Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoParte segunda

Descubrimiento de la brújula y de las cartas planas: uso de la artillería a bordo de las naves, y del astrolabio para las observaciones de latitud. Parte muy principal que tuvieron los españoles en estas novedades, y cuánto influyeron en los progresos de la náutica hasta fines del siglo XV


1.º Es un fenómeno muy singular en la historia de los progresos del entendimiento humano, el que se deban los descubrimientos más útiles e importantes a los siglos de mayor oscuridad e ignorancia. Sin hablar ahora de la imprenta y del grabado, de los espejos y de los anteojos, del papel y de la pintura al óleo, de los relojes y de los molinos de viento, de las notas musicales y de varios instrumentos, máquinas y artefactos, nos limitaremos a los inventos útiles que tienen mayor conexión con la náutica, comenzando por la brújula que ha sido la llave maestra para abrir el camino de los mares desconocidos a los antiguos, y ponernos en comunicación con los hombres de todo el universo.

2.º Aunque sea cierto que debamos a la casualidad muchos de estos descubrimientos, no lo es menos que generalmente han sido fruto de algunos conocimientos parciales, de cuya accidental o meditada combinación han resultado las invenciones mismas que más han sorprendido al género humano por su utilidad y consecuencias. Así es que conociéndose desde muy antiguo varias propiedades del imán, y aun el uso que de ellas hacían algunas naciones del Oriente, ni debe maravillar la aplicación que tuvo en la edad media a la navegación ni extrañarse la dificultad de encontrar su primitivo y único inventor, ni la de fijar la época de su primer uso; como con gran ardor y empeño lo han procurado investigar muchos sabios, cuyos sistemas y opiniones han dado lugar a controversias y paradojas más curiosas que útiles más conjeturales que razonadas, juiciosas y convincentes: porque un escritor sistemático jamás ve ni examina la naturaleza, ocupado en mirar y contemplar únicamente el fruto o la obra de su propia imaginación.

3.º Muchos eruditos y anticuarios como Levinio Lemnio, Nicolás Fullero, Court de Gebelin, el jesuita Juan de Pineda, el agustiniano Basilio Ponce de León, el dean de Alicante D. Manuel Martí y el marqués de Mondéjar dan todos a la aguja náutica una antigüedad remotísima, sosteniendo unos que Hércules Tyrio o Melicarto fundador de Cádiz, no solo descubrió la virtud atractiva del imán por lo cual se llamó antiguamente piedra hercúlea, sino que introdujo la brújula en la marina: enseñando el uso de ella a los fenicios que con tal auxilio emprendieron dilatadas navegaciones, haciéndose tan famosos sus pilotos que Salomón se valió de ellos para dirigir y gobernar sus armadas; pareciéndoles a otros de aquellos sabios ser contra la inmensa sabiduría de aquel Príncipe, que tanto se pondera en los libros sagrados, el que ignorase las ocultas y admirables virtudes del magnetismo: sistema que ha tenido ilustres partidarios y también grandes impugnadores, y entre estos a Samuel Bochart que refutó a Fullero con gran aparato de erudición70.

4.º Otros han pretendido atribuir el uso de la brújula a los antiguos griegos y romanos, fundados en un pasaje de Aristóteles conocidamente apócrifo e introducido por los árabes en las obras de aquel filósofo71: en una pintura o descripción que hace Homero en la odisea de la navegación de los griegos donde (según estos autores sistemáticos) dice que para dirigirla se sirvieron del imán en tiempo del sitio de Troya: y en unos versos de Plauto en los cuales quieren que el nombre versoria signifique la aguja de marear, cuya opinión apoyan con lo que dijo Séneca el trágico del arrojo e intrepidez con que los marinos de su tiempo atravesaban el Océano; pero además de no estar acordes los intérpretes y comendadores sobre la genuina y verdadera significación de la palabra versoria por la brújula, el silencio de Plinio que no la nombra cuando cuenta circunstanciadamente los inventores de varias clases de naves y de las máquinas y utensilios de ellas, el método de navegar costanero y medroso que nos pinta Vegecio, y el curso de las aves voladoras de que según el mismo Plinio se valían para dirigir su derrota cuando no se veía el septentrión, son pruebas claras de que no conocieron la aguja. Y por esta, razón sin duda el célebre Mr. Dutens sin embargo de haber trabajado tanto en hallar entre los antiguos el origen de los descubrimientos atribuidos a los modernos, después de referir las opiniones, de Pineda y Kircher que pretenden que Salomón conoció la brújula, y de los que creyeron encontrarla en los versos de Plauto, concluye con renunciar a semejantes sistemas no hallando entre los antiguos ningún pasaje terminante que pueda apoyar las pretensiones de aquellos escritores72.

5.º Ni son menos fundadas las de otros muchos que la suponen muy familiar y conocida desde tiempos antiguos, entre los árabes y etíopes meridionales, los indios y los chinos; apoyados en que cuando los portugueses descubrieron aquellas regiones en 1498, hallaron que las naves indias se servían de aquel instrumento para su dirección. Bergeron intenta probar que los árabes habían inventado la brújula y servídose de ella mucho antes que nosotros, para navegar por el mar de la India y comerciar hasta la China73. El dominicano Fr. Domingo Fernández de Navarrete en su Historia de aquel imperio dice expresamente hablando del Emperador Uven Ubang, que es celebradísimo de los chinos este príncipe, «y muy alabado del filósofo Confucio. Fue el inventor en aquellas partes de la aguja de marear, y vivió por los años 1919 después del diluvio, y a los 2796 de aquel imperio74.» El P. Martini asegura también que los chinos conocían la brújula hacía más de tres mil años75; y finalmente después de las risueñas y pomposas descripciones que de aquel país han hecho muchos misioneros, y en especial los jesuitas, sobre su cultura e ilustración, publicaron los Señores le Roux y de Guignes un extracto de varios escritores chinescos, por cuyo testimonio parece cierto que la propiedad que tiene el hierro tocado al imán de dirigirse hacia los polos, fue conocida de los chinos desde 1115 años antes de la Era cristiana según unas crónicas, y 2700 según otras. La forma de aquellas primeras brújulas era una figura de hombre que daba vueltas sobre un eje, y cuyo brazo derecho señalaba siempre el mediodía76. Como aquella época es con corta diferencia la misma que la del sitio de Troya a la cual refieren algunos el uso de la brújula entre los griegos; esta correspondencia y aquella autoridad hicieron tal fuerza en el conde de Buffon, que sin embargo de haber juzgado primero desnudo de fundamento cuanto decía el P. Martini, se retractó después en sus adiciones, pareciéndole cierto que los chinos conocieron la brújula desde tiempos muy remotas77.

6.º Sin embargo de esto el P. Kircher en su Arte magnética78 contradice abiertamente esta opinión, después de haber consultado a muchos hombres instruidos en las cosas de la China; y el Dr. Robertson apoyado en la relación de un viaje hecho desde el golfo Pérsico hacia los países del oriente, escrito por un mercader árabe el año de 851 de nuestra Era, y explicado por el comentario de otro árabe que también había visitado las partes orientales del Asia; autorizado además con las observaciones de algunos viajeros modernos, especialmente del caballero Chardin uno de los más juiciosos e instruidos que han reconocido aquellas regiones, concluye con que los asiáticos son deudores a la Europa de aquel maravilloso instrumento mucho tiempo antes de los viajes y descubrimientos de los portugueses; y que por esto sus brújulas exactamente semejantes a las nuestras, acreditan que se compraron de los europeos, mientras que ellos mismos apenas se atreven a fiarse, de las suyas: que sus navegaciones siempre tímidas y tortuosas, según la dirección de la costa, comprueban la falta quo han tenido de aquella guía; y finalmente que no habiendo en las lenguas árabes, turca o persa originariamente palabra que signifique la brújula, y conociéndola solamente con el nombre italiano bossola, es una prueba irrefragable de que la cosa que significa es para ellos no menos extranjera que la palabra misma79.

7.º Suponiendo que los antiguos pueblos del oriente tuvieron conocimiento de la aguja náutica y la usaron en sus navegaciones, pretenden algunos escritores que el viajero veneciano Marco Polo la trajo de la China a Europa hacia el año de 1260. Aun cuando la inexactitud de esta data no demostrase la debilidad de semejante aserción, pues de la misma relación de Marco Polo se infiere que emprendió su viaje a fines de 1271 después de haber sido electo pontífice Gregorio X, y que por lo menos no regreso hasta el de 129580, el no hacer mención de un instrumento tan útil tratando de varias navegaciones y de los usos y costumbres de los orientales, ni de ser él mismo el portador a su patria de tan señalado beneficio, constando por otra parte que ya entonces era familiar y común su uso entre los navegantes europeos, son pruebas concluyentes que demuestran el engaño con que adoptaron esta opinión los PP. Ricciolo y Dechales, y la ligereza con que los copió nuestro Tosca, por la natural credulidad de los compiladores para admitir sin examen ni crítica cuantas especies se les presentan81.

