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Valera y la novela de la segunda mitad del siglo XIX


María de los Ángeles Ayala





Las referencias críticas o las opiniones relativas a escritores coetáneos vertidas por el propio Valera en sus ensayos y en su copioso epistolario revelan uno de los aspectos más singulares de su quehacer literario. En las puntuales notas críticas dadas a la prensa el lector percibirá una sutil ironía que unida a su habitual diplomacia atenuará con creces el juicio severo. Bien por temor a herir la susceptibilidad del autor analizado o por no enfrentarse a sus fervientes admiradores, Valera adopta en sus juicios sobre los novelistas de la segunda mitad del siglo XIX un tono condescendiente que le distancia, por ejemplo, de la mordacidad de Clarín. Frente a este comportamiento, el lector percibirá, igualmente, una ausencia de opiniones o un silencio que será harto elocuente. Ante los insistentes juicios encomiásticos de don Marcelino Menéndez Pelayo referentes a Pereda, insertos en el corpus epistolar Valera y Menéndez Pelayo1, Valera ni corroborará ni desmentirá tales afirmaciones. Su silencio hablará por sí mismo. Bien es verdad que en su epistolario no encontramos opiniones mordaces e hijas de la irritación y del enfado -como sus juicios contra Campoamor2- sino más bien un tono ecléctico capaz de conciliar su peculiar visión de la literatura con la inteligencia o el buen hacer de sus compañeros de generación.

Es evidente que no todos los escritores adscritos al género novela son objeto de idénticos juicios. En unas ocasiones se muestra parco ante un determinado autor; en otras atraído por una única faceta del escritor, como en el caso de Clarín, pues sólo parece interesarle su labor crítica. En este orden de censuras y palabras encomiásticas aparecen sus juicios críticos sobre Fernán Caballero, autora que desde tiempo atrás representa el inicio de la llamada novela realista. Las coincidencias entre lo dado a la prensa y las cartas de Valera en referencia a Fernán Caballero son indicadoras del respeto profesado por el autor. No existe en este sentido un tono condescendiente en lo publicado ni animadversión en lo dicho en sus epístolas. Todo coincide, pues desaprueba las «novelas cortadas por largos sermones», tal como confiesa en sus cartas3. Si esta afirmación está realizada el 8 de septiembre de 1879, con anterioridad, el 31 de julio de 1856, señalaba al respecto «que es de lamentar que se desluzca a veces y que se malgaste en disertaciones políticas, religiosas y sociales, que a menudo fatigan al lector [...] sus novelas ganarían infinito, y hasta moralizarían y santificarían más a los lectores, si en ellas no se notase tanto el afán de moralizar y catequizar que tiene quien la escribe»4. No debemos olvidar que ya en su primer trabajo de crítica literaria -Del romanticismo en España y de Espronceda, publicado en la Revista de España en 1853- Valera afirma tajantemente que la poesía y el arte en general sólo tienen como finalidad la consecución de la belleza. Valera se apoya en la autoridad de Plutarco y Aristóteles para proclamar que el verdadero objetivo del escritor es «deleitar y no enseñar»5. Unos principios que se reiteran en artículos como De la naturaleza y carácter de la novela (1860), Qué ha sido, qué es y qué debe ser el arte en el siglo XIX (1861), La moral en el arte (1896), Sobre la novela de nuestros días (1897) y, sobre todo, en Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas (1886). Salvo estas objeciones, el resto de sus apreciaciones tiende siempre a elogiar el corpus general de la obra de Fernán Caballero, en especial su relato La Gaviota.

