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Selección de poemas


Pedro Calderón de la Barca


Edición de Evangelina Rodríguez Cuadros


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Procedencia de los poemas

Delicias / de Apolo, / recreaciones / del Parnaso, / por las / tres Musas / Urania, Euterpe, y Calíope. / Hechas de varias poesías, / de los Mejores Ingenios de España / Dedicadas / al Ilustrísimo Señor Don / Fernando Álvarez de Toledo, & / Con licencia. / En Zaragoza, / Por Juan de Ibar, 1670. 6 hs.+199 págs. [Págs. 89-90 y pág. 121]. Texto idéntico editado en Madrid, en la misma fecha por Melchor Alegre, recopilado por D. Francisco de la Torre Sevil.

Vega, Lope de, Justa poética, y alabanzas justas que hizo la insigne villa de Madrid al bienaventurado San Isidro en las fiestas de su beatificación, recopiladas por Lope de Vega. Dirigidas a la misma insigne villa, Madrid, Viuda de Alonso Martín, 1620.

Vega, Lope de, Colección de las obras sueltas así en prosa, como en verso, (ed. de F. Cerdá y Rico), Madrid, Sancha, 1776-79. Tomo XI [1777].

Relación de las fiestas que la insigne villa de Madrid hizo en la canonización de su bienaventurado hijo y patrón San Isidro, con las Comedias que se representaron y los Versos que en la justa poética se escribieron. Dirigida a la misma insigne villa por Lope de Vega y Carpio, Madrid, Viuda de Alonso Martín, 1622. 22 hs.+156 fols. [Fols. 53v-55v; fols. 131v-132r].

Avisos para la muerte, escritos por algunos ingenios de España, recogidos y publicados por Don Luís Ramírez de Arellano, y añadidos en esta séptima impresión, Madrid, Viuda de Melchor, 1672.

Cancionero de 1628, (edición y estudio de José M. Blecua), Madrid, CSIC, 1945 (Anejo XXXII RFE), págs. 618-21.

Calderón de la Barca, Pedro, Poesía inéditas, (ed. de Felipe Picatoste), Madrid, Imprenta de la Biblioteca Universal, 1881.

Elegía / en la muerte / del Señor Infante / Don Carlos. / Al Señor Infante / Cardenal. / Por Don Pedro Calderón/ de la Barca. (s.l., s.a. [ca. 1632]), 6 fols.

Monforte y Herrera, Fernando de, Relación de las fiestas que ha hecho el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús de Madrid en la canonización de San Ignacio de Loyola, y S. Francisco Javier, Madrid, Luis Sánchez, 1622. 4 hs.+74+105 fols. [Fols. 47v-45v].

Panegírico / al / Excelentísimo / Señor Don Ivan Alfonso / Enríquez de Cabrera y Colona, Almi / rante de Castilla, Duque de Medina de / Rioseco, Conde de Melgar, y de Módi- / ca, Comendador de Piedrabuena, Orden / de Alcántara, Gentilhombre de la Cá- / mara de su Majestad, y su Capitán / General de los ejércitos de / Castilla la Vieja. / Compuesto / por / D. Pedro Calderón de la Barca Cava- / llero del hábito de Santiago. / Encomendado a la protección / del Excelentísimo Señor / D. Francisco Fernández de la Cueva, Duque de Alburquerque, / Marqués de Cuéllar, Conde de Ledesma y Guelma, Señor / de las villas de Monbeltrán, y la Codosera, Gentilhom- / bre de la Cámara de su Majestad. (s.l., s.a. [ca. 1638]), 7 hs. 4º.

Habiendo preguntado una dama quien era Don Pedro Calderón y qué galanteos tenía escribiole este romance, mss. 3797 Biblioteca Nacional de Madrid, fols. 217r.-222r.

Varias centellas de amor divino, compuestas por los mejores ingenios de España. Recogidas por la devota curiosidad de don Juan Núñez de Velasco, Madrid, María de Quiñones, 1656.

Exhortación / panegírica al / silencio./ Motivada de su apóstrofe / «Psalle et Sile». / A la protección del / Eminentísimo Reverendísimo / Señor Don Baltasar de Moscoso y Sandoval, Carde- / nal Presbítero de la Santa Iglesia de Roma, del Tí- / tulo de la Cruz en Jerusalén, del Consejo de / Estado de su Majestad, Arzobispo de Toledo, / Primado de las Españas, y Gran Canciller / Mayor de Castilla, &c. / Por / Don Pedro Calderón de la Barca / Caballero de la Orden de Santiago, y Capellán / de su Majestad en su Real Capilla de los / Señores Reyes Nuevos, (s.l., s.a. [1661]), 6 hs.+12 fols.






