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ArribaAbajoCapítulo III

En que se trata de lo sucedido hasta la muerte del Gobernador don Pedro de Valdivia.





Estaban nuestros bravos españoles
Conquistadores, rotos y desnudos,
Faltos de municiones y perdidos,
No pudiendo al Pirú comunicarse,
De donde le viniesen mercancías,
Pertrechos y otras cosas necesarias,
De que ya él abundaba en grande suma,
Que a buscar la riqueza había acudido
Todo marchante la ocasión gozando,
Si bien los precios eran excesivos,
En que no reparaban, porque daba
Plata mucha la tierra, y eran pocos,
Y della aún al menor tocaba mucha.
      Y al que dio riquezas Dios
      Permitió que las gastase,
      Y cual suya las gozase16.
Ofreciose Monroy a salir luego
Con solos otros cinco compañeros,
Que en sus buenos caballos confiados
Tan gran temeridad acometieron;
Y hechos frenos, estribos, guarniciones,
Y hasta las herraduras de oro fino
(Cosa que esta vez sola ha visto el mundo)
Salieron hasta el valle conocido
Llamado Copiapó, donde creyeron,
Tomando de razón poco cimiento,
—67→
Les guardaría la fe ya prometida
El caciquillo que allí prendió Orense.
¡Ligera y total causa de su engaño!
Fue dellos otro Pedro de Miranda,
Gómez Suárez, Resquido fue el tercero,
Y el de los otros dos no se me acuerda.
   Mas dijo bien el Cordobés prudente:
      Cierto es el anticiparse,
      Y el ser mayor, ya llegado,
      El peligro despreciado.
Pelearon con ellos en llegando,
Y en cumplimiento de la fe jurada,
Mataron de los seis los cuatro luego
Los indios, escapándose el caudillo
Y Pedro de Miranda, que corrieron
Como diez leguas por el despoblado
Sin llevar que comer ni en él haberlo;
Donde siendo alcanzados y allí presos,
Traídos a Copiapó quedaron vivos,
Porque se encomendaron a una hermana
Del cacique, que igual mando tenía,
Y se mostró con ellos piadosa;
Y con él uno dellos demasiado.
Fue largo el cuento; al fin de allí escaparon
Con el favor de aquella, habiendo muerto
El cacique su hermano, que es sabido
A más se extiende la ambición humana.
   Tardó mucho en saberse en Santiago
Que pelearon y que muertos eran
Los cuatros dellos, aunque se rugía
Entre los indios algo del suceso,
Que de mil varios modos lo contaban,
Aunque en ser muertos todos convenían.
Y aunque escapó la vida así Miranda,
Y volvió con Valdivia a Santiago,
Y fue vecino rico y opulento,
No sé si aquella muerte del cacique
Ante Dios pareció justificada,
Según el mal suceso de la suya
Que fue muy miserable y lastimosa
—68→
Y memorable el caso, mas no tengo
Lugar de os le contar; su hijo hoy vive
Y nieta goza su repartimiento,
Si así llamarse pueden indios treinta
Que de más de doscientos le han quedado,
Que a tal disminución todo ha venido.
   En fin se supo cuando ya se hallaba
Valdivia en el Pirú, que había bajado
En un navío que por caso raro
Allí aportó de quien sabido había
De Gonzalo Pizarro el alzamiento.
(Y aún dicen que tenido carta suya)
Mas porque el modo fue gracioso mucho
Os lo quiero contar muy por extenso.
   Habiendo, como dije, ya entendido
Que el tirano el Pirú tenía revuelto,
Y deseando el ir a señalarse
En servir a su rey, que bien sabía
Su persona sería de importancia,
Como lo fue, que como Lipsio dijo:
      El mal común a bien siempre
      Hemos de creer nos guía,
      Y que es cierto Dios le envía.
Persuadió a los vecinos que tenían
Mucho oro junto, que se lo prestasen,
Para enviar por gente y municiones;
Y excusándose todos de hacerlo,
Les dijo: pues, señores, id vosotros,
Porque viendo que va de aquí oro tanto,
Mováis gente a venir, pues causa es vuestra.
Acertaron, y fue dando licencias,
Mas muchas menos de las que quisieran,
Porque muchos neutrales se quedaban,
Y más los que más oro poseían,
Que comprar de los otros aguardaron
Sin querer arriesgarse a incierta cosa.
   Y habiéndose partido para el puerto
Los que trataban ya de hacer el viaje
Dos o tres días había, y concertado
Con el maestre y dueño del navío
—69→
En todo el hecho, se partió una noche
Y llegando y sabiendo que ya todos
Estaban embarcados con su ropa,
Que era tan poca, cual podrá creerse,
Enviolos a llamar, y convidolos,
Y después de comer, rogoles mucho
Que en el Pirú prestasen a Francisco
De Villagra que allí traído había,
Y le enviaba a traer la gente y ropa
Lo más que cada uno buenamente
Pudiese, que les daba la palabra
De pagárselo todo por entero,
Plática que movió por ver si acaso
Abrían puerta para declararse,
Pero sólo el prestarle prometieron.
