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ArribaAbajoAire acondicionado

Murmullos, pasmo expectante, bocas en redondos, prolongados ah, oh, ¡claro! ¡claro!, y manos tímidas que se acercan a los mandos y resbalan enamoradas sobre las rejillas de los ventiladores, las esquinas pulidas, una repentina nostalgia de la ventana entreabierta y cómplice agazapada en la yema de los dedos. Ya no se abrirá nunca. Prohibido abrir las ventanas, prohibido además ponerse de puntillas para entrever desde el cristal sucio de lluvia por qué ha sido ese frenazo, quién silba denodado Cuando tú no estás, en la acera, quizá la cabeza dirigida hacia una muchacha de la casa de enfrente, que contesta imitando a Massiel... Nada. Ya no se abrirán las ventanas. Ha hecho su aparición un complicado mundo de aparatos, grises, pulidos, que se encargarán de tener el aire en perpetuo nacimiento, de congelar el termómetro en las siestas de julio, cuando los gorriones sinvergüenzas se acercan al alféizar, migajeando, de reojo...

Esto es más fácil de lo que parece, sí, señorita, no hay más que apretar aquí, ¿ve? y ya está. Zumbando. ¿No lo nota? Burrrr... Es aire de la calle, para ventilar, para renovar,   —50→   bueno, como esto es una oficina muy bien, puede usted decir conmutar, sustituir, transformar, en fin, como usted quiera. El caso es que hay que apretar aquí. No, hombre, no, ahí no, ése es para dar calor, ¿Cómo que si este aparato da calor? Este aparato da de todo, estaría bueno, pero, oiga, usted ¿dónde vive que no conoce estos aparatos? Estos aparatos son lo que hay que ver, caramba, si lo sabré yo. Norteamericanos, ya los hemos puesto en unos cuantos ministerios, y en bancos, y en iglesias, figúrese, con la aglomeración, lo que yo digo, que no hay quien respire, a ver, pero con estos aparatitos, qué va a hacer calor, hombre, qué va a hacer calor. ¿Usted quiere tiritar un ratito? Pues, se aprieta aquí, ¿ve?, ya está, ya puede usted ir a buscar el abrigo, no faltaba más. Estos dos botones de aquí son para el frío, y los dos de más abajo, para el calor, usted no tiene más que apretar y pasa de uno a otro enseguidita. Así. Burr... No, no se acerque usted tanto, que va a salir despedida, no sé por qué da esas voces usted, señorita, ¿para que vengan sus compañeras? No hace ninguna falta subirse encima del acondicionador, hombre, lo va usted a pringar, qué demontre, basta con que se queden sentadas en su sitio, aparte de que la casa les va a mandar instrucciones, no faltaba más, a ver, si no... Oiga, dígale usted a ésa, cómo se llama ésa, ah, sí, Margarita, pues, Margarita, señorita doña Margarita, si sigue usted apretando ahí, pues, que se carga usted los condensadores, a ver, qué barbaridad, qué afán de apretar en todas partes, pues, anda la otra, oiga usted, señorita Marieta o como se llame, usted o Juanita, o como sea, a ver si por lo menos dejan pasar la garantía, qué impaciencia, qué manía, oigan, ustedes ¿no tienen aquí jefes que les digan que no se puede tocar? Pues, anda, qué gente, está visto que no se puede entrar en una oficina, son unos subdesarrollados, está visto, ni que fuese esto de anteayer   —51→   por la tarde, pues que sepan que los cines de la Gran Vía tienen chismes así hace más de diez años, bueno, es pura referencia, que yo no voy a los cines de la Gran Vía, a ver, pero ustedes... ¿No las lleva su novio a los cines de la Gran Vía? Pues hay que buscarse uno de recambio, digo yo. No, no, por favor, tenga paciencia, señorita, le digo que va usted a provocar una catástrofe como siga usted achuchando ese interruptor, mejor será quitar los automáticos, porque estas niñas, a ver, se han creído que los Reyes les han traído este juguetito, y, la verdad, no es para tanto... A mí me parece que ustedes no se quieren enterar... Vamos a ver, usted, ¿no tiene nevera en casa? Pues lo mismo, hombre, lo mismo. No, no se cae el enchufe, no, aunque se quite y se ponga mucho. A ver, tú, Paco, explica en otro aparato, que aquí, estos señores, pues también quieren manejarlos. Fíjate lo que dices, que ése de las gafas a lo mejor es un técnico, no vayas a meter la pata, que pasa cada cosa, sí, hombre, ése de las fichas en un cajón... ¿Que todos tienen fichas en cajones? Bueno, mejor, pues ése que está ahí, hacia la izquierda, ése que las mira como si las fuera a hipnotizar. La repanocha, pues ¿no se ha caído el enchufe? Llevaba usted más razón que un santo, señorita, ya ve, se ha caído el enchufe. ¿Es que en su casa también se caen los enchufes? Debe ser culpa de los embellecedores, que yo no sé para qué colocan tantos arrequives para nada, si lo importante es que esto, apretando aquí, ¿ve? da frío, vamos que si lo da, ¿lo notan?, y apretando aquí al lado, pues que da calor, ¿ven? Eso es, sudandito ya. Pero estos enchufes... Nada, nada, a quitar los automáticos. Así no hay miedo de que se queden encendidos de noche. ¿Cómo que qué puede pasar? Mejor será no hacer la prueba, aunque éstos son de chipén, y, naturalmente, se paran solos, porque esto que ve usted aquí, que se llama termostato, esto hace que se apaguen   —52→   solitos. Aquí todo está muy bien pensado, no se vayan a creer... Y dale, pero, oiga, a ver, usted, don Alfonso, usted, ¿no es aquí el jefe? Pues a ver si les ordena o les persuade, digo yo, que no toquen, hombre, que no toquen...

Y así, ventana tras ventana, todos curiosos ante el prodigio, pulsando todos los botoncitos, conversación mezclada y tumultuosa, qué bien, poder trabajar en junio y en agosto sin calor, y sin tener que protestar del humo almacenado en invierno por no ventilar lo suficiente, un caudal de irrefrenable dicha adormecida en un chisme plateado, gris, acoplado a la ventana. Todo el personal mira y vuelve a mirar los aparatos, éste parece algo más grande, éste tiene aquí un bollito, a mí me toca demasiado enfrente, aquí no va a haber quien haga nada con esta corriente, ¿habéis visto qué corriente desata ese chisme cuando se pone a todo volumen? Fenómeno, es que parece talmente un vendaval... Y un vendaval se despliega de verdad cuando, a fuerza de tocar en su secreta anatomía apenas presentible, algo falla, y el ventarrón se establece como dueño de la sala, y las fichas y los papeles van de acá para allá, revoloteando furiosos, crujen en las patas de las sillas, se agolpan en los entrepaños de las librerías, y las señoritas se sujetan vanamente las faldas y el pelo, y dan gritos alborotados, adobados con carcajadas mutuas, y Luisina, recién salida de la gripe -estos antibióticos, Señor, cómo la dejan a una- está aterrada, inmóvil, clamando socorro, sostenida en alto contra la pared por la corriente de aire que desata el aparato RhC 404 = Serie 15, número 332255A, Jefferson, New Jersey, 1968 (estos cacharros con tanta documentación son los peor educados), y el representante de la Casa y de la Ciencia amonesta gravemente. Ya lo decía yo, que iban ustedes a provocar una gorda, usted, don Alfonso, usted aquí no tiene autoridad, usted me contará, a ver, si es que con estos aparatos   —53→   no se puede jugar, hombre... Y palabros, exclamaciones, nadie logra parar el huracán creciente, rugidor, ya hay gente parada en la calle, sospechosa de que allí dentro pasa algo gravísimo. Hagan el favor de no chillar, señoritas, que ya van a venir las instrucciones y lo pararemos, ya le había avisado yo ¿eh?, no me diga ahora que no, caramba, que ha sido usted culpable, ahora no se queje... Usted dígame, con las instrucciones en la mano, cómo debo hurgarle al aparatito, que, además, ya quema, y que no se para, se ve que algo estaba mal puesto, bueno, sería también ahora chuscada que, lanzando frío, se pusiese a echar llamas, también tendría gracia, hombre... Señorita, aguante un poco, que ya sube el portero, que ya tiene experiencia del asunto de cuando estuvo en el Banco de España, no se preocupe...

A ver, hombre, Paco, ayuda a esos señores a bajar de la pared a la chica ésa... Y sigue el revuelo de papeles, de alarmas ante las instrucciones que resulta que están en inglés y hace falta buscar ahora un diccionario, y los diccionarios están al otro lado de la corriente fría y dentro de la zona de calor achicharrante, y, aparte del esfuerzo, nadie quiere cambiar de temperatura tan bruscamente, a ver, son tan malos los cambios, y, luego, la gripe, y ya se ve lo que sale de la gripe, ahí está Luisina para demostrarlo, a dos metros del suelo, clavada contra la pared, deslizándose hacia abajo lentísima y sin poder sujetarse bien las faldas, menos mal que hoy traía las botas altas, algo le tapan, menudo problema si ahora, como pasa siempre en los momentos difíciles, se le rompe el collar, lo que faltaba. Y los señores de la oficina, dejadas las fichas, las máquinas, las conversaciones, los anhelos de redimir a la patria, el infatigable cómputo de los días de fiesta, tan mal dispuestos este año, etc., etc., rebuscan en el folleto de instrucciones cómo rescatar a las señoritas arrastradas por la furia de la mecánica sublevada,   —54→   y nada: Se ve que en los Estados Unidos no convalecen de la gripe de esta manera. Por fin, después de haber cortado en el portal la corriente, puesto un poco de orden en los papeles y en las fichas, y en las cartas (Estimadísimo señor... su factura... contestamos a su carta de fecha... imposible entender sus verbos transitivos. La comisión de estilo celebrará su sesión a las cinco y media todos los jueves de este año que tengan cinco y media) y, hecho el silencio, y convencidos ya de que el verano será estupendísimo, y Margarita y Juanita y Luisina y Marieta con la cabeza agachada sobre su tajo, un susurro de lo alto hace temer nuevas y accidentadas alternativas de los elementos almacenados en las contraventanas... Pero no, no... Es Sabelica, menudica ella, que, horrorizada, ha esquivado la tormenta atorada en una lámpara, adonde la colocó el primer impulso aéreo. Baja solemnemente, heroicamente, saludando entre ovaciones, el folleto normativo en la mano, el único, vaya potra, que estaba en español: «Acondicionadores de aire. Viva en la montaña en pleno verano. Trabaje en bikini en enero. Basta con pulsar un botoncito. Garantía. Seriedad». Sabelica, desde su altura, tampoco pudo encontrar el consejo necesario para contener los huracanes, quién lo habría de decir... Tanto como recomiendan que se tomen puntos de mira elevados para desencasquillar los problemas... Todo, todo estaba ya en orden cuando comenzó a sonar la sirena de los bomberos, por el principio de la cuesta...



