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ArribaAbajoSilvas


- I -

A cuatro hermanas



La villana avaricia, el insaciable
amor del mando y del poder supremo
las bajas tierras oprimido habían;
abrumados gemían
los hombres bajo el cetro intolerable,  5
y del dolor en el violento extremo
los dioses invocaban,
que sordos a sus ruegos se mostraban.
Amor, tú consolaste
la humanidad; tú su deshecho llanto  10
piadoso le enjugaste,
trocando en alegría su quebranto.
Tú las cuatro Beldades
formaste a hermosear mi patrio suelo;
la belleza les diste de deidades  15
moradoras del Cielo.
Por ellas ha tornado,
por ellas el placer al mundo; humean
por ellas los altares,
do sacrifica el pueblo enamorado  20
en el templo de Amor, y de cantares
amantes la armonía
hinche el templo de dulce melodía.
¿El poder, la riqueza,
qué valen comparados  25
con el placer que ofrece la belleza?
Que los mortales son más desdichados
cuanto más de natura desviados.
Apolo: si otro tiempo penetrante
flecha de amor te hirió, si la inhumana  30
Dafne adoraste en vano, si en pos de ella
montes y valles recorriste amante,
en vano reprehendiéndote Diana,
templa para cantar ninfa más bella
la cítara dorada,  35
derrama en mis cantares tal dulzura,
que la suprema gracia y la hermosura
sea en ellos dignamente celebrada.
Canta tú los sencillos
juguetes, los placeres inocentes  40
que a la bella Francisca la ocupaban
en su primera edad. Mil amorcillos
ya entonces preparaban
el sonante carcaj y flecha ardiente.
¡Oh tiempo! ¿Dónde por mi mal te has ido101?  45
Dulce satisfacción de la inocencia,
¡ay! cuán más deliciosa que el mentido
placer del mundo y que la falsa ciencia!
Canta de Madalena la belleza;
las gracias de la hermosa Catalina,  50
de Alcinda la viveza,
el sabroso reír, la habla divina,
y su mirar que el pecho de diamante
torna de blanda cera en un instante.
Diosa de los amores,  55
¡oh Venus! si ser quieres festejada
del bando de amadores,
pon aquí tu morada,
aquí do está aguzando eternamente
Amor sangriento la saeta ardiente.  60
Y yo desesperado
de pintar tal belleza
doy fin al tosco canto,
que nunca fue a mi humilde Musa dado
elevarse a la alteza  65
que pide Apolo para empeño tanto.






ArribaAbajoSonetos


- I -

A una dama que cenó con el autor102



Dase Dios por manjar a su escogido
pueblo en la pascual cena misteriosa;
Cristo es comida y mesa deliciosa
del hombre de amor tanto confundido.
    Jesús asiste en gloria y prez ceñido  5
eternamente con su amada Esposa;
¡de amor omnipotente portentosa
hazaña! En tierra mora, al Cielo es ido.
    Tú que por diosa adora el alma mía,
bellísima Amarilis, a ti es dado  10
hacer tan gran milagro nuevamente.
    Cristo se ha dado a sí en la Eucaristía:
¡ay! tú date a mi pecho enamorado,
y vivirás en él eternamente.




- II -

El sueño engañoso



Al tiempo que los hombres y animales
en hondo sueño yacen sepultados,
soñé ante mí los pueblos ver postrados103
alzarme104 rey de todos los mortales.
    Rendí el cetro a las plantas celestiales  5
de Alcinda, y mis suspiros inflamados
benignamente fueron escuchados;
me envidiaron los dioses inmortales.
    Huyó lejos el sueño, mas no huyeron
las memorias con él de mi ventura,  10
la triste imagen de mi bien fingido.
    El mando y el poder desparecieron.
¡Oh de un desventurado suerte dura!
Amor quedó, mas lo demás es ido.






ArribaAbajoVersos sueltos


- I -


Mortal, débil mortal, tal es tu suerte;
los placeres más dulces nos fastidian;
Venus, la diosa Venus, que hermosea
la tierra que vivimos, y las flores
a manos llenas sobre el hombre esparce;  5
Venus, sagrada diosa, sus delicias
niega al mortal profano y corrompido,
que en un serrallo obscuro impenetrable
de eunucos y de esclavos rodeado
del dulce amor ignora los delirios.  10
¡Cuántas veces, amigo, cuántas veces
de amor en los placeres anegado
en ardientes suspiros el sensible,
el inflamado corazón se exhala
en brazos de mi Doris! ¡Cuántas veces  15
sus lágrimas mis besos enjugaron!
Y cuando Amor nos dio su dulce néctar...
nuestros sentidos todos embriagados
en deleites divinos, nuestra alma
gustó la dicha y el placer supremo.  20




- II -


Así cuando el alcázar del Olimpo,
el soberbio Mimante y los Titanes,
hórridos hijos de la dura tierra,
escalar intentaron, y de Atlante
el grave Pelïón agobió el hombro;  5
cuando cien lanzas blandeó Briareo,
de Encélado la mano poderosa,
arranca sierras y montañas lanza
contra el sagrado cielo, y ni el tremendo
rayo que Jove por los aires vibra  10
no le amedrenta, ni el feroz bramido
del Noto por Eolo desatado,
ni las olas que heridas del tridente
de Neptuno las tierras anegaban;
no el reluciente casco de Mavorte,  15
no le asustan de Apolo las saetas;
de Apolo que a la sierpe en otro tiempo
traspasó el cuerpo duro con mil flechas,
y en angustia rabiosa exhaló el alma
en negra podre y en veneno envuelta.  20
Tres veces tiembla la morada augusta
de las deidades: Venus y las Gracias
a lo último del cielo huyen medrosas;
las otras diosas siguen: los amores
se acogen a sus brazos, o en sus senos  25
se esconden, temerosos del peligro.




- III -105


La coronación se acerca
y mi pobre Musa helada
no pica de profetisa,
ni al rey vaticina hazañas.
En vano el frío Iriarte  5
sus insulsas coplas grazna,
y en lenguaje de Gaceta
a Carlos y Luisa canta.
¿Qué me importa que Forner
alce su tremenda vara,  10
y en duros y malos versos
haga por elogios sátiras?
¿Que el escritor cinco letras
acatamiento le haga,
qué a mí? ¿Fui yo por ventura  15
el autor de la Riada?
Por más que el necio106 Berilo
las ninfas de Salamanca
las atruene con sus cantos107
sin armonía ni gracia,  20
mi Musa en profundo sueño
y en vil ocio sepultada
a Moratín y a Batilo
no envidia lauro y guirnaldas.






