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ArribaAbajoToda cautela es poca

Lo que son las cosas, ¿eh? Cualquiera diría que íbamos a tener este día tan precioso, que menudo día, no me diga usted, hombre, no me diga usted... Después de tanto padecer... Que no se los deseo yo estos días ni a mi peor enemigo, y ahora: Ya ve, en el periódico, en la tele, en el Nodo, hay que ver. Y de autógrafos, y de regalos, un porción. ¿Cómo? ¿Que usted no sabe cómo ha sido todo este lío? ¡Anda, Dios! Lo que me faltaba que oír. ¡Si todo el mundo lo sabe! No me diga. Fíjese usted que hasta en el Congreso se ha tratado del caso y han venido a ver a mi niña diez o doce profesores de ésos de por ahí, de la Usa, y de más allá, de ésos que van en cohete y todo, a ver, hombre, a ver, una gente muy competente, figúrese. Y es que menudo caso, ¿eh? Dicen todos que no han visto nunca una cosa igual. Embobaditos, embobaditos que se quedan mirando la mano de mi niña. Ahora es cuando, la que yo digo, mi niña se nos casa, vaya si se nos casa. Antes, Petra, su tita Petra, que es su madrina, no vaya usted a creer, sí, ya, mucha madrina, pero no se le veía un detalle ni a la de tres, y una madrina, ¿eh?,vamos, que una madrina...   —146→   ¡Hombre, digo yo! Pues nada. Ni una punta de alfiler. Pero, eso sí, siempre: Esta chica, tan pelirroja, tan pecosa, tan cardo, y, luego, con esas gafas de aumento... Que no va a haber quien cargue con ella. Y dale que te pego, que si iba a haber o no iba a haber y que si fue y que si dejó de ir. Ande, para que vea usted. Ahora, hasta dos premios Nobel andan con ella arriba y abajo. Y la tita Petra bien que se tiene que chinchar. Pero, hombre de Dios, no me diga usted que no sabe cómo fue el asuntito. Si ha venido en Semana y en Coquetilla, y el domingo de Ya dio un estudio Manuel Calvo Hernando, que no vea usted lo que sabe ese señor de estos jaleos de ahora, ¿eh? Pues fíjese, traía fotos de los perritos, en colores, naturaca. Y salió en el Boletín Internacional de Estadística, y en el de Canicultura Aplicada... Bueno, qué sé yo. Yo se lo contaría con el mayor gusto, porque la verdad, mi niña, hombre, hay que ver a mi niña, pero ya lo he contado tantas veces, que no sé si no le voy a aburrir. ¿Se lo cuento? El caso es que... ¿De verdad quiere saberlo? Se me hace muy duro que no esté usted al cabo de la calle, si todo el mundo lo sabe, si ha venido en Semana y en Co... Ah, sí, lleva razón, ya se lo he dicho dónde ha venido... Bueno, discúlpeme. ¡Lo he contado tantas veces...! Un mordisco, un mordisco tuvo la culpa de todo. ¿De veras que no lo sabe? ¡Ay, Señor, cuánta ignorancia hay en este mundo! A ver, cómo nos van a hacer caso por ahí, con este atraso. Mira tú que no saber que a mi niña la mordió un perro... Sí, hombre, sí, en el Banco, una mañanita, a las nueve y media de la mañana. Verá usted, Queta había ido al Banco a cobrar su beca de la Escuela de Artes reformatorias y disciplinantes, para su tercer curso de secretaría y decoración, ¿sabe? Tiene muchas salidas. Queta es muy aplicada, un tantico empollona, saca notable, y eso que tiene que emplear   —147→   las gafas, que, ya sabe usted, algo impiden, bueno, usted me entiende, ¿no?, o sea, vamos, que no está mal para una familia pobre. A ver. Y sin recomendación. Claro que ahora va a ser otra cosa mejor, digo, si no se estropea, porque esta juventud... Ya verá, ya. No, no, nada de eso, Queta es Quiteria, Quiterita, el 22 de mayo. ¿No se acuerda de la adivinanza: «El 22 de mayo, Santa Quiteria, ¿en qué mes cae?» ¿Es usted hereje, que no se sabe el santoral? Pues, anda... Bueno, se lo voy a contar todito, todito, pero no me altere con comentos, que ya estoy más que harta de recordar calamidades. Fíjese, ya le he dicho que Queta fue al Banco, por su beca. Por cierto: una roñosería, menos mal que ella es muy aplicada, pero, para lo que le dan, una chica de dotes como Queta, hombre, en cualquier tienda, en el supermercado mismo, pero ella está empeñada en tener título. Ya veremos cuando tenga título qué hace, porque, luego, nadie se va a acordar de esto de ahora. La gente es muy ingrata, ¡ay, Señor! Bueno, sí, ya voy, que fue al Banco. ¿Estábamos en el Banco, no? De acuerdo. ¿A las nueve y media? A las nueve y media. ¿En el Banco ese de la esquina de...? Oiga, oiga, aquí, ¿quién cuenta las cosas, usted o yo? Pues, entonces... A ver si me deja hablar. Bueno, pues que Queta, ya sabe usted... Sí, estaba en el Banco, ya, ya se lo he dicho... Pues que las películas, que si Michele Morgan, que si la Ava, que si la tal... Que todas tienen un perro. No hay más que abrir las revistas para saber que todas tienen un perro. Un perro bien, un perro elegante. Y Queta, pues eso. En cuanto ve un perro, se pone cinematográfica. Eso sí, muy decente, ¿eh?, mi hija es muy decente. Yo no quiero decir nada de nadie, ¿estamos?, pero Queta... Además, es aún muy joven, una estudiante, o sea que no ha tenido aún tiempo de maliciarse. Porque todo eso que cuentan por ahí de los estudiantes... ¡Naranjas!   —148→   Pues que allí, en el Banco, sección giros, ahí es nada, en giros nada menos, ¿eh?, en giros, calcule usted, había un señor con un salchicha. El salchicha, o sea, vamos, el perro, atiende, lo hemos sabido luego, por Fefo. Queta no lo sabía, que, a lo mejor, si lo hubiese sabido, digo yo que... Pues el Fefo, un desagradecido. Porque Queta quiso acariciarle, pues que el Fefo le arreó un bocado de órdago la grande, pobre Queta mía, fíjese qué espanto, un bocado mayúsculo, aquí, así, ¿ve?, en el pulpejo. La tita Petra, mi cuñada, que vaya cuñada, bueno, si de ésta pongo yo las cosas claras, como me llamo Rosa, vaya si las pongo, dice que la Queta le deslumbró con las gafas, y que, claro, el chucho obró en defensa propia. ¿Se da cuenta? Envidia, señor mío, envidia, si lo sabré yo, porque la Petra en su vida fue a ningún Banco, qué va a ir, ni a la Escuela esa de eso que le acabo de decir. Es lo que se dice una analfabeta, muy mujer de su casa, muy limpia, ¿eh?, muy limpia, pero analfabeta. A ver, lo que se llevaba en nuestro tiempo, ¿no verdad usted? ¿Que si le hizo sangre? Hombre, no llegó al río, pero sí, sí le hizo, se le podían contar los dientes, por arriba, así, y por debajo, así. Oiga, ¿por qué me mira la mano tanto? A mí no me mordió, ¿eh?, que conste, fue a Queta, yo me limito a señalar. Bueno, pues cuando volvió a casa al principio no le dimos importancia, pero luego, las amistades, ya sabe usted, don Servando, el del tercero, el ebanista, y doña Eudoxia, la viuda del carabinero, la que lleva siempre puesta la condecoración, y don Cugat Prats Molló, el jefe de casa, que es de Barcelona, se ve, ¿no?, y, en fin, que todos le hablaron o nos hablaron de la rabia, Jesús, qué muerte tan aperreada, se me pone la carne de gallina al pensarlo, quite usted allá, todos diciendo de lo que le pasó a Fulanito en Castil de Peones, y a Javierín, el poeta, que le mordió una yegua en Caravia, que tuvieron que traerle a   —149→   Oviedo a toda prisa, con la Guardia Civil y todo, porque, palabra, palmaba aprisita y sin dejar de rugir: Oigo patria tu aflicción y escucho el triste concierto que forman tocando a muerto, y así sin descansar, oiga, qué desgracia. Un horror. Que nos metieron un miedo... Total, que decidimos ponerle a Queta las inyecciones. Eh, eh, pollo, sin cachondeíto, bueno está lo bueno: indiciones lo dirá usted. Yo he dicho in-yek-cio-nes. Con ye y con ka. Pues sí, pachasco. ¿A que no sigo? ¿Qué se apuesta? Encima que estoy recordando estos ratos de amargura... En fin, seguiré, porque ya embalada... Fuimos al Instituto contra las fiebres nativas, a que le pusieran las in-yek-cio-nes, ¿se percata?: ¡in-yek-cio-nes! Ah, creía. Y allí una mañana, Enterita. Nombres, edad, grupo sanguíneo, tests para acá y para allá. A los tres días nos recibió un señor muy amable, con gorra de plato y pistola. Enseguidita se notaba que tenía cautela por si acaso. Hay enfermos que se vuelven muy agresivos, ¿sabe?, a ver. «¿Conque le ha mordido un perro a esta agraciada señorita? Vaya, vaya. Estos perros... Aunque éste, no se va a negar, tenía buen gusto. ¿A ver, por favor...? Esto tiene muy mala cara». Le dio la vuelta a la mano. «¿A ver? Hum, hum. Muy mala cara». Y era verdad que la tenía, porque la mano de Queta había empezado ya a engordar, así, como..., como, bueno, yo qué sé cómo. No, hinchada, no: engordaba por aquí, así, solamente en el pulpejo, pero que se notaba de día en día, ¿eh? Se notaba. Bueno. Aquel señor, sin quitarse la gorra ni nada: «Pues sí, es verdad, se nota que la ha mordido un perro. Pero yo no puedo ponerle las inyecciones si no me trae el certificado de la primera cura, la que le hicieran inmediatamente después de la agresión, en la casa de socorro». Ea, a la casa de socorro. Fuimos al día siguiente, que aquel día ya... Tuvimos que esperar un gran rato, porque estaban comprobando   —150→   los crucigramas, Queta misma les ayudó a verificar los resultados, ella es socia del Laberinto Real, Agrupación pro desarrollo de la ortografía, y les ayudó a rellenar los de la semana siguiente, a ver, Queta es la mar de servicial, hicieron buena amistad, además no fue mucho trabajo, sólo les ayudó con la mano izquierda, porque, se comprende, la derecha ya estaba así, muy crecida. Le miraron la mano también muy cuidadosamente, no faltaba más: «¿Le duele aquí?» Y apretaban. «¿Aquí? ¿Dice usted que fue un perro? ¿De qué color era el perro?» «Marrón». «Ah, marrón. Así que el perro era marrón, no? Vaya por Dios, hombre, también fue mala pata, un perro marrón». Queta se quejó una vez, yo creo que la apretaron demasiado, y entonces, el señor de pipa y bata blanca, le dijo, muy enfadado, que de qué se quejaba, si ni siquiera estaba sangrando. Que no era para tanto, que qué se había creído, que para aquello... Ellos estaban allí por algo de más alcance, o sea, los albañiles que se caen de los rascacielos, los soladores planchados por los autobuses. Ésos, ésos, ésos sí que deben reclamar. Pero, ¡por esa mano...! Un poco de formalidad, señorita. Espérese usted aquí un ratito y verá. Seguramente traen alguna vieja butanizada, o sea, vamos, que le ha reventado la bombona en las napias, y vaya cara que pone, o uno de esos señoritos que se comen el reloj, o se tiran, sugestión de la ciencia, desde la terraza con un paraguas abierto y se acomodan las canillas por sesera, hombre, usted dirá... Qué señor más enterado, ¿eh? Pero mi Queta también tiene derecho a la vida, es verdad que no era más que un mordisco de perro salchicha, pero un mordisco que crecía, vaya si crecía, y ellos, nada. Total, que nos echaron alcohol en el bulto, y a la calle. Y que si queríamos algo más, por si las moscas, o sea, por si la rabia, que, según dicen los libros que nos han prestado, la rabia es cosa mala,   —151→   pues que hacía falta el volante de la Comisaría, que explicase no sé qué artículos del código, como que habíamos presentado una denuncia contra la agresión injustificada del perro... Todavía en el portal, abrazando a Queta, algo llorona, también fue buen consejo, nos dijo que era todo muy fácil, que no haría falta especificar ce por be el color del perro...

