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«Él estaba repleto de internas congojas, dice Fernán Gómez en una carta al Rey, o corruta la sangre, de los caminos e cabalgadas continas, e con dos fiebres, menguante e creciente; e yo non resté contento de ser venido, ca podría ser que del mal finase, e cargasen la su muerte al físico e al honor del Condestable, que me mandó.» (Centón, epíst. 40.)

 

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«E si yo lo vero atino, gozques son que mientras se comen el hueso, los canes grandes se amagan con las presas descubiertas. Estos gozques son los que a vuesa señoría e a los Infantes aguzan.» (Centón, epíst. 40.)

 

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Este ejemplo de entereza y desprendimiento era demasiado noble y singular en aquel teatro para que dejase de ser interpretado en el peor sentido por la malicia de los cortesanos. Ya el físico Fernán Gómez dice que aquella respuesta se atribuía a que el relator referendario estaba quejoso de que a él se le diese menos premio que al doctor Rodríguez, que había servido menos que él. «Fártelos Dios; que el Rey no podrá», exclama a esta sazón malignamente el médico, y con esto parece que acredita aquel rumor. Yo sin embargo me inclinaría a tomar la repulsa en el sentido más honroso.

 

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A fines del año anterior Pedro de Velasco había tomado la villa de San Vicente en Navarra a fuerza de armas. Diego Pérez Sarmiento había hecho prisionero al mariscal del rey de Navarra, que entró a hacer daño en la tierra en una refriega que tuvieron cerca de la Bastida, e Íñigo López de Mendoza fue vencido en el campo de Araviana por un capitán del rey de Navarra, aunque el caudillo castellano se portó con el mayor esfuerzo. Anteriormente el rey de Aragón en persona había hecho una entrada en Castilla mientras el rey don Juan estaba en Peñafiel, y tomó la villa y castillo de Deza y los castillos de Romedián, Ciria y Borobia, parte por armas, parte por engaño e inteligencias; y anduvo unos cinco días por la tierra haciendo quemas, talas y robos: expedición a la verdad más de un salteador que de un monarca. (Crónica del Rey, año 30, cap. 18, pág. 300.)

 

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Mariana adorna a su modo esta arenga con pensamientos e imágenes que no son de verdad histórica, aun cuando tengan mucha conveniencia dramática y moral. Éstas a la verdad son muy felices. «Las espadas que una vez se tiñen en sangre de parientes con dificultad y tarde se limpian. No de otra manera que si los muertos y sus cenizas anduviesen por las familias y casas pegando fuego y furia a los vivos, todos se embravecen, sin tener fin ni término la locura y los males.» Manera enérgica, que toca ya en poesía. La crónica del Rey se contenta con referir sumariamente los discursos, y con su acostumbrada ingenuidad añade: «E sobre esto dijeron tantas cosas, que no se deben escribir.»

 

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No mucho tiempo después de ajustada la tregua, pero ya bien sabida por los Infantes, supo el rey don Juan que habían escrito a algunas ciudades y villas del reino diferentes cartas muy en deservicio suyo. (Crónica del Rey, año de 30, cap. 23, pág. 306.)

 

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Véanse en el Centón de Fernán Gómez la carta 1.ª y la 42.

 

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Dueña muy notable la llama dos veces la crónica del Rey. «Si la nieta es tan ardiosa como la abuela, dice Fernán Gómez, de apuesta no le debe envidia.» (Epíst 48.)

 

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El mensaje fue «que pues él era venido para cerca de su ciudad de Granada con alguna parte de la caballería del rey de Castilla su señor, le pedía por merced que él quisiese salir a verse con, él en el campo.» -Respuesta: -Que como quiera que por entonces no saliese a ver a él ni a sus caballero, que prestamente sería tiempo en que él los pudiese salir a ver e fallarse con ellos.»

 

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Gutierre Gómez, en la Crónica del conde don Pedro Niño, parte 3, cap. 11, pág. 207.