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Disertación sobre la historia de la náutica y de las ciencias matemáticas

Que han contribuido a sus progresos entre los españoles

Martín Fernández Navarrete



Observetur simul per singulas artes inventionis occasio et origo; tradendi mos et disciplina: colendi et exercendi ratio et instituta... Quoniam per talem, qualem descripsimus, narrationem, ad virorum doctorum, in doctrinae usu et administratione, prudentiam et solertiam, maximan accessionem fieri posse existimamus.


(Bacon de Dignit. et augm. scient., lib. II, cap. IV.)                





ArribaAbajoIntroducción

1.º La historia de las ciencias es la historia de los progresos de la razón y del entendimiento humano, y tanto más útil y sublime, cuanto la parte intelectual y del ánimo excede a la material y corpórea de los hombres, en excelencia y hermosura. El célebre Francisco Bacon de Verulamio comparaba, hace más de un siglo, a la historia, tal como se había escrito hasta entonces, a un tronco mutilado de una de sus principales ramas, o a una estatua privada de uno de sus ojos1. Las memorias de nuestras crónicas o historias, escritas por lo general en siglos poco ilustrados y en que el ejercicio de la guerra y de la caballería era la predilecta ocupación de nuestras gentes, perpetuaron solo aquellas hazañas y batallas, aquellas revoluciones y rivalidades enconadas entre los Estados y Príncipes vecinos, aquella incesante sucesión de imperios, y finalmente aquel movimiento rápido, que todo lo arrastra, lo arruina, y en que todo se desvanece, cambiando continuamente la faz de la tierra, la constitución de los imperios y las leyes y establecimientos de los hombres. Pero la historia civil que manifiesta el fundamento de estas mismas constituciones, los progresos de la legislación, el influjo de las costumbres y cuantos vínculos unen a los hombres en sociedad para su propio bien y conveniencia: la historia de las ciencias, que nos presenta en la misma naturaleza un espectáculo tan ameno como agradable y filosófico, y que para satisfacer nuestras necesidades, ofrece útiles y mecánicas aplicaciones a las artes más necesarias a la vida: apenas han sido tratadas entre nosotros como debían serlo y apenas hallamos, como ya lo notaba Plinio en su tiempo, algunos escritores que hayan tenido la idea de transmitir a la posteridad los nombres de aquellos bienhechores del género humano que han trabajado o en aliviar sus necesidades por medio de invenciones útiles, o en extender las facultades de su entendimiento por medio de indagaciones asiduas y continuado afán en el estudio y observación de la naturaleza.

2.º La Academia lo ha conocido así desde su fundación, y entre las tareas y memorias con que ha procurado ilustrar diversos puntos de la historia nacional, se leen con tanta instrucción como complacencia algunas que descubren las costumbres de nuestros mayores, sus conocimientos en varias artes y ciencias, y las causas que influyeron en la prosperidad o decadencia de la monarquía en diferentes épocas. Siguiendo yo un ejemplo tan respetable, me propongo en esta disertación trazar la historia del arte de navegar, y dar a conocer los principales autores que le han cultivado en España, por parecerme materia importante y digna de ilustrarse: así por su novedad, como por el influjo que tiene la marina en la prosperidad de las naciones según el sistema de la política moderna.

3.º Causas tan poderosas deben excitar la curiosidad y llamar la atención de los literatos, para examinar la historia de la navegación y su influencia en la parte literaria y política de los pueblos civilizados. A proporción que con el auxilio de la brújula los ha reunido para su recíproco trato y comunicación, ensanchando los límites de la habitación del hombre, ha disipado también los errores y preocupaciones en que habían incurrido los antiguos geógrafos y otros respetables sabios: ha demostrado prácticamente la redondez de la tierra, midiendo su circunferencia con la nao Victoria, y comprobado la existencia de los antípodas y de vivientes en la zona tórrida: ha presentado la astronomía en otro hemisferio nuevo y dilatado campo para acrecentar sus progresos, mientras que ampliando y perfeccionando la geografía con el hallazgo de islas y tierras jamás vistas, ha dado a conocer en ellas nuevas plantas, nuevos animales, y ricos y peregrinos tesoros de la naturaleza. La navegación en fin que formada sobre prácticas no menos atrevidas que admirables, y después de una infancia tímida y mezquina de muchos siglos, ha progresado en solos tres hasta nivelarse con las ciencias más sublimes e importantes, contribuyendo con sus conocimientos a ofrecer el imperio del mundo al dominador de los mares, parece digna por tantas consideraciones de ocupar un lugar muy preeminente en la historia de los conocimientos humanos.

4.º Siempre será tan útil como curioso y filosófico un examen de esta naturaleza en cualquiera de las ciencias o artes que se intente analizar históricamente: porque las huellas que dejaron señaladas los hombres grandes en la carrera de sus estudios e investigaciones podrán tal vez conducirnos a nuevos descubrimientos y resultados, con progreso de la razón, y acaso nos facilitarán prácticas y útiles aplicaciones de conocimientos y teorías miradas hasta aquí como abstractas, estériles o de pura ostentación literaria. Pero por desgracia son pocos los inventores de las artes y los sabios aplicados a cultivarlas que nos hayan manifestado con claridad los medios por donde llegaron al término de sus descubrimientos, contentándose con dejarnos el fruto de su aplicación y laboriosidad. Acaso temieron instruir demasiado a los otros hombres, o humillarse ante sus ojos si les presentaban con sencillez los errores o extravíos que padecieron, las preocupaciones y dificultades con que tuvieron de luchar, antes de llegar al acierto en sus investigaciones; o tal vez los hallazgos que les ofreció la casualidad, más bien que los esfuerzos de su ingenio: desdeñándose así de descubrir la infancia de la razón, como si el haber indicado el camino, aunque sin allanarlo, no fuese suficiente para merecer la gratitud de las generaciones sucesivas.






ArribaAbajoParte primera

Idea general del origen de la navegación, de sus progresos, y cómo contribuyó a ellos la aplicación de las matemáticas cultivadas entre los españoles hasta fines del siglo XIII


5.º El origen de la navegación debe buscarse en la necesidad que los primeros hombres al esparcirse por la tierra tuvieron de atravesar los ríos que les impedían su marcha: en cuyo caso debieron fijar su reflexión en ver flotar sobre las aguas algunos cuerpos livianos y los troncos de los árboles desarraigados y arrebatados por la impetuosidad de los torrentes a las madres o cauces de los mismos ríos: y de aquí, presentárseles naturalmente los medios de vencer aquellos obstáculos con maderos, tablones o corchos con que formaron las primeras balsas, sin que para una invención tan sencilla y natural hayamos de recurrir al Príncipe de Eritra como lo hace Plinio2, ni a buscarla entre los lidios como opina San Isidoro3. Aun cuando los romanos invadieron y conquistaron la España hallaron en uso entre sus naturales una especie de almadías compuestas de muchos odres o pellejos unidos con cuerdas o correas, sobre cuales formaban una superficie o piso de tablas ligeras para atravesar así los ríos más impetuosos y transportar las tropas y mercaderías a los parajes que juzgaban más a propósito: uso que, sin embargo de ser común en la navegación de algunos ríos de la India, sorprendió a los romanos y le adoptaron con mucha utilidad en sus expediciones sucesivas4. A las balsas debió seguir el uso de las canoas o los troncos de árboles ahondados, como de mayor seguridad para resistir los choques de las olas, y menos expuestos a la filtración del agua por sus fondos y costados: cuya clase de buques, aunque manejados con admirable destreza, ha sido el término de los progresos marítimos de las naciones salvajes: como lo observan aún los navegantes modernos en las islas y tierras recientemente descubiertas.