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Poemas




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A un río helado


ArribaAbajo   Salid, ¡oh Clori divina!
al Tormes, que ofrece hoy
fija puente a vuestra planta
su inquieto cristal veloz.
Esta vez pudo el diciembre  5
lo que mil pudisteis vos,
que tienen fuerza de escarcha
poderes de admiración.
No su nieve a vuestra vista
quieto el cristal se paró,  10
que si aquí suspende el hielo,
hiela aquí la suspensión.
Salid, que el río os espera,
que juzga discreto hoy
la suela del chapín vuestro  15
corona ya de favor.
Y pues su honor os aclama,
restituireisle su honor,
si cuando le huellan tantos
vos corona suya sois.  20
Sobre la cama de campo
solícito el aquilón
tiende sábanas de nieve,
do se acuesta enfermo el sol.
Desmayos pues de sus luces  25
mejóranse en vuestras dos,
que mayores rayos visten
en eclíptica menor.
Bien que en tantos cielos puestos
como deidad superior,  30
los que son rayos de luz,
de fuego fulmináis vos.
Si el mundo ardiendo callara,
diré, pues ardiendo estoy,
que son incendios sus luces  35
y que es fuego su esplendor.
Que le holléis el campo aguarda,
porque vuestras huellas son
las que previenen abriles,
las que producen verdor.  40
Y en Pascua de Nacimiento,
cuando en la muerte se vio,
tendrá en vuestro pie florido
Pascuas de Resurrección.
Yo mis glorias solicito,  45
pues a quien ha dado soy
a vos vista las libranzas
de sus glorias el amor.
Salid, pues, ¡oh Clori bella!
no os neguéis, ingrata, no  50
a las voces de los ojos,
al llanto del corazón.
Y tendremos esta vez,
si lo merece esta voz,
honor Tormes, luz el día,  55
vida el campo, gloria yo.




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Romance amoroso a una dama


ArribaAbajo   ¿No me conocéis, serranos?
Yo soy el pastor de Filis,
cera a su pecho de acero,
esclavo a sus ojos libres.
Huésped en vuestras riberas,  5
oponer de amor me visteis
a las armas vencedoras
resistencias invencibles.
Mas ¡ay! yo muerto, serranos;
¡ay, amor, ya me venciste!;  10
los incendios de mis hielos
tus poderes acrediten.
Para matarme tus ojos,
Filis, el amor elige;
que a mayores vencimientos  15
bastan los rayos que viste.
A cuyo imperio süave,
a cuya fuerza apacible
no hay libertad que se exente,
no hay exención que se libre.  20
A tu beldad las beldades
desconocidas se rinden,
desde las que el Tetis beben,
hasta las que el Ganges viven.
Cuyo nombre el Gata ufano  25
gloria le da más felice
que sus arenas al Tajo,
que sus imperios al Tíber.
En tu alabanza mi efecto,
entre efectos imposibles  30
epiciclos fatigara;
mas temo que espumas pise.
Retírase, pues, cobarde,
y tanta empresa remite,
o de un águila a los vuelos  35
o a los acentos de un cisne;
que una voz ronca no puede
ni puede una pluma humilde
ultrajarte; que te ignora
quien se atreve a describrirte.  40
Mis deseos igualmente
que por divina te admiten,
como a deidad te veneran
y como a deidad te piden,
así, pues, el tiempo nunca  45
en ti con mudanza triste
las rosas aje del rostro
ni del cuello los jazmines;
a la primavera hermosa
que en tus mejillas asiste,  50
en siempre floridos mayos
goce perpetuos abriles;
que admitas unos deseos,
que una voluntad estimes,
como atrevida en quererte,  55
acordada en elegirte.
Si tienes dueño, a tu dueño
te hurta: mi mal te obligue,
para que mi ardor aplaques,
nieve a que a mi cuello apliques.  60
Yo vi que hurtados a un muro
a que pudieran asirse,
le repartieron abrazos
a un árbol unos jazmines.
Tú verás que a mis deseos  65
solicitan persuadirte
yedra que dos olmos trepa,
vid que dos álamos ciñe.
Prisiones rompe el capullo
avaramente sutiles  70
el clavel, y fuera dellas
con púrpura el aire tiñe
pues te incitan sus ejemplos,
Filis, sus ejemplos sigue;
que si tú mi amor retornas,  75
cierto estoy que Amor me envidie.




