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ArribaAbajoEntrevista

Pues sí, señor, yo, modestia aparte, he tenido que bregar mucho, lo que se dice luchar, vamos, cómo se lo contaría yo, que aquí no regalan nada, qué van a regalar, pues sí que. Pero la vida es dura, en eso estamos todos o casi todos de acuerdo, y yo tuve que empezar a espabilarme bien prontito. Figúrese que yo, en mi familia, pues qué le voy a decir, toda la vida de orden, muy conocidos en nuestra ciudad, allá arriba, junto al mar, no, por ahí no, algo más a la izquierda según se mira el mapa, o sea, ya en la esquina, ¿me entiende? Pero, hombre, ¡si es la mar de claro...! Eso es, ya veo que cae. Pues ahí. Ya ve, cuando se armó el jaleíto, yo me disfrutaba casi treinta años a cuestas, vamos, un crío, que mis padres apencaban con todo, eso sí, éramos gentes muy consideradas, entrábamos como Perico por su casa en cualquier oficina, ayuntamiento, gobierno, locales de los partidos políticos, Palacio Episcopal... Siempre, al verme llegar, se levantaban los porteros, sonreían de oreja a oreja: «¡Es el hijo de don Fulano...!». Y todo lo que ya se va usted suponiendo. Quiá, hombre, quiá, yo estaba... ¡Cómo iba a estar yo allí en pleno verano, estaría bueno! Yo estaba viajando, me pilló la cosa en Madrid, con unos amiguetes, venga juerguecitas, revistitas en el Martín, guatequitos en casa de la Lola, una cubana que para qué, un rato cachonda y apretadita en carnes, con un séquito que no vea, mi madre, qué señoras, y   —103→   venga cine, del fetén, La Plaza de Berkeley, y La kermés heroica, y Tiempos modernos... Casi nada, ¿eh? Igualito que ahora, no me diga. Bueno, también hubo que ver La copla andaluza y corear a Juan Simón, un enterrador que estaba muy de moda, a ver, eso del flamenco no nos era muy familiar a los de las muiñeiras, qué le voy a contar. Ah, aquel Madrid, qué pronto se cambió en algo triste, sucio, tanto más desagradable cuanto que el dinero se nos acabó y no había de dónde sacarlo. Ya se imagina usted el sobresalto, la alarma, que si la documentación, que si don Fulano ya no se ve por ninguna parte, y que si en el hotel hay demasiados responsables y comisarios, y hay que buscar otra casa, y a ver dónde se encuentra un carné, que lo piden por todos sitios, en las esquinas, y en La Granja el Henar, y en Aquarium, y donde quiera que fueses... Bueno, no le voy a dar a usted la murga con detalles que puede encontrar en cualquier periódico del tiempo... Más o menos, el principio fue igual para todos. Y para que no fuese igual todo, ¡hombre!, había que salvar siquiera el desenlace dándole un aire lo más personal posible, ¿no cree?... Sí, hombre, sí, el desenlace, pues el paseíllo, vamos, ¿me entiende?, le digo que había que hacer algo: cambio de chaqueta, cosa bien fácil cuando andan desparramados la ingenuidad, el arrebato, el ningún quinqué. Lo cierto es que me supe acomodar, unos grititos oportunos en el comité de vecinos, unas intervenciones entusiastas, pidiendo la cabeza de no sé quién y, sobre todo, a ver quién no, denodada decisión de no pagar una gorda a los legítimos propietarios... Y ya está. ¡Si me hubieran oído en mi casa...! Pero mi gente estaba lejos y no podía escucharme y, en fin de cuentas, aquello era casi legítima defensa. Bien, desempeñé varios carguitos, me vi bien vestido y mejor comido... ¡Ah, usted no sabe qué a gusto caen esos adornitos cuando todos alrededor andan con harapos y se mantienen de seis u ocho lentejas   —104→   náufragas...! Le digo que entonces fue cuando yo me olí mis grandes cualidades. ¿Mis acompañantes...? Lo pasaron mal, según me enteré luego, que yo no volví a tropezármelos, a ver, eran gentes muy significadas, de dinero, señoritos, no se podía andar a su lado en el Madrid del asedio. Habría bastado, como pasó con uno de ellos, que se echara de ver que procedíamos de allá arriba, del norte, para que... Usted me contará. Así le fue. La verdad es que no puede quejarse: ahí está su nombre, enterito, en la pared de la iglesia de su pueblo, o sea, la gloria, vamos, la gloria sin comerlo ni beberlo. Qué se iba a figurar él ese final, si le aseguro que no daba una, un verdadero topo, si lo sabré yo, fuimos compañeros de colegio. El muy cacho tal estuvo a punto de... Imagínese, dio mi nombre como aval responsable. ¡Si yo me lo llego a echar a la cara...! No, ya se habrá usted percatado de que a mí no se me nota el tonillo local, yo soy una persona instruida, qué ocurrencias tiene usted.

Prosperé, qué duda cabe. Ya le digo que aquella pobre gente no tenía mucho caletre. Me encargaron de algo, ya ni me acuerdo, unas cosillas comerciales más allá de los Pirineos, no se me cocían las castañas pensando en la hora de cruzar la frontera... Y ya se lo supone usted. ¿Cómo que no...? Oiga, me parece a mí que usted es algo... algo... así... Algo lento. O que le gusta que le regalen el oído, o hacerse pasar por uno de esos mangantes desagradecidos que siempre salen con que a ellos la guerra les trae sin cuidado... ¿Qué demonios le pasaría a usted por la mollera en un caso semejante, hombre de Dios? Darse el bote y tomar soleta deprisita. La primera noche en territorio franchute, después de una gran cena, escapé para el otro lado, con los machacantes acuñados y sin acuñar bien hundidos en la buchaca, y con todo el papeleo. Una gran baza patriótica, recapacítelo, aún habrá panolis que hablarán de traición y demás monsergas trasnochadas...   —105→   Una gran faena, sí, señor, una gran faena. Habría que oír a mis colegas de expedición cuando vieran, a la mañana siguiente, algo de resaca a rastras, que yo no estaba allí, y que llegaba la hora de comer y tampoco, y la de cenar y menos aún... Después, unos años por medio, también me pidieron árnica, pero, usted comprenderá, ¿para qué se va a ayudar a esos tipos alicortos, insignificantes, que se dejan engañar en un santiamén...? Nada, nada, ni hablar. No sé qué les pasaría. Sería una pena que supieran de mí, ¿se da cuenta? Yo salgo mucho en los periódicos, en la tele, soy una personalidad conocida. Pobrecillos, estarían ahora rabiando a todo rabiar si me viesen en mi propio caldo, hay que evitar ese mal sabor de la envidia a la gente sin alcances... ¿Remordimiento...? No sea usted de su tierra. Se va usted a parecer a mi mujer, que, algunos días de invernera, se acuerda de mi historia, está escribiendo mis memorias, y me aconseja buscar a los que queden, quizá pudiera darles un puestecito de sereno en una fábrica, o de portero en esos bloques que estamos levantando en la costa... Me he propuesto no dejarme ablandar, estaría bueno.

