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ArribaAbajo

Penitencia de San Ignacio


Romance

ArribaAbajo   Con el cabello erizado,
pálido el color del rostro,
bañado en un sudor frío,
vueltos al cielo los ojos,
más muerto que vivo, haciendo  5
de gemidos y sollozos
los suspiros una esfera,
las lágrimas dos arroyos,
a Ignacio su mismo cuerpo,
helado, sangriento y roto,  10
desta manera le dice
con voz baja y pecho ronco:
-No te espantes si te trato,
como ajeno de ti propio,
que es bien que como otro hable,  15
pues ya contigo soy otro,
no es mucho ignore quién eres,
si el mismo que soy ignoro;
que tal tu rigor me ha puesto,
que aún a mi no me conozco.  20
Siete días ha que muero,
pues vivo sin saber cómo,
y a mi torpe natural
forzosas leyes le rompo.
Negando lo que te pido,  25
siete días ha que sólo
agua de lágrimas bebo
y pan de dolores como.
Duros abrojos tres veces
castigan mis perezosos  30
miembros: tan estéril tierra
¿qué ha de tener sino abrojos?
Gastadas tengo las piedras
donde las rodillas pongo,
y porque cabales vivan  35
cubro de sangre los hoyos.
Vivo cadáver me dejas,
y en tu espíritu dichoso
vas a gozar dulces gustos,
a gustar süaves gozos.  40
Todo en amor te transformas,
porque vivas en Dios todo,
con una gloria amorosa,
y con un amor glorioso.
Al alma sólo regalas:  45
quejas justamente formo,
pues a tus gustos mis penas
son manjar dulce y sabroso.
Dueño soy de los sentidos:
¿qué importa si no los gozo?  50
Pues sin alma ¿qué me sirven
boca, manos, oídos ni ojos?
Yo sus contentos no gusto,
yo sus gustos no los toco,
sus regalos no los veo,  55
sus dulzuras no las oigo.
Mira no se ofenda Dios,
que cargues sobre mis hombros
murallas de penitencia,
siendo el cimiento tan poco.  60
Una llama soy que vivo
obediente a un fácil soplo,
humilde barro, y al fin
fuego y humo, tierra y polvo.




ArribaAbajo

Resucita San Francisco veinticinco muertos


Quintillas


ArribaAbajo   Tirana la idolatría
a su imperio mal regido,
ignorante presidía
en cuyo engaño el olvido
muertas las almas tenía.  5

   Y entre ciegos pensamientos
de adoraciones inciertas,
los cuerpos como violentos,
trayendo las almas muertas,
eran vivos monumentos.  10

   Nuevo sol resplandeciente
en oriente amaneció
a su sueño dignamente;
que como a dar luz salió
empezó por el oriente.  15

   Y como del cielo dueño
vertiese rayos de fe,
en tan luminoso empeño
forzoso a las almas fue
despertar de largo sueño.  20

   Mucha fue la luz que dio;
mas de la muerte jüez,
mayor gloria mereció
con alma que ya una vez
helado el cuerpo dejó.  25

   Más luz le debe advertir
quien llega a considerar
que puede, a tanto dormir,
el que duerme despertar
y no el que muere vivir.  30

   Allí la piedra se ve
que guía con pasos ciertos;
pero aquí obrando la fe,
para veinticinco muertos
trompeta del cielo fue.  35

   Suena, y a su voz rendida
la muerte su imperio siente
y vuelve el alma ofendida:
¿quién vio a la muerte obediente?
¿quién vio a la muerte dar vida?  40

   ¡Oh piadoso error del suelo!
¡Oh no merecida palma!
Que es más con piadoso celo
quitarle a la muerte un alma
que darle tantas al cielo.  45

   Vencedor divino y fuerte,
¿quién habrá que no se asombre
si vuestras glorias advierte,
pues a Dios, en cuanto hombre,
se pudo atrever la muerte  50

   y en desafío los dos
victorioso habéis salido?
¿Quién podrá atreverse a vos,
pues os habéis atrevido
a la que se atreve a Dios?  55

   ¿Quién podrá miraros, quién
aunque al sol sus rayos pida,
si dais para eterno bien,
no sólo a las almas vida
pero a los cuerpos también?  60




ArribaAbajo

En la muerte de la señora doña Inés Zapata


Dedicada a doña María Zapata


ArribaAbajo   Sola esta vez quisiera,
bellísima Amarili, me escucharas,
no por ser la postrera
que he de cantar afectos suspendidos,
sino porque mi voz de ti confía  5
que esta vez se merezca a tus oídos
por lastimosa, ya que no por mía.