Y alzados los manteles, poco a poco
Al disimulo se acercó a la playa,
Y embarcándose sólo fue al navío,
Y luego a sus amigos fue llamando.
El primero a Jerónimo Alderete,
Y luego a Juan Jufré y Diego García
De Cáceres, también Vicencio Monte,
Y Gaspar Villarroel, Juan de Cepeda,
Con Antonio Beltrán, Luis de Toledo,
Y a Diego Oro, y después su secretario,
Ante quien protestó, todos presentes,
Que por servir al Rey, aquello hacía;
Y mandó se tomase razón clara
Del oro que tomaba a cada uno
De los que dejó en tierra así burlados.
Y numerado todo, halló serían
Como cien mil ducados pocos menos,
Sin lo que los demás y él embarcaron.
Y después lo pagó muy por entero.
   Y nombró por teniente por su ausencia
A Villagra, que en tierra había dejado,
Que Aguirre ausente entonces se hallaba,
Dándole muy bastantes provisiones.
Y fue resolución muy acertada,
Porque a tiempo llegó, que su persona
—70→
Con tal cuadrilla fue de efecto grande,
Que con todos se halló cuando batalla
El Presidente Gasca dio a Pizarro;
Y del Rey ordenó los escuadrones
Cuando vencido fue en Jaquijaguana,
Donde viendo bajar una ladera
Caravajal, del Rey al campo, dijo,
En viendo el buen concierto que traía
Y ir bajando corriendo cada hilera:
O allí viene Valdivía, el que fue a Chile,
O el diablo ha concertado aquella gente.

GUSTOQUIO

A tiempo fue importante según eso
Y es sin duda que Dios le movería.
Qué necio anduvo ese Pizarro en todo,
Pues si tomara por mejor camino,
Quedara honrado, quieto y opulento,
Que dijo Salomón como tan sabio:
      Más vale poco en justicia
      Tener, que gran cantidad
      Con perniciosa maldad.
Mas no quiero estorbar vuestro discurso.

PROVECTO

Antes le aligeráis con vuestras notas.
Mas de Carvajal notad con cuanta
Razón el adivinó su breve daño
El corazón, que ya desbaratado
Fue en el alcance y por Valdivia preso
Y por Francisco Peña, un gran soldado
Que capitán fue en Chile muy de estima;
Y ambos al de la Gasca le trujeron,
Diciendo gracias y donaires muchos,
Y justiciado fue en la misma parte
En que acertó el mal cargo que tenía
De maese de campo de aquel vulgo
Sedicioso, por no decir tirano.
—71→
Habida esta victoria a el Presidente,
El famoso don Pedro de Valdivia
En premio de su mérito notorio,
Pidió socorro y otras cosas muchas,
Tan justas como bien consideradas;
Y de su memorial y propio escrito
A todo de su mano la respuesta
De el licenciado Gasca y de su letra
Yo tengo en mi poder, en que encogido
Todos los más capítulos remite
Al Rey nuestro señor y a su Consejo,
Y negando lo más, poco concede.
¡Lástima es grande ver tan corto premio!
Era prudente; así convendría acaso.
   Pero volviendo a mi sumada historia,
Cuando se supo de Monroy el caso
En Santiago, había poca gente,
Que Francisco de Aguirre, conquistando
Con treinta hombres o con pocos menos,
De lo mejor andaba en la provincia
Que llaman Promocaes, con buen efecto,
Treinta leguas de allí más adelante.
Mas con todo, sabido el mal suceso
Del capitán Monroy, por no mostrarse
Los españoles de ánimos perdidos,
En tiempo que ya andaban victoriosos,
Trataron luego de ir a hacer castigo
A aquellos copiapoes que ya ufanos
Con victorias al cielo amenazaban.
Y bajó a esto con cincuenta hombres
Francisco Villagra, como teniente
Y mejor capitán, que muy dichoso
Llegó a Coquimbo, y viéndole quemado,
De Copiapó la vuelta siguió luego;
Y al medio del camino le salieron
Los indios y le dieron la batalla
En que se peleó de entrambas partes
Mucho, sin conocerse la victoria,
Aunque mataron indios y ninguno
Del todo pereció de los cristianos,
—72→
Quedando heridos como diez o doce.
Al fin le pareció que mayor fuerza
Aquel hecho pedía, y retirose.
   Venía en este tiempo ya por tierra
Pedro de Villagra, que le enviaba
Don Pedro de Valdivia con socorro
De setenta soldados, que, a juntarse
Con los cincuenta allí, sin duda alguna
Pensarse puede, hicieran gran efecto;
Y erráronse por poco y descuidados,
O con menos recato que era justo,
Llegando a Copiapó los asaltaron
Los indios de improviso, y fue gran prueba
De su valor el no perderse algunos.
Pero llegó después con otros treinta
Un capitán, Francisco Maldonado,
Con el mesmo descuido, y dellos veinte
Le mataron los indios, y escaparon
Los diez a gran ventura mal heridos.
