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ArribaAbajoCanto XI

Acábanse las fiestas y diferencias, y caminando Lautaro sobre la ciudad de Santiago, antes de llegar a ella hace un fuerte, en el cual metido, vienen los españoles sobre él, donde tuvieron una recia batalla.



   Cuando los corazones nunca usados
a dar señal y muestra de flaqueza
se ven en lugar público afrentados,
entonces manifiestan su grandeza,
fortalecen los miembros fatigados,  5
despiden el cansancio y la torpeza,
y salen fácilmente con las cosas
que eran antes, Señor, dificultosas.
   Así le avino a Rengo, que, en cayendo,
tanto esfuerzo le puso el corrimiento,  10
que, lleno de furor y en ira ardiendo,
se le dobló la fuerza y el aliento:
y al enemigo fuerte, no pudiendo
ganarle antes un paso, agora ciento
alzado de la tierra lo llevaba,  15
que aun afirmar los pies no le dejaba.
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   Adelante la cólera pasara
y hubiera alguna brega en aquel llano,
si, receloso de esto, no bajara
presto de arriba el hijo de Pillano,  20
que de Caupolicán traía la vara,
y él propio los aparta de su mano:
que no fue poco, en tanto encendimiento
tenerle este respeto y miramiento.
   Siendo desta manera sin ruïdo  25
despartida la lucha ya enconada,
le fue a Rengo su honor restituïdo,
mas quedó sin derecho a la celada:
aún no estaba del todo difinido,
ni la plaza de gente despejada,  30
cuando el mozo Orompello dijo presto:
Mi vez ahora me toca, mío es el puesto.
   Que bramando entre sí se deshacía
esperando aquel tiempo deseado,
viendo que Leucotón ya mantenía,  35
del tiro de la lanza no olvidado:
con gran desenvoltura y gallardía
salta el palenque y entra el estacado,
y en medio de la plaza, como digo,
llamaba cuerpo a cuerpo al enemigo.  40
   La trápala y murmurio en el momento
creció, porque parando el pueblo en ello,
conoce por allí cuán descontento
del fuerte Leucotón está Orompello:
témese que vendrán a rompimiento,  45
mas nadie se atraviesa a defendello,
antes la plaza libre les dejaron
y los vacíos lugares ocuparon.
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   El pueblo, de la lucha deseoso,
la más parte a Orompello se inclinaba;  50
mira los bellos miembros y el airoso
cuerpo que a la sazón se desnudaba,
la gracia, el pelo crespo y el hermoso
rostro, donde su poca edad mostraba,
que veinte años cumplidos no tenía,  55
y a Leucotón a fuerzas desafía.
   Juzgan ser desconformes los presentes
las fuerzas de estos dos por la aparencia;
viendo del uno el talle y los valientes
niervos, edad perfeta y experiencia;  60
y del otro los miembros diferentes,
la tierna edad y grata adolecencia;
aunque a tal opinión contradecía
la muestra de Orompello y osadía:
   que, puesto en su lugar, ufano espera  65
el son de la trompeta, como cuando
el fogoso caballo en la carrera
la seña del partir está aguardando;
y cual halcón, que en la húmida ribera
ve la garza de lejos blanqueando,  70
que se alegra y se pule ya lozano,
y está para arrojarse de la mano.
   El gallardo Orompello así esperaba
aquel alegre son para moverse,
que, de ver la tardanza, imaginaba  75
que habían impedimentos de ofrecerse.
Visto que tanto ya se dilataba,
queriendo a su sabor satisfacerse,
derecho a Leucotón sale animoso,
que no fue en recebirle perezoso.  80
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   En gran silencio vuelto el rumor vano,
quedando mudos todos los presentes,
en medio de la plaza, mano a mano,
salen a se probar los dos valientes.
Como cuando el lebrel y fiero alano,  85
mostrándose con ronco son los dientes,
yertos los cerros y ojos encendidos,
se vienen a morder embravecidos;
   de tal modo los dos amordazados,
sin esperar trompeta ni padrino,  90
de coraje y rencor estimulados,
de medio a medio parten el camino,
y en un instante iguales, aferrados,
con extremada fuerza y diestro tino
se ciñeron los brazos poderosos,  95
echándose a los pies lazos ñudosos.