ArribaAbajoEpigramas


- I -

Sobre la traducción de la muerte de César108



Ayer en una fonda disputaban
de la chusma que dramas escribía,
cuál entre todos el peor sería;
unos Moncín, Comella otros gritaban.
El más malo de todos, uno dijo,  5
es Volter traducido por Urquijo.




- II -

Sobre la crítica de esta traducción por un italiano



¡Sagacidad de crítico estupenda!
El que la impugnación de Urquijo lea
de su obra formará cabal idea
aunque una letra de español no entienda.
Basta saber que escribe en castellano  5
como su impugnador en italiano.






ArribaAbajoRomances


- I -

En la profesión de una monja



Desciende del alto Cielo,
devoción alma; mi lengua
mueve porque cante digna
del muy alto la grandeza;
del gran Dios que los espacios  5
tenebrosos de la inmensa
extensión sembró de soles,
y del caos la noche eterna
llenó de luciente día,
y no del hombre desdeña  10
la virtud, que al justo ofrece
inefable recompensa;
cuando de Dios en el seno,
disipadas las tinieblas
mortales, absorto admire  15
de los seres la cadena;
el orden, las inefables
leyes, con que los planetas
rechazados y atraídos
corren órbitas inmensas.  20
¡Oh cuán bienaventurada
la que huyendo las riquezas,
y deleites mundanales,
que nunca el corazón llenan,
Dios, el hombre y la natura  25
lejos del mundo contempla,
del fanatismo enemiga,
y de la impía licencia!
No víctima del capricho
paternal llora en la celda  30
su amarga soledad triste,
su forzada continencia.
Mas al Eterno elevando
manos limpias de impureza,
de sus loores el incienso  35
grato al Altísimo llega.
¿Por qué la tajante espada
de Temis no se ensangrienta
contra el padre, que tirano
de sus hijas las condena  40
a una reclusión forzada,
do entre lamentos y penas
inmortales le maldicen,
y detestan la existencia?
¿Y Tú, eterno Dios, tus rayos  45
para cuándo los reservas,
si tu religión sagrada
es velo de la violencia?
No así tú, que despreciando
los halagos, la terneza  50
materna, a Dios te consagras,
en manos de Dios te entregas.
Guarda atenta su ley santa;
la superstición destierra,
que torna en mezquina y baja  55
de Dios la sublime idea.
Ama a los hombres; el claustro
no de esta ley te dispensa,
la más antigua y más santa
que dictó naturaleza;  60
con paciencia los defectos
de tus hermanas tolera;
la intolerancia aborrece
Dios más que nada en la tierra.
¡Oh Dios de misericordia!109  65
Derramadla a manos llenas
sobre la que se consagra
por virgen y esposa vuestra.




- II -

El amor desdichado



Del Océano irritado
en las arenosas playas
que con Bayona confinan
un infeliz paseaba.
Desatados Euro y Noto  5
hasta los cielos levantan
las olas del mar airado,
y la deshecha borrasca
al mísero marinero
naufragio y muerte amenaza.  10
Lejos el llanto se escucha
de una hermosa que, abrazada
de su amante, al sordo cielo
¡ay! en balde piedad clama.
Luchando van con los vientos  15
en una delgada tabla,
cuando un fiero torbellino
los sepulta entre las aguas.
El Aquilón poderoso
los altos fresnos arranca;  20
uno y otro polo truena,
y las vecinas montañas
por las lóbregas cavernas
el eco horrendo dilatan.
Un corderillo azorado  25
dolientes balidos lanza;
por hallar su madre anhela,
y un lobo hambriento le asalta.
Horror y duelos respira
Naturaleza enlutada;  30
el pastor en ayes tristes
así sus penas lloraba:
«Desdenes, amor y celos
mi corazón despedazan;
mi llanto mueve las fieras  35
¡y tu pecho no apïada!
¡Oh! plega al Amor un día
que tu condición tirana
rendida a un joven altivo
ruegue sin ser escuchada.  40
Sumido en amargo lloro
la Aurora ¡ay triste! me halla;
tiende su manto la noche,
y mi dolor no se calma.
Anoche en ajenos brazos  45
vi tu imagen adorada
en sueños. ¡Cielos! la muerte
antes que tan crudas ansias.
¿Por qué hicisteis mi enemiga
tan bella y tan inhumana?  50
Róbale, Amor, su hermosura,
o su crudo pecho ablanda.
Divino Amor, si mi vida
en su aurora consagrada
fue a ti, si mis dulces versos  55
tal vez en lágrimas bañan
los sensibles corazones;
¡ay! amansa de una ingrata
la empedernida crueza,
y mi dolor crudo aplaca».  60
De la insensible Dorisa
así un pastor se quejaba,
y las compasivas Ninfas
lamentan sus tristes ansias;
mas de la ingrata pastora  65
jamás el desdén se ablanda.






ArribaAbajoSeguidillas


Primeras

A una dama




    Ven, Musa chocarrera,
       sopla benigna,
inspírame unas coplas
       de seguidillas.
       Ven sin tardanza,  5
y mira que una hermosa
       ha de escucharnos.

    Que de las avarientas
       el oro es cebo,
pero de las hermosas  10
       el dulce verso;
       que el pecho altivo
rinde y en llama torna
       el hielo frío.

    Mas no; tú, rapaz, hijo  15
       de Venus bella,
dicta tú loores dignos
       de tal belleza;
       que las beldades
celebrar dignamente  20
       sólo Amor sabe.

    Dinos tú cuál hechiza
       si canta o toca,
y cuál calle, ría, o hable
       siempre enamora;  25
       y cuál pendiente
mil amadores de ella
       el alma tienen.

    No así entre las estrellas
       brilla el lucero,  30
como entre mil preciosas
       su rostro bello,
       y el cuello erguido
del duro yugo exento
       del cruel Cupido.  35

    Y el seno palpitante
       do Amor anida,
do sus flechas asesta
       que nadie evita,
       cesad, cantares;  40
pues Amor la ha formado,
       que él la retrate.