Porque volviendo a lo que estábamos, le diré que muy prontito fui en la otra banda lo que me correspondía por mi familia, mi preparación, mi rasgo hazañoso de decidir mi propio destino, pasándome con armas, bagajes, etcétera: elegí la Historia, qué le vamos a hacer. (Esa Historia, por favor, con mayúscula. Así). Tuve que aburrirme largamente escuchando rogativas, preces, rosarios colectivos, no digamos discursos, pero, en fin, el que algo quiere, algo le cuesta. Un cambio de chaqueta, aunque fuese, como en mi caso, un descambio, tiene sus peligros, sus exigencias. Acabado el barullo, ya fue todo más hacedero y fácil. Todo se nos abría a los que llegábamos de la mitad de arriba. De dónde va a ser, criaturita, de arriba, de la mitad norte. Nunca nos agradecerán bastante los de su pueblo de usted   —106→   nuestros sacrificios por adecentarles la casa, ¿no? Cuando llegamos, todo lo tenían ustedes manga por hombro, barricadas por allí, casas hundidas por allá, todo sucio, desmantelado, las gentes lloriqueando a moco tendido y hambrientas, mi madre, qué gazuzas se gastaban, y el tifus haciendo de las suyas. Hay que ver la que habían armado ustedes, hace falta humor, y, luego, dígame a santo de qué. Pues ahora, reconozca: ¿Dónde está eso? Ni rastro. Y ustedes, ¿han intervenido para remediarlo? En nada, no hace falta que lo exagere, en nada... Quizá para quitar los escombros, al principio, que luego... Es que si no se les dirige un poquillo y con mucho tiento... Pero una vez acallados, son ustedes la mar de dóciles y se les gobierna bien, menos mal...

Es mi deber no deslumbrarle. Además, ya le dije al empezar la entrevista, que yo soy hombre modesto. Le agradeceré infinito que insista usted mucho sobre esto, la idea que la masa tiene de un hombre de mi clase suele ser disparatada. Yo, siempre en mi sitio, nada de aparentar. Pero, a ver, la esclavitud de la fama, están acostumbrados a verme con el pecho repleto de medallas, soltando peroratas cuando me las imponen... «Mi frente no se doblegará jamás...». «La desastrosa coyuntura conflictiva de este mundo enloquecido, hora de traumatología en vivo, consciente, necesita de nuestras reservas espirituales, filón inagotable de...». «... A fuerza de quemar etapas hemos entrado en el entrañable túnel de la Historia, obviamente espinoso...». «... El mañana, si es que mis decisiones le toleran arribar, nos estará reconocido». Yo sé que entono todo esto a las mil maravillas, con el énfasis preciso que las dramáticas circunstancias imponen. Es, como si dijéramos, mi protagonismo cara al público, pero no me satisfacen nada, lo que se dice nada, los seres inferiores con la boca abierta. Aparte de que con la generalización de cierto estilo, hay que pagar cada vez más a los malditos que escriben las palabras rituales, hay una   —107→   gran competencia entre los diversos negociados. Por favor, ahórreme estos trances, me siento muy infeliz. Prefiero que usted haga una ligera información, ligeritaligerita, no es menester profundizar excesivamente, sobre mis numerosas aportaciones al bien común por la ancha geografía nacional. Hágame el favor de no olvidarse de eso de la ancha geografía nacional, ¿estamos? Lo considero vital. Así no se sentirá ningún español discriminado, postergado, etcéteraetcéteraetcétera... Ya hay bastantes murmuraciones por ahí. Ya sabe usted la mala uva que hay entre nosotros, o sea, cainismo. No deje de destacar, con un punto y aparte será suficientemente eficaz, mi interés por el estado sanitario de la colectividad: suelo proporcionar algo baratito en las corridas de beneficencia, o hacer donativos que no se reflejen en la macana esa de la porra, en la renta, esa complicación de todos los marzos, que, le aseguro, me va a crear un infarto de tamaño natural cualquier día, si lo sabré yo. También presto, es un dato para el corazón, presto mi hija mayor para reina de juegos florales o de fiestas anuales de cualquier producto vegetal, caduco o perenne, fanerógamo o andrónimo, da lo mismo... Si le puede servir, le enseñaré el álbum familiar, mírele, aquí está, más oportuno no cabe, ni que supiera que le íbamos a necesitar, vea, vea, piel de Rusia, iniciales en oro... Usted podrá ilustrarse y no se equivocará de fechas en su crónica, que eso queda muy mal en lo impreso y provoca conflictos entre las familias agraciadas. Hay siempre inquinas muy agudas en estas puñeterías de las mujeres, y Olguita, mi chica mayor, es muy soberbia. (En confianza, aquí, entre nosotros: igualita que su madre). También Chabela, la pequeña, tiene diecinueve años, ha sido reina de los Alfileritos toledanos, gran asamblea retrospectiva con miriñaques, coches antiguos, valses y tangos con ochos lo que se dice bordados, impertinentes, manguitos, muchas plumas... Un buen renglón, pero todo   —108→   ese atuendo le va muy bien a Chabelita. Chabelita es una mozuela muy recatada, muy virtuosa. Mi fiel retrato, ¿sabe? A veces se pasa, y eso no me gusta. Por ejemplo, cuando quiso vestirse así para un paso del Ecuador de no sé qué murga técnica, de ésas de ahora, tan mal informadas, y no gustó: mi pobre Chabelita estuvo gemecando sin parar varias semanas consecutivas, incluidos domingos y festivos. Ni un viaje a París, ni varios modelos maxi, ni un mini nuevo... Nada. Se calmó algo cuando le traje la tuna a casa y le cantaron eso de... Eso, hombre, eso que canta tanto la tuna, también usted, no acordarse. Bueno, eso, ya está. Me preocupa la virtud extremosa de Chabelita, me parece que se me va a largar al poyetón y, la verdad, una chica tan dispuesta... Me aseguran que está bastante bien de ortografía, cosa rara en casa, pero, ¿me quiere usted decir para qué leche sirve la ortografía esa, ¡eh!, me lo quiere usted decir? Ah, pues entonces. Sería una pena, porque le juro que le dejo un buen pellizco, ya lo tengo arreglado. Quizá así su bobería no sea tan notoria. En fin, le pido disculpas: pero esta Chabela, con sus manías... Es que me hace perder la paciencia.