   Las desconformes fuerzas, aunque iguales,
los lleva, arroja y vuelve a todos lados,
viéranlos sin mudarse a veces tales
que parecen en tierra estar clavados:  100
donde ponen los pies, dejan señales,
cavan el duro suelo, y apretados,
juntándose rodillas con rodillas,
hacen crugir los huesos y costillas.
   Cada cual del valor, destreza y maña  105
usaba que en tal tiempo usar podía,
viendo el duro tesón y fuerza extraña
que en su recio adversario conocía:
revuélvense los dos por la campaña,
sin conocerse en nadie mejoría;  110
pero tanto de acá y de allá anduvieron
que ambos juntos a un tiempo en tierra dieron.
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   Fue tan presto el caer, y en el momento
tan presto el levantarse, por manera,
que se puede decir que el más atento,  115
a mover la pestaña, no lo viera:
ventaja ni señal de vencimiento
juzgarse por entonces no pudiera,
que Leucotón arrodilló en el llano
y Orompello tocó sola una mano.  120
   En esto los padrinos se metieron,
y a cada lado el suyo retirando,
en disputa la lucha resumieron,
sus puntos y razones alegando:
de entrambas partes gentes acudieron,  125
la porfía y rumor multiplicando;
quién daba al uno el precio, honor y gloria;
quién cantaba del otro la vitoria.
   Tucapelo, que estaba en un asiento
a la diestra del hijo de Pillano,  130
visto lo que pasaba, en el momento
salta en la plaza, la ferrada en mano;
y con aquel usado atrevimiento
dice: «El precio ganó mi primo hermano,
y si alguno esta causa me defiende,  135
harele yo entender que no lo entiende:
    «La joya es de Orompello, y quien bastante
se halle a reprobar el voto mío,
en campo estamos, hágase adelante,
que en suma le desmiento y desafío.»  140
Leucotón con un término arrogante
dice: «Yo amansaré tu loco brío
y el vano orgullo y necio devaneo,
que mucho tiempo ha ya que lo deseo.»
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   «Conmigo lo has de haber, que comenzado  145
juego tenemos ya», dijo Orompello.
Responde Leucotón fiero y airado:
«Contigo y con tu primo quiero habello.»
Caupolicán en esto era llegado,
que del supremo asiento, viendo aquello,  150
había bajado a la sazón confuso,
y allí su autoridad toda interpuso.
   Leucotón y Orompello, conociendo
que el gran Caupolicán allí venía,
las enconosas voces reprimiendo  155
cada cual por su parte se desvía:
mas Tucapel, la maza revolviendo,
que otro acuerdo y concierto no quería,
lleno de ira diabólica, no calla,
llamando a todo el mundo a la batalla.  160
   Ruego y medios con él no valen nada
del hijo de Leocán ni de otra gente,
diciendo que a Orompello la celada
le den por vencedor y más valiente:
después, que en plaza franca y estacada  165
con Leucotón le dejen libremente,
donde aquella disputa se decida,
perdiendo de los dos uno la vida.
   Puesto Caupolicán en este aprieto,
lleno de rabia y de furor movido,  170
le dice: «Haré que guardes el respeto
que a mi persona y cargo le es debido.»
Tucapel le responde: «Yo prometo
que por temor no baje del partido;
y aquel que en lo que digo no viniere,  175
haga a su voluntad lo que pudiere.
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   «Guardarete respeto, si derecho
en lo que justo pido me guardares,
y mientras que con recto y sano pecho
la causa sin pasión de esto mirares:  180
mas si, contra razón, sólo de hecho,
torciendo la justicia lo llevares,
por ti y tu cargo, y todo el mundo junto,
no perderé de mi derecho un punto.»