ArribaAbajoHeroidas


- I -

Enone a Paris


(Traducción de Ovidio)



¡Ah! si tu nuevo dueño te consiente
las cláusulas leer de ajena mano,
lee las querellas de mi amor ardiente.
    Tus mortales ofensas, inhumano,
Enone en estas selvas celebrada,  5
tuya, si tú lo sufres, llora en vano.
    ¿Qué deidad con nosotros enojada
se opone a nuestro amor? Para perderte
¿en qué, mísera, pude ser culpada?
    ¡Ay! culpada sufrir mi cruda suerte  10
mejor supiera; un pecho delincuente
firme resiste a su dolor y fuerte.
    Tu nombre, ilustre agora y eminente,
escuro fue cuando te dio la mano
Enone, hija del claro Simoente.  15
    Paris, agora príncipe troyano,
esclavo era; yo ninfa; a hacer mi esposo
de un siervo me forzó el amor tirano.
    Al abrigo de un álamo frondoso,
tendidos sobre el muelle y verde lecho,  20
el ganado nos vio tomar reposo.
    Tal vez cubiertos del pajizo techo,
de la inclemente nieve defendidos,
yacimos juntos ¡ay! en lazo estrecho.
    ¿Quién te indicó las peñas do escondidos  25
sus cachorros dejar suele la fiera,
do se acogen los corzos perseguidos?
    De tus afanes grata compañera,
yo las redes manchadas ya tendía,
los perros ya animaba en la carrera.  30
    El plátano frondoso, la haya umbría
muestran en sus cortezas estampado
mi nombre, que tu amor grabara un día.
    Y crece con el árbol levantado
el celebrado nombre; el amor mío  35
¡oh! con él sea a las nubes elevado.
    Está plantado un álamo sombrío,
a do escribieras tú tu ardor amante,
a las frescas orillas de este río.
    ¡Oh! vive eterno tú, do el inconstante  40
grabó este verso en tu corteza dura,
jurando por los dioses ser constante.
    «Antes corriendo contra su natura
de Xanto la onda tornará a sus fuentes,
que vivir pueda yo sin tu hermosura».  45
    Tornad donde nacisteis, ¡oh corrientes
de Xanto! presurosas; apagados
yacen fuegos un tiempo tan ardientes.
    Infaustos a mi amor ¡ay! son los hados:
desde el aciago día que la diosa  50
Juno y Palas guerrera, desechados
    los decentes arreos, y la hermosa
Venus desnuda su árbitro te hicieron,
a calmar comenzó tu ansia amorosa.
    Mis miembros de temor se entorpecieron,  55
y corrió por mis huesos un frío hielo,
cuando tales prodigios se dijeron.
    Los ancianos peritos en el vuelo
de las aves consulto amedrentada;
todos me anuncian enojado el cielo.  60
    Por el hacha tajante derribada
cae la haya en tierra y sesga con ligeras110
velas la mar, en nave transformada111.
    Antes que «A Dios te queda» me dijeras112
lloraste: ¡ay! ¡cuánto fue tu llanto honroso,  65
si este nuevo amor torpe consideras!113
    Lloraste, y lloré yo, y el abundoso
llanto por nuestros rostros confundido,
de ambos los pechos anegó copioso.
    Cual olmo a la amorosa vid asido  70
abrazada la tiene estrechamente,
tal a tus brazos fue mi cuello unido.
    Tus excusas burló toda tu gente
viendo acusar de tu tardanza al viento,
cuando soplaba más propiciamente.  75
    ¡Ah! ¡con cuán doloroso y triste acento
«Queda a Dios» me dijiste, y amoroso
en mi boca exhalaste tu lamento!
    Corren las naves por el mar undoso,
hienden los remos114 las espumas canas,  80
las velas hinche el Euro poderoso.
    A las olas se mezclan ¡ay! mis vanas
lágrimas, y del mar en las llanuras
miro correr las naos ya lejanas.
    Entonces con fervientes preces puras  85
tu pronta vuelta a las Nereidas ruego;
tu vuelta, causa de mis penas duras115.
    ¡Mis votos te trajeron, y otro fuego
te inflama, ingrato! ¡Por tu nueva esposa
fatigó ¡ay! los altares mi amor ciego!  90
    Ya se avista la armada en la anchurosa
mar, que cual la montaña levantada,
tal resiste a su furia procelosa.
    No bien tu nave veo, desalada,
a lanzarme en tus brazos anhelando,  95
correr intento por la onda salada.
    En esto, desdichada, veo temblando
purpurados arreos, de ti ajenos,
en lo alto de la proa tremolando.
    Ya surcados del mar los vastos senos  100
ancla en tierra la nave: absorta miro
otra mujer; ¡ay! ¿qué esperaba menos?
    Ni basta a mi dolor; ¡ay! no respiro
de saña, cuando veo que amoroso
en su boca exhalabas un suspiro.  105
    Despedazando entonces el rabioso
pecho, furiosa mis cabellos meso,
y tiño en sangre el rostro doloroso.
    Mis penas, triste, de llorar no ceso;
Ida escuchó mil veces mi querella,  110
que de mis males ¡ay! no alivia el peso.
    Así el penar que causa esa tu bella
sienta un día de su amante abandonada
y acuse en balde su fatal estrella.
    Ora, ingrato, te sigue la robada  115
amiga al casto lecho de su esposo,
sin temer riesgos de la mar airada.
    Mas ¡ay! cuando pastor menesteroso