De todas formas, siempre una de mis chicas es buena tajada. Aparte de que lo son por sí, y por lo que engorda su fortunita, debo decirle que su educación ha sido muy por encima de lo corriente por estos pagos. Han salido frecuentemente al extranjero, tienen una gran cultura en materias especializadas, peletería, joyería, hípica y algún otro deporte refinado, han visto mucho cine porno, toma, claro, la igualdad entre los sexos, ya sabe, el fruto de la propaganda dirigida... En fin, me he separado una miaja de nuestra línea. Usted, si no recuerdo mal, quería saber la evolución de mi currículum, pero, en fin, téngalo en cuenta, mi modestia... Aparte de que eso ya lo tengo impreso, lo puede usted encontrar en cualquier quiosco de Sol, de Cibeles... La verdad es que la base de mi esfuerzo está en un quehacer muy elemental,   —109→   de primeras letras, vamos. Y audacia en dosis prudentes. Negocié con algunas cosillas, ya durante el lío, al volver a casa, creo que ya se lo había anunciado. ¡Hombre, que si ha pasado tiempo...! Figúrese, aún corrían los duros de plata, creo que también se lo he referido. ¿Cinco duros...? ¡Una fortuna! Se lo digo yo. Esos negocios ya le dije, me fueron situando, eran mercancías que era necesario agilizar, poner en órbita, a ver, piensos, terrenos, eso que se llamaba, no sé por qué, estraperlo, seguro que era una broma de los enemigos. No, no se apure, miro el reloj por hábito, por nervios, pero hoy le puedo dedicar el tiempo que haga falta, a condición de que usted sea imparcial en su crónica, no vayamos a... Hacía falta, para eso, ser muy decididillo, echado para alante, por menos de nada te veías envuelto en un cisco de aúpa. A veces había propietarios desaparecidos, esas cosas que pasaban, ¿comprende?, y los herederos se veían y se deseaban para vender de forma legal, pero, era evidente, tenían necesidad de parné, que la barriga no carbura en materia de éticas ni patriotismos. Había que ayudarles, era pura caridad. ¡La de solares en barrios céntricos que me vi obligado a chalanear, empujado por la pena...! Partía el corazón oír aquellas lástimas, oiga, créame, soy naturalmente sentimental. También compré casas hundidas por las bombas, se veía en seguidita que eran endebles y por eso cayeron a las primeras... ¡Cuidado que hacen trampas, eh? Ya adivina usted la cadena, no hubo quien parase, qué barbaridad, con razón dice el viejo refrán que el dinero busca el dinero. Que si inmobiliarias, que si petróleos, y aceros, y chismes eléctricos, y porcelanas... Crédito, crédito que uno tenía. Me animaba muchísimo aquello de la autarquía, hombre, que si animaba, pero el hombre propone y la Bolsa dispone: hubo que someterse a los achuchones de la convivencia multinacional. Todo, eso sí, excelente, hecho a conciencia. Yo, todo a conciencia. Hombre, también   —110→   con usted, algo se habrá deslizado, claro, tenga presente que el enredarse esos locos de por ahí arriba en una guerra larguísima nos puso muchos suministros en el alero. Pero, en fin, la cosa salió bastante bien, ¿no? Sí, es verdad, en eso del embalse se nos fue la mano, vamos, quiero decir... Ya, ya veo que usted me entiende. Oiga, me está dando en la nariz que usted me hace esta entrevista con información previa y algo enterado de temas que no le importan un comino, pero, en fin, yo soy una persona muy clara, creo en el papel de la información. Si el pantano no se hunde, el pueblo habría seguido tan atrasado y tan viejo, así tienen casitas nuevas, a la última, con baño, polideportivo y toda la pesca. Me intereso tanto por la información bien entendida que, si al año que viene logro armonizar mi horario, me matricularé en esa Facultad recién estrenada. Seguro que se me da pipa, como dice mi Chabelita. Así, una vez bien facultado... Podré promocionar mi cadena de discotecas, predicar las excelencias del juego y de los útiles de papel, las ventajas de talar los bosques... No, no ponga esa cara, a ver, si no hacemos eso, de dónde saca usted papel para tomar esas notas que está usted garrapateando. Es que se ponen ustedes imposibles de protestones, ustedes los jovenzanos. Es hora de que se empapen de que lo que más les conviene es obedecer y callar. A cambio de su trabajo, y dada la enorme extensión que ha tomado mi firma, le proporcionaré datos, estadísticas irreprochables de... de... Venga, pida por esa boca. ¿Enfermedades de moda? ¿Parapsicología? ¿Sepulturas familiares...? Mi mano y mi influencia se cuelan por los sitios más inesperados. Puedo proporcionarle cuadros antiguos, auténticos, ¿eh?, nada de timitos, cerillas extra, con el fuego de colores y el rabito de sándalo, visones, entresijos del turismo, relojes, vuelos chárter, camas supletorias, contratas de pavimentación, apartamentos   —111→   en régimen de la máxima libertad... Esto, por favor, no lo publique, puede acarrear disgustillos caseros, ea, la moralina... Hable usted de chocolatinas, colocación de chachas, aire y sol enlatados, postales de recuerdo, imágenes alusivas a las fiestas históricas. Si no le gusta esto... Bueno, no se quejará, yo estoy dándole facilidades. Usted me ha caído simpático, aunque se gasta usted cara de comer más que una lima y de no alcanzar el salario base. No tenga inconveniente en confesármelo, podré echarle una manita. Además, una persona sin salario mínimo no puede aprovecharse de varios de mis negocios, automóviles, copiadoras, secretarias en buen uso, calculadoras electrónicas, teléfonos y radios viejas para decorar, son ahora muy solicitados por las nuevas clases acomodadas... ¡Hombre, tanto como burguesas...! No me hace tilín esa palabreja, tiene un regusto, ¿eh? Déjelo en acomodadas, o, si no, en directoras, queda mejor. ¿Cómo? Bueno, dirigentes. Si usted se empeña... No tengo nada que alegar. Eso, sí, de acuerdo. Son bastante ignorantes y poco de fiar, pues tienden a lamentarse con frecuencia y por todo cuanto ven. Naturalmente, eso está muy claro. Vaya fastidio, ¿ve?, ya está el teléfono gimoteando. Seguro que el criado de turno está haciendo quinielas, tengo prohibido que suene aquí el teléfono cuando estoy, como ahora, posando para el futuro. Se calló. Si le decía que todo a mi alrededor ha de ser de orden, no faltaba más. Dentro del orden se prospera. Fuera del orden... ¡Huy, huy, fuera del orden...!

No se preocupe porque mire el reloj, es hábito. Ya le he dicho que me cae usted simpático. Haga bien eso, con agilidad, con buen estilo, destaque mi espíritu de entrega, mi humildad, mi desprendimiento. Si no queda mal, podré pagarle un crucero el verano próximo. Dígame, déjemelo por escrito, qué países le interesa conocer. Procure que sean de los que están en buenas relaciones con nosotros, no vayamos   —112→   a pringarla. ¿Cómo se atreve a dudar de lo que le estoy diciendo? Claro que le pagaré el crucero y, si fuese necesario, en un barco bueno, muy bueno, no en cualquier cascarón de nuez. Sepa usted que yo cumplo religiosamente mis contratos, no digamos mi palabra. Y la legislación social, vamos que si la cumplo, hasta ahí podíamos llegar. Sí, es verdad, algunos fulanos se espachurran en las obras, pero eso es cosa de ellos. Fuera de mis compromisos no me meto, hay que dejar libertad a la gente para que haga lo que quiera. Cada cual, de su capa un sayo, ¿no es así? Pues que lo sea. ¿Escuelas...? Ah, ya, sí, ya caigo. Dígame cómo lo tienen organizado en otras empresas, que, en las mías, modestas, ya se lo vengo repitiendo, aún no hemos tocado esa variante, no sé si son rentables siquiera... ¿Becas para la Universidad...? Ah, mire: en mi ciudad, allí, en el norte, no había Universidad y, en general, no era vista con buenos ojos, resultaba algo... Algo así. Bueno, ya sabe, algo, ¿eh? Pues eso. Ahora he oído que... ¿Qué he oído yo...? Ah, sí, es donde dicen que van a investigar no sé qué, habrá que estar atento, déjeme que lo apunte en mi agenda, mandaré algún enlace avispadillo, no sea que luego... Ya sabe usted, la competencia, la desleal competencia...



