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Testamento profesional: comentarios, ilustraciones y sugerencias al finalizar la tarea editorial, librera e impresora

Rafael Giménez Siles



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ArribaAbajoA todos quienes colaboran en EDIAPSA

Por el nutrido acervo de sabias enseñanzas que don Rafael Giménez Siles ofrece en el singular libro que recatadamente intituló «Testamento profesional. Comentarios, ilustraciones y sugerencias al finalizar la tarea editorial, librera e impresora», el Consejo de Administración de EDIAPSA, a quien don Rafael dedicó esta obra, ha creído pertinente, para su máximo aprovechamiento, distribuirla entre el personal que maneja las Librerías de Cristal y así cumplir la recomendación del autor: «Con el verdadero librero, todo el personal debe hablar el lenguaje de la profesión y pensar como librero».

Después de 57 años de vida profesional creativa y sin treguas, don Rafael nos ofrece alcanzado fruto de largos años de fervoroso trato con los libros; considera que su vida activa ya ha finalizado, pero felizmente no es así, pues él sigue presente, activo, en nuestra empresa, siempre pronto para el consejo oportuno y la colaboración cabal y afectuosa.

EDIAPSA es muy afortunada, su creador sigue su proceso de desarrollo día a día y cuida que   —6→   sus metas se cumplan sin mistificaciones, sin desviarse un punto del propósito original: el amor al libro, el respeto para la profesión; el anhelo de merecer, como también dice don Rafael, que la labor callada de los editores, los impresores y los libreros, se inmortalice junto con la original creación de los autores.

Reciban ustedes este libro pleno de enseñanzas, de experiencias vividas, de pensamientos afines, como la mejor ayuda para su quehacer profesional y como un reconocimiento calificado de que su trabajo es digna y noble colaboración a la cultura.

3 de marzo de 1980

GUMERSINDO QUESADA BRAVO,

Presidente



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ArribaAbajo[Dedicatoria]

A los compañeros del Consejo de Administración, a los funcionarios y empleados de EDIAPSA que vean en estas páginas el deseo que las inspira de que la empresa continúe desarrollándose con acierto a la par que influyendo lo más posible en el progreso de la cultura de México.

Rafael Giménez Siles

Ciudad de México, mes de julio del año mil novecientos setenta y nueve. En el cuadragésimo aniversario de la fundación de las Librerías de Cristal en los Estados Unidos Mexicanos.



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ArribaAbajo[Aforismo. Maurice Chavardès]

«No hay un solo escritor que al inmortalizarse, no introduzca con él, en el templo del recuerdo, a su editor, a su impresor y a su librero».


(«Histoire de la Librairie», Maurice Chavardès, Pierre Waleffe, París).                





ArribaAbajo[Aforismo. Thomas Bartholin]

«Sin libros, Dios está callado, la justicia dormida, las ciencias paradas, la filosofía coja, las letras mudas, y todas las cosas envueltas como en heladas tinieblas».


THOMAS BARTHOLIN. (Sabio dinamarqués nacido en 1616 en Copenhague y fallecido en 1680).                





ArribaAbajo[Aforismo. Descartes]

«Los libros son los compañeros más generosos y su lectura una conversación con los hombres más ilustres de los siglos pasados».


DESCARTES. (Filósofo, matemático y físico francés, nacido en 1596 y fallecido en 1650).                





ArribaAbajo[Aforismo. Gracián]

«Los libros son nuestros amigos manuales, no hay gusto como el de leer, ni centro como una selecta librería».


GRACIÁN. (Escritor y jesuita español nacido en 1601 y fallecido en 1658).                




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ArribaAbajoCristóbal Colón librero ambulante

«En 1477 los Reyes Católicos dirigieron una ordenanza a los cobradores de la Corona y almojarifes, diciendo que se eximía de todo tributo para la venta de sus libros a Teodorico Alemán; éste se instaló, al amparo y protección de dicho privilegio, en Sevilla, donde comisionó a varias personas que le vendieran sus libros, y uno de estos verdaderos libreros ambulantes fue el gran descubridor de América, Cristóbal Colón, de quien el padre Bernáldez, cura de los palacios, fue su amigo y lo hospedó varias veces, según cuenta en su «Crónica de España», en la que, refiriéndose a éste, dice: Colón era natural de Génova y mercader de libros en Andalucía».



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ArribaAbajoDel prestigio del escritor, del editor y del librero

«Hay que destacar, ante la opinión pública, el altísimo valor de la cultura en su expresión más noble, que es la del libro, en el cual se compendia la labor espiritual y personal del escritor y el trabajo más estrictamente ligado a la difusión y valoración de la obra literaria, ambos encomendados al editor y al librero. Debe contribuirse a acrecentar el prestigio del escritor y el del hombre de la cultura, el editor y el librero, en la consideración pública».


(Revista «La Fiera Letteraria», Italia).                






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ArribaAbajoComentarios, ilustraciones y sugerencias profesionales

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ArribaAbajo[De los libros]

[Montaigne]


Quien preocupado al iniciar este escrito, por natural modestia y consciente de limitaciones, por poder aparecer docto y con pretensiones de suficiencia paró atención en el decir y coincidencia en lo asentado al releer, al cabo de los años, el ensayo titulado «De los libros», de Montaigne, se sintió alentado y consideró que podría justificarse reproduciendo previamente las primeras líneas de dicho ensayo del pensador francés del siglo XVI:

«Bien sé que con frecuencia me acontece tratar de cosas que están mejor dichas y con mayor fundamento y verdad en los maestros que escribieron de los asuntos de que hablo. Lo que yo escribo es puramente un ensayo de mis facultades naturales, y en manera alguna del de las que con el estudio se adquieren; quien encontrare en mi ignorancia no hará gran descubrimiento, pues ni yo mismo respondo de mis aserciones ni estoy tampoco satisfecho de mis discursos. Quien busque sabiduría, que la pesque donde se aloja: no tengo pretensión de poseerla. Contiénense en estos ensayos mis fantasías, y con ellas no trato de explicar las cosas, sino sólo de darme a conocer a mí mismo; quizás ellas me serán algún día conocidas, o   —18→   me lo fueron ya, dado que el acaso me haya llevado donde se hallan bien esclarecidas. Pero, si es así, ya no lo recuerdo: bien que sea hombre que amo la ciencia, no retengo sus enseñanzas; así es que no aseguro certeza alguna, y sólo trato de asentar el punto a que llegan mis conocimientos actuales. No hay, pues, que fijarse en las materias de que hablo, sino en la manera como las trato, y en aquello que tomo a los demás téngase en cuenta si he acertado a escoger algo con que realzar o socorrer mi propia invención, pues prefiero dejar hablar a los otros cuando yo no acierto a explicarme tan bien como ellos, bien por la flojedad de mi lenguaje, bien por la debilidad de mis razonamientos».






ArribaAbajo[Guión autobiográfico profesional]

[Rafael Giménez Siles]


El que ahora toma nota para dar a conocer estas especulaciones, decía el veinte de junio de 1978, en el párrafo final del texto de su «Guión autobiográfico profesional»1:

«Al solicitar por razones particulares, a la Asamblea General de Accionistas de EDIAPSA, en 7975, su jubilación del cargo de director general, a los treinta y siete años de ejercerlo, desde la fundación de la empresa, le fue concedida, con   —19→   la petición de que aceptase el puesto de consejero asesor de la misma. Viene desempeñando esa actividad como considera más útil a los intereses de la Sociedad dedicándose a estudiar a fondo la situación de los negocios libreros en todos los países, especialmente los de los más cultos; la situación de los mismos negocios en México, país con grandes dificultades para el desarrollo de la cultura y en cuya solución deben participar eficazmente y cada vez más las librerías, colaborando en lo posible con el esfuerzo que el gobierno realiza y, por último, Rafael Giménez Siles estudia, con especial responsabilidad, los problemas que pueden afectar a EDIAPSA, empresa que por su prestigio y extensión requiere que se le creen actividades complementarias: que no se limite a seguir viviendo de la tradición y del impulso adquirido; que origine funciones a tono con los tiempos actuales de total transformación, colaborando, sin desatender la preocupación comercial por elemental razón de perdurabilidad, en la mayor difusión del libro como factor de cultura, entrando en el extenso mercado de lectores potenciales alejados del libro a causa de sus limitadas posibilidades económicas. Las librerías deben vivir al ritmo de los tiempos actuales si no quieren declinar, y son estas preocupaciones las que han llevado al consejero asesor a atisbar soluciones ambiciosas que, de ser llevadas acertadamente a la práctica, elevarían el prestigio y la eficacia cultural de las Librerías de Cristal. Los estudios en marcha y los proyectos concebidos los presentará al Consejo de EDIAPSA, una   —20→   vez concretados, en el momento más propicio. De llevarse adelante los planes en cuestión serían el colofón satisfactorio de la actividad de un entusiasta de la producción y difusión del libro».



Cumpliendo el compromiso contraído pensó hacer durante unos días una intermitente exposición confidencial, ante reducido auditorio, de cuanto tenía meditado sobre el pasado, presente y futuro de los negocios del libro, pero considerando que seguía obligado a dar a conocer sus inquietudes, cuanto tenía lucubrado, a las personas con las que seguía vinculado empresarialmente, decidió recurrir a la escritura con la ventaja de poder abundar en antecedentes y comentarios, hacer llegar cuanto escribiese a sus compañeros de EDIAPSA y pasarlo después a formar parte de uno de sus proyectados «Retazos de vida de un obstinado aprendiz de editor, librero e impresor».




ArribaAbajo[Algunos antecedentes sobre aprendiz de editor, librero e impresor]

Algunos antecedentes sobre «Aprendiz de editor, librero e impresor»:

«En cuanto al capítulo de los aprendices libreros e impresores hay mucho que decir: aunque no son muy precisos los reglamentos interpuestos (en Francia) entre 1550 y 1649, sí nos dan informaciones bastante completas sobre el tiempo de aprendizaje, diplomas, situación de la familia de los interesados, los permisos, fiestas respetadas sin trabajar, contratación y cualidades morales e intelectuales exigidas. Lo primero que se indica es   —21→   que no serán admitidos en el aprendizaje más que los candidatos versados en lengua latina y que sepan, al menos, leer el griego, lo cual deberá ser atestiguado por un certificado del rector de la universidad. La duración del contrato de aprendizaje pasará de tres años (1573) a cuatro años (1615), después a cinco (1618) para llegar a la maestría de la librería. El aprendiz tendrá que ser joven, de nacionalidad francesa, de buenas costumbres y vida, católico, con capacidad «para atender al público» y soltero...»


(«Histoire de la Librairie», Maurice Chavardès, Pierre Waleffe, París).                


«En España las ordenanzas del gremio barcelonés promulgadas en 1553, que rigieron hasta la abolición de tales institutos, ya entrado el siglo XIX, y como se practicaban a la vez y bajo una sola denominación el arte de encuadernar y el comercio de los libros, establecían el aprendizaje en un periodo de cinco años después del cual los individuos pasaban a la categoría de oficiales. Los libreros, para establecerse, necesitaban recibir, el título de maestro, previo examen, y estar agremiados, sin cuyas circunstancias nadie podía tener libros para vender...»


(«Enciclopedia Universal Ilustrada», Espasa Calpe, Madrid).                


Leyendo el año 1958 el libro «Je suis libraire», de Raymond Picquot, presidente de honor de la Cámara Sindical de Libreros de Francia, prestó especial interés a la carta que, a manera de prólogo, aparece en dicha   —22→   obra. La creyó tan interesante, planteaba tantos problemas que de tiempo atrás lo venían preocupando, que la reprodujo, poniéndole epígrafe y comentario, en el número ocho correspondiente al primer semestre del año 1961 del boletín bibliográfico «El Mundo de los Libros» que, con cincuenta mil ejemplares de tirada, creó y dirigió en la «Organización Editorial Novaro» cuando fue director de ediciones y vicepresidente de aquella empresa, sin abandonar la dirección general de EDIAPSA. Dicho boletín se repartía gratuitamente y circulaba por todos los países hispanoamericanos.




ArribaAbajo[El diario de los sabios]

[Primer boletín bibliográfico]


[En 1665 las librerías de Francia disponían, para hacer conocer sus producciones, de un órgano periódico: «El diario de los sabios», muchas de cuyas páginas estaban reservadas a la bibliografía y a la crítica literaria. Anteriormente los libreros habían creado algunos boletines especializados»


(«Histoire de la Librairie», Maurice Chavardés, Pierre Waleffe, París).]                


¿DEBE EVOLUCIONAR EL COMERCIO DEL LIBRO A LA PAR QUE LOS TIEMPOS O TIENE FATALMENTE QUE DESAPARECER AL PRETENDER MANTENERSE CON LA FISONOMÍA Y TÉCNICAS DE ÉPOCAS PASADAS?

La disyuntiva que plantea el interrogante que sirve de epígrafe a esta información surge de la carta que Marie-Madeleine Martin dirigió al prestigioso librero parisiense Raymond Picquot, presidente de honor de la Cámara Sindical de Libreros   —23→   de Francia, carta que sirvió de introducción al libro que bajo el título de «Je suis libraire» escribió e? propio señor Picquot. La carta referida dice así:




ArribaAbajo[Carta sobre el porvenir de la librería en Francia]

[Marie Madeleine Martin]


«Sus lectores van a saber con cuánta competencia y con cuánto cariño les va usted a presentar esa profesión de librero a la que ha consagrado usted su vida y en la cual, por la estimación de sus colegas, ha conquistado usted los más altos honores profesionales.

Únicamente temo que, arrastrado por su cariño a la profesión, haya usted pintado con colores demasiado halagadores el conjunto de una actividad que actualmente atraviesa por una de las más grandes crisis de su historia.

Es cierto que usted habla de las amenazas que pesan, en nuestros días, sobre la librería francesa; usted hace notar que la profesión ha sido invadida por demasiada gente desprovista de formación adecuada; usted menciona los problemas abrumadores que plantea a los pequeños y medianos negocios comerciales un fisco tiránico; y usted señala el descenso general de la cultura en una época que ha sucedido a una guerra atroz... Usted continúa siendo tan fiel a su profesión y continúa a su servicio fiel a una tradición tan larga que no puede dejar de sentirla verdaderamente en peligro.

Y sin embargo, ¿no es usted demasiado optimista en lo que se refiere al conjunto de sus colegas?

A los neófitos que, llenos de ardor, abrazan en nuestros días la profesión de librero como un sacerdocio,   —24→   no debe ocultárseles que, por encima de las transformaciones políticas y económicas que con gran perturbación están modificando tan profundamente el mercado del libro, asistimos a un cambio que afecta al propio orden de una civilización. Desde el Renacimiento y la invención de la imprenta, la importancia y prestigio del libro no han sufrido, sin duda, un ataque comparable al que actualmente le están presentando la industria de la imagen y la del sonido. No nos engañemos: para el conjunto de nuestros contemporáneos ya no es el libro el vehículo por excelencia del pensamiento; cuentan también el aparato de radio, el cine, la revista de páginas llenas de dibujos y fotografías.

No me entretendré en lamentar el bajo nivel cultural a que llegan, muy a menudo, esas distintas instituciones. Nuestros contemporáneos (que se creen mucho más civilizados que sus antepasados porque utilizan el refrigerador, los aviones ultrarrápidos y están preparando sus futuros viajes a la Luna) se sorprenderían al saber que la imagen es la señal de los cambios humanos hacia sociedades más primitivas, casi las más bárbaras, y usted sabe, como yo, el retroceso que ha sufrido el pensamiento humano con el doloroso hechizo de las necedades radiofónicas o de la información desfigurada de la prensa sensacionalista.

¿Es que esta crisis del libro, crisis más profunda que las dificultades comerciales pasajeras que siguen a los trastornos de una guerra, anuncia una decadencia irremediable?

¡Bien!, no estamos obligados a creerlo, y siento   —25→   la tentación de unirme a su optimismo, aunque por otros caminos.

En primer lugar, ¿por qué los libreros tendrían que apartarse sistemáticamente de los cambios de su época en lugar de tratar de hacerlos útiles para su actividad?

¿Que hay afición por la imagen? ¿Por qué no podría ser el librero el guía por excelencia de los aprendices de fotógrafo y de los aficionados a la industria del cine, siendo él el vendedor de volúmenes admirables de arte y de esas ediciones en que la imagen alcanza las cúspides más altas de la expresión artística? En ciertos casos, ¿por qué no podría suministrar la unión de estas actividades la ocasión para una asociación fructífera entre un librero de antes, lleno de experiencia y de cultura, y un librero de hoy, ávido, sobre todo, de cambios y de beneficio comercial?

¿Y que hay gusto por el sonido? Algunos libreros ya no se niegan a vender discos... Pero ¿por qué no podrían buscar para su beneficio el resucitar el gusto por las lecturas públicas, en sus tiendas, conocido ya en la Roma antigua, o que el lanzamiento de las obras estuviera siempre acompañado por sesiones de lectura? ¿Por qué los libreros no podrían rejuvenecer así el papel que tuvieron, más cerca de nuestra época, los salones casi enteramente desaparecidos en la actualidad? ¿No fue en el salón de Mme. Récamier donde Balzac conoció el éxito por primera vez? Pero, en nuestra época, ¿dónde se encuentra una Mme. Récamier...? Por otra parte, ¡cuánto apoyo no podría   —26→   dar un librero a autores selectos privados de la audiencia del público porque no cuentan, como los payasos del gran circo literario, con la ayuda de la propaganda radiofónica y periodística! En estos casos el librero cultivado, un librero apasionado por su oficio, podría, con discernimiento juicioso, guiar a sus lectores, los cuales, no hay que ocultarlo, han sido con frecuencia engañados, desde hace años, por la crítica de una prensa sin percepción o por la propaganda exagerada o también por las selecciones inexplicables de algunos Jurados literarios, antiguamente mejor inspirados.

¡Qué brillo volverían a dar a la profesión estas actividades que vendrían a hacer del librero, con los medios adaptados a los gustos del día, un verdadero consejero de lecturas, un verdadero «bibliotecario adjunto» en cada ciudad de Francia!

En una profesión invadida por demasiados indeseables, ¿no sería ese el medio de hacer resaltar de nuevo, a un grupo de profesionales de calidad, a una élite indiscutible que por sí sola constituiría una verdadera defensa contra la ola de mediocres? Y además, ¿no sería esa la ocasión para una colaboración mucho más activa entre el autor, el editor y el vendedor de libros que muy frecuentemente se desconocen y se sienten en pugna unos contra otros porque cada uno de ellos ignora las dificultades y los problemas de los demás?

Para finalizar, nos parece posible que el libro vuelva a tener, a causa de los ataques mismos que recibe, un lugar eminente en la vida intelectual de   —27→   las sociedades de hoy. Al no contar para él ya la cantidad, ganará inmensamente en calidad.

