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341-primera línea del sumario:

Halla Tegualda el cuerpo del marido, y haciendo un llanto sobre él, le lleva a su tierra.


Parece que, en lugar del artículo del, debiera haberse empleado de su, para dar la precisión que requiere en este caso el contexto de la oración.

Hacer un llanto es frase que se halla en Cervantes (Don Quijote, I, 236, y IV, 83): «[...] el cual, viéndose sin él, comenzó a hacer el más triste y doloroso llanto del mundo [...]». «[...] le sacamos medio ahogado y sin sentido; de que recibió tanta pena Zoraida, que, como si fuera ya muerto, hacía sobre él un tierno y doloroso llanto».



342-2-3, 4:


Judic, Camila, la fenisa Dido,
a quien Virgilio injustamente infama [...]


Y más adelante, volviendo sobre el mismo concepto, base de toda la relación de su episodio:


Pues en la Eneida de Marón vería
que, del amor libídino encendida,
siguiendo el torpe fin de su deseo,
rompió la fe y promesa a su Siqueo.


Expresiones que Cervantes, tratando del mismo asunto, resumió así:


Ni menos la que tiene diferente
fama de la entereza, y el trofeo
con que su honestidad guardó excelente.
Digo que aquella que lloró a Siqueo,
del mantuano Títiro notada
del vano antojo y no cabal deseo.


Galatea, lib. IV, p. 134.                


Laso de la Vega en su Cortés valeroso (hoja 135):


Yo que a la casta Dido satisfago
del Marón en su Eneida artificiosa.


Judic, en vez de Judit, la heroína bíblica de Betulia.



344-2-3:


En la cual lo deshecho rehecimos [...]


  —349→  

En más de una ocasión apareció en algunas ediciones del poema, según podrá verse en las Variantes, la forma verbal de pretérito hecimos por hicimos, y en este que ahora comentamos se conservó, aún en la de 1589-90, la de su compuesto rehecimos, que en tal forma es frecuente encontrar en los escritores de antaño el simple hacer.

«[...] con balsas hecimos una canoa [...]». Núñez Cabeza de Vaca, p. 520, ed. Rivadeneyra.


«[...] Haz penitencia desto que heciste [...]


Hojeda, La Cristiada, hoja 336.                


Juan Baptista de Mesa (Flores de poetas ilustres, p. 61):


Por donde el sol se pone
tus dos soles se vieron
que cuando heciste ausencia se pusieron.


Pero Rodríguez (allí mismo, p. 271):


Y tú heciste del tributo exento
al rey pechero de las cien doncellas.


Cervantes en El amante liberal, Colec. Rivadeneyra, t. I, p. 127: «[...] te ruego que brevemente me digas cómo escapaste de las manos de los cosarios, y cómo veniste a las del judío que te vendió». Y hecimos en muchos pasajes del Don Quijote, como este, por ejemplo (III, 289): «[...] ¿por qué por tantos rodeos dilatas de hacerme venturosa en los fines, como me heciste en los principios?». O ya, vestiéndose por vistiéndose (VII, 245), como también venimos por vinimos: formas que acusan una reminiscencia del latín y que no hallamos en la Gramática de Bello.

En la misma estrofa, y verso de por medio, nos encontramos también con la forma prevenimos, que ya se notó antes.



344-3-3; 346-4-7:


De armas y municiones bastecidos [...]



Con gran chusma y bagaje, bastecida [...]


Y bastecida aparece en las cuatro veces en que esta voz está empleada en el poema.

«La forma simple de bastecer es hoy anticuada, según la Academia, y aunque se halla tal cual vez en autores modernos, no deja de tener sabor arcaico. En el siglo de oro fue más común que abastecer». Cuervo. Inútil sería acumular pruebas de tal aserto.

Pedro de Oña usó alguna vez (Arauco domado, C. XVIII, 473) la forma abastecida, más conforme con su etimología de abasto, que es la que se conserva en Chile como en la Península:


De cables, jarcias, lonas pertrechados,
y de comida en colmo abastecidos [...]




344-3-6:


Raudales y las ciénegas y esteros [...]


Ciénegas en la edición de 1590 que seguimos, pues debemos advertir que en las otras dos ocasiones en que está esa voz en La Araucana (362-4-7, 543-1-4), trae la lección ciénaga, siendo precisamente este último pasaje recordado el que Cuervo (Apuntaciones, p. 493) trae como ejemplo del correcto uso de dicha voz.

En la edición de la Real Academia se puso siempre ciénaga, siguiendo el precepto de su léxico. ¿Debe, por tanto, considerarse errata ciénega?

Es curioso que en Chile se dijera de ambos modos. Pedro de Oña, de las tres veces que echa mano de esa palabra, en dos escribió en tal forma (X, 249, XI, 280):


Se ve una grande ciénega y pantano.



Entrando por la ciénega adelante.


Mendoza Monteagudo, por el contrario, escribió ciénagas:


Frutos probó, aunque raros, comestibles,
y vio de esteros, ciénagas y fuentes
aguas de tan ocultas cualidades
que no se las conocen las verdades.


Guerras de Chile, C. X, p. 227.                


Y así también el P. Ovalle (I, 239): «El sitio de esta ciudad es una isla, que divide de la tierra firme un brazo del mar, el cual crece y mengua y llega hasta la ciénaga de Canapote [...]».



345-2-2; 493-4-5:


De nuestros espiones, que sin duda [...]



Que de cierto espión era avisado [...]