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ArribaAbajoConformidad, una gran virtud

Quite usted, hombre, quite usted, a estas alturas. Ha llovido bastante, ¿no? Ya me he conformado. La conformidad es una gran virtud. En una ocasión, se lo oí a un predicador de postín, alto, perfumadillo él, que cayó por el pueblo donde yo andaba... andaba... ¿Cómo se lo diré? ¿De descanso? ¿Vale de descanso? Pues eso, total, ahora que las cosas van a cambiar, no vale la pena recordar los campos, ni las rejas, ni los toques de corneta, para qué. Aparte de que yo tengo muy buena encarnadura y toda esa pringue se me ha olvidado. O creo que se me ha olvidado, que los hombres damos cada sorpresa... Hombre, claro, al principio sólo se piensa en la revancha, se la palpa casi, un acelerar los pasos en el patio, sin ver a nadie, un sorprenderte apretando los puños y sudando. Pero, luego... No hay vela que, ardiendo, no se consuma. Ponga, ponga usted que estaba de paro forzoso, tiene así más aire de preocupación social, ¿no le parece? Pues sí, sí, la conformidad, la resignación, tiene bemoles el asunto. Tres pares de bemoles. Y usted se gasta cada salidita de pie de banco que ya ya. ¿Por qué narices cree usted que me iba a entregar yo a aquel descansito, alma de Dios? Menudo descanso, que se me zampó tres añitos de alimentación dirigida y paisaje obligatorio. Claro que, en realidad, no me debo quejar, porque, anda, que a otros... Y que, ya ve, ni se acuerda nadie de ellos, no está su nombre en   —114→   las paredes, cómo va a estar, ni tienen una calle en sus pueblos... Aunque, a lo mejor, ahora van y... Hay que ver cuántas vueltas da el mundo, ¿no verdad, usted?

No sé por qué carámbanos quiere usted saber cosas de mí, de mi historia durante casi cuarenta años. Fíjese bien, cuarenta años, toda una vida, así como suena, toda una vida. No me lo irá usted a discutir, que le veo quedarse pensativo, como si me fuera a explicar algo... Ya va siendo hora de que se paren a pensar un poquito en la serie de cosas que se jaló pateta en cuarenta años, ¿no le parece? Usted no tiene más que mirar un poquillo por el contexto, el contexto, como dicen ahora los tecnócratos, póngamelo con mayúsculas, mejor todavía en inglés, viste mucho, y si lo pone en inglés yanquiso, entonces ya el desiderátum, ¿estamos? Usted analice, no es menester un exceso de pesquis: unos tan orondos, opulentos, boyantes, ricaces, muy viva la madre que te parió. Otros, bueno, muy parecido lo de la madre que te parió, pero con otro verbo diferentillo... Cuarenta años, hora a hora, día a día. Ha sido un buen rato, déjeme que me lo vea por dentro... Esperanzas, ilusiones, proyectos, chácharas, instancias... Todo se fue a hacer puñetas, camino del más agrio desencanto. Menos mal que yo, ¿sabe?, siempre he tenido muy buen humor. Es lo que da mi tierra, buen humor. Con chistes, con pequeñas apostillas grotescas, con chinchorrerías graciosas, un dejillo húmedo en la voz de la broma, nos consolamos de tantas y tantas tollinas... De las jugarretas de la vida, de la hinchazón de los impuestos, de la poca seguridad de los seguros, de la incomodidad de los autobuses, de los olores del metro, de la consagración del baboso tontorrón... Es cuestión de levantar una miaja el hombro, a fin de que no esté arrimado permanentemente, y ya está. Mientras otros hacen la historia y se retratan para los libros que han de estudiar los chaveas en el bup, o en el cou, o como   —115→   leches se llame eso, los de mi cuerda... Bueno, lleva usted todita la razón: ya no sé quiénes son los de mi cuerda. Unos la han diñado, otros fueron entusiastamente ayudados a espicharla, otros andan errantes por el mundo adelante, lejos... Y lo del color ya no vale, está pero que muy descolorido. ¿Usted me entiende? ¿O no? Ah, creía, porque hay cada mendrugo suelto por ahí... Pero, usted, ¿habrá ido a la Universidad, no verdad? Pues entonces... Le decía que los míos, o sea, a los que les cayó la china como a mí, nos hemos limitado a ir tirando, procurando arrimarnos a la pared lo más posible... No, no se crea, yo me las he ido arreglando y, la verdad, como no me gusta matarme a trabajar, ya me lo decían en casa, pues que no me ha salido tan mal... Ya ve, para empezar: mi enclaustración fue de tres años, ya se lo he dicho. Pues, empápese, tengo algún pariente que aún colea, ya ni nos escribe, qué va a escribir, pobretico, se ha quedado lelo del todo, y, cuando lo han querido mandar a casa, se vuelve solo a la gura, lo mismito que las bestias. Aparte de que ya no tiene dónde ir, que cuarenta años, ¿eh?... Y la familia cercana se volatilizó en cualquier tapia, y aparte de que está tuberculoso de aquí, de la pechuga, que nadie querría un huésped así, y aparte de que está in extremis de bolsillo, enfermedad aún peor que las febrículas y las toses, y aparte de que tiene unos reúmas que le han puesto los codos a la remanguillé, es que se nota que le ha tomado cariño a la querencia y gira sobre los talones al tropezarse con el primer bípedo que se cruza. Si cuando yo le digo que cuarenta años no son moco de pavo... Este pobretico que le cuento ya ni me conoce. Se me queda mirando, mirando, suspira, suelta una lágrima, grita un viva o un muera. Esa suerte tiene, como está oficialmente gilí, puede largar los vivas y mueras que le salgan de su allí, y eso que algunos de los vampiros que padece se cabrean que válgame Dios. Oiga, no me jeringue usted   —116→   ahora. ¿De qué se van a cabrear...? De oírle, señor mío, de oírle. Claro que hay que reconocer que vaya deseos que vomita el... Se pone algo gamberro, lo que no me gusta. Yo, esos vivas y mueras, créame, considero que no deben decirse más que en serio, eso es, en serio, vamos, ante notario, pero el viejales, ya se lo he dicho, está rematadamente agujereado, qué le vamos a hacer. Me dijeron que se le ha puesto así la azotea de tanto comer legumbres en régimen de dedicación exclusiva. A mí, no crea, y eso que fue muy poco tiempo, ¿ve?, me salió esta especie de sarna bajo el pelo, que me trae a mal traer, me pica y me llena de talento el cuello y las solapas... En fin, a veces, creo que la Susana no se casó conmigo por esta repajolera caspa. No, no; de donde se me ha caído el pelo no me sale caspa; es de aquí, del colodrillo... No sé si su pregunta es miel para sofocar el posible amargor. Si es así, gracias, muchas gracias, pero no hace falta. Sé que ya estoy calvorota. Y si lo dice por recochineo, allá usted: llevo ya tantos años aguantando chanzas toscorras, que ya... Llega usted tarde, mi amigo, y sin posibilidad alguna de acierto. Así que avergüéncese y sigamos. A lo mejor, los vivas y mueras del vejete son así, como mi caspa, algo que se cae del cuerpo, algo que sale del hondón de la cabeza, cascarilla del cráneo, repleto de sinsabores que no puedo pregonar... Pregúnteselo a algún mediquillo que conozca o que se le ponga a tiro, a ver qué se le ocurre...