   No tanto liras hoy, endechas canto;
no celebro hermosuras,
porque hermosuras lloro;  10
quien tanto siente que se atreva a tanto,
si hay alas mal seguras
que deban a su vuelo esferas de oro
sin pagar a su vuelo ondas de llanto.

   ¡Ay, Amarili!, a cuánto  15
se dispuso el afecto enternecido,
mas si el afecto ha sido
dueño de tanto efecto,
enmudezca el dolor, hable el afecto;
si pudo enmudecer o si hablar pudo  20
retórico dolor y afecto mudo.

   ¿Diré que el cierzo airado,
verde ladrón del prado,
robó el clavel y mal logró la rosa?
Mas no, porque era Nise más hermosa.  25
¿Diré que obscura nube,
nocturna garza que a los cielos sube,
borró el lucero, deslució la estrella?
No, porque era más bella.

   ¿Diré que niebla parda  30
la vanidad del sol tanto acobarda
que muere al primer paso
y el oriente tropieza en el ocaso
mintiéndonos el día?
No, porque Nise más que sol ardía.  35

   ¿Diré que el mar violento
hidrópico bebió, bebió sediento,
la fuentecilla fría
que en su orilla nacía,
siendo cuna y sepulcro, vida y muerte?  40
Mas no, que en Nise más beldad se advierte.

   ¿Diré que rayo libre,
ya fleche sierpes, ya culebras vibre,
en cenizas desate el edificio
que en los brazos del viento nos da indicio  45
de que en sus hombros el zafir estriba?
Mas no, que aún era Nise más altiva.

   ¿Pues qué diré que mi dolor avise?
Diré que murió Nise.
Sí, pues murió con ella  50
deshecha flor, desvanecida estrella,
día abortado, mal lograda fuente,
y torre antes caduca que eminente,
fingiéndose la muerte en un desmayo
el cierzo, niebla, nube, mar y rayo.  55

   Nise murió. Dura pensión del hado
que no tenga en el mundo la belleza,
por belleza siquiera, algún sagrado.
Nise murió. ¡Qué asombro! ¡Qué tristeza!
¡Oh ley del hado dura,  60
decretado rigor, fatal violencia,
que no tenga en el mundo la hermosura,
por hermosura, alguna preeminencia!

   Nise murió. ¡Qué extraña desventura
que no goce el ingenio por divino  65
privilegio en las cortes del destino!
Todos a su despecho,
a mayor majestad rindan el pecho;
el pecho, en esta ley determinado,
tercera vez dura pensión del hado.  70

   A tres Gracias tres Parcas combatieron,
y las Gracias vencieron,
que su rigor a profanar no atreve
tanta luz, tanta rosa, tanta nieve.
Y aunque Nise quedó muerta y rendida,  75
dejó despierta en su beldad la vida;
y así las Parcas lágrimas lloraron,
las Parcas su sepulcro acompañaron,
esfera breve donde
la luz se eclipsa, el esplendor se esconde.  80

   A cuya sepultura
un mármol consagraron que dijera:
«Aquí debajo de esta losa dura
la hermosura naciera,
si naciera sembrada la hermosura».  85

   Pero siga el consuelo
al llanto, a la tristeza, a la alegría;
corra la niebla el velo
y a la noche suceda alegre el día.
La noche muestre ya la estrella hermosa,  90
llama el Aura el clavel, bebe la rosa,
pues Nise coronada
de nueva luz, la Nise laureada,
la adama el sol, y en trono de diamante
está pisando estrellas,  95
imagen ya de aquellas luces bellas,
carácter ya de aquellos otros puros
que bordan paralelos y coluros.

   Y tú, hermosa Amarili, el sentimiento
trueca en gusto, en invidia el escarmiento,  100
pues la tierra sabiendo que tenía
dos soles, y uno apenas merecía,
liberal con el cielo
quiso partir y te dejó en el suelo
a ti, porque más bella  105
fénix ya del amor, venzas aquella
competencia dichosa,
pues ya sola en el mundo eres hermosa.




ArribaAbajo

Elegía en la muerte del Príncipe Don Carlos


Al Señor Infante Cardenal


ArribaAbajo   ¡Oh! rompa ya el silencio el dolor mío,
y en lágrimas y quejas desatado,
al mar corra y al viento, que bien fío

   del mar hoy y del viento mi cuidado,
pues patrimonio son del mar y el viento,  5
a un tiempo, lo gemido y lo llorado.