6.º Propagada la especie humana por la tierra, y establecidos los hombres por el continente: las revoluciones físicas de nuestro globo, los diluvios, los terremotos, las alteraciones del mar, u otras convulsiones de la naturaleza, sumergieron sin duda algunos países, separando y aislando otros de los continentes vecinos. Así se formarían las islas del mar Egeo separadas del continente de Grecia: las Canarias de la costa de África, las Antillas de la de América, y el Estrecho de Gibraltar, que divide dos partes de las cinco principales del planeta que habitamos5. Los isleños separados de sus semejantes y limitados a un recinto mucho menor, transmitieron a sus generaciones la idea de países más dilatados y extensos a que debían su origen, y esta tradición conservada entre familias groseras y bárbaras, fue envolviéndose en multitud de fábulas y noticias prodigiosas y absurdas que con tanto imperio hieren la imaginación del hombre salvaje. Pero por la misma causa los isleños habían de estrechar más su sociedad, aumentando sus relaciones recíprocas y adelantando su industria; y precisados a vivir juntos, debió formarse entre ellos un idioma común, más bien que entre aquellos que erraban libremente por los anchurosos bosques de la tierra firme. Tales son los fundamentos con que algunos filósofos6 creen muy verosímil que la sociedad y las lenguas tuvieron su nacimiento en las islas, y se perfeccionaron allí antes de ser conocidas en el continente, a donde las trajeron los mismos isleños después que tentaron los primeros ensayos de su navegación. Es cierto que encerrados en sus islas, el mar sería para ellos el objeto más horroroso de la naturaleza. El estampido horrísono de los vientos y huracanes, los bramidos de las olas y sus choques estrepitosos con los peñascos o promontorios de las costas y otros espectáculos semejantes, no pudieron dejar de arredrar y estremecer el ánimo de los hombres, alejándolos de la idea de entregarse a un elemento tan terrible y tan poco análogo con su ser, limitadas las ideas únicamente al deseo de la tranquilidad y al goce de sus propios hogares. Considerado pues el temor y amedrantamiento, que es el carácter natural del hombre, y la majestad con que se ostenta el Criador en las borrascas de los mares, parece ciertamente el mayor de los atentados el de aquel que seducido por el reposo y la quietud de una calma, por una brisa bonancible, o por un estado sereno de la atmósfera, se entregó a una simple balsa o canoa para atravesar una gran bahía y recorrer sucesivamente las costas, guiado por la dirección de ellas, sin alejarse nunca de su vista y en medio de la claridad del día, como lo practicaron los primeros navegantes según el testimonio de Estrabón7.

7.º Pero aun para tan cortas travesías necesitaron estos dar dirección a sus barcos e impelerlos para su marcha: y de aquí nació la invención del timón y de los remos, cuya idea ofreció la naturaleza misma en el uso que hacen los pescados de sus aletas y colas para nadar y caminar sobre las aguas. La invención de la vela exigía algún mayor razonamiento; pero la acción que el viento ejerce contra los cuerpos que se oponen a su movimiento es tan sensible que naturalmente debió de producir la idea de emplear esta potencia en beneficio de la navegación. Por simples que nos parezcan ahora estas máquinas, es cierto que su importancia y necesidad las hizo tan admirables a los antiguos que atribuyeron su origen a las naciones más acreditadas, o a varios de sus héroes fabulosos, envolviendo de este modo los principios de la navegación en las ficciones de su mitología8.

8.º Los primeros hombres que nos presenta la historia como los creadores del arte de navegar son los fenicios, que habiendo aprendido de los caldeos las nociones elementales de la astronomía, supieron aplicarlas con tanta utilidad a la navegación y comunicarlas a los pueblos que visitaron o dominaron, que llegaron a adquirir por esta causa la reputación de inventores y maestros universales en estas ciencias9. Fuéronlo sin duda de nuestros gaditanos, a quienes enseñaron el método y práctica de observar las estrellas circumpolares para conocer por ellas el norte del mundo: y aunque algunos convienen en que los fenicios solo observaron e hicieron uso de la constelación de la Ursa mayor que se presenta más clara y patente, otros escritores con mejor acuerdo aseguran10 que dirigieron sus derrotas por la menor, que estando en mayor inmediación al polo, les exponía a menores riesgos e incertidumbres: mucho más cuando en sus navegaciones dilatadas hacia el mediodía se les ocultaría a veces aquella constelación, mientras que ésta situada en mayor altura permanecía a la vista sobre el horizonte. No es tan segura la opinión de los que, como Fuller y Court de Gebelin, intentan probar que conocieron el uso de la brújula, pero si esto no acredita más que el amor de dichos escritores a ideas o sistemas singulares, da mayor realce a la marina fenicia la consideración de que sin un auxilio tan esencial, llevó al cabo navegaciones y empresas tan admirables y portentosas.

9.º De tan insignes náuticos aprendió Tales de Mileto11 el uso de las estrellas boreales, y lo comunicó a la Grecia cerca de 600 años antes de nuestra Era, cuando los griegos estaban limitados a una navegación mezquina y costanera: enseñóles el método de observar la Ursa menor12 que había aprendido de los fenicios; pero los griegos, apegados a sus antiguas prácticas, parece no haberle adoptado, cuya negligencia según algunos autores le dio motivo de escribir un Tratado de astronomía náutica, que otros atribuyen a un cierto Foco de Samos13. A pesar de esto los griegos estuvieron por mucho tiempo en la creencia de que la estrella polar estaba fija en el polo mismo, hasta que Pytheas de Marsella, según refiere Hiparco14, no solo los desengañó de este error, sino que les mostró que aquella estrella, con otras tres que tenía inmediatas, formaba una figura o contorno en cuyo centro estaba el polo. De aquí podrá inferirse cuan incierta sea la opinión de los que por unas palabras de Sófocles pretenden que Palamedes, uno de los primeros guerreros que perecieron delante de Troya, enseñó a los pilotos griegos a guíarse por la constelación de la Ursa, y por la ocultación de Sirio en el invierno15: pues siendo anterior el viaje de los argonautas, es más seguro que entonces fue cuando la astronomía empezó a ser útil a la navegación griega, y cuando Chiron formó y arregló una especie de Almanak náutico para el uso de aquellos navegantes16, reducido principalmente a dar a conocer el movimiento y respectiva situación de las constelaciones y estrellas septentrionales para deducir la latitud o altura del polo. Ésta es seguramente la época en que los griegos abandonando las costas las perdieron de vista por la primera vez, e hicieron uso para su navegación de aquellos conocimientos astronómicos. Por eso Homero, fiel observador de las costumbres de sus héroes, pinta a Ulises dirigiendo su derrota por la observación de aquellas estrellas17; aunque los griegos, o por ser sus navegaciones menos extendidas que las de los fenicios o por menos diestros en la astronomía, se limitaron a solo observar la Ursa mayor, como aun solían ejecutarlo en los tiempos de Arato y de Ovidio18. La importancia que dieron en Grecia a estos conocimientos, hizo que se aplicasen a los astros nombres adecuados a los auxilios que prestaban a la gente de mar19, y que se venerase a los sabios que introdujeron y cultivaron estas ciencias, hasta el extremo de perpetuar su memoria en las estrellas y constelaciones del cielo.

