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Campamento en la Cañada de Cepeda, a 10 de setiembre de 1859.
Señora doña Aniceta Rocamora.
Mi querida esposa:
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José Araoz el Lujanero.
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Artículo de fonda269. -El refrán veterano. -Mi salida. -Hágome el petizo. -La picana de don Manuel Pérez. -El cielito. -El truco de Virotica. -¡Retruco y barajo! -El güevo. -La chalana y las pelotas. -La chorizada de Bilbao. -Urquiza alunao. -El coronel Fausto. -Vuelta al reñidero, y allá va el Gallo.
Cuando al general Tristán | |||
lo emprimó la patria gaucha | |||
hasta pelarle la chaucha270 | |||
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en Salta y el Tucumán, | |||
salió entonces de refrán | 5 | ||
aquel verso inolvidable, | |||
por tan gaucho y aplicable | |||
a todo golpiao, si en copla | |||
sale un paisano y le sopla... | |||
¡ahí te mando, primo, el sable! | 10 |
¿No es verdá, paisanos, que el refrán veterano es chusco y gaucho? Mesmamente: y por eso como yo también soy gauchón y ando con sangre de pato, con cierto justo motivao, velay que hago ahora esta nueva salida, a ver si encuentro algún otro general primo o golpiao, para atrácarselo en copla bien o mal concertada, y pegue o no pegue, como solía soltar versos el difunto bendito don Venancio Andabestia, pueta del tiempo de la pajuela271.
Pero antes de entrar en argumento, alviértole al auditorio, que, en lengua gaucha, el decir un primo, es lo mesmo que decir un golpiao, un cantimpla, un tilingo, un zonzo, un lele, un payo, y la ecétera de don Gaspar...
Adelante.
Hecha esta alvertencia, dígole al público, que como yo no he pelechao272 haciendo gacetas, ni presumo de ser escrebido o versista, ya había tocao retirada a respeuto de soltar más Gallos, con todo de que a veces me tentaba a largarlo el ver lo que porfía y forcejea el señor de Urquiza, —239→ Diretudo cabezudo, por costitucionarnos, manotiarnos y sicofantiarnos. ¡Zape, diablo!
Pues, a pesar de tal majadería terutera, se guía yo mi propósito, y calladito me andaba haciendo el petizo, riéndome solo en mis adentros del cacareo, las balacas, las proclamas, y la guerra tremenda y enfurecida del general Colafruncida; pero el diablo sin duda, como es tan tentador, vino y le metió la cola a mi amigo don Manuel Pérez, quien, de puro urquizano, renejao y cándido (a lo Limeño), una mañana se puso a picaniarme, apostándome 200 pesos a que yo no soltaba el Gallo de miedo de la invasión, cuando el Diretudo don Justo pensó venírsenos con su chalana273 y las pelotas274 de cuero aquellas, que por acá supimos que estaba armando Vuecelencia, porque en una gaceta de acá salieron las décimas que voy a imprentar abajo de esta llana, donde las lerá el que guste.
La gaceta decía así
NOTICIAS FRESCAS DE LA ARMADA INVASORA
Buenos Aires, y febrero de 1859.
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Pues, señor, y como les iba diciendo: a pesar de tales noticias, cuando lo vi bolsiquiar sacando los doscientos pesos el amigo Pérez, yo saqué de mi tirador otros tantos, hicimos la apuesta con depósito, y... ¡qué diablos! esa mesma tardecita, a salú de don Manuel el parador, le canté a Vuecelencia las coplas y el cielito siguiente:
Aniceto el Gallo.
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Hechas pues las coplas anteriores, por supuesto le trajiné los doscientos al mozo infeliz, los mesmos que cabalitos se los di de limosna a los pobres de la Recoleta.
Después, a la cuenta mis versos llegaron a Gualeguaichú, aonde se agravió por ellos cierto Cantimpla llamao Virotica, quien, de tapao bajo el poncho de un imaginao Barriales, me truco a desvergüenzas; pero luego supe que allá en Entrerríos no había tal chimango coplero llamao Barriales, sino el mesmo Virotica, secretario y tiernísimo yerno del Diretudo, a quien no se le despega bailándole de pelao, o el pelao, que es idéntico a la gazuza.
—244→De juro, me calentó el manflorita con sus relinchos, y me obligó a soplarle el tapón de más abajito: y si volviese a rebuznarme, ¡ahi-juna! le prometo atracarle gallo y más gallo hasta hacerle largar un güevo morrudo y jediondo, como de terutero.
Velay va el tapón que le prendí: con permiso del auditorio.
Señor Imprentero del Nacional.
Buenos Aires, a 28 de abril de 1859.
Aniceto.