8.º En efecto son muchos los testimonios que nos aseguran de que la aguja náutica era conocida y usual antes del siglo XIII, entre los navegantes de Francia, de Italia y de España sin que por esto podamos determinar, ni el inventor ni la época fija ni el país donde comenzó a usarse primitiva y originariamente. Todas las naciones pretenden la primacía y la gloria de tan importante descubrimiento. Los franceses alegan en su favor la flor de lis que regularmente sirve en la rosa náutica para señalar el norte, como blasón que ha sido y es de la casa Real de Francia; y aun el P. Fournier pretende además que los nombres de norte, sur, este y oeste, que se usan en el Océano para mostrar los rumbos o vientos de los cuatros puntos cardinales, son voces francesas de que se servían en tiempo de Carlomagno82, lo cual no quieren conceder los alemanes que apoyan en la misma razón sus derechos a esta gloria: como lo hace Goropio Becano, uno de los sabios más insignes de Alemania, que trabajó con tanto empeño, para encontrar en su patria el origen de éste y de otros útiles descubrimientos83. También se ha intentado sacar una prueba del nombre Calamita que tiene el imán entre los italianos, porque en el antiguo lenguaje francés significaba una rana pequeña, a la cual se asemejaba la primitiva aguja nadando sobre el agua conforme se la disponía para el uso de la navegación y de los viajes84. Pero quien con más empeño, aunque quizás sin tanta buena fe, ha tomado recientemente la defensa de esta causa ha sido el Sr. Azuni85, alegando no solo el uso de la flor de lis, que pudo colocarse por ser de una figura más elegante y acomodada como otros han puesto una flecha, una mano y un triángulo, sino repitiendo los versos de Guyot de Provins poeta de fines del siglo XII; la autoridad de Jacobo de Vitriaco que vivía a principios del siguiente y murió en Roma en 1244; la de Hugo de Berey contemporáneo de San Luis; la de Vicente de Beauvais del orden de predicadores que murió en 1264, y la de Bruneto Latino que falleció también a fines de aquel siglo86, todas las cuales examinadas con juicio e imparcialidad, solo prueban que ya entonces se conocía y usaba la aguja imantada en la navegación, aunque imperfecta: porque se reducía a una varilla de fierro tocada al imán colocada en un listón de madera o de corcho que nadaba sobre el agua dentro de alguna vasija o cubo; pero nada dicen aquellos escritores ni nada prueba el Sr. Azuni, como lo nota con mucho juicio y solidez nuestro académico el Sr. Capmany87, sobre quién fuese el inventor de la aguja magnética, ni dónde o cuándo comenzó a emplearse en la navegación, mucho menos que fuesen los franceses los inventores y los que comunicaron tan precioso hallazgo al resto de Europa: decisión ardua y muy aventurada que detuvo al sabio Montucla historiador de las matemáticas confesando paladinamente la dificultad, e inclinándose a creer que diversas naciones fueron sucesivamente perfeccionando tan maravilloso instrumento88.

9.º Aun son más especiosas las razones que alegan los ingleses a su favor: porque si por una parte intentan probar que la palabra Brújula se deriva de la inglesa Boxel que significa caja por otra el Dr. Wallis quiere que la denominación de compás, con que por lo común conocen los ingleses y otras naciones aquel instrumento, sea una prueba de haber tenido entre ellos su origen y primer uso náutico89. Otras naciones del norte han pretendido igualmente entrar en tan empeñada contienda; y tendrían alguna razón para ello si fuera cierto lo que últimamente ha publicado el Sr. Esmenard como una opinión muy general (aunque sin citar autoridad que la apoye) de que antes del siglo XIV los misioneros que volvían del Asia septentrional, atravesando la Gran Tartaria, trajeron al norte de la Europa el conocimiento, aunque imperfecto de la brújula: siendo cierto (añade aquel escritor) que los marinos de las costas de Normandía y de Bretaña empleaban desde el siglo XIII la aguja imantada, con el nombre de marinette en sus correrías y navegaciones90.

10.º Con más justa causa y mayor peso de razones y de autoridades, pretende la ciudad de Amalfi en el reino de Nápoles que su hijo Flavio Gioya inventó la brújula hacia el año de 1302, conservando como timbre de sus armas aquel instrumento en honorífica memoria de la importancia de este descubrimiento, y de la gloria que por ella le resulta. Ciertamente que la propiedad del imán de comunicar al hierro su virtud de dirigirse hacia el polo del mundo sirviendo de uso en la navegación era conocida y usada antes de aquella época; pero conociendo el amalfitano la rudeza, la dificultad e inexactitud de la aguja sobrenadando en el agua, inventó el método de suspenderla en un eje perpendicular, sobre el cual pudiese girar libremente y subsistir horizontal, sin embargo de las alteraciones del mar y de los balances del navío; y esta armazón encerrada en una caja y preservada de la intemperie tomó el nombre de bossola, que se empieza a oír desde esta época, y pasó a las demás lenguas vulgares con ligera alteración, tornando la denominación del continente por el contenido.

11.º Así se concilian opiniones tan diferentes y enconadas, como ya lo notó Montucla, y últimamente el Sr. Capmany con mayor apoyo de eruditas reflexiones y graves autoridades91: y por este medio se desvanecen los reparos críticos del Marqués de Mondéjar, que examinando la autoridad de Flavio Blondo que fue el primero que atribuyó a Gioya aunque dudosamente el invento, y las de Leonardo Alberto y Guido Pancirolo que le siguen, todos tres italianos que florecieron a principios del siglo XV, intenta privar al amalfitano de la gloria de su invención92: por confundir el uso de la aguja imantada que ya se conocía anteriormente, con el artificio de mantenerla en libertad sobre un eje y dentro de una caja que es propiamente lo que se llama brújula, y a cuya invención útil e ingeniosa puede aspirar únicamente el amalfitano: siendo muy probable que por las comunicaciones de las repúblicas del Mediterráneo en los puertos de levante, se conociese e hiciese general su uso en los mares de la India antes de concluir el siglo XV, respecto de que según el Doctor Roberston era conocida allí la brújula con el mismo nombre italiano con que se denominaba en Europa.

12.º Si fuera cierta la opinión de Tiraboschi y del abate D. Juan Andrés, que atribuyen a los árabes la invención de la brújula en el siglo X u XI, y que sirviéndose de ella en las extendidas y frecuentes navegaciones que les suponen, transmitieron su conocimiento y su práctica a los europeos93, pudiera muy bien conjeturarse que entre estos fueron los españoles los primeros que se aprovecharon de tan importante descubrimiento, cuando consta con toda certidumbre que entre sus marinos era de un uso muy general a mediados del siglo XIII. Nuestras leyes de las Partidas, escritas en aquel tiempo lo apoyan y comprueban en estos expresos términos. « Et bien así como los marineros se guían en la noche oscura por el aguja que les es medianera entre la estrella et la piedra, et les muestra por do vayan también en los malos tiempos como en los buenos; otrosí los que han de ayudar et de consejar al Rey se deben siempre guiar por la justicia94».

Tan clásico testimonio que no habíamos visto citado en cuantos escritores trataron de esta materia, hasta que lo expusimos a la Academia en nuestro discurso de recepción el año de 1800, no solo prueba el conocimiento que ya se tenía a mediados del siglo XIII de la aguja magnética sino que era de un uso corriente y familiar entre los navegantes españoles; pues nunca se sacan símiles y comparaciones, y más en asuntos de gravedad y trascendencia, sino de objetos cuyas circunstancias son muy notorias y comunes95.

13.º Lo mismo comprueban varios pasajes de los libros que el mallorquín Raymundo de Lulio comenzó a escribir en el año de 1272, donde no solo expresa que los marineros se gobernaban o dirigían por la estrella polar96, y que la aguja tocada al imán señalaba el septentrión97; sino que poniéndola por término de sus comparaciones dice en una de ellas: que así como la aguja náutica dirige a los marineros en su navegación, del mismo modo la discreción dirige al hombre en la adquisición de la sabiduría98. Aquellas ideas y este texto tan terminante, aunque no sean suficientes a probar que fuese Lulio el inventor de aquel instrumento, como pretenden algunos de sus paisanos99, demuestra a lo menos que era muy conocido por los marinos de su tiempo; y por eso entre los que éstos usaban para el ejercicio de su arte, cita el mismo escritor en otro de sus libros la Carta, compás, aguja, y la estrella del mar100. Los maravillosos fenómenos del magnetismo habían excitado de tal modo la contemplación de Lulio sobre el origen de sus causas, que llegó a decir no había hombre capaz de percibir y comprender toda la propiedad y relación que en la naturaleza tiene el imán y la aguja101: proposición que ha comprobado la experiencia de más de cinco siglos, y de la cual han querido inferir algunos, que no sería entonces muy antiguo el descubrimiento de la dirección de la aguja cebada en el imán, cuando ocupaba tanto la reflexión, y excitaba la curiosidad de aquellos filósofos, especialmente del autor102: como si todavía no fuese esto uno de los enigmas más oscuros de la física moderna.