Fíjense si no han sido malos tragos. El Banco, el Instituto, la Casa de primeros auxilios... Ahora, la Comisaría. Don Ceferino, el párroco, nos arregló la entrevista con el comisario, que estuvo muy amable. A ver, la tarjeta de don Ceferino. Son paisanos, ¿no sabe? Sí, de Pilar de Navalvilla, algo más allá de Talavera. Pero, la verdad, no le gustó mucho que le molestáramos con la recomendación. Se ve que es gente muy recta. Para un caso tan insignificante requerir a don Ceferino, tan atareado siempre... Aparecen mujeres descuartizadas en la basura, y hay estudiantes que se queman vivitos, y quinquis, y tecatos... Total, un perro salchicha... Ni siquiera se le cita en el código penal. Sin embargo, y en atención a don Ceferino, un amigo, paisano y consejero espiritual, estaba dispuesto a cursar la denuncia. Pero necesitaba la entrega del perro, para luego, con unas cuantas pólizas, procesarle.

Había que buscar el perro. Échele usted un galgo a ese perro. Ya se habían pasado lo menos quince días y en casa todos rabiando, lo que se dice rabiando. Ya nos suponíamos que el perro alegaría algo, ser forastero, o diabético, o pamplonica, vaya usted a saber. Y la mano de Queta, engordando, engordando. El médico de cabecera la miraba cuidadosamente, y decidió vendársela y ponérsela en cabestrillo, y le puso un aparatito para medir los latidos tan extraños, pum, pum, pam-pum, que daba el bulto dichoso. Pero, Dios mío, ¡si mi Queta de mi alma se me estaba torciendo   —152→   de tanto esfuerzo por llevar la mano al compás del andar...! ¡Quite usted, hombre, quite usted! A todo esto, en el Banco, unos cuantos detectives, traídos de Inglaterra, localizaron el perro. Igualito que en la tele, igualito. El chucho, o sea, su amo, se vio y se deseó para conseguir los papelitos que le pidieron: certificados médicos de esto y de lo otro, curvas de ritmo lento y jadeante, póliza de diversos seguros, carnet de identidad, certificado de inmigración (el perro había venido de matute, creo que de Alemania, a lo mejor por eso no entendió a Queta cuando Queta le habló). Un barullo de miedo, no me diga. Y todo, ¿sabe usted para qué? Para acabar pidiendo la cabeza del perro. ¡Habrase visto crueldad! Oiga, ¡qué gente! La Sociedad Mutual de perros intervino, también el cónsul, hubo una manifestación de la colonia extranjera... ¡Dios, la que se armó! Y a todo esto, mi pobre Queta con una mano que para qué. Ni la de la Estatua de la Libertad esa. Y además, sin poderse marchar a esquiar, que estaba apuntada en un concurso, y estaba muy bien puntuada, y había llegado la fecha de la competición, y se había comprado con la beca un traje fetén, pantalón encarnado, un anorah azul con sus hebillitas aquí, y un gorro así, y unas gafas dúplex de tres grados negros, para el sol, ¿sabe? El sol en la nieve es muy peligroso, más que un perro, quite usted, hombre, mucho más. Una pierna rota siempre es accidente mayor que una mano reventona, no vea. Pues los médicos la hicieron quedarse en cama, pobrecita niña mía, ya no podía con su alma, y venga de análisis, y de análisis, y de más análisis, y tuvo unas fiebres... Un volcán. Un día vino a verla Fefo, muy elegante... ¿Cómo que quién es Fefo? ¿Cómo me atiende usted? El perro, leñe, el perro. Venía con su mantita y su collarín de cascabeles, y atufando a Vikvaporup. Claro que debía venir bien aleccionado, porque no mordió a nadie   —153→   ni se hizo ninguna guarrería en la moqueta. Aparte, todo hay que decirlo, que, mientras duró la visita, los grises estuvieron desfilando por el pasillo. Eso sí, con zapatillas, para no molestar. Y aquí viene lo grande del caso. Esa noche, Queta se puso malísima, qué gritos, qué cosas, y ¿sabe usted?, se le reventó el bulto de la mano y... Salieron cinco perritos preciosos, lo que había que ver, ninguno salchicha, y tenían ya los ojos abiertos. Menos mal que hubo muchísimos testigos, y que hasta pudimos retratarlos, mire, mire, aquí los traigo, éste es el negrito, y éste tenía una mancha blanca en la frente, talmente una estrella, tan rico... Ésta era perrita... ¿Cómo que por qué eran? Pues hijo, ahora se cae usted de la higuera... La perrita se la comió el Fefo. A toda prisa. Visto y no visto. Y los otros los donó Queta al Laboratorio Provincial, son un gran reconstituyente, ahí tiene usted a la Petra, mi cuñada, que tomó caldo de perritos durante un par de años, cuando salió de la meningitis... ¿Cómo dice? Ah, sí, se me olvidaba. Queta sale ahora con Guillermito, el practicante de la casa de socorro que le va poniendo las inyecciones... Toda cautela es poca, es mejor pecar por carta de más que por carta de menos. Y, además, mientras dura la fama, y las entrevistas, y las ruedas de prensa, y todo eso, y que, a lo mejor, la rabia, que es cosa mala... Precisamente ahora Quiterita está en rayos X, toma, a ver, la están mirando bien las articulaciones, a ver cuál anda mejor de temperatura y eso. Lo paga todo la Asociación canina para la mejora de la raza. Parece que su mano derecha es talmente talmente un nidito. Lo que se dice un nidito. Mire, ¿no quiere una radiografía de la mano? Va firmada, rubricada, fechada, sellada, desinfectada...