   Caupolicán, perdida la paciencia,  185
se mueve a Tucapel determinado;
mas Colocolo, viejo de experiencia,
que con temor le andaba siempre al lado,
le hizo una acatada resistencia
diciendo: «¿Estás, señor, tan olvidado  190
de ti y tu autoridad y salud nuestra
que lo pongas en sólo alzar la diestra?
   «Mira, señor, que todo se aventura:
mira que están los más ya diferentes:
de Tucapel conoces la locura  195
y la fuerza que tiene de parientes;
lo que emendarse puede con cordura
no lo emiendes con sangre de inocentes:
dale a Orompello el contendido precio,
y otro al competidor de igual aprecio.  200
   »Si por rigor y término sangriento
quieres poner en riesgo lo que queda,
puesto que sobre fijo fundamento
Fortuna a tu sabor mueva la rueda,
y el juvenil furor y atrevimiento  205
castigar a tu salvo te conceda,
queda tu fuerza más disminuida,
y al fin tu autoridad menos temida.
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   »Pierdes dos hombres, pierdes dos espadas
que el límite araucano han extendido,  210
y en las fieras naciones apartadas
hacen que sea tu nombre tan temido:
si agora han sido aquí desacatada,
mira lo que otras veces han servido
en trances peligrosos, derramando  215
la sangre propia y del contrario bando.»
   Imprimieron así en Caupolicano
las razones y celo de aquel viejo,
que, frenando el furor, dijo: «En tu mano
lo dejo todo y tomo ese consejo».  220
Con tal resolución, el sabio anciano,
viendo abierto camino y aparejo,
habló con Leucotón que vino en todo,
y a los primos después del mismo modo.
   Y así el viejo eficaz los persuadiera,  225
que en tal discordia y caso tan diviso,
lo que el mundo universo no pudiera
pudo su discreción y buen aviso:
fuelos, pues, reduciendo de manera
que vinieron a todo lo que quiso;  230
pero con condición que la celada
por precio al Orompello fuese dada.
   Pues la rica celada allí traída
al ufano Orompello le fue puesta;
y una cuera de malla guarnecida  235
de fino oro a la par vino con ésta,
y al mismo tiempo a Leucotón vestida.
Todos conformes, en alegre fiesta
a las copiosas mesas se sentaron,
donde más la amistad confederaron.  240
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   Acabado el comer, lo que del día
les quedaba, las mesas levantadas,
se pasó en regocijo y alegría,
tegiendo en corros danzas siempre usadas,
donde un número grande intervenía  245
de mozos y mujeres festejadas;
que las pruebas cesaron y ocasiones
atento a no mover nuevas cuestiones.
   Cuando la noche el horizonte cierra,
y con la negra sombra el mundo abraza,  250
los principales hombres de la tierra
se juntaron en una antigua plaza
a tratar de las cosas de la guerra,
y en el discurso dellas dar la traza,
diciendo que el subsidio padecido  255
había de ser con sangre redemido.
   Salieron con que al hijo de Pillano
se cometiese el cargo deseado,
y el número de gente por su mano
fuese absolutamente señalado:  260
tal era la opinión del araucano
y tal crédito y fama había alcanzado,
que si asolar el cielo prometiera
crédito a la promesa se le diera.
   Y entre la gente joven más granada  265
fueron por él quinientos escogidos,
mozos gallardos, de la vida airada,
por más bravos que pláticos tenidos:
y hubo de otros por ir esta jornada
tantos ruegos, protestos y partidos,  270
que excusa no bastó ni impedimento
a no exceder la copia en otros ciento.
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   Los que Lautaro escoge son soldados
amigos de inquietud, facinerosos,
en el duro trabajo ejercitados,  275
perversos, disolutos, sediciosos,
a cualquiera maldad determinados,
de presas y ganancias codiciosos,
homicidas, sangrientos, temerarios,
ladrones, bandoleros y cosarios.  280
   Con esta buena gente caminaba
hasta Maule de paz atravesando,
y las tierras, después, por do pasaba
iba a fuego y a sangre sujetando:
todo sin resistir se le allanaba,  285
poniéndose debajo de su mando;
los caciques le ofrecen francamente
servicio, armas, comida, ropa y gente.