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ArribaAbajoFrasquito

Barra de la cafetería famosa, opulenta, de nombre muy traído y llevado, muchachas bonitas, gentes que entran y salen, gritos de ¡Va! ¡Una de churros! ¡Dos de jamón y queso! ¡Un combinado! ¡Un cuba libre!... Ruido de batidoras, cafeteras, un lejano runrún agazapado, de radio, gritos de la calle a bocanadas cada vez que se entreabre la puerta, tufaradas de la cocina, olor mezclado de fritorios, leche quemada, mantequilla que se tuesta vanamente en pulidas superficies metálicas... Cafetería moderna, La moderna, platos combinados, excelente servicio, intimidad, baratura, un derramado prodigio, ahí, al borde de la acera... Frasquito acaba de llegar de Suiza fantásticamente enriquecido, y se dispone a gastarse sus dinericos, a ver, en el pueblo no le han hecho gran caso, todos le llaman ya el millonario, se ha comprado la casa donde nació y cuatro bancales que estaban de eriazo, y, lo que son las cosas, ni las chicas de su tiempo le han dicho qué vas a hacer esta tarde, o qué piensas hacer con la casa. A ver, fíjese usted, para qué voy a querer yo la casa sino para vivirla, no te fastidia, para vivirla... Pero estas chicas, qué se habrán creído. Ahora   —56→   resulta que soy demasiado finolis para ellas, habrase visto... Y Frasquito se dispone a vivir esta tarde, su última tarde madrileña, desencantado de la vuelta, de que las chicas de su pueblo no le hayan tomado en serio, con las ilusiones que él se traía a cuestas, mecachis en la mar, y estas bobas, pues ahora van a saber ellas de qué es capaz este cura, como me llamo Frasquito que tiro el dinero en lo que me dé la gana, que para eso lo he sudado yo, que bien tempranito hay que levantarse, gachó con los suizos, qué tíos, claro que se acuestan muy temprano, yo no sé cómo pueden, y venga de beber leche, hala, hala, leche y más leche... No te digo... A ver, usted, chica... Quiero una cerveza, con un sangüi de jamón, que esté bien cumplidito, ¿eh?, no vayamos a... Cumplidito, así, eso es, que, a veces, ¿sabe usted?, se come uno unas cosas que ya, ya, y tengo ganas de comer jamón, pero lo que se dice jamón, mire, quíteme usted esas piltrafas y deme una buena ración de serrano, con un buen vino de la tierra... ¿Cómo que de qué tierra? Pues de la tierra, hombre, de la tierra, está bien claro, bueno, si no me entiende me da igual una tierra que otra, a ver, nos ha... Andaluz, bien, pues sí, andaluz, uno que se suba prontito a la cabeza, qué se habrán creído en el pueblo, canastos, con lo contento que yo venía... Además, uno ha trabajado mucho allí, ¿no sabe?, que bien que he tenido que pringar, dígame usted, si no, primero los patronos, que le tratan a uno, a ver, como no entiende uno ni pío, y luego, los trabajos, porque uno se va a trabajar en lo que salga, luego es cuando las cosas se apañan un poco, pero mientras tanto... Pero aquí se creen que allá atan los perros con longaniza, y no, no señor, allí los perros no están atados... Oiga, fíjese usted qué señora, eso sí que no se ve por allí. Allí, ¿sabe?, son muy..., bueno, eso, si la cosa pita, pues pita, pero si no, no hay nada que hacer, si lo sabré   —57→   yo. Y luego, como la gente se casa y se descasa con tanta facilidad... En fin, que le invito, porque estoy harto del pueblo, todo el mundo quiere que le encuentre allí una colocación, como si yo fuera el Presidente de la República, que hago y deshago, y no, no señor, yo soy solamente un empleado de Stein und Fisch, conservas vegetales, productos alimenticios, jamón cocido y mojama, para decirlo claro, eso es, mojama. Bueno, también hay chocolates, que, eso sí, están fetén. Bueno, le estaba contando... Ah, ya, pues que al principio, no se entiende ni jota, y, a ver, te engañan. Dios te libre de ponerte malo, porque a ver cómo le dices al médico que esto y que lo otro, sí, señor, a ver, dígamelo usted. Cómo voy a decirle yo al médico ése que viene a pasar consulta o reconocimiento todas las mañanas, tan planchado, tan boquita chiquita, que parece que acaba de dormir dentro de un ovillo de perlé, hombre, no me diga... ¿Cómo le digo que me ha hecho daño la sopa colorada de la tarde anterior? En fin, qué le voy a contar, no me creería.

Y Frasquito pide una nueva copa de buen vino, y una ración de calamares, y otra de caracoles, y se come unas gambas bien mojadas en moriles, y mira con descaro a una vecina, una chica bonita, jovencilla, que lee distraídamente una revista de decoración, Hause und Garden, y, oiga, eso quiere decir casa y jardín, ¿no verdad? ¿Quiere que le diga cómo es el Garden donde yo vivo? Pues una birria, si lo sabré yo, bueno, cuando llega la primavera ya es otra cosa, pero de todos modos hace frío, sí, señor, hace frío. ¿Ha visto usted qué esaboría? Le digo lo de Casa y jardín , y ya ve usted. Pone cara de asquito, tuerce la nariz y: ¿Ah, sí? Si será. Caramba, ya podía haber dicho Gracias, se nota que está usted enterado, o Ya le había notado yo aire extranjero, en fin, algo así, más, ¿cómo diría yo? más simpático,   —58→   ¿no verdad, usted?... Oiga, señorita, ¿hay tabaco? Y Frasquito escucha el vocerío que reclama ¡Tabaco a la barra! y ve bajar a la señora de los servicios, haldeando, la cofia en equilibrio dificilillo, la banastita con las cajetillas delante del pecho opulento, y Frasquito escarba, coge una cajetilla, la mira, le da vueltas, desdeñoso, por fin se decide por unos Ducados, parece que no están mal, ché, aquí el tabaco es un asco, lo que se dice un asco, ¡si usted viera lo que podemos fumar allí! Compraré de éstos con filtro, parecen algo mejorcillos, pero... Ahora va a ver usted el gesto con que pago... Vea, observe... Y Frasquito saca del bolsillo del pantalón un montón de billetes de mil pesetas, arrugados, mezclados con unas llaves, una agenda, un pañolito femenino, un billete del ferrocarril ida y vuelta, una caja de pastillas Valda... Coja, cóbrese, dice a la mujer del tabaco ofreciéndole el puñado de billetes, y la mujer le mira socarrona, y le dice sonriente que no tiene cambio de tanto, que, si quiere de bolsillo que bueno, pero que eso, yo, ya se sabe, aún no he hecho ventas, acabo de tomar el turno, y Frasquito levanta la mano con el dinero sobre el mostrador y reclama cambio a la camarera, y la señorita de la Hause und Garden mira a Frasquito con curiosidad algo malsana, y Frasquito cree que ya la tiene en el bote, y la verdad es que la señorita de Hause und Garden le dice solamente y con guasa: Oiga, le van a atracar, qué provocación, no es para tanto, y el botones que se ha acercado le dice a Frasquito que él le pagará el tabaco, y que si quiere que le busque un taxi, y Frasquito está a punto de reventar de felicidad, algo mareadillo está, y pide una cerveza para que se le pase, y unos trocitos de morcilla, y quizá sería mejor una copa de Chinchón con ensaladilla rusa, porque, estos disgustos, si no lo digo reviento, la Dora, ¿usted sabe?, la Dora no me ha hecho ni caso, parece que   —59→   se ha encaprichado del maestro, un cursi de alfeñique, que fue seminarista en Sigüenza, vaya usted a saber, pero que juega al tenis y a la petanca, vaya usted a saber si eso será bueno, en Suiza no me queda tiempo de jugar a nada, pero ya verá a otro viaje si no sé yo petanca y narices de ésas, caray con la Dora, este pañuelito es de ella, se lo he quitado esta mañana en la panadería, se ha puesto hecha un basilisco, total, para lo que vale, si es de percalito barato, del muro... ¿Que usted no sabe qué es eso del muro?, el mercadito de los miércoles, hombre, si todo el mundo lo sabe, le decimos el muro porque ponen las baratijas en el muro de la iglesia, y ¡hala!, a comprar al muro, y vaya birrias, le digo a usted... Cacerolones de porcelana vieja y mellada, muchos plásticos verdes y rojos y amarillos, y melones, eso sí, melones, y alguna hortaliza de por allí, de donde sale el río con el agua sucia, ¿eh?, y aún se pone moños la Dora, menudos mercados hay en Jalbil (se escribe con doble v y con hache), que yo la iba a llevar allí los días libres, todo de acero inoxidable, y ella la muy tonta aún el jueves pasado estuvo haciendo cisco en su puerta con la leña de la poda, que vaya granizada que la pilló, y a pesar de eso, dice que no se viene conmigo a Suiza si no nos casamos antes, qué tendrá que ver, hombre, no me diga, qué chicas, es que aquí son unas subdesarrolladas, a ver, si no... Bueno, uno se murió así, con el dinero en la mano, ha visto usted qué reloj tengo, pues ¿y la sortija?, ¿y los gemelos?, ¿y el alfiler de la corbata?, ¿y el mechero? Son italianos. Allí venden muchas cosas italianas, pero no son buenas. Ya sabe, Italia está muy cerquita de allí, cae algo a la derecha. La Dora me dijo que vaya postín, y que no era para tanto eso de comprarse tantas baratijas... Baratijas, cómo se ve que ella no las ha pagado... En fin..., que no puede ser y me vuelvo, pero ya vendré a arreglar la casa del pueblo, y entonces van   —60→   a ver. Como un veraneante, sí, señor, con calor negro y nevera, y televisión, y radio, y piscina, y daré reuniones y cócteles... Fíjese, la señora Eulogia, la madre de la Dora, dice que esos jolgorios se han llamado toda la vida saraos, y que qué ganas de ponerles motes y darnos importancia, y que o se llaman saraos o su hija no se casa conmigo ni a la de tres... Dígame usted si o voy a Jalbil (se escribe con doble v y con hache) diciendo saraos la que se arma. Es que me pasa peor que aquí, que me toman por gilí, vamos, por gilí, y, eso, ni a la Dora se lo consiento, y a su madre menos, caray con la señora... Saraos... Para saraos estoy yo. ¿Ha visto usted qué ojos se les han ido a todos detrás del dinero? Ya ve, yo no lo quiero para nada, porque sin la Dora... Mire, el billete del tren, lo tiro, no vuelvo esta noche al pueblo, que vuelva su tía, perdón, es un decir, quiero decir la tía de ella, de la Dora, ¿eh? ¿Está claro?, no lo vayamos a fastidiar ahora después de tanto. Y las llaves, ¿ve?, son de la casa, de mi casa, todo estaba como cuando lo dejamos al irnos, porque, eso sí, son honrados en el pueblo, aunque algo bestias, qué le vamos a hacer, ¡toma!, si no tienen tiempo ni de ir a la escuela, y luego, si los maestros salen como el de ahora, que parece un arenque de luto... Ni verle quiero, hombre, no me diga, mira que acercarse a la Dora... Y yo, ¿qué?