Espión, al parecer aumentativo de espía, si es que tal cosa es admisible, pero que consideramos más bien un italianismo, sobre todo si se advierte que espía era femenino en los tiempos de Ercilla. Es voz, según creemos, de procedencia francesa.

El Diccionario de Autoridades dice que vale lo mismo que espía, y cita este ejemplo, tomado del Bachiller de Ciudad Real, Epístola 75: «Porque sin buenos adalides y espiones fizo entrada en tierra de moros el Adelantado».



345-3-5, 6:


Tanta bandera descogida al viento,
tanto pendón, divisa y estandarte [...]


«Como si dijera aquel gran número de banderas, pendones, etc.; ejemplo notable, dice Bello, Gramática, p. 82, por la énfasis de muchedumbre que va envuelta en el singular de tanto; sin embargo de que ordinariamente la demostración del singular de este adjetivo recae sobre la cantidad continua y la del plural sobre el número».



345-3-7:


Trompas, clarines, voces, apellidos [...]


Tócanos, insistir, a propósito de esta voz apellido, en lo que dijimos en 246-5-6.

«Escapose del Tubanamá lo mejor que pudo, y fuese apellidando su tierra, y también quizás sus vecinos, y con la más gente que pudo allegar vino sobre Juan de Ayora [...]». Las Casas, Hist. de las Indias, t. III, p. 177; y en el mismo tomo, p. 475: «[...] pero el señor y sus capitanes y gente de guerra [...] trabajaron de apellidar toda la tierra y venir sobre ellos [...]».

«[...] y así, todos se redujeron al servicio de Su Majestad y se pusieron en orden de guerra, con intento de la restauración de aquel reino; y éste era el   —350→   apellido que traían [...]». Zarate, Conquista del Perú, p. 527.

«A este tiempo rompían furiosamente en gritos; unos pedían venganza, otros más ambiciosos apellidaban la libertad de la patria [...]». Francisco Manuel de Melo, Historia de los movimientos, separación y guerra de Cataluña.

En Chile el P. Ovalle (II, 54): «Derramábase mucha sangre, porque eran ya muchos los heridos: apellidaban éstos victoria por su parte, y aquéllos hacían lo mesmo por la suya [...]».

«El renegado me lo dijo, y yo respondí que era muy contento; pero él respondió que no convenía, a causa de que si allí los dejaban, apellidarían luego la tierra y alborotarían la ciudad [...]». Don Quijote, IV, 77.

Rodríguez Marín, con la oportunidad y el saber que siempre gasta en sus comentarios, llegando al pasaje citado de Cervantes, trae lo siguiente: «Apellidar, de appellitare latino, es llamar, especialmente en son de guerra. Así dice Fr. Juan de Pineda, por boca de uno de sus interlocutores de su Agricultura Christiana, diálogo XXIV, § XXXV: "[...] a lo de la razón de apelar digo primeramente que tanto vale, gramaticalmente hablando, apelar como llamar o invocar; y de aquí apellidar, que es llamar a los que le puedan dar favor en su necesidad [...]".».



345-5-6:


Al consejo de muchos contravino [...]


Observa Cuervo que contravenir en su significado de oponerse, es anticuado: circunstancia que no ha sido notada en el léxico. Ercilla usó una vez más de ese verbo en tal acepción (596-3-3):


Al errado consejo contravino [...]




346-3-5:


Murmurando el reposo impertinente [...]


Murmurar, verbo neutro, usado como activo, de que se encuentran varios ejemplos en Don Quijote, v. gr.: «compró aquel mono, a quien enseñó que en haciéndole cierta señal, se le subiese en el hombro, y le murmurase, o lo pareciese, al oído».

Véase Román, Dicc. de Chilenismos, t. III, artículo murmurar.



347-3-7:


Arrogante, fantástico, lozano [...]


Fantástico, en su acepción figurada, «significa presuntuoso y entonado y que se desdeña de tratar con otros», según define el Diccionario de Autoridades, que para comprobarlo cita el presente verso y este otro ejemplo: «Cayome en mi propia posada por compañero un don Lucas, mancebo fantástico, melindroso y femenino». Alonso de Salas Barbadillo, Vida de Pedro de Urdemalas, fol. 188.

Ercilla usó en dos ocasiones más de ese adjetivo con el valor ya indicado.



347-5-3:


Que en apiñada muela le cercaban [...]


Y vuelve a usar de la misma voz (431-1-3):


Que en una espesa muela bien cerrados [...]


Muela en estos casos es un símil que está tomado de las piedras de los molinos, que son circulares, y se llaman muelas. Dijo, pues, el poeta que estaban los indios en corro o rueda. Ambrosio de Morales, (citado en el Diccionario de Autoridades) nos ofrece un ejemplo del uso de muela: «Allí, hechos una muela y apeñuscados, pasamos casi toda la noche». Y otro se halla en fray Luis de Granada, Símbolo de la Fe, P. I, C. XVII, § 2: «Las vacas cuando sienten peligro de alguna fiera, hácense todas una muela y encierran dentro della a los becerrillos».

Juan de León en sus Lugares comunes de conceptos, Sevilla, 1595, 4.°, fol. 208 v., copió al pie de la letra esta definición.



347-5-4:


De pieles de animales rodeados [...]


Rodeados, que diríamos hoy envueltos. Sobre esta acepción de rodear, véase lo dicho más atrás (27-3-4).



347-5-6:


Que son más aparentes que esforzados [...]