   Así que por los pueblos y ciudades
la comarca los bárbaros destruyen.  290
Talan comidas, casas y heredades,
que los indios de miedo al pueblo huyen:
estupros, adulterios y maldades
por violencia sin término concluyen,
no reservando edad, estado y tierra,  295
que a todo riesgo y trance era la guerra.
   No paran, con la gana que tenían
de venir con los nuestros a la prueba,
los indios comarcanos que huían
llevan a la ciudad la triste nueva:  300
rumores y alborotos se movían,
el bélico bullicio se renueva,
aunque algunos que el caso contemplaban
a tales nuevas crédito no daban.
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   Dicen que era locura claramente  305
pensar que así una escuadra desmandada
de tan pequeño número de gente
se atreviese a emprender esta jornada,
y más contra ciudad tan eminente,
y lejos de su tierra y apartada;  310
pero los que de Penco habían salido
tienen por más el daño que el ruïdo.
   Votos hay que saliesen al camino,
éstos son de los jóvenes briosos;
otros que era imprudencia y desatino,  315
por los pasos y sitios peligrosos:
a todo con presteza se previno,
que de grandes reparos ingeniosos
el pueblo fortalecen, y en un punto
despachan corredores todo junto;  320
   debajo de un caudillo diligente,
que verdadera relación trujese
del número y designio de la gente;
con comisión, si lance le saliese
a su honor y defensa conveniente,  325
que al bárbaro escuadrón acometiese,
volviendo a rienda suelta dos soldados
para que dello fuesen avisados.
   Por no haber caso en esto señalado,
abrevio con decir que se partieron,  330
y al cuarto día con ánimo esforzado,
sobre el campo enemigo amanecieron:
trabose el juego y no duró trabado,
que los bárbaros luego les rompieron;
y todos con cuidado y pies ligeros  335
revolvieron a ser los mensajeros.
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   Sin aliento, cansados y afligidos
vuelven con testimonio asaz bastante,
de cómo fueron rotos y vencidos
por la fuerza del bárbaro pujante,  340
lasos, llenos de sangre, mal heridos,
con pérdida de un hombre, el cual delante
y en medio de los campos desmandado,
a manos de Lautaro había espirado.
   Cuentan que levantado un muro había  345
adonde con sus bárbaros se acoge,
y que infinita gente le acudía,
de la cual la más diestra y fuerte escoge:
también que bastimentos cada día
y cantidad de munición recoge,  350
afirmando por cierto, fuera desto,
que sobre la ciudad llegará presto.
   Quien incrédulo dello antes estaba,
teniendo allí el venir por desvarío,
a tan clara señal crédito daba,  355
helándole la sangre un miedo frío:
Quién de pura congoja trasudaba,
que de Lautaro ya conoce el brío;
quién con ardiente y animoso pecho
bramaba por venir más presto al hecho.  360
   Villagrán enfermado acaso había,
no puede a la sazón seguir la guerra,
mas con ruegos y dádivas movía
la gente más gallarda de la tierra:
y por caudillo en su lugar ponía  365
un caro primo suyo, en quien se encierra
todo lo que conviene a buen soldado,
Pedro de Villagrán era llamado.
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   Éste, sin más tardar, tomó el camino
en demanda del bárbaro Lautaro,  370
y el cargo que tan loco desatino
como es venir allí le cueste caro:
diose tal prisa a andar que presto vino
a la corva ribera del río claro,
que vuelve atrás en círculo gran trecho;  375
después hasta la mar corre derecho.
   Media legua pequeña elige un puesto,
de donde estaba el bárbaro alojado,
en el lugar mejor y más dispuesto,
y allí por ver la noche ha reparado:  380
estaba a cualquier trance y rumor presto,
de guardia y centinelas rodeado,
cuando, sin entender la cosa cierta,
gritaban: «¡Arma!, ¡arma!; ¡alerta!, ¡alerta!»