14.º A vista de tantos y tan autorizados testimonios, no podemos dudar que la aguja náutica era va conocida en Europa desde el siglo XII por lo menos; y que a principios del XIV recibió del amalfitano Gioya las mejoras que hicieron su uso más sencillo y general entre los navegantes; pero éstos, o bien fuese por la fuerza de la costumbre o por su poca confianza en una guía nueva, no sacaron de aquella maravillosa invención todas las ventajas que les ofrecía para abandonar las costas, y engolfarse o en busca de nuevos descubrimientos, o con el fin de abreviar sus viajes y derrotas. Cuando el Conde de Buelna D. Pedro Niño salió con sus galeras de Sevilla para Cartagena en el año 1403, fue haciendo escala en Coria, San Lúcar, Cádiz, Sancti Petri, Tarifa, Algeciras, Almuñécar, Málaga, y puerto de las Águilas;, sin embargo de que ya usaba de la aguja y cartas náuticas, y que llevaba los mejores marineros y los remeros más prácticos y forzudos que había entonces en Sevilla; y además no solo el patrón Nicolás Bonel, genovés, era (como dice la crónica) muy sabidor de mar e buen marinero, sino que el comitre sevillano Juan Bueno, era igualmente el mejor marinero de galeras e más cierto de toda España103. Algunos años después regresando, el mismo Conde de Buelna a nuestros puertos desde Brest, con otras naves francesas que conducían dos embajadores para el Rey de Castilla, se dirigió a San Maló y siguiendo la costa de Bretaña tocó en la Isla de Baz, en la Rochela, en Pasajes, y en Santander104.

15.º Ni los mismos franceses estaban entonces más adelantados en el arte de navegar, como lo prueba el viaje que hizo Juan de Bethancourt, caballero francés, saliendo de la Rochela con un navío para la conquista de las Canarias a 1.º de mayo de 1402. De resultas de un viento contrario que experimentó al montar la isla de Rhe, se vio obligado a entrar en el puerto de Vivero; y desde allí haciendo escala en la Coruña, en Cádiz, y en el puerto de la isla Graciosa, entró por fin en el de Rubicón a principios de julio. Los gastos que hizo Bethancourt para armar este navío, las dificultades con que tuvo que luchar para conseguirlo, la escasez de víveres de que sin embargo se quejaba su gente, navegando siempre por la costa, y con tan frecuentes escalas, y la considerable deserción que tuvo de más de las cuatro quintas partes de la tripulación, que miraban a las Canarias como tierras incógnitas a donde los llevaban a morir oscura y miserablemente105: todo esto prueba el atraso en la construcción naval, la falta de capacidad y fortaleza de los bajeles, la rutina e ignorancia en el pilotaje y en la geografía, y cuan poco acostumbrados estaban los franceses del Océano a semejantes expediciones marítimas.

16.º Igual timidez se nota en la navegación que hicieron nuestros marinos desde el Puerto de Santa María para Levante en el verano de 1403, conduciendo los embajadores que Enrique III de Castilla enviaba al Gran Tamorlán, y al que de parte de este Príncipe había venido a España. Apenas se separaban de la costa, siguiéndola con tanta proximidad y tan frecuentes escalas, que pudieron describir algunos pueblos, con la misma especificación que si viajasen por tierra. A la vista de Tarifa, Ximena, Algeciras, Gibraltar, Marbella, Málaga, Almuñécar, etc., siguieron hasta el cabo Martín, y atravesando desde él a las islas de Ibiza y Formentera, se detuvieron en la primera, y admiraron en ella la abundancia y excelente calidad de la sal que hace la agua del mar, y la multitud de naves que concurrían a cargarla y distribuirla por todo levante, con gran beneficio de la riqueza de aquellos naturales. Avistaron también a Mallorca y Menorca, pasaron el freu de las bocas de Bonifacio, paso estrecho y peligroso que forman las islas de Córcega y Cerdeña: siguieron la costa romana y la de Nápoles; atravesaron el Adriático hasta la tierra firme de Corón; se detuvieron en Rodas y continuaron del mismo modo a otras islas y puertos de Grecia y del Archipiélago hasta Constantinopla. La admiración y sorpresa que les causó el fenómeno de una bomba marina que vieron el día 14 de julio estando cercanos a la costa de Nápoles, y los fuegos o meteoros que llaman los marineros San Telmo, y vieron al terminar una tormenta en los extremos de los palos, vergas y masteleros, hallándose sobre Sicilia el 18 del mismo mes y son no solo pruebas de sus cortos conocimientos en la física, sino también de su poca práctica y experiencia en la navegación106.

17.º Cuando en ésta se preparaban tan asombrosas y extraordinarias mudanzas, por medio del conocimiento y uso de la aguja náutica para abrir el paso de los mares y el conocimiento de nuevas tierras; la invención de la artillería y su aplicación a la guerra de mar, mejoraba la arquitectura naval o el arte de construir las naves, y por consiguiente la táctica y el arte de combatir. Si el enorme peso de las cureñas y de las piezas de bronce o de fierro, exigía dar mayor solidez y trabazón a las cubiertas y costados; la violenta explosión de la pólvora y el retroceso de los cañones, estaba conforme con el mismo principio de fortificación y resistencia: y siendo preciso además dar mayor capacidad a los bajeles, así para el ensanche y desahogo de sus baterías, como para colocar la mucha gente que requería su servicio, sin perjudicar su velocidad, ni la oportunidad, y finura de sus movimientos; se hizo indispensable el abandonar los remos, aumentar los palos y las velas, y colocarlas, después de muchas tentativas, donde pareció más útil, para conciliar aquellas ventajas sin los riesgos de las excesivas inclinaciones laterales, que o por los pesos altos, o por su falta de equilibrio y desigual repartición, o por el embate de las olas e ímpetus de los vientos, o por los defectos de la construcción, podían exponer y exponían en efecto a frecuentes y lastimosos naufragios Tantas causas concurrieron casi a un mismo tiempo, para alterar la arquitectura naval y la maniobra de los bajeles: y como se ignoraban los principios de la mecánica y de la hidráulica en que principalmente se fundan, y todo era efecto de la práctica, del tanteo o del capricho de los constructores, fueron por entonces muy lentos sus progresos, y muy varias y extrañas las alteraciones que se hicieron, hasta que con mayores luces en aquellas y otras ciencias auxiliares y en tiempos muy posteriores, fueron creciendo las naves, multiplicando sus baterías y cañones hasta la grandeza en que los vemos, y en que acaso no las dejará subsistir la osadía y extravagancia de los hombres107.

18.º La época en que se vio por primera vez el uso de la artillería en los ejércitos y escuadras, es un problema que aun está por resolver a pesar de las investigaciones de muchos críticos. Cada nación pretende la primacía, y de las europeas ninguna pasa del siglo XIV. Sin embargo no puede racionalmente dudarse, que así este descubrimiento como el de la brújula y otros semejantes, no sean de mayor antigüedad que la que por lo común se les atribuye; porque el señalamiento de su origen e invención ha solido fijarse con corta diferencia, en la época misma de los escritores que nos han transmitido alguna noticia, aunque oscura o diminuta, de tales inventos o de su uso; y es muy fácil conocer cuan falaz sea esta guía y apoyo, ya por la incuria y desaliño de los mismos que escribieron, ya por su concisión o falta de curiosidad y de inteligencia en tales materias, ya por la, escasez de libros y documentos anteriores a la imprenta: y a la dificultad que por esta causa había en las comunicaciones de los inventos útiles, y aun de los progresos de las ciencias y de las artes. Así es que todavía hallamos textos y autoridades, de notable antigüedad, pero nuevas y desconocidas para el común de los literatos, que nos obligan a dar a estos descubrimientos mayor antigüedad de la que hasta ahora se les ha supuesto: y nosotros mismos, con el texto alegado de las partidas sobre la brújula, con la indicación de haberse usado de la artillería por los árabes en el sitio de Zaragoza a principios del siglo XII, y con la noticia que daremos de algunas cartas náuticas halladas recientemente, y anteriores al Infante D. Enrique de Portugal, a quien hasta ahora se le ha atribuido su invención nos lisonjeamos de haber dado alguna novedad a estas investigaciones; aunque estemos muy distantes de creer que hemos descubierto el origen de tales inventos; antes bien nos persuadimos de que siendo incierto todavía por falta de memorias, debe corresponder a tiempos, muy anteriores.