Aparente en su acepción de lo que parece y no es, que es la única en que Cervantes empleó este adjetivo, v. g., cuando dijo: «los tesoros de los caballeros son aparentes y falsos [...]». «No fuera acertado que los atavíos de la comedia fueran finos, sino fingidos y aparentes, como es la mesma comedia [...]».



347-5-8:


Del jatancioso mozo Caniotaro.


En la misma forma, más adelante (468-5-2):


O por jatancia vana o alabanza [...]


y todavía en otro lugar, en una que puede parecer errata, habiendo salido jataciosos (473-3-8):


Que son de jataciosos baladrones [...]


verso en que faltan las dos comas que debía haber después de son y antes de baladrones, y en que nos parece media también una errata al no traducir en su verdadero significado la segunda a de aquel vocablo, que se escribiría con una tilde sobre ella, (tilde correspondiente a la prolongación del rasgo atravesado de la t) haciendo la ã portuguesa y con valor de an, lo que restituiría a su verdadero modo de escribir jatancioso y no jatacioso, como ha quedado; omisión sumamente común en los textos antiguos y de que podríamos citar muchos ejemplos. Valga por todos el siguiente, que se repite varias veces en la Crónica del Perú de Pedro Cieza de León: Tucuma por Tucumán.

No habría, pues, así, tal forma jatacioso. Ejemplo, ahora, de jatancioso:

«Soy testigo de haber visto platicar en la guerra, y aun quererla dar a entender a otros, que los podrían enseñar muy mejor que lo entienden algunos jatanciosos, charlatanes (que así los llamaban en   —351→   Italia a esos tales parleros) enemigos de callar e amigos de ensartar materias que ni las aprendieron ni las entendieron [...]». Oviedo, Quinq., p. 188.


De yedra coronado
saldré, de tu vitoria jatancioso [...]


Don Fernando de Guzmán en las Flores de poetas ilustres, de Espinosa, página 211.                



Si soy, que al hombre vano y jatancioso
es natural faltar en su promesa.


Hojeda, La Cristiada, h. 109.                


No aparece en el léxico la forma jatancioso.



348-2-7:


Ambos de una devisa rodeados [...]


y pocas estrofas después (351-3-4):


De pintadas devisas y pendones [...]


Pero en la misma Segunda Parte (388-2-8) y después en la Tercera (595-4-1) publicada diecinueve años más tarde, escribe divisa. ¿Era ya en 1577 indiferente escribir esa voz en una u otra forma? Así parece inferirse de las lecciones que citamos. En la primera la hallamos en Don Belianis de Grecia: «Venían todos de una devisa de armar de Indias [...]». Pedro de Oña, Arauco domado, C. XIII, 340, dijo, jugando del mismo vocablo:


Devisa con que, entre otra mucha gente,
de lejos se devisa claramente.


El léxico de la Academia sólo trae a devisa en su valor de cierto señorío antiguo, y devisado, adj. ant.: disfrazado.



348-5-5; 398-5-2:


Donde el marino monstruo sobreaguado [...]



Andan agonizando sobreaguados [...]


«[...] y cuando ven algún pescado grande [...] o otro cualquier que sea, que acaesce andar sobre aguados o de manera que se pueden ver, el indio toma en la mano este pescado reverso [...] y cuando le paresce, le suelta [...]». Oviedo, Sumario de la natural historia, cap. VIII.

Luis Zapata (Carlo famoso, C. XV, fol. 72 vlto.):


Y así ellos, sobreaguados, se iban yendo
donde al salir al fin después morían [...]


Villagra, Conquista de la Nueva México, h. 248:


Y azota con la cola el mar y hiende,
por una y otra parte, sobreaguando
el espacioso lomo [...]


Voz empleada también por Pedro de Oña (Arauco domado, C. V, p. 122), pasaje en que se define perfectamente su significado:


Traba de la ocasión antes que pase,
porque si aquí te estás como la boya,
en amorosas aguas sobreaguado,
serás en las de Lete sepultado.


Mendoza Monteagudo, Guerras de Chile, C. VII, p. 149, nos ofrece este ejemplo:


Allá nadan sus aguas sobreaguados
y acá en seco se secan los pescados! [...]



De la playa salió menoscabado
y luego recogió como debía
al Trapanés, que estaba sobreaguado [...]


Castellanos, Elegías, p. 134.                




348-5-6:


(Que también el amor ya le cegaba) [...]


Dice Ducamin, a propósito de este verso: «Se creería leer un relato mitológico. Ercilla tiene presentes, de seguro, muchos episodios de la antigua mitología, en la que los dioses se metamorfosean en animales para aproximarse a las que aman y arrebatarlas».



348-5-2:


Al pescado alcanzó, que se alargaba [...]


En la misma acepción que había dicho antes (220-3-1):


Los bateles de tierra se alargaban [...]


donde bien se ve la acepción que aquí le corresponde de alejarse, apartarse.



348-5-7:


Dio recio en seco, al tiempo que el reflujo [...]


En seco es modo adverbial que vale «fuera del agua», que aquí está tomado en su sentido propio, pero del cual el poeta se valió, dándole un valor figurado y en gran manera expresivo, cuando al recordar cuán infructuoso le había resultado su trabajo, exclamaba con profundo desencanto (602-4-7, 8):


Trabajo infructuoso como el mío,
que siempre ha dado en seco y en vacío.




349-1-1:


Soltó la presa libre, y sacudiendo [...]