   Esto fue que Lautaro había sabido  385
como allí nuestra gente era llegada,
que después de la haber reconocido
por su misma persona y numerada,
volviose sin de nadie ser sentido;
y mostrando estimarlo todo en nada,  390
hizo de los caballos que tenía
soltar el de más furia y lozanía.
   Diciendo en alta voz: «Si no me engaño,
no deben de saber que soy Lautaro
de quien han recibido tanto daño,  395
daño que no tendrá jamás reparo:
mas, porque no me tengan por extraño,
y el ser yo aquí venido sea más claro,
sabiendo con quien vienen a la prueba,
quiero que este rocín lleve la nueva.»  400
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   Diez caballos, Señor, había ganado
en la refriega y última revuelta:
el mejor ensillado y enfrenado,
porque diese el aviso cierto, suelta:
siendo el feroz caballo amenazado,  405
hacia el campo español toma la vuelta
al rastro y al olor de los caballos,
y ésta fue la ocasión de alborotallos.
   Venía con un rumor y furia tanta,
que dio más fuerza al arma y mayor fuego;  410
la gente recatada se levanta
con sobresalto y gran desasosiego:
el escándalo tanto no fue cuanta
era después la burla, risa y juego,
de ver que un animal de tal manera  415
en arma y alboroto los pusiera.
   Pasaron sin dormir la noche en esto,
hasta el nuevo apuntar de la mañana,
que, con ánimo y firme presupuesto
de vencer o morir de buena gana,  420
salen del sitio y alojado puesto
contra la gente bárbara araucana;
que no menos estaba acodiciada
del venir al efeto de la espada.
   Un edicto Lautaro puesto había  425
que quien fuera del muro un paso diese,
como por crimen grave y rebeldía,
sin otra información luego muriese:
así, el temor frenando a la osadía,
por más que la ocasión la conmoviese  430
las riendas no rompió de la obediencia
ni el ímpetu pasó de su licencia.
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   Del muro estaba el bárbaro cubierto,
no dejando salir soldado fuera;
quiere que su partido sea más cierto,  435
encerrando a los nuestros, de manera
que no les aproveche en campo abierto
de ligeros caballos la carrera,
mas sólo ánimo, esfuerzo y entereza,
y la virtud del brazo y fortaleza.  440
   Era el orden así, que acometiendo
la plaza, al tiempo del herir volviesen
las espaldas los bárbaros huyendo,
porque dentro los nuestros se metiesen:
y algunos por de fuera revolviendo,  445
antes que los cristianos se advirtiesen,
ocuparles las puertas del cercado,
y combatir allí a campo cerrado.
   Con tal ardid los indios aguardaban
a la gente española que venía;  450
y en viéndola asomar, la saludaban
alzando una terrible vocería:
soberbios desde allí la amenazaban
con audacia, desprecio y bizarría,
quién la fornida pica blandeando,  455
quién la maza ferrada levantando.
   Como toros que van a ser lidiados,
cuando aquellos que cerca los desean,
con silbos y rumor de los tablados,
seguros del peligro, los torean,  460
y en su daño los hierros amolados
sin miedo amenazándolos blandean;
así la gente bárbara araucana
del muro amenazaba a la cristiana.
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   Los españoles, siempre con semblante  465
de parecerles poca aquella caza,
paso a paso caminan adelante,
pensando de allanar la fuerte plaza,
en alta voz diciendo: «No es bastante
el muro, ni la pica y dura maza  470
a estorbaros la muerte merecida
por la gran desvergüenza cometida».
   Llegados de la fuerza poco trecho,
reconocida bien por cada parte,
pónenle el rostro, y sin torcer, derecho  475
asaltan el fosado baluarte:
por acabado tienen aquel hecho:
de los bárbaros huye la más parte,
ganan las puertas francas con gran gloria;
cantando en altas voces la vitoria.  480
    No hubiera relación deste contento,
si los primeros indios aguardaran
tanto espacio y sazón cuanto un momento
que las puertas los últimos tomaran:
mas viéndolos entrar, sin sufrimiento,  485
ni poderse abstener, luego reparan:
haciendo la señal que no debían,
hicieron revolver los que huían.