Mire, tenga paciencia y no me aturulle. Respete los derechos humanos, caray, no sea usted de su tierra. Yo le iré diciendo cuanto haga falta, pero dentro del orden. Dentro del orden, como está mandado, ¿vale? Yo le contaré lo que haga falta de la Susanita, y de mí, y de todo lo que me pregunte y yo sepa. Ah, pero, ¿lo va usted a grabar? ¡Anda, qué chisme más bonito! Habla sólo. Se ve que es usted un tipo que se las sabe todas. Pero no me había dicho usted ni pío. Cauteloso, seguro que es   —117→   usted gallego. De todos modos, le agradeceré que me someta a censura lo que acabe usted por hacer, tengamos la fiesta en paz. No sea que a mí, que soy un bendito, se me escape algo que, sin importancia, pueda ser una ofensa para alguien, o una prueba de frialdad o desviacionismo... Yo, que conste, estoy habituado a moverme dentro de los cauces legales y sanseacabó. Pues estaría bonito. A mí me está dando el olfato de que usted querría que yo le repitiese una letanía de esas que usted escribe en los domingos de Ya, donde un tipejo indocumentado desembaúla su vida, que si hizo esto o lo otro, y luego se casó, y ganó dinero, y tomó el pelo a base de bien a todos sus compatriotas, saltándose a la torera toda norma decente. Ya ve usted, lo siento en el alma, pero no es ése mi caso. A mí, prácticamente, no me ha pasado nada. Habré tenido algo de todo eso, no digo que no, esos tiquismiquis con los que usted podría escribir un cuento, ganarse unas pesetillas y, hasta a lo mejor, es otra de tantas pestes heredadas de la bobería ambiental, acudir a un concurso, recibir un premio, hablar por la radio y salir en la página-balance de fin del año literario en las revistas ilustradas. Mire, un poquito de formalidad, ya está bien de mentira organizada, ¿no? A nadie le puede importar ya lo que a causa de la guerra me haya podido pasar a mí, ni a cualquier quisque. Solamente algún que otro empecinado rencoroso o mediocre, que ve sus prebendas en el alero, puede recurrir a esas memorias. No, yo he sido un pobre hombre, y si me hubiesen ido bien las cosas, quizá hubiese sido también un pobre hombre. Ya le he dicho al empezar, por si me buscaba usted como un sujeto con mucha garra para sus noticias, ya le he dicho que yo me resigné. Ah, la conformidad, qué bien le sienta no al que se conforma, sino al que la impone. Que venga Dios y lo vea. ¿Que quiere usted que le cuente lo de Susanita...? Se me fue la lengua al decirlo antes, no debí hacerlo. Es   —118→   malo escarbar en los recuerdos; a veces, el pozo se enturbia demasiado al revolver... Fíjese, eso se acabó como el rosario de la aurora, que no sé cómo es, pero, en fin, se dice, y ya se sabe el resultado: se acabó. No, nada de aquí paz y después gloria, qué va. Ya ve, lo que son las cosas: a mis años, al recordarla, aún se me pone carne de gallina y percibo su olor en el aire, y oigo su risa cuando yo soltaba alguna patochada... Todo iba tan bien, maldito jaleo. Ya ve, sus padres eran muy buenos, muy píos, seguramente de veras, la cofradía esta, la hermandad aquella, y que si hay que acostarse temprano, y que si tú no te peinas para ese réprobo - rojillo - vago - piernas - incendiario - marmolillo - expresidiario... ¡Mi madre, qué cabeza le ponían a la moza! Y ella, un ángel del cielo de la mejor calidad, me lo repetía todito, mejor, me lo declamaba sin pestañear, no le faltaba más que subirse al balcón del Ayuntamiento para entonármelo desde allí. Mucho después me he dado cuenta de que cuando me decía que me estaba esperando, y que tenía la certeza de que yo reharía mi vida como una persona decente, digna de su apellido y de su lecho y de su dote y etcéteraetcéteraetcétera, lo que en realidad estaba haciendo era esperar, sí, pero a que saliera otro, como al fin sucedió, en figura de... Bueno, qué más tiene, el tipejo se encontró de golpe con todo resuelto, la casa, el capitalito, la amante, los escrúpulos suegriles, los negocios con trampa y cartón... Se casaron. Vi la boda de lejos, escondidillo, iba a hacer feo que allí, entre tanta piel costosa, tanto uniforme, tanto loro engualdrapado, tanta plática abarrotada de bondades... Iba a hacer feo, le digo, que yo, exactamente lo contrario de lo que se oía, estuviera de convidado de piedra, a punto de convertirme en llamarada del infierno. Mire, mire, ¿no le dije hace un momento que se me pone carne de gallina al recordarla?... Estaba tan bonita, Dios, sus manos largas, los ojos claros, y aquel reír... Se   —119→   le podía perdonar su bobería, su cursilería, sus prejuicios... Sí, claro, viven no lejos de aquí, la veo algunas veces, ella disimula o por lo menos disimulaba al principio, yo exagero mi cegatosis... Está gordinflona, se pintarrajea, ha sido muy paridora, tienen un simcamil de un color malva que da dentera, y un chalecito en el Alberche, no se vaya usted a creer... Hay parné, toma, así, cualquiera. No, a los hijos no los conozco, no he querido, bueno, sí, creo que hablé una vez con uno, el segundo, más bizco aún que el padre, pero no he querido acercarme a lo que, ajeno, pudo ser mío. En esto como en tantas otras cosas, a ver qué vida. ¿Que si me siento solo? Está usted aviado, mi amigo. ¿Es que hay otra cosa en el mundo? Dígamelo, ande, le echaremos un galgo...