Mas habiendo Valdivia ya aportado,
Que vino por la mar en un navío
Del capitán Bautista de Pastene,
(De los nobles de Génova notorio)
Que del Pirú en las fuertes ocasiones
Gran servidor del Rey se había mostrado,
Trayendo soldadesca y municiones,
Y mercaderes de caudales gruesos,
Empezó a tomar forma lo poblado
Y a enriquecerse todos de esperanzas.
Y fueron conquistando a todas partes
De la nueva ciudad términos muchos,
Que a ejemplo de unos, otros se rendían;
Y habiendo ya venido algunos frailes
De San Francisco, de muy santa vida
En doctrinar los indios naturales
Se ocupaban, con celos religioso
Predicando, y riñendo a los cristianos
Los agravios que hacerles entendían,
Y los malos ejemplos que les daban,
Y al Gobernador mesmo que obediente
—73→
Y cristiano en sufrirlos se mostraba;
Viendo que el sabio Salomón nos dijo:
      Mejor es ser corregido
       De los sabios, que adulado
       De los malos y engañado.
Instruían en la fe y doctrina santa
A algunos que hallaban más ladinos;
Y hacían procesiones por las calles
Cantando la doctrina y catecismo;
Y por ser pocos y la gente tanta,
Don Pedro de Valdivia, a un su criado,
Buen cristiano, llamado Villalobos,
Ocupaba en el mismo ministerio,
Después que todo pacífico ya estaba,
Más asentado, dócil y más quieto,
Que siempre de buen celo mucho hubo,
Aunque ha habido quien diga que ni rastro.
   Fueron los franciscanos fundadores
Dos fray Juanes, el uno el de Torralva,
Y otro que siempre el santo fue llamado,
Y era su sobrenombre de la Torre;
   Firmes torres que Dios enviar quiso
A que los pecadores se acogiesen,
Dejando y confesando sus pecados.
Fray Cristóbal, el otro, Rabaneda;
Y de la casa y orden mercenaria,
Un padre fray Domingo de Correa,
Y fray Francisco Frejenal, con otros
Continuo en doctrinarlos se empleaban,
Sin otros muchos que después vinieron
Y aprendieron la lengua con cuidado
Para acudir a este alto ministerio,
En el cual con extremo aventajado
Fue el bachiller González, don Rodrigo,
Que murió electo Obispo desta tierra,
Y siempre como tal fue respetado,
Aunque de consagrarse no hubo modo
Por mil inconvenientes que ocurrieron,
Muy largos de contar y no esenciales.
Vino después electo y consagrado
—74→
A suceder en esta prelacía,
Don Fray Fernando, que de Barrionuevo
Tuvo renombre, franciscano fraile
Que dos años duró en el obispado
O poco más; y por sucesor tuvo
Un varón santo, venerable mucho,
A quien alcancé yo por poco tiempo,
Fray Diego Medellín, también francisco,
Que al gobierno llegó de don Alonso;
Y otro también después que se llamaba
Fray Francisco Lizárraga, y muriendo
Vino otro cuarto franciscano luego
A la silla, y su nombre habréis oído,
Que murió en esta corte ha pocos años,
Don fray Juan Pérez de Espinosa era;
Varones todos de muy grande ejemplo;
Y hoy vive, y venturosa y muy honrada
La hace otro don Francisco, de Salcedo,
Digno prelado de mayor asiento,
Clérigo canonista, venerable
Por sus claras virtudes y nobleza;
Con que os he dicho los obispos todos
Para no embarazarme más en esto.
   Pero estando la tierra ya más quieta
Y con más gente y más fortificada,
Juzgó Valdivia ser muy conveniente
El tener más siguras las espaldas,
Y que Coquimbo se reedificase
Haciendo un buen castigo en copiapoes,
Antes que su maldad se envejeciese
Y diestros les hiciese la experiencia
De tanto guerrear con españoles;
Que es consejo de Tácito Cornelio
Y que en Chile muy poco se ha guardado:
      Guerra con bárbara gente
      Procura mucho abrevialla,
      Por con ella no adiestralla.
Y ofreció de hacer esta conquista
Cuando muchos mostraron rehusarla,
El valeroso Aguirre, cuyo nombre
—75→
Ya a la tierra temía y dél temblaba,
Con solos treinta hombres escogidos.
Don Pedro de Valdivia confiado
De tener buen suceso, despachole;
El cual llegando al sitio donde estuvo
Poblada la ciudad, la pobló luego
Haciendo un fuerte donde de sus nietos
Es casa hoy, y en él dejando veinte
Hombres, con solos diez determinose
De ir a hacer el castigo a aquella gente
Que estaba en sus victorias orgullosa;
Resolución terrible y arrojada
Y no sé si la llame temeraria,
Aunque el suceso bueno más la abone,
Mas la opinión cobrada tanto puede
De ser gran capitán, y aquel espante
Que puso en Atacama su victoria,
Y otras muchas que tuvo en Promocaes,
Cuya fama corrido había la tierra,
Siendo gran parte en la de Santiago
Como ya visteis, y aún el todo casi,
Que al camino subieron a ofrecerle
La paz con sumisión los tan valientes,
Con un capitanejo que había sido
El principal en todas sus hazañas,
Que llamaban Cateo; y fue la causa
Desta resolución haber entrado
En el valle por parte no pensada,
Y cogido al cacique de repente,
Que al camino derecho había enviado
Su gente a dar un tiento a la fortuna,
Y esperaba seria lo pasado;
Pero viendo tan cerca un tal peligro
Viose perdido, y quiso sujetarse,
Y después que le vio dentro en su casa,
Temió tanto que en esto confirmose.