   ¡Oh! rompa ya mi pena el sufrimiento
y en lágrimas y quejas dividido,
dignísimo Fernando, mi lamento

   llegue (o bien de las ondas repetido  10
o mal restituido de las peñas)
piadosamente a merecer tu oído.

   Lisonjas, y lisonjas no pequeñas,
hace al dolor el que al dolor engaña
con voces, con suspiros o con señas.  15

   Tú, de la gran metrópoli de España
que con arenas y átomos de oro
pródigo dora el Tajo y el sol baña,

   purpúreo Atlante; tú, cuyo decoro
desde lejos saludan dulcemente  20
dos cisnes, éste mudo, aquél canoro.

   Ya que al Cuarto Planeta en otro oriente
sustituyes la luz, suples el día,
lucero habilitado dignamente,

   bien como en la celeste monarquía  25
virrey del sol es el mejor lucero
de quien el alma de sus rayos fía,

   engaña tu dolor (no porque espero
que rústica mi voz te obligue a tanto)
sino porque mi llanto lisonjero,  30

   las lágrimas mezclando con el canto
en destempladas cláusulas, ignora
aun él mismo si fue música o llanto.

   No por vencer tu sentimiento agora
mi acento sulca ni mi pluma vuela  35
(si bien harto le vence quien le llora).

   Con inútil retórica consuela
al triste el que su mal le facilita;
pues al son que le aduerme, le desvela.

   Llore el que de su llanto necesita,  40
que en su principio a un accidente extraño
fuerzas le da quien lágrimas le quita.

   Una pena dorada de un engaño
o cobra la razón o pierde el brío
y aquél es sólo repetirle el daño.  45

   Así quejas y lágrimas te envío,
¡Oh, rompa ya mi pena el sufrimiento!
¡Oh, rompa ya el silencio el dolor mío!

   Aunque mejor la fuerza de un tormento
sabe sentirse que decirse sabe,  50
porque en la voz no cabe el sentimiento,

   que en el silencio solamente cabe.
Mas ya que a tanto la pasión me obliga,
quejas escucha (o con acento grave

   la voz las calle o el callar las diga).  55
De aquella son, y con razón de aquella
dos veces, y de todos enemiga

   fatal deidad, cuya triunfante huella,
sin que el respeto ni el temor la impida,
alcáceres supremos atropella.  60

   A cuyo carro la ambición asida
arrastra las coronas que antes fueron
los ídolos humanos de la vida.

   Aquella a quien en vano previnieron
defensa, ni la pluma ni la espada,  65
que el valor y el ingenio se rindieron.

   Alcaide de la vida, que a su entrada
registro es nuestro el libro de la muerte,
partida por partida señalada.

   Con condición que ha de morir advierte,  70
que entra a vivir el que nacer procura
echado a los umbrales de la suerte.

   No el poder la venció, no la hermosura;
que ésta ni aquél pasó sin que primero
con llanto no firmase la escritura.  75

   Luego, ¡oh rigor! (iba a decir) severo,
por cuenta le da el aire con que vive,
que aun no es suyo este soplo más ligero.

   ¿Quién vive, pues, sabiendo que recibe
tan contado el vivir, que siempre atenta  80
la muerte por los márgenes escribe

   una vez que respira, otra que alienta,
y vez ninguna alienta ni respira
que no adelgace el número a la cuenta?

   ¿Quién no se pasma aquí, quién no se admira  85
y quién sin miedo en desventura tanta
de que se cumple el número suspira?

   ¡Oh, cuánta es hoy nuestra miseria, cuánta!
Que aunque siempre lo fue, considerando
que hoy la muerte los plazos adelanta,  90

   parece que es mayor porque antes, cuando
bozal y torpe en su principio estaba
de sí misma ella misma hería temblando.

   Un siglo entonces en poner tardaba
la flecha; un siglo entonces prevenía  95
el golpe; y tras dos siglos aún le erraba.

   Mas hoy, que diestra la hizo la porfía,
ni un instante el vivir deja seguro,
que el día menos cierto es cualquier día.

   No el sagrado dosel, no el fuerte muro,  100
la edad florida, ingenio el más perfecto,
la generosa sangre, el lustre puro,

   la heroica majestad, el real sujeto,
todo adornado de gallardo brío,
temor la causan ni la dan respeto.  105

   Todo lo postra, todo a su albedrío,
Carlos lo diga (y cuando a Carlos nombra
¡oh, rompa ya el silencio el dolor mío!).