Los editores abandonarán, sin duda, cada vez más, a los periódicos y revistas, el cuidado de difundir las obras de una actualidad pasajera y los escritos sin futuro.

El libro volverá a ser, tal vez, lo que fueron los manuscritos de nuestra admirable Edad Media, los depositarios de todo el pensamiento digno de perdurar, el medio de intercambio entre los sabios, el punto de contacto de los hombres superiores del mundo entero.

Y ¿qué mejor programa del porvenir se les puede presentar a los jóvenes libreros, a los que se consumen y se desesperan ante la decadencia de su profesión y que temen que el porvenir les depare su completa destrucción?

Que se aferren, para subsistir, a los medios de actividad que el mundo contemporáneo les indica para renovar su profesión, pero que guarden intacta, en el fondo de sí mismos, la idea de la grandeza de esta profesión y de la nobleza de su función social.

No se cambia una época volviéndole la espalda sino sirviéndose de los medios que ofrece para llevar a cabo, a pesar de todo, el ideal de belleza y de verdad que sigue siendo el honor del hombre».


(Marie-Madeleine Martin. Antigua alumna de la escuela de Chartes. Gran Premio «Gobert», de la Academia Francesa. Fundadora-directora de las «Ediciones del Conquistador»).                




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ArribaAbajo[Yo soy librero]

[Raymond Picquot]


El referido libro «Je suis libraire» del autor Raymond Picquot, al cual corresponde el prólogo anterior, principia con los siguientes párrafos:

«¿Existen todavía libreros en Francia? Uno de nuestros decanos, gran librero, nos decía hace algunos años: «No serán ustedes más de diez». Lejos de nosotros idea tan severa. Sin embargo, debemos confesar que cada día se reduce más el número de los que practican con competencia y entusiasmo esta profesión difícil y complicada. ¿No se verá reducida de centenas a algunas decenas? Es posible si no se limita la invasión de los incompetentes que pone en riesgo de hundimiento a la librería francesa.

Aconsejar es el papel delicado, el ingrato papel al que está condenado el librero. Pero para ello debe conocer los libros que propone. Le hará falta buscar una información cuyas fuentes principales hemos indicado con anterioridad. Pero la mejor información será la práctica constante del examen de los volúmenes que contenga su librería.

¿Por qué tantos seudolibreros no saben ni aconsejar ni informar a su clientela? Porque desde hace treinta años han ingresado en nuestra profesión demasiados compradores de saldos de librería y sobre todo instaladores de tiendas sin previa preparación profesional; porque muchos han descuidado, en demasía, su cultura personal.

Poner los libros en estanterías y poner el rótulo de «Librería» en la fachada de una tienda no puede   —29→   ser suficiente para merecer el título que solamente un largo aprendizaje puede conferir.

El ejercicio de la profesión de librero es al mismo tiempo un trabajo y una vocación. La atracción que el libro ejerce es muchas veces invencible hasta para aquellos que parecen ser los menos preparados, por el medio en que se desenvuelven, para convertirse en libreros.

Y esta vocación permite soportar todos los riesgos que lleva consigo esta profesión, algunas veces muy ingrata. Entonces, ¿es un sacerdocio? ¡casi!

¿Qué es un librero en el verdadero sentido de la palabra, es decir, un «librero calificado»?

¿No debería la palabra librero decir por sí misma lo que debe significar? Ciertamente, pero en nuestros días las palabras han ido perdiendo su sentido primario o por lo menos su sentido ha disminuido. Por lo tanto, hace falta distinguir y precisar para alejar cualquier confusión: hay más seudolibreros que verdaderos libreros y, sin embargo, a todos se les denomina libreros.

¿A qué se debe esta disminución del prestigio? Durante muchos años todo parecía fácil, en particular para las generaciones jóvenes, porque toda clase de comercio dejaba beneficio ya que la mercancía que se vendía era más escasa que la demanda. Hemos visto por tanto esta paradoja: a pesar de las barreras del intervencionismo estatal sobre el cual nos reservamos nuestra opinión, se han instalado por todas partes, en menos de cinco años, más tiendas nuevas que durante los veinticinco años precedentes en que el mercado era libre. La   —30→   librería no se ha librado de esta inflación «tiendista» y los vendedores de libros se creyeron libreros porque pudieron obtener de aquí y de allá libros que vendían sin ninguna preocupación por su contenido, como hubieran podido vender cualquiera otra mercancía.

No pregunten a estos advenedizos qué es un libro; ni lo que contiene ni cómo se fabrica. Sobre todo no les pregunten ninguna información bibliográfica; no les vayan a hablar de ediciones antiguas ni les hagan preguntas indiscretas sobre las ilustraciones ni sobre los procedimientos de ilustración del libro, pues ignoran todo lo que se refiere a la profesión en la cual se han infiltrado.

Pero el librero de calidad sabe esto y muchas más cosas que ha aprendido a través de todo un aprendizaje y larga experiencia. Sabe y comunica su saber a su clientela y diariamente enseña a todo el que tiene a su alrededor. Con el verdadero librero todo el personal del negocio habla el lenguaje de la profesión y piensa como librero. Es indispensable, ciertamente, que la venta sea activa y fructífera, porque es moral vivir de la profesión, pero también hace falta que ésta se practique en una librería con un sentido especial. Hace falta el tacto, buen gusto y competencia. Bajo estas condiciones vemos librerías con buena y abundante clientela y con los libros bien clasificados y donde el libro no se ofrece amontonado como cualquier mercancía vulgar sino que está considerado como el reflejo del espíritu, el noble vehículo de las letras, de las artes y de las ciencias.

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Esta personalidad del librero de calidad, escasa como ya lo hemos dicho, pero, sin embargo, no desaparecida, debe ser estimulada. Hay que proteger aquellas librerías en las que se respira la atmósfera necesaria al bibliófilo, al letrado, al investigador, al trabajador intelectual. Hay que ayudar a estas casas a mantener dentro de ellas el ambiente, diría yo de euforia, en el que se sumergen los asiduos desde el momento en que entran en esas tiendas tan especiales. Hace falta hacer esto por que es necesario para la reputación de la profesión de librero y para la del libro francés tan a menudo deshonrado y expuesto a toda clase de promiscuidades en las casas de los seudolibreros de los que hablaba al comienzo...»


(«Je suis libraire» Raymond Picquot. «Editions du Conquistador». París 1955).                


De otros países, de los de mayor cultura y tradición editorial y librera, se encuentran constancias, como las que aparecen a continuación, que permiten apreciar situaciones similares de los negocios del libro y el contraste con los de Inglaterra que cuentan con la eficaz colaboración del estado.




ArribaAbajo[Muchos libros y pocos lectores, en Italia. Número de lectores en Inglaterra]

El 21 de abril de 1979 se publicó en un diario de Roma bajo el título muchos libros y pocos lectores un artículo al cual corresponden los siguientes párrafos:

«Italia es un país donde se imprimen cada año 17.500 títulos distintos. El país donde operan 1.500 editoriales y donde la industria del sector tiene una venta anual por más de 600.000 millones de liras   —32→   o sea 700 millones de dólares. Sin embargo es también un país donde cada año solamente 24 italianos sobre cien leen por lo menos un libro (encuesta hecha a principios de los años setenta), donde el sistema de las bibliotecas es uno de los más atrasados de Europa y donde el único mercado editorial que realmente marcha bien es el de los textos escolares. De esta crisis solamente podrá salir la industria editorial y el comercio librero de Italia con una estructuración y una política librera distinta encarada con el fin de aumentar el número de lectores de todas las edades...

El problema de aumento del precio de los libros y el de la insuficiencia de librerías aparece como decisivo para quienes se dedican a estas actividades.

En Italia hay unas 700 librerías, espacios más o menos limitados y los estantes y anaqueles son diariamente disputados por las distintas editoriales. Es una lucha dura de la que salen infaliblemente ganadoras las grandes casas editoriales (unas cuarenta que producen centenares de novedades por año...) ¿Y qué hace el lector? El lector... no lee... Las cifras demuestran que los italianos en materia de lecturas están en el último lugar de Europa. En España, 40 españoles sobre cien han leído por lo menos un libro por año. En Inglaterra son 63 por ciento, un récord difícilmente alcanzable. Pero ocurre que la tradición de la lectura en Gran Bretaña está muy arraigada. Se puede notar en la organización de las bibliotecas públicas que son centros de concurrencia cotidiana en la vida   —33→   del país. Basta pensar en el hecho de que existe el sistema de las «Bibliotecas viajeras», o sea de los grandes ómnibus, «Librerías itinerantes» que los bibliotecarios llevan hasta los rincones más apartados (del Mar del Norte por ejemplo) para abastecer de libros a pescadores y agricultores. En Italia, en cambio, existen 200 bibliotecas pero son poco frecuentadas.

Ahora la nueva política cultural descentralizada de las regiones italianas está afrontando el problema con una nueva mentalidad, pero es todavía mucho el trabajo por hacer. Por el momento, en espera del día del gran renacimiento de la lectura, las casas editoriales tratan de reforzar canales de venta, pero los resultados positivos, por ahora, solamente conciernen a la literatura de evasión: policiales, novelones sentimentales y folletines».


(Diario «Excelsior». México, 29 de abril de 1979).                





ArribaAbajo[Festival literario en Hamburgo]

FESTIVAL LITERARIO EN HAMBURGO

«Mejores relaciones entre el libro y el lector.- El senador y segundo alcalde de Hamburgo y el presidente de la Asociación Novalemania de Editores y Libreros, inauguraron en días pasados una nueva fiesta literaria en Hamburgo. Marco de esta fiesta literaria denominada «Trajín literario» fue una pequeña plaza en el centro de la ciudad hanseática. Se inició con una broma. Un arlequín le puso una nariz de cartón al senador de asuntos culturales que pronunció su discurso de inauguración   —34→   sin desprenderse de ella, lo que fue acogido con jubilosos aplausos por parte del público. De los discursos se dedujo que este «Trajín literario» relevará en el futuro a la antigua semana del libro «Hamburgo literario» que no ha podido mantenerse por causas financieras. El «Trajín literario», un espectáculo librero en todo el sentido de la palabra, es, al parecer, un fenómeno único en la República Federal Alemana del que firman como responsables la ciudad hanseática, la Asociación Novalemania de Editores y Libreros, asociaciones literarias, escritores hamburgueses, Studio Hamburgo y el Foro Juvenil de Hamburgo. Esta semana va revestida de cierto carácter de fiesta popular y está destinada a establecer una relación más relajada entre el libro y el lector... La música de fondo pareció dar alas a las conversaciones y a la demanda... Hay que destacar algunas atracciones de este «Trajín literario». Todas las tardes se presenta un «talk-show», lecturas de los más afamados escritores, conciertos de jazz y un caleidoscopio bajo-alemán con la intervención de destacados artistas... Digno también de mención es que en el programa se concede preferencia a la ocupación con literatura infantil y juvenil, con lo que ésta deja de tener carácter marginal».


(Diario «Novedades». México, 13 de mayo de 1979).                





ArribaAbajo[Número de lectores en Estados Unidos]

«En una encuesta realizada para la industria del libro en Washington, más de la mitad de todos los estadounidenses mayores de 16 años leyeron uno o más libros en los seis meses que abarcó el   —35→   estudio, y uno de cada cuatro leyó diez libros o más. ¿Y qué leen? ¿Leen por placer, por simple gusto? «Gran parte de la lectura en estos días es considerada como un medio de mejorar en la carrera, pero muchos de estos lectores recalcitrantes se han enfrascado en los libros desde edad temprana y leen para distraerse» dice Arthur H. White, cuya empresa realizó el estudio. «Por desgracia esto tiene su aspecto negativo» agrega. «Si los muchachos no llegan a ser buenos lectores para la época en que abandonan la escuela secundaria, parecen existir pocas probabilidades de que lo sean posteriormente». Las estadísticas parecen confirmar este hecho. La encuesta reveló que los periódicos y las revistas constituyen el único medio de lectura para el 39 por ciento de la población. Quizá hasta el 12 por ciento no lee absolutamente nada porque jamás adquirió esa costumbre. No obstante estas cifras desalentadoras las librerías nunca habían sido tan populares, y hasta mucha gente que no lee libros informó que acudía a ellas con regularidad, lo mismo para curiosear que para comprar algún libro para regalar...»


(Diario «Excelsior» México, 20 de mayo de 1979).                





ArribaAbajo[Número de lectores en España. Censo de librerías en España]

«En España existen unos 15.000 puntos de venta y alrededor de 3.600 librerías. El punto de venta en el «argot» profesional, es una instalación rudimentaria en la que además de expenderse revistas y algunos libros se pueden adquirir otros productos generalmente destinados a los niños. Esto quiere decir que no prestan a la difusión un servicio   —36→   completo ni eficaz. De las 3.600 librerías solamente un diez por ciento pueden ser consideradas eficientes, puesto que las restantes se desenvuelven con unas limitaciones de espacio, de rentabilidad o de formación adecuada que les impide cumplir su misión. El problema, pues, no es de cantidad, sino de estructura. En la República Federal Alemana hay censadas unas 4.000 librerías, o sea que, proporcionalmente, hay muchas menos que en España, pero mientras aquí el promedio de títulos es de 500 por cada librería, en Alemania este roza los 10.000, y se considera una librería completa cuando excede de los 20.000 títulos. En España existen todavía los llamados «desiertos libreros». José María Boixareu, librero barcelonés.


(Diario «ABC», Madrid, 1972).                


«El ideal sería: librerías o quioscos en el pueblo más pequeño de España. Pero la creciente cobertura de áreas adonde el libro apenas llega requiere el incremento previo o simultáneo de la difusión y efectiva popularización de la cultura». Antonio Buero Vallejo, de la Real Academia Española.


(Diario «ABC», Madrid, 1972).                





ArribaAbajo[Proveedores de libros en español a México en 1830]

«El comercio librero exterior de España, que naturalmente debiera consistir en aprovisionar la América meridional y México, países todos de lengua castellana, era, hacia 1830, una de las explotaciones de la librería parisiense. En la actualidad ya no es solo el comercio francés, sino también el de Inglaterra, Italia, Alemania y los Estados Unidos   —37→   que con sus reimpresiones, no siempre lícitas, acaparan también el mercado americano con libros españoles impresos en aquellos países».


(Enciclopedia Universal Ilustrada, Espasa Calpe, Madrid).                


«En los navíos de la Compañía Guipuzcoana de Navegación que traía el cacao de Venezuela llegaban a América las obras enciclopédicas, que leían los vascongados «caballeritos de Azcoitia» y que alimentaron el sueño de Bolívar. Los libros españoles que habían servido para enseñar teología servían ahora para el aprendizaje del ejercicio de la libertad». Guillermo Díaz Plaja, de la Real Academia Española.


(Diario «ABC», Madrid, 1972).                


Quien viene recogiendo todos los datos y hace las consideraciones que aquí se consignan, aunque pueda resultar largo el relato, manifiesta que intenta crear con todo ello conciencia profesional en los actuales jóvenes aprendices mexicanos de edición y venta de libros, para que se conviertan en factores de la cultura y del progreso nacionales; para que cada uno de ellos, como capacitado editor y librero, llegue a ser eficaz auxiliar de los hombres de ciencia, de arte y de letras mexicanos.

No se puede pretender, en nuestra época, que esos jóvenes aprendices mexicanos incluyan en su preparación el estudio del latín y del griego como era obligatorio para los aprendices franceses en el siglo XVI, pero sí que lleguen a dominar su propia lengua, la lengua castellana, en su   —38→   gramática y en su vocabulario, que enriquezcan cada día su conocimiento de voces del idioma haciendo frecuente uso del diccionario, que se hagan inseparables de él, que consideren indispensable el dominio del inglés, idioma internacional del presente y que no dejen de incrementar continuamente su erudición bibliográfica.

A los aprendices de editor y de librero les convendría meditar las opiniones de los grandes maestros que han escrito sobre el libro, su edición y venta. Como sería imposible que dichos aprendices diesen fácilmente con los juicios de algunos de esos grandes maestros sobre los temas que tocamos, se reproducen a continuación ciertos escritos completos y fragmentos escogidos.




ArribaAbajo[Oda al diccionario]

[Pablo Neruda]


De PABLO NERUDA.- Poeta chileno nacido en Parral (Chile) el año 1904 y fallecido en Santiago de Chile en 1973.




Oda al diccionario


    Lomo de buey, pesado
cargador, sistemático
libro espeso:
de joven
te ignoré, me vistió  5
la suficiencia
y, me creí repleto,
y orondo como un
melancólico sapo
dictaminé: «Recibo  10
las palabras
—39→
directamente
del Sinaí bramante.
Reduciré
las formas a la alquimia.  15
Soy mago».
El gran mago callaba.

    El Diccionario,
viejo y pesado, con su chaquetón
de pellejo gastado,  20
se quedó silencioso
sin mostrar sus probetas.

    Pero un día,
después de haberlo usado
y desusado,  25
después
de declararlo
inútil y anacrónico camello,
cuando por largos meses, sin protesta,
me sirvió de sillón  30
y de almohada,
se rebeló y plantándose
en mi puerta
creció, movió sus hojas
y sus nidos,  35
movió la elevación de su follaje:
árbol
era,
natural,
generoso  40
«manzano», «manzanar» o «manzanero»,
—40→
y las palabras
brillaban en su copa inagotable,
opacas o sonoras,
fecundas en la fronda del lenguaje,  45
cargadas de verdad y de sonido.

    Aparto una
sola de
sus
páginas:  50
«Caporal»,
«Capuchón»,
qué maravilla
pronunciar estas sílabas
con aire,  55
y más abajo
«Cápsula»
hueca, esperando aceite o ambrosía,
y junto a ellas
«Captura», «Capucete», «Capuchina»,  60
«Caprario», «Captatorio»,
palabras
que se deslizan como suaves uvas
o que a la luz estallan
como gérmenes ciegos que esperaron  65
en las bodegas del vocabulario
y viven otra vez y dan la vida:
una vez más el corazón las quema.

    Diccionario, no eres
tumba, sepulcro, féretro,  70
túmulo, mausoleo,
—41→
sino preservación,
fuego escondido,
plantación de rubíes,
perpetuidad viviente  75
de la esencia,
granero del idioma.
Y es hermoso
recoger en tus filas
la palabra  80
de estirpe,
la severa
y olvidada
sentencia,
hija de España,  85
endurecida
como reja de arado,
fija en su límite
de anticuada herramienta,
preservada  90
con su hermosura exacta
y su dureza de medalla.
O la otra palabra
que allí vimos perdida
entre renglones  95
y que de pronto
se hizo sabrosa y lisa en nuestra boca.