de tu señor guardabas el ganado,
sólo a Enone el ser tuya fue glorioso.  120
    No admiro tu opulencia, no el dorado
alcázar, ni de Príamo ser la nuera
anhelo; sólo a ser tuya he aspirado.
    No porque de una ninfa a Príamo fuera,
aunque rey, la alianza ignominiosa,  125
y Héctor gloriarse de ella no pudiera.
    Si aspiro a ser de un príncipe la esposa,
bien sienta una diadema en mi cabeza,
ni indigna soy de suerte tan gloriosa.
    Del tálamo dorado la riqueza  130
mejor me está que del humilde lecho
de secas hojas de haya la pobreza.
    No amenazan mil riesgos a tu pecho
por mi amor, ni las naos de Mycena
vengarán el insulto a su rey hecho.  135
    Esta dote consigo trae Helena;
la guerra enciende, Menelao furioso
tu adúltera reclama a Troya ajena.
    Si de restituirla estás dudoso,
consulta al invencible Héctor tu hermano,  140
o pregunta a Deífobo juicioso;
    al sabio Anténor y a tu padre anciano,
que la edad enseñara a ser prudente,
que los dos te darán consejo sano.
    Mal la carrera empiezas, torpemente  145
tu patria a tu pasión sacrificando;
Grecia es justa; tu amor es impudente.
    ¡Necio! en Helena vives, confiando
que con tal veleidad de ti prendada
constante sea su nuevo amante amando.  150
    Cual llora Menelao la violada
fe del conyugal lecho, y su pureza
por extranjera huella amancillada,
    así tú llorarás; que la limpieza
del pudor ¡ay! se mancha una vez sola,  155
ni lava arte ninguna la impureza.
    Arde en tu amante llama agora; viola
Menelao un tiempo de su amor perdida;
ora la fe de esposa infiel viola.
    ¡Andrómaca feliz, que a Héctor unida  160
goza de casto amor suaves contentos!
Tan dulce debió, ingrato, ser mi vida.
    Ligero, cual las hojas de los vientos
juguete, que a las nubes van alzadas,
volando en torbellinos turbulentos;  165
    y como las aristas abrasadas
en el Agosto por el sol ardiente
que por los aires corren exhaladas.
    ¡Ay! del estro profético la mente
Casandra llena, me predijo un día  170
los crudos males que ora mi alma siente.
    «¿Qué haces, mísera Enone?» me decía,
«Necia, que de la mar aras la orilla,
y siembras ¡ay! en vano la ola fría.
    »Viene novilla griega (¡oh vil mancilla!)  175
a ti, a la regia estirpe, y el troyano
suelo viene a perder griega novilla.
    »Sumid ¡oh dioses! en el mar insano
la torpe nave; en sangre va teñido
por esta nave el Helesponto cano».  180
    Del fatídico ardor el pecho herido
así habló; los cabellos en mi frente
se erizan, el fatal anuncio oído.
    ¡Mísera! mis desdichas ciertamente
predijiste; novilla más dichosa  185
pace en mis pastos ¡ay! tranquilamente.
    Cierto adúltera ha sido, aunque es hermosa;
prendada del amor de un extranjero,
abandonar sus dioses patrios osa.
    Ni fuiste tú su robador primero;  190
ya un Teseo de su patria la arrancara,
si fue Teseo su nombre verdadero.
    ¿Crees que a su padre intacta la tornara
joven y amante? Si quién me dijera
esto ignoras, Amor me lo enseñara.  195
    Di, si quieres: violencia fue extranjera,
y cela así la culpa cometida;
si fue robada, al rapto causa diera.
    Enone la fe guarda prometida,
y no sigue el ejemplo que le has dado,  200
infiel, aunque por ti tan ofendida.
    Los Sátiros lascivos me han amado,
yo en los espesos bosques me escondía,
y en vano por hallarme han anhelado.
    Y al Fauno que los cuernos se ceñía  205
del verde pino que en el Ida crece
en amor inflamó la beldad mía.
    Y el fundador de Troya, el que merece
la palma de la cítara y del canto,
con las primicias mías se ensoberbece.  210
    Ni sin violencia las llevara tanto
Dios, que en reñida lucha le arrancara
el cabello, anegada en triste llanto.
    Y no el metal precioso, ni la rara
esmeralda me dio, que torpemente  215
el oro compra la beldad avara.
    El dios el arte médica eminente
me enseñó y sus secretos misteriosos
que los males alivian del doliente;
    las hierbas saludables, los preciosos  220
aromas que produce la natura,
y sanan los dolores más penosos.
    ¡Mísera! que de amor la llaga dura
ni la remedian hierbas saludables,
ni toda mi arte médica la cura.  225
    Herido de sus flechas penetrables
su autor pació de Admeto la vacada
y sintió los tormentos incurables.
    La salud que tornarme no fue dada
a planta alguna, ¡oh numen poderoso,  230
tú sólo puedes darme malhadada!
    Ten, ingrato, piedad de un amoroso
pecho, que no tiñeran, no, mis manos
en frigia sangre el Xanto caudaloso.
    Tuya, crudo, en los años más lozanos  235
de su primera edad Enone ha sido,
y si mis blandos ruegos no son vanos
siempre conmigo vivirás, conmigo.