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ArribaAbajoNo es para tanto

Le digo a usted que no es para tanto, qué caramba. Si no llega a ser por lo que fue, una tontería como quien dice, a ver, dígame usted quién se hubiese enterado. Nadie, hombre, nadie. Y dentro de cien años, todos calvos. Pero fue por ese afán de figurar que tienen todas las chicas de ahora, hombre, si lo sabré yo. Si ya me pasé yo la vida diciéndolo: No la mandéis a un colegio de monjas, que luego no se va a domesticar con nosotros, y hasta nos va a desairar. Y así salió. Si ella no hubiese tenido necesidad de dar la fiestecita a la amiga de Colegio cuando llegamos a Rejillas, pues nada. Pero todo se complicó porque en el Rejillas ese, no se vaya usted a creer, un pueblo de mala muerte, Jesús, si tienen que ir al pilar de la plaza a buscar agua, y no llueve nunca, y no hay tren, y no dan la luz hasta las ocho en invierno... ¿Qué quiere usted que hagan? En cuanto anochece, los viejos fuman dale que te pego, las viejas murmuran o rezan, y los jóvenes... Bueno, los jóvenes. A lo suyo, toma. Eso sí, a brutotes... La gente no habría notado nada, de seguro, pero, ahí está lo malo, en Rejillas veraneaban los señores de Valdueza y Carnero Regalado, ¿eh?,   —156→   ¿lo he dicho bien? Tenía usted que oír a Sole decir Val-due-za-y-Car-ne-ro-Re-ga-la-do. Qué le voy a contar. Con mayúsculas, hombre. Se le ensanchaba la boca como un túnel, así de grande. Pues sépase quién es Miranda, leñe, con esos señores que, anda, la que han armado. Encima de que se hartaron de merendar a nuestra costa. Y a la del oso, que le han dejado a la cuarta pregunta y, por si fuera poco, en libertad vigilada. Y no me irá usted a llevar la contraria, hasta ahí podíamos llegar. ¿Cómo que en qué? No me diga usted, tanto apellido y meterse a veranear en Rejillas, que tocan a misa con una zambomba. No me venga usted con cuentos. Hay mucha gente que se llama muchísimo menos y se van a la Costa del Sol esa, y a la de más allá, y tienen coche... ¿Éstos? Qué va. Un transistor, y van que chutan. No, no, si por ahí, ni tantito así. Pero, claro, la niñita de la familia, una tal Clarita, que tiene las piernas torcidas, había ido al Cole con Sole. ¡Oiga, por lo que echo de ver usted oye peor que los empleados del juzgado, que ya les puede usted decir, ya! Cole con Sole no es nada de eso que usted dice, sino algo más decente. Que había ido al Colegio con mi Sole, mi Soledad, o sea, Solita. ¿O tampoco pesca usted eso? ¡Pues, anda...! Tanto preguntar para el periódico tal y cual, y voy a tenerle que explicar lo que es un Colegio. ¡Tendría gracia, yo que no he estado más que en la sala de visitas de las Potencianas!... Bueno, voy a seguir. Apunte usted bien, todito, ¿eh?, todito, no me haga luego como en las declaraciones del juzgado, el otro día, que me las leyeron cien veces, y, naturaca, no nos poníamos de acuerdo. Le estaba diciendo que Clarita... Ah, Clarita es la mar de presumida. Se cree que como es de Madrid... No está mal la chica, es muy agradable. Le huele el aliento y mira un poco contra el gobierno, y se echa sus muy buenos pares de medias suelas con Adolfito, el del veterinario, que quiere   —157→   ser aviador. En fin, que es un encanto de chica, como decía su tiíta Sagrario, llorando a moco tendido, que, anda, cogió buena perra, que su Clarita se iba a morir de asco, que su Clarita no comería ya más carne en su vida. Ay, ay, ay, nada de carne, en jamás de los jamases, y que lechuga, lechuga, lechuga y nada más que lechuga, y, limpiándose la mocarrera, decía, sacando el pecho mucho, para que la vieran todos: ¡Y bien cocida y desinfectada, natural! Ya ve usted. Pobre Clarita, lo que le guarda su familia: lechuga cocida, así es como se morirá, segurito. En fin, Clarita tuvo, eso sí, a cada uno lo suyo, un gran arrechucho de nervios, y bizqueó de lo lindo, y porque llevaba vaqueros, que si no... ¡Que hay que ver cómo pateaba, leñe! Y le digo a usted que no era para tanto, y que bien pudieron dar las gracias por haberles invitado a merendar, pero, a ver, con esa educación tan finolis de los Colegios... Pues que no les gusta la mojama, ni la salazón, está visto. Y nosotros hicimos lo que pudimos, a ver, el que da lo que tiene no está obligado a más, y el Rey le hace libre por pobre, y... Ya, ya me callo, no se enoje. Ya me callé. A ver quién le cuenta ahora lo que falta, a ver, ande, a ver. Son ustedes la oca. Ustedes, los periodistas y los del juzgado. Tal para cual. Pero me callo. Me-ca-llo. Ea, que me callo. Porque me da la gana. Ah, vamos, ya sabía yo que usted acabaría por rogarme que hablara. Si no tiene vuelta de hoja. A ver, toda la familia en la cárcel, menos Solita y yo... Y Solita está lela desde esa tarde, pues a ver... Ahora sigo, pero, antes, ¿me quiere dar un chupito de ese anís tan rico? De ése, sí, el de la muchachita pintada. Es que a nosotros, eso de las muchachitas se nos da tan rebién... Ajajá. Esto resucita a un muerto. Otro poquito. Así lograré vencer la pena que me da que mi gente esté a la sombra. Y todo por esa Clarita que Dios confunda, que le dio por lucirse diciendo nombres   —158→   de los huesos... Es que no hay nada tan malo como una mujer charlatana, ¿no verdad, usted? Hombre, a ver. Y lo peor es que esa Clarita, por lo visto, en los ratos de lucidez, porque hay quien dice que se ha quedado algo turulata desde la tarde de marras, se dedica a insultarnos, a ponernos de hoja perejil. Que si somos unos muertos de hambre, que si el oso está ciego, que si la cabra cojea, que si patatín, que si patatán... Ya sabe usted, envidia pura, porque en este país, ya se sabe: Mal nacional: la envidia. Ya lo decían unos versos que echaba mi hija Flor, la madre de Solita, al comenzar las funciones. ¿El autor? Qué preguntas. Eso no se dice nunca. En los pueblos, da lo mismo decirlo que no. Además, el autor, o sea, vamos, el poeta, es de izquierdas, y, ya sabe usted, esas cosas que pasan... Líos, no, estaría bueno. Cuesta mucho vivir, Señor, ya lo creo que cuesta. Flor decía que se los había sacado ella. Daban más perras. Pero a lo que estábamos. Aquí no se puede ser original, ni artista, ni nada así, digno y de calidad. Aquí, ya lo decía mi yerno el día del juicio, o boxeador o funcionario. Envidia, ea, nada más que envidia. Nosotros tenemos una industria muy solicitada y aplaudida, y honrada, a ver, honrada. Pagamos contribución. Nuestro oso ha recibido condecoraciones, medallas, diplomas, ha actuado en bautizos, despedidas de soltero y bodas de plata de la aristocracia, y nuestra cabrita, Facunda, se llama Facunda, ¿sabe?, tiene una gran colección de trofeos. Lo peor en este momento es la trompeta, que ya va estando vieja, pero que hemos podido sustituir por un magnetófono de propaganda, y las dos mulas, que tienen unos torozones que para qué. Ahora nos han obligado a revisar su salud periódicamente, para que no hagamos con ellas lo que con... Bueno, no precipitemos los acontecimientos. Aparte de que yo sola, cómo voy a meterme en esos trajines. ¡Con lo grandes que son   —159→   los sacos de sal, y lo que cuesta encontrarlos, que siempre te dan un botecito con agujeros, muy cursi, para la cocina...! Total, que nosotros, todo el mundo lo sabe, y así lo han declarado más de cien testigos, nos ganábamos la vida honradamente, y la gente tan contenta. Llegamos al pueblo. Se habla con quien haya que hablar, que, a veces, hay con quién hablar. Se anuncia el trabajo. Hacemos lo que sabemos, se cobra un precio. Muy módico, a ver, lo nuestro no sube. ¡Qué injusticia, Señor! Y así, durante años, tan amigos, unos muriendo y otros naciendo. No me irá usted a decir, como se emperraba el juez, joroba, qué manía, que la lluvia no es razón suficiente, vamos, hombre, cómo se nota que él amasa los verdes con el abrigo puesto y en una camilla calentita. ¿Usted se acuerda cómo nos llovió en enero? Un descuido del gobierno, a ver, no arreglar bien las lluvias. Hombre, si aquello era el diluvio. Y Ramona, la gallega de Redondela que cuidaba del vestuario, pues que agarró una pleuresía. Siempre se lo estábamos diciendo: ¡Ramona, ese pecho, que lo enseñas demasiado! ¡Tápate, Ramona, que vas a pescar algo! Pero ella, terca como una mula, leñe. Y la agarró, vaya si la agarró. ¡Qué calenturones, Virgencita de las Angustias! ¿Y de jadeos, y de toses? Una locomotora... La pobre Ramona estuvo más de un mes entre la vida y la muerte. Figúrese las pérdidas en el negocio. Y menos mal que era invierno, que se trabaja poco, que si no... Y la muy mema, cuando ya empezaba a salir el sol y la primavera la notaba el oso en que... ¿Usted no entiende de osos, no verdad? Claro, ya me parecía a mí. Bueno, pues da igual. Que ya llegaba el buen tiempo cuando la Ramona fue y cascó. Había adelgazado algo, ya se sabe, la penicilina y las purgas, que son de no te menees. Pero, ¡la queríamos tanto!... Y luego, era chica sanota, porque, total, una pleuresía más o menos, eso no tiene importancia.   —160→   Algo testaruda, pero nada más. Y las subsistencias cada vez más caras, hombre, usted dirá... En fin, el resto ya lo sabe usted. La fiestecilla de marras, o de autos, como se empeñan en decir. Sole se puso la mar de pesada. Que si Clarita, que si eran gente influyente, para eso se llamaban de la Valdueza y Carnero Regalado, y que si era su mejor amiga en el Colegio, y que si estaban juntas en clase de geología, ¿eh?, no me diga, ir a un colegio, con lo que costaba en cuadernos, y regalitos a los profesores, calefacción, falda larga, y todo para mirar pedruscos y pedruscos, darles vueltas así, medir por aquí, y luego qué. Ay, Dios mío, lo que puede el afán de figurar y salirse de su clase. Que hubo que dar la fiesta. Cervezas, gaseosas, un poco de peleón, una cuervecita con trozos de melocotón, de lata, ¿eh?, no se crea. En Rejillas, vamos, hombre, en Rejillas. ¡Qué va a haber árboles en Rejillas! Pero lo malo eran las tapas. ¡Es que no había nada, nada, nada de nada! ¡Qué pueblo, Dios! Después de mucho sufrir, nos hicieron algunos churros, pero aquellas gentes eran capaces de comerse a Dios por los pies. Ya lo dice el refrán. A Carnero Regalado, frénale el diente. Oiga, no sea panoli, a ver si usted se cree que yo no sé cómo es el refrán de verdad. ¿Quiere que le enseñe unos cuantos? Ah, pues entonces. Ha puesto usted la misma jeta que el alguacil de Rejillas cuando dice dí-a-de-au-tos, que parece un lagarto estreñido, largo así, negruzco así, algo gilí él, pobretico. Pues que acabamos con los arenques que tenía Juvencio, el tendero de todo, y yo creo que Frasco, el consumero, se escondió en la chaqueta la única barra de salchichón que apareció en el bar de la Gasolinera, en el empalme, a dos kilómetros. Pero, a ver, ¡cómo no íbamos a complacer a Solita, pirrada por los Valdueza y eso! Por cierto, tenía usted que haber visto a la señora mayor de Valdueza, o sea, vamos, la mamá de Clarita,   —161→   con gafas de ésas sujetas con una cadena. Talmente un cabezal, pero, claro, eso sí, sin cascabeles. Hala, hala, a comer, a beber, a bailar, así y así, y toma tripita, y palmas, y jaleos... Locos, locos del todo. Muy finos, pero locos. Hicieron paloma con aguardiente, y la echaron en el botijo blanco, y ¡le daban cada tiento!... Y ya, como dijeron después los civiles, se llegó al desenfreno. A mí no me pregunte. Yo, cuando llegan los civiles, yo me callo. Y además de verdad. Buscaron, no sé dónde, una bacalada. Y se la jalaron a toda prisa. Apareció, debió traerla el maestro, una lata de atún. Vista y no vista. Su madre, qué tíos. No habían comido desde que los sacaron de pila. Y ellas, ¿eh?, ellas peor. Una tal Ubalda, confitera por lo que decían, trajo una libra de chocolate. Para los niños, dijo. Sí, sí, los niños. Se comieron hasta los cromos, uno de Tarzán y otro con los Azotes a Nuestro Señor. En fin, que no acababan, mi madre, qué maneras. Y Sole que se compungía, Mamá, Tata, Abuelita, hay que buscar algo para Clarita, que no ha catado nada, la pobrecita... Entonces, ante los lloros de su hijita querida, la que nos ha jorobado a base de bien con su finolismo, Fede, mi yerno, fue a buscar algo más. A ver, qué quiere usted que trajera. Ya no quedaba mucho, porque el oso... ¿Le he dicho que el oso se llama Petro, como el que está encerrado en Oviedo? Es que son de la familia. Fue un detalle muy cariñoso que tuvo Fede cuando se quedó con él. Fede es muy compasivo... Pues que el oso se había ido comiendo poquito a poquito la preparación, pero, la verdad, quedaba lo mejor, porque se le guardaba para este verano, tiempo en que se trabaja más y hay que tenerle contento. Quedaban las pechugas, los muslos, los mollones de los brazos. Por cierto, a Petrole costó mucho pasar las orejas, nunca supimos por qué. Pues que Fede fue y trajo lo que quedaba, bien arregladito con ramos de romero, de menta,   —162→   de tomillo. Encima de todo colocó un muñequito vestido de legionario, de ésos que salen en los detergentes, con gorro y la bandera nacional. Estaba la mar de propio. Era una preciosidad. ¡Oiga, cómo se tiraron a la tabla donde venía! ¡Qué aplausos, qué hurras, qué bravos, qué todo! Y a bailar, venga de bailar y bailar. Entusiasmaditos. Que si sabía a ternera, que si a jabalí, que qué calladito lo teníamos. ¡Viva Fedel, que así debía comer la Reina de Inglaterra los días de tres capas... Hasta el párroco hablaba de los festines de la Reina de Saba y de la perdición de los romanos, no vaya usted a creer, de lo que se acordaba, hay gente para todo. Yo no pude decir esta boca es mía, porque, a fuerza de mimar a los invitados, no lo caté, a ver, hay que tener miramiento y disciplina, si no... Y fue entonces cuando, ya ve si no fue una tontería, la Clariboba de las narices, se atragantó con una pulserita que le salió en su carne. Era tan delgada, no debieron verla cuando dispusieron la conserva. Y claro, como la Clarita sabe tanto de anatomía, o de medicina, o de las manos, o como se llame eso de los huesos de la muñeca, patatús al canto. Espumarajos, convulsiones, vaya con la niña, y sin parar: ¡Son metacarpianos, son metacarpianos, son metacarpianos! ¡Si es que hay unas gentes...! Ya ve qué respeto, qué educación dan esos Colegios... En fin, hubo gritos, desmayos, carreras, hasta hubo algunos, descastados, si serán desagradecidos, que hasta vomitaron. ¡Con lo que le había costado al Fede salar bien a la Ramona, balanza en mano, kilo de sal, kilo de carne! ¡Pobrecilla! ¡Tan fina, tan bondadosa que era, y lo bien que cosía, y toda esta gente ahora, con lo que va y nos sale...! ¡Por favor, deme otro chupito, que no es para tanto!...