    Diccionario, una mano
de tus mil manos, una
de tus mil esmeraldas,  100
una
sola
—42→
gota
de tus vertientes virginales,
un grano  105
de
tus
magnánimos graneros
en el momento
justo  110
a mis labios conduce,
al hilo de mi pluma,
a mi tintero.
De tu espesa y sonora
profundidad de selva,  115
dame,
cuando lo necesite,
un solo trino, el lujo
de una abeja,
un fragmento caído  120
de tu antigua madera perfumada
por una eternidad de jazmineros,
una
sílaba,
un temblor, un sonido,  125
una semilla:
de tierra soy y con palabras canto.




ArribaAbajo[El libro como conflicto]

[José Ortega y Gasset]


De JOSÉ ORTEGA Y GASSET.- Filósofo español nacido en Madrid el año 1883 y fallecido en la misma ciudad en 1955. (Fragmentos del discurso que dirigido a los editores pronunció en la Universidad Central de Madrid el 20 de mayo de 19351).

  —43→  

EL LIBRO COMO CONFLICTO

«Los más graves atributos negativos que comenzamos hoy a percibir en el libro son estos:

Hay ya demasiados libros. Aún reduciendo sobremanera el número de temas a que cada hombre dedica su atención, la cantidad de libros que necesita injerir es tan enorme que rebosa los límites de su tiempo y de su capacidad de asimilación. La mera orientación en la bibliografía de un asunto representa hoy para cada autor un esfuerzo considerable que gasta en pura pérdida. Pero una vez hecho este esfuerzo se encuentra con que no puede leer todo lo que debería leer. Esto le lleva a leer de prisa, a leer mal y, además, le deja con una impresión de impotencia y fracaso, a la postre, de escepticismo hacia su propia obra.

Si cada nueva generación va a seguir acumulando papel impreso en la proporción de las últimas, el problema que plantee el exceso de libros será pavoroso. La cultura que había libertado al hombre de la selva primigenia le arroja de nuevo en una selva de libros no menos inextricable y ahogadora.

Más no solo hay ya demasiados libros, sino que constantemente se producen en abundancia torrencial. Muchos de ellos son inútiles o estúpidos, constituyendo su presencia y conservación un lastre más para la humanidad, que va de sobra encorvada bajo sus otras cargas. Pero, a la vez, acaece que en toda disciplina se echan de menos con frecuencia ciertos libros cuyo defecto traba la marcha de la   —44→   investigación. Esto último es mucho más grave de lo que su vaga enunciación hace suponer. Es incalculable cuantas soluciones importantes sobre las cuestiones más diversas no llegan a madurez por tropezar con vacíos en investigaciones previas. La sobra y el defecto de libros proceden de lo mismo: que la producción se efectúa sin régimen, abandonada casi totalmente a su espontáneo azar.

¿Es demasiado utópico imaginar que en futuro nada lejano será vuestra profesión encargada por la sociedad de regular la producción del libro, a fin de evitar que se publiquen los innecesarios, y que, en cambio, no falten los que el sistema de problemas vivos en cada época reclaman? Todas las faenas humanas comienzan por un ejercicio espontáneo y sin reglamento; pero todas, cuando por su propia plenitud se complican y atropellan, entran en un periodo de sometimiento a la organización. Me parece que ha llegado la hora de organizar colectivamente la producción del libro. Es para el libro mismo, como modo humano, cuestión de vida o muerte.

No se venga con la tontería de que tal organización sería atentatoria a la libertad. La libertad no ha aparecido en el planeta para desnucar el sentido común. Porque se le ha querido emplear en esta empresa, porque se ha pretendido hacer de ella el gran instrumento de la insensatez, la libertad está pasando en el planeta un real cuarto de hora. La organización colectiva de la producción libresca no tiene nada que ver con el tema de la libertad como no tiene que ver con él la   —45→   necesidad que se ha impuesto de reglamentar la circulación en las grandes urbes. Sobre que esa organización -dificultar la emisión de libros inútiles o necios y fomentar la de determinadas obras cuya ausencia daña- no había de tener carácter autoritario, como no lo tiene la organización interior de los trabajos en una buena academia de ciencias...».






ArribaAbajo[Leedores y lectores]

[Pedro Salinas]


De PEDRO SALINAS.- Poeta español nacido en Madrid el año 1892 y fallecido en Nueva York, exiliado, en 1951. (Del ensayo «Defensa de la lectura. Educar para leer y leer para educar»):

LEEDORES Y LECTORES

«[...] En medio de este tumulto y confusión de libros, en el vórtice de tanto desbarajuste, zarandeado de un lugar a otro por las alborotadas confusiones, triste y desventurada figura hace el hombre, el lector. Supuesto señor de la baraúnda y, verdadera mente su víctima. Porque el lector ya no sabe casi de qué serlo. Perdido su señorío acude febrilmente a las listas de los «best sellers», a las selecciones de los libros del mes y entrega su gusto y sus horas en las manos de administradores públicos de la lectura.

Si cupiera en nuestra lengua distinción semejante a la que en francés usa Thibaudet en su   —46→   obra «Le liseur de romans», un hombre al que vemos inclinado sobre un libro, podría pertenecer a una de dos categorías muy distintas: «leedor» o «lector». Y uno de los efectos del desorden intelectual contemporáneo es que mientras ha crecido el número de los leedores, se ha vuelto rareza singular el tipo puro del lector.

De oportuna recordación son estas palabras de Thoreau, en su «Walden»: «La mayoría de la gente ha aprendido a leer para servir a una mezquina conveniencia, del mismo modo que se aprende a contar para llevar la contabilidad, y que no le engañen a uno en los negocios; pero poco o nada saben de lo que es la lectura, como noble ejercicio del intelecto».

La galería de leedores es copiosa. El estudiante que se desoja en víspera de examen sobre el libro de texto; el profesor que trasnocha entre tratados acopiando datos para su lección; la matrona que, parada junto al fogón, recita en voz alta las instrucciones coquinarias que conducen al suculento plato; el funcionario en retiro, que demanda a las páginas del libro la mejor manera de invertir sus ahorros; o la dama, muy cursada ya en la treintena, que se retira al secreto de su tocador y corre renglón tras renglón en procura de experimentados avisos que le devuelvan sus gracias fugitivas, todos ellos -y mil más-, no pasan de leedores.

Leedor, también, el que emplea su tiempo en los diarios. Coinciden en eso el escandinavo y el chino. El uno, Georg Brandes, asevera que de cien personas que saben leer, noventa no suelen leer   —47→   más que diarios, lo cual exige escaso esfuerzo. Y el otro, americanizado de la China, Lin Yu Tang, dice: «Yo no llamo lectura, en absoluto, a la enorme cantidad de tiempo que se gasta en leer periódicos». En la escala de los que recorren con los ojos un papel impreso, el personaje inferior es uno, regalo de nuestros días a la infinita variedad de lo humano el leedor o «el vista» de «muñequitos». Inmerso complacido hasta el arrobo, en las delicias de recorrer cuadro por cuadro, escena por escena sin perderse una, los trabajos de Maggie o las hazañas del superhombre, sus ojos avanzan por un medio mixto, parte imágenes mal trazadas, pintarrajeadas de colores groseros, parte palabras; éstas, no muchas, van encerradas en unos globitos que les salen a los personajes de la boca, y por su vacuidad sirven de adecuado sustituto al aire vano que contienen los globos de veras. El veedor o leedor de semejante cosa, recuerda al anfibio, que entra y sale de lo leído, insignificante, a lo visto, vulgarísimo, sin saber nunca a derechas por donde se anda. ¿Mira, lee, promiscúa? Pero atrevido sería decir de estos ciudadanos, doblados, regocijados, sobre el papel, que están leyendo. Ni siquiera rozan por lo bajo los cielos y lecturas a donde se transporta el lector de verdad, ya que las actividades superiores del alma no asisten, están de sobra, en esta genízara operación visual. Comparo al aficionado a los «muñequitos», al denodado masticante de chicle, por cuanto ambos no ahorran esfuerzo ni tiempo en sendas operaciones que parecen las dos dirigidas al noble menester de la nutrición,   —48→   ya corporal, ya del espíritu; cuando en realidad nada de provecho pasa al estómago de uno ni a la cabeza del otro, y los dos se hermanan en su posible comparanza con el desdichado animal que voltea y voltea la noria, sin que se le importe que el pozo esté seco.

Frente a estas legiones, en escasa minoría, los lectores. Se define al lector implícitamente2: el que lee por leer, por el puro gusto de leer, por amor invencible al libro, por ganas de estarse con él horas y horas, lo mismo que se quedaría con la amada; por recreo de pasarse las tardes sintiendo correr, acompasados, los versos del libro, y las ondas del río en cuya margen se recuesta. Ningún ánimo, en él, de sacar de lo que está leyendo ganancia material, ascensos, dineros, noticias concretas que le aúpen en la social escala, nada que esté más allá del libro mismo y de su mundo...»






ArribaAbajo[Envidia y alabanza del librero]

[Gregorio Marañón]


De GREGORIO MARAÑÓN.- Médico, literato, investigador, ensayista español, nacido en Madrid el año 1887 y fallecido en la misma ciudad en 1960. (Tomado del discurso pronunciado en Madrid el 12 de diciembre de 1952):

ENVIDIA Y ALABANZA DEL LIBRERO

Es cierto que el elogio del autor al librero no es cosa frecuente. Todos sabéis que hay una gran antología de invectivas a los libreros, entre las que   —49→   figuran las que por boca del licenciado Vidriera les dedicó Cervantes. Se me dirá que entonces se llamaba librero al editor y hoy no son la misma cosa. Pero yo también extiendo mi amor y mi elogio, al editor. Todo lo que rodea al libro está impregnado, aún cuando no sea perfecto, de un aliento de distinción y superioridad. Hay en el mundo de la creación del libro, claro es, gentes mejores y gentes no tan buenas. Gentes protervas, nunca. Todas ellas respiran un aire de comprensiva fraternidad, desde el cajista hasta el corrector, hasta cuando en éste se adivina la alegría al poder marcar con su lápiz una falta nuestra, alegría especial si el autor pertenece a la Real Academia de la Lengua. Desde el editor hasta el librero, reina también el mismo espíritu tradicional de amable artesanía. Y, con ellos, el autor. Todos, buenos o medianos, estamos empeñados en esa labor de crear el libro, al cual debe la humanidad el noventa por ciento -no rebajo nada- el noventa por ciento de su progreso material y moral. Todos tenemos satisfacciones y amigos en sectores diversos de la vida, en nuestra profesión, en el mundo de nuestras diversiones y devaneos. Pero las gentes del arte gráfica son aparte; casi siempre mejores y más cordiales que las demás. Y, particularmente, el librero. ¿Quién no ha sentido alguna vez la más noble y profunda envidia, en la tienda de un librero? Hablo sobre todo del librero por vocación, el que ha hecho de su tienda su biblioteca, o la tienda de su biblioteca y vive entre los estantes, valorando amorosamente cada volumen y cuidándolo   —50→   como a los hijos de sus entrañas. ¿Cómo, queriéndolos así, no va a pedir por sus libros todo el dinero que pueda? Aquí hay muchos libreros que han tenido trato conmigo, que conocen mis aficiones y las excitan con sus capciosas ofertas; y me han visto entrar en su tienda y serenar mis afanes con solo acariciar los libros codiciados. Estoy seguro de que ni uno solo podrá decir que he discutido jamás el precio del volumen que deseaba, porque siempre, ese precio, me parecería poco, pensando en la tristeza que tendría su dueño al desprenderse del ejemplar y en la alegría con que yo lo tomaba entre mis manos trémulas.

El librero, piensa uno, es el prototipo de la felicidad. Pertenece a una de las raras categorías de mortales en los que la divina maldición de ganar el pan con esfuerzo y sudor, se ha convertido en fruición. Hasta la emigración de sus amados libros está compensada con el consuelo de saber que su futuro destino será, probablemente, egregio, instruyendo o deleitando a gentes desconocidas, reposando, acaso, en los palacios más insignes. Escrito está en un periódico de los Estados Unidos, en una interviú que tuvieron la ocurrencia de hacerme, que, al preguntarme el periodista lo que yo hubiera querido ser, de no haber sido médico, contesté sin vacilar: librero, librero de libros raros. Oficio que tiene todas las delicadezas de una elevada artesanía y todas las complicaciones de una finísima ciencia. Sin contar con otras ventajas de orden material, como el pasaporte para entrar donde los demás no entran, pues el librero es recibido   —51→   en los palacios con dignidad de excepción; sin contar con la ausencia de afanes angustiosos del librero, porque el ímpetu de la vida pasa ante su tienda y la respeta; sin contar, en fin, con el disfrute permanente de ese misterioso influjo que emana de los libros y constituye una de las más eficaces salvaguardias para la salud. Las estadísticas de las grandes compañías de seguros, en América, colocan al gremio de los libreros a la cabeza de las listas de longevidad. Eso del polvo de los siglos no es una figura retórica; existe y se sospecha hoy que ese polvo sagrado que el tiempo deposita sobre los volúmenes, al contacto de otros efluvios que emanan de sus hojas, da lugar, por reacciones ignoradas, a una como penicilina, de sutilísima acción, que defiende al organismo del librero de los peligros, de la vida sedentaria, de la falta de luz, del hurto del tabaco; y le permite una milagrosa pervivencia.

Pero aunque el librero no fuera tan excelente como es, aunque, en verdad, algunas veces no sea como yo lo he pintado, todo se lo perdonaría por el hecho de poner su ingenio y su esfuerzo, si es preciso sus mañas, en la difusión de la obra maestra del genio humano, es decir, del libro.






ArribaAbajo[El libro]

[Jorge Luis Borges]


De JORGE LUIS BORGES.- Escritor y poeta argentino nacido en Buenos Aires en 1899. Fragmentos de un discurso pronunciado en su ciudad el año 1978:

  —52→  

«De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.

En «César y Cleopatra» de Shaw, cuando se habla de la biblioteca de Alejandría se dice que es la memoria de la humanidad. Eso es el libro y es algo más también, la imaginación. Porque, ¿qué es nuestro pasado sino una serie de sueños? ¿Qué diferencia puede haber entre recordar sueños y recordar el pasado? Esa es la función que realiza el libro.

Siempre he dicho a mis estudiantes que tengan poca bibliografía, que no lean críticas, que lean directamente los libros; entenderán poco, quizá, pero siempre gozarán y estarán oyendo la voz de alguien. Yo diría que lo más importante de un autor es su entonación, lo más importante de un libro es la voz del autor, esa voz que llega a nosotros...

El libro es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres.

Se habla de la desaparición del libro; yo creo que es imposible. Se dirá qué diferencia puede haber entre un libro y un periódico o un disco. La diferencia es que un periódico se lee para el olvido, un disco se oye asimismo para el olvido, es   —53→   algo mecánico y por lo tanto frívolo. Un libro se lee para la memoria.

El concepto de un libro sagrado, del Corán o de la Biblia, o de los Vedas -donde también se expresa que los Vedas crean el mundo-, puede haber pasado, pero el libro tiene todavía cierta santidad que debemos tratar de no perder. Tomar un libro y abrirlo guarda la posibilidad del hecho estético. ¿Qué son las palabras acostadas en un libro? ¿Que son esos símbolos muertos? Nada absolutamente. ¿Qué es un libro si no lo abrimos? Es simplemente un recipiente de papel y cuero, con hojas; pero si lo leemos ocurre algo raro, creo que cambia cada vez. Heráclito dijo que nadie baja dos veces al mismo río. Nadie baja dos veces al mismo río porque las aguas cambian, pero lo más terrible es que nosotros somos no menos fluidos que el río. Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación de las palabras es otra. Además los libros están cargados de pasado...

Si leemos un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo que ha transcurrido desde el día en que fue escrito y nosotros. Por eso conviene mantener el culto del libro. El libro puede estar lleno de erratas, podemos no estar de acuerdo con las opiniones del autor, pero conserva algo sagrado, algo divino, no con respeto supersticioso, pero sí con el deseo de encontrar felicidad, de encontrar sabiduría».





  —54→  

ArribaAbajo[El sino de los libros]

[M. Ilin]


De M. ILIN.- Escritor y periodista ruso nacido en 1878 y fallecido en 1942. Simpatizó con el movimiento comunista en 1917. («Negro sobre blanco»):

EL SINO DE LOS LIBROS

«Hay un proverbio latino muy certero que reza así: «Habent sua fata libelli» (Los libros tienen su sino). El sino de los libros es a veces más extraño que el de los hombres.

Muchas cosas más podríamos referir sobre la suerte de los libros: de los que fueron pasto de las llamas en el incendio de la biblioteca de Alejandría, de los que se perdieron para siempre en los conventos, de aquellos cuyas páginas se retorcieron pereciendo en las hogueras y en las revoluciones, y, por último, de los que desaparecieron como los soldados en las guerras.

La suerte de los libros ha ido a veces unida a la de los hombres y aún a la de pueblos enteros. Los libros no se han limitado a contarnos historias entretenidas o instructivas. Tomaron parte en guerras y en revoluciones. Influyeron en el destronamiento de los reyes, promovieron sublevaciones. Lucharon unos junto a los vencedores, otros con los vencidos, y muchas veces se podía distinguir a primera vista a cual de las dos partes enemigas pertenecían.

En una biblioteca universitaria he visto libros franceses publicados antes de la gran revolución de 1789. Había un precioso tomo con cierres valiosos   —55→   y preciosas estampas. Era un libro monárquico, ostentoso como los cortesanos a que perteneciera. Otros, en cambio, eran tan reducidos de tamaño, que fácilmente se podían deslizar en un bolsillo o esconder en la mano, pertenecían a los revolucionarios, y su tamaño se adaptaba a su finalidad: debían ocultarse para pesar fácilmente las fronteras y sustraerse a la vista de los vigilantes. El formato de un libro no depende, pues, de la casualidad. Como la vida de los libros es inseparable, en realidad de la de los hombres, se acomodan en su exterior a las necesidades de estos.

Recuerdo la historia de un hombre y sus libros que murieron juntos en la hoguera.

Sucedió en Francia en el siglo XVI. El año 1546 los impresores de Lyon se declararon en huelga. Fue la primera huelga de impresores. La lucha duró unos dos años.

En el transcurso de la misma, uno de los patronos, Etienne Dolet, se puso al lado de los obreros, traicionando así los intereses de su gremio. La huelga terminó, pero los patronos impresores no perdonaron a su colega traidor.

Transcurridos cinco años, se presentó en la facultad de teología de la universidad parisiense una denuncia. En ella los patronos impresores de Lyon acusaban a Etienne Dolet de haber impreso libros antirreligiosos.

La sentencia no se hizo esperar, y el pobre Etienne Dolet fue quemado junto con sus libros en la plaza Maubert, de París».