¿De mí? De mí más vale no hablar. Debe de ser una película muy sobada, que cada cual se ha resuelto como Dios le ha dado a entender, eso sí, sin ayuda alguna, sin apoyo, siempre en el viento, en el más negro desamparo. Nos encerrábamos en un ancho recelo, temíamos que, si anunciábamos que comíamos o que habíamos encontrado trabajo, nuestros propios amigos o correligionarios pretendiesen, con el pretexto de convidarnos a un chato, llevarnos hasta una esquina mal alumbrada o al puente más cercano, y, ¡zas!, uno menos. Y, al día siguiente, fingiendo caudaloso duelo, el fulano se presentase en el tajo a reclamar nuestra ración, nuestro puñetero empleíllo. Yo veía muchas veces en sueños la puerta de mi refugio con un delicado: «Hoy no se trabaja por defunción de un subalterno». ¿Muy divertido, no cree? Tuve innumerables chapucillas, que si vendo pájaros en el Rastro, o recojo chatarra de los derribos, o salgo a las escombreras del tren a rebuscar carbonilla, o que si vacío de estiércol los corrales, y hasta llevaba las bestias hembras a los sementales, y saqué al sol a dos o tres viejos asquerosos, podridos de dinero, que estaban paralíticos   —120→   en una silla de ruedas, hasta que se los pulió la funeraria... En fin, no vea, qué trabajitos. Todos. En seguida se echa de ver, trabajos de esos que el padrón municipal que acabo de rellenar designa como de «titulación superior». Que venga Dios y lo vea. Muchos de esos quehaceres vistosones tuve que abandonarlos por la benemérita intervención de la ídem. Oiga, usted, ¿por qué pone esa cara? Encima de que procuro contárselo sin darle el coñazo... Usted vigile su chisme y dese un punto en la boca. Es política que da un fruto fenómeno. ¿Sigo?... ¿Está enchufado ese cacharro?... No me vaya a salir luego con gaitas roncas, hasta ahí podíamos llegar. Sí, ya sigo, ea, allá va, ¿alguna anécdota buena...? Hombre, sí, ésta: yo hacía un pobre tan típico, tan característico, que me llevaron, alguien gordo de veras debió verme en la calle con el carro de la basura, a la televisión, para representar de mendigo en no sé qué historieta de Dickens... ¿Sabe usted, camarada, quién fue Dickens? Ah, menos mal, es que como antes dijo que había ido a la Universidad y esos tipos no saben dónde tienen la mano derecha. ... Sí, me pagaron bastante bien: cinco duros en papel de vellón, una caja de mantecadas de Astorga y una botella de champán catalán. Era cosa de Navidad, ¿comprende? Estuve mucho tiempo parado en la cuesta, a la salida, en el paseo de La Habana, cambiándome de mano los regalos: izquierda, derecha, ahora en ésta, luego en la opuesta, sin atreverme a echar a andar, leyendo, y me reía con ganas al leerla, la etiqueta del champán, y no me decidía a caminar, que las botas tenían unos agujeros tremendos en la suela y yo no llevaba calcetines... Me había caracterizado muy bien, quite usted allá, y, luego, el billetito dichoso, El Banco de España pagará al portador... Madrid, a tantos de tantos... Venga a darle al billetito, que se ventilara, usted me contará, cómo esconderlo, no tenía forro en los bolsillos...

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¿Es gracioso, no verdad? No, los palabros no los grabe, bórrelos, no creo que sirvan para gran cosa. Ya lo que viene después no es tan gracioso. Salí a flote, un discreto pasar. Para mí, de sobra. Ya lo sabe: soy un pobre hombre. Con los desperdicios, eso es, veo que está usted enterado. No, no le voy a contar cómo compraba y vendía, por la sencilla razón de que no me da la realísima gana. ¿Está claro? Tampoco le voy a contar el intríngulis del proceso de mi desarrollo, estaría bueno. Pero ya ve que traicioné a mi causa entregándome a la nueva sociedad, cooperando a su levantamiento, o sea, vamos, a eso que apodan renta per cápita. Considere: llevo un solitario ya que no alianza, buen seiko, ropa aceptable, cartillita en la Caja Postal de Ahorros. Debo, en cambio, confesarle mis pequeños trucos, por si pueden servirle a usted, porque, reconozca conmigo, en este país nunca se sabe, y si nos da por volver a guisar la tortilla consuetudinaria, a lo mejor le toca a usted apechugar con algo parecido a mi currículum. No, no, nada de eso, no haga chistes baratos. Yo ya me hacía currículos antes de la basura, y antes de la reclusión, usted lo sabe muy bien, que por eso estamos hablando. No me pasaba como a muchos que brillan por ahí, tan pimpantes y confunden currículum con una marca de vaya usted a saber qué aparatos domésticos. A mí me lo va usted a contar. Y le repito que no me duele, ya no tendría sentido, que no me hayan dejado llegar a donde me encaminaba. ¿Es que alguien podrá devolverme esos años para empezar otra vez? ¿Valdría la pena, tan siquiera? Vamos, hombre, vamos, no me haga reír.

Le decía que yo he tenido truquitos para ir tirando. Uno de ellos, el más socorrido, era ir a consultar mi porvenir a los videntes. Me encontraban pobre, muy pobre, y siempre, seguramente por pena, me profetizaban laureles, viajes triunfales, alianzas poderosas, muchísimo dinero. Ya ve, yo me consolaba, me reía, podía mirar al cielo con tranquilidad,   —122→   y sacar el pecho, y pisar fuerte, a ver, el porvenir era mío... Si iba a alguna romería de ésas con apariciones y toda la pesca, solía pegarme a algún comedor de beneficencia, oía las conversaciones, cosechaba esperanza de todo cuanto oía, y me enteraba del revés de los periódicos... Le aseguro que era una experiencia maravillosa, que le recomiendo no se pierda. Yo aún me disfrazo muchas veces de pobretón, como en los días en que salí en la tele, que, ahora ya pasado, espero elogie usted mi tacto, ya que me aguanté la honradez de contar quién era yo y por qué había estado guardadito, y, le iba diciendo, escondido en mi traje de harapos, acudo a casas de mediums, voy a ermitas milagreras, donde traspellados tunantuelos fingen comunicación con los cielos, o simplemente acudo a tachistas de precio módico... Sí, voy con frecuencia, hay que compaginar todo eso, el misterio, con las facturas, la artrosis, los arbitrios, la discursería providencial y demás monsergas... Yo necesito, lo voy a necesitar ya siempre, los diez o doce años que, todo lo más, me quedan que patear por estos andurriales, necesito, le digo, y algunas veces de manera angustiosa, una voz que me hable directamente a no sé dónde, aquí, en la cima de la pena escondida tantos años, y oírla predecir felicidades, generosidad, comprensión, qué sé yo, perdóneme, algo que me quite de en medio, aprisa y para siempre, tanta y tanta mierda como he tenido que llevar a cuestas... Ya le avisé que yo le chafaba hoy el trabajo, a la vista está. En fin... Anda, se le acabó la cinta, se gasta usted unos casetes que son una verdadera porquería, ¿estamos?... Así no se va a ninguna parte.



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ArribaAbajoComparar, comparar, otra versión de lo mismo...