   Oído pues Aguirre ya a Cateo
Que le daba a entender morían de hambre
En Copiapó, y que había poca gente,
Quizá pensando hacer bien de las suyas,
—76→
Le mandó se volviese, y que dijese
A su cacique que mucho le pesaba
De que de paz le hubiese así salido
Porque él venía a sólo castigarle,
Y con aquello hacerlo no podía
Como quisiera, y a entenderle dando
Que llegaría a su casa ya de noche;
Vuelto ya el mensajero a sus espaldas
Envió los cinco de sus compañeros
Que llegasen a casa del cacique
De quien de creer era no huiría,
Viendo cinco soldados iban solos;
Y mandoles cual preso le tuviesen
A la vista, entretanto que él llegaba.
Y hicieronlo tan bien que a poco rato
Cuando él llegó, ya preso le tenían
Y estaban de su casa apoderados.
Hecho esto, y con cuidado procediendo
Castigó muy de espacio a aquella gente,
Perdonando al cacique por lo dicho,
Y porque era marido de la india
Que dio vida a los dos, como ya vimos,
Y se lo había rogado así Miranda,
Que ya vecino era de Santiago.
   Mas por contaros un extraño caso
Que allí le sucedió, pararé un poco,
Y fue que un caciquillo desta gente,
Viendo ahorcar a otros que su culpa
Mesma tenían, y no más probada,
Con cincuenta vasallos hizo fuga,
Temiendo que su tanda le llegase;
A quien él luego siguió con tres soldados.
Y yendo en sus alcances, alcanzaron
Un hijo del cacique a quien seguían,
Que al camino salió diciendo estaban
De acuerdo de venirse de paz todos,
Bajando de una sierra en que encumbrados
Adelante pasar no habían podido;
Y con tan buen semblante lo afirmaba
Ofreciendo su vida a la fianza,
—77→
Que por no fatigar más los caballos
Y por más no alejarse de los suyos,
Que solos en el valle seis quedaban,
Se volvieron los cuatro, y esperaron
La promesa del hijo prisionero;
Mas al cabo de tres o cuatro días,
Viendo que ya tardaban demasiado,
Mandándole venir a su presencia
Y preguntada la causa, dijo firme:
«Capitán, que me mates yo merezco,
Y a eso sólo volví, viendo que ibas
En los alcances ya de nuestra gente,
Por librarlos a costa de mi vida,
Que no importa yo muera, pues mi padre
Con sus vasallos ya se halla libre»;
Que dijo, como sabio; Periandro:
      Necesidad y apretura
      Hace a veces los medrosos
      Atrevidos y animosos.
Admiró un tal suceso a Aguirre mucho,
Y diole libertad con honra grande,
Dándole algunas cosas muy de estima,
De Séneca siguiendo aquel consejo:
      Dos veces supo vencer
      El que a sí mismo venció,
      Y al vencido perdonó.
Éste, poco después, trujo su gente
Y al padre, y una y otro, y todo cuanto
Conquistó, muy de paz ha estado siempre.
Y éste de Aguirre fue el repartimiento
Bien merecido, más que los agravios
Que después se le hicieron, cual veremos.
   Y habiendo ya ocurrido al Reino gente
Mucha, a la fama de su gran riqueza,
Valdivia conquistó tan adelante
Arriba, que pobló ciudades cuatro:
Una la Concepción, del mar en puerto,
Cerca de los estados valerosos
De Arauco y Tucapel, tan celebrados,
Que ha durado hasta hoy; y es diocesana.
—78→
A quien puso este nombre porque estando
Peleando allí cerca, en gran peligro,
Dijeron los vencidos naturales
Que una linda señora de Castilla
Les cegaba los ojos, y por esto
Sin poder resistirse, se rindieron;
Habiéndole tenido en tanto aprieto
Que si no se apeara con amigos
Cuatro, que fueron, el Gaspar Orense
Que dije, y con Francisco de Riberos,
Don Juan Jufré, y el cuarto Alonso
De Córdoba, valientes y atrevidos
Que a estocadas mataron mucha gente,
Por donde abrir el paso bien pudieron.
Pensaban ser pedidos en tal trance,
Cercados y apretados de millares
Muchos de hombres feroces y obstinados,
Que cruzando las lanzas y macanas
El romper estorbaban a caballo,
Y a palos y pedradas los mataban.
Con que queda aprobada la sentencia
De Tácito Cornelio, donde dice:
      Osada resolución
      Suele ser total remedio
      Del que la toma por medio.