- II -

Heloísa a Abaelardo116




Sepulturas horribles, tumbas frías,
también Amor persigue entre vosotras
al mísero mortal, que su saeta
no evita ni entre lóbregos sepulcros.
La letra es de Abaelardo; letra cara,  5
que el ojo amortiguado inunda en llanto,
y el labio sella con amargo beso
¡ay! dulce un tiempo, cuando Dios quería.

    Lejos de ti, mi dulce amor, y lejos
del mundo y del placer, eterno lloro  10
¡mísera! me consume; en él sumida
me halla la Aurora, en él la escura noche.
Huye de mí el descanso; horribles sombras
mi sueño cercan de temor helado.
Terrible Dios, ¿son estos tus consuelos,  15
tu gracia, tus auxilios eficaces?
¡Oh vanos nombres que pronuncia el vulgo,
que así cual se disipa el humo al viento,
tal desvanece el duelo y la desgracia!

    Vuelve, Abaelardo, a mí, vuelve; en tus brazos  20
el placer gustaré que me promete
la Religión, mientras la amarga copa
me da a apurar de acíbar y veneno.
De los verdugos el cuchillo infame
no te ha quitado todo, no; tus gracias,  25
el hablar apacible, la sonrisa,
la hechicera elocuencia, el amor mío,
todo tienes aún; ¿crüel, lo dudas?
Ven, descansa en mis brazos; mis caricias,
mis halagos, mis besos encendidos  30
te lo confirmarán; supersticiosos
terrores no te asombren; el Eterno
grabó de la virtud el indeleble
Amor en los mortales; de natura
sigue las leyes que el Criador impuso.  35
Mentiras son las otras de los hombres
que de Dios en el nombre al hombre oprimen
y la vida envenenan y acibaran.
    No, no es delito amar; es ley eterna,
obligación sagrada, que los seres  40
en amigable paz une y concilia;
la yedra ama la vid, la loba al lobo,
al hombre la mujer, ama a Abaelardo
Heloísa infeliz; leyes tiranas
se oponen a su amor. ¡Ah! quebrantemos  45
grillos que sólo la opinión los forja,
a Dios indignan y a natura oprimen.
    ¡Infelice! ¿Qué digo? ¿Dó me arrastra
mi pasión malhadada? ¡Yo, la esposa
de Dios, a un hombre adoro, por él gimo!  50
¡Yo, que deshecha en llanto ante las aras
ofrecí a un Dios celoso en holocausto
un corazón!... ¡Ah mísera! ¿Era tuyo
ese don? ¡Oh perjura! Tú quisiste
engañar a tu Dios, que vengativo  55
castiga tu impiedad con duro azote.
Aquel aciago día, de horror lleno,
miro siempre delante, en que forzada
pronuncié votos que abomina el Cielo.
El Ángel tutelar cubrió su rostro  60
herido de dolor; tronó la esfera,
el carro de Iohaváh corrió las nubes;
subió el remordimiento del abismo
a morar en mi pecho; en mis entrañas
insaciable se ceba de contino.  65
    Cual un veloz relámpago pasaron
los tiempos del placer y los amores,
para más no tornar. Aquel día alegre
en que cedí a tus ruegos obstinados
¡ah! ¿quién creyera que fatal origen  70
fuese de tanto mal? El bien supremo
no es dado a los mortales. Desparecen
cual sombra los deleites, y manida
la desesperación, el llanto, el luto
hicieron en la tierra eternamente.  75
    De Citerea a las plantas no fue Adonis
más ardiente, más tierno que Abaelardo
de Heloísa a los pies. Cielos, ¿la gloria
que ofrecéis a los justos es la sombra
de la que yo gusté? Los celestiales  80
se cubrieron los rostros envidiosos
de tan suprema dicha, que con mano
pródiga nos dio Amor. Las importunas
obligaciones de Himeneo, las trabas
de la opinión, nuestros contentos puros  85
no los aguaron, que tranquilos, libres
de la naturaleza la divina
inspiración seguimos, despreciando
las arbitrarias leyes que obedece
el vulgo ciegamente y burla el sabio.  90
Amor, rey de los hombres y de todo
cuanto vive y respira, sus influjos
aparta del profano que atrevido
osó imponerle sujeción y leyes.
Él es ley a sí mismo, y huye lejos  95
los grillos con que pueblos corrompidos
aprisionarle intentan insensatos.
    Aquella noche... su memoria horrible
perezca entre los hombres; las estrellas
le nieguen su luz pura... los verdugos  100
los puñales afilan, luce el hierro.
Abaelardo, ¿tú duermes? ¡miserable!
¿Dónde estaba Heloísa? ¿Su amoroso
pecho no te abroquela, no te libra?
¿La vengativa cólera del Cielo,  105
su desesperación ¡ah! no la excita?
¿Y hay un Dios vengador?... La Deidad, sorda,
no oye del inocente los lamentos.
Triunfa la iniquidad... la sangre corre,
la sangre de Abaelardo; el desdichado  110
en ella se revuelca... ¡no eres hombre
y vives (¡oh dolor!) y yo respiro!
Es de la atrocidad y del delito
juguete el justo; los ardientes rayos
derruecan las altísimas montañas;  115
la tempestad y el cielo airado burla
el infame y perverso delincuente.
¿Y no preside a la afligida tierra
o la fatalidad o el ciego acaso?
    ¿Dó me despeño, triste? El negro abismo  120
se abre a mis plantas, su espantosa boca
me sume; ¡desdichada! las blasfemias
ya no me aterran; el delito horrendo
por doquiera me sigue; en todas partes
sólo encuentro amargura y desconsuelo.  125
¡Jesús, mi buen Jesús, a Ti me acojo!
Dios hombre compasivo, Tú mis llagas
¡oh Señor! Tú las sana, tus auxilios
desciendan sobre mí, Tú los raudales
de tu misericordia en mí derrama.  130
Omnipotente Dios, ¿podrá tu diestra
borrar en mí la imagen de Abaelardo,
imagen vencedora de tu gracia,
y vencedora de la muerte misma?