Frasquito se está tambaleando. Fue primero una cerveza, y luego un vinillo de la tierra, de cualquier tierra, y luego otra cerveza, y más vino, y otro vino, y moriles, y coñac, y chinchón un par de veces, y el billetaje ha comenzado a fragmentarse, ocupa más sitio y más viento, pero él está emperrado en hablar y hablar y hacer ver a todos que la Dora es una gran muchacha, que, como siempre, es la madre, una bruja, sí, señor, una bruja de las peores, qué me van a contar a mí, pero ella se cree que el maestro es más   —61→   que yo, porque tiene letras, las letras no sirven para nada, en Jalbil (¿le he dicho que se escribe con hache y con doble v?) le quería yo ver, trabajando con 15 bajo cero, a ver de qué le valían sus trigonometrías, yo lo que sé es que yo tengo ya mi casa comprada, y que del maestro... Bueno, del maestro: los niños del pueblo siguen tan cafres como cuando yo estaba, a pedrada limpia, y a taco va taco viene, y a ver quién es más, y los mayorzotes... Pero ¿cuándo se ha visto, esas chaquetas de rayas de colores, y esas melenas y esas barbas, que parecen cristos? Lo mismito que cristos, Y ¿para qué? Hombre, está bueno, lograr esa pinta para pasar las tardes del domingo dando vueltas por el andén y comiendo pipas... No te... Igualito que en Suiza, que vaya niños repipis... Brillantes, peinaditos... Como relojes. Como chocolatinas bien envueltas en plata. Quite usted, hombre, quite usted. Y es que vaya madre que tiene la Dora. No le digo nada de ella, porque, aquí las señoritas, nos podrían oír y no está bien... Lo mejor será que me vuelva al pueblo a ver si la convenzo, aunque me tenga que casar, después de todo no va a estar uno a malas con la familia, ya sabe usted: Los míos, aunque sean judíos, pero, desde luego, a Jalbil (la hache es al principio, y la v... ¡Ah!, ya se lo he dicho) no me llevo la suegra, eso sí que no, hasta ahí podíamos llegar, he dicho que no, y que no, y que no, que no puede ser aunque la Dora me lo pida de rodillas, porque a la Dora me la llevo, yo no puedo consentir que siga encandilada con ese maestrito de las narices, que vaya usted a saber si es capaz de decir Guten tagen o algo así... Qué va a decir ése... Y eso que si me quedo a vivir con el tiempo en el pueblo, y tenemos chicos, y tienen que ir a la escuela, y sigue él de maestro, y sigue soltero por mi intervención, y me tiene rabia, vaya trato que me va a dar a los chicos... Mire, me voy a guardar este dinerillo, ya no   —62→   bebo más, a lo mejor me va a hacer falta luego para mandarlos a un buen internado, aunque sea en Suiza, y me los devuelvan peinaditos como un reloj, incapaces de ir a grillos, o de subir al nido de las cigüeñas, o de tirar moñigos a la procesión...



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ArribaAbajoMétodo, método

-Bueno, hasta ahí podíamos llegar. Parece mentira que usted, que tiene fama de listo, de haber viajado mucho, y hasta me dicen (pero ahora veo que es mentira) que es usted profesor... Parece mentira, digo, que usted me diga estas cosas que me está diciendo. Le juro que es la primera vez que se atreve nadie a poner en duda una afirmación mía. Es intolerable. Me está usted insultando. ¿Cómo que por qué? A ver, usted me dirá, ni que una no supiese lo que dice, a ver. Yo le digo que yo soy una gran profesora, diplomada internacional, con tesis doctoral hecha, no publicada, eso sí, porque, en fin, usted debería saber que cuesta mucho publicar y que, en este país, no se ayuda a la investigación como se debiera... Dígame usted... Si yo viviese en el extranjero, o un poco más allá, como dicen las gentes ignaras, a ver, a buenas horas no iba a estar publicada mi tesis doctoral... Porque sepa usted que yo demuestro en mi tesis doctoral que todos los cumplidos ingleses en las provincias del oeste y condados vecinos (húmedos, pero vecinos) son vulgarismos. Mi tesis se titula: Los gerundivos de reiteración en las fórmulas corteses usuales en   —64→   la cámara de Guillermo V Orange. Oh, no sé para qué le cuento esto. Con esa cara que pone... Se echa de ver enseguidita que se está usted quedando a oscuras, a oscuras, a oscuras. Lo que se dice en negro teléfono. En fin, usted es feliz, porque en su vida las ha visto más gordas, pero yo... Toda una vida dedicada al trabajo y a la investigación, y aquí me tiene usted, dando clase todas las noches, duro que te pego, con estas estudiantes que para qué. ¡Hay cada una! Si yo le contara. Pero se ve que es inútil hablar con usted. Usted no entiende de problemas de enseñanza, ni de métodos ni de programas. A ver, si no, dígame: ¿Usted ha hecho algún plan de estudios? Pues, entonces... No sé cómo sigo hablando con usted. Bien puede darme las gracias, que yo no suelo hablar con gente tan retrasada. ¡Y en mi casa que dicen que usted es...! ¡Ay, déjeme que me ría! ¿Cómo que qué demonios enseño yo? Yo, yo, pues que yo soy yo. Y ya está. Fíjese usted. ¿Ve? Es una camilla de pino, sin pintar. Aún está recién comprada. ¿Ve? Calle de los Estudios 110. El mueble económico e íntimo. Ventas a plazos. Fíjese, aún tiene la etiqueta de la tienda sin caerse, lo que demuestra que el calor del hornillo eléctrico que le ponemos en invierno debajo no es muy intenso, a ver, con estas informalidades de la luz, y la trampa en el radiador, no hay quien logre que el hornillo caliente, ¿sabe?, pero es cuestión de método, como yo les digo a las chicas, método y nada más que método. Si lo sabré yo. En fin, le iba diciendo a usted... ¿O no le interesa? Porque yo, me mira usted con una cara, que vaya cara de víctima, yo comprendo que usted no entienda una palabra de nada de lo que le estoy hablando, pero si no le hablo yo, es decir, si yo no ejercito mi irrefrenable vocación pedagógica, pues que no va a entender nunca una palabra de esto, y, a lo mejor, va usted y mete la pata, digo yo. Y es que menuda vocación   —65→   tengo yo para enseñar. Un impulso que ya ya. Bueno, un bólido, un cohete, una exhalación. ¿Eh, qué tal? Se me comprende, ¿no? Por otra parte, tenga en cuenta mi enorme prestigio, a ver, hombre, a ver. Fíjese, le estaba diciendo que en esta camilla, ¿la ve?, sí, hombre, sí, la de la calle de los Estudios, qué más dará que sea de ahí que de la calle de Carranza, digo yo, también es gana de dar murga, sí, es de la calle de los Estudios, y ¿qué pasa? Ah, pues entonces. Haga el favor de no interrumpirme. Me altera usted el método, y yo soy toda esclava del método. ¿Hay que explicar a los niños qué fue el anglosajón? Método. ¿Hay que decirles las fórmulas de tratamiento? Método. ¿Hay que enseñarles a leer unos sonetos de Shakespeare? Método. Siempre método. ¿Ve la camilla, así tan redondita y silenciosa? Pues ahí he explicado yo veintisiete métodos para pronunciación de las vocales finales en inglés. Oiga, a ver si tiene usted seriedad. Lo he dicho que veintisiete métodos, y, cuando lo digo yo... Pues que basta. ¿Pasa algo? Ah, bueno. ¿Cómo? ¿Qué si le hago una muesca a la camilla cada vez que ensayo un método? ¿Qué eso es lo que hacen los presidiarios cuando pasa un día, una semana, o según lo que piensen, y lo hacen en el cinturón? Oiga, usted me está injuriando, y nos vamos a tener que ver las caras. No sé por qué me parece que usted intenta tomarme algo el pelo, y eso no se lo tolero. Yo soy una persona de prestigio, y muy conocida pedagógicamente. ¿Cómo? Anda, pues claro que mis alumnas están muy bien, y no sé en qué sentido lo dice usted, pero, naturalmente, ¿por qué les iba a sentar mal tanto método pedagógico? Mire usted, hombre, mire y no sea insensato... Uno es para ver los labios, así, otro es para declamar Canterbury Tales... ¡Qué tales ni cuáles, caramba, me va usted a hacer disparatar, tales no es tales, no es tal de qué tal están ustedes o cosa así, ni... No, cielo santo,   —66→   no! No tiene nada que ver con Fulano de Tal, ni qué ochocuartos... Hombre de Dios, venga usted aquí y óigame. Jesús, qué paciencia hay que tener. Ahora veo que no es mal método la paciencia. Sobre todo con estos marmolillos que no dan una. Tales, para que usted se entere, pedazo de tal, es cuentos en inglés: ¿Se entera? Cuentos, historias, narraciones. Sí, ¡qué rico! ¿No lo sabía? Ya me estaba pareciendo a mí que usted no sabe un mal carambanito de nada, pero, eso sí, pisto, un rato. En cambio, yo, venga de ensayar métodos. Así que ni muescas en la camilla ni calamidades para mis alumnas. ¿Qué me envidia? Eso es ponerse en razón. Claro, claro que usted no tiene más que un método. No sé cómo en el Ministerio de Educación no prescinden de usted de una vez para todas. Lo que hace falta en ese Ministerio es gente como yo, que venga métodos, porque yo, de métodos, le digo a usted... En fin, no le digo nada, se ve que con usted es imposible. Usted supongo que seguirá explicando, y a lo mejor hasta escribe un artículo de tarde en tarde para que tengamos que corregir algún capítulo, o alguna conclusión de nuestros libros de texto, claro, si ya se ve qué clase de maníaco es usted. En fin, vivir para ver...