   A la otra la Imperial la dio por nombre,
Porque en cas17 de un cacique poderoso
De los de su comarca, halló en la puerta
Un águila imperial de dos cabezas,
Bien entallada, no sin gran misterio,
En que había mucho que contar, pudiendo,
Y fuera para mí muy dulce cuento,
Porque destas insignias victoriosas
De los romanos, hay que decir mucho
De que a mí no me toca poca parte18;
Mas falta tiempo aunque voluntad sobra.
   Tuvo esta población de tributarios
—79→
Más de trescientos mil, que daban oro,
Que si una peste no sobreviniera,
Que los dos tercios se llevó en dos mesos,
Cosa tan milagrosa como rara,
Poco prevalecieran los cristianos
Cuando presto después se revelaron
Los que quedaban, como ya veremos.
   A otra la intituló la Villarica,
Porque mostraba mucho haber de serlo,
Como lo fue en mucho oro un tiempo corto.
   A la otra su apellido mesmo puso,
Llamándola Valdivia, en un río grande
Puerto de mar, capaz de cien navíos,
Que se le pareció en la suerte mala.
   Estas tres en mi tiempo se perdieron
Como veréis después; más despoblada
La Imperial, fue sacando alguna gente.
   Fue la riqueza que Valdivia tuvo
Casi increíble, y los vecinos mucha,
Con gastarla como agua y como arena;
Mas como dijo el Estadista grande19
      Todo bien mundano es frágil;
      Y aquel que mayor le alcanza,
      Está puesto en más balanza.
No quiso en los Estados20 hacer pueblo,
Sino unos fuertecillos, por quedarse
Con ellos para sí sin repartirlos,
Y del Sabio el Proverbio en él cumpliose:
      El que para su morada
      Alto edificio maquina,
      Sin duda que busca ruina;
Que ser conde y marqués destos Estados
Pretendía, por lo cual les dio estos nombres.
—80→
      Dijo bien el Paduano21
      Que causas particulares
      Destruyen las generales;
Con ser principio de justicia claro,
Como el Jurisconsulto22 bien lo dijo:
      La pública utilidad
      Preferida es de derecho
      Al particular provecho.
Por esto a Villagra, que había traído
Doscientos hombres del Pirú, enviole
A descubrir con ellos más arriba,
Dejando sin presidio los Estados,
Por no obligarse a repartir en ellos
Algunos indios a hombres principales.
   Y tan presto se alzaron, que pudiera
Volverlos a llamar, que cerca estaban;
Y no así entrarse con setenta solos
A pelear tan temerariamente,
Por no dar a entender su yerro grande,
(O su codicia, que era lo más cierto)
Dejándose llevar de pareceres
De mozos arrogantes y atrevidos
Que aquella entrada mal le persuadieron,
Pues era oficio suyo el ponderarla;
Que, como dijo Salomón el sabio:
      La fortaleza es de mozos
      Alegría; más de viejos
      Dignidad, canos consejos.
Y en otra parte él mismo también dice:
      Donde hubiera gran soberbia,
      Allí habrá gran ceguedad;
      Sapiencia donde humildad.
Y puesto ya en el trance riguroso,
Y viendo muy turbados los que dieron
El consejo de entrar de aquella suerte,
Aunque su perdición muy clara vía,
Antes quiso morir honradamente
—81→
Que macular su nombre en tal extremo;
Que dijo bien Justino en este caso:
      Quien muchas veces venció,
      Ninguna tal muerte halla
      Como morir en batalla.
   Matáronle cual cuenta en su Araucana
El famoso de Arcila23, aunque con muchas
Diferencias que yo enmendar pudiera
Si llevara esta historia por extenso;
Si bien son todas ellas lastimosas,
Tanto que gusto mucho de excusarlas,
Mas no puedo excusar decir aquella
Sentencia que a la letra el Sabio dice:
      Imprudente capitán
      Mil por su culpa destruye;
      Vive el que codicia huye.
Y en esta muerte se probó muy claro
Lo que Séneca dijo en su sentencia:
      Que es imposible o difícil
      El ser bienaventurado
      El que es rico demasiado.
Y otro dijo mejor, si mal no pienso:
      No la fortuna a los ricos
      Tantos bienes les dio dados,
      Mas por burlarlos prestados24.
Y fue la mayor lástima de todas
Que teniendo a los indios ya vencidos,
Y yéndolos llevando retirados,
Por seguir el alcance demasiado,
Reconoció Lautaro los caballos
No se podían mover, y que sería
Cosa fácil, volviendo a rehacerse,
Desbaratarlos, y tomó la mano
En la amonestación de sus patriotas,
—82→
Causa total de pérdida tan grande.
      Puente de plata al que huye,
      Dijo el famoso Cipión,
      Sentencia de tal varón.