Ducamin encuentra pleonástico a libre: soltó la presa, que por ese hecho quedó libré. Y no sin algún fundamento pudo pensar así, pues en el léxico no se halla la acepción que nos parece corresponde a libre en este caso (tomado por libremente) de limpiamente, muy corriente en Chile, cuando se dice, por ejemplo, que a fulano le sacó zutano librecito del caballo, esto es, sin que se atajase en los estribos o en otro adherente alguno. Así, pues, soltar la presa libre, vale lo que en un acto solo.



349-1-8; 514-2-5:


Que el mar calmó, y el sol paró a miralla [...]



Otros, que era gran lástima mirallos [...]


Don Andrés Bello en su Gramática, p. 143, nos dice que antiguamente solían convertirse en ll la r final del infinitivo y la l del enclítico, v. gr., sentillo por sentirlo, y que «en el día es sólo permitida a los poetas esta práctica». Los versos transcritos nos ofrecen, pues, una prueba de lo aseverado por el eximio gramático, y aún tendremos ocasión de ver otros en nuestra Araucana.



349-2-3:


Al monstruo devoraz hería en la frente [...]


  —352→  

Devoraz, adjetivo, anticuado, por voraz. El Diccionario de Autoridades, que le da también la equivalencia de devorador, recuerda para su definición este verso de Ercilla, añadiendo que «es voz de poco uso», y tanto, que por nuestra parte al menos, no hemos logrado hallarla en otro autor. Es posible que se trate en este caso de una licencia poética.



349-2-6:


Dio felice remate a la jornada [...]


Jornada, en su sentido figurado de lance; así en Don Quijote, P. I, cap. 20: «[...] que en aquella temerosa jornada y empresa [...]».



349-3-4:


Hizo una fuerte y fácil armadura [...]


Fácil, tanto puede valer aquí, sin trabajo, como flexible.



349-3-5:


Muerto Guacol, Gualemo valeroso [...]


Nota con exactitud Ducamin, que Guacol, fue, por consiguiente, el autor de la hazaña que el poeta venía contando, y ascendiente de Gualemo, a quien no se había nombrado aún.



349-4-4:


Que como un tierno junco le blandea [...]


Blandear, sinónimo aquí de blandir.



349-5-7:


Hombres de poco efeto, alharaquientos [...]


y luego, en 360-2-3:


Que ya la espesa turba alharaquienta [...]


Urrea, citado por Covarrubias, dice que alharaca viene del arábigo; y ese último autor, que su raíz es hebrea, irasci, scandescere, en latín. Más preciso en la significación de esa voz nos parece que anda el padre Guadix cuando expresa que «alharaca es alboroto, ruido y voces con movimiento de cuerpo y visajes de haraca, que significa incendio o quemazón, porque el alharaquiento parece que se está quemando».

En Chile usamos esta voz alharaquiento, relegándola, cuando más, a la conversación familiar, de tal modo que parece que su empleo disonara en el poema.

Y tanto es así, que en El Perro y la Calentura de Espinosa, novela ya citada, dice aquel (p. 194): «[...] Evita voces vulgares, mal sonantes, humildes, mal significativas, impertinentes, sin decoro, sin gala, misterio, ni alusión, porque con ellas no menos te informarás a ti, que a la vagueza (sic) de nuestra habla, como digamos [...] Alharacas [...]».

No es raro, sin embargo, que se la encuentre en escritores cultos. Las Casas (III, 226) dijo: «[...] saliéronles a resistir los súbditos de Quema, muy feroces, haciendo de sus alharacas [...]».

Alharacas pasa, y hasta sienta bien aquí, pero Oña cayó también en el mal gusto de emplear alharaquiento (II, 35):


El áspero alarido se levanta
de la furiosa turba alharaquienta [...]


Y como él, otro de sus antecesores en el cultivo de la epopeya histórica:


Fue declarado el áspero decreto
por todo el Indo campo alharaquiento [...]



Eran los de a caballo los que el día
antes su gran valor habían mostrado
y aquella alharaquienta compañía
con sangriento rigor del campo echado [...]


Lasso de la Vega, Cortés valeroso, hojas 72 y 140 v.                


Hombre de poco efeto (anticuado, por efecto) ya se deja bien entender lo que es, como se dice hoy: que es para poco.



350-1-5:


Y Orompello, de edad aun no cumplida [...]


El poeta dijo antes (175-2-7):


Que veinte años cumplidos no tenía.




350-2-5:


Seguían los llaucos, de almagrados gestos.


Por el momento, la única palabra de este verso que merece llamar la atención es almagrados, que de gestos queda ya nota, y de llaucos hemos de tratar en las voces araucanas. Con almagrados gestos ha querido, pues, decir el poeta que llevaban los rostros teñidos o pintados con almagre, tierra de color rojo (óxido de hierro) bien conocida, al uso de los comediantes en lo antiguo. Covarrubias observa que «enalmagrados llamaban los señalados por mal, como los encartados, los notados de infamia, y por tal se tenía en algún tiempo tirar redomazo de almagre o tinta a la puerta de alguno».

Cervantes alude al empleo que se hacía del almagre para teñirse la cara, y del color en que quedaba, en el siguiente pasaje de La ilustre fregona, p. 183, t. I, Colec. Rivadeneyra: «[...] que con alguna cosa que beban demasiado, luego se les pone el rostro como si le hubiesen jabelgado con bermellón y almagre».

Lope de Vega en la Dragontea, usa del adjetivo de la misma manera que nuestro poeta:


Parten los barcos para la alta empresa
con verdes ramos y almagrados remos.