10.º Pero como los griegos cultivaron la astronomía, aunque apenas hicieron nuevas aplicaciones de ella a la navegación, es cierto que contribuyeron por este medio a sus adelantamientos sucesivos. Hiparco fue el primero que concibió situar los lugares de la tierra por sus latitudes y longitudes, haciendo así depender el estudio de la geografía de los conocimientos astronómicos. Y venciendo los obstáculos que ofrecía el asegurarse de la longitud, ideó el método de contarla por las partes del ecuador interceptadas entre dos meridianos, fijando el primero, a qué debían referirse los demás, en las islas Afortunadas hoy conocidas por las Canarias20. Por inexactas que fuesen estas primeras determinaciones, es indudable que sobre tan excelente fundamento se han adelantado los métodos que hoy dan tanta gloria a la astronomía náutica.

11.º Antes del viaje de los argonautas tenían los griegos la preocupación de que el viento norte nacía de Tracia21, y que por consiguiente no se hacía sentir en pasando de aquel país. Todavía en el tiempo de Homero, esto es trescientos años después de la guerra de Troya, no distinguían sino los cuatro vientos principales, e ignoraban el arte de subdividir la parte intermedio del horizonte en suficiente número de rumbos para las ocurrencias de una larga navegación, cuya necesidad les obligó más adelante a señalar otros cuatro vientos, dividiendo en ocho el círculo del horizonte, lo que principalmente se atribuía a Andrónico Cirestes; y si bien Vitruvio adopta esta división para plantificar las calles y callejones de una población, refiere no obstante que otros habían multiplicado hasta veinte y cuatro el número de los vientos, y aun en el libro último de su Arquitectura traza una rosa náutica con arreglo a este sistema, bien que solo prevaleció la división en doce partes, según los señala Vegecio22, que se atribuyó a los griegos; aunque a la verdad la invención era por sí misma estéril y de corta utilidad para la marina sin el auxilio del imán, cuya propiedad atractiva del hierro conocían; pero ignorando la de dirigirse hacia el norte no pudieron aplicarlo para servir de guía a los navegantes.

12.º Mayor fue su ignorancia relativamente a las mareas, como que limitaban su navegación al Archipiélago y al Ponto Euxino, donde apenas son sensibles sus efectos. Homero, Herodoto y Diodoro Sículo hicieron mención de ellas por relaciones extrañas; y así, el primero que las conoció y presumió que tenían alguna relación con los movimientos de la luna fue Pytheas de Marsella, que había navegado hasta Inglaterra, según Estrabón. El mismo Aristóteles hablando de las diversas alteraciones del mar, refiere este fenómeno como de oídas sin manifestar la menor curiosidad sobre él, y sin pararse a examinar las causas y efectos de cosa tan extraordinaria y maravillosa23. Tal debía serlo para el filósofo, como lo fue para su discípulo Alejandro Magno cuando llegó con su armada a la embocadura del río Indo; pues él y sus soldados quedaron llenos de asombro y de terror al ver la creciente de la marea del Océano índico inundar todos los campos vecinos con sus aguas. El desorden fue de resultas muy grande en toda la armada; pero la admiración creció cuando retirándose la mar con la menguante dejó varadas todas las naves, unas tumbadas de costado y otras inclinadas de proa en medio de las playas. El gran Alejandro, inquieto y maravillado de estos sucesos, necesitó de toda su presencia de ánimo para alentar a sus desmayados compañeros, que poseídos de la admiración y de la curiosidad se preguntaban unos a otros de dónde provenía aquella afluencia de agua tan considerable24. No puede darse mayor prueba de cuan nuevos y extraños les eran estos movimientos periódicos de las aguas, tan comunes y generales en todo el Océano.

13.º Los españoles, especialmente los de la costa de Andalucía, llegaron por la comunicación y trato con estas naciones a ser los más famosos náuticos de la antigüedad. Prácticos en la navegación del estrecho de Gibraltar en las costas del Océano hacia el septentrión y en las occidentales de África, que frecuentaban para hacer las celebradas pesquerías que indican todavía sus medallas, extendieron sus navegaciones por las costas de Etiopía hasta el golfo arábigo doblando el cabo meridional de África, según los vestigios de sus naves que se encontraron entonces en estos mares como refieren Plinio, Estrabón y otros antiguos escritores25. Tenían además en Cádiz un astillero muy celebrado y un gran número de marineros hábiles, siendo por consiguiente los aliados más útiles que tuvieron los cartagineses: éstos se aprovecharon de sus conocimientos y de su pericia en todas sus expediciones marítimas, singularmente en las celebradas de Himilcon hacia poniente y septentrión, costeando la Europa, y de Hannon que navegó al mediodía, recorriendo las orillas occidentales del África26. Por el Periplo de este general, uno de los monumentos más preciosos que conservamos de la antigüedad conocemos que la clase de naves que usaban solo eran propias para seguir las costas muy de cerca, haciendo frecuentes escalas en los puertos o surgideros que se les presentaban, para lo cual tomaban en Cádiz los intérpretes o pilotos prácticos, que iban refiriendo los nombres de los cabos, ensenadas y poblaciones de la costa, midiendo la profundidad del mar con la sonda, que llamaban bolide, el boxeo o circuito de las islas, observando el curso de las corrientes en los estrechos, particularmente en el de Gibraltar, y calculando la distancia desde estos puertos hasta Cartago para corregir y perfeccionar sus cartas de marear. Si se hubieran conservado las obras que escribió Himilcon sobre la geografía y costeamientos que cita Plinio, y las de Mnaseas Patrense, Ninfodoro Siracusano y Nimphis Heracleota, que refiere Atheneo, pudiéramos formar idea más exacta no solo de los países, que conocieron o visitaron los cartagineses, sino de los métodos e instrumentos que usaban en esta navegación, puramente práctica, y de las observaciones con que pudieron contribuir a los adelantamientos de esta facultad27.