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A San Isidro


Soneto


ArribaAbajo   Los campos de Madrid, Isidro santo,
emulación divina son del cielo,
pues humildes los ángeles su suelo
tanto celebran y veneran tanto.

   Celestes labradores, en cuanto  5
son amorosa voz, con santo celo
vos enviáis en angélico consuelo
dulce oración, que fertiliza el llanto.

   Dichoso agricultor, en quien se encierra
cosecha de tan fértiles despojos,  10
que divino y humano os da tributo,

   no receléis el fruto de la tierra,
pues cogerán del cielo vuestros ojos,
sembrando aquí sus lágrimas, el fruto.




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A San Isidro


Octavas


ArribaAbajo   Túrbase el sol, su luz se eclipsa cuanta
medroso esparce hasta el segundo oriente.
El viento con suspiros se levanta;
présaga España su desdicha siente:
y en tanta confusión, en pena tanta  5
Filipo al fatal golpe está obediente:
¡Oh justo llanto, oh justo sentimiento!
Tema España, el sol llore, gima el viento.

   Mas cese el sentimiento, cese el llanto,
y en vez, España, de funesto luto,  10
fiestas publica, que te ensalce cuanto
te oprimió de los ojos el tributo;
pues ya Madrid piadosa a Isidro santo
vuelve a sus campos a coger el fruto
que sembró de piedad y desengaños  15
al fin dichoso de quinientos años.

   Ya más gloriosa con humilde celo
vuelve, piadosa al Labrador divino,
a ver el prado, el río, fuente y suelo,
donde a la tierra y cielo abrió camino,  20
porque de nuevo en ella olbligue al cielo,
en tanto que su Rey sujeto es dino
a su piedad, volviendo a su porfía
Sol a España, al sol luz, a la luz día.

   Dichosa, insigne villa, y más dichosa  25
cuanto por más piadosa te señalas,
vuele tu fama al viento licenciosa;
sirviendo a tu piedad de amor las alas,
vive, ¡oh! más que la muerte poderosa,
pues no sólo el arado al cetro igualas,  30
pero aun exceden por divinas leyes
tus pobres labradores a tus reyes.




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A Lope de Vega Carpio


Décima

ArribaAbajo   Aunque la persecución
de la envidia tema el sabio,
no reciba della agravio,
que es de serlo aprobación.
Los que más presumen son,  5
Lope, a los que envidia das,
y en su presunción verás
lo que tus glorias merecen;
pues los que más te engrandecen
son los que te envidian más.  10




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A Madrid, por la dicha de ser su Patrono San Isidro Labrador


Glosa


ArribaAbajo Madrid, aunque tu valor
Reyes le están aumentando,
nunca fue mayor que cuando
tuviste tu labrador.

   Aunque de gloria se viste,
Madrid, tu dichoso suelo,
nunca más gloria tuviste
que cuando, imitando al cielo,
pisado de ángeles fuiste.  5
No igualará aquel favor
el que hoy ostenta tu honor,
aunque opongas tu trofeo,
aunque aumente tu deseo,
Madrid, aunque tu valor.  10

   No tendrás glorias mayores,
que cuando en las manos bellas
de angélicos labradores,
eran tus flores estrellas,
los rayos del sol tus flores.  15
En vano están laureando,
en vano están coronando
tu frente, en vano el honor
que te ha dado un labrador,
Reyes le están aumentando.  20

   Dirán que cuándo tuviste
más gloria que en ti se encierra.
Di que cuando ángeles viste
labrar humildes tu tierra;
di que cuando cielo fuiste;  25
que cuando al cielo imitando
el sol te estaba envidiando,
pues su luz tu luz prefiere;
y así sabrá quien dijere
Nunca fue mayor que cuando.  30

   Mayores triunfos, mayores
lauros tu poder advierte,
pues con divinos favores
respetas, como la muerte,
mas que reyes, labradores.  35
Hagan inmortal tu honor
jaspes, mármoles y bronces;
pues para gloria mayor
hoy tienes tal rey, y entonces
Tuviste tu labrador.  40




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Descripción del Carmelo, y alabanzas de Santa Teresa


Romance


ArribaAbajo   En la apacible Samaria,
hacia donde el sol se pone,
en túmulo de esmeraldas
yace un gigante de flores.

   Verde Atlante de los cielos,  5
tanto su beldad se opone,
que, siendo cielo en la tierra,
parece en el cielo monte.

