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ArribaAbajoCapítulo X

Don Juan de Mendoza



ArribaAbajoUn poema inédito

Detalles bibliográficos.- Argumento.- Excelencia del fondo.- Discusión sobre el autor.- Análisis.


Pertenece también a la historia de la literatura colonial un poema sin nombre de autor, dividido en once cantos con cerca de ocho mil versos, destinado a celebrar las guerras de los araucanos y españoles en Chile.

Fue el manuscrito original en un principio de la reina doña Mariana de Austria, cuyas armas estaban grabadas en la pasta; pasó de ahí en seguida según toda probabilidad a la librería de Barcia245, concluyendo por ir a dar a la Biblioteca Nacional de Madrid, donde lo halló el señor Barros Arana confundido en un rincón entre otros libros. Pero vemos ya que en el Índice de las obras raras y curiosas que Gallardo publicó en Madrid con las anotaciones de Sancho Rayón ninguna mención se hace de él.

El manuscrito existente en Chile fielmente copiado del original, no tiene más título que el sumario del Canto I, que dice así:

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Hácese descripción de las provincias que el Reino de Chile en sí contiene. Las que por más belicosas han sustentado las guerras. Los modos que en gobernarse tienen, y algunas no escritas hasta aquí de sus costumbres y otras cosas memorables acontecidas en el discurso de varios gobernadores hasta el tiempo de Martín García de Loyola que, viajando de la Imperial, seguido de Pelantaro, se alojó en Curalaba.

Entrando ya a su discurso hace el autor manifestación de sus propósitos en los versos siguientes:



La guerra envejecida y larga canto,
tan grave, tan prolija y tan pesada
que, a un reino poderoso y rico tanto
lo tiene la cerviz ya quebrantada;
y en el discurso de ella también cuanto
han hecho memorable por la espada
aquellos que a despecho del Estado
el gran valor de Arauco han sustentado.

   Los casos contaré más señalados
en el discurso de esto acontecidos
entre los españoles no cansados
y los rebeldes indios invencidos.
Los casos que jamás fueron contados
dignos de ser por graves preferidos,
al tiempo y al olvido en tal historia
que vivos los conserve la memoria.

   A vos, marqués invicto, a quien es dado
egregio disponer de un mundo entero
del gran monarca ibero señalado
por recto, por preclaro, por sincero,
suplícoos de favor necesitado
lo deis con escuchar la que refiero,
que estando el vuestro, basta de mi parte
a que el decir exceda en todo al arte.


Canto I                


Para llegar a su asunto, ha necesitado el poeta trabajar un compendio de los primeros tiempos de la historia de Chile, tan bien expresado por la concisión del relato, la rapidez de la acción y el fácil enlace de los sucesos, y trazado con pluma tan diestra, que en esta parte suelen bastarle dos pinceladas para presentar todo un cuadro a vista del lector.

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Después que cuenta la muerte de Loyola es cuando puede decirse que comienzan a desplegarse los verdaderos propósitos del autor. Desde el canto III aparecen los caciques araucanos reunidos en consejo para discutir el plan que debe adoptarse en las futuras operaciones de la guerra. Muchos indios emiten sus pareceres, pero no hay uno solo de ellos que al través de sus arengas no sepa conservar una fisonomía propia y peculiar: el pintor descuella de nuevo esta vez por la felicidad con que maneja su pincel.

Entretanto, los soldados españoles de guarnición en un fuerte de la frontera, traicionados por un tal Sánchez emprenden la retirada hacia el Cauten. Llegan allí casi despavoridos, lastimados, y en medio del llanto de los niños y los ayes de las mujeres: acompáñalos el poeta en su dolor y exhala sus sentimientos y apura su ternura. Los enemigos que llegaban casi a la empalizada del recinto, al percibir tan gran gritería, creen que viene socorro a los sitiados y emprenden la retirada; pero conducidos de nuevo al «que por el denodado Pelantaro se traba la batalla en un cerro inmediato. Hallábanse medio vencidos los indígenas cuando son auxiliados por doscientos de sus compañeros; arriba también Vizcarra en protección de los españoles; mas, aunque intentan prodigios de valor, habrían sido éstos derrotados a no venir en su protección el valiente Quirós, cuya ayuda fue tan eficaz que apenas si uno de los contrarios escapó la vida.

La acción se traslada después al Perú. Sabedores allí de la desastrosa muerte del gobernador Loyola, se describen los aprestos que se hicieron para la salida del convoy que se mandó a las órdenes de don Francisco de Quiñones.

Concluye con esto el canto quinto, para comenzar en el sexto la relación de un asalto dado al fuerte del Cauten por el cacique Pailaguala, que sale al fin derrotado.

Pelantaro auxiliado por Quelentaro se preparaba a incendiar el fuerte, a cuyo efecto había acopiado una grandísima cantidad de leña, y lo hubiera logrado sin duda a no ser por Iván y Quezada que le prendieron fuego anticipadamente, y comenzando a degollar   —242→   a la luz de la hoguera a los indios ebrios y amedrentados, consiguieron que se retiraran.

Por allá a lo lejos se divisan en el mar unas naves que azota la tempestad en las alturas de Juan Fernández y que traen el deseado socorro, que arriba por fin a Talcahuano. Dos hombres se acercan a las embarcaciones y uno de ellos relata a los recién llegados la historia de los padecimientos que por seis meses han sufrido en el fuerte los compañeros del capitán, Urbaneja, sitiados de los enemigos acosados por el hambre, disminuidos hora a hora por los combates de cada día, y el viaje que ambos han hecho en una canoa desde lo interior para demandar auxilios y referir los extremos a que se veían reducidos: parte bien interesante del poema en que el lector se siente conmovido y deseoso de aplaudir el talento del poeta que tan bien ha relatado el heroísmo de ese puñado de valientes.

Noticiados los indios de la llegada de la expedición, arriban en número de seis mil a presentar la batalla; pero con su derrota es socorrida la ciudad a tiempo que la vuelta de la primavera


Daba, vistiendo a Chile de verdura,
la más noble sazón, graciosa y pura.

En el canto noveno se ofrece al lector el tiernísimo episodio de Guaquimilla y Anganamón y la fiesta a que da lugar, cuya relación aunque muy bien traída y no falta de interés, peca por demasiado larga, hace distraer la atención y aún preguntarse cuál es la verdad que pueda hermosearla.

Más tarde, aumentándose ya el gusto del autor, por las ficciones, supone que un mago indio pide a Eponamón que caiga sobre Chile una gran sequedad. Descríbese ésta largamente, y su pintura no carece de talento por la amena variedad con que está hecho el cuadro y el vigor de los tintes que han solido emplearse.

La ciudad en extremo afligida dirige su vista hacia Dios y le invoca con sentidas palabras. Se aprovecha el poeta de esta circunstancia para describir los efectos de la omnipotencia del Ser   —243→   Supremo, eligiendo con muy buen gusto las grandes escenas de la naturaleza, los ríos, las montañas, la luna y los astros, etc.

Distrae después su musa contando la venida de los holandeses a las órdenes de Simón de Cordes a las riberas de Castro. Se le aparece entonces al intruso la Venganza, le manifiesta los castigos que en el mundo ha ejecutado con los ambiciosos desde Júpiter acá y le predice su muerte.

Una vez terminada la relación de las aventuras de los extranjeros, un cacique toma la palabra y les da noticias del lugar a que han arribado, la odiosa sujeción en que se tiene a los indígenas, y concluye con los últimos versos del poeta pidiéndoles que los liberte del yugo de los españoles.

Aunque la acción pudiera parecer a primera vista perdida en la serie de acontecimientos subalternos que la envuelven como procurando ahogarla, se destaca bastante bien el fondo y se reduce a la historia de los padecimientos experimentados por las ciudades españolas en la guerra de los araucanos al finalizar el siglo XVI, asunto verdaderamente dramático y digno de llamar la atención de la trompa épica. Pero el autor se penetró muy bien de ese defecto que resalta a la simple lectura de la obra, y cuidó, en consecuencia, de significar el porqué de su proceder, en unos versos que dicen así:


No os enfade, señor, en esta historia
el ver que de mi pluma el boto filo
os dejó en tanta boga la memoria
tomando yo alternada por estilo,
que orden la división hace notoria
y no trama una tela un solo hilo:
andar de grado en grado es de importancia
para llegar al fin de una distancia.


Canto II                


Pero esto mismo demuestra que el autor obedecía a un programa que supo llevar a término, dejando la puerta abierta para una continuación posterior. La ejecución del plan se resiente de demasiado desarrollo en los accesorios, que así difunde el argumento primordial y hace perder al lector el hilo de la narración. Si   —244→   Mendoza o llámese como quiera el que lo compuso, sabe contenerse al dar cuenta de los sucesos que contribuían a llevar al lector un cabal conocimiento del asunto destinado a recordarse en primera línea, es evidente que su obra habría sido la mejor ideada de cuantas nos legara nuestra antigua literatura. Así, por ejemplo, pudo acortar muchísimo la relación de los primeros sucesos ocurridos a los españoles desde que llegaron por primera vez a Chile, y hasta prescindir por completo de detalles anteriores a en asunto, suponiéndolos conocidos de aquellos a quienes se dirigía. Lo único que en su abono podría decirse es la circunstancia especial de que su trabajo se refería a un país tan desconocido como Chile lo era en aquel entonces en las cortes europeas, que, visto lo que hoy sucede, nos parece perfectamente posible que alguien al tomar el libro y leer en él el nombre de Chile se hubiera preguntado qué posición ocupaba en el mapa de los pueblos de la tierra.

Más, prescindiendo de este particular, no debería juzgarse otro tanto respecto de alguno de los demás episodios que abultan la narración; por no decir de algunos en que se hace relación en términos desmesurados de unos juegos a que los araucanos se entregaron en la celebración de una fiesta.

Mientras tanto aparece del caso no seguir adelante sin que insistamos antes por un momento en la averiguación del autor de la pieza literaria que nos ocupa.

Como hemos dicho, este poema no lleva a su frente ninguna indicación que pueda darnos a conocer tan importante detalle; pero sin desanimarnos por eso, veremos que se encuentran en el cuerpo de la obra algunas circunstancias que debemos citar para que nos sirvan de punto de partida en nuestras investigaciones. Se hallan al final del Canto V y dicen así, refiriéndose a la época en que se juntaba en el Perú el socorro que debía mandarse a Chile:



. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Se hizo una lucida compañía
de bélicas personas y cursadas
en armas, en conquistas y en entradas.
—245→

   Otros también sin éstos concurrieron
gente voluntaria y escogida
que como yo de grado se ofrecieron
al reparo de Chile y la caída;
las vidas por su rey sólo ofrecieron
y yo al servicio suyo aquesta vida,
que aqueste de contino fue mi oficio
y este ha de ser contino mi ejercicio.

   Aún diez y ochos años no tenía
a la sazón que digo, y justamente
los cuatro ya gastado en esto había
yendo de clima en clima y gente en gente,
unas veces debajo el mediodía
y otras del equinoccio246 y sol ardiente,
jornadas intentando por partidas
que aún no son por noticia conocidas.

   Aliviaba primero entre fragoso
abriendo por malezas el camino
en busca del palacio suntuoso
llamado del Damaine de contino,
donde del andado sol lumbroso
está la gran figura de oro fino,
a quien la guardia siempre haciendo fieros
suceden a tres mil, tres mil flecheros.

   Salvo de esta jornada cruel y dura
donde sin sepultura en montes yertos
quedaron de la hambre y desventura
los más de los amigos caros muertos,
(que poco la memoria del mal dura)
acometiendo nuevos desconciertos
en un frágil madero no medroso
pasé el paso de Ancerma peligroso.

   Por medio de una sierra que se taja,
o son dos cordilleras casi iguales,
tan rápido un corriente se abaraja
que todo es remolinos y raudales.
Nota en qué punto va quien por el viaje
en doce horas le lleva no cabales,
(si no lo hecha del mundo su destino)
al fin de ochenta leguas de camino.