ArribaAbajoCapítulo IV

De los Gobiernos que se siguieron hasta el de la Audiencia Real




PROVECTO

   Pasó, muerto Valdivia, aquello casi
Sobre el gobierno que refiere Arcila,
Que porque lo contó en tan sonoroso
Verso, y entiendo ya lo habréis leído,
Como cosa de todos tan sabida,
Lo excuso por pasar más adelante.
Pero al fin Villagra le sucediendo
Tuvo aquellos desastres de la Cuesta
Y de la Concepción, como allí visteis.

GUSTOQUIO

   Ya lo he leído, y admirable mucho
Fue ese suceso todo de la muerte
Que dieron a don Pedro de Valdivia;
Y lo que a Villagra sucedió luego,
Hasta aquella victoria de Lautaro
En Mataquito, con que recobraron
Ya los conquistadores alma nueva.
Pasad al gobierno ya de don García
Que presto se siguió, y fue victorioso.
—83→

PROVECTO

   Sí fue; pero su fin no tanto bueno,
Que es en el que la gloria cantar suelen.
   Supuesto que decís que en la Araucana
De Villagra y Lautaro habéis leído
El suceso que sabe el mundo todo,
Y que no importa mucho el advertiros
De lo que errada está en algo, el caso
Digo, volviendo a él, desta manera:
   El año mil y quinientos y cincuenta
Y seis, en el Pirú ya se hallaba
El marqués de Cañete gobernando
(Como virrey que fue) la tierra toda;
Y sabido el suceso de Valdivia,
Y que entre Villagra y Aguirre andaba
Sobre el gobierno grande competencia,
Porque se halló que en un memorial suyo
Valdivia a Aguirre ya tenía nombrado,
Que estaba conquistando los Juríes
(Cuyo gobierno el Rey le dio adelante)
Y luego sus amigos le llamaron;
Y hallando a Villagra ya recibido
Por los de Santiago, estaba todo
En condición diviso en opiniones,
Acordó de enviar a don García
De Mendoza, su hijo, a aquel gobierno,
Con trescientos soldados muy lucidos,
En que fueron muy grandes caballeros,
Cosa que le dio ilustre y un ser nuevo.
   Y lo primero que hizo fue en llegando
Prender a Aguirre y a Villagra, y juntos
Y en un navío enviarlos a su padre,
Que si los agravió, los honró mucho,
(Si bien no tanto como merecían)
Lo más que fue posible en tal estado;
Mas Francisco de Aguirre en la hacienda
Padeció mucho, y no fue satisfecho.
   Entró pues don García, como digo,
—84→
Con muy lustrosa casa y aparato,
El cual, demás de haber pacificado
Por fuerza de armas a los araucanos,
Habiéndoles ganado dos victorias
En que les quebrantó su orgullo fiero,
Como en verso elegante el licenciado
Pedro de Oña cantó tan altamente,
Y puesta ya la tierra en paz tranquila;
Trató de la justicia y el gobierno
Dando forma al estado de la Iglesia
Y al secular también, que con él vino
Para esto todo un docto licenciado
Santillan, que oidor era de Lima,
Por justicia mayor; y a ella atendiendo,
Hizo una tasa y ordenanzas muchas,
Que duran hasta hoy algunas dellas.
   Descubrió don García más arriba
De Valdivia, y pobló una ciudad buena
Que Osorno la llamó (mas nunca supe
El porqué) pero es cierto a ser sigunda
De aquel Reino llegó por cuarenta años;
Y más de treinta habrá fue despoblada,
Con pérdida muy grande; que fue siempre
De gente principal muy guarnecida,
De lustrosos vecinos, y edificios,
Para conforme en Indias se platican.
   Mas antes de pasar más adelante
Conviene aquí inferir que aquella guerra
No es invencible como muchos piensan,
Pues la acabaron bien los dos ya vistos
Gobernadores, y por despreciarla
Murió Valdivia por gran culpa suya,
Y también don García tuvo azares;
Ambos por la gran suma de enemigos,
Y ser pocos los nuestros contra su pujanza,
Que son copia decente25. Todos cuantos
—85→
Pusieron pecho a cualesquier facciones,
Las consiguieron con victorias llanas;
Y es llano que Valdivia conservara
Lo por él conquistado si no hubiera
Apartado de sí el nuevo socorro
Que envió a descubrir la costa arriba;
O con recato entrara a hacer castigo
Con cuatrocientos hombres, cual pudiera
Y como hacer debía, pues perdido
Estuvo con doscientos, como vimos,
Junto a la Concepción antes de haberla
Poblado, y por los mismos araucanos.
Pues casi al mismo modo malogradas
De don García las victorias fueron,
Pues estando pacífico ya todo,
Y estando ya poblando por su orden
De la otra parte de la cordillera,
Un capitán que Pedro del Castillo
Se llamaba, y a quien sucedió luego
El general Jufré que dos ciudades
Pobló que duran hoy, y han sido siempre
Escala de las tierras de adelante;
Y el general don Luis Jufré, su hijo,
Otra después pobló más en comedio
En tiempo de Loyola, que por esto
De San Luis de Loyola la dio nombre,
En que la costa y el trabajo puso
Sin más premio que haber su Rey servido
Como su nacimiento le obligaba...