Quién iba a pensar, qué tropiezo con la sabiduría más depurada. Un mal encuentro. No sé cómo arreglar las cosas, tan averiadas como están, ni cómo remediar la justísima indignación de Florita, profesora diplomada, licenciada, resabiada, metodizada. La verdad es que yo, modestamente, no pretendía de ella nada, ni siquiera que me enseñase un método más. No tengo más que uno para todo, el que las mismas cosas se traen consigo... Pero Florita, qué genio. Hay que ver cómo me está indultando con los ojos, con la boca, con los brazos cruzados y el gesto de costadillo, despectiva, mordaz... Y lleva razón. Yo no tengo métodos, una   —67→   verdadera pena. Los alumnos de Florita me miran llenos de compasión, aquiescencia cómplice a las peroratas de su sapientísima profesora, casi se les ve el gesto oportuno para obsequiarme, entre todos, con una matrícula para escuchar a Florita, y una silla para seguir atentamente su método veinticinco, especial para las aes del Yorkshire, y hasta una bolsa de plástico con mis iniciales donde guardar mis errores de sintaxis victoriana... Y Florita, más diplomada que nunca, larga, agria, un punzante: Usted no tiene fundamentos biológicos de la Pedagogía, a mí me dieron sobresaliente. Con un profesor hueso, ¿eh? ande, para que vea. Mire qué bonito, qué modales. «Siga, siga, ande, siga». ¡Claro que voy a seguir! A grito pelado. Y me quejaré a la secretaría, y a la Dirección, y si hace falta al Ministerio. ¡Y que no tengo yo clase para redactar memoriales al Ministerio! Estaría bueno. ¿Se ha olvidado usted de que soy licenciada, con tesina y reválida, sobresaliente en todo, y una tesis escrita? Ah, y tuve una pensión en Exeter, ciudad que está muy cerca de Londres, que hay que ver los apuros que se pasan en el metro, y eso que no son tan brutos como aquí, y lo que tiene que trabajar una para luego, aquí, al volver, no ser nada, y tener que replicar a un ignorante como usted, que no sabe una palabra de métodos, a ver, si no, dígame usted... ¿Cómo? ¿Qué le jure por mi honor que los métodos son míos y no copíados? Usted me insulta, usted está insultando a todas mis alumnas, pobrecitas, ay, Dios mío, qué crueldad con una pobre profesora sin protección, pedirme que jure por mi honor... Yo soy española, y eso del honor, ¡ni una palabra más! Eso es un insulto que sólo se lava con sangre, con sangre de verdad. A torrentes. Este tipo, qué se habrá creído, este ignorante, que es usted un ignorante, que no tiene métodos ni principios, no, no me toque, o grito, déjeme llorar a gritos, parece mentira,   —68→   yo que tengo premio extraordinario en la licenciatura, sí, qué pasa, claro que lo tengo, y cum laude y con felicitaciones, y con cita en el cuadro de honor (este honor es el otro, el de otra manera, no el de los juramentos, por si no lo sabía) del colegio donde estudié el bachillerato, y en las clases de adorno (taquigrafía, equitación, bordado, tráfico infantil, cocina de cumpleaños) sí, sí, es que usted la ha tomado conmigo, a ver si no. Todos están siempre conmigo señorita para allá, señorita para acá, pachasco, cediéndome el sitio, y dejándome que dé la clase en el lugar más silencioso y calentito, y ahora viene usted, un don nadie, a invadir mi rincón, mi camilla, mi camillita de los treinta y siete métodos ensayados con meritoria eficacia y espléndidos resultados, que me han hecho una interviú en Le Maître Phonétique -que claro está, usted no tiene idea de su calidad ni de su color- y me han dado una condecoración. A ver, ¿usted tiene alguna condecoración? No, claro. Qué había de tener. Si es usted un monstruo que no deja vivir a las pobres profesoras con prestigio, como yo... ¿Que me lleve la camilla y me vaya con ella a...? Jesús, lo que me faltaba por oír. Ahí se irá usted. Vaya manera de tratar a una señorita. Ya no lloro más. Ni una sola lágrima. Tendré que consultar a mi abogado. Y a papá. Me ha ofendido usted gravemente. Todas mis alumnas son testigos. Tú, Fifí; tú, Cuqui; tú, Lines; tú, Chuchola; usted, señor Arrespiciabeitúa, ustedes serán testigos de mi afrenta, no faltaba más, tenemos que darle a este tipejo una lección con método, con mucho método, eso sí, para que vea lo que es bueno. Qué lengua, Dios del cielo, qué expresiones delante de una señorita. ¡Meterse con mi camilla de ese modo! No, no, de ninguna manera, eso no lo tolero, no faltaría más... Ah, y no olviden ustedes, señores alumnos, que mañana han de venir a la misma hora, hemos de ensayar el   —69→   método polivalente circular H777, bis, segundo aspecto, del que tan brillantes éxitos se están deduciendo en las continuadas campañas de las universidades escandinavas especialmente dedicadas a la enseñanza de lenguas extranjeras con orientación a casos de guerra submarina fría... ¿Qué está usted rezongando ahí de guerra tibia y al baño de María? Mire, cállese, que reviento por volver a llorar su continuado ataque, sus desafueros a mi pudor... En fin, mejor será marcharse, han dado la hora...