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Después de estos lances, volví a dejarme andar calladito, pero luego sucedió que, ahora días pasaos en compaña del señor general don VENANCIO FLORES, cayó de Entrerríos a esta ciudá una pandilla de jefes, oficiales y soldados, todos Orientales amargos y más coloraos que el fuego, que es lo mesmo que decir: Salvajes Unitarios.
Entre los nombraos llegó también un amigo mío de todo mi cariño y confianza, como lo es el señor coronel don Fausto Aguilar, hombre que en la guerra siempre anda puntiando a vanguardia, haciéndose —247→ el desganao de peliar (con tigres, digo yo), pero que, en ofreciéndose un entrevero, es capaz de tragarse hasta de a seis teruteros a un tiempo; y que de yapa todavía se queda lambiendo por un gallo de los míos. ¡Vaya un buitre insaciable!
De por fuerza: cuanto supe su llegada, enderecé de carrera a visitarlo, encontrándolo felizmente en su casa a eso de la oracioncita.
Así que llegué, y que me iba colando en la sala que estaba llena de oficialada y medio escura, el coronel Fausto, que es un lince, me clavó el ojo y se me echó encima prendiéndome un abrazo a lo soldao, con el cual me hizo crujir los costillares... ¡La...pu...janza en las muñecas!
De ahí me mandó sentar a su lao, y agarró la taba278 diciéndome:
-¡Por Cristo! mi sargento Aniceto, ¡cuánto me alegro de verlo! ¿cómo le va de salú? pues desde el tiempo aquel, en que estuvimos juntos en la zapallada de Caseros, hasta hoy, nada he sabido de usté. ¿Diaónde sale, amigazo?
-De por acá no más, amigo coronel Fausto, y va me ve algo alentao. ¿Y a usté cómo le va yendo?
Hombre, a mí me va viniendo la gana de campo afuera, pues, como he llegao a pie, deseo y necesito pronto apretarle la cincha a cualquier Rosín de esos de por el Rosario... por más mordedor y bellaco que sea.
-¡Ay, hijito, qué deseo tan indireuto! ¡óigale al colorao viejo!
—248→-Cabal: y además deseo saber ahora mesmo, amigo Aniceto, si ¡no trai el gallo de mi afición.
-¡Adiós diablos! ya lo sentí venirse, pero no se lo traigo, porque no lo he soltao, ni ya me entretengo en eso.
-¡Voto a Cristo! ¿Cómo es eso que ahora en la ocasión más linda y calentona se empaca y no suelta el gallo? ¿entonces en qué diablos se entretiene?
-¡Me ando no más despacito en procura de trajinar una polla fina y linda, como para sacar cría, y entonces sí verá uste que...
-Salga, amigo Aniceto: ¿sabelo que yo pudiera ver si usté se anda así lerdiando? es que de repente don Justo lo pille a tiro y le atraque un trajín y una polla de mi flor! ¿Oye?
-¿De veras? ¡oh! ¿y por qué?
Chancita: que se lo digan acá mis compañeros, y después no se encoja: ¡largue prontito el Gallo y abra el ojo! que lo primero le conviene a nuestra causa, y lo segundo a usté para salvar el cuero y acreditarse, a fin de hacer carrera linda en la milicia.
-¡Pues no, mi alma, y que hacía yo carrera linda en la milicia largando gallos!... No diga, coronel Fausto.
-Sí digo, sargento Aniceto; sin duda de que aquí ya sus paisanos cuando menos le habrán dao un buen cargo.
-Pues, señor, se equivoca muy fiero, porque acá los salvajes de hoy en día no me han dao ni leche, cuando a veces la redaman sobre algunos maulas mamones, ni tampoco tengo más cargo que la gineta aquella que, después de la aición de —249→ Monte Caseros, me dio don Justo José, a quien sea del modo que fuere se la debo; pero a los unitarios de ahora no les he merecido nada, sin duda porque soy poco pretencioso, y medio cimarrón para acercármeles, cuando largan nombramientos por cargueros; pero, como por eso yo no me he de resertar de la banda en que siempre me aguanté sin agraviarme por nada, sigo y sigo defendiendo el pleito por la Patria y nada más. ¿No le parece, coronel Fausto?
-Muy bien: y me parecerá mejor que, a pesar de lo que me ha dicho, suelte el Gallo, porque nos divierte mucho y anima a la paisanada, y en ancas porque a los mesmos teruteros les gusta, y que sólo al viejo Justo lo abomba y lo hace rabiar.
-Eso es cuento, amigazo: ¿qué caso ha de hacer el Diretudo de mi Gallo infeliz?