Ven, dueño amado, arráncame del seno  135
de un Dios amante que piadoso extiende
a mí sus brazos... y que yo detesto.
    ¡Oh vosotras que nunca habéis sentido
las encendidas llamas del profano
Amor que a mí me abrasa noche y día,  140
que ignoráis117 el placer y la violencia
del deleite que pródiga natura
reparte a los que cumplen con sus leyes;
vosotras, mis hermanas, que contentas
vivís en vuestro encierro voluntario,  145
que visiones fantásticas arroban!
¡Vuestra felicidad ¡oh! cuánto envidio,
y vuestra dicha imaginaria! El Cielo
me dio en su indignación la ciencia triste
que la superstición ahuyenta lejos,  150
y su mentida gloria. Ella consuela
la flaca humanidad en sus desgracias;
ella da cuerpo a las fingidas sombras,
que la verdad severa desvanece
desconsolando al mismo que ilumina.  155
    ¿Qué religión profesas, Abaelardo,
o qué Dios es el tuyo? ¿Qué; el Eterno
ve la infelicidad de sus criaturas,
y en ella se complace? ¿La tristeza
y la pena le aplacan? ¿Son contrarias  160
las leyes naturales a las suyas?
¡Ah! no te asusten los espectros vanos,
de la superstición escuros hijos.
Sólo naturaleza es inmudable,
y sus preceptos santos; los delirios  165
desparecen por fin, y las creencias
más arraigadas las destruye el tiempo.
Tu amor es la primera, la más santa
obligación que el mismo Dios me impuso,
y a ti también, ingrato, que así olvidas,  170
pérfido, los sagrados juramentos
que tantas veces ante el Cielo hiciste
de amarme eternamente. ¿De ese modo
cumples con tus promesas? En la tierra
ya no hay más fe, más ley: de su Heloísa  175
despreciada huye lejos Abaelardo,
sin que el amor antiguo le detenga
ni las amargas lágrimas que vierte.
    ¿Qué temes, desgraciado? ¿No es ya muerta
Naturaleza en ti? Ya su imperiosa  180
voz calló para siempre; mis cariños
ya no pueden moverte; ven, amado,
tu esposa desolada te lo ruega,
tu Heloísa infeliz. ¡Ay! hubo tiempo
que fue su voluntad tu ley suprema,  185
y hasta de sus caprichos fuiste esclavo.
Redúceme, Abaelardo, al buen camino
que abandono por ti; ven, aplaquemos
juntos a la Deidad que vengativa
con eternos suplicios me amenaza,  190
suplicios ¡ay! tan poco merecidos.
    ¿El lugar destinado a los amantes
es el Infierno acaso? ¿El fuego eterno
el galardón que Dios ha reservado
a las almas sensibles? ¡Ah! no es éste  195
el Hacedor benéfico que anuncia
la conciencia: mi amor no es un delito
ni una mortal de su Criador la esposa.
El vulgo que elevarse a Dios no sabe
mezquina torna la sublime idea  200
de la divinidad; a él son debidos
delirios que lamentan los piadosos,
y que befa con risa el bando impío.
    Mas ¡ay, que mi pasión nada la enfrena!
ni de la santa Religión la augusta  205
majestad, los misterios adorables;
ni la cercana muerte, ni el tremendo
Dios que me ha de juzgar... Huye; los montes,
los mares pon en medio de tu estancia
y esta mansión del llanto, do Heloísa  210
la muerte invoca a sus gemidos sorda.
La pompa funeral, el aparato
de horror y destrucción ¡oh cuánto alegra
el ánima mezquina! Aquel descanso
inalterable, aquella paz profunda  215
que nada turba en el sepulcro frío,
¿será que venga para mí? La muerte
evita al desdichado. Su guadaña
siega la flor lozana, y deja ileso
el tallo seco y las marchitas hojas.  220
¡Oh Supremo Hacedor! ¿Por qué negaste
facultad en su vida al desdichado
que abruma la existencia y cansa el mundo?
Las puertas de la muerte están abiertas
perpetuamente al infeliz; seguro  225
puerto ofrece a la nao combatida
de la deshecha tempestad la huesa.
Al vulgo que en la muerte ve otra vida
este error le detenga... ¡Oh Dios, perdona
de mi flaca razón el desvarío,  230
de mi pasión el desenfreno horrible!
Respeto tu ley santa, humilde adoro
tu Religión, que la razón cautiva,
y que del tierno amor hace un delito.
La desesperación del negro Infierno  235
a la sima me arrastra, do sumida
fuera ya, mas la Mano omnipotente
mi flaqueza sostiene compasiva.
    Anoche, al tiempo que descansa el mundo,
cuando vela el cuidado, el vengativo  240
remordimiento ante el dorado lecho
del tirano y las sombras macilentas
salen de su prisión, cuando los muertos
pálidos de las tumbas se levantan,
mi dolor exhalaba en llanto amargo  245
ante un negro ataúd: el santo templo
se estremece, las lámparas se extinguen,
el cabello se eriza, voz tremenda
resuena en mis oídos. «Heloísa,
nada temas», me dice, «ya la muerte  250
te ofrece en el sepulcro eterno asilo,
y ya Dios abre sus amantes brazos,
y en su seno te acoge. Yo, tu hermana,
ardí de amor cual tú, mas la encendida
llama apagó esta tierra y este hielo.  255
El Eterno, que el vulgo representa
cual tirano implacable, ve indulgente
de la frágil criatura el extravío,
le perdona sus culpas y consuela
sus quebrantos con gloria perdurable.  260
Ven; descansa conmigo». Sí, mi amada,
ya se anublan mis ojos, ya no late
el pulso amortecido; tú, Abaelardo,
queda a Dios para siempre, y tus cenizas
y mis helados huesos un sepulcro  265
contenga; así en los siglos venideros
del amor más constante y desdichado
serán nuestras desgracias el ejemplo.