Mayor importancia tiene, a tenor de lo manifestado en su epistolario, la obra de Pedro Antonio de Alarcón, autor sumamente elogiado y figura señera, a su juicio, de las letras españolas. La amistad que ambos mantuvieron se percibe con claridad en las cartas dirigidas a Menéndez Pelayo. Reuniones en la Academia, tertulias y un sinfín de palabras afectuosas y llenas de admiración insertas en su correspondencia corroboran dicha apreciación. La postura que ambos mantuvieron frente a la polémica naturalista, avalada en todo instante por Menéndez Pelayo, acrecentó, aún más si cabe, esta entrañable amistad. Por todo ello no es de extrañar que se sintiera herido a raíz de publicaciones que censuraban su producción novelística, como la realizada por Clarín en el momento justo de la aparición de El niño de la Bola. El mismo Menéndez Pelayo se mostraría contrariado, de ahí que en una carta dirigida a Valera señale lo siguiente: «El mismo Clarín acaba de publicar un tomo de artículos donde hay cosas, a mi entender, excelentes. A usted y a mí nos trata muy bien y nos pondera mucho, pero con otros, especialmente con Cánovas y Alarcón, anda durísimo e injusto, al paso que no tiene reparo en alabar los mayores disparates y sandeces de Campoamor»6. Valera nunca anduvo remiso a la hora de emitir sus apreciaciones en torno al buen hacer de Alarcón, autor, por un lado polémico -recuérdese la disputa surgida a raíz de la publicación de El escándalo, resumida por el propio novelista en Historia de mis libros- y, por otro, admirado. Muy pocos escritores de la época conocieron un éxito editorial tan sobresaliente como él gracias a sus libros Diario de un testigo de la guerra de África y De Madrid a Nápoles. Valera nunca ocultó su sentida admiración por Alarcón, aunque sus apreciaciones no coincidieran con las emitidas por la mayoría de los críticos de la época, pues consideraban El sombrero de tres picos inferior a su novela El Niño de la Bola. En su conjunto los relatos La Pródiga, La Comendadora y El Capitán veneno -novela «llena de ingenio y de sentimiento», según palabras de una carta dirigida a Menéndez Pelayo (19-XI-1881)- representan la culminación del buen hacer de Alarcón. Apreciaciones que el lector encuentra tanto en su epistolario como en las referencias y ensayos dados a la prensa -recuérdense, por ejemplo, sus artículos El Niño de la Bola y Curro Vargas o Notas biográficas y críticas7. Estudios clásicos sobre Alarcón, como el de José F. Montesinos, darán la razón a Valera, pues no escatimarán elogios a la hora de analizar El Niño de la Bola, una de las narraciones más bellas y «preciosa muestra de arte narrativo».8

En lo referente al corpus poético alarconiano Valera muestra, igualmente, su admiración. Versos plagados de humor y desenfado e inmersos en una ternura poco común. Versos, en definitiva, elaborados con un lenguaje castizo, elegante y propio9. El prólogo de Valera que figura al frente del libro Pedro Antonio de Alarcón. Poesías serias y humorísticas10, es, tal vez, el mejor documento de un autor que deseó siempre testimoniar, tanto en lo íntimo como en público, su admiración por Alarcón. Valera, consciente de su valía, intentará, incluso, divulgar sus escritos por Europa y Estados Unidos, pues sólo así la literatura española podría difundirse como realmente merece. Fama y dinero, no hay que olvidar nunca este segundo motivo tratándose de Valera, que sólo a través de grandes editoriales, como la neoyorquina Appleton, se podrían conseguir.11

En lo que respecta al resto de novelistas de la segunda mitad del siglo XIX ya se ha señalado la casi nula presencia de Pereda en sus escritos, aunque no por ello dejará de sentir un gran afecto por su persona, pero no en el orden académico o literario. Ni siquiera el empeño de Laverde o Menéndez Pelayo pudieron cambiar el talante de Valera. Así, Laverde le envía un ejemplar de las Escenas Montañesas, dándole las gracias Valera en una carta fechada el 6 de octubre de 1866. A partir de ese instante silencio absoluto, ningún comentario sobre el libro de Pereda12. Silencio que no se produce con el resto de escritores, como en el caso de Galdós, E. Pardo Bazán o Clarín. Así en lo que respecta a Galdós es evidente que Valera no solamente lo elogia en sus cartas, sino que considera imprescindible su presencia en la Real Academia. Llama la atención el sumo interés que Valera pone en el empeño. Incluso especula con posibles defunciones de académicos de avanzada edad, a fin de buscar un sustituto. Por ejemplo en carta fechada el 1 de junio de 1883 le indica a don Marcelino lo siguiente: «Si se muere D. Gabino [Tejada] trabaje usted por que elijan en la Academia a Pérez Galdós. Lo digo por el interés que me inspira la Academia»13. El 7 de junio del mismo año indica, igualmente, lo mismo: «Yo persisto en que en la primera vacante que deje el primero que se muera en la Academia Española nos conviene hacer entrar a Pérez Galdós, con preferencia a Martos. Trabaje usted en este sentido, y si en el día de la elección estuviese yo aquí aún y faltare un voto, avísemelo para ir ahí a dar el mío»14. Especulaciones variopintas pueblan el epistolario valeresco en este sentido. Insistencia reflejada en el corpus epistolar escrito durante los años que precedieron a la elección de Galdós, demorada durante varios años a pesar del empeño de Valera, pues sería elegido académico en 1889.