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ArribaAbajoEl porvenir, ese malestar

Mira, Fausto, no me marees con tus ideícas y hazme caso, que yo sé lo que le conviene a esta chica. Hombre, si lo sabré yo. Hay que tener mucho pesquis para arreglarle el futuro a la Cuca, y nada más. Porque, a ver, esta Cuca no se va a defender nunca sola, no es como sus hermanos que saben manejarse solitos, y algunos... Vamos que si se manejan, qué me vas a contar a mí. Pero esta pobre mema... A ver, no va a encontrar quién cargue con ella. Mira, Cuca, hija, ponte así, anda, so boba, que te vea tu padre bien, que, por lo visto, aún no se ha dado cuenta del rato largo de idiota que eres. Mira, Fausto, di la verdad, fíjate qué babas, qué torcer la vista y, luego, este tembleque... ¡Ay, qué hija, Dios mío! Y tú pensando que con dotarla... Ya ya. Tú lo arreglas todo en seguida, ya se ve. Que nanai, hombre, nanai, que no tiene remedio. Lo mejor es lo que yo te digo. Vamos a cobrar eso del seguro, de cuando quemaste las parvas en... Bueno, ya sabes. Y con eso compramos algo, qué sé yo, algo, algo que ella pueda tener. Una mercería, una churrería, un salón de limpiabotas. En la mercería podría estar con un braserito detrás del mostrador, y se   —164→   distraería viendo entrar y salir a la gente, y las niñas del barrio: «Que dice mi mamá que me dé usted un ovillo de La dalia, que ya se lo pagará ella mañana...». En la trastienda es donde podría estar nuestra ampliación, Fausto, ¿te das cuenta para qué la quiero? Esta pobre yo creo que nos conocerá de alguna manera, y así, teniéndonos delante, qué sé yo... El caso es que si no hay ampliación no hay mercería. Y ya está. También se puede pensar en un quiosquito de agua de cebada, de ésos de verano, que se puede quitar y poner en un santiamén, y, de paso, podrá descansar en casa en invierno, que, anda, con el gris que corre en la esquina de la Costanilla, ¿eh? Porque, sin la menor duda, pondríamos el quiosco en la esquina de la Costanilla, a ver si no. Pasa lo mejor del pueblo por allí, y el agua de cebada en verano... Acuérdate que siempre, cuando estábamos de novios, decías: «Tomasa, ¿una cebadita?» Y yo: «Pues claro, Fausto, una cebadita». Y que, como te estaba contando, la Cuca, así, se quedará en casa en invierno, y no se le helarán las babas, que, anda, la gilí esta, tan babosa siempre... ¡Ay, hija, no seas tan esaboría y límpiate los hocicos, que fíjate qué mostrador llevas ya! ¡Ay, calamidad, a quién habrás salido! ¡Límpiate, leñe! ¡Y esas legañas...! ¡Siéntate encima de la mano, que no te baile más! ¡Ay, Fausto, de todo esto, nunca te lo diré bastante, tienes tú la culpa! Hombre, no me lo discutas, que yo sé lo que me digo. Aparte de que en esto que ahora te propongo me tienes que hacer caso, porque, si no, esta desgraciada es que se queda a pedir por Dios en la esquina donde piensas poner el quiosco. Y eso, suponiendo que la dejaran, porque, a lo mejor, en esa esquina tan concurrida, con todos los niños de la clase bien paseando por allí... No, seguro que no la dejaban poner allí el carretón. Porque estaría en un carretón, tenlo por seguro. No vayas a creerte que las cuñadas   —165→   y los sobrinos le iban a comprar una silla de ruedas, de ésas buenas, qué va, hombre, qué va. Un carretón. Con maderas de los cajones del pescado y va que chuta. ¡Eh, qué tal tu Cuca con un respaldo «Conservas. La perla del Cantábrico. Congelados y salados. Mariscos», ¿eh? Hágame usted mucho el favor, qué diaño. Mírala, mírala. En cuanto ve que me suenan las pulseras al gesticular, las quiere agarrar. Si yo pienso que no es tan idiota como parece la esmirriada esta, que, anda, rica, no pareces hija mía, quién lo diría, con lo que a mí me ha gustado siempre la viveza. Y el aseo no digamos, que no había quién me siguiera, y los otros hijos, ¿eh?, Fausto, no me irás a decir que los otros hijos... ¡Fausto, rediez, te estoy hablando!, ¿no? Pues, entonces... Tú repara, tu Miguelón, qué desparpajo, ya con su negocito del taller en marcha, que, ¿eh?, con los porrazos de los turistas, vamos, que se está haciendo de oro. Y la Fátima, ¿eh?, la Fátima, menuda es, cómo supo agarrar al del tío Calañas, que vaya bodeguita que tienen. Ya ves, en tres años, tres ampliaciones del negocio. Lo que hay que ver: La turca. Mesón. Comidas. Lechón. Caldereta. Gazpacho. También toca la tuna. Y eso apagándose y encendiéndose, apagándose y encendiéndose, hala, hala, se apaga y se enciende, se apaga y se enciende. Una preciosidad. Y tienen televisión en el comedor. No te vayas a creer, los mejores programas siempre. Menos el día del aniversario del tío Calañas, que, eso sí, la Fátima lo guarda muy en serio. Ese día no hay televisión. Le pone la funda al aparato. Una funda fenómeno, de color morado en tela carísima, la compró en el chamarilero, es así como de iglesia... Bueno, claro que no es de mucho luto, pero la Fátima le ha hecho un moñito negro, de terciopelo, y se lo ha cosido en el centro. Ese día los clientes le dan el pésame a la Fátima siempre... En fila. Serios. Con la ropa mejor: Señora   —166→   Calañas, mucha resignación, salud para encomendarlo. Ya ves, total, por un moñito de nada, y es que hay que ver lo expresiva que es la Fátima, hombre, un águila. Como ves, ellos tienen mucho que considerar, no pueden apechugar con este incordio. ¡Dejarla con el maestrillo! ¿Cómo te atreves a pensar eso? Iba a estar él a estas horas como está... Bueno, como ésta. En fin, y así todos. Fíjate, tú, Toñuelo, el tercero, cómo ha hecho carrera con el transporte. A ver, si alguien se quiere mudar, a él que acude. Es que no hay otro. Si, en fin, Señor, qué hija, qué hija y qué hija. Los otros hijos, ya digo, ¿no? Trabajadores. Atentos. Serviciales. Bien vestidos. Saben algo de cuentas y tienen baño en casa. Así que ya te digo y te lo repito: Esta equivocación de la Cuca, pues que tienes tú la culpa, Faustito. Tú y nadie más que tú. Hombre, a ver. Así que tú tienes que remediarlo. No esperarás a que los hermanos se encarguen de ella. Ya ves, la Fátima, hala, hala, a hijo por año. Se ve que el figón es muy productivo. No se va a poner a cuidar a este trasto. ¡Cuca, no me tires del pelo que te arreo! ¿Ves, Fausto, ves cómo no se la puede sacar a ningún sitio? ¿Te piensas tú que la Manuela, la mujer de mi hijo Miguel, la iba a soportar esos grititos, ese lagrimeo, sin contar con que, a lo mejor, se hace lo otro, como ahora, aquí, delante de todos? Quita allá, hombre, quite usted allá. Menudo marmolillo. ¿Ésa le va a dar las fricciones en la cabeza con el emplasto de romero, matalahúva y boñiga de vaca recién parida? Venga ya, hombre, venga ya... Qué va a hacer ésa. Ni siquiera sabe preparar la pomada. Ésa lo compra todo hecho, es una despilfarradora. Sí, bueno, va a las liquidaciones, pero hecho... No, no, no puede ser por ahí la cosa. Hay que comprarle algo productivo. Con mosca, la gente baila delante hasta caerse redonda, aunque la mosca sea de la Cuca. Sí, Cuquilla, sí, vamos a ir al notario para dejarlo   —167→   todo bien arreglado, que no me tengas que depender de tus hermanos, que yo sé que les gusta hacerte de rabiar y llamarte cosas feas... No, no llores. Ya no te van a hacer nada de eso. Eso era cuando eras pequeña, mujer. ¡Ay, esta burra tarada, ahora cualquiera la calma! Mira, Fausto, dale algo, las llaves, el reloj, algo que la distraiga. Es que, como la dé por llorar, nos joroba la tarde. Hemos hecho las diez de últimas. ¡Cállate, soleche! ¿Cómo quieres que le dé las pulseras mías? ¿Y si las pierde? Ya se comió un día el bucle de la abuela Casiana por chupar el dije, y lo arrugó todo mascándolo. Dale tus llaves, tu reloj o la pluma, cualquier birria de ésas. ¡Ya está: el encendedor! Dale tu encendedor. Mira, Cuca, sopla, hijita, sopla. Vaya, menos mal. ¡Atiza, se chamuscó! Si es que a mema... Con razón no la quieren sus hermanos, hombre, qué me vas a contar. Tan mañosicos, tan dispuestos. ¡Qué te calles! ¡Si ya no te hacen eso! Anda, Dios, se cree, como nos oye hablar de sus hermanos, que le van a hacer lo que le hacían cuando niños, que la ataban a una silla, la ponían contra una pared o contra la puerta, y le tiraban piedras, o libros, o flechas, o pelotillas de goma... ¡Qué chicos!, ¿eh? Es que son de la piel del diablo. Mira, Fausto, pero, hombre, ¿no te acuerdas?, si tiene la mar de gracia. Cuando la metieron en una