Oña empleó almagre (p. 440, C. XVII) en sentido figurado, por sangre:


Y la sangrienta lucha tan solene
que así manchó de almagre el atavío
y venerables canas de Biobío.


Jugando del vocablo, escribía Zapata enalmagrado: «Con mucho arrepentimiento y lágrimas sacáronla a juicio público, con terrible admiración de cuantos con su almagre había el entendimiento enalmagrado [...]». Miscelánea, p. 73.

Quevedo en su larga sátira contra Ruiz de Alarcón:


¿Quién tiene toda almagrada,
como ovejita la villa?
Corcovilla.


  —353→  

Conocida de todos los que se han dedicado a la historia americana es la costumbre que usaban los indios de teñirse la cara de rojo, y a la cual hubieron de someterse también los españoles que por azares de la suerte vivieron entre ellos. Así, el Padre Las Casas refiere que dos de los compañeros de Nicuesa salieron al encuentro de Vasco Núñez de Balboa en la tierra del cacique Careta, «desnudos, en cueros, pintados de colorado, que es la color de la que en esta isla llaman lixa». Historia de las Indias, t. III, p. 70. La razón de esta costumbre, en cuanto a embadurnarse todo el cuerpo, que la del rostro obedecía a parecer espantables a sus enemigos, estaba en que de ese modo se defendían de las picaduras de los mosquitos.



351-1-4:


De unos anchos escaques de oro y pardo [...]


y en (437-1-5, 6):


De vario jaspe y pórfido escacado[...]



y al fin de cada escaque una amatista [...]


«Llamamos escaques las casas cuadradas del tablero del axedrez [...] Toda labor que va revestida de cuadretes llamamos escacada [...]». Covarrubias.

Esa manera de labrado en el traje de los indios parece que era muy común, pues también se le encuentra en las pinturas de las vasijas de greda de nuestros aborígenes, y lo habían aprendido, indudablemente, de los peruanos. Francisco de Jerez refiere, en efecto, que en la delantera de la escolta del inca Atahualpa cuando se presentó en el campamento español de Cajamarca venía «un escuadrón de indios vestidos de una librea de colores, a manera de escaques». Conquista del Perú, Salamanca, 1547, fol. xj vuelta.

Describiendo Luis Zapata en su Carlo famoso los linajes de España, al llegar al de Bazán lo hace (canto XXV, hoja 137 vlta.) en los términos siguientes, que reproducimos por lo que puede interesar para el apellido de doña María, la mujer del poeta:


El tablero de escaques diferentes
ocho albos, negros siete, si os agrada
con otras ocho aspas excelentes
de Sant Andrés en orla colorada:
es de los de Bazán antiguas gentes,
que vienen bien, su historia derivada
de aquellas doce casas estas greyes,
que elegir en Navarra solían reyes.


El Duque de Osuna (Espinosa, Flores de poetas ilustres, p. 235):


Escaques de azulejos
parecen las coronas de la sierra,
miradas desde lejos [...]


En Chile, según el P. Ovalle (I, 266) los escaques del tablero de ajedrez les llamaban casas.



351-1-6:


Con un huello lozano y paso tardo [...]


«Huello, hablando de los caballeros, -expresa el léxico- acción de pisar».

Varias veces empleado por Pedro de Oña en su Arauco domado, como en esta (C. IX, 233):


En alazán de huello tan liviano [...]


En el siguiente ejemplo veremos también el calificativo de lozano aplicado al huello:


[...] A Arleta vio bajar por el collado,
el caballo del diestro, que en belleza
excede a cuantos Betis ha criado,
con el rico jaez, que al huello ufano
sonando el oro, le hace más lozano.


Valbuena, El Bernardo, p. 219.                




351-3-6:


Con una espesa escuadra de peones [...]


Peón, ya se sabe, es el soldado de a pie; pero no estará de más advertir que, no porque medie tal designación, se crea que marchaba también en el ejército araucano gente de a caballo, como el poeta lo había dicho antes (345-4-3) expresamente, al hablar del español:


Y para los caballos y peones [...]


Peones, advierte bien Ducamin, es «un término general que reemplaza los nombres de las tribus que Ercilla ignoraba o que no quiso consignar».



351-5-8:


Comenzó de decir estas razones [...]


El régimen de este verbo comenzar, que hoy pide a o por, era antiguamente de, como se encuentra invariablemente usado en La Araucana: comencé de bajar (373); comenzó de enseñarme (381); comencé de romper (430); comenzó de amar (455). Véase el siguiente ejemplo tomado de Cervantes: «Esto diciendo, se entró por medio del escuadrón de las ovejas, y comenzó de alanceallas [...]». Don Quijote, II, 89.



352-5-4:


Pierde fuerza el derecho ya violado [...]


Este concepto puesto en boca de don García tiene mucho de parecido con lo que el poeta expresó en la arenga de Lautaro en la batalla de Tucapel (47-2-5, 6):


La fuerza pierden hoy, jamás violada,
vuestras leyes, los fueros y derechos [...]




353-3-5:


Y en esquifadas barcas espaciosas [...]


El padre Las Casas (II, p. 330) definió el valor que tiene esa voz esquifadas: «Y porque las naos quedaban en la derecha punta, que no podían entrar en el río, por ser baja la entrada, él, embarcado en una barca, de gente bien esquifada (quiere decir llena y bien aparejada) [...]».

«Así que, estando muy a sabor del viento, todos en Carahate o Casa-harta, véese venir una canoa esquifada de indios remadores [...]». Las Casas, Hist. de las Indias, t. III, p. 31. Pedro Espinosa, Elogio al retrato etc., en Obras de..., p. 292: «[...] ordenó enviase [...] en veintisiete barcos luengos esquifados, de lo que tenía almacenado en su castillo, gran cantidad de bizcocho [...]».