14.º De los cartagineses aprendieron los romanos la construcción naval: el ejemplo de los gaditanos les animó a emprender largas navegaciones. Algunos de sus emperadores, con especialidad Trajano y Adriano, ambos españoles, protegieron y fomentaron su marina; sin embargo las matemáticas fueron extremadamente desatendidas en Roma, y la geometría apenas conocida no tuvo más uso ni aplicación que el arte de medir las tierras y de fijar los límites. In summo honore (decía Cicerón) apud Graecos geometria fuit itaque nihil matematicis illustrius: at nos ratiocinandi metiendique utilitate hujus artis terminavimus modum28. Por otra parte sus costumbres guerreras, su política poco atinada, el lujo y la molicie de sus ciudadanos, les hizo mirar con desdén el ejercicio de las artes, del comercio y de la navegación, que dejaban exclusivamente a los esclavos, a los libertos, a los habitantes de sus colonias, y a los ciudadanos de la última clase no dignos de ser admitidos en las legiones. De tal sistema no podían esperarse muchos progresos en el arte de navegar, mayormente cuando tampoco adelantaron las ciencias que recibieron de los griegos. Estando pues necesitados de los auxilios de las otras naciones, procuró Escipión cuando conquistó a Cartagena no solo reforzar su armada con diez y ocho galeras de esta ciudad, y sus tripulaciones con gran número de marineros españoles, sino obligar a éstos a que enseñasen a los romanos la náutica, y el uso o manejo de los remos29: siendo cierto que en la guerra que hizo César a los de Marsella los marineros romanos ignoraban hasta los nombres de los instrumentos navales30: y en Cádiz conservaron el astillero o las atarazanas que habían sostenido los cartagineses, en las cuales César tuvo grandes fábricas de naves y pertrechos como él mismo lo testifica31. Los tratados de náutica que escribió Varrón y cita Vegecio32, y los de astronomía y de música de que habla Casiodoro, no han llegado a nuestros días; pero Montucla y otros modernos opinan que aquel sabio romano habló de ésta y otras ciencias, más como gramático y orador que como verdadero matemático33. Entre las obras que de varias ciencias escribió en Roma el español Julio Galión o Anneo Novato, y cita su hermano Lucio Séneca en las cuestiones naturales, hay una de náutica sobre los vientos, en la cual con las observaciones de la gente de mar refuta las opiniones de varios filósofos sobre el origen de ellos. Este conocimiento y el de anunciar las tempestades era común entre los romanos, y por eso Lucano pintando la atrevida propuesta de César al barquero Amiclas, y las escusas de éste para conducirle a las costas de Italia, describe por su boca las señales y el pronóstico de una tormenta, los horrorosos efectos que produce por el contraste de los vientos y de las olas, por el balance o vaivén de las naves, y por el inminente riesgo de perecer, expresándolo todo tan al vivo y con tan admirable propiedad y bellos colores, que no puede dejar de ser tomado de la naturaleza después de un profundo estudio y conocimiento de esta parte de meteorología náutica. Así es cierto que toda su ciencia marítima estaba reducida a conocer las señales que anunciaban las tempestades y los vientos, de los cuales señalaban doce en la rosa, como los griegos; a tener un conocimiento práctico de la configuración de las costas, sus montañas, cabos principales, de la sonda de sus cercanías, y de las mareas, para aprovecharse de ellas en unas circunstancias, o evitar sus efectos en otras, ya en entradas y salidas de los puertos, ya en los casos de empeñar un combate naval. Parece efectivamente que de los fenómenos del flujo y reflujo tuvieron mayor y más exacta idea que los griegos, siendo natural la adquiriesen hacia el tiempo de César, cuando la conquista de las Galias y de la Gran Bretaña les hizo frecuentar la navegación del Océano. Los habitantes de Cádiz habían advertido que las mareas eran mayores en el solsticio del verano, y de aquí conjeturaba Posidonio que debían ser más pequeñas en los equinoccios, después de haber manifestado que las crecientes ordinarias sucedían en los plenilunios y novilunios, y las menguantes en las cuadraturas34. Este mismo escritor, amigo de Cicerón, y también Tolomeo, Plinio, Séneca, Macrobio expresaron con bastante exactitud que la causa de aquellos movimientos periódicos del mar dependían del sol y de la luna, atraían las aguas, las cuales crecían tanto más cuanto más se aproximaba la luna a la tierra35. Estas nociones eran más precisas en una navegación de puro cabotaje cual la seguían desde el estrecho de Gibraltar por las costas de España y Francia, para conocer el mar occidental y aun la mayor parte del Océano septentrional, que navegar on con los buenos arbitrios del emperador Augusto cuando llevó su armada contra Alemania hasta el promontorio de los Cimbrios, desde donde descubrieron un mar inmenso, sin poder pasar de la región Escitia, al parecer por los hielos y fríos extraordinarios36. Aun estas travesías solo las hacían en las estaciones más benignas del año, porque tenían por imposible navegar en el invierno, por muy arriesgado en la primavera y otoño, y solo en el verano desde fines de mayo hasta mediados de setiembre creían segura y practicable la navegación; porque temiendo la influencia de las constelaciones en el equinoccio e invierno, les parecía que estaban cerrados los mares en estas estaciones, hasta que volviendo la primavera y disipando sus temores se les abría de nuevo la navegación; lo cual celebraban todos los años con juegos y espectáculos públicos, después de haber dedicado a Neptuno todo el mes de febrero y haciéndole públicas plegarias para que fuese propicio a los que al empezar la primavera se disponían a emprender viajes o campañas de mar37. Otra prueba de que no desamparaban la costa sus navegantes, nos la da la costumbre que tenían en varios países de llevar aves o pájaros, que soltaban al aire cuando por nublarse el cielo no podían observar los astros, y como su vuelo naturalmente se dirigía hacia la tierra, les servía de guía para su derrota38: siendo constante que jamás estas aves se alejan mucho de la orilla, y que después de una larga navegación de alta mar es señal cierta de la proximidad de la tierra el verlas volar en las inmediaciones de las naves. Solo cuando hicieron el comercio de la India por Egipto y conocieron sus marinos las monzones o vientos periódicos, resolvieron abandonar las costas con mayor confianza, atravesando desde el golfo arábigo a la costa de Malabar y regresando al cabo de un año con la monzón contraria. Esta parte de la India parece haber sido el término de su navegación en aquellas regiones, pues de los países más orientales solo tuvieron las noticias vagas e inexactas que de ellos pudieron darles algunos viajeros que los habían penetrado por tierra39.

15.º Efecto de la indiscreta política de los romanos fue propagar con su dominio las opiniones que poco a poco menoscabaron la energía y actividad de los habitantes de sus colonias, llegando a vilipendiarse el ejercicio de las artes útiles y a extinguirse aquel espíritu vivificador que las había conservado ilesas entre los españoles; causa suficiente para debilitar el imperio más robusto, estancados así los manantiales de su riqueza y prosperidad. Unióse a esto la rusticidad y barbarie de los septentrionales que en el siglo IV invadieron toda la Europa, desde entonces sumergida en la ignorancia más profunda. Barcelona era en aquel tiempo puerto tan conocido y frecuentado de los pueblos ultramarinos de levante que cuando los Santos Cucufate y Félix, africanos, huyendo de la persecución que se levantó en oriente contra los cristianos acordaron transferirse a las partes occidentales de Europa, se embarcaron con varias y preciosas mercaderías bajo el nombre y porte de negociantes en una flota que se hizo a la vela desde Cesárea y aportó a Barcelona, plaza ya de comercio muy poblada y concurrida de diversas gentes: sus riquezas solo podían provenir del tráfico y navegación como se infiere del elogio que hace de ella Festo Avieno en el siglo inmediato40. Sin embargo a fines del IV, escribía Vegecio que había decaído y olvidádose casi del todo la aplicación a la marina41. Lactancio escritor del mismo tiempo, negaba la existencia de los antípodas y la posibilidad de que los hubiese: lo mismo decía San Agustín en el siglo V. Del VI conservamos la noticia de que estando Gontran, Rey de Borgoña, nieto del gran Clodoveo, en guerra con Leovigildo Rey de los visigodos de España, envió contra él dos escuadras a un mismo tiempo: una a Septimania o Languedoc, y otra a destruir y robar las costas de Galicia; pero ésta fue atacada y deshecha tan enteramente por la de Leovigildo que solo escaparon algunas chalupas que pudieron llevar la noticia de la derrota42. San Isidoro en el VII así como describía la rosa de los vientos tal como los griegos la idearon, manifestaba desconocer la redondez o esfericidad de la tierra y el consiguiente fenómeno de la sucesión del día y de la noche. Últimamente el Emperador León al fin de sus Instituciones militares nos da una idea poco ventajosa de los progresos de la ciencia naval en los cinco siglos anteriores hasta el IX en que floreció; bastando la autoridad de aquellos hombres respetables para borrar en tiempos tan calamitosos las antiguas ideas y descubrimientos hasta tenerse no solo por inútil, sino por imposible la navegación del Océano. Ni las expediciones intentadas por nuestros reyes godos bastaron a mudar esta opinión, porque todas fueron tímidas y de corta travesía; pero suficientes solo para acreditar su impericia en el arte de navegar: porque si Walia dispuso una armada para la Mauritania, una tempestad la destruyó en el estrecho de Gibraltar, repitiéndose de este modo la catástrofe que sufrió Alarico algunos años antes en el mar de Sicilia; y aunque Sisebuto para ejercitar a los españoles en las guerras de mar, hizo construir una armada naval con que se dio a respetar de los Emperadores de oriente, ningunas particularidades se conservan de estas expediciones, ni de las que se emprendieron en los reinados de Swintila, Wamba, Egica, y Witiza, que puedan dar luz del estado de la náutica en aquellos siglos, aunque es cierto que se olvidó en mucha parte, así como los conocimientos de las ciencias que habían de ser su más sólida base y fundamento.