tinaja... Claro, hombre, claro, vacía, en aquella grande de Villarrobledo, donde guardábamos la mistela... ¡Ya te he dicho que vacía! ¿En qué estás pensando? Ay, Señor, si es que aquí no le hace caso a una nadie. Ni para un remedio... ¡Jesús, Jesús y Jesús! ¿Cómo quieres que la bajaran estando llena la tinaja? Pues sí, con lo caro que resulta hacer la mistela en estos tiempos, figúrate, habríamos tenido que tirarla, o venderla más barato... Sí, alguien se la habría bebido. Ojos que no ven... No, la tinaja estaba vacía. Y limpita. Y, además, le pusieron a ésta un cucurucho   —168→   de penitente para que no se mareara al ir bajando... Pues, anda, no tienes tú mala memoria ni nada que digamos. Si por algo tengo yo que estar en todo. Todos los hombres sois iguales. Ya te hubiese querido yo ver a ti si en vez de salir mujer la Cuca hubiese salido hombre, a ver qué hacías tú con él. Tú le ibas a haber llevado a las sesiones de aquello, como se llamase, bueno, a aquel fulano de la feria, que exorcionaba, o exorcizolaba, o ¿cómo se dice, hombre de Dios? ¡Ya, eso es, exorcizaba!, ¿no? ¡Cómo eres, Fausto, Fausto de mi vida, cuidado que, a veces, resultas bruto, no me ayudas a nada! Ya me duele la frente por aquí, así, del esfuerzo que he hecho para sacar esa palabreja. Menos mal que yo soy muy calladita, que si no... ¡Estate quieta, pasmarote, vergüenza de la familia! Vaya, lo que faltaba ahora. No, si nos va a dar la tarde. ¿Pues no se pone a morderse la lengua ahora? ¡Que no te tires de la falda! Pero, bueno, habráse visto. ¡Fausto, a ver si dices algo de una vez, que es tu hija! Yo creo que hoy está peor que otras veces, así como excitada, ardorosa. Y no respira bien. ¡Es temible que se ponga mala, Dios...! Mira, yo creo que le debes comprar... Hay que pensarlo con cuidado, no vayamos a pringarla, que cuando nos hayamos muerto van a hacer de ella chicharrones, hombre, como si yo no conociera a la gente. Y no te olvides de que ella no sabe sumar, ni apenas conoce las letras grandes, y que, en cambio, se tira a los que no conoce. No vayas a traerle un apoderado, que cuando lo vea... Vamos, sí, disimula, que no sabes lo que va a pasar. Y que yo no voy a estar siempre al quite para evitarlo. Yo tengo mis obligaciones, y la casa, y el tomar las cuentas a los aparceros, y preparar las solicitudes de los créditos contra las tormentas..., y... ¿Oye, oye, quieres ver que te dedicas tú a cuidar al bichejo este? Ay, Dios mío, que siempre esté yo hecha p   —169→   una esclava y ahora me mandas callarme, para una vez que se me ha ocurrido que podríamos hablar de su porvenir, cosa tan negra... Si sois todos iguales. ¿Ves? Ya vuelve a llorar. Con un ojo sólo, vaya, esto marcha. ¿Si a lo mejor se irá poco a poco aviando? ¡Fíjate, fíjate cómo se estira, la mal criada! Vamos, hombre, siéntate bien de una vez. ¿No ves que hay mucha gente aquí delante? Ay, ay... Oye, Fausto, que esto es otra cosa, que esto no le ha pasado nunca. ¿Por qué te ríes ahí por lo bajandito, Fausto, que pareces lila? ¡Es tu hija, caramba! Esto no es de su mal, quiá, Dios mío, si ruge. Está mortal, lo que se dice... ¡Cierra ese ojo, condenada! ¿Eh? ¿Que se ha muerto? ¡No! Sin avisar... Ahora que íbamos a arreglarle todo bien, una mercería tan bonita, con dos escaparates grandotes, con una campanita en la puerta para que sonase al entrar alguien, y un braserito eléctrico, y un dependiente joven que, a lo mejor... Pero, hija, hija, ya me parecía a mí que estaba peor que otras veces, pero ¿se ha muerto de veras? Y te sigues riendo con esa cara de torta... Tendrás que escribir que ya no queremos la ampliación, quizá haga bonito un día más al año sin televisión en el comedor de La turca...



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ArribaAbajoUna tabarra

Mire, es que le aseguro que no hay manera de entenderse con usted. Ni a la de tres, mi amigo. No sé qué demonios viene usted a hacer en esta tertulia. Esta tertulia, pues que ya ve usted; es la mar de seria, de sensata, y usted siempre está saliendo por peteneras. A ver por qué vamos a tener que hablar de eso, no faltaba más. Pero, hombre, ¡también usted! Pues sí que no hay temas de conversación, agradables, formativos... Con lo fácil que es hablar de..., de... De viajes, por ejemplo. Que no son bonitos ni nada los folletos del turismo, en colores, plegables así, con planos muy claritos, y, luego, el programa de la Feria de Sevilla, o la de Albacete, y el camino de Santiago, y cómo pasar las vacaciones en Madrid a dólar por día. Pero, ¿no se da cuenta? Usted, erre que erre. Hombre, quite usted allá. Qué tío. Si ya se ha hablado bastante, hombre de Dios, no nos jeringue. Dedíquese a paladear los broncazos del Cordobés, que no están nada mal, que hay que ver cómo queda nuestro prestigio después de una tarde de éstas, yo no sé cómo serían las del Gallo, pero éstas... Bueno, babélicas, meteóricas, superferolíticas, qué sé yo cómo decirlo.   —172→   Así, que son así y ya está. ¡Cómo! ¿Que no le importa eso nada? Pero, oiga, usted, ¿dónde tiene el patriotismo? ¿Se lo cortaron con las, vamos, con las anginas? Pues dedíquese a los sanfermines, y ya está bien. Ya está usted otra vez con lo mismo. ¡Qué manías agarra usted, vaya! Escuche usted, don Ceferino, ¿no oye usted a este andova, con lo que nos sale? Casi nada. ¿A que usted es también de mi opinión? Ya lo decía yo, claro. ¿Ha oído usted a don Ceferino, señor mío? Pues lo mismo piensa don Sebas, el registrador, y don Silvino, el inspector, y don Prudencio, el farmacéutico, y hasta Cagarriche, el repartidor de lotería..., y, naturalmente, todos los que venimos aquí, a pesar del calor y de lo pésimo que anda el aparato de la televisión, y de la birria del café que nos arrean. ¿Se va enterando? Y usted con sus saliditas. Cómo vamos a hablar de eso que usted se trae. Nada, hombre, nada. Mire, aquí, aquí, solamente de cosas buenas. Todos esos problemitas que usted se crea y le parecen tan de ahora, pues que ya me los resolví yo hace cuarenta años, y me va tan rebién. A otra cosa, mariposa. Ya está bien. Es que como no se corrija, me parece que usted tendrá que abandonar el círculo La fraternidad, estaría bueno. Hable de otras cosas. ¿Es que no ha visto la película de anoche? Ése es un gran chico, y no los de ahora, ya lo creo. Canta, canta ese muchachito. Lo que hay que ver. Un poco ronco, pero no vea usted. Vamos que si canta. Canciones a la madre, a la novia joven, a la patrona de su pueblo, que, como está desfigurado en la película, a ver, es natural, por prudencia, pues no sé cuál es, pero valía la pena de ir de vez en cuando, todo tan limpio, tan peripuesto, tan organizado. No debe faltar nada de nada de nada. Es una película preciosa, ya que usted no se molesta en eso, por lo visto usted canta mejor que él y por eso no va, le contaré todo, menos el final, claro, porque si   —173→   no, don Natalio, el empresario, se molesta, y no hay por qué molestar a los amigos, ¿no verdad, usted?... Pues es un chico, ya lo habrá usted comprendido, que es de pueblo, ¿eh? ¿Me comprende? De pueblo. Pero de pueblo pueblo. Eso es. Nada, o sea, vamos, que nada. Y viene a la ciudad, que, por cierto, yo me acuerdo cuando estaban haciendo aquí la película, que tenían que lavarse algunas veces en los servicios de La Estrella del Polo, y se pintarrajeaban de lo lindo, y el tal niño decía que esto era un asco, ande, para que vea, y eso que venía del pueblo pueblo, y le parecía un asco esto, y usted aún diciendo que a ver, que si tal y que si cual, y que si fue y que si vino. Ése era de pueblo y encontraba también esto muy ful, qué le vamos a hacer. Pues que el mocito se tiene que poner a estudiar, aparejador o algo así, o jefe de relaciones públicas, que es lo que ahora se lleva, que lo anuncian en Ya todos los días, debe ser una cosa buena, digo yo. ¡Y el tal rapaz, que aquí encontraba todo mal -igual que usted, vamos, sólo que usted no canta-, pues que se va a una escuela de ladrones! ¿Eh, verdad que está muy bien traído? Ja, ja, una escuela de robos. Bueno, no creo que eso esté legalmente reconocido, como el colegio de doña Terenciana, que este año, por fin, parece que trae dos licenciadas de fuera, se ve que la purrela aumenta que es un gozo. Esperemos que se gasten una falda potable, porque si no, doña Terenciana las despacha aprisita. Aunque se quede sin latín y sin geometría, usted