19.º Parece lo más natural que la artillería como todas las invenciones que penden del ingenio humano, fuese recibiendo su perfección y sus aplicaciones con lentitud y progresivamente, y si en esto cabe alguna gloria, los españoles pueden lisonjearse de tenerla sobre las demás naciones europeas, de las cuales ninguna alega prueba ni documento anterior al siglo XIV. Si los árabes no fueron los inventores de la pólvora como algunos opinan, a lo menos deben contarse por los primeros que la introdujeron. El historiador árabe Abdel Fiallin refiriendo el sitio y rendición de Zaragoza por D. Alonso el Batallador se explica en estos términos. «Aben Radmir, (es Don Alonso I) vino contra Zaragoza con mucha gente que allegó de los montes de Afranc: pusieron cerco a la ciudad y ordenaron sus combates, y labraron, torres de madera que conducían con bueyes, y las acercaban a los muros y ponían sobre ellas truenos y otras veinte máquinas. Apurada por hambre se entregó por avenencia.» Esto el año de 512 que corresponde a los 1117, y 1118 de J. C. según todo nos lo ha comunicado nuestro erudito amigo y compañero D. José Antonio Conde: siendo cierto que la toma de Zaragoza se verificó, a 18 de diciembre de 1118, según Bleda en su Historia de los Moros de España108. Sabemos también que usaron de la artillería los Reyes moros de Granada en el sitio de Baza año de 1312: en el de Alicante en 1331: en el de Algeciras en 1342: épocas anteriores a las que nos señalan los escritores extranjeros: pues ni Muratori encuentra autoridad anterior al año de 1344, que demuestre cuan frecuente era ya en Italia el uso de las armas de fuego, ni Ducange halla apoyo anterior a 1338 para suponer establecido en Francia el uso de la pólvora y de los cañones. Lo que parece más verosímil en este asunto, es que los árabes de la Península la usasen en sus ejércitos y plazas desde antes del siglo XIV: que nos comunicasen estos conocimientos y que de nosotros pasasen al resto de la Europa.

20.º Es verdad que nuestro cronista Pedro Mexía, y el P. Fr. Gerónimo Román en sus Repúblicas del mando, citando el testimonio de D. Pedro obispo de León en su crónica de Alonso VI, suponen ya en uso la artillería a bordo de las embarcaciones en el siglo XI109; pero esta opinión parece en extremo infundada y poco sólida, porque prescindiendo del valor que quiera darse a la autoridad en que se apoya, como lo indican tratando de aquel antiguo prelado y escritor los doctos Agustinianos Flórez y Risco110, lo natural es que el uso de la pólvora y artillería comenzase en los ejércitos y plazas, y que mediase algún tiempo hasta verlo adoptado en la mar; pues como hemos visto, exigía para esto una combinación de otros conocimientos, que no podían dejar de ser fruto de la experiencia y de la observación. Así es, que después del uso que se hizo en las guerras terrestres, las primeras tentativas fueron probablemente para la defensa de los puertos, como se ve en la de Barcelona el año de 1359 donde una nao de las que defendían su entrada, con los tiros de una lombarda derrotó los castillos de otra castellana llevándole un pedazo del palo mayor según refiere el Rey D. Pedro IV de Aragón en las memorias que escribió de su vida. Usada ya la artillería de este modo, fue muy natural y sencilla su aplicación para defensa de las propias naves en la mar, y sostener con mayor vigor y ventajas los combates navales; y si hemos de dar fe a los escritores extranjeros, que por lo general no son pródigos en adjudicarnos lo que puede redundar en nuestra gloria, la primera vez que se usó de la artillería en la mar fue por los españoles en la batalla naval dada a los ingleses, delante de la Rochela, en 23 de junio de 1371, mandando el almirante Micer Ambrosio Bocanegra las doce galeras que Enrique II había enviado en ayuda del Rey de Francia, las cuales pelearon con treinta y seis naos inglesas, bien pertrechadas y defendidas por muchos caballeros y hombres de armas, que iban a hacer la guerra en Francia, conduciendo con este objeto un tesoro considerable. El valor y ardimiento de los castellanos, su pericia en la maniobra y en el manejo de las armas de fuego, decidieron la victoria tan completamente a su favor en dos sangrientas acciones, que las fustas enemigas fueron todas rendidas, quemadas o echadas a pique, y la armada victoriosa entró en nuestros puertos trayendo como en triunfo ocho mil prisioneros, y entre ellos su general Pembroch: que todos fueron presentados a Enrique II que a la sazón se hallaba en Burgos; y ésta es la primera vez, dice un táctico francés de nuestros días, que hacen mención las historias francesas del uso del cañón en los combates navales111. Sin embargo no ha faltado quien contradiga esta opinión recientemente; pero la autoridad de Froisart, historiador francés contemporáneo que usó de la voz canons describiendo las varias armas que llevaban y manejaron entonces los españoles, como lo había usado antes, del mismo modo, el continuador de la crónica de Guillermo de Nangis, hablando de instrumentos bélicos y de sucesos de los años de 1356, debe disipar toda duda; siendo cierto, como observó el Sr. Capmany, que los franceses desde tiempo antiguo acostumbraron a llamar canons, a todas las armas o máquinas bélicas de fuego: denominación que introducida por ellos en Italia en tiempo de Luis XII se ha hecho general en Europa para dar a conocer la artillería moderna.

21.º A medida que la ciencia naval se mejoraba con estos auxilios, se perfeccionaban otros ramos de ella igualmente necesarios. Faltaba establecer el punto o situación de la nave en cualquiera día y hora que se necesitase y en medio de los mares, donde no hay objetos que puedan prestar este conocimiento como a la vista de las costas: eran precisos a este fin instrumentos para observar los astros y tablas de sus declinaciones y movimientos, para determinar la latitud y encontrar medio de hacer aplicable en la mar el uso del astrolabio; pues que en los continuos balances y movimientos de un bajel, no podían tener las observaciones la exactitud que en tierra; y era así mismo indispensable la formación de cartas hidrográficas para conocer por ellas la situación o punto deducido de aquellas observaciones, y poder seguir desde él la derrota con acierto y mayor seguridad. Aunque algunos dicen que Tolomeo inventó ciertas tablas y un instrumento con que se determinaba la latitud en alta mar, lo que antes de él se hacía solo en tierra, midiendo la longitud o extensión de la sombra meridiana en el solsticio del verano, sin embargo es muy cierto que cuando Bartolomé Díaz siguiendo los descubrimientos de la costa de África tomó tierra en la bahía de Santa Elena, antes de montar el cabo de Buena Esperanza a los cinco meses de su salida de Lisboa, fue con el objeto de hacer aguada y de tomar la altura del sol; porque como hacía poco tiempo que los marinos portugueses (según dice Juan de Barros) se aprovechaban del uso del astrolabio para esta manera de navegar y los navíos eran pequeños, no confiaba aquel descubridor poder tomar la latitud dentro de ello si a causa de su arfar o cabecear que es el movimiento que hacen levantando y sumergiendo alternativamente, la proa y la popa; principalmente con un astrolabio de palo de tres palmos de diámetro que armaban en tres barrotes a manera de cabria, para asegurar y conocer mejor la línea solar y saber con más exactitud la verdadera altura de aquel lugar, puesto que llevasen otros astrolabios más pequeños de latón: tan rústicamente comenzó esta arte que tanto fruta ha dado después a la navegación. Y porque en este reino de Portugal (continúa Barros) se halló el primer uso del astrolabio en la navegación y será bien decir en este lugar cuando y por quien fue hallado, pues no es de menos loor este su trabajo que el de otros inventores que hallaron cosas provechosas para uso de los hombres. En el tiempo que el Infante D. Enrique comenzó el descubrimiento de Guinea, toda la navegación se reducía a seguir la dirección de la costa, de la cual se tomaban las señales y enfilaciones para hacer derroteros como aún se usan; y este método bastaba para aquel modo de descubrir. Pero después que los mismos marinos quisieron navegar lo descubierto, perdiendo la costa de vista y engolfándose en alta mar, entonces conocieron los engaños y errores a que los exponían, la estima y juicio de las singladuras o del camino de la nave en cada veinte y cuatro horas; ya por razón de las corrientes, del abatimiento y de otros fenómenos de la mar. Para corregir estos errores y asegurar más la navegación, convocó y reunió el Rey D. Juan II de Portugal a maestre Rodrigo y a maestre Josef, judío; ambos sus médicos, y a un Martín de Bohemia afamado astrónomo que se gloriaba de ser discípulo de Juan de Monterregio, los cuales hallaron la manera de navegar por la altura del sol, de que hicieron tablas para la declinación, como se usa ahora entre los navegantes; aunque con mayor perfección y exactitud que cuando comenzó y servían aquellos grandes astrolabios de palo112.