   Al rico Zaragoza llegué a suerte,
y pobre de salud a los humanos
a donde la ministra de la muerte
que siempre allí acomete a los más sanos
me puso en un letargo y mal tan fuerte
que fue dicha salir de entre sus manos:
la Parca me dejó creyendo cierto
que no estaba en mi juicio sino muerto.
—246→

   De aquí la cara pálida y difunta
del próvido Esculapio socorrido
llegué donde Nichi su cuerno junta
al del potente Cauca retorcido,
dejándose al cerrar los dos en punta,
formando un tal pirámide que subido
cual sombra de la tierra desde el suelo
no es mucho que llegara al primer cielo.

   Después de lo que digo no contento
de andar aventurado y peregrino,
puesto como Colón el pensamiento
de abrir a un nuevo mundo otro camino,
buscando de San Jorge el nacimiento
subí siguiendo a Trago y su destino;
San Jorge que entre riscos propiamente
dicen que como el Nilo tiene fuente.

   Entre un muelle de peñas temerario
donde de nácar tiene la orna viva,
sale el sagrado viejo solitario
y setecientas leguas se deriva:
cruza sobre su frente de ordinario
la grande cordillera fugitiva
que tiene según fama las espaldas
lastradas de oro fino y esmeraldas.

   ¡En el discurso de esto qué de cosas
difíciles pasé, cuántas montañas
de arcabucos rompí maravillosas,
pues qué yermos pasé, pues qué campañas,
qué empresas no emprendí dificultosas!
Fueron tan grandes, fueron tan extrañas,
que al fin se quedó atrás el pensamiento
que lo asedió el humano entendimiento.

   Las venas vi y profundas tragaderas
del cuerpo de quien todos somos hijos,
los secretos del mar respiraderos
que salen por conductos y escondrijos,
los negros e infernales sumideros
que el azufrado fuego brotan fijos
y otras mil extrañezas que en el encierra
aquesta casa grande de la tierra.

   Víboras de corales vi funestas,
sierpes de cascabeles sonadoras,
la icotea que la casa lleva a cuestas,
los grasos semibueyes nadadores
el perseo enemigo de las cuestas,
los nietos de Saturno voladores,
los micos que al pasarlos hacen sogas
y el lagarto que el agua nunca ahoga.
—247→

   Sin estas animalías vi infinitas
de tales calidades y figura
que no pudo dejallas Plinio escritas
porque ignoró su forma y su hechura:
las siete maravillas exquisitas,
de quien la fama antigua tanto cura,
ya es vano exagerallas ni escribillas
teniendo el mundo tantas maravillas.

   Habiendo lo que digo, pues, pasado
y de otro nuevo mundo los mojones,
llegado contra el bárbaro alterado
hallé ya desplegados los pendones
y el ánimo de nuevo levantado
a verme entre araucanas ocasiones;
tuvo, entretanto, amigo, yo por bueno
pasar al reino indómito chileno.

   Haciendo el tiempo cierta la partida
y más nuestra priesa la tardanza
la prevención el término cumplida
y claro el sentimiento la mudanza,
oyendo el tardo son que nos convida,
llenos de tierno afecto en ordenanza
del caro pueblo al fin nos despedimos
y al no distante puerto nos partimos.

   Otro escuadrón formado diferente
de nobles capitanes y varones,
sacó de la ciudad alegremente
al noble don Francisco de Quiñones;
mostrando su sereno continente
más claro que pudieran mil renglones,
ser entre unión tan ínclita y granada
el digno capitán de tal jornada.

   Ya por donde a Telus. . . . . .
dejando alegre campo a las sirenas
casó cada. . . . .; cada maroma
izadas hasta el topo las entenas
con grito, con aplauso, con caloma
en las boyantes naves de vivos llenas,
salimos de los márgenes vecinos
contentos de ir por ondas peregrinos.

   Estímulo que siempre solicitas
el pacífico ser de los mortales,
adulador que ausente facilitas
hasta los imposibles celestiales,
enemigo común de donde habitas,
principio, medio y fin de grandes males,
quien te llamó deseo y impropiamente,
pues eres propio daño de la gente.
—248→

   Tú quitas los reposos a las vidas
y del materno nido las avientas,
por ti por donde aguijas van perdidas,
qué bienes y mejoras las inventas,
por ti en destierro van a mil partidas,
y en parte no sosiegas y contentas;
más, quererte enfrenar será infinito:
¡Oh! ¡de la vida mísero apetito!


Con dictamen algo ligero se ha creído por algunos que estos pormenores rezan con don Luis Merlo de la Fuente, el que fue presidente interino de Chile por el término de cerca de cinco meses a contar desde el 16 de agosto de 1610; fundándose en unas palabras de don Gaspar de Escalona y Agüero que se ven impresas al frente del libro de Santiago de Tesillo, titulado Guerras de Chile, etc., y que expresan lo siguiente: «Prosiguió escribiendo los sucesos de su tiempo el doctor Merlo de la Fuente, en estilo métrico». Mas, a nuestro juicio, por las razones que van a leerse, estas palabras del antiguo oidor de Chile no pasan de ser también una ligereza de su pluma, estampadas con muy poco conocimiento de la materia.

En efecto, conste desde luego, según los versos precedentes, que nuestro ignorado autor fue apasionadísimo por la carrera de las armas,


Que aqueste de contino fue mi oficio
y éste ha de ser de contino mi ejercicio.


Merlo de la Fuente, por el contrario, muy tarde, sólo cuando estuvo en Chile, recién vino «con valerosos sucesos a subordinar la toga a las armas», por citar la textual expresión del oidor Escalona.

Consta también de aquel pasaje que el autor del poema llegó a Chile con don Francisco de Quiñones, es decir, en el último año del siglo XVI, al paso que los archivos de la Universidad de San Felipe y San Marcos testifican que Luis Merlo de la Fuente sólo en 28 de abril de 1607 se presentó a incorporarse de licenciado en cánones, así como dos días antes, siendo ya alcalde de corte, se le había admitido de doctor en el claustro.

  —249→  

Réstanos todavía que citar un documento aún más importante, por ser casi totalmente auténtico, o más bien dicho, porque procede de una persona muy inmediata a nuestro don Luis.

Es el caso que un hijo de su mismo nombre habiendo sido acusado por ciertas faltas en el ejercicio de su cargo de oidor decano de la Audiencia de la Plata, publicó en Madrid un escrito247 en que al propio tiempo que procura vindicarse, cita en su defensa los méritos de su padre, enumerados muy al por menor y con todo el interés de su afecto filial. Pues bien, aunque hace hincapié en los servicios prestados a las letras por don Luis como doctor y alcalde, se cuida muy bien el atribulado oidor de atribuirle ninguna obra literaria, limitándose a colacionar en su elogio lo que de él dijeron algunos escritores.

Pero en verdad que esta disensión, además de hacerse fatigosa, peca por inútil, pues tenemos a la mano la explicación del error en que incurrió Escalona y Agüero. Junto con un libro que en verso publicó en Lima don Melchor Xufré del Águila iba una larga carta que el gobernador de Chile Merlo de la Fuente escribía dando cuenta «de los sucesos ocurridos durante su administración». Algo había, pues, dado que hacer a la pluma el gobernador togado, y casualmente se hallaba lo suyo en un libro de versos. Pero el crítico posterior confundió lastimosamente los términos, y sin más diligencias aseguró que el doctor Merlo de la Fuente había continuado «los sucesos de su tiempo» en estilo métrico248.

Quede, por lo tanto, establecido que no existe poema alguno conocido   —250→   de Merlo de la Fuente, y en último resultado que el que analizamos ahora no le pertenece.

¿Quién fue entonces su autor?

Sin pretender dar precisamente en la dificultad, aventuraremos una opinión que el juicioso lector estimará como fuese de su agrado y aquella le mereciere.

Muy al acaso, casi desapercibida se encuentra en el Canto XXIII de la obra que compuso el capitán Hernando Álvarez de Toledo con el título de Puren indómito una estrofa, que dice así:


No os pido yo el favor, no de Elicona,
hermanas nuevo del intenso Apolo,
que don Juan de Mendoza es quien abona
mi heroica historia, y basta el suyo solo:
el cual, pues, de Elio quiso la corona
ya es bien vaya del uno al otro polo
la fama eternizando las hazañas
del Marte nuevo honor de las Españas.


(Pág. 455)                


Conviene con este motivo fijarse en dos particularidades que se desprenden con toda claridad de la estrofa citada, a saber: que existió un poeta llamado don Juan de Mendoza, muy inclinado a la guerra, y a quien las musas habían protegido una vez que se le ocurrió celebrar las mismas hazañas que ocupaban la mente del que vino siguiendo sus huellas, esto es, la historia de don Francisco de Quiñones de quien Álvarez de Toledo escribía en ese momento.

Según las declaraciones expresadas en los versos del poema que analizamos, el autor fue y tenía la intención de permanecer adicto a las armas, y nada de extraño nos parecerá por consiguiente que andando el tiempo y hablándose de él en estilo poético se dijese que había alcanzado a ser un Marte, apodo muy corrientemente dado en aquel entonces en poesía a algún valiente campeón.

Sabemos que este «nuevo honor de España» trató en su libro, y desde que salió del Perú, de aquel bueno de don Francisco de Quiñones que tan simpático fue siempre a nuestros poetas.

Pues, estas tres coincidencias de un escritor guerrero cantando   —251→   los hechos de un determinado personaje (que aunque no sea el único y principal, bastante, sin embargo, para justificar el dicho de Álvarez), ¿no es un vehementísimo indicio de que debe considerársele, mientras no haya prueba en contrario, como el padre de este poema en once cantos, tan agradable de leer?

Sería fácil llevar más adelante nuestras conjeturas registrando antiguos papeles por ver si entre sus renglones se ha consignado el nombre de algún Juan de Mendoza, por cuyos hechos pudiéramos llegar a cabal conocimiento de salvar nuestras dudas; mas toda diligencia nuestra ha sido completamente infructuosa a este respecto249.

Prescindiendo de lo que ocurre con el autor de los tercetos que se registran en los preliminares de la monumental obra de Rosales, vamos a buscar en ella misma alguna luz sobre el Juan de Mendoza que Álvarez de Toledo citaba con tanto elogio. En efecto, refiere el diligente y estudioso jesuita que don Juan de Mendoza «fue muchas veces capitán y teniente de gobernador y capitán general,   —252→   mostrándose gran soldado y jugando tan bien la espada como la pluma, porque era gran letrado y abogado de varias audiencias del Perú y Chile, y auditor general por Su Majestad».

Era don Juan descendiente de «ilustre sangre» por su padre el capitán Juan de Cuevas, uno de los primeros conquistadores y pobladores de este reino, y por su abuelo Andrés Jiménez Mendoza, «de los primeros conquistadores del Perú, que habiendo vuelto a España le envió otra vez Su Majestad al socorro de las guerras del Perú, y vino con un navío y gente que trajo a su costa250»...

  —253→  

Aunque nacido en Chile, no necesitaba, sin embargo, nuestro don Juan más ejecutoria de nobleza que la de sus propios hechos, cuya valía tanto estimó el marqués de Guadalcazar, que habiendo ido de estas tierras al Perú, le envió de allá por sargento mayor, cabo y gobernador de un cuerpo de ciento y sesenta soldados que trajo a este reinos251. Si hubiera ido a España, dice un grave y juicioso sacerdote que le conoció, el rey le habría premiado con un gran puesto252. Radicado entre nosotros después de haber confiado su ventura a una de las hijas del famoso Bernal de Mercado, parece probable que jamás intentara tentativa tan peligrosa, prefiriendo morir tranquilo en la apacibilidad de en hogar antes que correr los albures del favor real253.

Siguiendo, ahora nuestro interrumpido análisis, el poema de Mendoza (que así nos atreveremos a llamarlo en adelante) por sus condiciones está más próximo que ningún otro en nuestra literatura (aparte de la Araucana) de ajustarse a los requisitos indicados por los preceptistas como característicos de la epopeya: acción bastante bien circunscrita, detalles un poco extensos, pero muy de las circunstancias, episodios como el de Guaiquimilla que distraen agradablemente la atención del lector, etc. El desenlace debió sí buscarlo el poeta antes del punto a que llega en realidad, pues concretándose únicamente al sitio y destrucción de las ciudades españolas por los araucanos en el año preciso en que expiraba el siglo XVI, el tema se habría semejado mucho al primero que honró Homero con su lira inmortal.