   Como corre el caballo cuando ha olido
las yeguas que atrás quedan y querencia,  490
que allí el intento inclina y el sentido,
gime y relincha con celosa ausencia,
afloja el curso, atrás tiende el oído,
alerto a si el señor le da licencia,
que a dar la vuelta aún no le ha señalado,  495
cuando sobre los pies ha volteado;
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   de aquel modo los bárbaros huyendo,
con muestra de temor, aunque fingida,
firman el paso presuroso oyendo
la alegre y cierta seña conocida:  500
y en contra de los nuestros esgrimiendo
la cruda espada, al parecer rendida,
vuelven con una furia tan terrible
que el suelo retembló del son horrible.
   Como por sesgo mar del manso viento  505
siguen las graves olas el camino
y con furioso y recio movimiento
salta el contrario Coro repentino,
que las arenas del profundo asiento
las saca arriba en turbio remolino,  510
y, las hinchadas olas revolviendo,
al tempestuoso Coro van siguiendo;
   de la misma manera a nuestra gente,
que el alcance sin término seguía,
la súbita mudanza de repente  515
le turbó la vitoria y alegría:
que, sin se reparar, violentamente
por el mismo camino revolvía,
resistiendo con ánimo esforzado
el número de gente aventajado.  520
   Mas como un caudaloso río de fama,
la presa y palizada desatando,
por inculto camino se derrama,
los arraigados troncos arrancando;
cuando con desfrenado curso brama,  525
cuanto topa delante arrebatando,
y los duros peñascos enterrados
por las furiosas aguas son llevados;
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   con ímpetu y violencia semejante
los indios a los nuestros arrancaron,  530
y, sin pararles cosa por delante,
en furiosa corriente los llevaron:
hasta que con veloz furor pujante
de la cerrada plaza los lanzaron,
que el miedo de perder allí la vida  535
les hizo el paso llano a la salida.
   De más priesa y con pies más desenvueltos
los sueltos españoles que a la entrada,
en una polvorosa nube envueltos
salen del cerco estrecho y palizada:  540
entre ellos van los bárbaros revueltos,
una gente con otra amontonada,
que sin perder un punto se herían
de manos y de pies como podían.
   No el alzado antepecho y agujeros  545
que fuera dél en torno había cavados,
ni la fagina y suma de maderos
con los fuertes bejucos amarrados,
detuvieron el curso a los ligeros
caballos, de los hierros hostigados;  550
que, como si volaran por el viento,
salieron a lo llano en salvamento.
   Los españoles sin parar corriendo
libre la plaza a los contrarios dejan,
que la fortuna próspera siguiendo  555
con prestos pies y manos los aquejan:
pero los nuestros, el morir temiendo,
siempre alargan el paso y más se alejan,
deteniendo a las veces flojamente
la gran furia y pujanza de la gente.  560
—227→
   Bien una legua larga habían corrido
a toda furia por la seca arena;
sólo Lautaro no los ha seguido,
lleno de enojo y de rabiosa pena:
viendo el poco sostén del mal regido  565
campo, tan recio el rico cuerno suena,
que los más delanteros los sintieron,
y al son, sin más correr, se retrujeron.
   Estaba así impaciente y enojado,
que mirarle a la cara nadie osaba,  570
y al pabellón él solo retirado
un nuevo edicto publicar mandaba,
que guerrero ninguno fuese osado
salir un paso fuera de la cava,
aunque los españoles revolviesen  575
y mil veces el fuerte acometiesen.
   Después llamando a junta a los soldados,
aunque ardiendo en furor, templadamente
les dice: «Amigos, vamos engañados
si con tan poco número de gente  580
pensamos allanar los levantados
muros de una ciudad así eminente:
la industria tiene aquí más fuerza y parte
que la temeridad del fiero Marte.
   »Ésta los fieros ánimos reprime,  585
y a los flacos y débiles esfuerza:
las cervices indómitas oprime
y las hace domésticas por fuerza:
ésta el honor y pérdidas redime,
y la sazón a usar della nos fuerza;  590
que la industria solícita y fortuna
tienen conformidad y andan a una.