La lectura por parte de Valera de los textos galdosianos se produce de forma tardía. El 19 de julio de 1878 le confiesa a Menéndez Pelayo que no ha leído nada de Pérez Galdós y el 27 de agosto del mismo año le escribe de nuevo mostrándole su sorpresa y admiración por la lectura de La familia de León Roch. En extensa confesión señala que se trata de un gran novelista y que tiene prendas de verdadero valor. Tras señalar las posibles huellas literarias galdosianas, Valera muestra su vanidad al sentirse leído e imitado por Galdós, pues el influjo de El Comendador Mendoza subyace en la novela La familia de León Roch: «León Roch y María Egipciaca, aunque son distintas criaturas, son hijos espirituales de doña Blanca y el Comendador Mendoza, salvo que los míos se emplean más en sus negocios que en probar una tesis con los propios actos de su vida, por donde los míos son más reales y humanos [...] En él hay una calidad que da color y brío e inspiración, que a mí me falta»15. Valera no había leído los episodios nacionales que configuraban la primera y parte de la segunda serie. Al igual que desconocía casi la totalidad de los relatos denominados por Galdós con el título de Novelas españolas de la primera época, de ahí que mostrara su sorpresa y admiración. Como es sabido Menéndez Pelayo disiente de los juicios emitidos por Valera. Así, el 8 de septiembre de 1879, arremete contra los novelistas «que se proponen de mostrar tesis y enturbiar la limpieza del arte con propósitos segundos y de propaganda, y más si son tan traviesos y malnacidos como los de Galdós, hombre de indisputable talento, pero echado a perder por la clerofobia progresista de bas étage»16. Durísimas apreciaciones que hicieron mella en Valera, pues a partir de esta carta muestra un silencio casi absoluto sobre Galdós, aunque no por ello deje de insistir en su elección como académico y en la difusión de sus novelas en el extranjero.

Armando Palacio Valdés y el padre Coloma apenas son tratados por Valera en sus ensayos, ni siquiera encontramos referencias en su epistolario dignas de reseñar. Una breve alusión a la traducción de parte de la obra de A. Palacio por el húngaro Emilio Szalay y su oposición a que formara parte de la Real Academia son, tal vez, lo más destacado. En lo referente al P. Coloma cabe destacar su estudio Pequeñeces. Currita Albornoz al padre Luis Coloma17, Valera imagina una carta de Currita Albornoz dirigida al padre Coloma. Lo lleva a cabo con el habitual gracejo valeresco, y el interés que manifiesta en parodiar la psicología del personaje de ficción, en devolverle vida y salero madrileño, constituye un homenaje indirecto a la capacidad del novelista que dio realidad a esa ficción. Sin embargo, Valera desaprueba el fondo ideológico de la novela y la pintura de seres reales, como el marqués de Molins. Igualmente advierte un fermento revolucionario que nos remontaría a anteriores críticas que asociaban la novela Pequeñeces con el integrismo18, la asociación de la monarquía con las bases populares y con la casi abstracción de la aristocracia. El odio entre ricos y pobres y el falso concepto de Madrid, convertido en la novela en una hedionda charca, soliviantaron a Valera.

El material noticioso de Valera respecto a E. Pardo Bazán y Clarín es, a nuestro juicio, de mayor interés. En lo que respecta a E. Pardo Bazán, Valera traza diversas semblanzas en torno a su comportamiento y a sus dotes narrativas. En casi todas las referencias que de ella hace en las cartas dirigidas a su hermana Sofía la describe como mujer de «facha algo extravagante: pero en lo esencial, es señora muy comme il faut19: de la primera aristocracia de Galicia [...] personaje raro, pero muy tratable y decente [...] muy ambiciosa de fama»20. En las cartas dirigidas a Menéndez Pelayo alude a su afán de notoriedad, de ahí que le comunique el 18 de enero de 1887 que doña Emilia «estará en París a estas horas. Sospecho que va allí en busca de celebridad, frotándose con los naturalistas»21. Más adelante, 26 de abril de 1887, desde Bruselas, insiste en lo mismo: «Yo creo como usted que es una buena señora y lista, pero que, por demasiado afán de popularidad cosmopolita, es una Oala o una Ohliva -meramente literaria se entiende- y se entrega demasiado a los modernos asirios y babilonios»22. En todo el corpus epistolar publicado, Valera señala que sus artículos sobre el naturalismo no buscaban la polémica ni la controversia, sino ir, según sus palabras, contra la extravagante estética de Zola.23