Reúne también el trabajo en cuestión el no despreciable mérito de alejar de su fondo la credulidad sistemática de aquel tiempo, que hoy nos parecería grosera, atribuyendo a Dios y a la Virgen con sus milagros y apariciones una intervención imposible de admitir en la forma que ciertos poetas le han dado. Cuando en las   —254→   obras paganas asistimos a las deliberaciones de los dioses y presenciamos de cerca sus rivalidades, odios y amoríos, y en seguida los vemos mezclarse con los simples mortales, interesándose por la suerte de determinados personajes, ya sabemos desde un principio que todo eso pasa en la mente del escritor y de ahí a los versos que ha de leer el público como realizado imaginariamente y contado sólo para amenizar la relación verídica (si tenía cabida) con fábulas cuyo carácter salta a la vista. Mas, en la generalidad de los otros poemas referentes a Chile, los autores no tratan de inventar ni de reír, sino de presentar a la consideración del vulgo sucesos que suponen obrados por Dios para castigo, enmienda o socorro de los mortales. Hay, pues, una diferencia esencial entre la máquina poética de los antiguos o de las naciones europeas de una literatura propia, de la que los autores de la colonia ofrecen, bien sea puramente católica y religiosa, bien confundida con las ficciones del paganismo, o puramente alegórica.

Si sólo en parte puede servir de título de disculpa a esos poetas el empleo del milagro, en cuanto refleja las creencias de una época: los que abusan de las citas mitológicas (y casi siempre han abusado los que han tenido este prurito) se hacen en extremo fastidiosos con sus repetidas alusiones a los caballos alados, a Marte y a Venus y a toda la falange de los ideados pobladores del alto Olimpo. Mendoza, evitando en lo que de suyo tiene la relación que compuso, ambos extremos, no pudo libertarse de la ocurrencia de poner en escena personajes alegóricos, destituidos de interés, como sucede siempre que de ellos se trata, e hizo, según ya sabemos, que la Venganza contara largamente al pirata holandés los grandes entuertos que desde el principio ejecutara en el mundo.

Pero, en resumen, no podemos menos de convenir en que si el autor de nuestro poema hubiese procedido con más cuidado en cuanto a la hilación del argumento, su trabajo habría sido excelente, y como obra literaria, acortada en la mitad, sería mucho más acabada, más condensada y expresiva, y, naturalmente, más artística también.

  —255→  

Ahora, en cuanto a la forma, la estrofa empleada por Mendoza es la misma octava real acostumbrada por Ercilla y demás. El lenguaje es poco castigado, por más que se deslice con harta facilidad y de un modo desembarazado. Sin embargo, a veces peca de hinchado, como cuando dice:


Rumor de terremoto o torbellino,
fuerza de tempestad, temblor de tierra,
estrépito de trueno repentino,
precipicio horrendo de una sierra,
naufragio que Satán a mover vino,
el ribombar de máquina de guerra:
la furia de esto junto comparada
a tan horrenda furia fuera nada.


Canto IV                


O de ampuloso, al expresar que


Víase en su persona deleznable
de la muerte un retrato bien al vivo,
iba desnudo, sello miserable,
hispérido, disforme, asombrativo
pestífero y de modo abominable,
que visto de cualquiera era nocivo,
denegrido, medroso, sucio, horrendo
espantable, espantado y estupendo.


Canto III                


En otras ocasiones se nota poca energía y concisión en la frase, repitiéndose mucho y procurando sólo llenar la medida de los versos; hay algunos mal medidos, otros sin pulimiento alguno, palabras ajenas a la poesía: defectos que con las rimas pobremente elegidas, tomadas en muchas ocasiones por la facilidad con que se presentaban, traicionan en el autor tanto la prisa con que escribía como su intención de cumplir el propósito comenzado de redactar una historia y no de fabricar una obra de arte. Como que en efecto este poema aún inédito es una historia verdadera, como su autor lo declaró en muchos pasajes, procurando, según decía, «producir la certidumbre», referir la «verdad pura», escribiendo la «cierta historia», etc.

Ha encontrado el poeta en su inspiración más de un bello acento que sembrar dentro del apretado cinto de la verdad, y que concurren   —256→   a dar más realce al argumento. Ya es una, delicadísima comparación en que se confunden lo tierno de las imágenes con la verdad del boceto:


Cual en mercados suelen por enero
ir cantidad de ciegos en hilera,
«vamos bien», preguntando al delantero
como si sólo aquel por todos viera;
mas, él tan ciego y más que no el postrero
responde un «me parece»; en tal manera
los bárbaros andaban rodeando,
ciegos tras ciegos todos ignorando.


Canto III                


Y así sabe utilizar las desgracias del hombre como sus gustos e inclinaciones: en la estrofa que acabamos de ver son los «pobres ciegos» quienes le prestan una idea, aquí la afición del cazador y sus alegrías están manifestadas con viveza:


Jamás de las guaridas ya apartados
la banda de los cuervos corredores
fueron con tanto gusto divisados
de los apercibidos cazadores,
como los españoles esperados, etc.


Canto III                


Ya es un guerrero que después de haber escapado con harta suerte de manos enemigas, vuelve riendas y se mete entre ellas al oír la voz de su asistente que lo llama:


Como al oír del nombre fiel paterno
suele volver el padre acelerado:
   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
volvió el fuerte varón al ruego tierno, etc.


A veces hace gala de una gran naturalidad y de un colorido local inimitable:


. . . . . .Otros también sin estos acudieron
gente aunque noble y rica no obligada
que de ajenas provincias concurrieron
por ser contra cristianos la jornada.
Tiempo después de juntos no pudieron:
que cuando la chicharra no callada
marchaba de una siesta el curso ardiente,
dieron sobre la plaza de repente, etc.


¿Quién que haya visto el campo y su vida en Chile no se creerá   —257→   en él cuando se le habla de la chicharra que canta por la siesta?...

En ocasiones trata el poeta de darla de ingenioso, como por ejemplo:


Sólo un tiempo la guerra trae consigo
y en éste al buen gobierno es necesario
temer cuando temer convenga, digo,
y ser, si conviniere, temerario:
flaco ha de ser buscado el enemigo,
y recelado, fuerte y voluntario:
fuego que no se apaga amortiguado
suele resucitar más esforzado.


Siempre que lo desea, el poeta habla con dulzura, sobre todo cuando la suavidad del asunto que trae entre manos así lo requiere. Esta estrofa se encuentra en el episodio de amor que tiene la obra:


La causa de la nuestra placentera
tan súbita, improvisa y no pensada,
era llegar la dulce primavera
sazón de Anganamón regocijada,
por ser la que de cárcel lastimera,
a dulce libertad nunca esperada
el mortal amor lo sacó sano
de la enemiga mano del cristiano.


Canto IX                


Y se vale de la siguiente para pintar los halagos de la seducción:


No vuelvas, aunque más te infunda pena,
varón, tan de ligero al canto extraño,
que es entonado canto de sirena
que tierno al navegante causa engaño;
es aprendida voz de canto llena
que al hombre por su nombre lleva al daño;
es un contrario al bien, un viento incierto
que a naufragar te vuelve desde el puerto.


Canto IV                


Pero si es necesario mostrarse enérgico pintando los sentimientos de los bárbaros de Arauco, es robusto, valiente:


Yo por el odio vivo (dice uno) y el interno
que a Dios y a los cristianos he tenido
—258→
de serles enemigo juro eterno,
y en procurar su daño endurecido
hago al Pillán testigo sempiterno
y antes muerto seré que arrepentido.


Canto III                


En la reunión que celebraron después de la muerte de Loyola, otro emite su opinión en estos términos:



También yo como tu jurando cierto
serlo perpetuo suyo determino
no solamente vivo pero muerto
o bien o mal suceda de contino:
podrá faltar a todo su concierto
y desviarse el sol de su camino,
mas no en causa tan justa y tan expresa
la fe de Anganamón y la promesa.

   Y si faltare de ésta, que no creo,
que faltara lo grave do su abismo,
la clara luz me ciegue con que veo
y ciego muera con agua de bautismo, etc.


Pinta de la manera siguiente el temor, de los indios amedrentados cuando huyen:



...Piensan que cada grito es un cristiano
y un arcabuz cada gemido...

   Seis veces dio su vuelta acostumbrada
el soberano autor del claro día
y aún no se oye de trompa la sonada
ni bárbaro enemigo parecía;
mas ya por la ciudad desamparada
al puntar la sombra negra y fría
resuenan las vecinas voces fieras
de las vecinas trompas y extranjeras.


Canto V                


Se encuentran también en el poema de Mendoza algunos de sus rasgos personales, como impregnados de su espíritu, de sus tendencias e inclinaciones. Ya es la manifestación de sus sentimientos de cristiano que le impide dar crédito a cosas de adivinos, o la idea que tiene de Dios. Proclama los efectos de la muerte:


Que al centro ha de volver al fin lo grave,
y en poca tierra el cuerpo mayor cabe;


  —259→  

y la vanidad de las cosas humanas:


¡Oh! celo sin sustancia de la vida,
carga que apremia el ánimo gustosa,
máquina de un cabello solo asida,
visión que presto pasa deleitosa.
ponzoña que más sed pone bebida,
privanza en todos tiempos engañosos,
¡oh! ¡cómo al fin tus gajes saboreamos
vana prosperidad de los humanos!


Canto V                


Amante de la gloria, por último, no podía menos de indignarse contra el espíritu de servilismo y de conquista:


¡Oh! mal haya el primero que ambiciando
la ajena patria y libre señoría
salió a hierro... trasgresando
la ley universal de la paz pía;
causa a quien peregrinos miserando
hecha costumbre, y a la tiranía
buscando los ajenos y sus males
imitan hoy los míseros mortales.


Canto VIII                






  —261→  

ArribaAbajoCapítulo XI

Hernando Álvarez de Toledo



ArribaAbajoEl puren indómito

Su llegada a Chile.- Datos anteriores.- Excursión en Arauco.- Los piratas ingleses.- Otras noticias.- Los encomenderos de Santiago.- La Araucana de Álvarez de Toledo.- Su argumento.- Propósitos del autor.- Los araucanos.- Sus ideas religiosas.- Algunos rasgos de su carácter.- Mérito histórico del Puren indómito.- Crítica.- El amor.


En el año de 1581 zarpaba de las aguas de Cádiz con dirección a Chile una expedición compuesta de veinte y tres naves que llevaban a su bordo tres mil quinientos hombres, un gran número de familias de una posición distinguida, y a más seiscientos veteranos de Flandes. Entre éstos venían sujetos tan notables en nuestra historia como don Alonso de Sotomayor, Alonso García Ramón y Hernando Álvarez de Toledo. Malos fueron los vientos que corrieron a aquel convoy: en alta mar los elementos conjurados hundieron en las profundidades del océano a más de un bajel, y más de uno de los aventureros que soñaran glorias y riquezas dejaron sus huesos confundidos entre el lodo y las algas. Era casualmente el tiempo en que las aguas se enardecen con los vientos y las lluvias del invierno, y en que las tormentas reinan sobre el mar.

Los expedicionarios arribaron al fin a las costas del Brasil, donde se vieron obligados a permanecer por algunos meses. Don Alonso de Sotomayor para quien bajo tan malos auspicios se   —262→   iniciaba su paso a América, no se resolvía a la inacción de una forzada estadía, e impaciente por arribar al lugar de su destino, comenzó por atravesar las desiertas pampas de la Argentina, y el elevado y majestuoso muro que la separa de Chile. Pero era siempre la naturaleza: y al hundirse y elevarse de las olas, fiel imagen de los vaivenes de la fortuna, sucedieron los deshechos huracanes de las montañas y el inclemente granizo de esas altísimas regiones. Mas, al cabo la constancia y energía del hombre pudieron más que las fuerzas ciegas, y don Alonso de Sotomayor acompañado de Álvarez de Toledo, llegó a la capital del país que iba a ser teatro de las hazañas guerreras del uno y de los cantos poéticos del otro.

¿Cuál era la historia anterior de este aventurero que llegaba a las playas del Pacífico acaso como tantos otros, desnudo de fortuna pero lleno de esperanzas, con sus despachos de capitán de ejército en las faltriqueras, bien terciada la capa y la espada al cinto? Álvarez de Toledo había nacido en España, de la cual como buen hijo de un suelo siempre caro, ha consignado en sus versos los recuerdos que ella le inspiraba a la distancia.



. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Otras de que dan claro testimonio
las antiguas historias de ordinario
la del Salado y Navas de Tolosa
que a nuestra España hacen más gloriosa254.

   Al sol, al cielo, al campo, el aire cubre
una nube de humo y polvo densa,
cual las que en nuestra España por octubre
se engendran de granizo y agua inmensa255.


Y el padre Ovalle que, cual los sepulcros que encierran las momias de los egipcios y que guardan en sus jeroglíficos la memoria de sus dueños, ha conservado casi los únicos pormenores que nos quedan de nuestro autor, señala un dato más, que precisa el lugar de su nacimiento y su alcurnia, noticiándonos que era un caballero andaluz. ¡La bella Andalucía, la patria de las hermosas   —263→   vio, pues, mecerse su cuna que tal vez estuvo tapizada en no toscos pañales y en la cual se dormiría al dulce son de las sentidas canciones de las nodrizas de su tierra!

Álvarez de Toledo antes de llegar a Chile traía ya un vasto caudal de experiencia de las cosas de la vida y de los hombres. Había atravesado las montañas de su país, había peleado en Flandes y hasta había encaminado sus pasos a la distante Noruega. He aquí por qué, como él mismo dice, no se extrañaba de encontrarse en medio de la sangrienta guerra de Arauco, sin asustarse de las crueldades de los bárbaros ni de las calamidades de otra especie, porque


Tuve, tengo y tendré constante pecho:
infortunios he visto, y tempestades
en el mar de Noruega y paso estrecho;
muertes, naufragios, espantables guerras
en partes varias y en remotas tierras.


Canto XVI, pág. 320.                


Las escasas huellas de sus años de permanencia en Europa apenas sí podemos, pues, bosquejarlas, borradas con el tiempo y la distancia y con el olvido voluntario del hombre que echaba a su espalda los mejores días de su juventud y de su fama. Mas no sucedió lo mismo durante los años que residió en los valles chilenos, pues cuidó de darnos indicio de su paso, señalando en dos o tres ocasionéis en el curso de su poema las acciones en las cuales le cupo algún papel.

Cual ciertos guerreros romanos que admira la historia, Álvarez de Toledo, establecido en Chile, alternaba la espada con el arado, encontrando tiempo todavía en sus veladas para robar al sueño algunas horas y dedicarlas al culto de las Musas. Era hombre diligente, entusiasta por el adelantamiento de su hacienda y de su nombre y que procuraba amoldarse en lo posible a aquel precepto del ingenioso poeta latino que aconsejaba con su ejemplo mezclar lo útil a lo agradable. Había alcanzado a ser poseedor de haciendas pobladas de grandes rebaños de ovejas que guardaban para él los rudos pastores indios, cuando la veleidad   —264→   de la fortuna, contra la cual aconsejaba precaverse y que por el tono de sus palabras parece sabía sobrellevar, le arrebató en un día tan floreciente situación.

El cacique Gonzalo Quilacán había reunido a sus compatriotas para tomar vengaza de una sorpresa de que habían sido víctimas. A este efecto resolvió dirigir sus huestes sobre la ciudad de Chillán, contando con la imprevisión del enemigo que se dormía al borde del precipicio y con las sombras de la noche que envolverían sus proyectos y sus hombres. El éxito coronó la empresa y el saqueo más espléndido sobrepasó sus más exageradas expectativas. Fue aquel un arreo completo de mujeres, de riquezas y ganados.

Álvarez de Toledo, que era alcalde ordinario de la ciudad, se encontraba a la fecha practicando la visita de su distrito por orden del gobernador don Francisco de Quiñones, y esa noche dormía en Itata a unas cuantas leguas del siniestro, sólo en compañía de dos hombres, entrambos sus cuñados. Al amanecer, un indio le dio la fatal nueva, y apurado de su dolor y de su ansiedad, en hora y media alcanzaba a las puertas de la saqueada población. Ahí supo que sus haciendas habían sido robadas, arreados sus ganados y que sus pastores habían sido cautivados. Su angustia primera no lo aniquiló, con todo, y veinte y tres horas después del asalto recorría ya las campiñas tras las pisadas de los bárbaros, registrando los bosques, vadeando los ríos y soportando la tormenta y la lluvia que todo lo empantanaba. La excursión se prolongaba ya todo el día y nada habían conseguido: a nadie habían rescatado y ni siquiera un indio se percibía en todo los contornos. Fatigados de tanto vagar inútilmente, se habían detenido, cansados y aburridos, a orillas de un caudaloso estero, cuando divisaron a la distancia levantarse con el crepúsculo de la tarde una gruesa columna de humo, y



Cual suele suceder perdiendo el tino
al cazador incauto en la montaña,
del mal hallado y áspero camino
que revuelve en contorno la campaña,
—265→
y buscando la senda por do vino
el humo vio salir de la cabaña,
y dejando el intento comenzado
allá encamina el paso acelerado;

   Así, cuando nosotros descubrimos
el humo espeso en la montaña Rala,
los feroces caballos revolvimos
a buscar la perversa gente mala, etc.


Bajo aquel pajizo techo se encontraban siete araucanos, solos, todos jóvenes y todos desarmados: les hicieron dos preguntas y sus cabezas rodaron confundidas con las cenizas del fuego a cuyo amor se calentaban. Los hispanos siguieron su marcha acelerada, pero detenidos por el arroyo, que convertido en torrente habían pasado a nado los enemigos en un remanso, dieron la vuelta a la ciudad cuando todo era tinieblas y descanso.

Después de esta excursión Álvarez de Toledo tuvo muy pronto oportunidad de encontrarse en una sangrienta correría que por poco no le costó la vida. En los días que siguieron al asalto de Chillán, el capitán Miguel de Silva recibió algunos refuerzos de Santiago, proponiéndose vengar con ellos aquella dasastrosa sorpresa. Reunió sus soldados y se puso en marcha. Los araucanos estaban parapetados en una especie de desfiladero llamado de Calbe, donde habían pensado prepararse por emboscadas y astucias una de esas fiestas terribles que no pocas veces les deparaba su constancia y su valor; pero, por fortuna, sus manejos entonces les salieron vanos y tuvieron que medirse cuerpo a cuerpo con los airados españoles. Álvarez de Toledo que no había sido de los últimos en el ataque y que procuraba con otros compañeros forzar las trincheras tras las que se abrigaban los bárbaros, recibió una pedrada tan feroz que a no ser, como él mismo asegura por el fino temple de su celada, le habría hecho pedazos el cráneo; con todo, fue bastante para aturdirlo completamente, dejándolo privado de sentido por más de una hora y sin recuerdo alguno de lo que en el intermedio pasara.

Más tarde asistió a la batalla de Yumbel bajo las órdenes de Quiñones, y a no dudarlo, alguna buena parte le cupo en ella,   —266→   pues es manifiesta en su libro la complacencia con que recuerda sus menores peripecias, no olvidando en su descripción un tanto ampulosa, ni un nombre ni una circunstancia cualquiera.

Pero el acontecimiento más interesante, porque es característico de la época, en el cual alguna participación cupo a nuestro autor, es, sin disputa, el desembarco de la gente del corsario inglés Tomás Cavendish, que en 1587, después de avistar a Valparaíso, se había encaminado en busca de leña y agua a la hermosa bahía descubierta por Alonso Quintero. Cavendish se había dado a la vela desde el puerto de Plymouth, a mediados del año anterior, y ya el 6 de enero del subsiguiente «con una, navegación comparativamente acelerada, se encontraba en medio del Estrecho de Magallanes, frente a la ciudad del rey Felipe, que los españoles habían fundado para cerrar aquel suprimiéndole del globo.

«Sus pilotos divisaron, al pasar a la vista de aquellos campos desolados, un grupo de hombres moribundos que desde un peñón les llamaban con señales. Eran aquellos los últimos restos de los pobladores que trajera a esos inclementes páramos el iluso Sarmiento, y uno de ellos... llamábase Tomé Hernández. A éste sólo dio asilo en su buque el egoísta navegante inglés para aprovechar su ingenio como práctico, porque era tal vez el único de sus compañeros que conocía el mar del Sur, dejando a los demás abandonados a una horrible muerte con una inhumanidad más horrible todavía. Cavendish, aunque valiente, no tenía el alma templada en heroísmo... El pobre refugiado vengaría, sin embargo, bien que con un engaño ingrato, a sus desventurados compañeros»256.

«Al primer anuncio de haberse avistado la vela sospechosa corrieron las fuerzas de Santiago, Quillota y Valparaíso a la ensenada en que Cavendish había buscado asilo, a las órdenes del animoso Ramiriáñez Bravo de Saravia, hijo del presidente de su nombre, y de don Pedro Molina.

»Entretanto, llevado de su mala inspiración y de la confianza que le inspiraba un país completamente salvaje y despoblado, el   —267→   capitán inglés había echado en tierra una partida de cuarenta o cincuenta exploradores. Guiados éstos por el astuto Hernández, que aunque libertado de la muerte se consideraba triste prisionero de herejes, adelantáronse hacia el interior y a lo largo de la costa, por el espacio de tres leguas, hasta divisar un valle ameno y anchuroso, cuyas praderas poblaban ingentes ganados, a que procuraban dar caza con sus arcabuces. Pero huían aquellos a su aspecto hacia los montes, mientras que innumerables aves agitaban el aire con bullicioso clamor al rededor de sus vegas y lagunas. Así describe aquel paisaje el mismo caudillo de la expedición, y no podía ser el último sino el que ofrece el río de Quillota cerca de su embocadura, entre Concón y Colmo.

»Los aventureros no habían divisado, entretanto, sino algún fugitivo vaquero que les acechaba desde lejos; pero a la vuelta de un bosque, se acercaron tres jinetes lo suficiente para que Tomé Hernández entrase en plática con ellos. Rógoles entonces con disimulo el último, se le allegasen para salvarle de su cautividad, y ejecutándolo aquellos, saltó el español a la grupa de un caballo y perdiose en el monte a la vista de los ingleses.

»Burlados éstos y sin guía, resolvieron retroceder. Pero ya venía sobre ellos la columa de Ramiriáñez, y un sangriento conflicto no tardó en tener lugar... Los ingleses se batían desde el primer momento con el acostumbrado denuedo de los aventureros, esforzándose por ganar el amparo de su buque y sus cañones. Y aunque al fin lo consiguieron, mediante un auxilio de quince arcabuceros que Cavendish despachó al sentir el fragor de la pelea, si no fuera por la ligereza con que se acogieron a un peñón metido en el agua donde no llegaban los nuestros, por los muchos tiros que disparaban sus navíos, no quedara hombre con vida»257.

Ovalle agrega que les hicieron catorce prisioneros, de los que «con no poca dicha suya, ahorcaron doce», convertidos en apariencia a la fe católica; que los principales que se distinguieron en la acción los nombra el capitán Fernando Álvarez de Toledo,   —268→   que fue uno de ellos, en la primera parte de su Araucana, en la siguiente octava:


El capitán Gaspar de la Barrera,
don Gonzalo, el de Cuevas y Molina,
Campo Frío, Pasten y el de Herrera
Angulo, Pero Gómez y Medina,
Juan Venegas. Valor en gran manera
descubre cada cual en la marina
derribando cabezas enemigas
cual diestro segador cortando espigas.


Muchos serían los encuentros que pudiéramos además citar en que nuestro autor se midió cuerpo a cuerpo con los indomables araucanos; mas poca importancia tienen si atendemos a que en esa época nada más común que el soldado antes de entregarse al sueño preparase la mecha de su arcabuz. Basta, pues, no olvidemos que, como dice el señor G. V. Amunátegui, acontecimientos como esos debieron ser muy frecuentes en la vida de Álvarez de Toledo258.

Más tarde, cual los cometas que divisamos una tarde, desapareciendo en seguida en la inmensidad de los mundos para no mostrarse más, perdemos el rastro de la vida del poeta en el silencio de las generaciones que pasaron también para no volver... Triste suerte la del hombre, cuyas obras permanecen... ¡pero el artífice, el instrumento al cual debieron su existencia y que valió más que ellas, va a descomponerse en un sepulcro para dormitar en el sueño eterno del olvido! Con todo, establecido en Chile, el cantor de Puren como encomendero, arraigado por los lazos de la familia y de la fortuna, es más que probable que terminase sus días en el país, y precisamente en Santiago259.