   Cerrándole al viento el paso,
sube hasta la esfera, donde  10
pedazo del cielo fuera,
a ser unas las colores.

   Sin que el sol se albergue en ondas
se le niega el horizonte,
y hace anochecer el día  15
cuando amanecer la noche.

   Aqueste pues cuyas plantas,
aun en variedad conformes,
son cultura celestial
de aquel jardinero noble,  20

   de aquel venerable sol,
que en más luminoso coche,
por eclíptica de viento
planeta de fuego corre,

   de aquel que rigiendo rayos  25
quemó los vientos veloces,
cuando abrasado el Carmelo,
eclipse vio de dos soles,

   éste en las más eminente
punta que en su luz se esconde,  30
virgen rosa planta bella
porque del sol se corone.

   Casta azucena o jazmín
süave, cuyos colores
en viva aroma los cielos  35
piadosamente recogen.

   Santo Carmelo, tu planta
es Teresa, porque logres
su hermosura, sin que el viento
o la marchite o la borre.  40




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A San Isidro


Décimas


ArribaAbajo   Ya el trono de luz regía
el luminoso farol,
el fénix del cielo, el sol,
cuya edad es sólo un día.
Ya desde la tumba fría  5
en su fuego vuelve a ser
hoy lo mismo que era ayer;
que, si en todo es de sentir
que nace para morir,
él muere para nacer.  10

   Veloz la vida se quita,
con que más gloria se adquiere,
pues cuando en el agua muere,
en el fuego resucita.
Las aves, a quien incita  15
la luz de sus resplandores,
cantando dulces amores,
eran, con belleza suma,
al campo flores de pluma
cuando al viento aves de flores.  20

   Entre las rosas cantaban
y el aura que las movía
solamente conocía
por aves las que las volaban.
Todas a Isidro esperaban,  25
cuando el labrador dichoso
se quedaba perezoso
de su trabajo olvidado:
¿quién vio vicioso al cuidado
y al descuido virtuoso?  30

   Antes de labrar el suelo
(¡oh tardanza de amor llena!)
en la Virgen de Almudena
labraba piadoso el cielo;
y como su santo celo  35
en el sol le suspendía
de la celestial María,
divertido, no pensaba;
como siempre, al sol miraba,
que pudo pasarse el día.  40




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A San Isidro


Canción


ArribaAbajo   Coronadas de luz las sienes bellas,
conduce el sol su luminoso coche
a la estación donde madruga el día;
quitó el prestado honor a las estrellas,
y en campañas de luz venció a la noche  5
con los ardientes rayos que regía;
castigo a su osadía
la tierra fue, que nuevo sol le opuso,
esfera de verdor, campo de fuego.
Cuando en sus rayos ciego,  10
querúbicas deidades vio confuso
sembrar por rubios granos esmeraldas,
por espigas coger verdes guirnaldas.

   Los campos de Madrid ya cielos bellos
y los cielos del sol campos hermosos  15
eran con los opuestos resplandores;
porque asistiendo o cultivando en ellos,
ya labrador, ya espíritus dichosos,
campos de estrellas son, cielo de flores:
vestida de esplendores  20
acredita la tierra al sol desmayos,
que paga el sol en rayos a la tierra;
y en luminosa guerra,
espigas compitieron a sus rayos,
porque el cielo y la tierra en sus fatigas  25
mieses de rayos son, globos de espigas.

   El viento, entre los varios arreboles
del resplandor, Madrid, que a ti reduces
cielo humano te vio, divino suelo:
dudó dos cielos y creyó dos soles,  30
admirando, confuso entre dos luces,
brillando el campo y cultivando el cielo;
que con santo desvelo
Isidro le labraba con el llanto,
ángeles con su gloria le ilustraban,  35
y el viento, que abrasaban
mansos eclipses, en abismo tanto
ignora a quién incline su destino,
a ángel cultor o a labrador divino.

   Este pues en su espíritu dichoso,  40
arrebatado hasta los cielos sube
(que bien la tierra por el cielo olvida)
y espíritus del trono luminoso,
rayos de luz en abrasada nube,
bajan al suelo a darle nueva vida.  45
La tierra, agradecida
al favor de los cielos soberano,
sin esperanzas del abril florece:
tanto, tanto agradece
el beneficio de la culta mano;  50
y estrellas produjera entonces bellas,
si nacieran sembradas las estrellas.