  —56→  

ArribaAbajo[La pareja cultural indisoluble que forman el autor y el editor]

[Fernando de los Ríos]


De FERNANDO DE LOS RÍOS.- Catedrático, escritor y político español nacido en 1879 y fallecido en Nueva York en 1949. Fragmento de un discurso:

LA PAREJA CULTURAL INDISOLUBLE QUE FORMAN EL AUTOR Y EL EDITOR

«La aparición del libro tiene gran trascendencia en la Historia de la Cultura. ¿Por qué? Por algo distinto de lo que suele pensarse. Hasta ese momento, el autor tiene una posición independiente; no necesita sino del escriba; es la Edad de Oro del autor en su calidad de aedo, de rapsoda, de profesor que lleva consigo una cohorte de discípulos que van tras él a cualquier punto a que se desplace. Pero la aparición de la imprenta, la aparición del libro recoge al autor, lo encadena y lo unce al editor de un modo que quiero destacar entre autores y editores: lo hace en forma tal, que es una nueva pareja. Hasta ese instante, en la Historia de la Cultura no habíamos conocido sino la pareja bíblica, la adánica; pero ahora surge otra: autor y editor. Y a tal punto conserva la huella, la significación de la pareja que autor, prístinamente, «auctor» significa creador y editor -«editor»- es el que da a luz, y si queréis aún ahondar más os encontraréis con esta expresión aún en uso: el que conserva la matriz.

He ahí, pues, la nueva pareja. La pareja cultural que no va a ser posible ya deshacer, y de este connubio sale el libro. El libro, que tiene una inmensa trascendencia, porque es el captador de   —57→   todas las posibilidades espirituales susceptibles de ser reflejadas mediante una expresión conceptual».






ArribaAbajo[La imprenta inventa el público]

[Guillermo Díaz Plaja]


De GUILLERMO DÍAZ PLAJA.- Miembro de la Real Academia de la Lengua. (Diario «ABC», Madrid, 1972. Año Internacional del Libro).

«La imprenta «inventa el público», es decir, una conciencia colectiva entre personas capaces de entender un mismo texto. Sí, en una palabra, el libro «crea» la nación.

Para entender la importancia de la imprenta en el mundo hispánico hay que recordar que, además de un fruto del espíritu, el libro es un producto industrial. Su función universal se apoyará, pues, radicalmente en la capacidad de iniciativa de unos capitanes de la economía».






ArribaAbajo[La escritura]

[Oswald Spengler]


No puede quedar fuera de esta reducida recopilación de antecedentes del libro la información sucinta sobre la escritura, causa de la existencia de aquél. El estudio del arte de escribir que destaca por la clara concepción y suma erudición es el del historiador y filósofo alemán OSWALD SPENGLER (1880-1936), en su obra «La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal», de la cual se dan a conocer a continuación algunos fragmentos, que pueden ayudar a ilustrar a los jóvenes autodidactas con vocación que, trabajando en la empresa EDIAPSA y en sus Librerías de Cristal,   —58→   ejercitan el aprendizaje y pueden llegar a alcanzar la maestría librera:

«La escritura constituye una nueva especie idiomática y significa una transformación completa en las relaciones de la conciencia humana. La escritura, en efecto, liberta la conciencia de la «presión que el presente ejerce» sobre ella...

La palabra pertenece al hombre en general. La escritura pertenece sólo al hombre culto. La escritura -por oposición al idioma de palabras- depende toda, y no solo en parte, de los sinos políticos y religiosos por que atraviesa la historia universal...

Todavía no tenemos una amplia historia de la escritura...

La escritura simboliza la lejanía, esto es, no sólo la amplitud, sino también y sobre todo la duración, el futuro, la voluntad de eternidad. Se habla y se oye en la proximidad y en el presente. Pero la escritura nos permite dirigirnos a hombres que no hemos visto o que no han nacido. La voz del hombre resuena en la escritura siglos después de su muerte. La escritura es el primer síntoma de la vocación «histórica». Por eso nada hay tan característico en una cultura como su relación interior con la palabra escrita. Si sabemos tan poco acerca de los indogermanos, es porque las dos más viejas culturas cuyos hombres usaron ese sistema -la india y la antigua-, por su disposición ahistórica, no crearon una escritura propia y hasta rechazaron   —59→   la escritura ajena durante mucho tiempo...

En cambio, cada religión de la cultura arábiga desarrolló su escritura propia, conservándola aun en los casos en que varió de lengua. La dura ción de los libros y doctrinas sagrados está en relación con la escritura, como símbolo de la duración. Los más viejos testimonios de la escritura por letras se encuentran en los caracteres de la Arabia meridional...

El Islam propagó la escritura árabe entre sus sectarios, aunque éstos hablasen lenguas semíticas o mongólicas, o arias, o negras. La costumbre de escribir produce en todas partes la distinción inevitable entre el idioma escrito y el idioma de la conversación. El idioma escrito aplica el simbolismo de la duración al estado gramatical, que sigue las transformaciones del idioma hablado con gran lentitud y malquerencia. Por eso el idioma hablado representa siempre un periodo más reciente. No existe una lengua común griega, sino dos. La enorme diferencia que existía entre el latín escrito y el latín hablado en la en la época imperial se patentiza en la estructura de los primeros idiomas romances. Cuanto más vieja es una civilización, tanto mayor es la diferencia, hasta llegar a la distancia que separa hoy el chino escrito del cuanchua, idioma de los chinos cultos en el Norte de China. Ya no se trata de dos dialectos, sino de dos idiomas totalmente distintos.

En esto se manifiesta ya la escritura como privilegio de casta, y principalmente privilegio antiquísimo   —60→   de la clase sacerdotal. Los aldeanos no tienen historia, y, «por lo tanto no tienen escritura». Pero también existe una pronunciada aversión de la raza contra la escritura. Me parece de importancia suma para la grafología el observar que cuantos más rasgos raciales posee el que escribe, tanta mayor soberanía e independencia afirma sobre la estructura ornamental de los signos escritos, substituyéndolos por formas lineales personalísimas. El hombre tabú, en cambio, al escribir, siente cierto respeto por las formas propias de los signos y trata involuntariamente de reproducirlas con exactitud. Esto distingue al hombre activo, que hace la historia, del sabio que la escribe, la «eterniza». En todas las culturas los signos escritos son propiedad de la clase sacerdotal, en la cual debemos incluir al poeta y al sabio. La nobleza desprecia la escritura. Manda escribir a otros. La actividad de escribir ha tenido siempre cierto matiz espiritual y eclesiástico. Las verdades intemporales lo son cuando en vez de pronunciadas quedan escritas. Reaparece aquí la oposición entre el castillo y el templo. ¿Qué es lo que debe durar: la acción, o la verdad? El documento conserva los hechos, el libro sagrado las verdades. Lo que allí es crónica y archivo, es aquí tratado doctrinal y biblioteca. Por eso el libro, como el edificio del culto, no es algo adornado con ornamentos, sino que «constituye por sí un ornamento». La historia del arte, al estudiar las épocas primitivas, debiera ocuparse con preferencia de la escritura, y sobre todo de la cursiva más que de la monumental. Aquí se puede   —61→   conocer con ejemplar pureza lo que son el estilo gótico y el estilo mágico. No hay ornamento alguno que tenga la intimidad de una forma de letra o de una página escrita. El arabesco no se muestra en parte alguna tan perfecto como en los versículos del Corán escritos sobre las paredes de una mezquita. Pues ¿y el gran arte de las iniciales, la arquitectura de la página, la plástica de la encuadernación? Un Corán en escritura cúfica produce en cada página la impresión de un tapiz. Una Biblia gótica es como una pequeña catedral. Característico del arte antiguo es su tendencia a embellecer todos los objetos sobre que hace presa, salvo la escritura y el rollo de papiro. Manifiéstase en esto el odio a la duración, el desprecio a una técnica que, a pesar de todo, es más que técnica. Ni en la Hélade, ni en la India existe un arte de las inscripciones monumentales como el de Egipto. A nadie se le ocurrió, al parecer, que una hoja con un autógrafo de Platón pudiese ser una reliquia, o que en la Acrópolis pudiera conservarse un preciado ejemplar de los dramas de Sófocles.

Cuando la ciudad se encumbra sobre la aldea, cuando la burguesía aparece junto a la nobleza y al sacerdocio, cuando el espíritu urbano asume la hegemonía, la escritura sufre una transformación. Ya no es la propagadora de las glorias aristocráticas y de las verdades eternas. Ahora se ha convertido en un medio de relación económica y científica. La cultura india y antigua rechazaron la escritura en aquella su primera función. Y hubieron de admitirla en este segundo sentido, importada,   —62→   empero, de fuera. La escritura fue penetrando lentamente como instrumento despreciable, consuetudinario. Al mismo tiempo que esto sucedía -y con igual significación- se introdujo en China el signo fonético hacia el año 800, y en Occidente se inventó la imprenta en el siglo XV. El símbolo de la duración y de la lejanía alcanza así su energía máxima. Finalmente, las civilizaciones han dado el último paso para proporcionar a la escritura una forma adecuada a su fin. Ya hemos dicho que la invención de la escritura por letras constituyó hacia el año 2000, en la civilización egipcia, una innovación puramente técnica. En idéntico sentido, Li-si, el canciller del Augusto chino, introdujo en 227 la escritura china unitaria. Por último, entre nosotros ha nacido una nueva especie de escritura cuya verdadera significación pocos han reconocido. Que la escritura egipcia por letras no es algo definitivo y último lo demuestra la escritura taquigráfica, invención pareja a la del alfabeto. La taquigrafía no es solamente una escritura abreviada, sino que representa la «superación, de la escritura por letras mediante un principio de comunicación nuevo y sumamente abstracto». Es posible que en los siglos próximos las letras sean substituidas por formas escritas de esa especie».


(«La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la Historia Universal», Espasa Calpe, S. A., Madrid).                




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ArribaAbajo[La palabra «librero». El impresor-tipógrafo. El encuadernador.]

De las palabras «librero», «editor», «impresor», «impresor-tipógrafo» y «encuadernador», y de los lugares donde se encontraban los libros existen algunas informaciones

«La palabra «librero» entre los romanos equivalía a copista, en los primeros tiempos, aunque después fue aplicada al comerciante de libros, llamado también bibliófilo como en Grecia. Pero los libreros eran también encuadernadores como lo fueron en tiempos muy posteriores».


(Enciclopedia Universal Ilustrada, Espasa Calpe, S. A., Madrid).                





ArribaAbajo[La librería en España durante la dominación árabe]

«En España, en la ciudad de Córdoba, durante la dominación árabe hubo considerable número de personas dedicadas a la reproducción de textos en caracteres orientales. Alhakena II (cuyo reina do señala el apogeo de la dominación musulmana en España), fallecido en el año 976, fundó en el Palacio Mernanz una biblioteca compuesta de seiscientos mil volúmenes, cifra asombrosa, no alcanzada por ninguna biblioteca de su tiempo. Según testimonio de León Africano, ya en el año 1220 existía en aquella ciudad una calle llamada «de los libreros». Al dividirse el imperio, desde Córdoba, la luz del saber pasó a irradiar en Sevilla, Murcia, Málaga, Granada, otras poblaciones. La actividad de los escritores y traductores árabes y hebreos en España, el extraordinario talento de algunos de ellos, cuyas obras les sobreviven; la franca y decidida afición de los magnates árabes y   —64→   cristianos por la lectura y la formación de bibliotecas de la cultura hispano oriental, debieron traer aparejado, en la España árabe, un más que regular movimiento mercantil del ramo de librería, máxime cuando las academias islámicas eran bastante frecuentadas por extranjeros estudiosos, atraídos por la fama de aquella cultura. En la España árabe había colegios en las ciudades principales y en los más obscuros pueblos. Cincuenta se contaban en los arrabales y poblada vega de Granada, por lo que no es de extrañar que un escritor del siglo XIV cuente que a principios de aquel siglo existiesen en el país setenta librerías musulmanas»


(Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa Calpe, S. A., Madrid).                





ArribaAbajo[La librería y la encuadernación en España en la época medioeval]

«Parece justificada la carencia de datos sobre la historia del comercio de la librería medioeval, si se tiene en cuenta que ni la producción ni los pedidos o venta podían abundar, pues las obras manuscritas, bastante entretenidas en su caligrafía, necesariamente habían de resultar caras por el tiempo invertido en copiarlas, aunque fuesen modestas y sin ornamentación policroma; máxime cuando esas copias eran obra de lujo, escritas sobre vitelas y pergamino, estaban adornadas con miniaturas e iniciales, realzadas con oro y plata, de pulcra labor. Ya se habían establecido imprentas en España en el año 1495, cuando Sancho Martín legaba al monasterio de Scala Dei cincuenta florines de oro para que fuese escrita una Biblia y se ornamentase un oratorio, todo lo cual abona   —65→   que ese comercio fuese anexo al de la encuadernación, al de copistas y al de la papelería y pergaminería. La circunstancia de haber sido la palabra «librero» hasta el siglo XVIII, sinónima de «encuadernador» demuestra que ambos ejercicios se practicaban por una misma clase de establecimientos e individuos. El ramo comercial de librería toma cuerpo y aparece francamente deslindado después de la invención de la imprenta que tuvo efecto hacia mediados del siglo XV, por lo que se abarató el costo de los ejemplares, a partir de cuya innovación se halla con frecuencia designado como «mercader de libros», el individuo dedicado al ejercicio de la librería, distinto ya del librero encuadernador, pero en cuyo concepto se involucra todavía al editor y vendedor de libros, actualmente dos especialidades bien definidas».


(Enciclopedia Universal Ilustrada, Espasa Calpe, S. A., Madrid).                





ArribaAbajo[La palabra «editor» en el siglo XIX]

«Poco a poco, en los comienzos del siglo XIX aparece la palabra «editor» en su acepción moderna. Sin embargo no es todavía muy precisa la frontera entre el librero que imprime (o hace imprimir), difunde, vende en la tienda y el editor propiamente dicho (que imprime cada vez menos y no vende al menudeo). Edmond Werdet, que fue un librero editor típico, hace algunas observaciones sobre ello. El título de editor, dice, se le daba en 1850 al librero que hacía imprimir y publicaba libros antiguos o modernos que escribían los hombres de letras o los sabios. Ejercía su industria en virtud del derecho de explotación que le confería   —66→   el autor. Un impresor-tipógrafo podía ser al mismo tiempo librero y editor. Correlativamente no había librero editor sin impresor-tipógrafo ni encuadernador... En el siglo XIX en Inglaterra al librero se le llamaba comerciante de libros, «book seller», mientras que el «bookseller-editor» era el librero editor y el término «editor» designaba a un sabio, a un escritor o a un erudito que dirigía un periódico o una revista».


(«Histoire de la librairie», Maurice Chavardès, P. Waleffe, París).                





ArribaAbajo[Sobre la desaparición de la librería. Aparición del libro en los supermercados]

En las décadas del siglo XX que se están viviendo no cabe conjeturar que la librería propenda a desaparecer; que decline la institución librera cuyos orígenes se remontan a cinco siglos antes de la era cristiana, cuando el historiador griego Jenofonte instaló la primera tienda de libros. Siendo la librería establecimiento cultural que ha sobrevivido todas las vicisitudes de la historia desde fecha tan remota y cuya actividad crece continuamente, no es concebible que pueda minimizarse como algunos auguran. Es oportuno repetir el comentario de Jorge Luis Borges recogido en una de las páginas anteriores: «Se habla de la desaparición del libro y yo creo que es imposible...» También asevera con persuasión el escritor español Ignacio Agustí: «Los medios audiovisuales no disuadirán a nadie de aumentar sus conocimientos, y el libro será siempre el primer vehículo de toda cultura».

En esta época de impresionante actividad creadora del cerebro humano, de tantos más sabios, escritores e investigadores, la caudalosa producción intelectual tiene que seguir siendo recogida, necesariamente, en el libro por el   —67→   editor y difundida por el librero, cuyas funciones han sido siempre las de propulsores de la cultura. El editor se ve obligado de día en día a intensificar su producción y a la par surgen nuevos editores; las librerías se multiplican y el librero busca continuamente nuevos caminos y procedimientos de propagación de la abrumadora producción librera contemporánea y de las épocas pasadas.

Pero en nuestros días se ha producido una desviación del comercio tradicional del libro, hasta cierto punto perturbadora, que puede afectar la eficaz continuidad del esfuerzo cultural del librero. El fenómeno tiene un antecedente lejano en el París de hace dos siglos, el cual se recordará en líneas posteriores.

La perturbación se produce al ser utilizado ocasionalmente el libro para la propaganda comercial de los enormes supermercados surgidos y por las también nuevas grandes tiendas misceláneas. Las grandes empresas propietarias de ese nuevo tipo de comercios, con su extraordinaria potencia publicitaria han venido absorbiendo al pequeño comercio en general y pretenden, por lo visto, sin tener en cuenta antecedentes históricos ni funciones culturales, desplazar también a la librería. No importa que la mayoría de los libros que pueden escoger para la propaganda de sus grandes comercios, dedicados principalmente a la venta de productos alimenticios, de consumo y de objetos de ornamentación domésticos, sean de contenido sensacionalista, obras de interés efímero, ediciones descuidadas o colecciones de revistas con llamativas encuadernaciones; lo perjudicial en el aspecto cultural es que apartan la atención de su numerosísima clientela, en su mayoría de mediano nivel cultural, necesitada de orientación lectora, del acervo ilustrativo que la librería ofrece   —68→   unido al consejo librero, frustrando apetencias de lecturas apropiadas, explotando la ingenuidad e ignorancia bibliográfica de las masas populares que el Estado en años de grandes y costosos esfuerzos, en actuales y pasadas épocas pudo hacer pasar solamente los primeros grados de educación. Esas poderosas empresas exclusivamente lucrativas, aprovechando la sencillez de sus muchos compradores, aparentan sacar la cultura a remate poniendo en juego sus tremendos medios de todo tipo de propaganda.

La librería supone amplísimo surtido; libreros que pueden orientar con acierto y ambiente de respeto por cuanto saber universal atesora, ambiente similar al que impresiona en las salas de conciertos y en las de los grandes museos.

«En 1794 fue redactada en París una «Memoria para el gremio de la librería contra no menos de trescientos particulares, cambalacheros, encubridores y vendedores con puestos de libros», en la cual se manifiesta el disgusto al ver en los puestos del Pont Neuf los libros mezclados con los melones, a un limpiabotas dejar el oficio que está a su nivel para vender libros y a una mujer buscando un Virgilio entre un montón de cebollas. ¿Qué decir de las obras que se ofrecen a los peatones bajo las arcadas del mercado Les Halles? Quién habría podido imaginarse que se comprasen libros de los serones de un caballo como si se comprase queso blanco».


(«Histoire de la Librairie», Maurice Chavardès, P. Waleffe, París).                