En todo este epistolario contrastan las opiniones del propio Valera y Menéndez Pelayo, aunque no por ello Valera se dejará guiar por ellas, pues valora en su justa medida el buen hacer de E. Pardo Bazán. Menéndez Pelayo la definió siempre con apelativos harto denigratorios, como estrafalaria o cursilona empecatada, afirmando que tiene «el gusto más depravado de la tierra, se va a ciegas detrás de todo lo que reluce, no discierne lo bueno de lo malo, se perece por los bombos, vengan de donde vengan, y no tiene la menor originalidad de pensamiento, como no sea para defender extravagancias»24. Ante tales juicios Valera no se arredrará y emite, una vez más, su personal opinión, afirmando sin tapujos que doña Emilia es una excelente novelista. Las publicaciones de Valera dadas a la prensa25 siguen estos derroteros, percatándose de que el naturalismo de la escritora era más bien un realismo extremado que naturalismo zolesco o, en definitiva, naturalista más en la teoría que en la práctica. Tal vez, y como apunta Bermejo Marcos, lo que más dolió a Valera fueron sus conocimientos sobre la novela rusa, la descubridora «de obras de suma importancia que él había ignorado por completo».26

En lo que respecta a Clarín apenas encontramos referencias a su corpus novelístico. Sólo veladas alusiones insertas en Nuevas Cartas Americanas en donde se advierte que Su único hijo es muy inferior a La Regenta. Concisas palabras que evitan el enfrentamiento con un autor, Clarín, que fue al igual que Menéndez Pelayo, el mayor admirador de Valera. Si las referencias críticas brillan por su ausencia, no ocurre lo mismo con su epistolario. Desde un primer momento muestra su animadversión hacia Clarín, como en la carta dirigida a Menéndez Pelayo (Cintra, 22 de junio de 1882) en la que le considera el primer gran crítico de las letras españolas: «Por que usted es menos apasionado que Cañete, y porque usted sabe más que nosotros y mil veces más que Revilla, Clarín, Bremón y los otros mil que andan por ahí metidos a críticos, dando y quitando reputaciones»27. Más tarde censura a Clarín por sus elogios favorables a la dramaturgia de Sellés o por su defensa de la poesía de Ferrari y de Campoamor, autor, este último, denigrado hasta la saciedad por el propio Valera. En sus apreciaciones Clarín aparece siempre tachado de crítico vehemente, aunque dotado también de una gran inteligencia: «Clarín, a pesar de sus manías, es de lo que más vale. Poco a poco, importa traerle del lado nuestro y quitarle un poquito de su mucho entusiasmo por Echegaray y Pérez Galdós, sin que le pierda todo, pues ni nosotros mismos queremos ir contra la corriente y negar que Echegaray y Pérez Galdós valgan».28

La actitud un tanto corrosiva del principio se convierte con el correr de los años en aceptación. Los motivos tal vez se deban a los públicos elogios emitidos por el propio Clarín a la hora de analizar la obra de Valera. El respeto hacia su obra le enorgullece y la admiración sentida por Menéndez Pelayo será, igualmente, motivo de satisfacción. Gradualmente atenuará sus juicios con respecto a Clarín, defendiéndole en su disputa con Manuel del Palacio y sintiéndose felizmente halagado por sus elogios emitidos a raíz de la publicación de su novela Morsamor.

Es evidente que tanto Clarín como el resto de los autores citados en el presente trabajo fueron objeto de atención por parte de Valera. En unas ocasiones nos hemos valido de su epistolario para conocer desde una perspectiva intimista los juicios personales de Valera. En otras, las referencias críticas publicadas en vida del autor han servido como punto de partida a estas anotaciones. Engarzadas ambas, el lector tendrá siempre una objetiva visión del quehacer literario de un autor que supo captar con sutil precisión el complejo entramado literario de una época.

María de los Ángeles Ayala
Universidad de Alicante





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