  —269→  

Exhumando del polvo de los archivos y minuciosamente rebuscando entre los ya casi indescifrables borrones de los cuadernos de actas del cabildo de esta ciudad, podemos informarnos todavía que en 1.º de enero del año 1605, Álvarez de Toledo presentaba a la consideración de aquella grave y ceremoniosa asamblea un dictamen en que manifiesta su parecer respecto de quienes podían ser nombrados alcaldes y regidores para el entrante período: consideración acaso debida a sus años, a su posición y a su talento260.

Hay, sin embargo, un hecho que viene a interrumpir la monotonía de la serie interminable de encuentros belicosos en la sucesión de la vida del poeta andaluz, acaecido precisamente en el tiempo en que tranquilo veía llegar la vejez, abrigado de las lluvias   —270→   del invierno y de los fríos de la cordillera, calentándose al rededor de su brasero bajo el techo de tejas de su casa habitación de la plaza principal

Allá por el año de 1597 tuvo noticia el gobernador de Chile don Martín García Óñez de Loyola, que en la ciudad de los Reyes del Perú el visorrey don Luis de Velasco levantaba un tercio de soldados que había de conducir el maestre de campo don Gabriel de Castilla para auxiliarlo en la guerra de Arauco. Como a la fecha en que habían de desembarcar, él probablemente se encontraría lejos de la capital adonde primero habían de arribar, comisionó al capitán Nicolás de Quiroga, corregidor y justicia mayor de Santiago, tanto «para que en ella, y sus términos y partidos de corregimientos levantase soldados para la continuación de esta guerra, y se tomasen caballos, y pertrechos, y bastimentos a cuenta de Su Majestad, y haciéndose cargo de ellos al factor y proveedor general, para los encabalgar y aviar», como para repartirlos, entre los soldados que se esperaba llegarían.

Debía quedar constancia de la contribución de los vecinos por las libranzas que el capitán Quiroga tenía orden de otorgarles contra la hacienda real; «y por el recibo de los soldados a quien él diese, sería bastante recaudo para su descargo y se recibiese en cuenta»261.

Hasta la Real Audiencia pregonó y publicó provisiones o insertó carta real para que los encomenderos y moradores «acudiesen a la dicha guerra y llamamientos que para ella le fuesen fechos».

Mas, los honrados vecinos de la ciudad, siempre dispuestos a protestar contra toda exacción en detrimento de un caudal que tanto les costaba adquirir, lejos de obedecer a las provisiones del gobernador y a los requerimientos del principal tribunal del reino, levantaron la voz al cielo y formaron un alboroto intrincadísimo. El mismo capitán Hernando Álvarez de Toledo, que parece estaba totalmente cambiado de sus antiguos hábitos de guerra y que con los años le había cobrado extremado cariño a los   —271→   cordones de su bolsa era uno de los más grandes alborotadores.

El gobernador Óñez de Loyola, deseoso más tarde de informarse de un desacato tan enorme a su autoridad y de una manifestación tan poco conforme a la obediencia debida a los delegados reales, levantó en la ciudad de Santa Cruz (que había fundado), un expediente indagatorio en el cual puede registrarse la declaración de un cierto capitán Pedro de Escalante que presenció todo lo sucedido y cuya palabra impregnada de ese sabor expresivo del antiguo lenguaje, dice, en parte, así: «Vido este testigo que los vecinos de la dicha ciudad de Santiago [...] no acudieron a los llamamientos que por parte de Su Señoría les fueron fechos para venir este verano a la dicha guerra, ni quisieron ayudar a encabalgar los dichos soldados, resistiéndose y haciendo corrillos, diciendo que Su Majestad por la real carta inserta en la dicha provisión no les mandaba sino que acudiesen a sus obligaciones, que esto era estar en sus casas y sustentar su república, y ansí no querían salir della, y que harto habían gastado ellos y sus padres: y que esta era plática general entre todos, y lo trataron y dijeron a este testigo diversas veces; y que querían hacer sus papeles y los andaban haciendo, y que los que particularmente trataban desto era el capitán Tomás de Pastén, [...] Hernando Álvarez de Toledo, y generalmente todos unánimes, conformes en resistir de no estar obligados a acudir a la dicha guerra; y haciendo impedimentos y requerimientos a el dicho maestre de campo por el bando que echó, y saliendo a los caminos a volver a los indios que de su voluntad venían con los soldados, por ser naturales de acá arriba... y publicando en la dicha ciudad nuevas de que estaba proveído nuevo gobernador, y que Su Señoría despachaba pliegos informes por el Río de la Plata a España, y otras invenciones y nuevas; todo dirigido a estorbo e impedimento, que fue tanto el que en la dicha ciudad se hizo que sólo salieron de ella dos encomenderos para la guerra, etc.»262.

  —272→  

En dos de mayo de 1598 el capitán general Martín García Óñez de Loyola mandó sacar de la información un traslado en pública forma y enviarlo «a Su Majestad y visorrey del Perú e Real Audiencia».

Parece probable que Álvarez de Toledo muriese en Santiago, como decíamos, pues habiendo otorgado su testamento en esta ciudad extendió codicilo en 1631, en el cual pedía le enterrasen en el convento de Santo Domingo, amortajado en el hábito de San Francisco263.

¿Qué fue lo que escribió Álvarez de Toledo?... ¿Sólo el Puren indómito? ¡No, evidentemente, no! Parece que en el plan que se propuso, este libro era sólo, un intermediario entre uno anterior que tituló Araucana, y una continuación del Puren que apenas conocemos por dos versos que se le escaparon en él. En efecto, en el Canto XIX habla de los refuerzos que el virrey del Perú mandó a Chile a las órdenes de un militar Corona, y después de contar su llegada a Valdivia y su paso para Osorno, agrega:


Su fin diré, los triunfos y victoria
en la segunda parte de esta historia.

Y sin embargo, leyendo el libro hasta el fin, se ve que en ninguno   —273→   de los cantos que siguen ha dicho de él una palabra, ni ha titulado tampoco parte alguna posterior la segunda de la obra. He aquí todo lo que nos queda de este libro: una promesa que no sabemos si alguna vez cumplió, o que acaso no pasara de ser uno de tantos proyectos que bullen en la cabeza de un autor.

Mas, respecto de su Araucana, ya dejamos de observar por la endija que apenas da paso a un rayo de luz para entrar en el salón alumbrado a giorno. Es cierto que siempre conjeturamos; pero las probabilidades son aquí certidumbre. Ya hemos visto la referencia que Ovalle hace a propósito de los ingleses en la octava de la primera parte de la Araucana que trascribe. En la página 222 de su Relación dice el mismo escritor, hablando de ciertos españoles que se distinguieron en un combate, «que los nombra el capitán Fernando Álvarez de Toledo, caballero andaluz muy valeroso y gran cristiano que se halló presente y es el que me ha dado la materia que toco de este gobierno (Sotomayor), en estas dos octavas de su Araucana que para honra de los contenidos en ella y de sus nobles descendientes, de que vienen hoy muchos, quiero yo poner aquí como las hallo en su autor»:



Oh gran don Luis Jofré, que siempre has dado
gran muestra de valor en tu persona;
hoy Miranda, Durán y Maldonado
y el de Atenas, sois dignos de corona
Aguirre, don Gaspar, y Juan Hurtado,
Tobar, Luis de Toledo, ya pregona
la fama vuestros hechos sonorosa
con los de Cerda, Silva y Espinosa.

   Alonso de Rivero, Honorato
Luis de Cuevas Fagúndez y el de Vera,
Aranda, Alonso Sánchez y Serato,
Pedro Gómez, Ortiz y el de Rivera,
Pedro Pastén, Cisternas y Morato
Miguel de la Barría y Aguilera,
cada cual firme anduvo hoy en la silla,
y entre ellos Diego Vázquez de Padilla.


Varias otras son las referencias de Ovalle a la Araucana de Álvarez de Toledo, pues, en general, aparece que conocía perfectamente el manuscrito y que le daba la importancia de un documento   —274→   auténtico. Por el contrario, jamás tuvo la menor noticia del Puren, lo que haría suponer tal vez que trascurrieron algunos años entre la composición de aquella y la del último. Aquel historiador después de contarnos la muerte de Loyola, dice comenzando el capítulo XV del libro IV: «Aquí me hallo ya casi del todo sin ningunos papeles ni relaciones de la lastimosa tragedia que sucedió a las ciudades que habían fundado en Chile los españoles después de la que queda referida de su malogrado gobernador». Tales palabras no habrían tenido, en consecuencia, razón de ser, si hubiese visto las primeras octavas del Puren que cabalmente están destinadas a recordar esa muerte.

Sabemos también que ninguna de las once estrofas que Ovalle da como de la Araucana se encuentran en el Puren; y atendiendo a los sucesos a que hacen mención, ni siquiera podían tener cabida en él, pues todas ellas tratan de hechos anteriores a la muerte del gobernador Loyola264.

Antonio de León Pinelo en su Biblioteca Oriental y Occidental   —275→   (tomo II, tít. XI, pág., 659) insinúa «que la Araucana parece por el título obra diversa del Puren». A estamos al genuino sentido de estas palabras, es manifiesto que desconocía alguno de los dos   —276→   poemas; mas, es muy natural preguntarse ¿cómo supo que existía la Araucana? Por anotaciones extrañas, por las citas de Ovalle u otro autor, o realmente tuvo en alguna ocasión un ejemplar del libro en sus manos? Siendo efectiva esta hipótesis, además de ser un dato en favor de la realidad de la existencia del libro, sería una lejana esperanza para el porvenir, y nos podríamos lisonjear con que si Ovalle tuvo el manuscrito y alguien vio otro que acertadamente puede creerse no fue el mismo, habría ya una probabilidad más de encontrar en algún tiempo ese documento que sería un hallazgo para la historia y la antigua literatura de Chile265.

No es muy difícil formarse una idea del argumento de la Araucana de Álvarez de Toledo. El padre Ovalle manifiesta que la historia de los sucesos de que se ocupa en el libro VI de su Histórica Relación está tomada de la Araucana de Álvarez de Toledo266; ahora bien, esa parte del libro de Ovalle comprende el gobierno de Sotomayor en Chile, asunto que se explica perfectamente en la elección del poeta, siendo que había militado en   —277→   Flandes bajo sus órdenes, había sido su compañero de viajes y de peligros, y más que eso su jefe en la guerra de Arauco. Precisando más todavía la materia, podemos sentar que los Cantos IX y X estaban destinados a celebrar el famoso desafío de Alonso García Ramón y del jefe indio Cadeguala, episodio que por su carácter caballeresco debió llamar la atención del poeta hasta dedicarle, como lo hizo, dos de los capítulos de su crónica histórica267. La lectura del libro VI de la obra del padre Ovalle será también; por consiguiente, la historia de la Araucana, desnuda, es cierto de los encantos de la imaginación y de la armoniosa poesía. Y de aquí un nuevo y poderoso argumento en pro de la diversidad de obras, encerradas bajo títulos también diversos, Araucana y Puren, pues hasta comparar en ambas el resumen de esos cantos IX y X para convencerse de que evidentemente ninguna analogía tienen entre sí.

Tal es lo que nos queda del hombre que después de haber recorrido casi toda la Europa iba a cantar en sus versos, en el infeliz presidio de Chile, las proezas de sus compatriotas y el heroísmo y los sufrimientos y miserias de los indomables araucanos.

Álvarez de Toledo se muestra en su poema, más que un poeta épico simplemente un soldado que versificaba con facilidad, y que sin pretensiones, llamaba en su auxilio a la divina inspiración para consignar de una manera agradable los hechos de armas en que él mismo había figurado o que conocía minuciosamente por las relaciones de sus compañeros, repetidas en las noches a la luz de los fuegos del campamento. Y esto no es de extrañar atendido el objeto que se propuso: en su plan no entraban las invenciones poéticas, los episodios de imaginación, ni la ficción, ni el amor: su diosa es la verdad. Es cierto que los acontecimientos que lo impulsan a cantar son dignos de la trompa épica; pero ni esta consideración, ni lo eximio de los actores pueden influir en su ánimo para que abandone la humilde encordadura de su instrumento. Variar lo cierto con lo fabuloso tiene atractivos, lo creo, decía:

  —278→  

Pero como en razón no se consiente
mezclar con la verdad las variedades
de fábulas, por ser tan diferente
las unas de las otras calidades,
y porque cuando alguno mucho siente
crédito no le dan a sus verdades,
la una sola va pobre y desnuda
porque la variedad engendra duda.