- III -

Abaelardo a Heloísa118



¡Oh vida, oh vanidad, oh error, oh nada!
¿Qué me quieres, bellísima Heloísa?
¿Por qué tu voz se escucha en esta tumba,
morada eterna de pavor y muerte?
De un Dios celoso los preceptos duros  5
tan sólo aquí se siguen, de natura
las suavísimas leyes olvidando;
amar es un delito. Sí, Heloísa;
Dios veda que te adore a tu Abaelardo
y sople el fuego que en tu amor le inflama;  10
el fuego que discurre por mis venas,
y que mi triste corazón abrasa.
    ¡Terrible suerte! mis verdugos crudos
mis órganos helaron, y la ardiente
llama que el alma mísera devora  15
no encuentra desahogo. Me consumo
en rabiosos esfuerzos impotentes,
los cielos y la tierra detestando.
Eterno Ser, cuyos milagros canta
el vulgo ciego ante el altar postrado,  20
del engaño riendo el sacerdote,
¿quieres verme rendido ante tus aras?
Vuélveme el sexo, y canto tus grandezas.
    Melancólico libro, que dictado
fuiste sin duda por un alma triste;  25
Biblia, que haces de Dios un cruel tirano;
tú serás mi lectura eternamente.
¡Oh, cómo me complaces cuando pintas
los hombres y animales fluctuantes
en el abismo inmenso de las aguas  30
clamar en balde por favor al Cielo,
y la vida exhalar en mortal ansia!
Todo el linaje humano, reprobado
por el leve delito de uno solo,
me muestras arrastrando sus cadenas,  35
y condenado a enfermedad y muerte.
Mi gozo es retratarme estas ideas.
    La desesperación fundó los claustros;
ella aquí me ha arrojado. Yo detesto
de los hombres, de Dios, y de mí mismo;  40
de Heloísa también, sí, de Heloísa.
Yo fragüé tus cadenas, yo tus votos
te forcé a pronunciar, yo te he arrancado
del mundo que adornaba tu hermosura.
Odio también este execrable monstruo,  45
que marchitó la más lozana rosa,
y en capullo cortó la flor más bella.
La desesperación ante mi lecho
hace la ronda, y en mi pecho anida
la mortal rabia; a mis cansados ojos  50
jamás se asoma el llanto. Di, Heloísa,
¿si reconoces tu infeliz amante
en tan fatal estado? Fueron tiempos
en que enjugaba compasivo el lloro
del triste que aliviaba en sus desdichas.  55
¡Cuántas veces mis lágrimas regaron
tus mejillas, la suerte lamentando
de el que la desventura perseguía!
La dulce compasión ya no se alberga
en este corazón, más que la roca  60
por el sumo dolor empedernido,
y hasta el consuelo de llorar me quita
la bárbara y crüel naturaleza.
Los celos y la envidia macilenta
son las pasiones que mi pecho ocupan,  65
y hasta del Dios que sirves tengo celos.
Cuando imagino que en el templo augusto
a Dios das un amor que a mí me debes,
execrando sus leyes sacrosantas,
el rival me declaro del Eterno.  70
    El mundo todo contra mí conspira,
y todo me aborrece mortalmente;
yo vuelvo mal por mal, guerra por guerra.
Los monjes que sujeta a mis preceptos
la vil superstición y el fanatismo  75
son con cetro de hierro gobernados;
todos ven en su abad un enemigo.
La penitencia austera, amargo fruto
de desesperación que el pueblo mira
cual dádiva de Dios, y que los Cielos  80
airados en su cólera reparten,
en mi semblante mustio se retrata.
Ceñido de cilicios, soy yo propio
el más crudo enemigo de mí mismo,
y sufro mil tormentos que me impongo.  85
    Debajo de mis plantas miro abierto
un abismo de penas y de horrores,
y la muerte afilando su guadaña
amenazarme su tremendo golpe.
Hiere; y descenderé tranquilamente  90
a la mansión eterna del espanto.
¿Del tirano que rige a los mortales
la rabia omnipotente puede acaso
castigarme con penas más horribles?
Allí yo te veré, veré a Heloísa,  95
y aumentará tu vista mi tormento,
tu vista que otro tiempo fue mi gloria.
    Mi corazón se oprime; no me es dado
contemplar a mi amada en la desdicha.
Iehováh, que de contino en balde imploro,  100
si víctima tu saña necesita,
descarga sobre mí: ve aquí mi cuello.
Tú, amada, vuelve al mundo que dejaste;
ve, torna a las pasadas alegrías,
de un esqueleto olvida las memorias,  105
vil juguete de Dios y de los hombres.
Si quieres ser feliz huye del claustro;
renuncia de los votos imprudentes
que no pudiste hacer; rompe tus grillos.
El hombre jamás pierde sus derechos;  110
cobrar la libertad es siempre justo.
    Dios eterno, perdona mis delirios.
Tú me has hecho apurar hasta las heces
el cáliz del dolor y la ignominia;
¿Y quieres que mi grito no resuene  115
y que sufra en silencio el crudo azote?
¡Oh, [...] es Dios en sus venganzas,
si no permite al infeliz ni el llanto!
¡Oh tú, que en otros tiempos animaste
este cadáver que ante mí contino  120
retrata los horrores de la muerte,
espíritu que habitas las regiones
por siempre impenetrables a los vivos,
ilumina a un mortal extraviado
que confusión y escuridad rodea!  125
¿Qué orden nuevo de cosas nos aguarda
en el reino espantoso de los muertos?
¿La miseria, el dolor, persiguen siempre
a los humanos tristes, y se ceban
en las cenizas yertas del difunto?  130
¿O es la huesa el camino de la dicha?
¿O más bien todo con la vida acaba?
    Perseguido de ideas funerales,
la muerte miro como un trance horrible
que me ha de conducir a nuevas penas.  135
A veces en mis sueños me figuro
que, conducido por un caos inmenso,
soy presentado al trono del Muy Alto,
y el resplandor que en torno le rodea
me hace caer a tierra deslumbrado;  140
que me levanta el rayo fulminante,
y que el ángel tremendo de la muerte
la senda del Averno me señala,
y en la región del luto soy sumido,
condenado a tormentos sempiternos,  145
do son perpetuamente los humanos
víctima de las iras implacables
de un tirano crüel y omnipotente.
Despavorido me despierto, al Cielo,
a ese Cielo de bronce, alzando en balde  150
mis ayes doloridos y profundos.
    ¡Jesús, santo Jesús!, Tú que quisiste
morir crucificado entre ladrones;
mártir de la virtud, que el vulgo adora
como deidad, y que venera el sabio  155
como el más santo y justo de los hombres;
que contemplando el orden de los seres
admiras el gran todo, y las flaquezas
del humano linaje compadeces,
que evitó siempre tu virtud severa;  160
si las preces del justo pueden algo
con ese Dios que tú anunciaste al mundo,
suplícale que alivie mis quebrantos;
la desesperación que despedaza
mi corazón, que desvanezca luego  165
un rayo de su gracia poderosa.
¿En qué pudo ofenderle un desdichado
que amaba la virtud, que así le priva
de gozar por jamás algún contento?
Aparta ya, gran Dios, de mí tu soplo,  170
súmeme de una vez en el sepulcro,
y corta el hilo de tan triste vida.
Vosotros, monjes, que he mortificado
hasta haceros la vida detestable,
¿no tomáis la venganza? ¿Qué os detiene?  175
¿O queréis que respire en mi despecho?
Vosotros, que el silencio de las celdas,
la soledad medrosa de los claustros
y el lúgubre pavor del cementerio
excita a los proyectos más atroces;  180
espíritus crüeles que endurece
contra la humanidad la penitencia;
vosotros encendisteis las hogueras
del fanatismo; y el puñal agudo
clavasteis en el pecho del hereje;  185
que [...] a Dios a sangre y fuego,
[...] contra mí vuestros horrores.
¿Qué pena da a los monjes un delito?
¿Son éstos, Heloísa, de tu amante
Los suaves coloquios. ¿Dó se fueron  190
las deliciosas noches ¡ay! pasadas
en brazos del placer, cuando Heloísa
templaba con sus besos amorosos
el ardor de mi llama? ¡Suerte horrible!
Del deleite supremo el dulce cáliz  195
me dio a gustar natura, porque sienta
el valor infinito de la dicha
y el peso del dolor intolerable,
que para siempre morará conmigo.
    Ya no invoco la muerte, que huye lejos  200
del mísero que vive en los ultrajes.
Ni el cuchillo crüel de mis verdugos,
ni mis suplicios, ni mi austera vida,
ni mi ayuno continuo, ni mis duelos,
nada basta a arrojarme en la fría tumba.  205
Las sombras pavorosas de los muertos
rondan en derredor de mí contino,
y a habitar me convidan sus mansiones;
en balde; que el destino aborrecido
me tiene fijo a la enemiga tierra,  210
y huye la muerte cuando yo la toco.
    ¡Oh Señor!, ¿para cuándo señalaste
el término a mis días tan ansiado?
¿Me has de dejar sufrir eternamente?
¿O quieres que publique tus loores  215
de la horrible desgracia perseguido?
Quebranta las cadenas que sujetan
mi cuello a la pasión; libre me hiciste,
tórname en libertad, tu don conserva.
    Amada, oyó mis votos el Eterno.  220
La dulce calma vuelve a mis sentidos.
Ya va a herirme la muerte, y ya el descanso
de mis fatigas acercarse miro.
En el seno de un Dios, de un padre amante
de sus criaturas, las delicias todas  225
me aguardan de consuno; que en tus brazos
solamente gusté su vana sombra.
Aquí de los humanos los delirios
desparecen por siempre; un Dios piadoso
perdona a los errores invencibles  230
que graba la crianza en nuestras almas.
Felicidad y dicha inalterable
habitan las regiones fortunadas,
que de monstruos horrendos puebla el hombre.
Aquí nos hallaremos, Heloísa,  235
y nuestras almas con amor más tierno
se estrecharán en lazo indisoluble.
Vive feliz, y piensa en tu Abaelardo;
tu amor causó sus glorias y sus penas,
y ni en la postrer hora te ha olvidado.  240