   Le llegó a don García de Mendoza
Nueva a este tiempo de que le venía
Villagra a suceder en el gobierno;
Y que precisamente le mandaba
Su Majestad volviese los estados
De Arauco y Tucapel, que había tomado
Por su encomienda, a la mujer del muerto
Don Pedro de Valdivia26; y con aquesto,
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Como nadie por sueldo allí servía,
Ni en treinta años después tuvimos paga,
Todos pedían mercedes o licencia
Para irse al Pirú a buscar su vida.
Y por nos los dejar allí cautivos,
Como no era posible comentarlos,
Pues no con poco esto podía hacerse,
Por ser hombres de grandes pensamientos,
De calidad y méritos muy grandes,
Dio más licencias muchas que debiera;
Sobre que algunos se desmesuraban
Sabiendo que su padre era ya muerto,
Y que venía ya a el Reino otro gobierno,
Por no obligarse a algún castigo justo,
Como estuvo muy cerca de hacerse
En el ya referido coronista
Que después fue, y mostró pasión callando
De don García muy lucidas cosas
Que pudiera decir con verdad mucha
(Como yo lo hiciera a tener tiempo)
Pero dejó rogarse don García27
      Que el sufrido con prudencia
      Se gobierna, y imprudente
      Muestra ser el impaciente.
Y era prudente y cuerdo, y como dijo
El Maestre de estado28 en su sentencia:
      El que no deja rogarse
      En los excesos menores,
      Cruel será en los mayores.
   Y para no llegar a estrecho trance,
Dejando allí a Rodrigo de Quiroga,
Que era un vecino rico y muy bien quisto,
El Reino a cargo, se embarcó tan pobre
Que oí decir por cierto un sólo luto
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Honrado no alcanzó, y de bocacíes
Negros fue el que llevaba al embarcarse;
Y después fue Virrey como ya vimos,
Que tales altibajos tiene el mundo.
   Quedaron en Arauco seis o siete
Hombres no más, y en Tucapel no treinta,
Cosa que ocasionó el perderse luego,
Como era cierto por tan mal aviado,
Descuido o flojedad no sé si diga,
O permisión del ofendido cielo,
Por los muchos pecados de la tierra.
   Entró pues Villagra en este gobierno,
Nombrado por el Rey, con poca gente,
Y fue de los del Reino recibido
Con gusto y con aplauso y esperanzas
Nuevas, porque lo nuevo todo aplace;
Y porque como antiguo compañero
De los conquistadores, más humano
Y menos grave se mostraba a todos.
   General de la guerra hizo a su hijo
Que Pedro Villagra tenía por nombre,
Caballero valiente y de gran brío,
Amado de soldados, pero mozo
Más que para tal cargo convenía,
El cual, con el orgullo que en sus años
Es ordinario, y de otros más movido,
Que no hiciera a saber aquel consejo
Que dan los estadistas29 que así dice:
      Que no siempre el general
      Ha de aplaudir ambicioso
      A su ejército orgulloso;
Un fuerte acometió en que mucha gente
Con sitio inexpugnable le esperaba,
Sin ser paso forzado ni importante
Acometerle, más de por bravata.
Matáronle con gente muy lucida,
Con que quedaron estos victoriosos;
Y con tantos despojos y trofeos
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Tan soberbios, que el Reino se ardió luego
En guerra, y mil recuentros se ofrecieron
Con diferentes suertes de ambas partes;
Las cuales con prudencia bien previstas
A su gran multitud y orgullo fiero,
Se acudía a la defensa necesaria,
Reservando el castigo a mejor tiempo.
   Hallábase al presente en lo de arriba,
(Que así aquellas ciudades se llamaban,
Desde otra población frontera, fuerte
De guerra, que de Ongol era su nombre)
Pedro de Villagra, maestre de campo,
Y entonces de los hombres de más nombre
Que las Indias tenían de milicia;
Aquel que queda dicho con setenta
Entró por tierra en tiempo de Valdivia
Con tal cargo, vecino era del Cuzco,
Y guerreado había los estados
Desde Imperial y Ongol con valor mucho,
Y tenido victorias de importancia.
A éste pues Villagra30 un fuerte bueno
En Arauco dejó en aquella guerra,
Habiendo a Tucapel ya despoblado
Con que a la Concepción él retirose
Cargado del pesar del muerto hijo,
Y de muchos cuidados del gobierno
Que era muy grande ya, y de mucho peso,
Y pocas fuerzas con que sustentarlo.
   Don Miguel de Velasco se hallaba
De Ongol en la frontera peligrosa,
Donde de ocho mil indios fue cercado,
A quienes dio batalla y salió a ellos
Con sólo treinta hombres, de aburrido,
Y los venció por un casi milagro.