  —354→  

353-2-7:


Entrando con ejército formado [...]


Así como más adelante dijo (592-2-3):


En batallas formadas y escuadrones [...]


Formado corresponde en estos casos a lo que hoy llamamos formal, de la acepción que tiene de formar, de juntar diferentes personas o cosas, uniéndolas para que hagan aquéllas un cuerpo moral y éstas un todo, según la definición del léxico; acepción vulgarísima antaño.

Pedro de Oña, Arauco domado, canto V:


En tres formados gruesos escuadrones
presenta el enemigo la batalla [...]



Sólo sobre si es, o no es
pleito y tribunal formado.


Alcázar, Obras, p. 20.                


Cervantes, Don Quijote, P. II, cap. 25: «[...] con mano armada y formado escuadrón han salido [...]».

Recuérdese lo dicho en 33-1-3.






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357-1-4:


«¡Arma!, ¡arma!, ¡enfrena!, ¡enfrena!, ¡aína!, ¡aína!


«Ayna, al decir de Covarrubias, es palabra bárbara, muy usada, con que damos priesa a que se haga alguna cosa, vale lo mismo que presto. Proverbio: La mujer y la gallina por andar se pierden ayna».

«Por mucho madrugar no amanece más aína». «Más aína toman al embustero que al cojo». Correas, Vocabulario, pp. 400 y 447.

Es la única vez en que aparece empleada en La Araucana.

Una de las voces que Pedro Espinosa, por boca de Chorumbo, en la Novela Peregrina ya citada, aconseja que no se use de ella, escribiendo aynas, lo que parece indicar que, tal cual en el verso en que se halla, se repitiese siempre, aína, aína. Como ya advirtió Covarrubias, era muy usada. «Después, el tiempo andando, enseñaron los españoles a los indios cómo abriesen las ostras, sin fuego, más aína y con más cuidado [...]». Las Casas, III, 117. «[...] al cabo lo hubieron de sentir la gente y aína se le amotinaron muchos [...]». Id., p. 497. Un soneto de Baltasar de Escobar termina así:


Respondió el Cardenal: -Comí algo tarde,
y así, no tengo gana tan aína.


Apud, Poesías de Baltasar del Alcázar, citado por su editor Rodríguez Marín, p. LXXIX.

En La Galatea de Cervantes, lib. II, p. 51: «[...] pero según he oído decir de la recatada condición de la discreta Galatea, por quien él muere, temo que más aína debe de estar quejoso que satisfecho». Y en La Gitanilla: «[...] pues más aína puede faltar un escudo, por fuerte que sea, que la hechura de un romance». Colec. Rivadeneyra, t. I, p. 100.

Está también empleada en el Arauco domado, XIV, 355:


Porque de verle goce más aína.


Y pueden todavía verse otros ejemplos en Cuervo, Apuntaciones, pp. 45-55, donde enuncia algunas opiniones sobre la etimología de esa voz, que se usa malamente en Colombia, pero que en Chile es del todo desconocida.



357-2-1, 2:


Nuestros descubridores, que la tierra
iban corriendo por el largo llano [...]


Descubridor es término de milicia y vale explorador. «Nuestras partidas de descubierta», diríamos hoy en la misma acepción.

Ya tuvimos ocasión de expresar lo que significaba correr la tierra, p. 39 y 115-1-1.



357-3-1, 2:


Los nuestros al amparo de un repecho,
en forma de escuadrón se recogieron [...]


En forma de, salió en todas las ediciones antiguas y en cuantas se han hecho hasta ahora; pero tentados estamos por creer que el poeta debió de escribir en formado escuadrón, palabra clásica en la milicia, usada ya por él y que repitió después (353-2-7), según acabamos de verlo.



357-3-4:


Al ventajoso número atendieron [...]


«Ventajoso, define el léxico, dícese de lo que tiene ventaja». En Chile, al menos, aplícase tal adjetivo en la acepción de conveniente, provechoso: «el partido es ventajoso», por ejemplo; mas en este verso vale, según se advierte fácilmente, superior, más numeroso.

Atender, en su acepción de esperar, aguardar.

Véase lo dicho en 336-3-4.



357-5-5:


Los nuestros a calcaño y freno sueltos [...]

Hay un yerro manifiesto al poner freno en singular, como salió en la edición académica y en la   —355→   nuestra, que la sigue. Frenos se lee en las dos de Madrid de 1578 y en la de 1589-90.

Para fijar la errata, baste considerar que sueltos no puede referirse a calcaño (espuelas en este caso).



358-3-5:


Algunos, del honor avergonzados [...]


En las ediciones de Madrid del año 1578, esto es, en las primeras que salieron de esa parte del poema, se puso, en lugar de avergonzados, importunados, que se corrigió en aquella forma en la de 1589-90.

«Avergonzados del honor», resulta una expresión anfibológica, que se habría salvado, poniendo, por ejemplo, estimulados, aguijoneados, que fue lo que el poeta quiso decir.



358-4-5:


Por el tendido valle resonando [...]


De las acepciones que el léxico trae de tender, la única que se acerca al valor que aquí tiene ese participio tendido, es alargar o extender, que no responde sino a medias al significado que reviste de llano, parejo, y dilatado.