Canto XI                


Así, sus narraciones no tendrán otro encanto que el de la verdad.


Porque tiene ella en sí tanta hermosura,
tanta gracia, donaire y gentileza,
tan agradable y bella la figura
que no creó otra la naturaleza:
no ha menester adorno o compostura
que siempre ha sido amiga de llaneza,
es vergonzosa, afable, grave, honesta,
y más grave desnuda que compuesta.


Canto XII                


Por el contrario, si algo puede deslumbrar la verdad,


Es ir con ellas fábulas mezclando.


Dichoso al cabo porque puede,


Ajeno de sospechas pena o miedo
batir las alas y tender la pluma,
   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
con la verdad más pura y acentrada
y sin ficción de caso o zuza incierta.


Canto XXIII                


La composición en verso de una crónica histórica, tal fue lo que Álvarez se propuso; y por eso si pensamos por un momento que su obra se ajuste a las calidades de la epopeya, desde ese mismo instante nos veremos precisados a decir: ¡no existe! Ni siquiera guarda la forma del poema: nada de invocación, nada de máquina, nada de majestad, ningún nudo, ni siquiera desenlace. El tiempo mismo que ha elegido para la acción excluye la unidad, que exige un personaje en torno al cual se agrupen los acontecimientos, o un hecho a cuya realización se dirijan los esfuerzos   —279→   de los actores. Comienza por referirnos la muerte de Óñez de Loyola, y nos habla con admiración de don Francisco de Quiñones, y en este campo tan estrecho y en medio de sucesos inconexos tiene el poeta que correr; y por eso su libro, podría decirse muy bien, bajo este aspecto no es otra cosa que un paisaje al cual se divisa desde lejos y por la estrecha reja de una prisión: percibimos el arroyo que corre a trechos tranquilo, dormido, en otras impetuoso, agresor; ¡pero nos faltan las montañas, el conjunto, el aire, la luz!

Veinte y cuatro veces se ha sentado el viajero a descansar de la fatiga al pie de los árboles que con protectora sombra cubren el camino; y al concluir su jornada se ha encontrado con que las batallas, las pinturas y las declamaciones comprenden más de quince mil versos. El poeta ha marchado de aquí para allá, vuelto de nuevo a su punto de partida, de Chile al Perú, de Santiago a Concepción, de la orilla de los ríos a las oscuridades de los bosques seculares de Arauco, de las arenas que bañan las olas del mar a las estrechas gargantas de la cordillera, todo seguido, agrupado, en confusión. Como él dice,


Andaré de los pies de la manera
que anda la revuelta lanzadera.


No se ha escapado a su memoria ni un nombre, a no ser el de los cobardes, ni una fecha, la hora exacta del día, las aventuras del soldado más desconocido, un robo cualquiera, el color de un caballo, el más minucioso detalle. El modo de proceder que ha empleado en la obra ha sido probablemente la imitación exacta de lo que hacía en las filas al frente del enemigo, moviéndose en todo sentido, dando una palabra de aliento al entusiasta y valeroso, un reproche al tímido, una invectiva al enemigo. Estas mismas detenciones producen el efecto de que muchas veces deje olvidado el hilo de la narración, desviándose por los senderos que sólo después de largos rodeos retornan al camino, y perjudicando así la marcha regular de la acción y el interés dramático, y desarrollando inevitablemente en el lector cierto sentimiento de desagrado.   —280→   De aquí fluye también que muchas de sus estrofas se vean deslucidas, inarmónicas e ilegibles por el agrupamiento de nombres araucanos y españoles de los que más se distinguieron en los combates o que estima la posteridad merece conocer por otros títulos. Particularmente en el último canto cuando refiere la batalla de Yumbel, es donde más se hace notar este defecto que, aunque se trate de una crónica histórica, no es disculpable cuando se escribe en verso. Al hablar de su estilo nos detendremos algo más en este punto.

Para Álvarez de Toledo los araucanos son gente que puede mirarse de dos maneras, como una medalla con su revés y su derecho; que llegando el caso están dispuestos:


A vencer o morir determinados;


y que como defensores de la santa causa de la independencia, de su suelo,


La misma gloria y títulos merecen
estos indios de Chile y más loores,
pues por su cara patria ellos padecen
muertes, penas, afanes y dolores;
y en lo que más todos se engrandecen
es preciarse de ser sus defensores,
pues quieren más perder la dulce vida
que verla de españoles oprimida.


Canto X                


No es valor tampoco el que les falta,


Que como pocas veces son vencidos
ni a volver las espaldas están hechos
sienten en mayor grado la huida
que perder en batalla alma y vida.


Pero son inconstantes, traidores, intratables, sin verdad, sin fe, sin ley, pueblo infame, vil canalla:



Muestra sernos amiga en lo de afuera
pero no tiene dentro el pecho sano
colmado sí de fraudes y novelas,
de traiciones, engaños y cautelas;

   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Arrogantes, soberbios y atrevidos
traidores, desleales y embusteros
como gente intratable que se cría
sin fe, sin ley, sin rey, sin policía;
—281→

   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Que como son tan fáciles y estrechos
de corazones y ánimos dañados
cualesquiera victorias les obligan
a que la parte victoriosa sigan.


Miradas estas expresiones en su conjunto, despojados unos bárbaros del prestigio que Ercilla les dio con su epopeya, podrían parecernos tal vez exageradas. Mas, atendida la época que Álvarez de Toledo ha delineado, y sobre todo cuando podemos cerciorarnos que sus epítetos no dejan de hallar en más de un caso la plena confirmación de su exactitud, asentimos al retrato de nuestro autor. Como salvajes son incultos, llenos de astucia, falaces; ¡pero bravos de corazón y entusiastas de patriotismo!

Los tiempos de Caupolicán, Tu capel, Lautaro, no habían pasado para el indio valeroso: era siempre su misma constancia, su misma sublime porfía, el mismo amor a sus hogares que sus descendientes habían heredado en sus almas; sus recuerdos dormían intactos en la memoria de su pueblo; en los festines se celebraban los triunfos obtenidos por sus padres de los más famosos jefes españoles; se halagaban con que el porvenir les reservaba la más completa libertad y el total exterminio de los invasores; pero les faltaba el genio, ese agrupamiento de grandes rasgos que dispersos uno a uno se habían repartido numerosos caciques, herederos del valor y de la gloria de aquellos grandes hombres que el suelo de Arauco hacía tiempo no producía ya... El cantor del Puren, ajustándose a la verdad y desechando de sus versos toda ficción poética, no prestó a los araucanos esa aureola de que los revistió Ercilla y que lo dominaron hasta el punto de prestarles a ellos, sus enemigos, todo el interés de su relato; y en ello fue justo.

Los enemigos del nombre español han sido estudiados todavía bajo otro punto de vista en el libro de Álvarez de Toledo. El poeta no se ha preocupado sólo de sus caracteres morales sino que ha consignado una porción de curiosas noticias sobre sus costumbres, usos, trajes, adornos, ceremonias, su táctica militar, sus conocimientos, sus diversiones. Como lo han observado muy   —282→   exactamente dos escritores nacionales, tiene el Puren Indómito el mérito de darnos a conocer de un modo cabal las relaciones de españoles y araucanos, el duro yugo de los primeros, la opresión de los segundos, la crueldad y lujuria de aquellos, la servidumbre de éstos. Pero sólo hasta aquí la historia, porque más tarde la ficción que tanto manifiesta detestar el poeta, se apodera de lleno de su espíritu, olvida el buen sentido y pone en boca de los indios pulidos y eruditos discursos en que se manifiestan conocedores de la mitología y muy particularmente de la historia romana. A pesar de ello, es de perdonarle este defecto tan común en los escritores de aquel tiempo que se ocuparon de nuestros indígenas, porque muchas de esas piezas son naturales y bastante fieles en la pintura de los caracteres. Hay una, sobre todo, en que se manifiestan las contradicciones en que los dominadores incurrieran predicando la verdad, la ley de Dios, y portándose en sus actos como decididos adoradores del vicio y la maldad, que constituye quizá el trozo más acabado del libro, y que puesto en boca de un indio es una amarga burla a los españoles:



. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Dicen que a su Dios de ellos que le amemos
y nunca jamás vemos que ellos le aman,
y que su santo nombre no juremos
y ellos solos le juran y difaman;
el día santo mandan que guardemos
mas para trabajar ellos nos llaman;
a nuestro padre y madre que le honremos
y a los suyos honrarlos nunca vemos.

   Alegan que a ninguno no se mate
y a todos nuestros deudos nos han muerto,
que no hay ninguno, no, que bien los trate
maltratándoles siempre sin concierto:
dicen que el fornicar que no se trate
y ellos fornican siempre al descubierto,
y está la tierra llena de mestizos
hijos bastardos de esos venedizos;

   manda su ley católica y ordena
según ellos continuo nos predican,
que no se tome alguna cosa ajena
y aquesto por verdad lo certifican:
la ley la tengo yo por santa y buena
y por buena ellos todos la publican;
mas son de nuestra sangre chupadores
y de nuestras haciendas robadores.
—283→

   También en fe sagrada les defiende
que falso testimonio no se diga,
porque con él al prójimo se ofende
y Dios por tal pecado les castiga:
y veis que en otra cosa nunca entiende
esa gente feroz nuestra enemiga
si no es en levantarnos testimonios
llamándonos de perros y demonios.

   A la mujer casada la desean
con mandarles no tengan tal deseo;
las calles donde viven la pasean
pensando enamorar con su paseo,
que piensan no hay ningunos que los vean
como ellos nunca ven su devaneo;
a cuantas ven a todas las codician
y en verlas solamente se delician.

   Pues si miráis veréis la gran codicia
que tienen todos ellos a lo ajeno,
la envidia rencor, odio, avaricia,
que tan de asiento moran en su seno:
no tienen ley con nadie y amicicia,
ni de sus lenguas hay ninguno bueno;
no aman a sus prójimos ni honran,
mas antes los difaman y deshonran.

   Veréislos en el templo pasar cuentas
a todos a gran priesa en sus rosarios,
que parece que rezan, y hacen cuentas
de los indios que tienen tributarios;
y cuando habrán crecido más sus rentas
o menguado los gastos ordinarios:
en el oro maquinan que atesoran,
y nos dan a entender que a Dios adoran.


Canto III                


Estas estrofas nos muestran que si su autor no se hubiera visto obligado a referir hechos descarnados, habría podido elevarse a la altura que ellos nos hacen presentir; porque es digno de notarse que siempre que Álvarez de Toledo canta en su nombre, cuando no se ve atado por el tirante lazo de la verdad histórica, que excluye el vuelo de la imaginación, es realmente poeta. Sentimos en esos versos la energía que brota, un alma que no excluye el sentimiento y que sabe transmitir al lector todo el fuego de la pasión que lo domina, y hasta el odio y el desprecio que una conducta soez e indigna inspira a los corazones honrados. Es sólo de   —284→   lamentar que estos acentos libres y personales escaseen tanto en el ¡Puren Indómito!

Tal como en los caminos adivinamos por la impresión que en el polvo han dejado las ruedas al pasar, quien nos lleva la delantera; así también necesitamos ocurrir y apoderarnos ansiosamente de los casi imperceptibles rastros que el hombre ha dejado de sí en el libro para el estudio de su carácter e inclinaciones. Pues bien, practicando este reconocimiento, diremos así de la obra de Álvarez de Toledo, podríamos aventurarnos a establecer que era religioso hasta la superstición, sin que sus escrúpulos lo impidiesen degollar a un enemigo indefenso, llegado el caso; valiente como soldado; como hombre, desconfiado; práctico en las cosas humadas; prudente, pero que no desperdicia la ocasión.