ArribaAbajoElegía


- V -

Traducción de Tibulo



Llena el vaso otra vez; mis fatigados
ojos por tu potencia irresistible
¡oh Baco! en sueño yazgan sepultados.
    Espira sueño ¡oh Baco! Tú insensible,
Tú sólo, hacerme puedes a mi suerte;  5
¡oh suerte con mi amor cruda, inflexible!
    Cerrada está con un candado fuerte
la puerta de mi amada, y su celosa
guarda todos sus pasos ¡ay! advierte.
    Puerta dura, ¡ojalá la procelosa  10
lluvia te embata, y te consuma el trueno
que Jove lanza en mano poderosa!
    Puerta, ábrete a mis ruegos; de mi seno
los sollozos te ablanden; sin rüido
cedan tus quicios, de sentido ajeno.  15
    Si contra ti furioso he prorrumpido,
en mi cabeza caigan maldiciones
que en tu daño sin seso he proferido.
    No te olvides ¡oh puerta! de mis dones,
la guirnalda de flores que te ornara,  20
mis preces, mis dulcísimas razones.
    Mas tú nada receles, Delia cara;
osa frustrar tu guardia vigilante;
Venus dio su favor a quien osara.
    Venus la senda enseña al mozo amante  25
que ignorara, y adiestra la doncella
a abrir la puerta muda y palpitante.
    También muestra de amor la diosa bella
el lecho abandonar furtivamente
y sin ruido estampar la blanca huella;  30
    y delante el marido impertinente
hablar con expresivas ojeadas,
que el amador comprende solamente.
    Ni a todos estas artes les son dadas;
mas a quien diligente deja el lecho,  35
ni las tinieblas de la noche heladas
    le asustan. Citerea de su pecho
propicia aparta el aguzado acero,
y en vano el salteador vela en su acecho;
    que es seguro y sagrado aquel sendero  40
por do va el amador de un dios guardado
contra los lazos del mortal artero.
    No de las noches del Diciembre helado
la escarcha me dañara, o la furiosa
lluvia del cielo; en aguas desatado.  45
    Nunca tendré mi pena por gravosa
si a abrir mi Delia viene al fin su puerta,
y por señas me llama silenciosa.
    Hombre o mujer, si alguno hallarme acierta,
lejos tenga la luz; que el dios Cupido  50
veda que sea mi gloria descubierta.
    No de vuestras pisadas el rüido
me asuste, ni mi nombre preguntando
acerquéis el fanal aborrecido.
    Quien sin pensar me viere, que jurando  55
por los dioses sagrados lo desmienta;
tal es de Venus poderoso el bando.
    Si alguno hablar osare, el furor sienta
de la diosa implacable que engendrada
fue de sangre y espuma turbulenta;  60
    mas ni entonces tu esposa creerá nada.
Tal me dijo una maga verdadera,
cuya arte en mi favor está empleada.
    Una noche serena yo la viera
que la luna a su voz huyó medrosa  65
y que el rayo torcía su carrera.
    Su canto abre la tierra119 y la espantosa
tumba dejan los manes al conjuro
do la yerta ceniza en paz reposa.
    Agora llama con imperio duro  70
el Infierno, o con leche rociados
sus espíritus torna al reino escuro.
    A su arbitrio disipa los nublados,
a su arbitrio los días más serenos
en pardas nubes van encapotados.  75
    Ella sola conoce los venenos
de Colcos; de los perros infernales
sola ella calma los rabiosos senos.
    Ella misma compuso estos fatales
cantos; dilos tres veces, Delia mía,  80
y cántalos en tres tiempos iguales.
    El envidioso en vano le diría
a tu esposo mi amor; aun si nos viera
yacer juntos, sus ojos no creería.
    Mas tú huye de otro amor, que su ceguera  85
será en mi favor sólo, y otro amante
esconderse a su vista no pudiera.
    ¿Qué no creeré de maga que es bastante,
según dijo, a romper del amor mío
las firmes ataduras de diamante?  90
    Cuando la noche tiende el manto frío,
inmolará por mí negros corderos
a las deidades del Averno umbrío.
    No que yo no te amara, mas que fueras
blanda a mi amor pedía, Delia hermosa,  95
que eternamente tú en mi amor ardieras,
que la vida sin ti me fuese odiosa.






ArribaAbajoOda


- XII -

Traducción de Horacio




    Vana sabiduría,
de tu resplandor falso deslumbrado,
ya largo tiempo erré sin norte o guía;
ora al camino por mi mal dejado
torno, y víctimas pías  5
a Jove inmolaré todos los días.

    A Jove que, lanzando
con diestra firme el rayo fulminante,
hendiendo va las nubes, y volando
en alígero carro rutilante  10
por el cielo sereno,
crujen entrambos polos a su trueno.

    Las selváticas tierras,
los caudalosos ríos, el Averno
y cuanto monstruo pavoroso encierras  15
en tus entrañas, horroroso Infierno,
todo a Jove obedece,
todo su rayo horrísono estremece.

    La fortuna inconstante
con impulso ruidoso precipita  20
cuanto alzaba al Olimpo su arrogante
frente, y con mano poderosa excita
el que en el polvo yace,
y aquel que escuro fuera brillar hace.





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