22.º Más discordes y menos atinados han estado los escritores que han pretendido investigar el origen de las cartas marinas o hidrográficas, porque confundiéndolas con las geográficas, sin conocer ni examinar los elementos de su diversa construcción, han pretendido darles una antigüedad muy remota. Quien asegura que Eolo dio a Ulises una carta marina trazada en la piel de un carnero: quien que cierto marino llamado Demócedes el crotoniaco, presentó a Darío las cartas que por su orden había levantado y representaban las bahías, cabos, puertos y fortalezas marítimas de Grecia: quien encuentra en Eliano y Aristófanes noticias de mapamundis ya en tiempos de Sócrates: quien finalmente confesando que fueron desconocidas de los griegos las cartas marinas, halla un pasaje de Propercio que le inclina a creer, que ya eran usadas en tiempo de este poeta113. Es indudable que los más antiguos conquistadores y viajeros, delinearon geométricamente sobre una carta los lugares o países que sometieron o visitaron, según su extensión medida o computada, y conforme su respectiva situación; y que Hiparco y Tolomeo determinaron ésta, con respecto a su distancia del ecuador y de un meridiano; esto es, según su latitud, y longitud. Estas cartas fueron sin embargo muy imperfectas, porque eran pocos los países de la tierra que aun se conocían; y así se fueron mejorando según se multiplicaron los descubrimientos y observaciones de los viajeros y navegantes. Conocióse la esfericidad de la tierra; y por consiguiente en todas sus vistas y proyecciones resultaron representados los meridianos, por líneas curvas o por rectas que concurren en el polo; y como la línea loxodrómica, que en dichas cartas formarían los rumbos y distancias de una nave, se representaría también por una curva, y esto sería muy embarazoso y complicado para la resolución de los problemas y cálculos de las derrotas: provino de aquí la necesidad de inventar las cartas marinas o hidrográficas llamadas planas, en que señalándose los meridianos paralelos debían resultar rectas las líneas de los rumbos; y si bien no carecen de los errores que dimanan de suponer iguales los arcos de paralelos que no lo son, como este defecto es casi imperceptible en mares de corta extensión, y en pequeñas latitudes y travesías; esta ingeniosa invención, que aún es de frecuente uso en tales casos, bastaba para los descubrimientos y navegaciones que se hicieron en el siglo XV, especialmente cuando facilitaban tanto la solución de los problemas náuticos.

23.Varios escritores y recientemente el continuador de Montucla114, han atribuido este descubrimiento al Infante D. Enrique de Portugal sin percibir las contradicciones en que incurrían por su misma narración. Hablando Barros de los progresos que, por dirección de aquel ilustre Príncipe, hacían los navegantes portugueses en la costa de África, dice: «En lo cual no solamente dispuso las cosas para su buen éxito, sino que hubo por su parte mucha industria y prudencia para conseguirlo: porque para este descubrimiento mandó venir de la isla de Mallorca un maestre Jácome, hombre muy docto en el arte de navegar, que hacía cartas e instrumentos, al cual le costó mucho para traerlo a este reino a fin de enseñar su ciencia a los oficiales portugueses115.» Y como el Infante no solo se había aplicado con empeño al estudio de las matemáticas y especialmente al de la geografía, sino que su palacio fue una academia de sabios astrónomos y hábiles geógrafos, a quienes atraía con su generosidad y magnificencia, y honraba con su familiaridad y buen trato116; era regular que los buscase en los países donde se cultivaban estas ciencias para aplicar sus doctrinas a la navegación. Infiérese de aquí que pues el maestre Jayme era docto en ella y sabía construir cartas marítimas, no pudo dejar de haber adquirido estos conocimientos en la isla de Mallorca su patria, y en la marina de Aragón, Cónstanos en efecto que el catedrático de Mallorca Pedro Juan Lobet que murió en 1460, y a quien tanto honró el Rey D. Alonso, escribió entre otros libros uno de astronomía, y que las matemáticas se cultivaban en aquella isla según el sistema y método de Lulio, el cual ya nombró la carta el compás y la aguja entre los instrumentos que necesitaban los marineros para sus navegaciones117. Pero sobre todo tenemos noticias de otras cartas planas anteriores y coetáneas de varios marinos mallorquines, catalanes o valencianos, que bastan a comprobar que esta invención es anterior al establecimiento de la academia del Infante de Portugal.

24.º En el archivo de la Real Cartuja de Val de Cristo junto a Segorbe se conserva una carta hidrográfica plana con una inscripción con letras de oro de carácter monacal, que dice así: Mecía de Viladestes me fecit anno MCCCCXIII. Acaso (dice el P. Villanueva que reconoció y describió este precioso documento), sería mallorquín el autor y se llamaría Macía que es Matías; pero no pudo averiguar si el apellido era tomado de algún pueblo nombrado Destes. La carta está trazada en un pergamino entero de cinco palmos de largo y cuatro de ancho, comprende todo lo descubierto hasta aquel tiempo: es a saber, las costas de Europa y las de África hasta la Guinea, y los confines del Asia. Por el occidente las Canarias e islas de Cabo Verde. Las costas de España están más demarcadas que las otras. Pinta también en su lugar algunas constelaciones celestes, y en cada reino el escudo de sus armas, y en los de África y Asia sus reyes con una noticia histórica muy sucinta, escrita en Lemosín, de su poderío, costumbres etc. más abajo de las islas de Cabo Verde señala la embocadura de un río, que llama del Oro, al cual en los mapas modernos no puede corresponder otro que el llamado Gambía. Frente a su embocadura está pintado un barco con dos timones y la proa hacia el África, y bajo de él estas palabras que traducidas del lemosín al castellano, suenan así: Partió el bagel de Jaime Ferrer para ir al río del Oro el día de S. Lorenzo que es a 10 de agosto; y fue el año 1346. El P. Villanueva sospecha que este piloto pudo ser el mismo maestro Jaime que el Infante D. Enrique llamó para ir a su academia de Sagres, a enseñar su ciencia a los oficiales portugueses hacia el año de 1415; pero no parece regular que setenta y cuatro años después de aquel viaje estuviese en aptitud para ser llamado a Portugal, con el objeto de desempeñar una enseñanza tan importante y delicada, en medio de una nación la más ejercitada entonces en la práctica del pilotaje118. Posteriormente se ha encontrado en París un Atlas catalán del siglo XV, el más antiguo que se conoce, y ha publicado Mr. J. A. Buchon, y que hará parte del tomo XII de las noticias y manuscritos de la biblioteca del Rey, que publica la Academia de Inscripciones y Bellas Letras; y la tercera carta de este atlas singular, es al parecer la misma que se halla en la Cartuja de Val de Cristo y describe aquí el P. Villanueva; pues acredita también el viaje de Jaime Ferrer a explorar las costas de Guinea en el año de 1346, representando el bajel en que iba este navegante y a su lado este letrero:

Partich luxer dñ Jac, Ferer per mar al riu de lor al gorn de
Sen Lorens qui es a de agost, y fo en lan m.cccxlvj



Este viaje según los eruditos franceses que dieron noticia de él, precedió 29 años a la expedición que salió del puerto de Dieppe en 1375119. Mr. de Malte Brun había ya examinado esta carta escrita en castellano y existente en la Biblioteca Real de París n.º 6816120.

25.º Otra carta hidrográfica plana muy semejante a ésta, aunque maltratada, dice el P. Villanueva haber visto en la biblioteca del monasterio de S. Miguel de los Reyes de Valencia, que aunque estaba roto el pedazo donde expresaba el año en que se formó, conjetura por la semejanza total con la anterior y por sus inscripciones lemosinas, que es obra del mismo tiempo y aun de la misma mano; y fruto de las tareas de nuestros marinos de los siglos XIV y XV121.

26. Más conocida ha sido de nuestros escritores la carta que compró en Florencia el Sr. D. Antonio Despuig, y era un pergamino de cinco palmos de largo con toda la explicación en lengua mallorquina, y una inscripción que decía: Gabriel de Valseca lá feta an Malorcha, any MCCCCXXXVIIII. De cuya carta hizo tanto aprecio Américo Vespucio, que según una nota que se ve en su dorso la pagó en ciento treinta ducados de oro de marco. Contiene los reinos y provincias de Europa, de Asia y África con varias noticias de sus usos y costumbres: describe los puertos y lugares de todas las costas del Mediterráneo y de todo levante. A la parte del norte, del mediodía, de oriente y de poniente, coloca unos círculos representando otras tantas rosas náuticas con las líneas de los vientos que salen de ellas. Por la costa de África fuera del estrecho de Gibraltar hacia el sur, señala todos los pueblos y cabos principales desde Arcilla al río del Oro: prueba de que solo hasta allí llegaban los descubrimientos de su tiempo. Fuera del estrecho y a su parte occidental coloca algunas islas con esta nota: Aquestas Illas foren trobades per Diego de Guullen, pelot del Rey de Portogal, an lany MCCCCXXVII122.