dirá. ¡Ah, claro que el nene de la película es de cuidado! Pero canta. Tampoco es mala carrera esa de robar lo que se pueda, ¡qué me va usted a contar! Y sin reválida, ¿eh? Gracias a Dios que le veo sonreír. Así, así me gusta a mí. ¿Ve? Sin problemitas. Usted, lo que le pasa es que es muy joven, y, claro, ya se sabe, los jóvenes, pues eso. Pero ¿qué bicho le ha picado? No, por   —174→   favor, no vuelva usted a las andadas, mire, yo también estuve en la guerra, en Soria, eso era frío y lo demás... Para qué me va usted a contar lo que pasaba en Madrid o en Barcelona. Quiá, hombre, quiá. A mí, ahora, pues que agarro las revistas aquí, en la biblioteca del círculo, que es un sitio muy fresquito y muy cómodo, y se ve la calle estupendamente, y veo las fotos de las procesiones del Corpus en Toledo, y en Granada, y en Bilbao y más allá o más acá, y me empapo de los éxitos de Carina y de Alain Delon, que vaya tío de suerte, y me tomo el bicarbonato que me trae Secundino el limpia, que está cojo de cuando el Garabitas, a ver, mala sombra que tuvo... Ande, ¿a que no le va usted con sus saliditas de pie de banco a Secundino, que es prácticamente un héroe, lo que se dice un héroe? ¿Cómo que así le va? ¿Qué más quiere usted, si todo el mundo le respeta, y le ponen de ejemplo a los niños cuando no quieren hacer los deberes? Hombre, usted es un iconoclasta, eso es, un i-co-no-clas-ta. Hágame caso, pollo, que lo mejor es callar y dejar las cosas como están. ¡A las revistas, digo! Las ilustradas, naturalmente. Gracia de Mónaco, Soraya, Jacqueline Kennedy, Sofía Loren, Claudia Cardinale. Vamos, mis amigas. Déjese de historias, macho, que ya está bien. O si no, coja usted los campeonatos de boxeo, y los de fútbol... ¿Que no sabe usted la alineación de los equipos de Liga? ¿No le da vergüenza? Claro, cómo no, usted se sabe la lista de los cirujanos del hospital, la nómina de los reyes godos. Hace mono. Ni que fuera usted un intelectual. Por lo que veo, con usted no se puede, qué va, y es que cuando usted agarra un tema, ¿eh? Pues que lo agarra de veras. Los hay tercos, vaya. Qué va usted a sacar con darle vueltas y más revueltas a las cosas, si ya, total, después de tantos años, no puede usted remediarlo, digo yo. Y que además todo eso es agua ya pasada, molino muerto. Fíjese usted ahora, la   —175→   que yo digo, que cada día se trae su asuntillo. Casas que se hunden, catapún, de una vez y de repente, y como si tal cosa. Bueno, algunos espachurrados, pero tampoco hay que exagerar. Más cayeron en Hiroshima, o en las grescas de los judíos y los no judíos, pero, ya se sabe, aquí, enseguidita nos gusta exagerar y salir diciendo que como lo de aquí, nada. Preocupaciones, preocupaciones... Qué no podrían decir ésos de las inmobiliarias que se evaporan engulléndose la pasta, ¿eh? Y usted venga y dale con que si justicia o no justicia. Fíjese, alma cándida: para preocupación la de don Óscar Luis Federico Alberto (no sé si tendrá algún nombre más, pero él es muy acogedor, qué demontre), el chileno, que no vive desde las elecciones. Ande, ya lo ve, para eso valen las elecciones, para que un señor, un gran señor, se lo digo yo, un pedazo de pan... ¡Ah!, y muy bien educado, elegante, leído, botines, dos anillos, dentadura de oro, transistor, ¿eh?, qué le parece... Pues que no puede pegar un ojo, que, créame usted, ya se le está notando, ya. Es que pierde carne día a día, sobre todo si no le llega correo. Una lástima, que a mí me pasaba los sellos. Y la mujer... Ésa sí que está alicaída, pobre señora. Pero, a ver, los pobres, no se van a traer aquí sus tierras, ¿no verdad, usted? No estaría bien, sería poco patriota. Supongo que usted, que tiene el bachiller, no me irá a decir como Lucas el portero, que el chileno es un señor feudal. ¿Cómo? Ah, creía. Naturaca, un tío feudal es otra cosa, así como..., como. Vamos, algo mejor. Y muy alborotador. Y este señor es muy ordenado, aunque, eso sí, tiene un asma de no te menees, pero de orden y patria, a dejárselo sobrado. ¡Hombre, a la vista está! Veo que se está usted pasando a mi bando, menos mal. Me preocupaba usted mucho. ¡Es usted tan simpático, caramba! No, no se debe hablar de esas cosas que usted... Créame a mí que soy su amigo. No todo está   —176→   tan mal como usted lo ve. Tendrá que ir al oculista. Mire usted, aquí, todos los colegas de partida, chillan por lo de los secuestros aéreos, que eso sí que es moco de pavo, gruñen más que si les hubiesen ahorcado a todos el seis doble. Su madre, qué tíos, qué manera de berrear. Parecen bucaneros. Y luego dice usted que si no se habla, y que si tal y que si cual. Ahí los tiene. Y total, ¿por qué? Porque hay cuatro o seis ingleses de la Gran Bretaña metidos en chirona, a ver, como si aquí no pudiese pasar eso en cualquier momento. Y los judíos... Bueno, para qué vamos a hablar de los judíos. ¡Si hasta les gusta trabajar! ¡El colmo, hombre, no me diga usted! Mire, yo ya soy perro viejo, y más sabe el diablo por viejo que por diablo, siga mi consejo y no vuelva a sacar esa conversación delante de personas sensatas, estaría bueno. Esta tertulia es muy cuerda, muy tranquila, todos somos gente seria, de confianza, pertenecemos a varias cofradías, hay tres por lo menos condecorados, en fin, qué le voy a contar. Somos gente conocida, respetada. A veces a veces, según la altura del año, alguno se escurre con un chistecito algo subidillo de color, pero sin mayor importancia. Todo muy bien pensado, llevado y tragado (Esta abundancia de -ados finales es el truco de don Constancio, el notario, lee mucho a Cervantes, qué se había creído usted). Y estamos lo que se dice al día: que si los niños plus ultra, que si la maxifalda o la minifalda, que si los toros drogados o afeitados, o por barbar, o la ofrenda al apóstol, o la lista de hijos dilectos, predilectos y naturales, o sea, vamos, los de la mano izquierda... ¡Pues anda, que no hay temas de charla ni nada que digamos! Pero usted, con sus obcecaciones, pues que ni jota de esto, y es una gran lástima. Vive usted aquí, mi querido amigo, aquí. Y si no se entera, pues que está usted mandado retirar. Léase usted las esquelas y los anuncios de las liquidaciones,   —177→   o siga el curso de la Televisión y el idioma, donde dicen cosas muy sugerentes sobre los acentos, los verbos impersonales, las malas palabras y otras trascendencias así... O vea zarzuelas, que ahí están para ir tirando unas cuantas, Una morena y una rubia hijas del pueblo de Madrid me dan el opio, o hasta en el cine, Yo soy el caminante que al pasar, o si no... ¿Me va a decir usted que hay algo mejor por el mundo adelante...? ¡Gachó, qué tabarras larga usted! ¿También contra las zarzuelas? Vaya por Dios. A ver, venga acá, hombre, venga acá. Usted, ¿no se levanta cuando yo, a las once, las doce, da un paseíto, lee el periódico, come, viene a la peña, no lee el periódico de la tarde porque si no a ver qué queda para la tele a la noche, pasea otro poquito a lo largo del estanque, pasa un rato oyendo a Rafael en un cine de continua, utiliza los pases que le proporcionan los colegas para el teatro, y a dormir se ha dicho? Claro que después de haber cenado con un amigo. ¡Y con puro y copa!, ¿eh? ¿Eh, cómo? ¿Que madruga? Pero, ¿tan temprano? ¿Y que por la noche...? Ahora me explico muchas cosas, claro. ¡A no ser gafe, jovencito! Es mejor que se decida usted a algo más constructivo, digo yo. Reclamar que mejoren los funerales, pedir tres o cuatro premios Nobel para nuestros compatriotas, o que se repartan bien los hinchas en las bodas de los cantantes, no se vaya a quedar desairado alguno. ¡Bueno, pues sí que no hay maneras de hacer feliz a la gente!... Si se decide a hacer alguna oposicioncilla, a maestro, por ejemplo, avíseme, para que vea mi afán de ayudarle. El tío vinagrillo ese del registro está casado con una prima segunda de mi administrador, ya veríamos cómo echarle a usted una manita, ya verá, ya. Pero ¿otra vez con las mismas? Usted, con su rollo. No es usted cargante ni nada, vaya sermones que nos coloca. Ande, lea esto, fíjese: concursos   —178→   poéticos, nuevas fábricas de agujeros de plástico, un circuito de carreras flamante... No hay que ser gafe. Lea las cotizaciones del mercado. Precisamente esta mañana los pimientos morrones... ¡Pero emperrarse en eso, hombre, en eso...! Hasta ahí podíamos llegar.



  —179→  

ArribaAbajoTodo tiempo pasado...