   Dígalo pues su voz, que muda asombra,
y débale suspiros a la muerte  110
ver tanta luz desvanecida en sombra.

   ¿Si sagrado dosel?, ¿si muro fuerte?
¿Qué muro fuerte, qué dosel sagrado
el sol ciñe, el mar cerca, el cielo advierte

   ya luciente, ya nuboso, ya estrellado,  115
aquél vuele, aquél corra y éste ande,
que mirarse merezca reservado

   como el Alcázar de Felipe el Grande,
cuando piadoso el hado un edificio
privilegiar de sus rigores mande?  120

   Si lustre puro ¿qué mayor indicio
de esplendor y de lustre que ser rayo
de tanto sol? (No aquí delire el juicio

   porque un rayo de sol sienta un desmayo,
que no deja de ser rey de las flores  125
porque una flor se le malogre al mayo.)

   ¿Si majestad heroica? Sus mayores
triunfan hoy en las lides del olvido,
nunca vencidos, siempre vencedores.

   El águila alemana les dio nido,  130
el león de España albergue, que absoluto
término fue a su vuelo y su bramido.

   Todo el orbe pagándoles tributo,
de una cuna del sol hasta otra cuna,
Emperatriz el ave y Rey el bruto.  135

   ¿Si real sujeto? Aun siendo siempre una,
su fama se excedió tal vez, pues sella
ésta con más aplausos la fortuna.

   Felipe santo y Margarita bella
sus padres fueron de tan alta planta,  140
que humana flor no es hoy divina estrella.

   ¿Si claro ingenio? Manzanares canta
conceptos suyos y conceptos llora:
tanta en la fuerza de un afecto, tanta,

   que con la voz que al gusto hoy se enamora,  145
quizá el pesar se llorará mañana,
que aun una voz a lo que nace ignora.

   ¿Si edad florida y juventud lozana?
Apenas cinco veces, cinco, era
cumplido el curso en que veloz devana  150

   con hilos de oro el sol nuestra carrera,
cuando por medio enmarañando el hilo,
le cortó inexorable la tijera.

   No llegó al fin su fin; con nuevo estilo
hoy se acabó y hoy se quedó pendiente.  155
¡Oh!, ¿para cuándo era embotarse el filo?

   ¿Si brío gallardo y ánimo valiente?
Dígalo el mar que le rindió oportuno
en pequeño bajel más diligente.

   Por Príncipe los reinos de Neptuno  160
y en cortes de agua Príncipe jurado
votaron todos y faltó ninguno.

   De esperanzas entonces coronado
le vio la paz y le aclamó la guerra;
sólo a la tierra le costó cuidado,  165

   pues celosa de ver que se destierra
del centro natural al centro frío,
en sus entrañas le escondió la tierra.

   ¡Oh sacrílego amor! ¡Oh amor impío,
que a tu costa tus celos has vengado!  170
¡Oh, rompa ya el silencio el dolor mío!

   Y ya que tanto mérito postrado,
humano al fin reparo no previno
a la infalible indignación del hado,

   al enojo infalible del destino,  175
vamos a ver si le previene el celo
en la piedad del mérito divino.

   Iba pues de la noche el negro velo
borrando los matices con que había
al temple bosquejado tierra y cielo  180

   el doctísimo artífice del día,
y el sol, depositado en luces bellas
espejo hecho pedazos parecía,

   que pedazos del sol son las estrellas;
y así, cuando su luz se quiebra hermosa,  185
es un pequeño sol cada una dellas.

   Declarose la noche temerosa,
y tropezando perezoso el sueño
en la que iba arrastrando falda umbrosa,

   salió mostrando el arrugado ceño,  190
que más horrores que cabellos vierte
de ciprés coronado y de beleño.

   Y como medio hermano de la muerte
al mundo medio muerto sepultaba
cuando aun al sueño hicieron que despierte.  195

   Voces que sólo el eco articulaba,
porque todas a un ¡ay! las reducía
y errando el pueblo (si por dicha erraba,

   aunque confusamente discurría)
al Monte de piedad llegó, al Erario  200
en uno y otro templo de María.

   No perdonó devoto santuario
que no solicitase a aquella hora,
uno en la fe y en el efecto vario;

   pues aunque dos imágenes adora,  205
es sola una deidad: y así, en lo oculto,
de noche en dos orientes vio una aurora.