16.º Los primeros tiempos de la irrupción de los árabes se señalaron en nuestros anales con los estragos de guerras sangrientas y con la barbarie de una religión que proscribía todos los conocimientos que no eran análogos a la doctrina del Alcorán. Pero apenas había pasado poco más de un siglo cuando dominando ya toda la parte meridional de la Península comenzaron a cultivar las ciencias y a establecer en Córdoba, Granada, Sevilla y otras principales ciudades sus escuelas, academias y bibliotecas, por cuyo medio conservaron el sagrado fuego de las ciencias que habían dejado los antiguos. La astronomía principalmente recibió nueva vida desde que Almanzor, llamado el Augusto de los árabes, estipulando como condición de una paz con el Emperador de Constantinopla el recoger los libros filológicos que se hallasen en Grecia, llamó varios sabios que a su presencia los tradujesen al árabe, cuyas tareas presidía e ilustraba, y en cuyas disputas y conferencias tomaba parte: siendo el Almagesto de Ptolomeo el primero a quien cupo tan buena suerte por los años de 827 de nuestra Era. De allí salió Alfergan que formó unos elementos de astronomía extractando aquella obra célebre: Thebith que comparó sus observaciones con las antiguas para determinar la longitud del año: Albagtenio que reformó con nuevas observaciones las tablas de Tolomeo construyendo otras nuevas que cerca de dos siglos después, esto es en el XI, fueron también corregidas por Arzachel, árabe español, que por residir en Toledo donde hizo sus observaciones se llamaron las tablas toledanas: Alhacén cuyo tratado de óptica e investigaciones sobre la refracción astronómica contribuyeron tanto a perfeccionar los métodos de las observaciones astronómicas: Geber, español que tradujo y corrigió el Almagesto: Averroes, médico de Córdoba que lo compendió en el siglo XII, y finalmente Albohacen cuyo tratado del movimiento y lugar de las estrellas fijas, traducido del árabe al español y dedicado a Alfonso el sabio sirvió para corregir las tablas alfonsinas después de concluidas y publicadas.

17.º Es verdad que la mayor parte de estos tratados o son traducciones o extractos de los astrónomos y matemáticos griegos; pero, también lo es que aunque no debamos a los árabes grandes invenciones y adelantamientos en estas ciencias, son muy recomendables por haberlas conservado, y hecho general su enseñanza por medio de sus escritos y de sus academias, a las cuales concurrieron por espacio de muchos siglos todos los que lograron mayor reputación en las matemáticas como dice Montucla43. Así no es extraño que los españoles cristianos participasen más inmediatamente de esta instrucción y que por su medio se comunicase a las demás naciones: como se advierte en el siglo X en Hatto obispo de Vique, en José Hispano autor de un libro de aritmética, en Lupito Barcelonés docto y aficionado a aquellas ciencias, y en el monje de Ripoll llamado Oliva que escribió un libro del Cirio Pascual en el año de 104744.Por esta razón aun cuando sea cierto que el famoso monje francés Gerberto que falleció en el mismo siglo X y fue sucesivamente arzobispo de Reus y de Ravena, y Papa con el nombre de Silvestre II, no hubiese estudiado las matemáticas entre los árabes de Córdoba y de Sevilla como algunos pretenden45, no debe dudarse que adquirió su celebrada sabiduría y su influencia en la restauración de la literatura Europea en las escuelas de España: constando por la crónica aurillacense, que en sentir de Mabillon46 es la que mejor ha tratado de aquel varón ilustre, que el abad de San Geraldo de Aurilla le recomendó a Borello conde de Barcelona y éste a Ayton obispo de Ausona quien le instruyó perfectamente en las matemáticas; y como éstas eran poco sabidas y estaban casi olvidadas en aquellos tiempos, se maravillaban cuantos vetan la eminencia y perfección con que Gerberto las sabía47. Así fue que volviendo a su patria tan rico de conocimientos, pudo resucitar el estudio de estas ciencias donde estaban casi del todo olvidadas, como aseguran algunos historiadores48, y que la cultura e ilustración de aquel país se debió principalmente a la doctrina que llevó de España, pues como opina Brukero49, juntó a la dialéctica los ejercicios de las matemáticas y excitó de este modo la agudeza de los ingenios. A ejemplo de Gerberto y emulando su doctrina vinieron también a recibirla en España Compano de Novara que comentó después a Euclides: Gerardo de Cremona que estudió en Toledo la filosofía, medicina y astronomía, y tradujo en latín muchos libros arábigos: Abelardo que propagó la doctrina de los árabes en Francia y en Inglaterra por medio de iguales traducciones: Daniel Morley que frecuentó también las escuelas toledanas para aprender la lengua arábiga y entregarse exclusivamente al estudio de las matemáticas50, y el inglés Roberto Ketenensis que después de haber estudiado en las universidades de su país atravesó en el año de 1143 Francia, Italia, Dalmacia, Grecia, y arribó a la Asia viviendo entre los sarracenos, con los cuales aprendió el árabe, y regresó por mar a España donde se dedicó enteramente al estudio de la Astronomía51.

