sevilla, que en su Historiae visigothorum, Sueborum et Vandalorum cita en numerosas ocasiones la ciudad de Mérida, sabemos del respeto que despierta en numerosos reyes bárbaros el edificio martirial donde se encuentran los restos de santa Eulalia. No obstante, ello no fue óbice para terminar siendo arrasado, como han demostrado las excavaciones llevadas a cabo en la última década. Asimismo cita a los reyes visigodos que pasaron por la ciudad, llegando a ser durante el reinado de Agila, a mediados del siglo VI, sede regia de la monarquía visigoda. Esta elección de Mérida no fraguaría por motivos políticos y estratégicos, trasladándose definitivamente la capital del reino a Toledo.

 
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Trascendencia de la iglesia emeritense durante el período Visigodo.
Durante toda la etapa de presencia visigoda en la Península, la iglesia emeritense jugará un papel de primera magnitud en los acontecimientos, tanto de carácter religioso como político, que van a afectar a la monarquía visigoda y al reino en general.
No debemos olvidar la defensa de la ortodoxia llevada a cabo por la sede emeritense durante el enfrentamiento entre Leovigildo y su hijo Hermenegildo. De este modo, la mayoría del pueblo hispano-romano de la ciudad y la voluntad mantenida por los metropolitanos emeritenses, hicieron valer la primacía de la iglesia católica trinitaria frente a la unitaria arriana, y su posterior triunfo en el III Concilio de Toledo, con la proclamación de la unidad religiosa en todo el reino visigodo con su rey Recaredo y el obispo Leandro a la cabeza en el año 589 d. C.

Así basta recordar al obispo Masona, metropolitano de Mérida y cabeza del clero católico, que se enfrentó abiertamente a las pretensiones del rey Leovigildo de convertirse al arrianismo, y con él todos sus seguidores, lo que hubiera representado el triunfo de la iglesia unitaria arriana en toda el reino visigodo.

El texto de las Vitas Sanctorum Patrum Emeretensium (VPE) es la obra que hace una mención más expresa de la ciudad de Mérida en la segunda mitad del siglo VI, e inicios del VII. Es igualmente un documento de inigualable valor historiográfico para el conocimiento de la Hispania de la segunda mitad del siglo VI, tanto para la vida política, como para la religiosa, aun cuando se trata de una obra de carácter hagiográfico. Redactado en un período en el que no existen crónicas históricas, excepto los documentos de las actas de los concilios, hace un detallado análisis de la vida cotidiana de la ciudad; sus obispos, la riqueza monumental de sus iglesias, la pugna mantenida contra miembros de la iglesia unitaria arriana, así como de los peregrinos y mercaderes venidos de Oriente a la basílica de la mártir Eulalia, que traen la semilla artística bizantina que influirá de una manera decisiva en las técnicas escultóricas emeritenses de los siglos VI-VII.(fig. 02)

De esta obra redactada en el siglo VII, se desprende claramente la floreciente actividad económica y comercial que vive la ciudad en los siglos VI-VII, la cual se ve impulsada por sus arzobispos, que son en definitiva los auténticos sustitutos del poder civil en la ciudad, si no en toda la provincia lusitana.
X. Presencia de peregrinos y mercaderes venidos de Oriente en Mérida a mediados del siglo VI.
“ Anualmente durante muchos disfrutando dichosamente de una época feliz en compañía de su grey y, viviendo con alegría en Dios, y floreciendo siempre lleno de virtudes, cierto día aconteció que de la región, de la que él mismo era oriundo, llegaron en naves desde Oriente unos mercaderes griegos y atracaron en el litoral de Hispania. Y cuando llegaron a la ciudad emeritense fueron al encuentro del obispo según su costumbre. Los cuales, tras haber sido recibidos con benevolencia por éste y tras haber regresado, al salir de su palacio, a la casa donde se hospedaban, al día siguiente le enviaron un presente en agradecimiento, llevándole un niño de nombre Fidel, que con ellos había venido de su país con el fin de obtener un salario”.
V.S.P.E., 4,3,1.
Como consecuencia de esta situación, derivada por la falta de un poder político y civil fuerte, los obispos de la metrópolis emeritense se erigen en los auténticos sustitutos de este vacío de poder. Ello traerá como consecuencia un impulso constructivo que se plasmará en una fisonomía urbanística de clara significación cristiana. Se construyen y restauran de una manera ininterrumpida, desde mediados del siglo VI hasta bien entrada la séptima centuria, basílicas, monasterios, escuelas, y hospitales– xenodochium o albergue de peregrinos–, institución de origen oriental, bizantina que conjugaba las funciones sanitarias, de hospital, con las asistenciales de asilo, único ejemplo en la Hispania de este período. Muchas de estas edificaciones se ubicaban extramuros de la ciudad, así el monasterio de Cubillana se hallaba en el margen derecho del Guadiana, hacia su desembocadura; como también el monasterio femenino de Santa María de todas las vírgenes, localizado gracias a la inscripción que fecha el momento de su dedicación acaecida en el año 661.
Igualmente de suma importancia para el conocimiento de la arquitectura paleocristiana es el conjunto de la Basílica de Casa Herrera, villa del Bajoimperio, en las inmediaciones de la capital. Se trata de una singular iglesia de doble ábside contrapuesto que la emparenta tipológicamente con algunas iglesias africanas.
De este período y del anterior, muestra la ciudad de Mérida una gran cantidad de restos de decoración arquitectónica y escultórica; como columnas, capiteles, canceles, veneras, pilastras, etc. Estas técnicas constructivas y decorativas de clara influencia Ravenitica, afectarán a los modelos a seguir en zonas alejadas de la metrópolis emeritense, llegando su influjo a la propia Toledo, e incluso a áreas situadas en el curso medio del Ebro.