  —69→  

En el caso de México el riesgo es más grave porque afecta al desarrollo del aún débil comercio nacional del libro, sin que se cuente con una fuerte corporación gremial defensiva ni, salvo contadísimas excepciones, con autoridades que presten la indispensable atención a los problemas de la industria y del comercio librero.




ArribaAbajo[Reacción de escritores norteamericanos contra los libros en supermercados]

El conocido escritor norteamericano Erskine Caldwell, al final de su interesante obra autobiográfica «Llamémosle experiencia» publicada en 1951, que es un magnífico libro aleccionador para los lectores curiosos y para los impacientes escritores jóvenes que le preguntan qué método sigue para escribir un relato, qué método sigue para conseguir la publicación del relato, dice:

«Desde antes de 1946, me había dado cuenta de la aparición de un audaz recién llegado al campo de los negocios editoriales, pero hasta el otoño de aquel año no advertí cuán caudalosa había llegado a ser, en poco tiempo, la circulación de los libros de bolsillo a veinticinco centavos. Kurt Enoch y Victor Weybright habían reeditado, bajo el nombre comercial de Penguin Books (nombre que luego fue substituido por el de Signet Books) mi novela «La chacrita de Dios»... En noviembre de 1946, fui a Nueva York para asistir a un cocktail ofrecido conjuntamente por Signet Books y Fawcett Publications, firma esta última, encargada de la distribución de la primera, y acogí con total escepticismo la predicción de Roscoe Fawcett, según la cual los ejemplares que se venderían en la reedición de mi obra en Signet Books superarían el número de dos millones, en menos de seis meses.

  —70→  

Roscoe estuvo en lo cierto. En los cuatro años siguientes la circulación de este libro rebasó los cinco millones de ejemplares...3 En Kansas City participé en una campaña de promoción, firmé ejemplares del libro en un supermercado y fui después a la Universidad para tomar parte durante una semana, en un congreso de escritores que se celebró durante el curso de verano. A esta reunión asistieron bastantes escritores, y desde el principio advertí que mi presencia era recibida con evidente frialdad. No supe a qué se debía esta actitud hasta que pregunté a uno de los escritores asistentes si acaso había yo ofendido a alguien y me contestó que había oído comentar que algunos escritores estaban disgustados porque juzgaban que yo había desprestigiado la profesión -y que, asimismo, había actuado en perjuicio de la causa de la cultura-, al firmar libros en una tienda de comestibles».


(Editorial Lumen, Barcelona).                





ArribaAbajo[Futuro adverso del librero]

En un posible futuro, adverso, siempre le quedará al librero fiel a su profesión el recurso de editar obras de su preferencia, teniendo en sus manos el control de sus propios libros; unirse a los autores de tiraje corto, a los de obras con destino a una clientela determinada, reducida pero adicta, que estaría esperándoles; obras que no interesaría acoger a editores ya muy industrializados. Maurice   —71→   Chavardés, autor de la «Histoire de la Librairie» a la que tanto se ha acudido para la preparación de este trabajo, llega a decir al final de su obra: «Quién sabe si no se verá renacer -¡oh paradoja!- a los libreros-editores de antaño, manteniendo la edición artesanal con sus tradiciones de calidad y de independencia».




ArribaAbajo[Profesión-vocación librera]

[V. García Barredo Alonso]


También viene al caso dar a conocer lo dicho por el librero español V. García Barredo Alonso: «Tradicionalmente el librero ha tenido en cuenta que en su profesión concurren dos circunstancias inseparables: la económica y la cultural, que en el logro del equilibrio de estas dos circunstancias estaba la virtud de su profesión-vocación».




ArribaAbajo[Real decreto del gobierno español sobre el precio fijo de venta del libro]

Preocupado el gobierno español, tanto como algunos de otros países, por el prestigio y desarrollo normal de su industria y comercio del libro, impide que éste se venda al público, al por menor, a precio inferior al fijado por el editor en sus catálogos y en los propios libros.

Transcribimos a continuación la parte dispositiva del Real Decreto 2.828/1979, de 26 de octubre, sobre precio de venta al por menor de libros al público, publicado en el «Boletín Oficial del Estado», número 304, de 20 de diciembre de 1979:

«Artículo primero.- Uno. La oferta y la venta al por menor de libros al público deberá realizarse al precio fijo indicado en cada ejemplar mediante cualquier procedimiento de impresión.

Dos. Precio fijo, al que deben venderse los libros al público, es el precio determinado en cada   —72→   momento por el editor, de acuerdo con la normativa vigente.

Tres. Se entenderá que existe indicación del precio fijo cuando éste aparezca impreso en la cubierta o sobrecubierta, en las páginas de guarda del mismo o cuando se especifique en cualquier otro elemento de fácil visibilidad para el adquirente y que se integre de forma estable y permanente en el libro, consignando el título del mismo y el nombre o número del registro del editor.

Artículo segundo.- Uno. No están sujetos a la indicación del precio en las formas que define el párrafo tres del artículo anterior.

a) Los libros de bibliófilo, entendiendo por tales los editados en número limitado para un público restringido y aspirando a una calidad formal muy alta y numerados correlativamente.

b) Los libros artísticos, que, a los efectos de esta disposición, son los que total o parcialmente se ejecutan mediante métodos de artesanía para la reproducción de obras artísticas o incluyan ilustraciones ejecutarlas en forma directa y manual mediante cualquier procedimiento pictórico. Se considerarán también libros artísticos aquellos de edición normal en la que se utilicen encuadernaciones de artesanía.

c) Los libros antiguos o de ediciones agotadas, que normalmente se venden a través de librerías anticuarias.

d) Los libros vendidos única y exclusivamente por suscripción, correspondencia y venta domiciliaria,   —73→   siempre y cuando se difundan exclusivamente a través de alguno de estos sistemas y los precios sean consignados en forma clara en los catálogos de los editores y por ello sean conocidos por los suscriptores o asociados al formular sus pedidos o establecer sus compromisos de compras.

e) Los libros pertenecientes a una colección o a un grupo o serie dentro de ésta, cuando para la totalidad de los que integren la colección, el grupo o la serie haya determinado el editor un precio uniforme, siendo suficiente en este supuesto indicar en cada ejemplar la colección y, en su caso, el grupo o la serie de que forma parte.

Dos. Quedan asimismo excluidos de la citada obligación aquellos otros libros en los que por razones análogas a las recogidas en los apartados anteriores, la impresión del precio alteraría de forma importante la presentación especial que corresponde al propósito de su publicación.

Tres. En caso de duda a efectos de la aplicación de lo determinado en el presente artículo, la calificación de un libro concreto en las categorías que se mencionan se realizará, de oficio o a instancia de parte por el Instituto Nacional del Libro Español, previo dictamen de una Comisión «ad hoc» constituida en el mismo, en la que estarán representados los sectores editorial, gráfico y librero.

Artículo tercero.- En las ventas realizadas con ocasión del Día del Libro, Ferias Nacionales del Libro y en congresos y exposiciones de carácter   —74→   oficial podrán realizarse descuentos de hasta un diez por ciento.

Articulo cuarto.- Uno. Se exceptúan de la obligación de venta al precio fijo aquellos libros que, habiendo sido descatalogados por el editor, son objeto de operaciones de lance o de liquidación en saldo.

Dos. Se entiende que un libro ha sido descatalogado a efectos de precio fijo cuando no se incluye su correspondiente edición en el último catálogo del editor, o, en todo caso, cuando éste ha comunicado tal circunstancia, por escrito, al distribuidor de la obra, quien a su vez, deberá ponerlo en conocimiento de los libreros que recibieron ejemplares de la misma.

DISPOSICIONES FINALES

Primera.- El precio fijo deberá indicarse de acuerdo con las modalidades establecidas en el apartado tres del artículo primero, en las obras sujetas a esta obligación que se editen a partir de los seis meses de la entrada en vigor de este Real Decreto.

Segunda.- Por el Ministerio de Cultura se dictarán las disposiciones necesarias para la aplicación y desarrollo de lo que en este Real Decreto se establece».





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ArribaAbajo[Ataques al editor y al librero en la Argentina]

Se conserva archivada reproducción de la interesante carta abierta, que puede considerarse documental, del editor argentino de la ciudad de Córdoba, José Assandri, publicada hace algunos años en Buenos Aires, cuyos razonamientos justifican la situación de la industria y el comercio libreros, que llegaron a alcanzar un grande y fugaz florecimiento, en aquel país hermano:

«Sistemáticamente, todos los años, antes de iniciarse los cursos escolares, se renueva la campaña contra el libro de texto. Pareciera que se tratara del único artículo de la economía familiar que hubiera subido de precio. El ataque se concentra contra el libro pero no con respecto a los uniformes escolares, el calzado, la tarifa del transporte u otros tantos aspectos.

Es necesario desterrar el concepto de que el libro es un renglón superfluo. Por razones culturales es necesario que el pueblo esté convencido de que es un elemento indispensable y que bien vale la pena su adquisición aun a costa de renunciar a alguna entrada menos al cine o al foot-ball, o algún otro gasto familiar de fácil postergación.

Nuestro país tiene el más bajo índice de analfabetismo de todos los de habla hispana. Esto que nos parece motivo de orgullo, no lo hemos logrado ciertamente teniendo como únicos elementos de cultura, «un cuaderno y un lápiz». La industria editorial, noble en el cabal sentido de la palabra, sería hoy próspera en lo económico y de enorme proyección en lo que hace a la difusión cultural, si los gobiernos hubieran sido menos indiferentes frente   —76→   a sus problemas. En cambio, en estos momentos, por falta de sensibilidad de las autoridades, está en crisis. Prueba de ello es que esta industria es la que acusa los índices más bajos de interés económico y para ello es suficiente analizar las cotizaciones de Bolsa de las acciones de editoriales argentinas.

Estamos compenetrados en la responsabilidad de que hay que abaratar el libro, y para ello, existen cuatro medidas indispensables:

1º La vigencia prolongada de los programas: en consecuencia, la utilidad de los libros debe ser de seis años como mínimo; esto permitiría elevar los tirajes, se correrían menos riesgos de existencias invendibles y se reducirían sensiblemente los costos.

2º Suprimir los gravámenes aduaneros que en carecen el papel para impresión de libros.

3º Dar facilidades crediticias para la adquisición de implementos para las artes gráficas.

4º Evitar pedir al escolar todo elemento que no fuera estrictamente indispensable.

La industria editorial que comprende a autores, importadores de papel, impresores, dibujantes, grabadores, editores y libreros, necesita apoyo y simpatía.

Hay que cambiar de slogan. No hace mucho se decía: «alpargatas sí, libros no». Ahora se dice algo más rotundo: «No compre libros».

Sería mucho más honroso para nuestra cultura decir al ciudadano: «Tenga el inmenso honor de comprarle un libro a su hijo, aunque sea a costa de unas botellas menos de vino».





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ArribaAbajo[El problema de la cultura de nuestros pueblos: El libro y el hombre]

Para dar idea del ambiente en que la industria y el comercio del libro se desenvuelven en México, bastará con hacer referencia a algunas de las circunstancias que influyen en hacer difícil un normal y progresivo desarrollo.

Como información interesante para los aprendices libreros que se esfuerzan en conquistar lectores en sus establecimientos y para que puedan considerar las dificultades del problema, se reproduce el artículo, que lamentablemente sigue siendo de la misma actualidad, recogido tiempo atrás en la revista bibliográfica ya referida de la Organización Editorial Novaro: «El Mundo de los Libros»:

EL PROBLEMA DE LA CULTURA DE NUESTROS PUEBLOS: EL LIBRO Y EL HOMBRE

«Es muy posible que en ninguna parte se lea bastante; pero es seguro que en muchísimas se lee demasiado poco. Constantemente se escuchan lamentos de personas a quienes interesan los problemas de la instrucción popular, las cuales, con razón demasiada, se quejan del manifiesto desamor de nuestras gentes por todo lo que sea letra impresa. No sería de buen sentido culpar a los analfabetos de serlo o a los que no lo son de su falta de afición a la lectura. Las causas no son individuales, sino sociales, y la situación política y económica tiene mucha parte en la abatida situación cultural de nuestros pueblos. Lo que habría que estudiar con calma es la manera eficaz de ponerle remedio.

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Acabamos de leer un artículo excelente del escritor italiano Antonio Ciampi, publicado en «Tempo», de Roma. A juzgar por lo que allí dice el señor Ciampi, no andan en Italia mucho mejor las cosas que en España y en las repúblicas hispanoamericanas. Ha mejorado Italia en lo relativo a la proporción de analfabetos, al nivel de instrucción y de vida y a la emancipación de la mujer; y, sin embargo, añade, «en lo que respecta a libros, periódicos diarios y revistas, los italianos seguimos llevando, con los españoles, el farolito de cola en la Europa occidental». Alude pintorescamente al farolito que llevan los furgones de cola de los trenes. En ese furgón viajan también nuestras repúblicas hispanoamericanas. Los datos numéricos que aporta el señor Ciampi no son, desde luego, propicios al optimismo. Proceden de una investigación que realizó el Instituto Central de Estadística entre setenta mil familias de regiones, posiciones sociales y profesiones muy diversas. El resultado es que en los hogares del cuarenta y uno por ciento de dichas familias no entra nunca una hoja de papel impreso, ni libros ni periódicos, si se exceptúan los textos escolares de los niños. Sólo el siete por ciento de las familias compra libros, y el cincuenta y dos por ciento restante lee periódicos y revistas. Pero el dato más desconcertante es que EL CUARENTA POR CIENTO DE LAS FAMILIAS CUYO CABEZA TIENE UN TÍTULO ACADÉMICO NO ADQUIERE LIBROS. Por aquí -nos permitimos añadir a lo dicho por el escritor italiano- se ve que no es el analfabetismo   —79→   la única causa, y quizá ni siquiera la más importante, de que nuestras gentes, aun las que saben, pueden y DEBEN leer, lean lo menos que les es posible. El analfabetismo es un enemigo importante, no cabe duda; pero la falta de afición al libro, la falta de la costumbre de leer es todavía más importante y más grave. Porque el analfabetismo afecta a las gentes más humildes de nuestros pueblos, las cuales se ocupan en actividades manuales con frecuencia rudas y para cuyo desempeño no se necesita apenas otro saber que el que proporciona un aprendizaje práctico. Pero la falta de afición al libro en quien puede y debe tenerla afecta a sectores de la clase media que desempeñan o bien funciones burocráticas o quizá profesiones técnicas o liberales. ¿Con qué eficacia puede desempeñar su oficio y qué concepto puede tener de él, el burócrata que, por carencia absoluta del hábito de leer, difícilmente conoce el idioma como no sea para sus usos más cotidianos y familiares, y aun en esos con errores frecuentes de los que suelen llamarse garrafales? Así, en el decir corriente, el trabajo se ha degradado en CHAMBA, y la chamba es el modo inevitable y molesto de adquirir los centavos que se necesitan para subsistir. ¿Y QUE DECIR DEL MÉDICO, DEL ABOGADO, DEL INGENIERO QUE, SI LEE ALGO, ES SOLO ALGUNA REVISTA PROFESIONAL, Y EN TODO LO DEMÁS VIVE POR COMPLETO AL MARGEN DE LA CULTURA?

  —80→  

El problema es de tanta consideración que merece muy bien que se le estudie con sumo cuidado, para poder plantearlo después correctamente; y ya se sabe que un buen planteamiento es la mitad de la solución de un problema. Por de pronto, hay que ALFABETIZAR a los analfabetos. En esto todo el mundo está de acuerdo e incluso se hacen esfuerzos meritísimos. Pero es evidente que eso no basta. En la persona a quien se alfabetiza hay que crear el hábito de leer, y además ha de hacerse, por todos los medios posible, que se dé cuenta clara de que la lectura sirve para algo: ya para divertirse, que es muchísimo, ya para ser admitido en cualquier tipo de trabajo con preferencia sistemática a las personas que no saben leer. El gran instrumento de alfabetización, verdaderamente insubstituible e incomparable, es la escuela primaria. Desaparece el analfabetismo de un país en cuanto el sistema escolar absorbe a la totalidad de la población infantil. Pero en nuestros países ni aun eso es suficiente. Cuando el número de escuelas sea bastante para toda la población en edad escolar, habrá que cuidar mucho que todos los niños recorran el ciclo completo de los estudios primarios. La pobreza obliga a grandes sectores de nuestras clases populares a buscar trabajo para sus niños cuando apenas han terminado el tercer o cuarto grados. Habría que legislar de suerte (y si ya está legislado habría que obligar verdaderamente al cumplimiento de las leyes) que nadie, sin exponerse a sanciones rigurosas, pudiera emplear en ningún género de ocupación a niños o niñas que no   —81→   hubieran recibido íntegra su primera instrucción, sin olvidar la culpabilidad de los padres -desdichadamente numerosos- que dedican a sus niños a quehaceres diversos, y no se ocupan para nada de que asistan o no asistan a la escuela. Esto, que se dice en pocas palabras, es casi en la realidad, una verdadera revolución social, porque implica una elevación notable del nivel de vida y una reforma de las costumbres de esos sectores sociales.

Por otra parte, no hay, tampoco, que pedirle demasiado a la escuela primaria. Los programas suelen andar muy recargados de materias que, dada la situación de nuestras clases humildes, casi pueden considerarse de ornato o de lujo, con detrimento de las tres o cuatro cosas verdaderamente básicas, entre las cuales descuellan la adquisición suficiente del lenguaje con las técnicas elementales de la lectura y la escritura, las más elevadas de la redacción y la lectura de puro deleite. Estaría muy bien que toda una sesión escolar se dedicara cada semana a esta clase de lectura en los dos últimos grados escolares por lo menos. Si la escuela consigue que el niño encuentre gusto en la lectura y se aficione a ella, habrá conseguido en verdad crear uno de los hábitos más valiosos y NECESARIOS en el hombre de nuestros días.

Si algún día venturoso se implantara la sesión escolar de lectura de deleite, en cada grado donde se practicara tendría que haber unas docenas de libros bien presentados, bien ilustrados y bellamente encuadernados, que despertasen en los niños la curiosidad de hojearlos. Bueno sería también volver   —82→   a la costumbre de regalar al final de curso, a los niños más aplicados en cada grado, libros mate rial y literariamente bellos. Pero esto resultaría caro, y el Estado no podría acudir a tanto dispendio. Mejor creemos que podría hallarse eficaz cooperación era las sociedades de padres de los escolares.

Pero el niño ya ha salido de la escuela. ¿Dónde y qué podrá leer después? ¿Habrá de permitirse que pierda por desuso el hábito de la lectura, que ha costado esfuerzo y dinero hacerle adquirir? En algunos países han buscado medios para evitarlo. En la España de la Segunda República, por ejemplo, las llamadas Misiones Pedagógicas habían iniciado la creación de pequeñas bibliotecas circulantes en pueblos apartados. En México, asimismo, empezó a hacerse cosa análoga, y además la Secretaria de Educación y la Dirección de Acción Social del Departamento del Distrito Federal emprendieron la fundación de bibliotecas populares situadas en puntos adecuados para la mayor eficacia de su función. Si el número de esas bibliotecas crece, si están bien atendidas y ofrecen, dentro de su inevitable modestia, la mayor variedad posible de libros de estudio y de pasatiempo, su acción puede ser muy benéfica.