27.º Otra carta náutica obra de algún español por estar escrita en castellano, se halló en Italia el año 1789 y describió Borghi, siendo según conjetura Cladera algo anterior al año 1430. Así se engañan (dice este escritor) los que fijan el origen de las cartas geográficas y náuticas hacia el año 1460, añadiendo, que la primera se presentó al Infante D. Enrique en 1457 por Fr. Mauro Camaldolense. Este religioso había hecho por orden del Rey de Portugal un mapa universal en un plano circular de cerca de veinte palmos de diámetro; y Toscarini expresa algunas pólizas de cantidades pagadas por orden de aquel soberano a FT. Mauro o a su monasterio, añadiendo el docto D. Juan Andrés que este mapa según el testimonio de Ramusio, se sacó y copió la primera vez de una muy antigua y bella carta de marear, y de un mapa universal que habían traído del Catay Marco Polo y su padre. Si efectivamente fue así, las cartas de estos viajeros son muy anteriores al Atlante o colección de diez mapas hidrográficos formada en pergamino por el veneciano Andrés Bianco en 1436, que existe en la biblioteca de S. Marcos de Venecia, donde la examinó el mismo D. Juan Andrés durante su viaje por Italia123. El primer mapa contiene una rosa de los vientos con la firma del autor y el año en que se hizo. En otro se representan las costas de España y África, y hacia el fin de la parte occidental una isla mayor que las otras con el nombre de Antilla, que también se nota en otros dos mapas aun más antiguos de la biblioteca de Parnia: isla que no puede confundirse con las Canarias, ni con, las Azores, que señala en sus propios lugares aunque con diversos nombres. De todos modos estas cartas son anteriores a las que se suponen inventadas en la academia de Sagres.

28.º Si a estas noticias históricas acompañasen otras más circunstanciadas sobre los principios o el artificio de la construcción de las cartas que se citan, pudiéramos inferir con seguridad si eran solo geográficas o marítimas con los meridianos paralelos como los tienen las cartas planas; pues esta invención de que hacían uso los navegantes cuando apenas se apartaban en sus derrotas de la vista de la tierra, debió ser propia y aun antigua entre las naciones marítimas del Mediterráneo; y tales serían las cartas que llevaban los pilotos en el siglo XIII según las prevenciones de Raimundo de Lulio124. Ciertamente parece muy verosímil que los marinos de las repúblicas de Italia y en especial de la corona de Aragón, inventasen o perfeccionasen las cartas planas, no solo por la pericia náutica que los distinguió en la media edad, sino por ef empeño con que los atraía a su academia el Infante D. Enrique, como hombres singulares en esta habilidad y por el aprecio que el mismo Américo Vespucio hizo de la carta trazada en Mallorca por Gabriel de Valseca en 1438; época también anterior a la que se señala del origen de estas cartas en Portugal.

29.º Comprueba estas conjeturas la particular aplicación y eficaz diligencia con que los Reyes de Aragón fomentaron y protegieron todos los conocimientos que contribuían al esplendor y poderío de su marina. Cónstanos que Pedro de March, tesorero de Don Jaime II, compró para este soberano en el año de 1323 un libro de navegar por el precio de veinte y cinco sueldos barceloneses, que hacen unos ciento sesenta rs. de vn.; valor que indica contendría algunos mapas marítimos o vistas de las costas. Favoreció este monarca magnánimamente todos los conocimientos literarios y científicos, ya procurando que sus súbditos los adquiriesen en la ilustrada Italia para radicarlos en su país, ya fundando con autoridad pontificia la universidad de Lérida, para donde trajo preceptores muy eminentes de todas partes: dispensándoles notables privilegios con el fin de favorecer las letras de este modo. En los inventarios de los pertrechos que entraban en la dotación de las galeras del Rey D. Pedro el IV el año 1359, se manda lleve cada una dos cartas de navegar; y en el catálogo de la librería del Rey D. Martín que murió en Barcelona el año de 1410, y ascendía a seiscientos volúmenes, se expresa uno titulado Libre sobre la carta de navegar, escrito en catalana y escrito en papel de Játiva: otro Libre de les naus, y otro Libre de la ordenació de la mar: por donde se ve que los catalanes y aragoneses no solo usaban ya en el siglo XIV de cartas de navegar, sino que tenían tratados escritos en su propia lengua sobre el uso y construcción de estas cartas, que diferenciaban, según parece, de las geográficas. Después de estos monarcas reinó D. Alonso y que mereció el renombre de Sabio: por su continuo estudio de los escritores clásicos de la antigüedad, por su trato familiar con los hombres más doctos de su tiempo que reunía en su palacio, por la protección que les dispensaba, y por haber sido tan excelente matemático que inventó el modo de conducir y pasar la más gruesa artillería por montañas casi inaccesibles. No hubo ciencia alguna de que no tuviese por lo menos un mediano conocimiento. ¿Y qué diremos del desgraciado Príncipe de Viena, que amante de las buenas letras y de los literatos más insignes, con quienes conservó erudita correspondencia, no solo cultivó la poesía e ilustró la historia de su reino y sino que entregado a los estudios científicos, filosóficos y políticos, tradujo al castellano las Éticas de Aristóteles? Esto prueba que los Príncipes de Aragón no solo cultivaron por sí mismos la literatura y las ciencias, sino que supieron extenderlas en sus dominios, aplicándolas ventajosamente a las profesiones que como la marina influían más en su prosperidad interior, y en el respeto y consideración que supieron adquirirse de las demás naciones.