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ArribaAbajoDina

Esto de tener que marcharse de España es siempre una pejiguera, como yo se lo digo. Yo ya voy saliendo muchas veces, y todo son inconvenientes. La verdad es que yo no me explico cómo hay gentes que no piensan más que en viajar y viajar, hala, hala, a viajar. Pues sí que resulta divertido. Figúrese usted, así, para empezar, el madrugón que nos hemos tenido que arrear, para llegar al aeropuerto y luego, ¿qué? Más de dos horas de espera, y todo para nada. Ya ve usted cómo se amontona la gente para despachar el equipaje, y cómo le cuentan a uno todo, que si la cartera tal y la bolsa cual, y el otro saquito con los libros, y que si las gabardinas, y que a dónde va usted, señora, con cuatro abrigos al brazo, ni que fuera usted al Polo Norte, a ver, ¿se da cuenta? Yo voy donde me da la gana, aparte de que ya dice el billete dónde vamos, ¿no? y yo llevo lo que me da la gana, hombre, no voy a dejar en casa la ropita, con cuatro trapos que una tiene, la que yo digo: ¡A lucirlos! Pues estaría bueno. Es que son... Que si mi marido llevaba tres máquinas de escribir... Pues, qué quieren que haga con ellas, porque mi marido sabe escribir a máquina   —72→   y tiene que llevarlas siempre consigo, porque si no, a ver, cómo las va a dejar. Si es la que yo digo... ¿Que para qué tantas máquinas? Hombre, dígame usted. Una es para escribir en inglés las cartas comerciales, y la otra, la de siempre, para las felicitaciones de Navidad, las cuentas de la casa, las cartas semanales a los abuelos, que, anda, vaya perra que agarran si no se les escribe clarito, y, así, haciendo copias, con cambiar la fecha, todo va sobre ruedas. También las recomendaciones para los que quieren colocarse en el Ayuntamiento, porque mi marido recomienda mucho, usted me dirá, a ver, tiene un puesto importante y ya sabe usted lo que pasa, y además que... Ah, la tercera la llevamos nueva ahora, para que vaya aprendiendo mi niña. Su padre está empeñado en que sea su secretaria, y yo creo que está muy bien pensado, porque la chica es muy despierta, y ¡tiene una gracia!... Bueno, no le quiero decir la gracia que tiene, ni ná, ni ná, ni ná. Lo que hay que ver. Hoy está algo atontada, claro, con el madrugón, y con las despedidas. Yo creo que ayer me la han abollado un poco sus tías con tanto besuquearla, y venga llorique, si, total, vamos a volver dentro de un par de meses, porque mi marido... A ése no le importa nada que viajemos y viajemos, cá, no, señora, se lo digo yo. Él, cualquier mañana se levanta y se pone: Tú, Dina (Dina es Claudina, ¿sabe? Pero hace así de bonito, Dina, Dina... De siempre. Yo, en mi casa, Dina y nada más que Dina. Es mono, ¿no verdad, usted?). Pues, como le digo, que se levanta y: Dina, al avión, que tenemos una boda en Torregrosa el martes. Y empiece usted a preparar cosas y regalitos, que vaya despilfarro esto de los regalitos, bueno, y el certificado de vacuna, y el de no sé cuántas enfermedades más. Menos mal que Lorencito, el hijo de don Lorenzo, el encargado de la administración de la galletería, sí, un buen chico, ¿sabe?, que ya es médico,   —73→   y como dice mi marido: Lorencito, hazme los papeles, que para eso te he visto nacer... Y Lorencito, que es de ley, pues que va y nos los hace, los papeles. Y con muy buena letra y todo, no se vaya a creer, y, fíjese, la última vez llegamos aquí y nos dijeron que no valían. ¿Se da cuenta, que y que no valían, cuando hasta venía puesta nuestra dirección en un ángulo, y el teléfono y todo? Mi madre, la que se armó: gritos, discusiones, palabrotas. Total, una señorita muy de uniforme que no sabía decir más que: No valen, señores, que no valen. Y no había quien la sacara de ahí. Que y que tenían que ser de color naranja, o rojos, o internacionales, qué sé yo. Manías, manías, se lo digo yo. Me vacunaron a mi hijita, mi hijita de mi corazón, pobre, cielo mío, que tuvo un par de días con un calenturón... Y eso que yo le refregué el brazo al salir, sin que me viera nadie. Con un perfume carísimo, ¿eh?, estaría bueno. Claro que Lorencito me va a oír a mí por no haber hecho los certificados del color ése. ¿Usted sabe exactamente de qué color tienen que ser los certificados? ¡Cállate, niña, que estás jorobando mucho hoy! Discúlpela, señora, es el madrugón. Y además, que la niña, que es muy viva, como ya le he dicho, nota la altura del avión y, claro, se alarma un poco, a ver quién no. ¿Pero usted se ha dado cuenta de lo altísimos que vamos? Un viajero que va ahí delante, que parece persona instruida, dice que en esta altura ya no pueden vivir los pájaros. Así que fíjese si será malo ir tan alto, qué le voy a contar. Pero a lo que estábamos. Ya habrá visto usted que no saben cómo pasar sin dar la lata. Dígame qué les molestará que mi marido ponga el transistor. Pues ya ha visto usted cómo han venido a decirle que, por favor, que no lo ponga, que hay interferencias... Eso sé yo que no lo hay, claro, pero es por molestar, por darse importancia. Anda, niña, estás un rato pelma hoy y te la vas a cargar.   —74→   En fin, señora, yo comprendo que la niña está muy enfurruñada, pero, como ya le decía, es el viaje. Y además que apenas ha comido. ¿No se ha dado cuenta de que no ha comido? Naturaca, si le han traído un queso que no le gusta a ella. Ella está acostumbrada al queso en porciones El cortijillo. Pero ha notado en seguida que el que nos han traído en el desayuno era de otra marca, no sé bien, sería El avión o algo así, tenía un aeroplano pintado en la plata... Y, claro, mi niña, menuda es, no lo ha querido probar. ¿Cómo va a probar eso? Hasta ahí podíamos llegar. ¿Que qué edad tiene? Ocho meses. Aprovechaditos, ¿eh? Mire los dientes, mire qué muslazos, qué brazos, qué pelo, qué todo. Es una chica fenomenal. Será una secretaria estupenda, ya lo dice mi marido. ¡Estate quieta, niña, que esta señora se va a enfadar contigo y va a decir que eres una burra! Calma, hija, calma. No le arranques el pelo a esta señora, hijita, ¿no ves que es muy mayor? Usted sabrá disculpar, señora, la niña está nerviosa, es natural, la altura, la poca comida, el madrugón... Es una lata viajar con niños, y eso que esta criaturita es lo que se dice un sol, pero... Mi marido, no. Él agarra y cada año se hace un viajecito. Ya conoce todo el mundo, o casi todo. Hemos venido cuatro veces desde que pusimos la fábrica. La primera, una mañana me dijo: Dina, me voy a Bilbao, quiero ver Bilbao. Y se marchó. Yo, no, señora, no. Yo, qué voy a ir. ¿Bilbao? Pero si dicen que está todo negro, y que no saben hablar español, sino otra cosa, será bilbainés, digo yo. No, yo me quedé con la abuela Tonieta, cuidando de las almendras, que hay que tener un ojo... Más de dos veces vi a los obreros echarse algunas al bolsillo, pero para eso estaba yo, para que no se les indigestaran. Y mi marido volvió para regresar otra vez. Entonces había aviones de hélice, y se tardaba más, pero eran tan bonitos... Usted, por lo menos, sabía si el   —75→   motor andaba o no, y no como ahora, que ya ve usted qué soso resulta. ¡Ay, señora, este pendiente debe ser suyo!, ¿a ver? sí, es suyo, ay, qué niña ésta. ¿No sabes que las niñas buenas no arrancan los pendientes a las señoras que van en avión? En