Aún no hemos dicho nada de esa especie de analfabetos honorarios que son las personas que, pudiendo y debiendo leer y adquirir libros, no hacen una cosa ni otra. Estas gentes constituyen un sector numerosísimo de la clase media en todos sus niveles. Muchas de ellas han pasado, en nuestros   —83→   países como era el del señor Ciampi, por centros de enseñanza media o superior, alternan con personas cultas, asisten a espectáculos caros y quizá a buenos conciertos; pero son incapaces, con una rara incapacidad, de reservarse en sus casas unos momentos propicios para la lectura, porque allí, ¡ay!, les esperan la radio y la televisión. En cierto modo, y en este aspecto, nuestras clases medias son más difíciles de rescatar para el libro que las clases populares. Leyendo el artículo del señor Ciampi no podíamos menos de recordar que, históricamente, las clases medias de los países mediterráneos de que nosotros somos nietos ya lejanos, vivieron dentro de un tipo de cultura donde las ideas se comunicaban de viva voz en el ágora, en el foro o en la plaza pública. Para ver u oír a Sócrates o a Demóstenes, el ciudadano ateniense no tenía sino que echarse a la calle. Ni Sócrates ni Demóstenes fueron escritores. Fueron hombres de palabra viva, de palabra hablada. Y para contemplar las obras supremas de su arte, bastaba un paseo por las calles y las plazas de la ciudad. El teatro, el gran teatro griego, era también un arte para el pueblo. En Roma fue el foro el gran centro de la vida política, social y cultural, y los templos y las plazas eran también como museos al aire libre. En la Italia del Renacimiento, las pequeñas cortes principescas para los nobles y la plaza pública para los plebeyos, fueron activísimos focos de vida intelectual y política. Únicamente así pudieron tener efecto los famosos diálogos de Pasquino y Martorio. En la misma España, el gran teatro clásico fue, como   —84→   en Grecia, un arte para el pueblo, y los mentideros al aire libre primero, y los cafés más tarde, se convirtieron en especies de institutos donde las clases medias, y en especial escritores, artistas y otras gentes de actividades intelectuales más o menos indefinidas se reúnen a charlar de todo, ya amigablemente o ya al contrario, si ha lugar.

Las gentes de tradición mediterránea, forma das en culturas de aire libre, porque el clima es benigno, en las cuales funciona mucho más la palabra hablada que la escrita y cuyos centros fueron el ágora, el foro, la plaza pública o el café, tienen poco tiempo para leer y parecen no sentir la necesidad de procurárselo. Además, hechas a escuchar pasivamente a los oráculos de sus respectivas tertulias o círculos sociales, se acomodan demasiado bien a cualquier actividad pasiva, para decirlo con una paradoja; queremos decir, a cualquier actividad receptiva que no exija otro esfuerzo que el de una atención no fatigosa. Esa es nuestra vieja tradición. En cuanto a las razas indígenas, ¿cómo habían de leer si no tenían escritura? Entre nosotros, como en todas partes, se han generalizado el cine, la radio y la televisión porque no exigen otra cosa que una presencia quieta y un sosiego mental casi absoluto, pues lo que suelen ofrecer está al nivel de las mentalidades más modestas, las cuales no son, por lo común, muy sensibles a los despropósitos de lenguaje ni a las chabacanerías más patentes. Entre tanto los libros de escritores y poetas muy estimables envejecen en los plúteos de las librerías sin que acuda a rescatarlos del polvoroso   —85→   olvido una mano curiosa. Repútase entre nosotros como triunfo glorioso el que llegue a agotarse la pequeña tirada de un libro auténticamente meritorio. Y las reediciones son ya cosa que sólo conocen los consagrados. Así, pues, el problema que sin cesar se nos pone delante y que hasta ahora no hemos acertado, por lo visto, a plantear correctamente, es ese: cómo ganar para el libro y para la lectura esos numerosos sectores de la clase media que viven casi en absoluto al margen de todo interés intelectual y piensan que les basta un mínimum muy reducido de conocimientos generales o, en ciertos casos, vagamente especializados, para ejercer decorosamente sus profesiones.

Al pensar en este gran problema de la incultura mesocrática, se ocurre que una de las cosas que primero habría que acometer es la depuración de esa cultura invertebrada e informe que anda por las calles y por las casas, que se mete en todos sitios bajo la figura de periódicos, de aparatos de radio o de televisión. A quienes hacen la prensa, lo mismo que a quienes hablan por el aire a todo el mundo, habría que exigirles un grado de instrucción suficiente para que lo que escriban o lo que digan, aunque sólo sean anuncios comerciales, responda a ciertas exigencias inexcusables de orden intelectual. Sería injusto no hacer aquí una salvedad a favor de los suplementos especiales de algunos periódicos que sirven honrosamente al movimiento literario y cultural.

Hay, en este campo de los buenos deseos por la difusión de la lectura, iniciativas que pueden   —86→   contribuir a realizarlos. En una república hermana se está llevando a cabo una investigación entre escritores, los cuales contestan a una pregunta que se les formula en los términos siguientes: ¿Cómo se debe escribir el libro para que sea una mercancía fácil? Semejante pregunta, dirigida a un escritor, es ofensiva, o, para no dar a las cosas un sesgo demasiado truculento, está absolutamente desplazada. Un escritor, si verdaderamente lo es, no FABRICA mercancías. Que el libro, después de escrito, se convierte en objeto de manipulaciones industriales y mercantiles, es otra cosa; pero esto ya no es incumbencia del escritor, y no es él quien puede contestar con acierto a la extraordinaria pregunta. Por otra parte, es casi seguro que, si no se lee todo lo que debiera leerse, no es tanto por mengua del libro como de las gentes innumerables que (repitámoslo una vez más) NO TIENEN, DEBIENDO TENERLA, LA COSTUMBRE DE LEER, y no creemos que les anime nada a adquirirla el convencerles de que el libro no es sino una mercancía más que se trata de colocarles por cualquier medio de los que se llaman o consideran comerciales.

Si las campañas de ese tono tienen poco que ver con la cultura y con el buen libro, hay, en cambio, otros recursos que indudablemente contribuyen a acercar entre sí el libro y el hombre y a crear entre ellos relaciones que, si empiezan por ser fortuitas y efímeras, acaban muchas veces por convertirse en habituales, de suerte que el libro se va transformando insensiblemente en una necesidad   —87→   para el hombre. Lo mismo que en los niños de la escuela primaria, aunque por otros procedimientos, es preciso crear o mantener en los jóvenes de los grados superiores de la enseñanza la afición a leer y a TENER libros. Debe consignarse aquí, porque es justo, que los centros oficiales, muchos de ellos al menos, aunque recargados con sobrada población de alumnos, estimulan esa afición cuanto les es posible. Pero se dan en México, quizá más acentuadamente que en otros países, y por razones de orden no sólo económico, sino más aún político, circunstancias de suma importancia en lo que afecta a la formación cultural de la juventud de la clase media, y es que probablemente la mayor parte de ella hace sus estudios en centros particulares, de los cuales no sabemos si, en general, puede decirse lo mismo que, con todas las reservas del caso, hemos dicho de los oficiales. Por otra parte, si las bibliotecas populares son imprescindibles, lo son también las bibliotecas de contenido adecuado para interesar a personas de ese sector social y satisfacer sus necesidades profesionales y generales. El grande y creciente éxito que han tenido la Biblioteca Franklin, la del Instituto Francés de la América Latina y la Biblioteca Central de la Universidad Nacional Autónoma, pongamos por ejemplos, frecuentadas aquellas por numerosa clientela mexicana y la tercera utilizada por nuestros estudiantes, parece demostrar que un sistema de bibliotecas análogas a esas tendría satisfactoria asistencia desde luego y contribuiría eficazmente   —88→   a estimular la afición al libro entre personas que PUEDEN Y DEBEN LEER.






ArribaAbajo[Panorama de la industria y el comercio del libro en México]

En México, país que contó con imprenta ciento tres años antes que Norteamérica, y en el que desde entonces se editaron y vendieron libros, el editor y el librero son menospreciados cada día más e injustamente atacados, llegando en ocasiones a la injuria, haciéndolos responsables del creciente precio de los libros.

Considerando con atención el desarrollo cultural del país en las cuatro últimas décadas del siglo, pueden apreciarse grandes deficiencias pero destaca el esfuerzo realizado por el escaso número de editores y libreros nacionales que, sin protección oficial ni aliento ciudadano han hecho progresar sensiblemente su industria y comercio, aunque sin conseguir ponerlos al nivel del desorbitado aumento de población ni alcanzar los índices lentamente crecientes de alfabetización y de enseñanza del país.

Los pocos industriales y comerciantes mexicanos del libro han realizado esfuerzos estimables dentro de sus siempre limitadas posibilidades económicas, pero hasta ahora no han podido llegar a dar el servicio librero que corresponde a la nación por la falta de una política oficial del libro que continuamente han venido demandando.

Fueron varias las asociaciones profesionales que crearon para someter a la consideración del Estado estudios y orientaciones, planteándole siempre la apremiante necesidad de resoluciones oficiales para poder avanzar en sus actividades, redundantes en el desarrollo económico y cultural del país; solicitándole la inteligente comprensión de los problemas del libro para que los individuos y empresas   —89→   que lo producen y expenden pudiesen intensificar la producción y abaratar su mercancía, colaborando así, más eficazmente, en el fomento de la ilustración del país y poniéndolos a la par, en pie de competencia, con la producción extranjera que siempre ha invadido el mercado nacional.




ArribaAbajo[«Premio Manuel Avila Camacho» a Martín Luis Guzmán]

Las asociaciones profesionales a las que los industriales mexicanos del libro dieron vida y se esforzaron por demostrar y hacer comprender los problemas del libro a las autoridades, durante los cuarenta años pasados, no llegaron a conseguir la atención oficial salvo la del gran Presidente de la República general don Manuel Avila Camacho, quien en el año 1940 abrió amplio cauce al libro mexicano con las importantes exenciones de impuestos fiscales que le otorgó para que progresase rápidamente su industria y comercio, cauce que, después, al terminar su mandato el recordado presidente militar, los políticos profesionales, universitarios la mayoría de ellos, fueron cegando, mermando la ayuda, con lo que frenaron el impulso que dio a la industria y al comercio nacional del libro el ilustre alto funcionario. Las nuevas autoridades no tuvieron oportunidad de preocuparse de tales problemas y las industrias del libro quedaron nuevamente en desamparo.

Los gremios mexicanos del libro hicieron patente su gratitud a aquel siempre recordado presidente creando, en la medida de la modestia económica de sus miembros el «Premio literario, cultural y artístico Manuel Avila Camacho» que, con intermitencia, fue otorgándose. Los dos últimos se entregaron el año 1959: a don Martín Luis Guzmán el de literatura y el de ciencias al sabio Carlos Graef Fernández.

  —90→  

El ilustre escritor que recibió el premio de literatura pronunció al serle entregado, un elocuente discurso del cual se reproduce aquí una parte. El acto tuvo lugar en el Palacio Nacional.

«...mi reconocimiento, además, es múltiple. Cuenta en él, desde luego, el valor mismo del premio que tan liberalmente se me concede, premio muy superior sin duda al que yo otorgo a mi obra literaria; y se suma, en no poca parte, lo mucho que contribuye a realzar el significado intrínseco del galardón el hecho de que este diploma, esta medalla -y este sobre- me hayan sido entregados por el ciudadano Presidente de la República, licenciado Adolfo López Mateos, rasgo bondadoso que me obliga y me enorgullece.

Median a la vez, otras circunstancias. Me tocó a mí, presidente entonces de la Asociación de Libreros Mexicanos y gracias a la cooperación de varios de sus miembros, pero, sobre todo, debido al entusiasmo de don Rafael Giménez Siles, instituir en 1944, el Premio Manuel Avila Camacho en las ramas de Literatura, Ciencia y Arte. Y que tal premio se me otorgue hoy es uno de esos caprichos de la suerte que nos lleva a pensar, si somos vanidosos, en la determinación del destino, o, si somos modestos, en las insospechadas satisfacciones con que la vida, generosamente, suele salirnos al paso en la forma más sutil.

Porque, como quiera que sea, este premio lleva implícito un atributo más: el ver, quien lo recibe, cómo se unen en la impronta y la leyenda de una   —91→   medalla, el propio nombre y el de uno de los más ilustres presidentes de México; sí de los más ilustres, pues lo fue don Manuel Avila Camacho en no escasa medida y por muy grandes conceptos: ilustre por su habilísima gestión presidencial en horas políticas internacionalmente graves; ilustre por las virtudes características de su persona -la ponderación, la ecuanimidad, el sentido de la justicia, la comprensión de lo humano en la fortaleza y en la flaqueza-; ilustre en fin, por su disposición a la cultura, que es inteligencia y proporción, luz y suavidad».


(Revista «Tiempo», 9 de febrero de 1959, México, D. F.).                


No es sólo indiferencia oficial lo que resienten los industriales y comerciantes mexicanos del libro sino también, por otra parte las más injustificadas arremetidas demagógicas.

Podrían reproducirse aquí, ocupando muchas páginas, centenares de equivocadas opiniones recogidas en entrevistas de prensa, en artículos periodísticos y escuchadas en comentarios lanzados por los medios de difusión audiovisuales, que atacan al editor y al librero haciéndoles responsables de los precios de los libros sin reconocer que, al no poder desarrollar aquéllos más intensamente sus actividades, son tan afectados como los ávidos de lecturas; pero se desiste de incluir una sola de ellas por razones obvias.

Un periodista juzgó, con criterio peregrino, en la revista «Siempre» de la ciudad de México:



  —92→  

ArribaAbajo[El mercado nacional del libro]

«El mercado nacional del libro es en relación a la masa potencial de lectores del país un mercado pobre debido no tanto al analfabetismo sino a que los libros son caros y muy escaso el poder adquisitivo de la gente».






ArribaAbajo[¿Precio a los libros por la Secretaría de Educación Pública?]

En un artículo aparecido en un diario de la capital el mes de febrero de 1979, se sugería la siguiente poco afortunada iniciativa:

«¿Por qué la Secretaría de Educación Pública puede fijar el precio de los libros de texto -los libros escolares- y no se hace lo mismo con los libros en general? Debería haber un mecanismo por el cual el Estado, junto a todos los interesados en el negocio, pueda fijar el precio neto de los libros. Entonces las cosas se simplificarían muchísimo y ganaría el gran perdedor de hoy en el negocio del libro: el lector».






ArribaAbajo[Editores y libreros nacionales]

[Ernesto de la Torre Villar]


El distinguido historiador don Ernesto de la Torre Villar, ex director de la Biblioteca Nacional de México, hizo públicas unas declaraciones el mes de enero de 1979, inexplicables en él, en cuanto se refiere a los editores y libreros nacionales, al decirle al reportero:

«...que echa de menos al editor que busca y estimula a los autores, que planea series y colecciones y asegura los derechos de los escritores, sus traducciones y adaptaciones, así como su difusión entre los libreros. Muchos de nuestros editores carecen de visión cultural y sólo buscan el lucro inmediato».





  —93→  

ArribaAbajo[Defensa del editor y del librero mexicanos]

[Daniel Cossío Villegas]


Lo tan arbitrariamente afirmado por don Ernesto de la Torre Villar mueve a sacar del archivo y a reproducir algo de lo que dijo en febrero de 1947, después de un elocuente discurso de don Martín Luis Guzmán, el ilustre historiador mexicano, promotor y director acertado del «Fondo de Cultura Económica», don Daniel Cossío Villegas al finalizar el banquete que conjuntamente ofrecieron al Jefe del Departamento del Distrito Federal, la «Asociación de Libreros y Editores Mexicanos» presidida por don Martín y la «Cámara Nacional del Libro» bajo la presidencia del propio señor Cossío Villegas

«...en esta mesa se sientan con usted, señor Jefe del Departamento del Distrito Federal, dos personas que son libreros en una segunda generación; pero la enorme mayoría son relativamente nuevos en el oficio. Los editores son más nuevos todavía, pues si por editor se entiende quien produce libros de una manera continua y no esporádica, y, además, en una escala industrial, no hay casa editora en México que tenga más de quince años. Y sin embargo, nuestro país fue el primero en América que tuvo imprenta; y México fue también el primero que contó con una universidad.

Hay que convenir que en materia de libros -como en otras tantas cosas- México no ha mantenido el puesto avanzado que tuvo a fines del siglo XVIII o principios del XX.

Los buenos mexicanos no queremos conformarnos con esta situación; es más, nada desearíamos en la vida como poder reconquistar esa posición de abanderado, de ejemplo, de fuente de inspiración   —94→   que tuvo alguna vez nuestro país. Pero hay que convenir que en materia de libros la tarea no sólo no es fácil, sino que, en verdad principia a ser desesperada, después de un impulso inicial que prometía progresos mucho mayores que los alcanzados hasta ahora.

En primer término, el negocio de producir libros y de comerciar con ellos es -contra lo que la ignorancia mexicana cree- bien difícil y precario. Es difícil por una razón muy sencilla: fabricamos y vendemos un artículo que satisface la menos apremiante de las necesidades del hombre: cuando viene una ola de prosperidad, somos los últimos en beneficiarnos con ella, porque el hombre compra libros sólo después de haber comprado cuanto puede comprar; en cambio si sobreviene una crisis, aun una situación de mera incertidumbre, somos los primeros en sufrir por ella, pues lo primero que el hombre suprime de su presupuesto es el libro. Y es precario por otra razón más sencilla todavía: el cliente fiel, estable, del librero y del editor, es el hombre culto, es decir, el fruto más raro, de verdadera excepción, que se produce en una sociedad cualquiera.