   Con poca pompa, el venerado bulto
(si ya no fueran pompas las querellas,
que querellas de fe también son culto)  210

   llegó a palacio; y mudas las estrellas,
con muestras de dolor extraordinarias
(quizá por ser de Carlos una dellas)

   acompañaron, aunque en luz contrarias,
las antorchas conformes en belleza,  215
unas y otras nocturnas luminarias.

   Madrid, viendo que plebe y que nobleza
igualmente se inclina, igual se mueve
al llanto, a la piedad y a la tristeza,

   quiere que suyos dos mensajes lleve:  220
por la nobleza un Duque de Gandía
y un labrador humilde por la plebe.

   Francisco, pues, y Isidro ante María,
a un tiempo en cielo y tierra están postrados
alma y cuerpo gloriosos aquel día.  225

   ¡Oh! ¿No parece aquí que con candados
están los cielos? Pues abridlos, cielos:
mirad qué implican cielos y cerrados.

   ¿Tantos suspiros? ¿Tantos desconsuelos?
¿Tan sincero clamor? ¿Llanto tan pío?  230
¿Tantas penas, Señor, tantos desvelos,

   solamente os merecen un desvío?
¿Cuándo la voz no fue del cielo llave?
¡Oh! rompa ya el silencio el dolor mío.

   Mas ¡ay! que en la mayor, en la más grave  235
pena, aunque sabe el que afligido llega
que ha de pedir, qué ha de pedir no sabe,

   que el hombre es liberal con quien le ruega,
por lo que a quién le ruega le concede,
y Dios es liberal por lo que niega.  240

   Tanto con él la voz o el llanto puede,
que por agradecer la voz o el llanto,
tal vez negando su poder excede.

   Luego tanto retiro, enojo tanto,
pareciendo rigor, será clemencia,  245
pues siempre es liberal el cielo santo.

   ¡Oh, quién de parte de la providencia
hoy estos dos extremos careara,
aquí el dolor y allí la conveniencia!

   Porque al mundo el examen consolara  250
cuando en sombras y lejos percibiera
el daño que otro daño le repara.

   Qué alegre entonces, si la piedad viera
disfrazada en rigor del mismo cielo,
otra vez sus desdichas le pidiera.  255

   Pues si ignorante pide nuestro celo,
y docto él nos mejora la fortuna,
sírvanos el castigo de consuelo.

   Y pues del ataúd y de la cuna,
líneas en que nacemos y morimos,  260
una es la forma y la materia es una,

   y de un sepulcro a otro sepulcro fuimos
(polos en que el pequeño mundo estriba),
muriendo desde el punto en que nacimos,

   dichoso aquél que de vivir se priva;  265
pues si a morir viviendo el hombre nace,
muriendo bien no hay más para qué viva.

   Ninguna acción al dueño satisface
tanto, que la atención escrupulosa
no la enmiende después, con que se hace  270

   más perfecta, más noble o más hermosa:
sólo el morir esta elección no tiene,
siendo el morir la más dificultosa.

   Luego a aquél que la muerte le previene
con avisos de un día y otro día,  275
no llorarle, envidiarle nos conviene.

   Suceda, pues, al llanto la alegría,
pues para que al morir perficionase,
murió Carlos sabiendo que moría.

   Y ya que el cielo quiere que hoy abrase  280
las plumas, siendo pira el monumento
de quien su luz entre cenizas pase

   a otro centro, a otra esfera y a otro asiento,
y dejando a la tierra sus despojos
es ya estrella añadida al firmamento,  285

   pasen también nuestros turbados ojos
de un objeto a otro objeto su sentido,
que dichas podrán ver quien pudo enojos.

   Vean que en prendas hoy de un bien perdido
dos los cielos eternos aperciben  290
que aun mal está el consuelo repetido.

   Felipe y Baltasar felices viven,
cuyo nombre los hados respetando,
con letras de oro en láminas escriben.

   Que nunca el tiempo alcanzará volando,  295
porque aun el tiempo parará primero.
¡Oh! vivan pues; y tú, noble Fernando,

   ya Marte religioso, ya guerrero
Apolo, con la espada y con la pluma,
de tantas esperanzas heredero,  300

   al mar sujeta la rizada espuma,
postra a la tierra la cerviz altiva
y haz que el mar y la tierra te presuma

   luz que del Sol Felipe se deriva;
y pues de ti tantos aplausos fío,  305
mientras tu nombre, ¡oh gran Fernando!, viva,
no rompa ya el silencio el dolor mío.

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