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La ejecución de Luis XVI

Ricardo Gullón





El Mercure de France (noviembre, 1951), publica un interesante artículo en el que Roger Goulard, basándose en documentos inéditos y particularmente en una carta de Charles-Henri Sanson, verdugo de París y ejecutor de Luis XVI, precisa con dramáticos detalles cómo se desarrollaron los últimos momentos del infortunado monarca.

El rey fue llevado en carroza hasta el lugar en donde se alzaba la guillotina y se negó enérgicamente a dejarse atar las manos a la espalda no cediendo sino ante los ruegos del Abbé Edgeworth, que le asistía en aquel trance. El verdugo le cortó los cabellos, que le caían sobre el cuello, y le llevó hasta la guillotina, haciéndole marchar hacia atrás para que no viera el tremendo aparato.

«El príncibe -escribe Roger Goulard-, forzando la voz, dijo en ese momento: "Pueblo: muero inocente". Después, volviéndose hacia Sansón y los dos ayudantes, añadió: "Señores, soy inocente de cuanto se me imputa. Deseo que mi sangre pueda cimentar la felicidad de los franceses".» Tales fueron las «últimas y verdaderas palabras de Luis Capeto», escribió Charles-Henri el 20 de febrero, al director del periódico El Termómetro del día, donde su carta se publicó en la síguiente jornada.

Charles-Henri y su hijo y ayudante tumbaron vivamente al rey boca abajo sobre la báscula, y necesitaron emplear toda su fuerza para sujetarlo, porque se debatía enérgicamente. Aunque sólidamente atado con cuerdas, aún se movía, pese a los consejos del sacerdote, que le recomendaba se calmara.

Unos segundos después, a las diez y veinte exactamente, cayó el cuchillo, «ahogando un gran grito de la desventurada víctima».

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