En segundo lugar nada nos favorece. Mientras el editor argentino puede comprar en cualquier parte del mundo el papel mejor y el más barato, y el editor español tiene la garantía oficial de que el precio que paga por el papel nacional no es más alto que el precio mundial, aquí tenemos que adquirir el papel nacional, el más caro, el menos variado y el peor que yo conozco, tanto que no estoy   —95→   seguro de si los libros que hoy imprimimos podrán ser leídos de aquí a veinte años. Nuestra industria de las artes gráficas, de tan preciosa y sostenida tradición, salió hecha polvo de la Revolución; he referido ya el hecho de que hace apenas diez años no había en México una sola imprenta que tuviera una familia completa de matrices de linotipo y hoy mientras en México no hay más de cuatro talleres de imprenta dedicados a hacer libros, en Argentina hay veintidós y en España cincuenta. Y no solamente el número, sino la magnitud: los talleres gráficos Orbe en Valparaíso y Zig-Zag en Santiago de Chile representan cada uno un capital de ocho millones de pesos mexicanos, en Buenos Aires, la Imprenta López tiene un capital de cuatro millones y la casa Peuser, la de Guillermo Kraff y la Industrial Argentina, representan, cada una, un capital de dieciocho millones. En México, los dos talleres más importantes no representan un capital superior a cinco millones, y los dos mejores dedicados exclusivamente a la impresión de libros, no valen más de trescientos mil pesos cada uno. En fin, la mano de obra nuestra no es ni mucho menos, mala; pero la ha convertido en una de las más ineficaces del mundo una absurda política sindical que quiere conseguir al mismo tiempo altos salarios y poco trabajo: el linotipista mexicano, por ejemplo, gana tanto -y a veces más- que el argentino, el chileno o el español; pero mientras la producción media de éstos es de doce galeras en una jornada de trabajo, en México el sindicato impone   —96→   un rendimiento máximo de cinco o seis galeras.

Este esquema comparativo es exacto, a pesar de ser incompleto, pues se basa en hechos y en observaciones personales; pero a pesar de ser verídico, no tiene siquiera una inspiración pesimista. Lo he hecho con una doble intención; por una parte, como una protesta, siquiera sea parcial y débil, contra esa pintura grotesca que se hace de nosotros de tiempo en tiempo como seres hartos de ganar dinero, sordos a las necesidades del país, inatentos a los genios literarios, beneficiarios indignos de favores oficiales...».


(«El Universal», México, D. F., 20 de febrero de 1947).                





ArribaAbajo[Defensa de la industria editorial mexicana]

[José Luis Martínez]


Excepcionalmente se dan casos en el mundo oficial mexicano de comprensión de los problemas del libro. Ahora como ayer, también en la persona que dirige la más importante editorial del Estado.

Se acaban de reproducir fragmentos de un discurso, pronunciado años pasados, por el entonces director del Fondo de Cultura Económica, don Daniel Cossío Villegas, y hace unos días, con criterio similar, don José Luis Martínez, actual director de la misma editorial, destacado hombre de letras como su lejano antecesor, en el acto conmemorativo del XLV aniversario de la fundación del «Fondo» hizo patentes, ante el Presidente de la República don José López Portillo, las dificultades entre las que se esfuerza en desarrollarse la industria editorial mexicana, situación que trasciende al comercio nacional del libro.

Del importante discurso procede dejar aquí constancia de los siguientes periodos:

  —97→  

«Es necesario que el Estado establezca mecanismos de financiamiento que apoyen la labor de las editoriales nacionales dedicadas a la difusión de la cultura, con la finalidad de que puedan alcanzar los objetivos propuestos durante su creación. El libro ya no es accesible para cuantos lo requieren y las ediciones a precios populares sólo pueden existir subsidiadas.

Por ello, haciéndome eco de los problemas que afrontan las casas editoriales mexicanas de vocación cultural, solicito en su nombre y en primer término, compras sistemáticas para las bibliotecas públicas, pero también financiamientos que apoyen sus inversiones y protecciones fiscales y en las tarifas de transporte que permitan continuar las labores emprendidas que son importantes para México y para nuestra presencia cultural en el mundo hispánico.

Los que vivimos son tiempos difíciles para todas las industrias y en especial para una editorial en la que no se consideran factores comerciales. Los desajustes económicos han encarecido excesivamente todos los elementos que concurren a la creación, preparación, manufactura, distribución y publicidad del libro y consiguientemente su demanda se ha limitado...».


(«Excelsior», México, D. F., 4 de septiembre de 1979).                


En 1946, un año antes de que don Daniel Cossío Villegas rompiese lanzas por los editores y libreros mexicanos en el fundamentado discurso que fragmentariamente se reproduce   —98→   en las páginas anteriores, don Martín Luis Guzmán había arremetido, también con brío contra los muchos que con frecuencia venían haciendo responsables, además, al editor y al librero de la falta de una joven literatura nacional, exigiendo, al parecer que, amén de editar y promover la venta de libros, creasen artificialmente al joven novelista, al joven ensayista y al joven poeta mexicanos. Don Martín Luis Guzmán tuvo oportunidad de manifestarse al respecto en una encuesta literaria promovida, en varios números de la revista «Mañana» del Distrito Federal, por un reportero tendencioso, hostil, en la que hizo presentes además a los señores Alfonso Reyes, Efraín Huerta, Rafael Solana y Rafael Giménez Siles. Fue una de las muchas ocasiones en las que las campañas contra los industriales y comerciantes del libro del país adquirieron mayor virulencia. He aquí la intervención referida:




ArribaAbajo[Defensa del editor y del librero mexicanos]

[Martín Luis Guzmán]


Reportero: «El autor de «El águila y la serpiente», director de la revista «Tiempo», y presidente de la Asociación de Libreros y Editores Mexicanos dice:

Guzmán: «Atribuir a la conducta de los editores, la falta de una gran producción literaria mexicana, es un juicio infundado e injusto.

No hay editor -aun porque así lo exige su negocio- que rehúse publicar un buen libro.

Desde luego, como consejero literario de EDIAPSA, inmediatamente pongo a prueba los hechos».

  —99→  

R.: Como un desafío, cuya oportunidad deben aprovechar los escritores jóvenes, el autor de «La sombra del caudillo», declara:

G.:«¡Que se nos presenten los originales de buenos libros (buenos no a juicio del autor, por que para el autor no hay libro malo) sino a juicio del editor, o de sus consejeros en la materia, y yo garantizo que ningún libro dejará de publicarse».

R.: Martín Luis Guzmán, con la experiencia que le da su doble personalidad de autor y de editor, confiesa:

G.: «Como yo soy escritor, creo poder hacer justicia a los editores, pues mis propios libros son para mí, en ese orden, una enseñanza.

Yo sé cómo, por ejemplo, en castellano, se han necesitado dieciocho años para que se vendan los 25.000 ejemplares de las cuatro ediciones de «El águila y la serpiente». De la traducción francesa, en cambio, se vendieron 34.000 ejemplares en seis meses».

R.: Como respuesta al pensamiento de que es necesario editar, editar y editar, aunque en medio de las obras buenas se colocara una que otra mediocre (¿acaso los libreros, actualmente, no editan más obras malas, pero comerciables, que buenas, pero de limitado público?), el fecundo escritor afirma:

  —100→  

G.: «No es, a mi juicio, editando irreflexivamente cuanta obra se escribe, como puede estimularse la producción literaria de un país. El mayor estímulo lo da el ejemplo de que los libros buenos, o interesantes, tienen un público amplio capaz de remunerar a los autores. Esto, por lo menos en el terreno de la producción literaria comerciable».

R.: Después de habernos confesado que tuvo necesidad de «luchar como un león» para que fuera adjudicado el primer premio a la novela de José Revueltas «El luto humano», la cual estuvo a punto de ser vencida en el torneo por otras de inferior calidad, Martín Luis Guzmán dice de los concursos:

G.: «En un plan estrictamente literario, o sea lejos de la consideración de si un libro puede o no puede tener un mercado, basta con los premios literarios ya existentes, o con otros análogos. Y yo declaro con franqueza y valor, porque para curar los males hay que comenzar por señalarlos, que las más de las veces los jueces de los concursos literarios se ven en aprietos para no declararlos desiertos».

R.: Refutando nuestra afirmación de que existen varias decenas de escritores inéditos, muchos de ellos de auténtico valer, el consejero literario de EDIAPSA, proclama:

  —101→  

G.: «En verdad, yo no creo en la existencia de grandes novelistas mexicanos inéditos, ni de grandes ensayistas. Los que tienen títulos para salir a la luz, nunca se quedan ignorados. Si en este momento hay un genio de la novela mexicana o de la poesía mexicana o del ensayo mexicano que no logre revelarse porque le cierren las puertas editoriales de nuestro país, que me lo traigan y a los dos meses su obra estará en la calle».

R.: Avizorando la solución del problema -y puesto que desecha, por inútil y peligrosa la intervención del Estado-, Martín Luis Guzmán pide mayor disciplina y espíritu de sacrificio a los escritores:

G.: «No creo que la intervención del Estado pueda hacer fecunda la aridez en que viven nuestras letras, en que vive sobre todo nuestra prosa.

La mayor parte de los escritores mexicanos empezamos por no saber escribir. Lo que se necesita es mayor esfuerzo individual, mayor disciplina, más técnica, más espíritu crítico para juzgar implacablemente lo propio, y, por encima de todo, trabajar, es decir ¡escribir, escribir y escribir!

Los mexicanos parece que tenemos horror a las letras, por no escribir, no escribimos ni cartas; ¿cuántos mexicanos llevan diarios o escriben memorias? Esto lo sabemos muy bien los historiadores, que, como fuentes de información, apenas contamos con los documentos oficiales, las más veces falsificadores de los hechos, o con los periódicos,   —102→   más falsificadores todavía».


(Revista «Mañana», 13 de abril de 1946, México, D. F.).                


Las opiniones de don Martín Luis Guzmán que se acaban de recordar, originaron controversias en grupos periodístico-literario-políticos. El reportero se ensañó con el editor y librero Rafael Giménez Siles, tomando pie en su declaración, incluida en una entrevista aparecida en otra publicación periódica de la capital, de que «el escritor tiene que someterse en definitiva a la prueba de fuego del público lector».




ArribaAbajo[Sobre los jóvenes escritores mexicanos que culpan al editor]

[Salvador Novo]


El reportero arremetió una vez más contra editores y libreros, en otro artículo, porque don Salvador Novo, coincidiendo con don Martín Luis Guzmán, en una de sus muy leídas «Ventana» semanales, dijo lo siguiente:

«En el número anterior de «Mañana», la breve encuesta a propósito de si el Estado hace o no algo o mucho por la avicultura literaria, concedí la palabra a la Secretaria de Educación. Había muchos motivos para que, como se apresuró a hacerlo, Jaime4 la tomara; uno objetivo: cuando los literatos jóvenes piden subvención, directamente aluden a su Secretaría; otro subjetivo: de todos los literatos mexicanos, Jaime es quien más continuadamente ha disfrutado -si este puede ser el verbo correcto que describa su prolongado, ascendente servicio personal al Gobierno, desde la secretaría de la Preparatoria en 1920 y las clases de literatura,   —103→   hasta la Secretaria de Educación- el favor del Estado o la clase de favor que parecen apetecer los literatos jóvenes, y que consiste en el fondo en el empleo. Como escritor, por último, Jaime estaba como nadie en la aptitud de juzgar desde su experiencia personal si «el auxilio del Estado» es tan favorable a la actividad profesional del escritor como a priori lo implican quienes lo reclaman, o si este auxilio puede ceñirse a un estímulo eventual que no esclavice a quienes lo aprovechen.

Esta clase de estímulo digno es el que Jaime ha deparado a sus jóvenes colegas al invitarlos a redactar libros de texto para una infancia a que no desdeñaron consagrar la parte quizá más lucrativa de su esfuerzo, Amado Nervo con sus «Lecturas literarias» y María Enriqueta con sus «Rosas de infancia» -«y otros que no menciono». El premio de diez mil pesos les ha tentado menos que el esfuerzo de abandonar el Café por la mesa de trabajo, y tampoco han aceptado muchos la invitación a ver publicados sus trabajos en la Biblioteca Enciclopédica Popular.

Pero la lastimera, implorante, quejumbrosa actitud de los jóvenes en solicitud del patrocinio del Estado para la manutención de sus inclinaciones literarias, es todavía más pasmosa que todo esto. Evidencia en ellos la perduración, a través de los siglos, de un alma anacrónica de juglar, que depende para el mendrugo con que debe premiarse su inspiración, del arbitrio del señor feudal, que es el Estado; que no advierte que así como la imprenta, con el libro, emancipó al escritor de la dependencia   —104→   singular del señor, nuestros tiempos le ofrecen en el periódico, en la radio, en el cine, nuevos y múltiples caminos decorosos de subsistencia congruentes con su vocación, y libres de la servidumbre oficial; y que no son tanto un peligro, cuanto una prueba, para su talento».


(«La vida en México en el periodo presidencial de Manuel Avila Camacho», Empresas Editoriales, S. A., México, 15 de septiembre de 1965).                





ArribaAbajo[El Estado Mexicano y la industria y el comercio del libro]

El Estado mexicano sigue manteniendo al margen a la industria y al comercio nacionales del libro, sin resolverle problemas de producción y comercialización que, de ser atendidos, beneficiarían más la cultura del país tan necesitado de salir del bajo nivel de instrucción en que se encuentra.

Pero tan inexplicable insensibilidad política no supone que en cada periodo sexenal deje de hacer cuantiosas erogaciones, salidas irrecuperables del presupuesto de la nación, para llevar a cabo demagógicas iniciativas editoriales y libreras de funcionarios, situados en puestos influyentes de la educación pública, con repentinas aficiones a esas actividades, que por lo visto surgen en ellos por generación espontánea. (Recuérdese la opinión de don Ernesto de la Torre Villar, ex director de la Biblioteca Nacional de México, aparecida en un periódico en el mes de enero de 1979: «...al Estado, el cual con el dinero del contribuyente, suele editar sin ton ni son»). Ni pensar que en esos funcionarios, engreídos con sus ideas, puedan encontrar los editores y los libreros favorable disposición   —105→   para sus necesidades de atención oficial. Los apasionados estimables editores y libreros mexicanos, tan injustamente y con frecuencia acometidos por sus compatriotas, tendrán que referirse siempre, con decepción, a la indiferencia del Estado.




ArribaAbajo[Carlos III y el arte y comercio de la librería]

No deja de ser aleccionador el volver los ojos a la historia y comprobar ciertas sorprendentes similitudes, en siglos pasados:

«Carlos III favoreció como ningún otro monarca español el arte y comercio de la librería, con amplio espíritu, pero todavía continuó la previa real censura, hasta que las célebres Cortes de Cádiz, en 19 de octubre de 1810 sancionaron por primera vez la libertad de imprenta, cuyo acuerdo se publicó en 14 de noviembre. Aun así no se acabaron en definitiva las trabas y dificultades en la publicación de libros en España, hasta que en 23 de octubre de 1868 se decretó de nuevo la libertad de imprenta, sin censura ni requisito previo de ningún género, cuya reforma apareció en la «Gaceta» del día 24 de octubre. Durante esos cincuenta años estuvieron en vigor una serie de leyes especiales, decretos y reales órdenes, sobre el ramo de librería, cuya efímera duración se originaba en el cambio de ministros y obedecía a que eran dictadas las más de las veces por apriorismos políticos de actualidad o de escuela, pero en los cuales el legislador pocas veces atendió al fomento de la industria y comercio libreros».


(Enciclopedia Universal Ilustrada, Espasa Calpe, S. A., Madrid).                





ArribaAbajo[Los libreros mexicanos que deterioran la profesión. El librero profesión-vocación]

En tiempos difíciles, de crisis -siempre han sido difíciles los tiempos para los negocios del libro en general-, algunos libreros recurren a incluir en sus comercios la venta de discos, de objetos de regalo, de «posters» y de otras mercancías ajenas al libro; otros, también para atraer y retener clientela, restan espacio en sus establecimientos para mesas de café y comida, y de juegos como el dominó y el ajedrez, y los más desanimados anuncian descuentos, imposibles de mantener, en los precios de determinados libros, en ocasiones de la totalidad de uno o varios rubros editoriales, desacreditando el catálogo del editor, que a veces consiente, también por recurso o por generosa ayuda. Esos libreros caen en el error de hacer creer al público que son tan grandes los márgenes de beneficio en la venta del libro que pueden dejar de ganar un porcentaje importante en favor del comprador; dan pie a la injuria que el público lanza frecuentemente contra el gremio. El prestigio siguen manteniéndolo las muchas librerías que viven comercialmente dentro del respeto y de la seriedad tradicionales que corresponden a la institución. Repetimos la elocuente opinión del librero español de que «en el librero concurren dos circunstancias inseparables: la económica y la cultural, y que en el logro del equilibrio de estas dos circunstancias está la virtud de su PROFESIÓN-VOCACIÓN». Quede asentado que en ninguna ocasión debe el librero marginar la vocación que supone la entrega total y leal al libro.



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ArribaAbajo[Conducta de EDIAPSA]

EDIAPSA, con sus Librerías de Cristal, se ha esforzado, como tantas otras empresas privadas de los gremios del libro, en seguir avanzando en la medida de sus   —107→   posibilidades, aun superándolas, no quedándose en espera de las protectoras medidas oficiales y sigue en marcha ascendente porque es preocupación de cuantos la impulsan conquistar sin cesar nuevos lectores para el libro, ofreciéndole las máximas facilidades posibles y dar a sus clientes habituales mayores servicios bibliográficos.

De la experiencia personal acumulada en años de actividades relacionadas con la producción y difusión del libro; de los conocimientos adquiridos por haber procurado estar siempre atento al desenvolvimiento de cuantos negocios editoriales y libreros ajenos, tanto nacionales como extranjeros, pudo llegar a conocer; y de la convicción anteriormente apuntada de que tanto el editor como el librero deben pensar y decidir en todo momento sobre las realidades de su época, procurando siempre fomentar el desarrollo de la lectura, han ido despuntando y elaborándose en la mente del «Obstinado aprendiz de editor, librero e impresor», influenciado por numerosos y autorizados testimonios, como los que ilustran estas páginas, unas cuantas opiniones y sugerencias, que no siendo absolutamente originales, quizás pueden acogerse como merecedoras de consideración inmediata o futura por los miembros del Consejo de Administración de EDIAPSA.

No sería acertado incluir en este trabajo, por el riesgo de que resultase prolijo y perturbador en una primera exposición, los estudios, cálculos, problemas y posibles soluciones a los mismos que cada una de las opiniones y sugerencias suponen. Preferible apartar todos esos datos para, en momento oportuno, si éste llega a presentarse, darlos a conocer y valorizarlos en mesas de estudio con la   —108→   colaboración de quienes puedan aportar ideas que faciliten las soluciones técnicas y la realización de cada uno de los proyectos.




ArribaAbajo[La Pérgola del Palacio de Bellas Artes en la Alameda Central de México, D. F. «Atentado contra la cultura»]

En el año 1973 se consumó la demolición de la Pérgola de la Alameda Central de la ciudad de México en sus cuatro tramos, en los que se encontraban instaladas, desde el año 1939, otras tantas Librerías de Cristal -técnica, general, infantil, popular-, conjunto que había causado admiración a cuantos extranjeros visitaron en treinta y tres años el Distrito Federal, hasta el punto de haber dejado constancias escritas en publicaciones de sus respectivos países; increíble atentado contra la cultura perpetrado en el periodo presidencial del licenciado Luis Echeverría, siendo jefe del Departamento del Distrito Federal el licenciado Octavio Sentíes, y que se llevó a cabo a pesar de los reiterados argumentos en defensa de la librería esgrimidos por el inolvidable don Martín Luis Guzmán, alma de aquella y de tantas otras instituciones culturales. Suceso local que debería ser memorable, trayendo el recuerdo a quien pergeña estas páginas del incendio de la Biblioteca de Alejandría.