18.º No satisfechos los árabes españoles con promover por todas partes el estudio teórico y abstracto de las matemáticas, hicieron de ellas útiles aplicaciones a varias facultades y profesiones, especialmente a la marina: como lo prueba el tratado de Arte náutica escrito por un anónimo, y otro de Thavet Ben Corrah Desideribus eorumque occasum ad artis nauticae usum accomodatis que cita Casiri en su Biblioteca escurialense52. En el primero se dan varios y muy útiles preceptos para navegar el mar arábigo e índico, con una historia de muchas de sus islas y de las principales ciudades de la India oriental. En el mismo códice escrito el año 779 de la Égira (1377 de J. C.) se halla un opúsculo geográfico intitulado De la naturaleza, situación y figura de la tierra con la descripción de los climas. Su autor parecer ser egipcio y bastante docto. Adopta y sigue el sistema de Tolomeo; y deduce, como éste y otros escritores árabes, la longitud de los lugares desde las islas Afortunadas; de lo cual infiere Casiri que el autor floreció en el siglo VI o a principios del VII de la Égira. A continuación se halla la Sinopsis astronómica, del mismo escritor, donde se diserta con elegancia de los varios, movimientos y orbes de las estrellas así errantes como fijas; y del número, situación, grandeza, distancia, nacimiento y ocaso de cada una en particular. Estos tratados, igualmente que otros varios que existían en el Escorial sobre instrumentos astronómicos y máquinas para el uso de las naves o se escribían por los árabes españoles o los traían de Oriente para la enseñanza, en las academias que establecieron en Córdoba y Granada. Es cierto que son muy oscuras y diminutas las noticias que nos han quedado de su marina; pero sabemos sin, embargo que en el siglo VIII tenían armada naval en las costas de Andalucía, la cual restableció en el siguiente Abderramán II Rey de Córdoba, y que en aquellos siglos y en los sucesivos hasta el XI hicieron varias excursiones militares ya contra las islas Baleares y las de Córcega y Cerdeña, ya en las costas de Francia y de Italia, ya en las de la Península por el Océano hasta el cabo de Ortegal53. Pero lo que más demuestra sus conatos para fomentar la navegación es la magnificencia con que construyeron en España diversas atarazanas o arsenales, proporcionando en ellos cómodos albergues o alojamientos a los constructores de las naves: como lo hizo en Tortosa el Rey Abderramán III según se infiere de la inscripción que se conserva en una lápida a espaldas de la sacristía de la catedral, y que doctamente interpretada y traducida por nuestro anticuario D. José Antonio Conde ha publicado recientemente el dominicano Fr. Jaime Villanueva, nuestro académico54.

19.º Imitadores de los árabes fueron los rabinos o judíos españoles que vivían en Andalucía por aquellos tiempos, los cuales no solo cultivaron también las matemáticas y la astronomía; sino que se aplicaban con afán a traducir al hebreo y al latín las obras más excelentes de los dominadores de aquel país. Tuvieron también sus academias desde el siglo X en Córdoba y después en Toledo, Lisboa y otras ciudades. Son muy notables los tratados de aritmética, álgebra, geometría, trigonometría esférica, astronomía, música y calendario que escribieron por las observaciones y los conocimientos adquiridos en sus viajes: como los de R. Abrahan Hezva, Toledano, y Benjamín de Tudela en el siglo XII. Ya trasladaron al hebrero o comentaron las obras de Tolomeo, Euclides, Aristóteles, Averroes y Alfragano como lo hizo el granadino R. Mosch Thibon llamado el padre de los traductores por su inteligencia en diversas lenguas; ya inventaron dividir la esfera celeste por medio del ecuador en dos partes iguales que se atribuye al mismo judío toledano; ya finalmente enseñaron y establecieron su doctrina sobre la figura de la tierra situación de los orbes celestes, movimiento de las estrellas, explicación de los triángulos esféricos, de los polos ártico y antártico y de los signos del Zodiaco. Así es que merecieron algunas de estas doctas obras que Sebastián Alunster las publicase con varias notas latinas en el ilustrado siglo XVI y que de otras se sirviese el célebre Juan Pico de la Mirándula para componer su tratado contra los astrólogos.

20.º Estos rayos de luz y este espíritu vivificador para promover y adelantar los conocimientos científicos penetró hacia el siglo XII en los reinos de Castilla y de León. La mejora de los estudios escolásticos y la enseñanza de otras ciencias útiles que Don Alfonso VIII de Castilla estableció en Palencia al comenzar el siglo XIII atrayendo espléndidamente con este fin muchos sabios de Francia y de Italia, y derramando y obteniendo de Roma gracias e inmunidades sin cuento a favor de estas escuelas; y el noble empeño y competencia con que el Rey Don Alonso IX de León proporcionó iguales estudios e instrucción a sus súbditos estableciendo la insigne universidad de Salamanca con prerrogativas y exenciones muy singulares, que confirmaron y acrecentaron después el santo Rey D. Fernando y su hijo D. Alonso el Sabio, dieron nuevo impulso a la aplicación de castellanos y leoneses, inspirándoles amor al estudio de la naturaleza y preparando la cultura e ilustración que tanto distinguió a los españoles en aquel siglo55.

No podían carecer de aplicación estos conocimientos a la marina según la extensión y el activo comercio que hacían los pueblos litorales de España con todos los países: como nos lo dice el Rey Don Alonso con respecto a Sevilla, al tiempo de su conquista o pocos años después en la magnífica descripción que hace de aquella ciudad en estos términos: «vienen a Sevilla navíos cada día desde la mar por el río etc.[...] que en el mundo se ficieron» (P. 54 § 49 de mi Memoria de las Cruzadas). Así es que describiendo la riqueza, nobleza y abundancia de aquella ciudad de cuanto era menester, habla de como las calles y plazas estaban repartidas entre todos los oficios: y así había calle de traperos y cambiadores, de especieros y boticarios o alquimistas de medicamentos, de armeros, de herreros, de carniceros, de pescadores, «e así de cada menester cuantos en el mundo podien ser, avien sus calles e sus departamientos en orden a compasamiento mucho razonabre e comprido.»

En la carta-puebla de Cartagena publicada en la página 483 de las Memorias de S. Fernando se viene en conocimiento (aunque incompleta y maltratada) de los navíos grandes y chicos, corsarios y mercantes; como nave grande, galera, saetia, barca, navíos de los vecinos o armadores y de los pobladores; establece lo que han de pagar al Señor, y los servicios que han de dar, y las exenciones que han de gozar.

21.º Así se disponía y allanaba el camino que muy pronto había de correr con gloria inmortal Don Alonso X llamado con razón el Sabio, quien honrando y favoreciendo desde su juventud a los hombres doctos en todas ciencias y artes, así cristianos como árabes y judíos, extranjeros y naturales de sus reinos, tratándolos familiar y amigablemente pero siempre con liberalidad y magnificencia, y reuniéndolos ante sí en varias academias y conferencias, adquirió aquel caudal inmenso de erudición y sabiduría con que logró ilustrar no solo a su nación sino al mundo entero. Varón ciertamente admirable en un siglo en el cual el estruendo de las armas, la gloria de las conquistas, el entusiasmo militar y caballeresco robaba la atención de los Príncipes y de los nobles, y en que parecía que ahuyentadas las musas iban a sofocarse los esfuerzos del entendimiento humano para el progreso de las ciencias. No satisfecho con estudiar por sí mismo a los antiguos escritores se propuso corregirlos, creyendo que la acumulación de errores producidos por la sucesión de los tiempos en las tablas de Tolomeo hacía muy difícil sino imposible su corrección, y concibió por lo mismo el designio de construir otras nuevas. Con este objeto convocó más de cincuenta sabios, varios de ellos árabes y otros de Salamanca, (donde entonces florecía mucho la astronomía) de Gascuña y de París ordenándoles que se juntaran en el alcázar de Galiana, y allí disputasen sobre el movimiento del firmamento y estrellas. Presidían, cuando allí no estaba el Rey, Aben Rahgel y Alquibicio sus maestros, naturales de Toledo; y de estas conferencias y discusiones resultaron al cabo de cuatro años las famosas tablas alfonsinas en las cuales refiriendo todos los movimientos y fenómenos celestes al meridiano de Toledo manifestó el Rey su justa consideración a aquella ilustre ciudad, no solo por haber tenido allí su nacimiento, sino por ser la capital de su reino y corte, y por haberse trabajado en ella una obra tan grande y útil para el adelantamiento de las ciencias. Costóle al Rey 40000 escudos; y habiendo hecho muchas mercedes a los sabios que concurrieron a su formación, los envió contentos a sus tierras, concediéndoles varias franquezas y que fuesen libres ellos y sus descendientes de pechos, tributos y pedidos, de que hay cartas fechas en Toledo a doce días andados del mes de mayo, Era 1300. Con la publicación de estas tablas comenzó en España el uso de los números árabes en lugar de los romanos, hasta entonces usuales en toda la Europa; y esta época tan memorable en la historia de las ciencias y de los conocimientos humanos concurrió en el día mismo en que Alfonso ciñó su frente con la corona de sus gloriosos predecesores56.