   Arauco tuvo cerco, y con hallarse,
En él tal capitán y ciento y treinta
Muy escogidos valerosos hombres,
Estuvo muy a canto de perderse;
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Y los indios llevaron una pieza
De artillería de la de los cubos;
Mas no fue éste el mayor, que retirados
Esta vez los valientes araucanos,
Y quedando en el fuerte por cabeza
Lorenzo Bernal, hombre muy de cuenta,
Y que después allí ganó gran nombre
De valiente, y honró a Canta la Piedra,
En Castilla la Vieja, patria suya,
Pues siendo allí cercado de una junta,
Que es cierto de diez mil hombres pasaba,
Le sustentó por más de mes y medio,
Con trabajo increíble y valor raro,
Muriéndosele de hambre los caballos,
Que de la flecha de los enemigos,
Que eran de caña, ya los sustentaba;
Y pasando su gente extremos grandes
Sin hallarse con fuerzas, aunque cerca
Villagra se hallaba de acorrerle,
Aún con tener a Pedro allí consigo,
Que a todo riesgo y trance se ofrecía;
Y viéndose Bernal tan apretado,
Y que podía durar meses el cerco,
Y que mucha comida le gastaban
Unos indios amigos araucanos
Que allí tenía consigo, y receloso
Dellos se hallando, por los cercadores
Ser sus parientes, desto confirmado,
Los mandó salir fuera de su fuerte;
Y allí al momento los despedazaron
Con bárbara crueldad, y sentimiento
No poco de Bernal que lo miraba.
Mas, bien se lo pagaron adelante,
Que es opinión mató su lanza sola
En veces, destos mesmos, más de ciento.
En fin, se retiraron convencidos
De la perseverancia del caudillo
Y la gran vigilancia de su gente.
   Murió el gobernador Villagra en breve,
Y a Pedro Villagra dejó el gobierno;
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Que a Arauco despobló por no poderle
Sustentar, sin gran riesgo de su ruina.
Pero cayó en mayor inconveniente,
Porque creyendo ya temidos eran
Los enemigos, viendo despoblarlo
Se levantó por más de treinta leguas
Lo que a la Concepción de paz servía;
Y la cercaron tiempo de dos meses,
Y la pusieron en un grande aprieto,
Y Ongol lo estuvo de la misma suerte.
Pero bien defendiendo su partido,
Y habiéndole subido un buen socorro
De la noble ciudad de Santiago,
Que siempre en tales trances ha acudido
Como cabeza a socorrer sus miembros,
Alcanzó dos victorias importantes,
En que matando mucha buena gente,
Restauró la opinión y lo perdido,
Y crédito mayor para adelante.
   Presidia en el Pirú ya en este tiempo
El licenciado Castro que, nombrando
Al capitán Rodrigo de Quiroga
Para gobernador, le envió socorro
De trescientos soldados muy a tiempo;
Y con otros doscientos veteranos
De la tierra, subió y entró pujante
En los Estados, que la paz le dieron
Por dejarle quebrar la primera furia
Y tener en el campo sus comidas.
Pero cogidas ya y en cobro puestas,
Se alzaron luego, como de costumbre
El hacerlo tuvieron tiempo largo,
Sin que se hiciese nunca buen castigo
En esta gente para su escarmiento,
Con ser tan entendida esta su traza,
Y mostrar la experiencia cuan dañosa
Era el recibir paz tan paliada,
Y que se vía la daban para sólo
Entretener y quebrantar la fuerza
Nuestra, cuando la vían más entera.
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   Guerreó después dos años con instancia,
Con diversos sucesos y batallas,
Y teniendo rendida mucha parte
De lo poblado ya, sin acabarlo
De quebrantar cual fuera conveniente,
Envió a poblar de nuevo más arriba
De la ciudad de Osorno, porque en Lima
Se entendiese que mucho aventajaba
El gobierno, y que se hallaba todo
Muy sujeto, pacífico y siguro.
En esta última tierra, donde vive,
En un gran archipiélago de islas,
Gente mucha muy dócil, aunque pobre,
Hizo esta población con poca guerra
Martín Ruiz de Gamboa, un caballero
Que fue su yerno y gobernó adelante.
   A la ciudad llamó ciudad de Castro,
Por el ya dicho grave Presidente,
Y Chilué se llama la provincia
Que el extremo de Chile siempre ha sido;
Y contera del mundo, a lo que pienso,
Se pudiera llamar con justa causa.
Por entonces sirvió de dar cuidado
Mayor a quien el Reino gobernase,
Y casi siempre desto ha más servido
Que de otro útil de importancia mucha.
Dura hasta hoy reliquia alguna della,
Habiendo sido presa de corsarios,
Y victoriosa dellos también pudo
Ser, mas no supo asir de la guedeja
A la ocasión que caso se le vino.
   Estando en este estado pues las cosas
Mandó Su Majestad que se asentase
Audiencia en aquel Reino, por objetos
Que se habían puesto a los gobernadores
De que la guerra hacían infinita
Para de todo más señorearse;
Y otras mayores cosas se decían,
Que ocasionaron una acción tan grande
En tiempo que no estaba bien la tierra
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Dispuesta para cosa semejante,
Como por la experiencia se vio luego;
Y presto se tomó mejor acuerdo
Para hacer las cosas necesarias.