Reaccionó EDIAPSA insertando grandes anuncios en todos los diarios y en las revistas más importantes de la capital, lanzando desde ellos el grito de ¡Más Librerías de Cristal! y notificando el establecimiento inmediato de tres de ellas en la capital y otra en la provincia.

Aquella reacción de EDIAPSA se ha mantenido en crescendo, y son ya hoy dieciocho las Librerías de Cristal en el Distrito Federal y veintidós en la provincia. En total cuarenta Librerías de Cristal han surgido y otras seguirán   —109→   surgiendo de la evocación de aquella obra incomprensiblemente destruida; de la capacidad e iniciativa del actual director general de la Sociedad, don Rafael Giménez Navarro, y de la continuidad en la presidencia del Consejo de Administración de la misma de la destacada personalidad en el mundo empresarial mexicano don Gumersindo Quesada Bravo, también amante y cultivador de las letras.

En años anteriores había corrido la Pérgola el riesgo de desaparecer, al realizarse las obras del tren subterráneo en la Avenida Hidalgo y las del drenaje profundo por la Alameda Central. Una de las lumbreras de dicho drenaje quedaba, en los planos de la obra, bajo el tramo sur de la Pérgola y la salida del tren se proyectaba precisamente donde estaba el tramo norte, todo lo cual suponía la demolición. Fue el general y licenciado Alfonso Corona del Rosal, jefe del Departamento del Distrito Federal, quien defendió la inviolabilidad cultural de la librería ordenando que, de ser necesario, quedasen unos metros alejadas de la Pérgola tanto la lumbrera como la salida del tren; no obstante ello se tuvieron que desalojar dos de los cuatro tramos y cercarse los otros dos en los cuales se mantuvo abierto el comercio, con muchas dificultades, durante el año que duraron las obras. Los perjuicios económicos fueron compensados por el propio Departamento con compras de libros para sus bibliotecas públicas.

Procede dar a conocer varios testimonios sobre la admiración que causaba la Librería de Cristal instalada en la Pérgola de la Alameda Central, construcción demolida por orden de las autoridades el año 1973:



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ArribaAbajo[Testimonio de admiración sobre la Librería de Cristal de la Pérgola]

LA LIBRERÍA DE CRISTAL DE LA PÉRGOLA,
MOTIVO DE ADMIRACIÓN

EN LOS ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA FUE CALIFICADA COMO LA MÁS INTERESANTE DEL MUNDO

«NUEVA YORK, agosto 15.- Un reportaje de Milton Bracker en el «New York Times», ha provocado un vivo interés por la «Librería de Cristal» de la ciudad de México, pues la califica como la más extraordinaria del mundo. El interés suscitado culminó en el programa de radio «La Revista del Aire» que la National Broadcasting Company ofrece a millones de oyentes. Parte de dicho programa estuvo dedicado, el sábado último, a la descripción de la «Librería de Cristal», situada en la Pérgola de la Alameda de México. Fue un brillante viaje imaginario por esa librería que ha sido designada como «la única en su género en todo el mundo».

La «Librería de Cristal» es de nuevo comentada en la revista «Holiday», que en su número de septiembre ilustra a todo color la extrañeza y admiración que esa librería causa a los turistas que abarrotan hoy la ciudad de México».


(De «El Universal», México, D. F., 16 de agosto de 1946)                




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ArribaAbajo[Algunas opiniones sobre la Librería de Cristal de la Pérgola]

ALGUNAS OPINIONES AUTÓGRAFAS ASENTADAS POR PERSONALIDADES NACIONALES Y EXTRANJERAS, EN SUS RESPECTIVOS IDIOMAS, EN EL «LIBRO DE ORO» QUE PARA ESE EFECTO ESTABA EN LA LIBRERÍA DE CRISTAL DE LA PÉRGOLA DE LA ALAMEDA CENTRAL DE LA CIUDAD DE MÉXICO

«Como efrits de «Las Mil y una Noches», los creadores de la librería de Cristal de la Pérgola han encerrado -ciencia y arte- el árbol que canta, el pájaro que habla y el agua que llora. Tocome en suerte ser el primer peregrino que llegara a sus puertas».


México, D. F., 21 de diciembre de 1945
JOSÉ RUBÉN ROMERO
Escritor
               


«Recuerdo de una visita a esta librería de Cristal de la Pérgola, institución ejemplar».


México, D. F., octubre 2 de 1946
PRIMO VILLA MICHEL
Secretario de Gobernación
               


«Con mis sinceras felicitaciones».


México, D. F., octubre 2 de 1946
ANTONIO RUIZ GALINDO
Secretario de Economía
               


  —112→  

«Espléndido el paseo por la librería de Cristal de la Pérgola, estuvimos en los Campos Elíseos de los libros, claros, fragantes, eternos...»


México, D. F., 16 de diciembre de 1946
ARTURO GARCÍA FORMENTÍ
Escritor
               


«Por estos rumbos -donde hoy vemos esta maravillosa Librería de Cristal de la Pérgola- caminó y discurrió el gran mexicano Revillagigedo que tanto entendió lo que queríamos ser, y que ayudó a que supiéramos ser».


México, D. F., noviembre 14 de 1946
ERMILO ABREU GÓMEZ
Escritor
               


«Mi grande entusiasmo se manifiesta en esta visita que hago a la Librería de Cristal de la Pérgola».


México, D. F., enero 15 de 1947
GRAL. FRANCISCO L. URQUIZO
Secretario de la Defensa
               


«Dejo patente aquí mi reconocimiento a la Librería de Cristal de la Pérgola beneficiado por su excelente obra editora. La considero la mejor amiga del escritor mexicano».


México, D. F., febrero 10 de 1947
FRANCISCO ROJAS GONZÁLEZ
Escritor
               


  —113→  

«Nada podría gratificar más el alma de don Luis de Velasco, si resucitara, que mirar ennoblecida la Alameda que fundó en previsión con esta Librería de Cristal de la Pérgola en la que se encierran diáfanos, y se entregan, fáciles, los tesoros de la cultura. Bravo por la idea, y parabienes por la realización. Porque la buena cultura vive en casa de cristal».


México, D. F., 29 de octubre de 1946
SALVADOR NOVO
Escritor
               


«He hallado en la librería de Cristal de la Pérgola, abierta a toda hora, una de las empresas de educación y cultura más admirable del México moderno, y desearía París tuviera una parecida».


México, D. F., octubre 5 de 1947
JEAN JACQUES MAYONS
Jefe de la Sección de Filosofía
y Civilización de la UNESCO
               


«En nombre de mis colegas editores y libreros de Colombia dejo este saludo en la librería de Cristal de la Pérgola, «Santuario del libro» de México».


México, D. F., enero de 1948
ARCADIO PLANAS
Editor
               


  —114→  

«Hace dos años que frecuentemente vengo, en la noche, a este mercado de libros, la librería de Cristal de la Pérgola, único en el mundo, según creo. Mis votos para que el ejemplo fructifique en el resto de la Tierra».


México, D. F., marzo de 1948
SEBASTIAN SAMPAEO
Embajador del Brasil
en México
               


«¡Enhorabuena, Giménez Siles! Ha hecho usted realidad con la librería de Cristal de la Pérgola aquel viejo sueño de una gran feria permanente del libro. ¿Lo recuerda? Lo ha realizado usted más allá de lo que entonces podíamos imaginar. ¡Adelante!»


México, D. F., junio 27 de 1948
MANUEL AGUILAR
Editor de Madrid
               


«Nada puede hablar más alto del espíritu de un pueblo que la organización de sus bibliotecas y librerías. La librería de Cristal de la Pérgola, es en este concepto, un timbre de orgullo de la Ciudad de México.


México, D. F., mayo 3 de 1951
AUGUSTO IGLESIAS
Director General de Bibliotecas,
Archivos v Museos de la
República de Chile
               


  —115→  

«Saludo con sincera simpatía a librería de Cristal de la Pérgola y felicito a quienes la han creado por la excelente obra de cultura que están realizando».


México, D. F., diciembre 7 de 1952
AMÉRICO DE CASTRO
Profesor
               


«Este turista norteamericano está muy impresionado de la librería de Cristal de la Pérgola. No conozco ninguna librería en Nueva York, Boston o Chicago que se le compare. Habla alto de la intelectualidad mexicana».


México, D. F., enero de 1953
FREDERICK LANG
Autor de «Six Seconds
a Year»
               


«Quedamos impresionados de esta librería magnífica».


México, D. F., febrero 3 de 1953
ESTELLE Y BURMAT SCHNEIDER
Libreros también de Kansas City
               


  —116→  

«Esta es, sin duda, la mejor librería que he visto en el mundo».


México, D. F., agosto 6 de 1953
WILLIAM B. DE LUCA
Vicepresidente de Prentice-Hall-Ally
& Bacon International Corporation
               


«Una de las mejores librerías que haya visto en cualquier parte, exhibiciones sobresalientes».


México, D. F., agosto 6 de 1953
JAMES S. FARRELL
Vicepresidente de Western
Printring & Litho, Co.
               


Eran obligadas las líneas anteriores, para quien esto escribe, antes de comenzar a pasar al papel las propias opiniones y sugerencias que, quizá, puedan suponer aportación al gran futuro de EDIAPSA. Había que partir, evocándola, de la Pérgola de la Alameda Central, ubicada en el centro de la gran capital de México, construcción oficial sin utilización durante años, desde que fue levantada hasta que en 1939 el regente de la ciudad, licenciado Raúl Castellanos, previa conformidad del Presidente de la República, general Lázaro Cárdenas, la ofreció para que EDIAPSA instalase en ella la primera Librería de Cristal. Recordar la Pérgola y rendir tributo a aquellas autoridades que así patrocinaban a la empresa que iniciaba una obra cultural, es obligado para conocimiento y satisfacción de cuantos colaboran en EDIAPSA.



  —117→  

ArribaAbajo[Sobre las iniciativas presentadas a los accionistas de EDIAPSA]

Sobre las iniciativas presentadas a los accionistas

En total se sometieron con este trabajo, confidencialmente, a la consideración de los accionistas de EDIAPSA, en treinta y dos páginas mecanografiadas, trece iniciativas inspiradas todas ellas en la gran preocupación librera de facilitar la lectura de libros, pretendiendo que las Librerías de Cristal, al prestar nuevos servicios culturales, influyan en la creación de miles de lectores y en su mayor difusión.

Dará idea de la atención prestada por quien esto escribe a tan grave problema, el conocimiento de algunos de los comentarios con que se razonaron los proyectos presentados

En la época actual el libro se aleja cada vez más del lector por causas económicas, resultando inasequible, cada día, a mayor número de lectores, lo cual limita, además, la labor de captación de lectores potenciales. La brecha se ensancha alarmantemente, siendo ya gran preocupación para el editor y el librero el aumento constante de los costos de producción y comercialización del libro, así como el hecho de que, por su parte, la mayoría de los lectores lo resientan mucho más, víctimas, a su vez, de la continua baja del poder adquisitivo de la moneda que reciben en pago de su trabajo.

Da idea de la magnitud del problema en el mundo lector mexicano una de las soluciones a la que han llegado algunos adictos a la lectura. Se encuentra a la cabeza de la estadística de lectores de libros en nuestro país la numerosa colonia israelita; sus miembros son asiduos concurrentes a las librerías; ha trascendido a quien redacta   —118→   estas líneas que se han formado pequeños grupos de lectoras de esa comunidad, que habitan en el sector Polaco5 de la capital, para comprar conjuntamente los libros que les interesan y turnárselos para la lectura.

Nadie puede imputar con sensatez al editor y al librero que los libros resulten cada vez más caros. La incontrolable situación afecta seriamente a la producción y difusión del libro y mucho más al desarrollo cultural del país.

Lamentablemente son muchas las personas de toda jerarquía intelectual, con fácil acceso a los cada día más extensos medios de información y excitación del público que, por ignorancia o tendenciosamente, achacan al editor y al librero tal desequilibrio, llegando a culparlos de ineptitud y desmesurada ambición lucrativa.

Ante dicha realidad las autoridades responsables de la cultura nacional intervienen, hasta ahora con desacierto, coaccionando al límite, por lo pronto solamente al editor de libros de texto, para que rebaje sus precios de venta ya calculados moderadamente, con riguroso criterio matemático; presión que, por política demagógica, es de temerse que pueda continuar hasta llegar a paralizar la producción de esos libros, aunque queda la esperanza de que ante la responsabilidad en que caerían las autoridades educativas cambiasen de proceder, interviniendo para conseguir la reducción o subsidio a los precios de las materias primas que utiliza el editor y a los demás factores que pesan en los costos de producción.

En resumen, la industria y el comercio del libro se encuentran sometidos a tales presiones por parte del público y del Estado, coerciones irreflexivas que deben desaparecer si se quiere que México cuente con una importante   —119→   industria del libro y con librerías que den esplendor al país. A pesar de ello, el editor y el librero mexicano actúan con acierto en defensa de sus instituciones para seguir participando eficazmente en la solución de los problemas ilustrativos que les toca afrontar.

Dada la situación en que se encuentran la mayoría de los lectores habituales y la imposibilidad de atraer a miles de lectores potenciales por la circunstancia del alto precio de los libros, EDIAPSA puede reflexionar y llegar a tomar decisiones importantes.




ArribaAbajo[Nueva época]

NUEVA ÉPOCA

EDIAPSA vive cuarenta años esforzándose por cumplir, con limitados medios y ambiciosos planes, el propósito inicial de influir eficazmente en el desarrollo de la industria y del comercio mexicanos del libro. Llega satisfactoriamente al año 1978 y el día 5 de octubre de ese mismo año, fecha que será memorable en su historia, se le abre un gran horizonte al pasar la propiedad de manos de los tres socios, Martín Luis Guzmán, Gumersindo Quesada Bravo y Rafael Giménez Siles, que le dedicaron tantos años de trabajo, a un grupo formado por quince relevantes personalidades de la editorial, de la librería, de la imprenta y de la encuadernación mexicanas, que por sus grandes capacidades organizadoras y pujantes empresas del libro que crearon y en las que intervinieron, auguran extraordinario desarrollo para dar a México prestigio librero.

Procede dejar constancia en este escrito de las personas que han tomado en sus manos el futuro de EDIAPSA: Joaquín Díez Canedo, presidente y gerente general de   —120→   «Editorial Joaquín Mortiz», S. A.; Tomás Espresate, administrador único de «Ediciones Multiarte», S. A.; Luis Fernández G., presidente, director y gerente general de «Fernández Editores», S. A.; Jorge H. Flores, presidente y director general de «Encuadernación Suari», S. A.; Rafael Giménez Navarro, promotor de «Impulso, extensión editorial de libreros mexicanos», S. A.; José Hernández Azorín, gerente general de «Imprenta Madero», S. A.; Francisca Navarro de Giménez, ex administradora única de «Colección Málaga», S. A.; Carlos Noriega Milera, presidente y gerente general de «Editorial Limusa», S. A.; Alfonso Noriega Milera, presidente y gerente general de «Librería Letrán», S. A.; Elena Ocampo de Sanz, presidenta y directora general de «Compañía Editorial Continental», S. A.; Gumersindo Quesada Bravo, consejero de «Organización Editorial Novaro», S. A.; José Luis Ramírez, presidente y director general de «Editorial Diana», S. A.; Enrique Reyes Morfín, presidente y gerente general de «Representaciones y Servicios de Ingeniería», S. A.; Francisco Trillas Mercader, presidente y director general de «Editorial Trillas», S. A., y Jorge de la Vega, ex presidente y ex director general de «Editorial Interamericana», S. A.




ArribaAbajo[Reconocimiento a la señora Francisca Navarro de Giménez]

Al finalizar este trabajo es de justicia hacer constar y manifestar reconocimiento a la señora Francisca Navarro de Giménez, sin cuya decisiva colaboración no se le hubiera dado cima. La señora Navarro de Giménez intervino en la investigación, tradujo de diversos idiomas y aconsejó en la redacción.







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ArribaEpílogo

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Don Manuel Rivadeneyra, don José Ruiz-Castillo Franco, don Gustavo Gili Roig, don José Zendrera Fecha


A este escrito llamado «Testamento profesional» le ha prestado atención preferente el autor, sobre los otros en que trabaja reuniendo y ordenando antecedentes y recuerdos con destino a la edición de sus «Retazos de vida de un obstinado aprendiz de editor, librero e impresor», por pensar que de no poder realizar todo lo que tiene proyectado será de mayor interés para sus compañeros de EDIAPSA cuanto ahora comenta.

Entre esos «Retazos» en preparación, que deberán ir apareciendo poco a poco basta cubrir la vida profesional del «aprendiz», le seduce el que llevará por título «Por qué he querido ser editor, librero e impresor», pues lo dedicará, «in memoriam» de quienes más lo influenciaron, por la leyenda, por la conversación y por sus obras, y de los cuales tomó inspiración, experiencias y aliento para los oficios:

Don Manuel Rivadeneyra (1805-1872), héroe de la más impresionante epopeya impresora-editorial, sin par en la historia de las conquistas del libro, con su perdurable «Biblioteca de autores españoles».

Don José Ruiz-Castillo Franco (1875-1945), editor de la célebre generación española del noventa y ocho y en cuya historia cuenta como laurel el haber lanzado el año 1917 la primera edición en lengua española de la obra   —124→   completa del profesor Freud, aparecida mucho antes que las traducciones a otros idiomas.

Don Gustavo Gili Roig (1868-1945), que dio a la editorial española el tono de máxima categoría por las perfectas traducciones que siempre utilizó, por la presentación de sus libros, culminando su maestría con las bellísimas, insuperables «Ediciones de la Cometa».

Don José Zendrera Fecha (1894-1969), que aportó a la industria española del libro las ediciones populares; las infantiles ilustradas a colores atractivamente presentadas; las de grandes biografías y, sobre todo, en el año 1928, proporcionó a cuantos se dedicaban a las profesiones del libro en los países de habla española el compendio que desde entonces les sería indispensable para orientarlos en sus actividades: descubre, traduce a la perfección y edita la fundamental obra de Stanley Unwin «La verdad sobre el negocio editorial», quedando ya vinculado su nombre, para siempre, al del gran autor y editor inglés, en la mente de todos los instruidos y lo estará sin duda también en aquellos que se preparen en el futuro para ejercer trabajos libreros.

México, D. F., diciembre de 1979.



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