fin, está tan alterada, mi pequeña. Oiga, señora, estas perlas son falsas, ¿no verdad, usted? En seguida se echa de ver. Claro que para viajar en clase turista, no se va a poner una las joyas de familia, ¿no verdad? ¿Usted tiene joyas de familia? Ah, por eso. Yo también, claro. ¿Quiere que le enseñe las que llevo? Me sé ce por be la historia de todas, o de casi todas, van en aquella maletita, ¿ve? Atiborradita. Y nada de bisutería, ¿eh? De eso, ni tantito así. Niña, déjame hablar, no te pongas pesada. Pues que la segunda vez... Oiga, señora, ¿es que no quiere saber dónde fue mi marido la segunda vez? Pues se marchó... ¿A que no acierta dónde se marchó? Tiene cada ocurrencia este Fermín... Pues, fíjese, se marchó a las Canarias. Dijo una mañana: Dina, me voy ahora mismo a ver si es verdad eso que leímos en el avión de las islas esas con fortuna, a ver si me toca algo. Y se largó. ¿Yo? Quiá, hombre, quiá. Yo, en casita. Era invierno y había que vigilar la matanza, que estaban caros los embutidos y, además, no se deben comprar, Dios sepa qué les echan ahora a las morcillas... Con estas costumbres modernas, hija mía, nunca se sabe. Hágame caso a mí, señora, no cate la mortadela que van a traer luego. ¡Huyyyyy, si usted supiera! Créame a mí, señora, que soy su amiga. Carne en calceta, para quien la meta. Bueno, pues Fermín volvió encantado. Dijo que era verdad eso de las Canarias, y que había una montaña muy alta, a la que subió y todo. Creo que es una cosa bárbara, se ve desde allí medio mundo, todas las islas, y África, y España, y Sevilla, y qué sé yo cuántas cosas más. Sí, también Portugal, claro, que cae algo más acá según se sube. Ah,   —76→   había, me contó Fermín, mar de nubes, que creo que es muy bonito. ¿Que cuando usted estuvo no había mar de nubes? ¡Naturalmente! Esas islas progresan la mar, lo habrán puesto ahora nuevo, porque, ¿cuánto tiempo hace que estuvo usted? ¿Tan poco? Tendría usted un guía poco enterado y no se lo enseñaría. Esa tierra, por lo que cuentan, debe de ser un sitio agradable, pero algo frío, no entiendo yo bien eso de la temperatura. Pero Fermín estaba entusiasmado, vaya si lo estaba. Aunque, a veces, créame usted, señora, que esto de quedarse en casa... Hay algo que no me acaba de convencer. Yo comprendo que Fermín tenga necesidad de divertirse alguna vez, pero no hace falta que disimule y me tome el pelo. ¿Usted cree que yo me voy a tragar que se distraía montando en camello en las islas esas? A otro perro con ese hueso, hombre. Ni que una se chupara el dedo. Habrá que ver a qué llaman camellos ahí, ¿no le parece? Y es que los hombres... Bueno, vivir para ver. Jesús, qué niña, espérate un poco, ahora dormirás. Mira, mira ahí abajo... ¡Un buque, mira, un buque! ¡Qué chiquirritín se ve! Ya podían bajar un poquito en estos casos, para saludar a alguien o hacer alguna señal, digo yo. Cuando dos barcos se encuentran en alta mar, se saludan, y tiran cohetes y toda la pesca, pero aquí... Nada, que no hay quien pueda, que lo mejor es no moverse de casa, se lo digo yo. A ver, usted, ese señor de ahí, despiértese, hombre de Dios, que se ve un buque. Usted decía que no se ve nunca un buque, y que si tal y que si cual, y buque arriba y buque abajo. Pues ahí lo tiene. ¡Anda, Dios, tanto hablar de buques, y ahora, para uno que se puede ver medio bien, ya ve qué cara me pone! Pues no mire, a mí qué, yo sólo quería hacerle un favor, qué barbaridad. Niña, mira tú el buque, que se echa de ver que a este señor que tanto hablaba de los buques, no le interesan un pimiento los buques. ¡Qué gente,   —77→   Señor! ¿Qué me preguntaba, señora? ¿Que adónde fue el cuarto viaje de mi marido? Si no le he contado el tercero!... Bueno, pues fue a la Feria de Jerez, que debe de ser un sitio muy bueno, vino diciendo algunas palabras en inglés y con muchas tarjetas de señoronas americanas en la cartera, que las había conocido allí. Yo, este cuarto viaje, me tuve que quedar porque la niña había llegado ya, y había que estar pendiente de ella, y como es tan lista y tan caprichosa, a ver, no se la puedo confiar a nadie, usted me entiende, no soy como Fermín, que le deja las llaves de la fábrica al padre de Lorencito y: ¡Hala, al avión! Nosotras, esclavas, señora, esclavas de nuestro deber. Y nada más. Ay, qué vida ésta tan mal arreglada. Niña, pobrecita, tiene hambre. No, no se moleste, señora, cómo va a comer la niña de su merienda, aunque ese jamón serrano tiene un aire estupendo, y ese queso... ¿Eso que rebulle ahí son gusanitos, no verdad? He oído decir que es el mejor alimento para las convalecencias. Mi niña probará algo, para no quedar por mal educada. Como yo digo: las buenas obras, por la mañana temprano. Hace usted muy bien en llevar merienda. No se puede una fiar de la comida del avión, toda tan parecida. Quiera usted o no, los mismos pasteles, la misma mermelada, el mismo pollo. Y ya ve, si es tan mala la altura para las aves en vivo, qué no será para las muertas. Niña, no te comas todo el jamón de esta señora, qué desconsideración. Basta con el pan. Sólo el pan. Bueno, este jamón que ya lo ha tocado, me lo comeré yo. Va a ver usted cómo en seguida aparece la azafata esa para limpiar el asiento con disimulo, y todo porque la niña ha puesto los dedos en él, así como si no fuese muy bueno comer el jamón con los dedos, ¿eh?, qué rico, rico, bien que lo está. ¿Ve? ¿No se lo dije? Y ahora caigo, señora, usted no me ha dicho de dónde es, yo ya le conté que soy de Torregrosa, en el Valle Alto. Usted,   —78→   ¿es por casualidad de Madrid? La gente de Madrid tiene fama de simpática, y esto de compartir la merienda es tan simpático... Le puedo asegurar que en todos mis viajes en avión es la primera vez que me pasa. ¿Usted no se acuerda cuando se iba en tren y salía a relucir la tortilla y se ofrecía? Qué tiempos aquellos. A mí, no sé si le he dicho que no me gusta viajar. Yo me quedo con la abuela Tonieta, porque, la que yo digo: ¿Ver montes? También los hay en el Valle. ¿Ver gentes? También las tengo allí. ¿Autos, montañas rusas, tiros al blanco, güitomas y todas esas cosas de que habla Fermín? ¡Bah! La abuela, la abuela Tonieta, que algún día la diñará, vamos, no se va a quedar aquí para simiente, y, entonces, si no está a buenas con una, entonces que na de na de na en el testamento, ¿me comprende? Yo, todo lo más, estuve una vez en Barcelona, para ver el mar de cerca, pero Fermín... Fermín ha viajado mucho, mucho, ya conoce todo el mundo, y quizá el próximo viaje me lleve con él a Guadalajara, a ver a su tía Rosa, la del Manco... ¿No le había dicho que mi marido tiene una tía en Guadalajara? ¿No? Pues, verá, el caso es que... Si me agrada algo la idea de ir a Guadalajara, que no me acaba de llenar, no es por la tía Rosa, que no tiene dónde caerse muerta, ni por nada, sino porque no me pedirán, digo yo, certificados... Pero, ahora que me acuerdo, no le he contado el tercer viaje de Fermín. Pues que se marchó a Seu de Urgell, que eso sí que está lejos, es una ciudad que... Ya sabe: Dina, los calcetines y la maquinilla de afeitar, que me largo a La Seu... ¿Cómo ha acertado usted que me lo dijo una mañana, al levantarse? Jesús, qué cosas se le ocurren a usted, señora. La hoja de afeitar era sólo para eso, para afeitarse...