Su religión tiene mucho de tierno y mucho de grotesco: cuando habla del «Soberano Hijo de María», en sus súplicas a la Virgen, en la oración que supone pronunciada por Quiñones durante los azares de la tempestad, no carece de unción y es hasta conmovedor. En general, de sus palabras puede colegirse que a no ser él un predicador de aquellos contra los cuales tanto se indigna (lo que no creemos) su vida debió hallarse conforme con sus verdades de fe y con los preceptos de la religión que se enorgullecía de profesar. Pero como buen hidalgo español, de una nube que ve levantarse en el horizonte deduce su presagio de muerte; del volido de las aves, del canto de la lechuza, un presentimiento de desgracia. Las derrotas de los castellanos no las ocasionan su escaso número, sus descuidos y sus errores, sitio que son castigos que Dios les envía por sus culpas y pecados; y por el contrario, el indio que moría debía, naturalmente ir


. . . . . . .al fuego del infierno
en donde penará por tiempo eterno.


En hechos perfectamente naturales ve la intervención de la Providencia, y en la feliz huida, de un soldado la realización de un milagro. En ocasiones, tanto se deja dominar de sus sentimientos   —285→   religiosos que a renglón seguido de una invocación a Apolo se dirige al Todopoderoso; en otras, contrapone los católicos (españoles) a los gentiles (araucanos); y en otras, dedica a la relación de las aventuras de un fraile, por ser sacerdote, tantas páginas como ha empleado en la descripción de las desgracias de todos sus demás compañeros. Pero aquí mismo, cuando va a imponernos de esas desgracias, por una oportunidad cuya delicadeza todos podemos apreciar, dice así, elevándose hasta Dios:


Eterno Padre, poderoso y alto,
tu divino favor, Señor, me envía
con el cual contaré sin quedar falto
el sangriento destrozo de este día.


El Dios de los cristianos como padre de la poesía es un bello arranque y muy apropiado a las circunstancias, siendo que ya a referir, como hemos insinuado, la muerte de sus compañeros. Esto mismo lo hace dolerse profundamente y sentir volver «a sus tristes lágrimas» y a su «dolor de ardiente fuerza».

Sin embargo, está muy distante de ser fatalista, no cansándose de repetir que «lo que ha de ser no hay quien lo vede»:


Es un notable error en que caemos,
pues es libre albedrío el que tenemos.


Que todos vivan preparados, que la muerte ha de ser cual fue la vida, y en la guerra el soldado, en el mar el marinero, el hombre en la desgracia


. . . . . . . . . .haga en todo de manera
que está a cualquiera trance apercibido.


Su profesión de soldado se trasluce a cada paso en sus versos: de su obra podría formarse un curso más o menos completo de táctica militar; las lecciones que da versan casi exclusivamente sobre la carrera de las armas, y muchos de sus cantos comienzan con reflexiones sobre este tema. Como soldado exige que se lleve el valor hasta el heroísmo, se indigna contra los cobardes, y dice:


Ni de hombres tales quiero haya memoria
ni nombrarles sus nombres en mi historia.

  —286→  

A él nada le importa que el botín de un asalto sea más o menos opulento o que los despojos de los enemigos sean crecidos, pues se contenta con su propia satisfacción,


Y con la fama eterna y soberana
que en restaurar su propia tierra gana.

No estima los triunfos que cuestan sangre, porque


Más digna es la victoria de alabanza
ganada por industria que por lanza.


En muchas de sus páginas deja traslucir la bondad de su corazón, predica el bien, el olvido de las injurias y el perdón; a veces lo domina la tristeza y se lamenta de las desgracias de los que tal vez fueron sus amigos; y en otras exhala la amargura de que su alma debió hallarse poseída con el conocimiento de los hombres que la experiencia de su vida agitada y sus largas correrías debieron darle. También en ocasiones repite la desconfianza que deben inspirar los prósperos vientos de la fortuna, que se complace en arrebatar lo que ayer nos ofreció con mano generosa, las peripecias de la existencia y los desengaños que nos acarrea nuestra loca fantasía; que si la suerte nos halaga, es necesario no desperdiciar la buena oportunidad que probablemente ya en mucho tiempo no se presentará. La misma facilidad con que en su libro marcha sin transición de un asunto a otro, no es sino la imagen fiel con que desea se proceda en todo. ¡Cuántos desastres, cuántas oportunidades perdidas por haber sido tardo y dejado las cosas al tiempo; pero es necesario también que el juicio venga a decirnos cuándo, por el contrario, debemos retardar el paso y no dar un traspié por precipitados!

En los ejemplos siguientes veremos sus pensamientos arrojados aquí y allá, como el labrador esparce la simiente por los surcos pacientemente trazados por su mano que dirige el arado, mientras alienta con su robusta voz al manso buey, fatigado con el calor del mediodía y con el pesado trabajo:


El tiempo fácilmente nos engaña
y así quien sin cimientos edifica
no veréis que jamás se desengaña
si máquina fantásticas fabrica:
—287→
la mucha diligencia a veces daña
otra, la dilación nos perjudica,
a su tiempo son buenas las espuelas
y al suyo provechosas las pihuelas.


Canto I                




   Sigamos nuestra próspera ventura
gocemos de la buena coyuntura.
   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

   Quien de fortuna sabe la costumbre
verá que es como sombra lo que ofrece
pues no ha mostrado bien alguna lumbre
cuando en el misino instante se oscurece:
a quien más ensalzó en su excelsa cumbre
poco en aquel estado permanece;
es la mayor firmeza de sus bienes
estar siempre sujetos a vaivenes.

   No hay cosa estable ni segura,
que a la segura, firme y más estable
le viene sin pensar su desventura
que es cuando suele ser irremediable:
¡Cuán poco el tiempo próspero nos dura!
¡Qué poco a poco pasa el miserable!
Y es porque tras el raudo bien camina
el espacioso mal a la cantina.


Canto III                




   Porque es la diligencia con cordura
la madre de la próspera ventura.
   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

   Mas, ¿dónde hallaremos uno bueno
descuido de artificios y malicia?
Que ya este mundo pérfido está lleno
de maldades, traiciones y codicia.


Canto IV                



Que como es sueño cuanto acá nos pasa...
   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
No quiero Dios que al mísero inocente
hacienda, vida, ni honra se le quite,
que nunca su bondad alta dispensa
para que haga un prójimo a otro ofensa.


Canto XV                


Con todo, es muy digno de llamar la atención lo poco, poquísimo, que Álvarez de Toledo se ha ocupado en su libro de si mismo; silencio tanto más de extrañar cuanto que, como sabemos,   —288→   fue un actor notable en los mismos acontecimientos que consigna. Apenas si en el discurso de la obra se encuentran las dos o tres palabras que hemos citado acerca de su nacimiento, y el episodio del asalto de Chillán.

Pedro de Oña había hablado con entusiasmo de Chile «su patria querida», y Álvarez de Toledo, por el contrario, no pierde ocasión de desprestigiarla de un modo exagerado. No se figuraba que lo que él veía en el ejército, vanidad, favoritismo, odios, vicios, no podía aplicarse con fundamento a las demás clases de la sociedad: por generalizar demasiado, lejos de respetar la verdad la ofendió con sus resentimientos de soldado y de su juicio falseado por lo que presenciaba junto a sí. Basta leer la estrofa siguiente para entrar en duda acerca de sus sentimientos imparciales y desapasionados sobre un respecto que historiadores dignos de fe están distantes de mirar como general:


En este reino mísero reinaban
insultos, fraudes, trampas, odios, iras,
adulterios, incestos no faltaban,
envidia, ambiciones, ni mentiras:
los vicios todos sin cansar se andaban
tirando apriesa ponzoñosas viras
a las mezquinas ánimas dolientes
de aquellos miserables sus sirvientes.


Canto XX                


Esto nos conduce naturalmente a examinar el mérito que como documento histórico pueda prestarse al Puren Indómito, y para ello debemos principiar por la averiguación de lo que el autor se propuso.

Ya hemos visto que desde las primeras páginas, Álvarez de Toledo declaró que no había sido su ánimo componer un poema en que pudieran tener cabida las ficciones de la imaginación, y ahora robusteceremos sus insinuaciones con algunos de los pasajes de su libro en los cuales manifiesta sus propósitos y las fuentes de que se ha servido en la composición de su crónica:


. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Que yo lo he visto bien y soy testigo;


Canto I                


  —289→  


   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   También fui yo con ella juntamente
no más de sólo a ver lo que pasaba,
porque ha de ser de todo el coronista
testigo de gran crédito y de vista.

   Por lo cual digo en esto haberme hallado,
y en todo o en lo más que ha sucedido,
y de lo que no he visto me he informado
de gente de verdad, y que lo vido:
a la cual tengo de ir siempre arrimado
pues es quien a decirla me ha movido,
y no será pasión ni afición parte
para que de ella un punto yo me aparte.

   No tuve ni tendré jamás intento
de quitarlo a ninguno lo que es suyo
ni menos me pasó por pensamiento
por cosa ser de que yo siempre huyo.
   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


Canto II                




   Ni entienda que es pasión lo que me obliga
ni que por afición menos me obligo,
para que la verdad llana no diga
como en todo lo dicho atrás la digo:
que por haber persona que la siga
y yo la digo, trato en esto y sigo
me siguen y persiguen cautelosos
trapaceros, falsarios y envidiosos.


Canto VIII                




   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Pero como es historia verdadera
no lleva cuento o fábula de amores,
porque de la verdad patente y pura
es con lo que se adorna mi escritura.


Canto XIV                


Siendo testigo de muchos de los sucesos que refiere, o habiéndolos sabido de sus compañeros, escribiéndolos a vista de todo el mundo, (lo cual dice que le ha acarreado persecuciones) no era posible que falsease la verdad, ni había tampoco fundamento para errores de bulto. Del contexto general del libro, como se expresa el señor Amunátegui, se palpa que no es una novela la que tenemos a nuestra vista.

Hay, además, métodos muy sencillos de comprobar la verdad   —290→   histórica del Puren Indómito. Si los documentos auténticos que nos han quedado de la época se encuentran conformes con las páginas correspondientes de Álvarez de Toledo ¿por qué dudar de la exactitud del resto de la obra? Si autores como el padre Ovalle han ido a buscar en la Araucana de Álvarez de Toledo datos para la composición de un libro histórico ¿por qué siendo el Puren Indómito la continuación de aquella sería menos exacta268?

Es necesario recordemos aquí aquellos pormenores que revelan la paciencia del cronista, que le han permitido tener siempre presente en su relato hasta la hora precisa de los acontecimientos que menciona, y de lo que manifiestamente no habría tenido necesidad de preocuparse si sólo se hubiera propuesto componer una obra de imaginación, en cuyo caso su modo de expresión sería muy diverso. Conviene también tomar nota de que su celo por la honra española no le impide cuando llega el caso confesar los desdoros que ha sufrido y asentar versos como los siguientes:


Perdieron la victoria los de España
honra, gloria, el honor, fama y campaña;


Canto IV                


en lo que no hace más que cumplir a la letra el programa ofrecido de dar a cada uno lo que es suyo.

El señor Barros Arana en su introducción al libro de Álvarez de Toledo, se felicita de hallar en él «una relación fiel» y concluye:

«Hemos dicho que el padre Ovalle lo cita como una autoridad histórica; y añade que el padre Diego Rosales, autor de una voluminosa historia de Chile, escrita en la segunda mitad del siglo XVII y aún inédita, ha seguido página por página la relación de Álvarez de Toledo y aún ha tomado de él los presagios y milagros que anunciaron la muerte de Loyola. Más tarde, el sabio González Barcia, en su edición de la Biblioteca Oriental y Occidental   —291→   del licenciado Antonio de León Pinelo, cita el Puren Indómito en el capítulo consagrado a los historiadores de Chile».

De aquí, pues, el mérito del Puren Indómito: tenemos una epopeya menos, y un documento histórico más; menos una obra literaria que un libro de estudio; menos recreación y más fondo: por lo menos también lo uno vale lo otro.

Críticos hay para quienes el Puren Indómito no tiene mérito literario alguno, pues hallan que falta en él inspiración y sobra vulgaridad, sin que dejen de agregar tampoco que su forma externa es sumamente defectuosa.