30.º La monarquía castellana presentaba entonces un aspecto muy diferente. El siglo XIV y la mayor parte del inmediato fueron en ella tan fecundos en teólogos, en canonistas, en expositores sagrados, en jurisperitos, en alquimistas, y aun en trovadores e historiógrafos, como estériles e ingratos para las matemáticas y las ciencias que dependen de sus principios. Las artes de imaginación, especialmente la poesía, se adoptaban más a las costumbres militares y caballerescas de aquellos tiempos. La guerra era la ocupación casi exclusiva de los nobles; las justas y torneos, y tal vez la caza, sus diversiones y pasatiempos; la galantería y el amor sus pasiones predilectas, y sus recompensas y preferencias aun por las damas estaban reservadas al más valiente o al más diestro y distinguido en aquellos ejercicios. El Rey D. Juan II de Castilla recibió una educación esmerada: poseía con perfección la lengua latina: gustaba mucho de leer historias y libros de erudición: conversaba cuerda y razonablemente, y tenía tino y discernimiento para conocer los hombres: placíale oír a los que mejor hablaban, y notaba lo que oía: así como en las trovas o decires rimados advertía sus vicios y los corregía con acierto. Entendía y usaba bien el arte de la caza y el de la música, cantando y tañando con primor y gracia. Justaba con gallardía y era muy lucido en los juegos de cañas; pero entregado casi exclusivamente a estas obras entretenidas y deleitosas, llegó a ser negligente. remiso y descuidado en la gobernación del reino125. Su afición a las letras se comunicó a los cortesanos, y a su sombra y casi de su mismo palacio salieron los escritos históricos, poéticos y morales de Pedro López de Ayala, Fernán Pérez de Guzmán, el marqués de Santillana, Fernán Gómez de Cibdareal y principalmente de Juan de Mena y de tantos trovadores como ocupan los cancioneros de aquel siglo. Por otra parte la vasta doctrina y la ilustración en materias eclesiásticas, en teología, en ambos derechos, en filosofía moral del cardenal de S. Sixto Don Juan Torquemada, del de S. Angulo D. Juan de Carbajal, del famoso Tostado obispo de Ávila, de los de Burgos D. Pablo y D. Alonso de Santa María, no bastaron a disipar las tinieblas de la ignorancia del clero, que llegó a ser tan reprensible y escandalosa como la pinta el arcediano de Valderas en el prólogo de su obra intitulada Sacramental, escrita desde 1421 a 1423: como se infiere de las actas del concilio de Aranda celebrado en 1473, y de las constituciones que hizo algunos años después para su iglesia el obispo de Badajoz D. Juan Rodríguez de Fonseca126. Casi lo mismo pudiera decirse del reinado de Enrique IV: Príncipe que era gran músico, cantaba y tañía con mucha gracia, y se le notaba también en las conversaciones generales; pero todo lo oscureció su carácter flojo e indolente para la gobernación de los negocios públicos127. No había llegado aun la sazón para cultivar las ciencias exactas y naturales; y dos o tres excepciones que pudieran hacerse prueban más bien el desprecio o la indiferencia con que eran mirados estos conocimientos. Del Tostado dice Pulgar hablando de los que poseía en varias materias y en la filosofía natural y moral. «E así mismo en el arte del astrología e astronomía no se vido en los reinos de España, ni en otros estraños se oyó haber otro en sus tiempos, que con él se comparase.» Éstos y otros estudios los adquirió en la universidad de Salamanca siendo todavía joven128. No hizo ciertamente adelantamientos en estas ciencias, no ensanchó los límites de sus dominios, no mejoró los métodos de su enseñanza; pero supo (dice un panegirista suyo) «de 20 años todo cuanto en los tiempos pasados se había sabido, y todo cuanto estaba olvidado ya en el suyo; y haciéndose superior a sus coetáneos, a sus obras a sus ideas y a su siglo, preparó la aurora para la superioridad del nuestro. Colocadle en la antigua Grecia y hubiera sido un Aristóteles: colocadle en la antigua Roma y hubiera sido un Varrón: colocadle en la Europa moderna y hubiera sido un Lelbnitz129.» Singular fue para aquel tiempo la afición del arzobispo de Toledo D. Alonso Carrillo, a hacer experimentos para averiguar las propiedades de las aguas y de las yerbas y otros secretos de naturaleza, porque al cabo estas experiencias y observaciones eran las que habían de adelantar algún día la física, la química y la botánica; pero es todavía más singular, que esta afición procediese del deseo de adquirir grandes riquezas para ejercitar más su esplendidez y liberalidad, por cuyo motivo se aplicó muchos años al arte de la alquimia y a buscar tesoros y mineros, gastando en esto mucho tiempo y gran caudal, con mengua de su reputación y aumento de sus empeños, necesidades y pobreza130. Mayor fue la nombradía que tuvo entonces D. Enrique, Marqués de Villena, último vástago de la casa Real de Aragón, naturalmente inclinado a las ciencias y artes que estudió desde su infancia, sin maestros y aun contra la voluntad de sus parientes; y que fue tan instruido en hablar diversas lenguas como en la elocuencia y poesía, en la historia y matemáticas, y en la filosofía natural y astronomía. Su retiro y su aplicación a las letras le hizo pasar por inhábil para la guerra y negocios civiles, y aun para los domésticos: sus obras matemáticas y químicas, sus observaciones astronómicas, sus experiencias físicas y sus descubrimientos químicos le granjearon el concepto de nigromántico o encantador, y por lo menos era vulgarmente conocido por el astrólogo: fama y concepto de que abusaron muchos personajes de la corte para desacreditarle con su sobrino el Rey D. Juan II, quien al mismo tiempo que era tan apasionado a las letras, y que gustaba de metrificar y de corregir los versos de otros poetas, mandaba quemar los libros de su tío por mágicos e de artes no cumplideras de leer, como escribía con mucho donaire el bachiller Cibdareal al docto poeta Juan de Mena131. Éste, con menos preocupaciones llamaba a D. Enrique honra de España y de su siglo, y lloraba su pérdida como un tesoro desconocido de sus coetáneos. Píntale cultivando las ciencias, ya observando el movimiento y situación de los astros, ya midiendo su curso y las órbitas que describen, ya investigando la causa de estos fenómenos y de su fuerza e influjo en nuestro planeta, ya examinando la naturaleza y origen de los truenos y de los rayos, ya cultivando al mismo tiempo la poesía, la elocuencia y otros ramos de erudición132. Tal vez sus predicciones astronómicas, sus experiencias físicas, o los resultados químicos de algunas combinaciones de sustancias naturales, causaron tal asombro y escándalo en el vulgo y en los que apadrinaban su ignorancia, que no bastó a D. Enrique (como decía Cibdareal ) ser tío del Rey para libertar a sus libros de ser quemados públicamente, como lo fueron muchos de ellos en el claustro de Sto. Domingo el Real de Madrid de orden del Rey, por su confesor el obispo de Segovia Fr. Lope Barrientos, dominico y gran teólogo; que era su confesor y maestro del Príncipe, y según dice el Bachiller Cibdareal médico del Rey, sin verlos ni entenderlos. Sobre lo cual nuestro ilustrado crítico el P. Feijoo, examinando este mismo acontecimiento dice133. «A un mero teólogo lo mismo es ponerle un libro matemático en la mano, que el Alcorán escrito en la mano a un rústico. No es esto lo peor, sino que a veces, sin entender siquiera de que trata, juzga que lo entiende. En el siglo en que vivió Enrique de Villena, apenas habría un teólogo que abriendo un libro, donde hubiese algunas figuras geométricas, no las juzgase caracteres mágicos y sin más examen le entregase al fuego. En efecto esto ha sucedido algunas veces.» Refiere lo que había leído en la Mothe le Vayer de un francés llamado Ganest que a principios del siglo XVII viendo las figuras de un Mss. donde se explicaban los Elementos de Euclides, se imaginó que era de nigromancia y echó a correr despavorido, pensando que le acometían los demonios, de cuyo susto murió; y continúa Feijoo: «Si en Francia y en el siglo pasado sucedió esto ¿qué sería en España tres siglos ha? Así juzgo harto verosímil, que el prelado a quien se cometió la inspección de la biblioteca de Enrique, iría abriendo y ojeando a bulto los libros, y todos aquellos donde viese figuras geométricas, sin más examen, los iría condenando al fuego como mágicos.» Por la misma causa fue perseguido, condenado y preso Rogerio Bacon en el siglo XIII en Inglaterra, y poco después tuvieron igual suerte en Italia Pedro de Albano, médico célebre que escribió un tratado sobre el astrolabio, y Checo Dascoli, profesor de matemáticas en Bolonia, que compuso un comentario sobre la esfera de Sacro Bosco, pues ambos acusados, por esto, de mágicos y herejes, fueron quemados, el primero en estatua y el segundo personalmente el año 1328. La ignorancia de los tiempos confundía la verdadera ciencia con la vana y supersticiosa, y la propensión natural del espíritu humano a lo extraordinario y maravilloso fomentaba aquella preocupación. Para no incurrir en ella es preciso conocer, que la astrología se tomó antiguamente en la misma acepción y significado que hoy la astronomía por el conocimiento del cielo y de los astros: que después la palabra astrología se aplicó solo al arte de predecir los acontecimientos futuros, por los aspectos, las posiciones y las influencias de los cuerpos celestes: que se dividió en natural y judiciaria: la primera fue el arte de pronosticar los efectos naturales, como la mudanza de los tiempos, los vientos, lluvias, tempestades, truenos y otros semejantes; y como vemos que la situación y los movimientos del sol ocasionan las estaciones, el frío, el calor, etc., y que la luna influye en las mareas, no podemos dudar que las emanaciones de los cuerpos celestes contribuyen inmediatamente a la rarefacción y condensación, y por consecuencia a la generación y corrupción que padecen los cuerpos físicos. En este sentido la astrología natural es propiamente una parte de la física, o filosofía natural fundada en observaciones y experiencias, que han producido muchos instrumentos como el barómetro, el termómetro y otros, que anuncian o miden los grados de humedad, calor, frío y otras alteraciones de la atmósfera. La astrología ludiciaria, que ahora se entiende con el solo nombre de astrología, es el vano y pretendido arte de anunciar los acontecimientos morales antes que sucedan, esto es, aquellos que dependen de la voluntad y de las acciones libres del hombre; como si los astros tuviesen sobre él alguna autoridad o poderío134. Su origen es muy antiguo, pero nosotros lo heredamos más bien de los árabes. Muchos príncipes se aficionaron crédulamente este estudio, y Tiberio en Roma, Catalina de Médicis, Enrique III y Enrique IV en Francia, el Rey D. Pedro IV el Ceremonioso en Aragón, el famoso Condestable de Castilla Rui López Dávalos y otros hombres ilustres, gustaron de oír y tener consigo tales agoreros, o quisieron serlo ellos mismos entregándose a vaticinios tan supersticiosos, que es un yerro (dice Pulgar hablando del Condestable) en que muchos grandes se engañan. No sería, pues, extraño que Bacon, el Marqués de Villena y otros varones doctos se hubiesen engañado también, participando de este influjo dominante aun en tiempos muy posteriores; porque tal es la condición humana, que los talentos más despejados y penetrantes suelen no sobreponerse a las preocupaciones que recibieron en la educación, cuando su imperio es general y se ven canonizadas con el ejemplo de otras personas respetables.