22.º Las tablas alfonsinas están fundadas sobre las mismas hipótesis que las de Tolomeo, esto es, sobre el mismo sistema del mundo: solo hay alguna diferencia en el movimiento medio de los planetas: y se conoce por el señalamiento de los periodos, que fijaron en números cabalísticos, el influjo que en su composición tuvieron los astrónomos judíos, quienes juzgaron más acertado reunir el movimiento progresivo de las estrellas con el de oscilación o trepidación en longitud que había inventado o imaginado Thebith, conformando estas hipótesis con sus números misteriosos de la cábala más bien que con las observaciones astronómicas: errores que no pudieron ocultarse al sabio Rey y a sus astrónomos, y por lo mismo adoptando el parecer o sistema de Albategnio acerca del movimiento de las estrellas, hizo que se mejorasen y corrigiesen las tablas, cuatro años después de su primera publicación. Los otros defectos de la astronomía alfonsina deben imputarse más bien al tiempo en que se cultivaba que a la falta de luces y de industria, de los astrónomos que trabajaron en ella. Notaremos sin embargo en honor suyo como lo hace Montucla que fijaron el lugar del apogeo del sol más exactamente que se había hecho hasta entonces, resultado que en una determinación tan delicada, solo puede mirarse como efecto de casualidad por quien reflexione sobre el estado de imperfección que tenía la astronomía práctica en aquel tiempo57. Así no es extraño que estas famosas tablas fuesen por más de dos siglos la norma y pauta de todos los astrónomos y navegantes europeos; sin embargo de que las multiplicadas ediciones que se han hecho en casi todas las imprentas de Europa están llenas de mil errores, y difieren mucho del original castellano que permanece inédito en nuestras bibliotecas. Prueba de este mismo aprecio y consideración es el afán con que los mayores sabios han colmado de elogios tan útil obra, esmerándose en traducirla, ilustrarla y corregirla, aun en los tiempos de mayor cultura e ilustración.

23.º Ni fue esta la obra única que produjo la aplicación de Alfonso y la reunión a su lado de tanto hábil astrónomo y matemático. Siendo su objeto no solo perfeccionar la astronomía y el conocimiento de los cielos para aplicarle a la geografía, sino divulgar las obras elementales de los sabios antiguos, y facilitar la práctica de las observaciones astronómicas mejorando sus instrumentos o inventando otros nuevos, hizo componer muchos libros y traducir varios del caldeo y del árabe, los cuales reconocía por sí mismo, corregía y adicionaba como le parecía, y en casi todos puso los prólogos que los acompañan: como lo ejecutó también en las obras de filosofía natural, de medicina y de historia que se trabajaron por su mandato58.

24.º Además de estas obras científicas con que promovía el Rey sabio los progresos sucesivos del arte de navegar, son notables algunas leyes de las Partidas sobre esta materia. En una describiendo lo que es estudio general o universidad, señala maestros para varias enseñanzas, expresando particularmente las de aritmética, geometría y astrología; y como el mismo legislador protegió y favoreció con magnanimidad la universidad de Salamanca, es regular que fijase en ella las cátedras que mandaba la ley, y eran de su especial y favorito estudio59. En otro lugar del mismo código recopiló cuales debían ser las cualidades de los pilotos o naucheres, como debían ser nombrados, y cuales eran sus facultades. « Naucheres (dice) son llamados aquellos por cuyo seso se guían los navíos: et porque estos son como adalides en tierra, por ende cuando los quisieren rescebir para aquel oficio, débenlos catar que sean tales que hayan en sí cuatro cosas: la primera que sean sabidores de conocer todo el fecho de la mar en cuales logares es queda et en cuales corriente, et que conoscan los vientos et el camiamiento dellos, et sepan toda otra marinería. Et otrosí deben saber las islas et los puertos et las aguas dulces que hi son, et las entradas et las salidas para guiar su navío en salvo, et levar lo suyo do quisieren, et guardarse otrosí de rescebir daño en los logares peligrosos et de temencia: la segunda que sean esforzados para sofrir los peligros de la mar et el miedo de los enemigos: otrosí para acometerlos ardidamente cuando menester les fuere: la tercera que sean de buen entendimiento para entender bien las cosas que hobieren de facer, et para saber otrosí consejar derechamente al Rey, et al almirante et al comitre cuando les demandaren consejo: la cuarta que sean leales de manera que amen et guarden la honra et la pro de su Señor et de todos los otros que han de guiar. Et al que fallaren por tal si fuere acerca de la mar, débenle meter en el navío en que ha de ir, et ponerle en la mano la espada o el timon, et otorgalle que dende adelante que sea naucher. Et si después deso por su engaño o por culpa de su mal guiamiento se perdiese el navío o rescibiesen grant daño los que en él fuesen, debe él morir por ello60.» Infiérese de esta ley, que para recibir los pilotos debía preceder un examen en que acreditasen 1.º ser prácticos en el conocimiento de la mar, de sus calmas y corrientes, de los vientos dominantes y sus variaciones, y de toda otra marinería: 2.º conocer las islas, costas y puertos, sus entradas y salidas, sus bajos y escollos: 3.º tener ánimo y valor así para arrostrar los peligros del mar como para acometer y defenderse de los enemigos: 4.º tener la inteligencia y el discernimiento necesario para el acierto de sus operaciones y para aconsejar a sus superiores; y lealtad para mirar por la honra y provecho de su Señor y de los que ha de guiar confiados en su dirección. Omite la ley especificar los conocimientos científicos que debe poseer el piloto para el acierto de sus derrotas comprendiéndolos en la expresión de todo otra marinería; pues no podía olvidar el uso del astrolabio, de las cartas marítimas y de la aguja náutica de que habla terminantemente en la partida 2ª, tit. 9, ley 28 como necesaria para guiarse en la mar así en los malos tiempos como en los buenos.