Debemos desde luego no olvidar que el autor fue bastante modesto para declarar sinceramente lo que pensaba de su trabajo269: a su juicio sólo verdad hay en él, y seguro está de que no ha de despertar envidias; torpes y cojos son sus pies, y marcha en pos de los pasos de Oña, cual en un flaco rocín. Y a nuestro turno convengamos también en que ceñido el versificador, digamos, por el círculo de hierro inexorable de acontecimientos por sí mismos extremadamente prosaicos, habría necesitado más que inspiración para remontarse a regiones que los simples admiradores califican de sublimes: convengamos en que habría necesitado genio.

No es igualmente muy exacto que nunca sepa cantar como un poeta, pues, como lo hemos notado ya, citando vuela por sí mismo y deja la jaula en que yace aprisionado, exhala sus sentimientos en trinos que no carecen de armonía y elevación. Sus aptitudes se revelan, sobre todo, en el género descriptivo, para el cual tiene facilidad y muy buenas perspectivas. Así, comparaciones como las siguientes, en que campean delicadeza, buen gusto y energía, no son raras en él:

  —292→  

No recibe contento tan crecido
la madre cuando al hijo ve presente,
que nueva tuvo cierta era perdido
o mucho tiempo estado de ella ausente,
como el que tuvo el bando descreído
cuando oyó que alojaba nuestra gente, etc.


Canto I                



   Fue la mujer del preso mensajera,
y como era del bárbaro querida
más veloz fue, más rápida y ligera
que cuando al agua ya la cierva herido.


Canto III                




   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Al encuentro los bárbaros salieron
cercándoles en torno la campaña,
de la suerte que suelen los monteros
a los venados sueltos y ligeros;

   Más, como los cerdosos acosados
que se ven de los mismos perseguidos
y en una estrecha parte acorralados
de lanzas y venablos mal heridos,
que por entre los hierros afilados
se arrojan de la muerte compelidos
rompiendo los venablos y cuchillos
con los agudos rábidos colmillos;
   de aquesta misma suerte los hispanos
embisten a las armas contrapuestas, etc.


Canto V                




   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Jamás fue cazador tan recogido
por entre la montaña arrodillado
cuando ha visto la hebra estar durmiendo
como fue el escuadrón cruel, horrendo.


Canto XV                




   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Y quién, cual las hormigas a la parva
van y vienen cargadas con el grano,
así, del pueblo unos salen y otros entran
y cargados los míseros se encuentran.


Canto VIII                




   Cuál en festivos dios señalados,
desde balcones miran y barreras
en el coso a los toros madrigados
las vueltas que van dando y las carreras:
desde el muro, ventanas y tejados,
de los cubos, traveses y troneras,
el bando de los nuestros pavoroso
así miraba al infido furioso.


Canto XI                


No faltan tampoco ejemplos de armonía imitativa, como el siguiente que hace recordar el conocido de Fray Luis de León:

  —293→  

Desplegadas al viento las banderas
suave y blandamente tremolando.


Canto II                


Véase como describe la ruda actividad de uno de los pobladores de Arauco:


Al son horrible de la ronca trompa
su gente el crudo bárbaro recoge,
con menos brío orgullo, fausto y pompa
manda que aquella noche allí se aloje;
mas antes que la luz del alba rompa
ni el bélico español lo desaloje,
a Puren a gran priesa se retira,
impaciente, furioso, ardiendo en ira.


Canto VI                



   El duro y corvo cuerno al punto arrima
el furibundo bárbaro a la boca:
en la infernal caverna y honda cima
retumba el trepidante son que toca,
poniendo gran terror, espanto y grima,
en la región ardiente a do revoca,
a cuyo ronco y bélico ruïdo
acudía todo el bando fementido.


Canto XI                


Como se nota, es muy fácil percibir en las dos estrofas anteriores la energía del araucano, su falta de cultura y su entusiasmo guerrero.

En contraposición, señalamos ahora el terror y sobresalto de que iban poseídos los españoles, temiendo una emboscada:


Cual suele andar huyendo el delincuente
de la justicia a sombra de tejados,
y a cualquiera rumor a voz que siente
de temor vuelve y mira a todos lados:
así va de ese modo nuestra gente
la vista pronta y cuellos levantados,
a cualquiera ruido que se ofrece
que es el bravo enemigo le parece.


Canto VII                


Oña comenzaba sus cantos por reflexiones filosóficas, y Álvarez de Toledo, imitándolo, da también principio a los suyos con consideraciones acerca de la religión o la milicia; ambos dejan traslucir   —294→   que el Virgilio ha sido su lectura favorita. El asalto de Chillán por los indios hace recordar en el Puren algunos de los rasgos de la toma de Troya; y el mismo Álvarez trae cierta referencia a este respecto. A continuación apuntamos los mejores pasajes del episodio:



No fue asaltada así tan de repente
ni con tanto furor acometida,
la troyana infortunada gente
de la que en el caballo entró metida,
como la muestra fue furiosamente
de la soberbia bárbara atrevida,
ni tan gran sobresalto y alboroto
jamás se vio del norte al seco noto.
   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Las temerosas vírgenes y dueñas
como se ven así desamparadas,
saltan cual corzas tímidas las breñas
del gran temor y estrépito alentadas;
y las madejas de oro o rubias greñas
al amoroso céfiro entregadas,
de las purpúreas plantas de alabastro
sangriento queda el abreviado rastro.

   El manto noctival adelgazaba
por el híspero claro del oriente,
y el lucero y vehículo llegaba
las ruedas volteando al occidente,
cuando la trompa bélica tocaba
a recoger el bárbaro su gente,
que quiere retirarse antes que el día
encubriese la poca que tenía.

   Por aquí, por allí, por la otra parte
cargada gente pérfida parece
con los despojos, presa, o con la parte
que su ventura a cada cual lo ofrece:
quien paños, seda, plata, oro, reparte
que cosa alguna de éstas no apetece,
por tener una, dos o tres doncellas
más hermosas que el sol y las estrellas.
   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

   Los astros, globos, signos y planetas
la tierra, viento, fuego, el firmamento,
truenos, rayos, relámpagos, cometas
hicieron del conflicto sentimiento:
las procelosas nubes, antes quietas,
con gran revolución hacen lamento
rasgándose con pena, tristes braman
y en abundancia lágrimas derraman.


Canto XVI                


  —295→  

Hablando del talento descriptivo del poeta andaluz es indispensable fijarse que en sus batallas, engolfándose en detalles y hazañas de cada soldado en particular, olvida completamente el conjunto y no se preocupa en lo menor de los movimientos generales que dan grandiosidad a la acción y producen nuestro interés, preocupados de la suerte de los ejércitos y no de la de los personajes que no nos han sido presentados antes y que ni siquiera de nombre conocemos. Esto ha acarreado uno de los más serios defectos que afean el libro de Álvarez de Toledo, cual es el de esas interminables enumeraciones de nombres propios que destruyen la armonía, que no constituyen ni siquiera una versificación, y que hacen sin remedio abandonar su lectura. Muchas serían las estrofas que pudiésemos señalar compuestas bajo esta norma y que a veces el autor hace seguir de otra y otra; pero, en obsequio a los que nos acompañan en esta excursión de crítica literaria, nos limitaremos a la siguiente curiosísima octava:


Montero, Montes, Montanés, Montejo
Calva, Calvo, Calvete y Moncalvillo
Ovalle, Valle, Valladar, Vallejo
Castillo, Castellanos y Costillo
Lancha, Losada, Mármol, Marmolejo,
Laso, Luengo, Delgado, Delgadillo,
Barros, Barroso, Barrial, Barrera,
Barrenan cuerpos y echan almas fuera.


Canto XXIV                


Hay otras compuestas únicamente de verbos y sustantivos que lejos de reforzar la idea capital, sólo deslustran el verso y muestran redundancias de la peor especie:


Al bárbaro escuadrón bravo atropella
y cual hambriento tigre despedaza,
derriba, mata, hiende, pisa, huella,
castiga, daña, espanta y amenaza:
parte, corta, machuca, abre, degüella,
atormenta, deshace y hace plaza,
esparce, siembra, estrella y arrebata
asuela, descoyunta y desbarata.


Canto VI                


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Otras veces, entreteniéndose con los juegos de palabras, ha deseado pasarla de ingenioso; y así ha dicho:


Pues antes que éste tiempo vuele y pase
volemos y pasémonos con tiempo,
que el buen tiempo es razón se mida y tase
para que no nos falte después tiempo:
porque si el tiempo a tiempo nos faltase
y nos queremos ir después sin tiempo
nos dará un temporal de tiempo incierto
que no deje tomar con tiempo el puerto.


Canto VIII                


A este respecto, manifiesta el señor don G. V. Amunátegui, en su trabajo citado, «que este empleo de adornos inadmisibles, estas fastidiosas enumeraciones, indican ostentación y miseria intelectual, pretensiones literarias y carencia de títulos en que apoyarlas». Pero si hemos de estarnos a lo que Álvarez de Toledo nos anuncia, estas pretensiones son bien limitadas, pues él mismo reconoce que su estilo no es elevado sino humilde, sus cantos no los de la epopeya sino simplemente los que le parecieron convenir al asunto que trataba:


. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Y el estilo tan pobre, humilde y basto;
   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Aunque de la elegancia tan escaso.
   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
En canto llano canto y bajo tono.


Tales son las declaraciones que respecto de la forma externa de su obra ha consignado en sus versos; mas, ellas lo arrastran a veces tan lejos, que no sólo la poesía pero aún la prosa más vulgar, excluiría la bajeza del estilo y las comparaciones de que se sirve. Son notables bajo este triste aspecto las estrofas con que da principio a su canto IV, en que hablando de la conformidad que debe haber entre las palabras del predicador y sus obras, comparas aquél con el cedazo que echa la harina y se guarda el afrecho; y hablando de un escuadrón de indios, dice que se colocaron como los vaqueros que


Cuando quieren juntar todas las vacas,
así les daban voces y matracas.

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Como versificador pudiera mirarse a Álvarez de Toledo como superior a Oña, si no fuera que sus expresiones no tienen esa sonoridad que debía corresponder a su entonación; a que es habitual en él la consonancia de una palabra consigo misma o sus compuestos; y por último, a la común carencia que en sus versos se nota de los principales acentos rítmicos. Su trabajo, por consiguiente, está muy distante de ser acabado bajo tal concepto.

Una circunstancia singular tratándose de un poeta, cuya imaginación los arrastra siempre a regiones más bellas que la realidad, por lo mismo que son ideales, que contribuye por mucho a la aridez de sus cantos, interminables relaciones de guerras y combates, es el voto que formulé en estos términos:


Pues tengo en el principio prometido
de no contar hazañas de Cupido:


voto tanto más extraño cuanto que los asuntos se le ofrecían naturalmente a su pluma, como los dos versos señalados muy claro lo dejan entender. Todos sabemos cuánto placer no proporciona al alma fatigada con ver siempre ante sus ojos, maldades, muertes y odios, pinturas en que la pasión reemplace el modo ordinario de ser, y en que por un momento dejemos la prosa diaria de la vida para recrearnos con escenas que sólo a los poetas les es dado diseñar. Un paisaje siempre igual, por muy bello que sea, forzosamente con la frecuencia de verlo nos hace olvidar los encantos de la primera aparición y hasta pierde mucho del mérito que tendría mirado junto a otros de diverso género. La tétrica hermosura de los cuadros guerreros estaría, pues, muy bien al lado de la risueña fisonomía de los amores. Oña, que puede decirse vivió encerrado, sin más horizonte que el cielo de su cuarto y sin más práctica que el comercio de una vida sin aventuras, manifestó, por su propio estudio, ser un maestro en el arte, y sus amores de Fresia y Caupolicán no es lo que menos contribuye al realce del Arauco domado. ¿Cómo Álvarez de Toledo que tuvo a su disposición, más y más variados elementos para dedicarse al asunto,   —298→   que se manifiesta imitador de aquél, enmudeció completamente? Cuatro únicos versos es todo lo que el curioso lector puede hallar como extraviados en aquella enorme suma del Puren Indómito, que dicen así:


Que adonde halla entrada el niño ciego
otro cualquier calor presto lo entibia,
que a donde está este pérfido encerrado
no quiere dar lugar a más cuidado.


¿Misterio?... ¡Simple aberración!





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