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ArribaAbajoNo fumadores

Se lo vengo diciendo: No fumes, chico, no fumes, tengamos la fiesta en paz. ¿No ves que esto está reservado para no fumadores? Y dale, que no te quieres enterar, que algún día se va a armar la gorda. Ya verás, ya, en cuanto aparezca el revisor, o uno de estos vejestorios que andan por aquí empiece a rezongar... Total, que, ¿sabe usted?, pasó todo como yo se lo dije. Y cuidado que se lo venía advirtiendo, ¿eh?, y no una ni dos veces, que, caramba, yo creo que me puse algo pelma, que: Chico, que no fumes, mira que... ¡Dios, la que se armó! Primero fue aquel señor del rincón, seguramente un buen hortera, como decía Pepe, pero, eso sí, qué basilisco. Que si aquel departamento era para no fumadores, no-fu-ma-do-res, que esta juventud de ahora, que si en sus tiempos, y venga y dale con las reuniones de sus tiempos, se conoce que jugaban a las prendas en sus tiempos, porque vea, señor, a cada uno lo suyo, que este tío tenía una voz... Es que yo, con esa voz, me pongo esparadrapo en la boca, o me tomo medio litro de chinchón al salir de casa, para disimular, porque, vamos, no me diga, si hasta yo estuve a punto de saltar cuando le quiso dar   —80→   lecciones al Pepillo... Y venga a repetir esto y lo otro, que si patatín que si patatán, que si él era capaz de comerse crudo al que le echara el humo encima, hombre, bueno era él, porque a él, ¿a él?, que en la guerra había hecho tanto y cuanto y lo de más allá, que si el Ebro y Teruel y toda la geografía, y que él no le tenía miedo a los cuchillos, ni a las balas, ni a los insecticidas esos del Rhin, pero, ¿al humo? Vamos, que él no respondía, porque si él se ponía de malas... ¡Hale, hale, a fumar!, ande, fume, fume, ya verá luego lo que es bueno. Le digo que se puso muy chuleta y que no era para tanto. Yo más bien creo, modestia aparte, que este señor tiene un sí es no es algo de petulancia, dicho sin faltar, y quería darse pote ante el público, y pasar por señor bien, pero, anda, que lo estaba poniendo bueno. Su madre, ¡qué gachó! Y el Pepe, que es un cabezota, que se lo tengo dicho: Pepe, eres un cabezota muy cabezota y algún día las vas a pagar todas juntas, pues que el Pepe, dale, con mucho recochineo, o sea, vamos, que ya veo que no le gusta la expresión, con mucho, como si dijéramos, con mucho retintín, usted me entiende, ¿no verdad?, pues que de eso de no fumadores, que a ver con quién se creía que estaba hablando, que él tenía mucho pesquis (y esto es verdad, que el chico, animal animal, lo será, no digo que no, tiene sus prontos, pero lo que es de listillo..., ¡vamos!... Y de madrileño, ¿eh?, de madrileño, un rato largo), pues que él no había venido en el corto, y que la Renfe, a pesar de tanto anuncio, no ha puesto en su repajolera vida un mal asiento para no fumadores, que, de haberlo, ya sabría él respetarlo sin que ningún mandria enlutado viniese a decírselo (porque, señor, no sé si usted se ha fijado en que el tipo iba de negro de arriba a abajo, ya ve, una ranciedad como otra cualquiera). Así, que chitón y a otra cosa, mariposa. Y ni corto ni perezoso, encendió el veguero que nos habían dado   —81→   en la boda, porque veníamos de una boda, ¿no se lo había dicho a usted? ¿Cómo que no? A ver, si no, qué pintaba yo en el tren a esas horas, si no hubiese sido por la boda no me agarran a mí en el tren a esas horas, hombre. A esas horas yo estoy todos los días muy repantigadito en el círculo, viendo la tele de sobremesa, alguna cabezada, que suele haber una novela que para qué le voy a contar a usted de la tal novela, hombre, si lo sabré yo, y puedo seguir a medias las cotizaciones de la bolsa, o el tiempo del fin de semana para los excursionistas y pescadores y así, a ver, hay que ilustrarse y esto de la tele ayuda mucho, con eso de los enteros que suben y bajan y los anticiclones que van y vienen, y los regalitos a quien los pide y así... Bueno, camelos, ¿de acuerdo?, pero se pasa bien, claro, y luego, ¡es tan distraidito! Pues que como le iba diciendo a usted, y usted perdone la digresión, pero es que a mí, ¿sabe?, a mí me encanta la exactitud, y cuando hay que contar un suceso como el de marras... En fin, que Pepe encendió el veguero. Sí, por ahí íbamos, un Partagás que para qué, un señor puro de la Havana con v, que es, naturalmente, la mejor. Había solamente una caja de ésos en la boda, no se vaya a creer, los había comprado Chucho, el novio, que le había sacado de pila mi mujer, y yo fui su padrino de confirmación, en fin, ya me entiende... Pues a lo que estamos: Pepe le daba vueltas al puro, así, para encenderlo, con retintín, vamos, ya se lo he dicho antes. Bueno, yo digo siempre en estos casos, recochineo, cachondeíto, faroleo, o algo parecido, así de significativo, pero como le veo a usted escribiendo y es capaz de publicarlo o de contárselo al juez... Hombre, yo, ni tanto ni tan calvo, que uno tiene su instrucción, a ver, aunque no sea más que... ¿Qué siga? ¡Va! Pues que el buen señor hortera, que lo demostró que era un hortera, menudo pesquis el del Pepe, se encampanó como   —82→   si le hubiesen pisado el rabo, su madre, qué chillidos daba. Venía por el pasillo central, el de en medio, ¿sabe?, por aquí, entre los asientos, ¿ve?, un pasillo central, ¿estamos?, talmente un sayón malo, de los que abofetean a Nuestro Señor en los pasos del Viernes Santo. Las manos en garra, como los halcones; la nariz arrugadísima. Una pasa. Y muy colorada. Y los ojos, los ojos echaban llamas. Y en mangas de camisa, sí, señor, en mangas de camisa, que lo que le dije yo al revisor cuando acudió, a ver, tanto gritar por un humillo de nada y él, en cambio, todo lo señor que quiera, bueno, pero ¡quedarse en mangas de camisa en un segunda! ¡Hombre, que había señoras, a dónde vamos a llegar! Señoras y un sacerdote, ahí es nada. Y el tío... Bueno. Llegó dando alaridos, y: Ese puro se lo va usted a comer ahora mismito, sin mayonesa ni nada... Fíjese usted qué modales, qué provocación, a ver, a Pepe la mayonesa le da vértigo, por esas cosas que le pasan a la gente así, gente rara, pero con talento. ¿Le he dicho que el Pepillo es bizco? A todos los bizcos les pasa algo con la mayonesa, me sospecho yo, porque... Ya, bueno, ya sigo. Ande usted también, qué ahogos le entran. Yo lo que tengo es que quiero contarle todo con exactitud, porque a mí la exactitud... Resumiendo: que el tío llegó y se quedó muy quieto delante de Pepe, que, la verdad, se desconcertó un poco al verle así, la mirada fija, sin pestañear, y se acercaba poco a poco a la cara de Pepe. ¡Menudo suspenso, todo el mundo se iba inclinando poco a poco, con la boca abierta, a la vez que se iba inclinando el señor y acercándose al puro y a Pepe! Y luego, dando un gran resoplido, sí, muy grande muy grande, más grande que el de una vaca, sí, hombre, sí, más grande... ¿Cómo quiere usted que yo en ese instante de vida o muerte me pusiera a medir la intensidad de una vaca, digo, de un resoplido? No me irá usted a pedir que repita yo ahora el   —83→   resoplido, mi madre, qué declaración, con razón la gente escurre el bulto cuando puede, ahora me lo explico, y deja que los prójimos se mueran en paz en las cunetas. Si mi alma lo sabe... Bueno, ya iba a decir lo que hizo, que usted me cortó con ese parche de la vaca y el resoplido. Pues se acercó, le cogió el puro, arrancó la vitola y la tiró al suelo y la pisó con asco, fíjese, un puro de esa aristocracia, un verdadero as de bastos y, dándole la vuelta, le aplicó la lumbre al Pepillo entre ceja y ceja, lo cual que el Pepe se dejó chamuscar impunemente, como una gallina, no te... Tanto fardar y luego... Yo creo que le había hipnotizado antes, a medida que se iba agachando. ¡No, hombre, no, hágame el favor! ¡Cómo le voy a decir yo ahora lo que dijo el Pepe! Dijo... Pues dijo... Dijo lo que dijo, y ya está bien. A ver, estaba chamuscado, por aquí, entre ceja y ceja. Bien que olía, a matanza en noviembre. No iba a cantar dónde están las llaves, ¿no le parece? Sí, claro, ya sé que las señoras y el cura han declarado en contra de él, pero al cura no le habían quemado el sitio de las gafas, y las señoras, eso, son señoras y no está bien que digan ciertas palabras, aunque les quemen todo lo quemable. Para eso son señoras. Y luego, luego, luego... ¿Qué pasó luego? Ah, ya, pues que el Pepe le echó las manos al cuello al incendiario, podía no, ¿eh?, y el viejales empezó a gritar y jugaba con ventaja, sí, señor, porque pedía confesión, que era una bonita manera de pedir al cura que fuese a ayudarle, como así ocurrió, y detrás del cura vinieron las señoras, y el otro vejete jubilado, y aquella mujer gorda que estaba en la ventanilla de enfrente, que ha dicho después que era peluquera a domicilio, peluquera de niñas, sí, ésa, cómo pateaba, Dios, y se agarró al timbre de alarma. Y dos niños que no sé cuándo habían subido, no sé con quién iban, a mí no me gusta hacer amistad con los niños en los viajes, ¿sabe?, siempre se le   —84→   antoja la ventanilla, y quieren comer, y tienen sed, y se le suben a uno por el pantalón, y yo, ya lo adivina usted, llevaba mi mejor terno, con leontina y todo, fíjese, de oro, con un dije donde llevo todavía el retrato del abuelo Crisóstomo, que me dejó mejorado en cien duros, y el primer diente que se me cayó. Veo que tiene usted prisa, a juzgar por la velocidad con que escribe lo que le digo, qué bárbaro, no pone usted un punto y aparte ni por chiripa, ¿eh?, usted se lo pierde, que luego no le va leer nadie. En fin, si usted no tuviese prisa, yo le hablaría de mi abuelo Crisóstomo, que también le toca algo al Pepe. ¡Qué gran señor! Era lo que se dice el amo del pueblo. En el barrio de la estación, desagradecidos, dicen que era una mala bestia, si serán bordes, pero el abuelo... A pesar de sus arrebatos, a mí bien que me sirvió cuando aquella epidemia de los avales. Sí, sí, que digan lo que quieran los del barrio. Bueno, que veníamos de una boda, una boda de rumbo, no se crea, y los niños... ¿Que qué pasaba con los niños? ¡Ah! ¡Va, hombre, va! Uno lloriqueaba pidiendo que le sacaran al hermano. Mire, no me interrumpa tanto, ahora voy a decirle de dónde quería que sacaran al hermano. La peluquera, esa señora a domicilio que tiró del timbre de alarma, se había caído, por el frenazo, sobre el chico más pequeño, y le agarró debajo. ¿Sigo? Es que a usted hay que explicarle todo, ¡caray! Como me llamo Agustín que usted no parece disfrutar mucho caletre, aunque escriba de prisa. Pues, hijo mío, pasó que el niño por poco se convierte en moneda, aplastado por el bullarengue de la peluquera. ¿Está claro? La peluquera, más que tijeras y zarandajas del oficio, era un tren de laminación. Tuvieron que darle al crío la respiración artificial, porque se pasaba llorando, no le digo más. Luego aparecieron por allí unos paletos, que eran los padres del niño, y nadie sabía por dónde habían aparecido, y   —85→   querían matar a la peluquera, y la peluquera quería matar al Pepe, y el revisor quería matarnos a todos y hablaba de multas por haber tirado del timbre de alarma sin causa justificada, y el Pepe sin soltar al incendiario, y las señoras viejas, anda que no eran viejas ni nada, y el cura con ellas, venga a tirar de Pepe y del tío del puro, que está bien claro que era el causante del lío, pero las señoras y el cura son los culpables de que el pobre viejo perdiera el conocimiento, a ver, tanto tirar de él para llevárselo, que lo hubieran dejado en paz con el Pepe, o le hubieran pedido a éste con suavidad, digo yo: Pepe, no se ponga así, suelte a este señor indefenso, es un padre de familia... Pero, qué va, tirones y tirones y más tirones. Claro, el fulano se desmayó, y a Pepe le rompieron la camisa, pobre, que era bien nueva, usted comprende, para la boda, pero con tanto tirar... Y encima el perrito, vaya por Dios, un chucho bastardo que llevaba alguna de aquellas señoras, se dio el gran festín mordiendo en las piernas a todos los que intentábamos poner paz, es natural, no se le pueden pedir reparaciones, primero es un animal, no tiene alma racional, y, segundo, creía que maltrataban a su dueña. Así que... Pero me ha roto la pernera. Ya veremos qué dicen en casa, que por Santa Catalina se murió la última zurcidora que quedaba en el pueblo. Vea usted por dónde... ¡Y aún ladra! ¡Si será...! ¿Amenazas? ¡Quiá, hombre, quiá! Pepe, decir decir, es verdad que decía muchas veces «Lo mato, es que lo mato, es que eso no se lo consiento ni a mi madre», pero ya le he dicho, porque yo soy muy exacto, que el chico es muy madrileño y le gusta hablar así, en simpático, a ver. Pero no hay que tomarle en serio. Bueno, si él hubiese querido, a buenas horas. La pareja es la que estuvo la mar de bien al llevarse a aquellos dos extranjeros que no decían ni mú. ¡Habráse visto, con lo que estuvo a punto de ocurrir y ellos tan frescos! Y es   —86→   que esta gente viene aquí y ¡hala!, ahí me las den todas. Además, uno fumaba en pipa. La llevaba apagada, que si no, lo del entrecejo de Pepe, le digo yo que tortas y pan pintado. Y cuando lo digo yo, con lo que a mí me gusta la exactitud...