En el Liber Iodiciorum de Recesvinto se alude igualmente a la colonia de comerciantes, peregrinos y mercaderes de origen oriental que se asientan durante este período en la ciudad. Este hecho se ve confirmado por el significativo número de inscripciones epigráficas cristianas, griegas y algunos ejemplos de inscripciones judías, aparecidas en las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo a lo largo y ancho de la colonia emeritense. Así para estos siglos (IV-VII), Mérida puede considerarse como uno de los centros epigráficos más importantes de la Península.

Aunque los datos que nos ofrecen las fuentes documentales sobre Mérida en la segunda mitad del siglo VII y comienzos del VIII, son claramente insuficientes con respecto al período anterior, esto no implica necesariamente la decadencia de la ciudad. Así tenemos por ejemplo, las actas del concilio provincial celebrado por la Iglesia lusitana en la iglesia de Santa Jerusalén de Mérida el 6 de noviembre del año 666, en el que se tratan aspectos relacionados con el patrimonio de las iglesias lusitanas, problemas de litigios entre diócesis, de administración de propiedades, y con ello de las relaciones que se establecían entre sus obispos, etc. Se trata de un documento excepcional, en el que no hay lugar acerca de problemas sobre el dogma, y donde la cuestión predominante en estos momentos es la de imponer disciplina a miembros del orden episcopal, casi monárquico, y la administración de unas propiedades cada vez más amplias y complejas.

Este paulatino proceso de cambio que vive la sociedad emeritense a lo largo de la séptima centuria, se inscribe dentro de los vaivenes socioeconómicos y políticos que se van a ir desarrollando en toda la Península (inestabilidad de la monarquía visigoda, protofeudalización del estado, epidemias, malas cosechas, hambrunas, guerra civil, etc.)
No por ello va a perder su importancia geoestratégica en el occidente peninsular cuando las tropas comandadas por Musa ibn Nusayr tomen la ciudad en el 713 d. C./ 94 H., tras un largo asedio que durará siete meses. La entrega de la misma se hará mediante un pacto de capitulación a semejanza del llevado a cabo en la zona levantina con el conde Teodomiro, más o menos acaecido por la misma fecha. La toma de la ciudad por parte de las tropas arabo-bereberes, les debió causar una gran impresión como queda testimonio en los textos de geógrafos e historiadores, repletos muchos de ellos de una exuberante fantasía. Así queda el testimonio del gran cronista de la corte Omeya durante el califato, Ahmad al-Razi, uno de los primeros en ofrecernos una extensa descripción de la ciudad y su jurisdicción administrativa:
“ ...todos los reyes que vivieron aquí emprendieron bellas construcciones, y cada uno de ellos empleó y utilizó los más bellos mármoles, e hizo venir el agua desde muy lejos, con mucha habilidad y esfuerzo. Fue así edificada de una manera excelente. Se han encontrado vestigios de construcciones que duraron eternamente, pues ninguna persona podría destruirlos ni por la fuerza ni por subterfugios, su fábrica era de piedra muy dura . Mérida es muy reputada en todas partes. Ninguna persona podría describir completamente las maravillas de Mérida.”
Ya, durante el dominio islámico de la ciudad, ésta seguirá siendo el núcleo poblacional más importante del Gharb al-Andalus (Occidente de al-Andalus), siendo referente en las disputas que mantendrán los sucesivos walíes de al-Andalus hasta la proclamación del emirato en el 756. Con posterioridad a esta fecha, algunos hijos de emires ejercerán el cargo de gobernadores, convirtiéndose la Marida andalusí en capital de la frontera próxima o Inferior de al-Andalus (al-tagr al-Adnà).

“ Mérida y Toledo son entre las ciudades de al-Andalus las más grandes y las mejores fortificadas. Las plazas de defensa en las Marcas gallegas son Mérida, Nafza, Guadalajara y Toledo, frente a las dos ciudades gallegas de Zamora y León” (Ibn Hawqal, Siglo X).

Esta situación se mantendrá hasta la fundación de Badajoz (Batalyws) en el último tercio del siglo IX /III H, como consecuencia de las repetidas rebeliones protagonizadas, en su mayor parte por elementos muladíes, con ‘Abd al-Rahman b. Marwan al-Yilliqi a la cabeza.
Mérida se convertirá en un continuo foco de rebelión aún más activo que Toledo, por lo que será castigada con dureza por parte del poder cordobés. Estos repetidos levantamientos a lo largo del siglo IX, por parte de los elementos muladíes, bereberes y mozárabes de la ciudad, vienen motivados principalmente por el incremento de la presión fiscal que gravaba especialmente a los artesanos y a los grandes propietarios.
La reacción del poder cordobés contra estos grupos, especialmente los muladíes, se saldaría en el año 868 con la destrucción de las defensas de la ciudad y, en el 875 con el traslado de parte de la población a Badajoz y Córdoba.
Con posterioridad a esta fecha iría paulatinamente perdiendo importancia dentro de la organización administrativa y militar de al-Andalus, tanto durante el período que atraviesa el califato, como durante el período taifa y de los imperios norteafricanos, ha

 
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