¡Ay, Señor, Señor, es que apenas me puedo mover, a esta edad pesan tanto los recuerdos...! Quién te ha visto y quién te ve, ciruelo. Sí, sí, ustedes los jóvenes, siempre están hablando y hablando, y van a hacer y a acontecer, y luego... Boquilla, nada más que boquilla. Si yo le contara... Ahora, ustedes, y al decir ustedes meto también a las chicas, estudian un poquito, unos años, que los paga papá, y ya está. Terminan y se colocan. Que si en un Banco, que si de azafatas, que si eso de las relaciones públicas, que ¿eh?, no me diga usted a mí que eso puede estar bien, qué demonios. ¡Relaciones públicas! Pero, hombre, ¡si parece cosa mala...! En mi tiempo... Todo era mucho mejor, ea, que mucho mejor. ¡Ay, estas piernas, Jesús bendito, que me traen por la calle de la Amargura! ¿La enseñanza? Bueno, quién va a comparar. Las Dominicas, las Esclavas, las Carmelitas... Con nuestro uniforme, y las estrellas en la frente como premio, así, aquí. ¿Te sabías bien los cabos de España, o los golfos, o la batalla de Covadonga? Pues una estrella. ¿Te sabías bien las Obras de Misericordia, las Bienaventuranzas? Dos estrellas. Y cita   —180→   en el cuadro de honor, tan primoroso, con los colores nacionales, y con Isabel la Católica en un rincón, con un león de la mano... Y, de propi, en casa, cuando llegaba el domingo, a meditar bien la carta a los Reyes Magos, o un paseíto a la procesión, o al teatro, a ver La Revoltosa, o La viejecita, o El rey que rabió... No, hombre, no, qué va, cómo iba a ir una señorita bien a ver eso, también usted... ¿El cine? Claro, hombre, claro, Los dos pilletes, Sin familia... Yo me acuerdo de Los misterios de la selva, eran treinta y tantos episodios. No me gustaba ir con mi hermano Tolo, que se murió en la guerra, lo mató un obús cuando iba en un tranvía de Mataderos a cobrar los recibos de La Previsora, seguros de vida, no quedó sano más que la cartera y los zapatos, fíjese, ¿eh?, un horror, es que le digo que tiraban a dar, qué bárbaros. Pues le decía que Tolo... Eso es. No me gustaba porque siempre se quedaba con la boca abierta, y los demás chicos se reían de él. Pero, ahora... Le digo que todo, todo era mejor. ¡Aquel hombre que explicaba la película desde el centro del pasillo!... Y ya de mocitas, éramos útiles, habilidosas, nos enseñaban a gobernar la casa y a hacernos los vestidos, y aprendíamos de todo: Centro instructivo parroquial de protección y educación de la mujer. Parece que estoy viendo el diploma. Lo firmaba el concejal delegado de ciencia y arte del distrito, o alguien así, con imprentilla, claro, a ver, éramos muchas, y llevaban una póliza de una cincuenta. Aquí, en la esquinita de abajo. Yo perdí mis diplomas también en la guerra, con todo, a ver, esas barrabasadas que pasaban en la guerra, qué le vamos a hacer. ¿No se lo cree? Yo me hacía mis vestiditos. Con patrones de papel, de La Moda práctica. Eran bonitos, hombre que si eran, con un lazo aquí, con un bolsillito aquí, y el tontillo aquí, aunque esté mal el señalar, y lazos, muchos lazos, aquí, y aquí, y aquí, y una larga cadena   —181→   para el abanico, y un boa, y manguito, y los pendientes de familia... Si viera usted qué ruido de enaguas almidonadas y rizadas, qué tumulto de frutas en el sombrero. Las señoritas de clase bien llevábamos siempre sombrero. ¿De qué se ríe? Era una moda bonita. Y respetable, sobre todo si se llevaban velillos... Ahora, en cambio, qué ganas de perder el tiempo comparando. Anda, que no es jaleo ni nada lo que se echan las niñas en la cara. Nosotras, agua de Carabaña para la piel, para los granos, que, en fin, ya sabe usted, y manzanilla para el pelo, y sanseacabó. ¡Tenía usted que vernos cuando íbamos de visita! Se anunciaban por carta, o por tarjeta impresa, con una sirena o unas florecitas en el ángulo, o una bella señorita que, digo yo, sería modelo de pintor, era entonces trabajo bastante bien pagado y discutido. ¡Hombre, qué preguntas tiene usted! No había teléfono, o casi nadie lo tenía, y quien lo tenía salía ronco por las mañanas, de tanto gritarle a las señoritas de la central y que no le hicieran caso. ¡Anda, Dios, ahora se desayuna este señor con eso de que el teléfono no era así, de éstos de marcar y hala! No, hombre, había que tener recomendación, es decir, la de siempre. Bueno, a lo que estamos. Si había mucha confianza, se iba y nada más. Llegábamos. La portera se levantaba, nos miraba y remiraba y requetemiraba, y nos dejábamos mirar, porque, a ver, casi todo era nuevo, y que si la falda plisada, y que si las botitas, y que si los guantes, y que si el collar... Subíamos. Llamábamos. Se miraba siempre por la mirilla, ¿eh? A veces tardaban en abrir, y se disculpaba, a ver, no nos esperaban y estaban arreglándose un poco, que si la cara, que si unas medias limpias, que si hay polvo en el macetero del salón, que si hay que quitar las fundas a la sillería o la gasa a la lámpara... ¡Una gasa contra las moscas, carámbanos! Pero, oiga, usted no entiende una palabra de economía doméstica,   —182→   ¡si está más claro que el agua! Abrían: «¡Dichosos los ojos! ¡Cuánto bueno por aquí! Precisamente pensábamos ir a verles una tarde de éstas, cuando a Paquita se le pase la jaqueca...» Siempre había jaqueca o colitis. También apendicitis, que era, por lo visto, muy fácil de pillar, se ve que era contagiosa. Y nosotros: «Pasábamos por aquí por casualidad y hemos dicho: Hay que ir a ver a estos buenos amigos. ¡Si hubiéramos sabido que Paquita tenía hoy jaqueca...!» Y así así, y dale que te pego, y que si fue y que si vino. Y se pasaban las horas muertas, tranquilas, se iba poniendo azul la tarde detrás de los balcones, y chirriaban más los tranvías, y se oía al farolero que canturreaba, y a los niños de la calle que le silbaban: Yo soy el farolero de la Puerta el Sol, cojo mi escalera y enciendo el farol. Y por lo general el farolero se ponía furioso, pues así, furioso como un farolero, y soltaba una palabra gorda, y entonces, la señora de la casa clamaba contra la mala educación de esta gentuza, y corría las cortinas en seguida, y salía a preparar un refrigerio. «No me digan que no, una cosita sin importancia, unos pestiños que ha hecho Paquita el otro día, que no quiso ir..., ir..., ir». Bueno, a donde fuera, la verdad es que no íbamos a ninguna parte. Y sacaba soletillas, y agua de limón, o chocolate con picatostes si era invierno, y todo el mundo decía cumplidos suspirando, y que nos quedábamos en el borde de la silla para no romper nada y los señores se levantaban a escupir, o a tirar el cigarro en la escupidera, que era un cacharro con agua y un agujero en la pared. Y venga miramiento... Ay, que le digo que usted no puede percibir la finura, la educación, los modales de corte que tenía este pueblo entonces: Fíjese. Póngase usted allí: Y va y dice: «Hoy hace mucho frío, ¿no cree?» Y yo: «Sí, mucho, ¡huy!, ya lo creo que hace». Y le enseño a usted mis sabañones y mis cabrillas. Y usted otra vez, se   —183→   encara por ejemplo con mi hermana, que está ahí, pongamos, en esa otra silla. No hombre, no, no se mueva, mi hermana la diñó cuando la gripe del año 19, así que tiene sitio bastante: «¿Usted no nota el frío, Consuelito?» Y así una vez y otra, calentando el frío con el aliento. No comprometía a nada, no se hablaba mal de nadie. No como ahora, que al mismo llegar, te preguntan si tienes resuelto tu problema sexual, si prefieres güisqui o ginebra, si Brecht o Alfonso Paso. Y menos mal, porque a veces te dicen, así, de sopetón, mirándote entre los pelos caídos: «¿Es usted dinástica?» No te vayas a creer con la preguntita. Y antes de que contestes: «¿Marxista?» Calle usted, por Dios, hombre, con esta gente de ahora. Podían preguntar por la salud, digo yo, o si cobra uno la pensión, pero, quiá, ceporrean: «Ah, conque republicana, ¿eh? Pues va usted a hablar con su tía Javiera, que lo que es conmigo...» Bueno, eso de la tía Javiera es un decir, que, si lo sabré yo, lo que dicen, usted me entiende, no hay gachó que lo repita. Hala, hala, vaya con la gente. Ah, pues ¿y las fiestas? Los bailes, los asaltos, los juegos de prendas. Ya se está usted riendo otra vez. Se echa de ver enseguidita que usted no entiende ni pum de estas cosas, qué va usted a saber, hombre, qué va a saber. Pues ya ve usted, se cuela de medio a medio. Eran juegos muy decentes, incluso la lotería, que los novios podían apretarse un poquillo las manos por debajo de las faldas de la camilla. Cuando la señora de la casa decía: «¡Que voy a echar una firma!», todos los jugadores se ponían tiesos, graves, y algunas se encendían como el ababol, a ver, temían que las hubieran sorprendido, usted me entiende. Y así se iban las tardes, hasta que, ya de noche, órdenes para la cocina, algún bostezo que otro, se aludía a que el día siguiente había que hacer esto, o lo de más allá, siempre con mucho miramiento, claro, y entonces: «Ay,   —184→   pero si son las diez, Jesús, tan agradable compañía, pero no tenemos la cena preparada para papá...» Papá estaba haciendo otra visita, o charlando en el café La Colonial, o en Ambos mundos, jugando al tute, cosa muy de hombres, y nosotras: «Solamente cinco minutos más. No queremos ser pesadas». Y usted, hemos quedado en que usted era la gente visitada: «¿Qué prisa tienen? ¡Siéntensen!» Se decía siempre siéntensen, que luego me han dicho que está muy mal dicho... ¿Que le hable de cosas serias? Oiga, usted, ¿qué clase de hombre es? ¿Serio? Pues no es nada lo del ojo. En mi tiempo, para que se entere de nuestra seriedad, éramos muy patriotas. Ya, como ahora, claro, ¿eh?, que hay que ver lo que pasa, que abre usted el periódico y hay que ver lo que está pasando. Qué perdición. Vamos, hombre, vamos, no me venga con cuentos. En mi tiempo, patriotas, patriotas y nada más que patriotas. Óigame ¡Y tome nota! ¿Había que rifar algo a beneficio de los soldaditos que no tenían ropa? Pues a rifar. Y se iba a vender las papeletas de casa en casa, una y otra vez: subíamos a ver a la generala, y a la maestra, y a la hermana del párroco, y a la del mercero, y a la mujer del bombero, y a la cacharrera. Y el día del sorteo, venga charanga: La marcha de Cádiz, Sol-da-di-to-es-pa-ñol-sol-da-di-to-va-lien-te, y Pepita Creus. ¡Qué entusiasmo, qué mantillas, qué cohetes! Tachíntachín, tatatachín... Banderita, tú eres roja. ¿No sabe usted eso? Ah, ya, claro, se me olvidaba que usted es... Vamos, usted es usted. Si ahora no saben nada. No, no se preocupe, no rompo la silla aunque siga el compás. No estoy tan gorda. También usted, qué ocurrencia, para una vez que no me acordaba de mis piernas... ¡Ay, ay, maldito reuma, Señor! Ésa es otra. Ahora, las chicas, pues que tan escurridas. En mi tiempo... Llenitas, llenitas. Es que estaba una mejor alimentada, a ver, calcule usted, comíamos como Dios manda.   —185→   Torreznos, huevos fritos, manteca, cada cocido... Pan, mucho pan. ¿Usted ha visto alguna vez una libreta gallega? Pues hace falta ser cegato, oiga. Y se bebía tintorro de Valdepeñas, con sifón, y copitas de Chinchón dulce con alfajores de Estepa. Y milhojas, y candelilla, bueno, qué sé yo qué. Ahora, cocacola y siete arriba y cuernos flacos. Ay, déjeme que me entusiasme. ¡Vivan los gabrieles! Anda, mi madre, ¿que no sabe usted qué son los gabrieles? ¡Los garbanzos, hijo de mi vida, los garbanzos! Un cocido bueno, bien espumadito, resucita un muerto. Los presidentes norteamericanos, desde ese lío de las bases, comen cocido todos los jueves, a ver si no. Toma, se me hace que usted está en la higuera. ¿Me va a decir que no sabe cuál fue el mayor éxito de la Exposición de Nueva York? Pues empápese: la paella y los pepinillos en vinagre. Ande, para que vea. Yo también he bordado escarapelas, y cosía los galones a los cabos de cuota, y fui madrina de guerra de algunos. Les mandaba postales, la Giralda, el Pilar de Zaragoza, Juan Belmonte. Uno de mis apadrinados se quiso casar conmigo y todo, ya ve usted. No me casé porque era de Garganta la Olla y no me gustó ese nombre. No me gustó. No sé. Corazonadas. Y ya ve, tenía cerezas, no se vaya a creer. A lo mejor desperdicié mi fortuna. Aún guardo las fotografías. Con gorro y polainas. Era tuerto, pero de acción de guerra, lo que siempre alivia un poco. Es que yo fui también enfermera. Entonces desfilábamos por la calle de Atocha cada vez que llegaba un tren de repatriados. ¡Era una cosa bonita! Claro que me casé, estaría bueno. Yo era de muy buena familia, y mi padre me dejó mejorada en cien duros. Y así, cualquiera. Me casé con Ceferino Tapia y Tapia de Redondo, conserje del Ministerio de Estado. Con él estuve algún tiempo en Londres, en la Embajada, yo dirigía la limpieza y la vajilla y cosas así, a ver, una sabía las cuatro   —186→   reglas y bordar, y de plancha qué le voy a contar. Lo del inglés no tenía importancia, porque nosotros no teníamos más que ver, oír y callar. Es como mejor va al gobierno, decía el embajador. También, después de una buena comida, decía que lo mejor para gobernar es leña, leña, mucha leña. A Cefe no le gustaba mucho esta leñera, pero... Éramos subalternos. «Sí señor». «Naturalmente, señor». Una Nochebuena... ¡Cómo cenamos! Mucha plata, muy brillante, velas además de las lámparas y mucho vino español. Acabamos todos que para qué: «¡Viva la reina gobernadora! ¡Vivan los voluntarios! ¡Viva la Virgen de la Consolación de Utrera! ¡Viva la celadora del Refugio!» La celadora esta era mi madrina, ¿sabe?, ahora le contaré. Se llamaba Sol. ¡Andá, no se me había ocurrido nunca si era Sol del Sol, o Sol de Soledad! Bueno, qué más da. También usted, hombre, no lo complique. La Sol era de Bercimuelles del Cortinal, donde Cristo dio las tres voces. Tenía allí un palacio y dos hermanas con título. Ella había estudiado para comadrona, ya sabe, algo muy útil y bien pagado. Entonces los niños nacían en casa, a ver, y todo el mundo ayudaba, el marido, las cuñadas, la portera, a veces el sereno. Si cuando yo le digo que antes... Ande, a ver ahora, ¿dónde hay milagros? Pues cuando yo nací, pues que hubo un milagro, ya ve. Una Virgen del Carmen grande, pintada en lienzo, con marco ancho y todo, dorado, el cuadro le había tocado a mi abuela en la fiesta anual de las Adoratrices, ya sabe, esa rifa para mujeres descarriadas, pues fíjese que el cuadrito se descolgó dando tumbos, pasó por encima de la cómoda, que estaba atestada de cacharros, potingues y todo eso, y saltó por encima sin romper lo que se dice una punta de alfiler y se colocó de pie, solito, a la cabecera de la cama. Y entonces, yo vine al mundo. Yo, chilla que chilla... ¡Hombre, que no es para chillar ni nada lo que se   —187→   encuentra uno en este país! Yo, Carlota Meneses Ruiz, hoy viuda de Tapia y Tapia de Redondo. Casi nada. ¿Eh, qué le ha parecido? Quién habría de decir, cuando nací así de tamañita que yo iba a postular en la Fiesta de la Flor, lo que había que ver, todo el señorío en la calle, se quitaban el sombrero los hombres cuando una se acercaba, y echaban diez céntimos en la hucha, aquello era rumbo. Y no le voy a contar lo que era ir a recorrer las estaciones en Jueves Santo, o ir a la Minerva acompañando al Santísimo a casa de los inválidos, o a ver los desfiles del 2 de mayo en el Prado, y del 7 de julio en la Plaza Mayor, o la Capilla pública en Palacio. ¿Cómo dice? Ah, sí, se me olvidaba. Ceferino se murió, pobrecillo. En una manifestación. Yo creo que se volvió majareta, a ver si no. Un hombre como él, con tan buen historial, funcionario, condecorado, hombre de orden, muy de orden, pues ya ve usted, se chaló con aquello de Pablo Iglesias, y un primero de mayo, pues que le arrearon de lo lindo, y ya no levantó cabeza, qué había de levantar. Le estuvo bien empleado, si ya se lo advertí: «¡Ceferino, que estas cosas no son para ti, que tú eres hombre de butaca y copa!» Pero como si oyese llover. Sería castigo de Dios, como repetía mi madrina, la de Bercimuelles. Total, me quedé viuda, y por aquello del primero de mayo, mire usted qué tendría que ver eso con las témporas, me limpiaron el empleo. Por si las moscas, a la calle. Y trabajé de lo lindo, vaya que si he trabajado. Fui de todo. Carabina, yo acompañaba a las niñas de la Chuela Rica, la canzonetista, ¿no la recuerda? La que cantaba aquello de: Cada mochuelo a su olivo, todo Dios a su desván, con tan plausible motivo, bailaremos un cancán. Era una canción preciosa, vaya si lo era, tan triste, tan sentimental. También cuidé niños. Conozco por ahí algunas personalidades, y cómo que si las conozco. Usted me contará. Algunos han llegado   —188→   a obispos, a notarios, a veterinarios, a jefes de estación. Le digo que no se podía suponer. Hombre, ahora caigo. ¿Usted no conoce a ese Zamora Vicente, que escribe a veces en Ya, su periódico de usted? Pues a ése le sacaba yo de paseo, que en su casa no le aguantaba nadie, y le digo a usted que sería por la escarlatina, o porque nació así, qué le vamos a hacer, que era la mar de atravesado y fastidión, que no daba una en el cole y tenía una intención que válgame Dios. Un miura el angelito. Y ahí le tiene usted escribiendo pamplinas la mar de aburridas en un periódico de derechas. Es que este mundo da cada vuelta que no vea usted. Mejor no pensarlo. Cerrar los ojos y no tocarlo, ea. También, y no sé por qué me acuerdo de esto ahora, pero, a ver, usted me pregunta y me pregunta... Repartí por las casas las imágenes de la visita: Las tres Avemarías, San Antonio de Padua, el de los novios, y la Virgen de los Llanos, que es de Albacete, ¿sabe?; y también cosí a domicilio por la comida y tres veinticinco diarias, y ahora... Realquilada. Lo último, no me diga. Yo que he vivido en una embajada, en Londres, y que tuve madrina casi título, lo tenían sus hermanas, y me dieron cincuenta pesetas cuando la boda del Rey, por haber escrito unos versos alusivos... No, no tenga miedo, no se los voy a recitar, además no me acuerdo más que del primer verso: Oh, tú, gran rey feliz del Mediodía... Puse el tú con minúscula y no le gustó al jurado. Si lo llego a poner con mayúscula me atizan cien pesetas, pero, a ver, lo que pasa. Ande, estudie usted para esto. Ahora tengo el pelo blanco, pero fui la primera en mi barrio que lo llevó a lo garsón, y... Bueno, no le voy a contar la que se armó en casa cuando me lo corté; yo que había tenido premio de pelo largo en la kermés de la Paloma, ¡ah!, y tuve premio en el concurso del vestido de cuatro pesetas, ahí es nada, a ver quién es la guapa que hace hoy   —189→   un vestido de cuatro pesetas, tarlatana arriba, tarlatana abajo... Bueno, mire, tanto preguntar, ya me está usted jorobando, déjeme dormir, hágame usted mucho el favor de largarse a hacer puños para hoces, yo ya tengo una cofradía que, por un durejo al mes, me paga médico, funeral, entierro, qué sé yo cuántas cosas más. No pondrán sobre la caja nada, ya le he dicho que perdí todo cuando la guerra...