Oiga, oiga, nada de malos humores, ¿eh? Aquí hay que estar contento, y ahora más, mucho más. Hombre, hasta ahí podíamos llegar, pues sí que. Después de años y años largos, que, vamos, que no ha sido mala longaniza, ¿no verdad?, y después de tener que ensayar la buena cara al mal tiempo toditas las mañanas antes de salir de casa... Ahora va usted y me sale con que si estoy triste, pues sí que no se gasta usted pesquis ni nada que digamos. Yo he estado contento toda la vida, ¿se entera? ¿Qué se iba a conseguir? Ya echará usted de ver, digo yo que lo verá, ¿no?, que soy hombre tirando a gordo, y los gordos, ya se sabe, son de buena pasta. Por eso son gordos. Si no hubiera sido por eso... ¿Usted cree que valía la pena lamentarse...? Al principio, cuando todo fue de mal en peor, aún era, por lo menos, explicable el refunfuño, la mala uva, el llegar a la noche a casa cabreado de veras... Pero apretaban, vaya si apretaban las clavijas, y había que vivir. ¿Que no marchaban los vientos como uno querría que hubiesen marchado, o como lo deseaban en casa, la abuela, las titas, el cuñado importante, que de todo hay en las buenas familias españolas? Bueno, qué le íbamos a hacer. Corrieron malos tiempos para todos, hasta para los cuñados pedantones, que con sus títulos, sus estrellas algunos, sus zarandajas todos, sus recomendaciones y amistades   —124→   y compadrazgos, se tuvieron que someter a la depuración, al medio sueldo, al menosprecio de los vencedores y, en fin de cuentas, al traslado a la quinta eso, fuera del mapa y a destiempo. Y chitón, ¿eh? Protestar, quién hablaba de eso, habrase visto. Pero qué ingenuo es usted. Yo, en cambio, con muy buen humor desde un principio, no tuve que digerirme tantos sofiones, a ver. ¿Y sabe por qué? Muy sencillo: con buen humor, sí, ya se lo he dicho antes. En la última verdad, a donde no me llegará nunca la broma, estoy convencidísimo de que, entre nosotros, de justicia, así, vamos, de justicia justicia, es que ni torta. Y así, tan persuadido, pues que nada me cogía de susto. Ganaba por la mano, ¿me comprende? No, mire, no, formalidad, no racanee: guárdese esa carita compungida para otro más tonto que yo. No pretenderá hacerme creer que usted confiaba en la generosidad de aquellos tipos que venían de por ahí arriba, cuajaditos de medallas y protecciones celestiales, dispuestos a engullirse lo que toparan, como, en efecto, se lo engulleron. Déjese de cuentos: no había otra escapatoria. El hombre tiene mala levadura, ya lo dijo ese poeta que usted debe conocer, un americano de no sé dónde, Rubén... Rubén... Oiga, mi amigo, no se las dé, no me farde, yo también le conozco estupendamente y hasta me sé de memorieta alguna cosilla de él, sí, chamuyo de eso más de lo que usted se recela. Lo que pasa es que... A ver si me comprende. Es la costumbre. Yo no sé si para usted, es la primera vez que le veo, Rubén Darío es un antipatria = réprobo = saduceo que no debe ser citado delante de contribuyentes de buena clase... ¿Estamos...? Estoy tan escaldado que prefiero que sea siempre el interlocutor el que ponga la luz verde a las citas. Entre literatos, óigame, se zampa uno cada sorpresa... En fin, podemos seguir, que yo tengo que hacer bastante, es sábado, y los fines de semana, ya se sabe: jaleo, jaleo y jaleo. Nada más que jaleo.   —125→   Vea, vea, usted me preguntaba si mi vida me había acarreado amarguras... No, simplemente algo así, cómo se lo explicaría yo... Una desazón, un resquemorcillo al comparar la realidad con los ensueños, con los planes quebrados, ¿sabe?... No me gusta hablar de esto nunca, porque ¿a quién puede interesarle ya, como no sea a algún vejestorio aburrido, medio chocho...? Por eso le he colocado esas chorradas sobre Rubén, para ver si se le pasaba a usted el tiempo y nos quedábamos sin entrar en el grano, que, se lo aseguro, no es nada agradable, qué va a ser. Ha llovido mucho, claro, usted mismo lo dice, y lo que yo pude anhelar, ser o tener, o conocer, ya tampoco existe, que entre los países más normales aún han ido las cosas más deprisa. Volando, vamos, volando. Hasta la propia sangre de los sueños se quedó en humo, en soledad asombrada. Sin embargo... Espero que, por lo menos, usted comprenderá mis razones, las que me tengo, para no charlar de eso, de esa larga y baldía memoria. ¿Ve...? Ya no soy el mismo. Me lo noto hasta en el movimiento, súbitamente tembloroso, de la barbilla, de las manos... Se debe llevar a cuestas, o muy dentro, una llaga muy honda y alevosa, mal cerrada, que, a veces, como pasa con las lesiones viejas del pulmón, se entreabre, o, como los dolores del reúma, que se avivan con los ramalazos del tiempo. Le decía que se me abren las carnes al comparar... Observe, ahora, un fin de semana. Todo el mundo se fabrica proyectos apresurados, estruendosos, dos días, y, si hay puente, también el viernes al coleto, y si encontraré un gilí que me haga el trabajo en la oficina, o en el taller, o donde sea, siempre un gilí, y, a ser posible, que pringue también el lunes, cuesta tanto levantarse tras el día de mar y la noche de discoteca y güisquelitos... Y la gente se embute en su simcamil, o su seat, o sus coñas, y se larga al mar Menor, o al mar Muerto, qué más dará, o a las playas de Valencia, con la suegra y todo, los chaveas apretados   —126→   atrás, y, ¡hala!, hasta donde el sueldecito tire, y a la paella, y, al regreso, a presumir un rato largo en el trabajo o en la barra de la cafetería... «Subí el puerto en tercera...». «Adelanté a un mercedes amarillo...». «Aquel vampiro era un grullo que no carburaba nada...». «El de la gasolinera se equivocó y me cobró doscientas pesetas de menos; salí pitando antes de que se diera cuenta...». En mi tiempo... Dios mío, qué cosas, en mi tiempo. Había que ir ahorrando a base de no tomar el tranvía, quincito por expedición, y conquistarse así una excursioncilla por mes, en tren tartana, cinco pesetas ida y vuelta en tercerola a Toledo, a intentar civilizarse, y embaular una merienda modestita que nos devorábamos en una tasca de las afueras, muy eruditos, fatigados, discutidores... Comparar, comparar... Estamos buenos. No es eso lo malo, sino el resultado, haberse metido en años sin tener ya el gozo de preparar la excursión, ni ahorrar poco a poco el dinero y contarlo y recontarlo muchas veces, pensando en el domingo ése concreto, en la compañía que podríamos conseguir en el viajecillo; sí, nos hemos quedado sin todo eso, y sin tren ni coche conquistados, ni Toledo, ni rábanos, ni las pelas para presumir y comprar un mazapán pobretón de regalo para casa, sin la luz especialísima del regreso -¡no teníamos reloj!- desangrándose la tardecita en agujetas y halagos sobre los párpados... Ni tan siquiera sobrenada el carraspeo último, a media voz, ya las luces encendidas: El vino que vende Asunción, ni es tinto, ni tiene color... Y no veo por ninguna parte, hoy, cuando yo también hago un viajecito de esos que le he contado, que hay que hacerlos, señor mío, hay que hacerlos, que vivimos los españoles todos apiñados en un tic-tac concreto, por más que no lo parezca, o no quieran que lo parezca, que hay gente para todo... No veo, le decía, por parte alguna, aquella total alegría tumultuosa, que nos hacía millonarios, mejores cada domingo... Sí, sí, comparar. Quizá lleve usted razón, no será comparar, será   —127→   otra cosa. Mire, ya di con lo que es, pero qué bruto, cómo no se me habrá ocurrido antes... Fíjese, es exactamente como si uno estuviese enamorado. De vez en cuando, en tumulto y sin aviso, estés haciendo lo que estés haciendo, se atraviesa por delante una cara, una voz, un gesto... Y el recuerdo te distrae, te mima, te hincha de latidos y, a la vez, te rodea de silencio, de agridulce pesar, de amontonado viento... Sí, eso es, lo mismito que si uno estuviera enamorado. Y así, por fas o por nefas, toda mi vida, la vida que soñé y no ha sido, se me presenta de pronto, con sus aristas intactas, y ya no hay manera de acomodarla con el hoy, tan gris, tan perentorio, tan chato y tan distinto... ¿Que no entiende bien eso de estar enamorado? Ah, ya decía yo que usted... Pues joróbese, macho, usted se lo ha perdido. Yo, viejales y todo, aún me lo sé de carrerilla, lo tengo en la yema de los dedos: una sombra buena al lado, protectora, y un tacto, y un jadeo... Se echa de ver en seguidita que sólo desde el rincón del bolsillo vacío se palpan muchas cosas. Será, digo yo, que la pobreza... Ya ve usted, algo bueno teníamos que concederle...