-¿Qué dice? ¿que no le hace caso? Oiga: ahora poco tiempo, cuando nos preparábamos en Entrerríos para sacarle el cuerpo a Urquiza, sabíamos por allá, de buena letra, todo el entusiasmo que había aquí entre el Porteñaje, y leíamos todos los periódicos de esta ciudá que iban chispiando contra el Viejo Soberbio, pero como no viamos ni una copla de Aniceto, medio deseconfiando decíamos: ¿cómo es esto que ahora tan luego el Gallo ha cerrao el pico? ¿si le habrá entrao moquillo, o andará juido, o si estará envaretao, o por ladiarse del todo en esta cuestión?
-¡María Santísima! ¡qué esperanza! cuando usté sabe bien, coronel Fausto, que yo soy y seré siempre Salvaje Unitario, de opinión firme como palo a pique, y que ni el diablo me ladea. —250→ ¡Vaya, vaya, con sus dudas! ya me están haciendo calentar, no embrome.
-Me alegro: justamente es lo que yo quiero: templarlo en su lindo y hacerlo corcoviar hasta que suelte el Gallo; y de fijo que lo suelta cuando le diga yo algo más.
-Bueno pues, prosiga y desembucho de una vez.
-Pues, como le iba diciendo: en esas dudas estuvimos hasta que por fortuna y casualmente yo, y acá ese compañero, nos hallamos en presencia del viejo Justo, al tiempo que un tal Bilbao acababa de hacerle la letura de un larguísimo chorizo de su mesma Gaceta (como les dice la Tribuna).
-Y es verdad que la Tribuna así los llama a los argumentos de don Pancho el Ráculo.
-Pues bien, ese mesmo día Urquiza tenía ya entripada la noticia de que le fallaba la alianza del Paraguay y el Brasil: y que Cafulcurá lo andaba medio embrollando; y supo también ese mesmo día temprano, que un vapor de los de acá lo había manoteao, de un barco en el Paraná, nada menos que dos mil garabinas y tres mil sables, entre los cuales le mandaban para él uno muy rumboso con vaina de plata, regalo que le venía de perilla cuando el viejo está tan escasón de armamento.
-De por juerza: ¡con tantísimos ejércitos que tiene armaos!
-Hágase cargo, amigo Aniceto.
-¡Pues no: barajo! ¡y cómo estaría de alunao por la falsiada de las alianzas, el manoteo del armamento atrás, de la ocurrencia de metérsele allí ese cócora de Bilbao a soplarle la longaniza o —251→ chorizo o argumento de su gaceta. ¡Barbaridá!
-Pues, con todo eso, don Justo no se calentó fiero sino cuando, para rematar la fiesta, entró ese su secretario Virotica trayéndole fresquitos los nuevos versos de usté, y que, como despreciándolos y por gracia, se puso a lerlos medio a la oreja del viejo, que lueguito empezó a hinchar las narices y a rascarse los cuadriles, medio clavándose las uñas, hasta que a media letura reventó, pegando un bufido y diciendo: «¡Ahi-juna grandisíma pu... salvaje perro: seguí no más largando Gallos, que el día que yo te agarre, juro y prometo hacerte engrasar bien la cabeza, y después de hacértela quemar como chicharrón yo mesmo, de un revés te la he de cortar en el chiquero de los chanchos. ¡Anda, no más, pícaro piojoso!». ¿Qué le parece, amigo Aniceto?
-¿Qué quiere que me parezca? Calentura del Vuecelencia y nada más. ¿Con qué me va a cortar nada si anda tan desarmao, y yo le tengo acá el corvo ese de los tres mil que le manotiamos? ¿con qué, repito, me puede afirmar el corte seis para descogotarme en el chiquero? con nada. Aunque ahora que viene al pelo, encuentro un cabe para facilitarle arma y quedar bien con el costitutionero.
-Vamos a ver, ¿qué piensa hacer para desagraviarlo?
-Nada más que soltarle un Gallo, que lleve un corvo en las patas y en la cresta la copla siguiente:
Ahí te mando, primo, el sable: | |||
no va como yo quisiera, | |||
del Paraguay es la vaina | |||
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y del Brasil la contrera; | |||
los tiros son de Pa-juera, | 5 | ||
aonde los perdió asustao | |||
Cafulcurá que ha escapao | |||
en una yegua rabona; | |||
y también va una dragona | |||
de chorizos de Bilbao. | 10 |
-¡Superiorazo! dijieron el coronel Fausto y sus compañeros, de quienes me despedí largándome a dormir, sin soñar con el chicharrón que quiere hacer de mi mate279 el golpiao Diretudo, a quien por último lo calculeo bien achicharronao con tantísimas contrariedades, chicharras y Teruteros flacones que lo rodean en el pantano que se ha metido de puro SICOFANTÁSTICO.
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Campamento en Cepeda, setiembre 28 de 1859.
Señora doña Sinforosa Pretao
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Anacleto Reventosa.