«Tanto es esto, que muchas veces dixe allá que deseaba verme en parte donde todo el horizonte se terminase con el cielo y tierra tendida, como en España [...]». Acosta, I, 162.



358-4-6:


La trulla y grita bárbara importuna [...]


Trulla, nos enseña el léxico, vale «bulla y ruido de gente».


Y sin saber adónde, el vulgo ignoto
corre mezclado en confusión y trulla [...]


Pedro de Oña, El Temblor de Lima, fol. 6.                


Gregorio Murillo (Espinosa, Flores de Poetas ilustres, p. 181):


De bravo dice, y hace a toda trulla [...]




359-3-6:


Y, el cuento entre la tierra y pie afirmando [...]


«Cuento, yo entiendo que en su primera sinificación vale tanto como extremo y fin: y así decimos cuento de lanza [...]». Covarrubias. Cuento de la lanza o de la pica viene a ser lo mismo.


Y con vibrar el asta por el cuento
mostraba su feroz y crudo intento.
Llevaba su derecha y fuerte mano
el cuento de un bastón de plata pura,
y fijo el otro cuento en la cintura [...]


Oña, Arauco domado, C. I, 13, y IX, 228.                




361-2-5 a 7:


Y al punto, recogidos y ordenados,
la campaña al través se retrujeron
al pie de un cerro [...]


La campaña al través es un complemento en que el sustantivo está antepuesto a la preposición, como cuando se dice aguas abajo, la cuesta arriba, las puertas adentro.

Los modos adverbiales a través y de través, tienen el significado de «en dirección trasversal», según el Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano, significación que armoniza con la primera acepción que da el Dic. de la Acad. al vocablo través.

«Responder quería don Quijote, pero estórbeselo una carreta que salió al través del camino [...]» (Parte II, cap. XI, página 425 de la ed. Rivadeneyra).

Es decir, trasversalmente, en dirección oblicua.

El significado mismo de la estrofa parece apoyar esta conjetura, pues dice que los araucanos se detuvieron de pronto, y que, recogidos y ordenados, cruzando tranversalmente (en dirección oblicua) la campaña, se retrujeron al pie de un cerro.



361-3-1:


Donde de nuestro cuerno arremetimos [...]


Cuerno en esta ocasión y en otras cuatro al referir la batalla de Lepanto. «En la manera de formar escuadrones en la milicia, advierte Covarruvias, ponen cuernos diestros y siniestros», y cita dos pasajes del Libro de los Macabeos en los que se empleó ya esa voz.


El cuerno de la diestra estaba a cuenta
del sabio y fuerte Juan Andrea Doria [...]


Rufo La Austriada, C. XXII, h. 402 v.                




361-4-4:


Golpes sin descansar a manteniente [...]


Así, en dos palabras, como la traen todas las ediciones del siglo XVI, con excepción de la de Madrid, 1578, 8.°. Mantiniente se decía aún después de los tiempos de Ercilla, y en esa forma y en una sola dicción la trae Covarrubias. Herir a manteniente es descargar el golpe de alto a bajo, con ambas manos; y Correas, Vocabulario, p. 573: «Dar a manteniente. (Por recio y con seguridad)».

Otra de las voces que Pedro Espinosa aconsejaba que se evitasen.



362-2-5:


Y en voz amenazándole decía [...]


«En voz m. adv. De palabra o verbalmente» (Diccionario de la Academia, art. Voz).


Asís lo es de Galipoli, y se atreve
en voz soberbia a pregonar, diciendo [...]


Rufo, La Austriada, canto XXII, 408.                




362-3-1:


«Venid, venid a mí, gente plebea [...]


Plebeo, adjetivo, anticuado, por plebeyo.

«Verdad es que todas las mujeres que en eso se ocupan son de gente plebea e común, e no las que son de generosos hijosdalgo hijas o mujeres [...]». Oviedo, Quinq., p. 256.



362-4-3:


Y la sangrienta maza floreando [...]


Hemos preferido poner aquí esta nota relativa a   —356→   floreando, a pesar de que Ercilla había empleado antes el mismo gerundio (315-4-6):


La guerra y larga pica floreando [...]


porque ha motivado la siguiente nota de Cuervo (Apuntaciones, p. 342), criticando el uso de florear por florecer: «pero lo cierto es que, aunque todos digamos por acá florear [no así en Chile] en lugar de florecer, no se le podrá borrar a esa acepción la nota de impropiedad, pues florear es verbo transitivo que vale adornar o guarnecer con flores, vibrar la punta de la espada, echar flores o galantear y otras cosas de la misma estofa».

En sentido de la técnica militar está empleado aquí, o sea, «el preludio que hacen con las espadas los esgrimidores antes de acometer a herir el uno al otro, o cuando dexan las espadas, que llaman asentar». Covarrubias.

Probablemente de aquí traerá su origen florete, porque siendo más liviano que la espada, se prestaba a esas flores de la esgrima.


Mas el soberbio Panche [...]
con buen compás de pies y gallardía,
según maestro práctico de esgrima
que en plaza pública se desenvuelve,
jugando de floreo con montante [...]


Castellanos, Hist. del N. R. de Granada, t. I, p. 134.                


Dos poetas de la colonia usaron en Chile ese verbo en el mismo sentido que Ercilla:


Ya cuerpo a cuerpo en medio de la plaza
con el cristiano el bárbaro pelea,
do si la pica larga aquél florea,
este revuelve bien la dura maza [...]


Oña, Arauco domado, C. VI, p. 139.                



Se encuentran Longonango y Colicheo,
las mazas en las diestras floreando [...]