   Rompe la tierra el paraninfo alado
y el rústico instrumento que la oprime,
nunca más dulce, nunca más süave  55
a la mano obediente, no al arado,
el surco estima que en su centro imprime
celeste autor de su esperanza grave.
¿Quién habrá que te alabe,
ángel o labrador, si ofrece el suelo  60
a celestial cultor humano fruto,
y celestial tributo
a humano agricultor ofrece el cielo?
Y aunque use el hombre angélico ejercicio,
¿quién vio al ángel usar rústico oficio?  65

   ¿Quién más dichoso está, quién más ufano?
¿Con ángeles el suelo en este día
o con un labrador, no más, el cielo?
Más gloria tiene el cielo soberano,
pues humildes dos ángeles envía  70
que próvidos por él labren el suelo:
tanto pudo tu celo,
tanto, Isidro, tu amor maravilloso,
tanto tus oraciones celestiales.
Por dos ángeles vales:  75
dos suplen tu descuido virtuoso;
y pues de flores ver los campos llenos,
porque se aumenten más trabaja menos.

   Deje de mi pluma el vuelo,
mi torpe acento el canto,  80
mi voz aliento tanto;
que aunque alaba a Madrid, Madrid es cielo;
y es bien que a tanto empleo se presuma
suave voz, dulce acento y veloz pluma.




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A un altar donde estaba una imagen de Santa Teresa en una nave


Soneto


ArribaAbajo   La que ves en piedad, en llama, en vuelo,
ara en el suelo, al sol pira, al viento ave,
Argos de estrellas, imitada nave,
nubes vence, aire rompe y toca al cielo.

   Esta pues que la cumbre del Carmelo  5
mira fiel, mansa ocupa y sulca grave,
con muda admiración muestra süave
casto amor, justa fe, piadoso celo.

   ¡Oh militante iglesia, más segura
pisa tierra, aire enciende, mar navega,  10
y a más pilotos tu gobierno fía!

   Triunfa eterna, está firme, vive pura;
que ya en el golfo que te ves se anega
culpa infiel, torpe error, ciega herejía.




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A Felipe IV


Tercetos


ArribaAbajo   ¡Oh tú, temprano sol que en el oriente
de tus primeros años has nacido
coronado de luz resplandeciente,

   salve! Y en tanto que a tu grato oído
de mi voz, por cantarte, los acentos  5
labios son de metal contra el olvido,

   con presagios de ilustres vencimientos
escucha el fin que a tu principio encierra,
rendidos a tus pies los elementos.

   La tierra te consagra el que a la tierra  10
sujetó, cuando, próvida en su celo,
los líquidos tesoros desencierra,

   y, lloviendo al revés, salpicó el cielo,
desangrando a Neptuno en rica fuente
por venas de cristal sangre de hielo.  15

   El mar te rinde aquel cuyo tridente
tantas veces venció su orgullo fiero,
segunda vez a límite obediente,

   aquel del mar Neptuno verdadero,
que en varias partes no se distinguía  20
cuándo segundo fue, cuándo primero.

   Del dulce viento la región vacía
favorable te ofrece aquella ave
que en éxtasis de amor vientos bebía.

   Ave amorosa, pues, que con süave  25
pluma llegó hasta el sol, en su sosiego
volando dulce y suspendiendo grave.

   El fuego te asegura el que del fuego
nombre tomó, y el luminoso espacio
arrebatado vio, turbado y ciego.  30

   Vive, ¡oh Felipe! en celestial palacio,
pues a tu admiración el cielo atento,
la tierra te da Isidro, el fuego Ignacio,
Francisco el mar, cuando Teresa el viento.




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Lágrimas que vierte un alma arrepentida