—228→
   »Cumple partir de aquí, muestras haciendo
que sólo de temor nos retiramos,
y asegurar los españoles, viendo  595
cómo el honor y campo les dejamos;
que después a su tiempo revolviendo
haremos lo que así dificultamos,
teniendo ellos el llano, y por guarida
vecina la ciudad fortalecida.»  600
   El hijo de Pillán esto decía,
cuando asomaba el bando castellano,
que con esfuerzo nuevo y osadía
quiere probar segunda vez la mano.
Fue tanto el alborozo y alegría  605
de los bárbaros viendo por el llano
aparecer los nuestros, que al momento
gritan y baten palmas de contento.
   En esto los cristianos acercando
poco a poco se van a la batalla,  610
y al justo tiempo del partir llegando,
dejan irse a la bárbara canalla:
que uno la maza en alto, otro bajando
la pica, el cuerpo exento en la muralla,
con animoso esfuerzo se mostraban,  615
y al ejercicio bélico incitaban.
   Unos acuden a las anchas puertas
y comienzan allí el combate duro;
de escudos las cabezas bien cubiertas
se llegan otros al guardado muro;  620
otros buscan por partes descubiertas
la subida y el paso más seguro:
hinche el bando español la cava honda,
y el araucano el muro a la redonda.
—229→
   Pero el pueblo español con osadía,  625
cubierto de fortísimos escudos,
la lluvia de los tiros resistía
y los botes de lanzas muy agudos.
Era tanta la grita y armonía,
y el espeso batir de golpes crudos,  630
que Maule el raudo curso refrenaba
confuso al son que en torno rimbombaba.
   Por las puertas y frente y por los lados
el muro se combate y se defiende;
allí corren con priesa amontonados  635
adonde más peligro haber se entiende:
allí con prestos golpes esforzados
a su enemigo cada cual ofende
con furia tan terrible y fuerza dura
que poco importa escudo ni armadura.  640
   Los nuestros hacia atrás se retrujeron,
de los tiros y golpes impelidos,
tres veces, y otras tantas revolvieron
de vergonzosa cólera movidos:
gran pieza a la fortuna resistieron;  645
mas ya todos andaban mal heridos,
flacos, sin fuerza, lasos, desangrados,
y de sangre los hierros colorados.
   El coraje y la cólera es de suerte,
que va en aumento el daño y la crueza;  650
hallan los españoles siempre el fuerte
más fuerte y en los golpes más dureza:
sin temor acometen de la muerte;
pero poco aprovecha esta braveza,
que el que menos herido y flaco andaba  655
por seis partes la sangre derramaba.
—230→
   Hasta la gente bárbara se espanta
de ver lo que los nuestros han sufrido
de espesos golpes, flecha y piedra tanta,
que sin cesar sobre ellos ha llovido,  660
y cuán determinados y con cuánta
furia tres veces han acometido;
desto los enemigos impacientes
apretaban los puños y los dientes.
   Y como tempestad que jamás cesa,  665
antes que va en furioso crecimiento,
cuando la congelada piedra espesa
hiere los techos y se esfuerza el viento:
así los duros bárbaros, apriesa,
movidos de vergüenza y corrimiento,  670
con lanzas, dardos, piedras arrojadas,
baten dargas, rodelas y celadas.
   Los cansados cristianos, no pudiendo
sufrir el gran trabajo incomportable,
se van forzosamente retrayendo  675
del vano intento y plaza inexpugnable;
y el destrozado campo recogiendo,
vista su suerte y hado miserable,
por el mesmo camino que vinieron,
aunque con menos furia, se volvieron.  680
   Aquella noche al pie de una montaña
vinieron a tener su alojamiento,
segura de enemigos la campaña,
que ninguno salió en su seguimiento.
Decir prometo la cautela extraña  685
de Lautaro después, que ahora me siento
flaco, cansado, ronco; y entretanto
esforzaré la voz al nuevo canto.