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Pues, sí, señor, sí, ya lo sé. A ver si se cree usted que uno es idiota, pues anda. El chico no llora por capricho. Muchas veces le he traído al cine, no se vaya usted a pensar que es la primera vez, qué va, hombre, qué va. Y de miedo... Cómo va a llorar de miedo, si es un tío macho. No he visto nunca tres años más arriscados. ¿Cómo va a llorar de miedo por la película de guerra, si son precisamente las que le gustan a él? Andá, pues estaría bueno. Mismamente ayer en la tele, y, bueno, qué digo ayer, todos los días, si él sí que sigue los seriales y conoce a los confederados por el uniforme, vamos, por la gorrita, que es un primor, y distingue a los policías por la estrellita, y sabe cuándo van a disparar y cuándo no, y se toma la lechecita así, tan pimpante, delante del aparato. No sé qué demonios le puede pasar hoy. Y que no llora ni nada, la ha cogido mayúscula, caray con el crío. Si al menos pudiésemos avisar a mi mujer, que le trajina mejor que yo... ¡Hombre, acomodador, no sea lila! ¿No ha notado usted que mi chico es un sí es no es tartamudo?, pero tartamudo nada más, ¿eh?, no vaya usted a salir con el triquitraque de la tía Vicenta, la del puesto de periódicos, que, maldita sea, está emperrada en decir que el Panchito es un subnormal, y que por eso   —88→   no habla. Claro que no habla muy bien, pero fíjese cómo chilla. Bueno, y yo qué le voy a hacer, no me lo voy a llevar a la calle después de haber pagado, ¿no? Buenos están los tiempos para despilfarrar las cuatro beatas del cine, ¿eh?, buenos, y, además, que esta película de hoy es tolerada, a ver, para eso le he traído, aparte de que el chico no está aún en edad de entender de lo otro, digo yo, vaya pelmas, ya se callará. Así que los que se pueden marchar son esos tíos de ahí atrás, que a mi chico ya le calmaré yo, pues estaría bueno. Mira, Panchito, hijo, mira este papel, guapo mío, es el papel de las pipas, fíjate cómo cruje, oye, oye, mira, ya lo van a coger por las bravas de los pantalones, fíjate cómo lo van a desnudar y le van a atar al poste para tirar al blanco con flechas, eso que tanto te gusta a ti, hijito, mira, mira, ¡pum!, ya le han arreado, anda, hombre, mira... Su padre, que no se calla, qué le daré yo, anda que no hay sifones por ahí, pues sí que este crío la ha armado buena esta tarde. Para un día que uno se siente padrazo y renuncia a la partida de mus y al chateo en casa del Venancio. Y todo porque la parienta tenía que lavar. Menuda lavada te sacudía yo así, gamberro. Pero, ¿te vas a callar, desgraciado? Mira, mira, fíjate qué caballo lleva el indio ése bueno... ¿No quieres caballo, asadura? Pues qué mejor que un caballo. Es que ni con un mercedes, gachó qué perra... Mira, mira, cariñito, fíjate qué cadena lleva este señor, tan bonita, seguramente es de oro, así llevaba el reloj mi padre, y mi abuelo, o sea, vamos, mi padre era tu abuelo, y mi abuelo... Pues que ya no sé bien qué te toca a ti mi abuelo, será bisabuelo, o abuelo dos, o lo que sea, a ver, Dios mío, que pierdo la paciencia y le estrangulo, cállate, condenado. Nada, que no se calla. Me estoy consumiendo, todo el cine pendiente de nosotros y sin poder decir una de esas palabras que yo me sé, ahí está la vejestoria esa de la farmacia esperando   —89→   oírme decir algo para en seguida salir con el infierno y que si las blasfemias y que si los tacos... Y doña Antonia, la del cura, y la señora Raimunda, la del jefe, que ya las veo queriendo oírme, que esta vez se quedan con las ganas, que se chinchen, y que le sigan dando fuerte al abanico para despistar, pero vaya disfruten que se pierden... Aquí las quería yo ver, escopeta, con un niño hecho una fiera que ni los indios ni los confederados ni nadie le achanta. ¡Mi madre! Ahora, hipo. Lo que faltaba. Verás qué susto te voy a arrear yo para que se te pase, crío de... Quizá es por el helado que le compré antes de entrar. Y su madre me tiene dicho: No le compres helados, ni pipas, que la tripita se le estropea al baldadito. Sobre todo, nada de helados, que además le furacan los dientes, angelito. Y yo le he comprado un helado. Vamos a tener bronca. Bueno, y qué. Me salió de... Otra vez me va a engaritar tu madre a mí. Sí, sí, como no morena. Si está visto que eres anormal, o sea, vamos, gilí, que eso es lo que quiere decir lo de subnormal cuando la tía Vicenta... Si yo me conozco a toda esta gente más bien... Claro, claro, ya lo dicen por ahí. ¡Leñe, tartamudea lo que te salga de las narices, pero di qué te pasa! Oiga, señor, ¿por qué no le deja a mi pequeño su cadena? Seguramente se calmará jugando con ella. ¿No? Claro, así ya se puede estar gordo como está usted, a ver, con esa cachaza y esa cadena... Pues a lo mejor el chico se callaba y nos enterábamos de la película, que si no, al paso que vamos, de aquí no sacamos nada de nada de nada. ¡Jorobeta con el niño! ¿Te vas a callar, resalao? Mira, mira qué tren. Verás qué tíos esos americanos despanzurrando indios. Que sí, señor, que así se coloniza y lo demás es tontería. Ya podrían dejar alguno, digo yo, para mandarle a la luna, que allí va a estar mal de servicio y de albañiles, sobre todo al principio. Oye, rico, pero, ¿no te vas a callar   —90→   en toda la santa tarde? Usted perdone, señora, pero yo no puedo hacer más de lo que hago para tranquilizar al chico. Y no falte, qué es eso de llamarle berrendo a mi niñito. Es verdad que es un poco tartamudo, pero ya ve usted qué bien que chilla, a ver, y, además, es bien guapo, rubito, con los ojillos claros, sobre todo cuando se le ven los dos bien puestos, que, a veces, uno se le queda dentro y aparenta tener uno solo, pero, eso, ahora, con el llanto y los mocos, pues que no se ve, ya verá usted en cuanto enciendan y esté tranquilo con su bocadillito de calamares en la mano, que se lo voy a comprar correndito. Fíjese usted, señora, la que se queja, si es un chico modoso y bien educado, que no se lleva las manos a los ojos. Muy bien, chiquitín, las manitas quietas, ahí abajo, así. Además, está bautizado, y tiene sus dos apellidos legítimos, y mucho ojo con aplicarle algún mote, ni siquiera el que tuvo mi abuelo y luego mi padre. De eso, ni hablar, vamos, que aquí estoy yo para cortarlo en seco. Así que eso de berrendo, quien lo sea, señora. Sin faltar, ¿eh?, sin faltar, tengamos la fiesta en paz. Lo que pasa aquí es que hoy la ha agarrado llorona, a ver, está en su derecho. Le doy mi palabra de honor que es la primera vez que le pasa. No me lo explico, tan contento que venía. Él es naturalmente un niño muy finolis. Berrendo, berrendo... Hombre, por el amor de Dios, llamar berrendo a una criaturita así. ¿No te digo? Aquí, cualquiera, en cuanto se pone dos campanillas al cuello, o una medalla al pecho, o tiene un empleo fijo, ya se sabe: a llamar cosas feas a todos los demás. Estamos apañados con la señora. Aprenda, aprenda usted de este señor tan gordo, que está aquí, al lado de mi niño, que le oirá más que usted, ¿no?, vamos, digo yo. Y, sin embargo, ahí está, paciente, cachazudo, como hay que ser. Sin abrir el pico. Mira, niño, si no te callas ahora mismo, te saco de aquí.   —91→   Yo pierdo la película, claro, pero te rompo la crisma en el mismo vestíbulo. Como hay Dios que si no te callas te rompo los hocicos. ¡Caray con el mico éste! ¡Acomodador, llévese a Panchito al cuarto oscuro! Hombre, señorita, lo del cuarto oscuro es para asustar, o sea, a ver si achanta la muy, pero ya sé yo que el cine está a oscuras y no hacen faltan más cuartos ni narices, usted también. Anda, que todos la tienen tomada hoy con mi Panchito. Yo creo que le duele algo. Él no ha llorado así nunca, ni en el cine, ni en misa, ni en ningún sitio. ¡Pero si parece tonto, de modosito que es! ¡Gracioso tú, y que lo digas! Te aprovechas de la oscuridad para llamarle a gritos cabezorro a Pancho, y tarado, pero te he conocido la voz y no te contesto porque soy muy mirado, pero ya puedes ir enfundándote las narices en un costal, que, mañana, cuando te encuentre donde sea, no vas a llevar frío, cacho de... Le aseguro, señora, que estos gritos me empiezan a preocupar. ¿No se habrá clavado algo en la garganta, o en un ojo? Los veraneantes clavan a los pajaritos una larga aguja en un ojo para que canten sin parar y atraigan así a los demás. A ver si éste se ha tragado uno de esos imperdibles que le pone su madre en el jersey, con el papelito. ¡Ah, usted no sabe lo del papelito! Pues, sí, es muy sencillo. Mi niño lleva un paquetito clavado con un imperdible, o sea, vamos, para que no se pierda, algo así como una bolsita. Lo ha hecho la Remedios, mi señora, que es muy mujer de su casa. Nada, que no voy a poder decirle a usted lo que lleva la bolsita dentro, porque ¡jarabe! cómo grita. Y ahora ya patalea y todo. ¡Quieto, borrico! Pues mire, van unos papeles con su nombre y dirección, por si se pierde, o si se cae en una alberca, o lo matan los veraneantes con las bicicletas, que todo puede ser, que a cafres, mi madre, qué niños esos de las bicicletas, y como, usted me comprende,   —92→   el chico es tartamudo... Tartamudo nada más, nada de memo, como quiere la señora Vicenta, la de los periódicos, sí, hombre, la de las pipas... Lo que pasa es que Panchito siempre que puede le tira del rabo al perro de la señora Vicenta, que es feo y viejo, hace bien, y ella... Bueno, ella... Aquí, memos memos no hay más que el Lucio, el del guardabarrera segundo, que el pobre no levanta cabeza... Pero si van a visitarle los turistas, como si fuese la iglesia o el castillo, y le sacan fotos cuando la Pascualeja, la del hortelano, que es la que le cuida cuando su madre va a asistir, pues, cuando la Pascualeja le echa polvos de talco... Pero, usted, vaya a verlo y se enterará dónde le echan el talco. ¡Qué gente! Y la película pasándose, y este zoquete desgañitándose. Y todo así. Si nadie se creería que estamos a una hora de la capital. ¡Barbarie, eso es, barbarie! Pero, ¡cómo me voy a callar, si me están preguntando! Además, que la película se está acabando, porque el tren se ha vuelto a poner en marcha, y ya no quedan indios. Mira, Panchito, mira qué campana. La verdad es que la película nos ha salido hoy por la culata. El gilí éste, venga de llorar, venga de llorar. Y lo que te rondaré. No te... Su madre, cómo se ha puesto esta gente. Ni que esto fuera un cine de la Gran Vía, en Madrid, bueno, hombre, ya me voy a salir, ya, no tienen ustedes corazón, qué me van a contar, a ver, siempre Panchito arriba, Panchito abajo, que si le va a salir un diente, que cuándo va a ir al colegio, que si patatín que si patatán, y ahora... Total, porque llora un poquillo hay que ver la que arman ustedes. Ni el dos de mayo. Pues como me llamo Pedro y soy fontanero, que ya se pueden ustedes ir ahogando en el primer atasco, que seguro que le habrá, que yo no voy a hacerles el servicio ni a la de tres. ¡Inciviles, filisteos, caravinagres! ¿Es que ustedes no han llorado nunca de pequeños? ¿Qué tanto   —93→   no? Ya me parecía a mí que ustedes no han hecho nunca nada a completas. ¿Te quieres callar, so primo? ¿Es que no ves la que has armado? Oiga, si se va a traspasar, ay, madre mía, que busquen un médico. Sí, claro, ya sé, cualquiera encuentra un médico ahora, en el cine, con película de indios y sin tener el volante del seguro. Hombre, cuando la guerra, si buscaban en el cine a un médico o a un soldado que fuera, ponían ahí un cartelito y el interesado salía al momento, pero lo que se dice pitando. Pero ahora... ¡Qué se me ahoga! En fin, nada, Pedro, a la calle, que el tartaja este te estropeó el día libre. Al mal tiempo, buena cara. Pero me vas a oír. ¡Anda, ahora no quiere salirse! ¡Qué ya nos vamos, no sea gafe, acomodador! ¿No ve usted que ya estoy poniéndome la cazadora? Más le valía ordenar a toda esa cábila que no grite ni hable, que esta película es muy cultural y, con los siseos, no dejan enterarse a nadie. Y no digo más que siseos, ¿estamos?, que como yo pesque a ése que ha aludido tan directamente a mi Panchito... Nos vamos a ver las caras, ésa es la fija. Vámonos, chico, vámonos. ¡Pero qué tripa se te ha roto, criatura, tanto llorar en el cine y ahora no quieres salir! Anda mi madre. Vaya, menos mal que han encendido. ¡Dios, cómo está esta gente! No es para tanto, y además que ya nos largamos. Pero... Oiga, señor, usted, el gordo, sí, claro, si ya lo decía yo, ¿es que no ve usted que tiene agarrada con su asiento una mano de mi Panchito? Qué tío valiente, casi tiene desprendido el meñique, y sin decir nada. A ver, hombre, con razón lloraba, es que a otro, por menos, la laureada; ahora quería yo ver aquí a la bruja esa de los periódicos, a ver si es verdad que Panchito es memo. Un poco tartaja, eso sí, y algo llorón, a ver, levanta, hombre, que ahora hay un descanso y vamos a respirar un poco...