ArribaAbajo   Ahora, señor, ahora
que ya este humano edificio
en el polvo de su fin
se reduce a su principio;
ahora que descompuesto  5
este vital artificio
que un suspiro gobernó,
le va faltando un suspiro;
ahora que a mis alientos
está el número cumplido,  10
pues sin esperanza de otro,
respiro este que respiro;
ahora que rebelados
mis potencias y sentidos,
son, parciales de mi muerte,  15
mis mayores enemigos;
ahora que el corazón,
por alegar que él ha sido
quien quiso vivir primero,
morir el postrero quiso;  20
ahora que al desatarse
esta lazada que hizo
la naturaleza, el alma
está pendiente de un hilo;
ahora que al despedirse  25
del cuerpo donde ha vivido,
en vez de darle los brazos,
le lucha a brazos partidos;
ahora, en efecto, ahora
que ya el pecho helado y frío,  30
descompasado el aliento,
los miembros estremecidos,
el pulso desnivelado,
torpe la voz, yerto el brío,
en parasismos se emboza  35
el último parasismo,
es tiempo, Señor, es tiempo
de conocer los amigos,
pues el amigo mayor
se ve en la mayor peligro.  40
¡Oh dulce Jesús mío!
No entréis, Señor, con vuestro siervo en juicio.
¡Oh, cuánto el nacer, oh cuánto
al morir es parecido,
pues si nacimos llorando,  45
llorando también morimos!
Un gemido la primera
salva fue que al mundo hicimos,
y el último vale que
le hacemos, es un gemido.  50
Entre cuna y ataúd
sola esta distancia ha habido
hacia la tierra o el cielo
arrojarnos o admitirnos.
¡Qué bien en sus confesiones  55
lo significó Agustino,
cuando a esta proposición
no le averiguó el sentido!
¿Vive el hombre o muere el hombre?
Pues que ninguno ha sabido  60
si vive o muere, porque
todo se hace de un camino.
¿Qué más ejemplo que yo,
a este letargo rendido,
pues vivo al tiempo que muero  65
y muero al tiempo que vivo?
Y si al fin para morir
no ha menester más deliquio
ni más crítico accidente
el hombre, que haber nacido,  70
¡oh felice yo, oh felice
que morir he merecido
en vuestra fe, conociendo
tantos mortales avisos!
Y aunque es preciso el morir,  75
con lo que os pago os obligo,
pues resignado en vos, hago
voluntario lo preciso.
Y así, aunque vivir pudiera
mi vida estando a mi arbitrio,  80
hoy os hiciera en mi muerte
de mi vida sacrificio.
¡Oh dulce Jesús mío!
No entréis, Señor, con vuestro siervo en juicio.
No justiciero cerréis  85
a mis voces los oídos,
sino misericordioso
atended al llanto mío.
Justicia y misericordia,
dos atributos son dignos,  90
que un y otro en vos están
igualados, no excedidos.
Pues ¿por qué habéis de mostraros
riguroso y no benigno,
siendo rigor y piedad  95
en vos, Señor, uno mismo?
El castigo y el perdón
una costa os han tenido:
pues echad antes la mano
al perdón, que no al castigo.  100
¿Job no dijo que era el hombre
en pecado concebido?
¿Qué maravilla que amase
maldad que nació conmigo?
Mas ¡ay de mi! que también  105
David a este intento dijo
que siempre contra mí está
mi pecado por testigo.
Yo lo confieso, y confieso
que mis culpas y delitos  110
son infinitos, por ser
obrados y cometidos
contra un infinito Dios;
confieso que no he podido
satisfacer por mi solo  115
el número de mis vicios.
Pero por esto, Señor,
de la Iglesia en los archivos
también infinitos son
vuestros méritos divinos.  120
Ellos por mi satisfagan,
pues mi fiador habéis sido,
y en vuestros méritos pague
lo infinito a lo infinito.
¡Oh dulce Jesús mío!  125
No entréis, Señor, con vuestro siervo en juicio.
¡Qué dignamente, qué bien
en vuestra piedad confío,
si cuando llego a rogaros
clavado en la cruz os miro!  130
No me diera confianza
el veros en el impíreo
glorioso más que en la cruz
veros humano y pasivo.
Que esa derramada sangre  135
que en arroyos fugitivos
tiñe en púrpura la nieve,
deshoja el jazmín el lirios,
a lavar mis culpas corre,
cuyo segundo bautismo  140
hará que esta piel manchada
venza el candor del armiño.
Y puesto que vos morís
para que yo viva, indigno
será, Señor, que un Dios muerto  145
no salve un pecador vivo.
¿Indigno dije? ¡Ah Señor!
No supe cómo decirlo,
al verlo en vos intentado
sin verlo en mi conseguido.  150
Mas ¡ay de mi!, que vos siempre
salvarme habéis pretendido;
pero aunque sin mi me hicisteis,
me habéis de salvar conmigo.
Salvadme en vuestra virtud;  155
que yo a vuestros pies resigno
este cuerpo sin acción
y este alma sin albedrío.
Y si es vuestra voluntad
condenarme a los abismos,  160
para que en mí se ejecute
este espíritu os envío.
Y padeciendo diré,
por los siglos de los siglos:
¡Quién siempre os hubiera amado!  165
¡Quién no os hubiera ofendido!
¡Oh dulce Jesús mío!
No entréis, Señor, con vuestro siervo en juicio.

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