31.º Dos acontecimientos muy notables que coincidieron casi a mediados de aquel siglo, hicieron sin embargo variar el aspecto de la literatura y de las ciencias, y el de la política de todas las naciones del occidente. La pérdida de Constantinopla y la invención de la imprenta. Ya desde fines del siglo XIV comenzaron a refugiarse en Italia algunos griegos, viéndose continuamente oprimidos y vejados por los turcos, que amenazaban a cada paso la total ruina de su imperio. Este concurso creció cuando se celebró el concilio de Florencia; y por último, asolada la Grecia y tomada Constantinopla el año 1453, fue mucho mayor el número de sabios de aquella nación, que abandonando su patria se avecindaron en las principales ciudades de Italia, donde abrieron escuelas que fueron los manantiales de la ilustración europea en los siglos posteriores. Mucho contribuyó para ello el gran D. Alfonso V de Aragón, Rey de Nápoles, que habiendo formado una exquisita biblioteca de preciosos códices y libros inéditos, mandó y cuidó que se trasladasen al latín cuantos contenían las obras magistrales de la antigüedad. Con la enseñanza de la lengua griega mejoraron los doctos, refugiados el estudio de la latina, a la cual tradujeron muchos de sus autores, desconocidos hasta entonces: porque en su voluntario destierro trajeron consigo sus obras manuscritas, para librarlas de la barbarie de los conquistadores. La imprenta, que comenzaba entonces, las hizo más comunes, y los Elementos de Euclides y la Geografía de Tolomeo fueron de las primeras obras que honraron las prensas extranjeras, mientras que el tratado cosmográfico de Pomponio Mela sobre la situación del orbe135, y las obras científicas de Lulio, daban principio y fama a las imprentas de Valencia y Barcelona. Los españoles que residían en Italia, y en especial los del colegio de Bolonia, que estaba muy floreciente, se aprovecharon de esta aurora de ilustración en beneficio de su patria, para mejorar o adelantar en ella los conocimientos que habían cultivado los árabes. Antonio de Nebrija que después de haber estudiado cinco años en Salamanca las ciencias matemáticas con un tal Apolonio, las físicas con Pascual de Aranda, y las éticas con Pedro de Osma, pasó a Italia a los 19 años, se apoderó de las nuevas luces que esparcían los orientales; y perfeccionado en los conocimientos que adquirió en España, acrecentados con el de las lenguas griega y hebrea, recorrió todo el círculo de la erudición, y volvió a ser el restaurador de la lengua latina, de las humanidades y de las ciencias. Antes del año 1491, imprimió un tratado de cosmografía, dirigido a D. Juan de Zúñiga arzobispo de Sevilla, desempeñado con tal acierto y primor, que no tuvo igual ni semejante por entonces136: fue el primero que hizo observaciones y experiencias para medir la extensión del grado terrestre, hallando que tenía 62 ½ millas ó 62.500 pasos geométricos; como lo había hecho Oroncio Fineo caminando de París a Tolosa, corrigiendo así la extensión que hasta entonces se señalaba137. Para hacer esta medida con mayor exactitud, trabajó antes con mucha inteligencia, en fijar el tamaño o valor del pie español, midiendo el circo y naumaquia de Mérida, y después las distancias entre los mármoles puestos en el camino de la plata, desde aquella ciudad a la de Salamanca138. Compuso e imprimió una tabla muy curiosa de la diversidad de los días; y las horas y minutos que tenían de aumento y disminución, en varios pueblos de España y de Europa, según sus paralelos y latitudes respectivas: rebatiendo algunos errores populares sobre este asunto, definiendo los vocablos cosmográficos de que se vale, dando señas para el uso de las tablas, y aclarándolo e ilustrándolo todo con ejemplos, y con aplicaciones al arreglo de los relojes. También escribió sobre los pesos, con suma doctrina y erudición en 1511, su repetición 7ª recitada en la universidad de Salamanca, donde indica haber tratado el año anterior sobre medidas; y finalmente, en varios de sus opúsculos ilustró algunas materias cosmográficas, con suma maestría y elegancia. El valenciano Juan Escriba, que sirvió a los Reyes de Aragón D. Juan II y a su hijo D. Fernando el Católico, en la guerra y de embajador en Nápoles, fue doctísimo en las matemáticas, y a instancia suya trabajó Gerónimo Torrellas, médico de la Reina de Nápoles Doña Juana de Aragón, la obra de Imaginibus Astrologicis que publicó en 1496, para utilidad no solo de los médicos, sino de los literatos. Instruido en las lenguas griega y arábiga, se graduó a los veinte años en la universidad de Sena de maestro de artes y doctor en medicina, y escribió además otras obras sobre el movimiento de los cielos, y sobre el flujo y reflujo del mar. Su padre se distinguió también por su instrucción en las matemáticas: y su hermano Gaspar Torrellas, que fue médico de los Papas Alejandro VI y Julio II, se dio a conocer en Italia por su obra de los cometas y de los eclipses del sol y de la luna, que se imprimió en Roma año, de 1507139. Como la imprenta multiplicaba los escritores clásicos de la antigüedad, su estudio se hizo más común, y limitada la lectura a un corto número de autores, era más provechosa su doctrina: porque ni estaba oscurecida con las cavilaciones y sutilezas de los comentadores y sofistas, ni la meditación se disipaba entre tantos millares de volúmenes, como ahora abruman el espíritu sin ilustrarle. Por este medio pudo Cristóbal Colón después de sus primeros estudios de aritmética, geometría y astrología, dedicarse a la navegación desde la edad de 14 años, y recorrer el Archipiélago y mar de levante, el de poniente, el de Fislandia al norte de Inglaterra, la costa de Guinea, y las islas de la Madera y Puerto Santo, tratando en todas partes con gente sabia de diferentes sectas y naciones, y procurando con afán leer los libros de cosmografía, historia, filosofía y otras ciencias, que a merced de la imprenta era ya más fácil su adquisición y su estudio. En ellos, y en sus conferencias con los portugueses, entre quienes se estableció, halló noticias que ensancharon la esfera de sus conocimientos náuticos, y le inspiraron sospechas de la existencia de nuevas o desconocidas tierras navegando al occidente de España: ideas que confirmaban no solo su reflexión sobre la esfericidad de la tierra, sino la autoridad de varios escritores y cosmógrafos antiguos como Estrabón, Marino Ctesias, Onesicrito, Nearco, Plinio, Alfragano, Aristóteles apoyado por Averroes, Séneca, Solino y algunos viajeros posteriores: unos ponderaban la extensión del Asia por oriente desconocida aun en aquella parte: otros disminuían la redondez de la tierra, para hacer más cercano aquel límite navegando por occidente: otros aseguraban que de Cádiz a las Indias podía pasarse en pocos días siguiendo aquella dirección: y no faltaba quien, como Séneca, pronosticaba el descubrimiento de nuevos mundos. Estos conocimientos combinados con algunos indicios que adquirió Colón de varios marineros o habitantes de las islas del Océano, le dieron todas las seguridades de su propuesta: que acogida y patrocinada por los Reyes Católicos, después de sufrir las contradicciones ridículas de sofistas ignorantes y orgullosos, aunque sostenidas y apoyadas por los religiosos dominicos de S. Esteban de Salamanca, en cuyo convento se celebraron el año 1486 las juntas de astrólogos, y matemáticos; donde proponía Colón sus conclusiones y las defendía, y con el favor de los religiosos redujo a su opinión a los mayores letrados de la escuela: y quien tomó más empeño en favorecerle y acreditarle con los Reyes Católicos, fue el Maestro Fr. Diego de Deza, catedrático de prima de teología y maestro del Príncipe D. Juan (Colec. de viag., tomo 3.º, pág. 615): hubo al fin un éxito superior a todas las esperanzas, e hizo cambiar la faz del mundo antiguo, en su política, en su comercio, en sus costumbres e ilustración. De modo que si la Europa padeció una revolución favorable a su cultura, de resultas del establecimiento de los turcos en el imperio de Oriente, y de la invención maravillosa de la imprenta, la misma Europa, y en particular España, vieron pocos años después otra mudanza más asombrosa y trascendental, cuando coincidieron Nebrija desterrando la barbarie y restaurando los buenos estudios, que abrían nuevo y más dilatado campo a la erudición y a las ciencias, y Colón descubriendo, con asombro universal, continentes y países enteramente desconocidos de los antiguos pueblos, a quienes presentaba un espectáculo magnífico y un teatro grandioso, donde la ambición y la gloria, la cultura y la barbarie, la generosidad y la avaricia, la humanidad y la tiranía, y en fin todos los vicios y todas las virtudes habían de luchar entre sí, para dejar a la posteridad insignes ejemplos de las contradicciones de nuestra condición flaca y miserable. La propagación, aunque lenta, de los principios científicos, y el continuo ejercicio de la navegación, crearon entonces una nueva ciencia físico-matemática, cuyos admirables progresos exigen tratarse separadamente, formando una época particular y muy señalada en la historia de los conocimientos humanos.