Monteagudo, Guerras de Chile, C. IX, p. 190.                


Con sindéresis inaceptable, el maestro Gonzalo Correas en su Vocaculario de refranes, p. 48, cita el segundo de los versos en que está empleado florear en apoyo del florín, significando «la flor que hace [el perro] meneando la cola apriesa cuando siente la caza [...]». Basta este enunciado para que nos excusemos de toda discusión.



363-2-3:


De animosos sabuesos perseguido [...]


Ercilla que, a no dudarlo, había seguido los ejercicios de la caza, de los cuales sacó algunas de las comparaciones que hermosean La Araucana, cuidó, siempre que nombró a los perros, de hacerlo con los nombres que les corresponden, según fuesen las cualidades que les distinguían: aquí habla del sabueso y en ocasiones anteriores hizo mención del lebrel y del alano (175-5-5), del mastín y del gozque (237-5-1, 2) y del rastrero. Distinción, en verdad muy conveniente, y sobre la cual insistía Cervantes al referir aquel cuento del loco de Córdoba, que, «aunque fuesen alanos o gozques, decía que eran podencos».



363-5-5:


Por un inculto paso y encubierto [...]


Inculto, dice el léxico, «lo que no tiene cultivo ni labor»; pero en este verso vale, nos parece, «no frecuentado», a la vez que rústico y agreste.



364-2-3:


Y por la parte estrecha y más tejida [...]


Debe concederse en este caso a este participio tejido el valor figurado de emboscado, cubierto de árboles y ramas, tupido, que decimos vulgarmente.



364-3-5:


Como el celoso toro madrigado [...]


«Madrigado se dice el toro padre, que por cubrir las vacas que hace madres, se dixo madrigado. A éste dejan envejecer: y así cobra mucha malicia y recato. Y llamamos madrigados a los que son experimentados y recatados en negocios». Covarrubias.

Juan Rufo en La Austriada (Canto XXIII, 415 v.) nos pinta lo que es un toro madrigado:


Como toros valientes madrigados
Heridos de aquel mal que llaman celo,
suelen bramar por selvas y collados,
con las uñas rayendo el duro suelo,
y de su misma seña convocados
vienen a la contienda sin recelo,
donde queda por guerra establecido
cuál será vencedor y cuál vencido;
tal fue el reñido encuentro [...]


En la última acepción a que alude Covarrubias dijo Cervantes, Viaje al Parnaso, cap. VII:


Mas no por esta mengua los valientes
del escuadrón católico temieron,
poetas madrigados y excelentes.




364-5-1:


Donde sobre una rama destroncada [...]


Donde es aquí más bien conjunción que adverbio, observa Ducamin; cosa que no puede ser.



365-1-5:


Diciendo así: «Segad esa garganta [...]


«Por los modernos gramáticos, dice Ducamin, se da a ese, como: 1.° demostrativo de la segunda persona; 2.º demostrativo despectivo, cfr. Cuervo, pár. 254 y 263. Ercilla, como los antiguos escritores (cfr. Salvá, p. 338) parece ignorar esta primera atribución. Así es como en este verso, Galbarino exclama, mostrando su garganta a los españoles: segad esa garganta = esta garganta. No podría decirse que esa está empleado aquí de manera despectiva».



365-2-7:


Que quiero con mi muerte desplaceros [...]


Desplacer, verbo activo, apenas lo conocemos hoy por el diccionario: su significado aparece de manifiesto con sólo enunciarlo, dados los elementos que entran en su formación. Era bastante corriente antaño. Véasele en forma de sustantivo:

«[...] que otra cosa no era sino defender y guardar su república de gente tan nueva y que con tanta osadía decía que había de entrar en ella, y tomar relación   —357→   para dar a un gran señor del mundo a su desplacer [...]». Las Casas, Hist. de las Indias, t. III, p. 473.


Con mucho desplacer el esforzado
y piadoso señor supo el afrenta [...]


Zapata, Carlo famoso, C. XIV, hoja 67.                



Así, ¿por desplacerme te desplaces?


Oña, Arauco domado, C. XIII, p. 323.                



Y más que te desplace el acto fiero
del matador, te agrada el acto fuerte
de tu Hijo, en perder manso la vida
por el hombre, su siervo y su homicida.


Ojeda, La Cristiada, 329 v.                


«[...] lo que a mí en éste me desplace es que pinta a don Quijote ya desamorado [...]». P. II, cap. 59.



365-4-8:


Le sale de través a la parada.


«¿Deberá entenderse, pregunta Ducamin: "le sale de través a pararle", o "le estorba la parada"? La primera lección nos parece la mejor, aunque concede a parada un significado causal que no tiene de ordinario».

Interpretaciones ambas sin base, puesto que no puede caber duda alguna respecto al sentido de la frase, cuando se sabe que parada tiene en este caso a acepción de «sitio o lugar donde se recogen o juntan las reses», según el léxico, o como diríamos: término de cazadores, que lo dicen por el sitio en que se detiene el ave o la res.

Diego Mexía en el Parnaso Antártico, hoja 61:


¿Quién te mostraba el puesto, la parada,
(aunque la selva más espesa fuera)
para esperar la caza deseada?


Usóla de nuevo Ercilla en 495-3-2:


Tan presto el falso amigo a la parada [...]




366-2-5:


Torcedor y solícito enemigo.


. Torcedor es el instrumento que sirve para torcer, pero en sentido figurado «la sinrazón que se hace a alguno para necesitalle a que venga en lo que se le pide». Covarrubias.