25.º Por la misma época floreció el portentoso Raimundo de Lulio mallorquín que empezó a escribir sus libros en el año de 1272 y no solo abrió un nuevo camino a la lógica que tuvo muchos secuaces o ilustradores en España, Francia, Italia, y Alemania; no solo viajó por diversos países de la Europa en aquel siglo y principios del siguiente promoviendo en todas partes el estudio de las lenguas orientales en que fue muy inteligente; no solo fundó una secta para mejorar las letras combatiendo animosamente los abusos que lo estorbaban y persuadiendo al Rey de Francia que reformase la universidad de París, que alabando su doctrina repugnaba admitirla en sus escuelas; sino que mereció por sus tratados de aritmética y geometría, de astronomía y música, de navegación y de milicia, escritos y publicados algunos de ellos en París un lugar muy señalado en la historia de nuestros conocimientos náuticos. El Arte de navegar que escribió y mencionan Nicolás Antonio y otros bibliógrafos no ha llegado a nuestros tiempos; pero es de presumir que a la doctrina que nos dejaron los antiguos reuniese los conocimientos que le sugirió su propia práctica y observación en las repetidas navegaciones y viajes que hizo al Asia, al África y a varios reinos de Europa, y el trato que tuvo con los cruzados especialmente con las repúblicas de Italia que tan célebres se hicieron en aquella edad por su poder y pericia en la navegación. Compréndese en efecto por la doctrina que vertió en otras de sus obras, cuan sólidos eran los principios en que fundaba la ciencia náutica; la cual derivaba de la geometría y aritmética demostrándolo con variedad de figuras, y útiles aplicaciones entre las que merece atención un astrolabio que trazó, utilísimo para que los navegantes conociesen por él las horas de la noche61, y una figura que inventó constituida en ángulos rectos, obtusos y agudos, en la que conociendo el rumbo que sigue una nave y su andar según el viento que sopla, deduce por una operación práctica y sencilla el punto de llegada o el lugar en que se halla en medio de los mares en un momento o tiempo determinado62: invento admirable que acaso fue el origen del cuartier de reducción, que perfeccionado y tratado científicamente por el señor Blondel Saint Aubin y por D. Antonio Gartañeta, es todavía de un uso continuo en la práctica del pilotaje. Su sistema sobre las mareas es también muy singular e ingenioso; porque atribuye la causa del flujo y reflujo del Océano a que siendo la tierra esférica se forma en aquel mar un dilatado arco de agua, que estribando por una parte en las costas occidentales de Europa y África, y por otra en un continente que suponía haber en las regiones opuestas de occidente, y gravitando las aguas sobre la tierra, expuestas alternativamente al calor del sol a quien atribuye el flujo y a la humedad de la luna a quien aplica el reflujo, debía producir en tan vasta superficie estas alteraciones que apenas se perciben en el Mediterráneo: porque siendo muy corta la extensión de su arco, no tenía toda la esfericidad o curvatura necesaria para sentir o percibir el influjo de aquellos astros63, añadiendo que cuando en los novilunios recibe la luna menos luz del sol, entonces se experimentan mayores flujos que en los plenilunios, salva siempre la disposición local de las tierras y costas. Trató también de los vientos y de sus calidades, dividiendo los cuatro principales en otros cuatro y subdividiéndolos en ocho más, con los cuales completaba los 16 que formaban su rosa náutica, pues los demás dice que no son naturales según las disposiciones del sol, aunque lo sean según las disposiciones o localidades de las tierras y montañas u otros accidentes64. En otra cuestión expone como los marineros miden las millas en el mar: los conocimientos que debían tener de los puertos para sus arribadas, de la estrella del norte para sus observaciones, y del aguja del imán y de la carta para dirigirse65. Finalmente es muy digno de notarse cuanto dice sobre el uso de la aguja náutica para la navegación, de que trataremos más adelante con motivo de ilustrar este curioso y controvertido punto de nuestra historia marítima: bastando lo que dejamos indicado para conocer la inmensa erudición de Lulio, y su ingenio penetrante y combinador en descubrir las relaciones que tienen entre sí todos los conocimientos humanos, para aplicar con utilidad a las necesidades de la vida aun aquellos que parecían más especulativos y abstractos66. Así no es extraño que bien admitida su doctrina en Francia y habiendo logrado cátedra especial en la universidad de París por los años de 1515, se hiciese general su sistema en aquel siglo: habiendo sido el cardenal Cisneros tan apasionado a las obras de Lulio que no solo quiso dejar una cátedra de su arte en la universidad de Alcalá de la que fue fundador, sino que envió a París al doctor Carolo Bobillo para hacer allí a su costa una impresión de parte de aquellos tratados, que aunque no fueron los primeros que salieron a luz, (como creyó Quintanilla) contribuyeron a hacer más común y general en Francia su estudio y su doctrina67. Aun muchos años después eran tan apreciables estos libros, que Felipe II los llevaba y los leía aun en sus viajes: como lo testifican algunos que existen en la biblioteca del Escorial rubricados de su propia mano68.

26.º Tales fueron los conatos de los sabios y tales los adelantamientos y mejoras que las ciencias preparaban al arte de la navegación hasta fines del siglo XIII; pero es preciso confesar que las aplicaciones fueron tan escasas y de tan corta consideración, que no bastaron a inspirar la confianza necesaria para abandonar el método ordinario del cabotaje, que con frecuentes escalas o descansos en los puertos hacía sumamente lentas, aventuradas y molestas las navegaciones: de lo cual nos ofrece muchos y lastimosos ejemplos la historia de la marina y del comercio marítimo de los españoles, y de otras naciones en estos siglos. Cuando se reflexiona que los pisanos a principios del XII en una empresa promovida por el Papa y auxiliada por los luqueses y romanos, saliendo de Puerto Pisano erraron el rumbo de Mallorca por impericia de los pilotos, y aportaron inesperadamente a Blanes, en Cataluña, creyendo era la tierra de moros que buscaban: cuando al año inmediato, para dirigirse a Mallorca desde San Feliu de Guixols en lugar de una derrota de cuarenta leguas de norte a sur, prefirieron no abandonar la costa ni perderla de vista con arribada a Salou e invernada en Barcelona; y que reunidos segunda vez en Salou descansaron en los Alfaques de Tortosa para dirigirse de allí a Ibiza: cuando se nota que los ingleses conduciendo en el año 1120 desde Normandía a Inglaterra a su Príncipe Guillermo, hijo de Enrique I, para abreviar el viaje siguieron la costa con tal ignorancia de la posición de sus bajos, que fueron víctimas el Príncipe, su hermano, y más de trescientas personas de la comitiva: cuando el arzobispo de Santiago D. Diego Gelmírez recurría por los años de 1115 y 1120 a Génova y a Pisa para construir y gobernar algunas galeras, que defendiesen a sus diocesanos de las incursiones de los sarracenos; nadie puede dejar de persuadirse del atraso en que estaba el arte de navegar en los primeros años del siglo XII69; y aunque la parte práctica e hidrográfica de los mares de levante, del Mediterráneo y del norte hizo algunos progresos durante los dos siglos en que continuaron las expediciones al Asia, acrecentándose al mismo tiempo los conocimientos científicos que debían auxiliarlos, según hemos demostrado en nuestra Disertación sobre las cruzadas; no lograron sin embargo, tener aquellas aplicaciones extensas y oportunas que formaron después el complemento de la ciencia del pilotaje: gloria que estaba reservada a navegantes más osados e instruidos, como lo fueron a competencia en los siglos inmediatos, los españoles y los portugueses.



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