No, no me salga por peteneras, también con usted. Si hablo, es porque usted me ha forzado. Si no le gusta lo que digo... Váyase a... En fin, ya sabe dónde. ¿Esperaba que le contase algo divertido, así, vamos, como se acostumbra ahora...? Venga, hombre, venga, bueno está lo bueno. Ahora, para pasar el rato, no hay más que observar a tantos y tantos que han sido tan rebuenos toda la vida, pero que, al trocarse los vientos, deciden solemnemente practicar esa bondad cuarenta años maniatada. Pues sí que estamos buenos, oiga. Ni siquiera el saberlo de antemano logra quitarme el asombro, ni cerrarme la boca. Dígame si no es para reventar de risa, como se lo vengo diciendo. Ya sabe usted que estoy contento, que no le pido a la vida más de lo que me ha dado. Confieso que, a partir de un abril ya muy atrás, todo ha sido para mí un auténtico regalo, una sostenida concesión.   —128→   Cesé en todos los derechos un día exacto, usted me contará. Inhabilitado para tal y cual cosa, responsabilidades por esto y por lo otro. Contaminado. Por eso, cuando alguien, como usted ahora, me bucea en la trastienda, me zafo lo que puedo. Con usted, la verdad ante todo, con usted es diferente. Parece que, por lo que veo, le interesa sobre todo eso, es decir, lo que pudo o no pudo condicionarme el jaleo. Si será usted de su tierra. Piense, sin ir más lejos, en todas las familias pasa, lo que ocurre cuando alguien se muere... Cierre la puerta, por favor, me van molestando las corrientes, y estos bronquios... Todos ustedes, los que andan jodiendo a más y mejor con la apertura, no saben cerrar una mala puerta, está comprobado. Y, don míster, es algo sencillo, ¿no?... Pues, entonces... Ande, cierre, cierre, que, a pesar de los pesares, me gusta la vida muchísimo, se lo vengo repitiendo, me gusta cada vez más, y tengo una mieditis de tamaño natural a los dolorcillos, la renquera, la tos, la ceguera, tengo un pavor atroz a la parálisis. Sí, claro, yo sigo diciendo parálisis, ¿qué pasa? Pues entonces... Le decía que piense usted en algo, por ejemplo, la muerte. Yo vi morirse a mi madre, tan mujer de su casa, aún muy joven, se pasaba la vida pendiente de todo y de todos, en la cocina, yendo a las novenas y a mil beaterías por el estilo... Era capaz de adivinarnos lo más escondido, por extraño que fuera, tan sólo con mirarnos, con oír nuestra forma de decir: Buenas noches. No tengo gana. ¿Qué me pasará que tengo tanto sueño?... En su entierro, un día de marzo, neviscaba, parece que lo estoy viendo, se reunió toda la familia, un familión, vinieron algunos de muy lejos, más de dos días de viaje, ya conoce usted esas caras de los trasbordos en la madrugada, con frío, suciedad de carbonilla, barbas crecidas, y una pena rebelde entre las manos... Hubo no sé qué personajillo en la presidencia del duelo y, ya ve si sería rumboso aquello, las viejecitas del asilo llevaban cintas sujetas de la caja y   —129→   lloraban a gritos, altísimo, parecía que las estaban pisando el rabo, tan hirientes eran los chillidos... Y la patulea de primos de aquí y de allá estuvimos sentaditos en un banco de la iglesia, los pies muy juntitos, así, empujones de cuando en cuando, avisándonos con el codo de imaginarios peligros, y tarareamos eldies irae, que nos lo sabíamos del cole, y nuestras ropas negras olían a tinte, algunas dejaban un garabato sucio en las manos o en el cuello, y mirábamos alelados el largo desfile de gente que saludaba a las personas mayores de la familia, todos con un gesto muy pariente, lagrimones fáciles, suspiros frecuentes... Era tan bonito, nos sentíamos tan en el centro del mundo... Se habían hecho esquelas, luego recordatorios, leíamos nuestro nombre una vez y otra, allí abajo, no se habían equivocado en el orden de los hermanos, y estábamos todos... Y misas, misas, muchas misas. Yo siempre he pensado que también a la muerte de mi padre o la de mis hermanos habría tenido derecho a disponer de algo parecido, ceremonia, reunión, compartida amargura... Una tarde atestada de lujos en el cielo, de brillos sobre el cementerio y campanas tristonas durante el funeral... Sí, sí, que me lo he creído yo eso. De algunos, hubo que ir a reconocer el cadáver de mala manera, quitando el escombro con uñas y pies, y con un asco infinito, y venga a pagar pólizas y dejarte vigilar por unos tíos con fusil, y sin poder rechistar, y no pudo hacerse entierro. Dios sepa cómo sonarían las paletadas de tierra en la caja o lo que fuera, todo reducido a una fichita, una cartulina así, pequeña, eso sí, muy ordenada, con números, fechas, siglas, la hora del ataque aéreo. Había incluso que hacer cola para pagarla. Y otros... Buenos, los otros... ¿Por qué se empeña usted en destapar todo esto? ¿Para qué repetirnos estúpidamente que aquello era una cruel parodia de la justicia, una guasa que...? Total: que tampoco tuvieron duelo, pésames, acompañamiento, coronas, ni gorigori apropiado, ni desfiló nadie a dar   —130→   la cabezada, pues sí que no habría hecho falta decisión ni nada, arranque, casi heroísmo. No, nadie quería que los vieran por nuestra casa, execrada, maldita, ya ve usted, temible gente de la cáscara amarga... ¿Es que no me ve?... Incluso los recordatorios de los aniversarios dejan en blanco nombres, motivos... ¡Se tardó tanto en poder siquiera recordarlos...! ¡Bah, quite usted, fuera, fuera toda esa mirada hacia atrás, fuera!

No, eso sí que no. De mi carrera, de mis cosas mías, no le hablo. No me gusta hacerme el ombligo del mundo, por la sencilla razón de que no lo soy. Pues estaría bueno. Sí, proclamo que me he tragado muy malos ratos, pero para mí me los quiero. Son míos y no le importan un carámbano a nadie. Así que... Prefiero hablarle de esas pijaditas anecdóticas para que usted, luego, solito, en su casa, tranquilo y con las cuartillas delante, pueda sacar la moraleja oportuna. Además, es donde mejor se pescan las diferencias, las distancias: en la muerte, las bodas, en las costumbres más trilladitas, hombre, qué me va usted a contar a mí. Figúrese, las bodas, las bodas... Usted conocía muy bien a Ricardín y a Lucita... ¿Se acuerda qué chiquilla graciosa...? Chatilla, pizpireta, ceceaba un poco, le gustaba imitar a las artistas de cine y vestirse de drácula para asustar a los críos, resolvía el miedo en risas, besos, caramelos, cantaba Échale guindas al pavo por el hondón de la casa... Y Ricardo, con su moto, alocado siempre, su empleíllo en la Caja Rural, aquel pelo ceñido, inmóvil, brillante a fuerza de fijador... Ganaba doscientas cincuenta pesetas, cincuenta machacantes. Y tan felices, tan bonito, tan bonito, todo tan bonito, Señor, tan bonito y tan simplón, no me diga. Se casaron borrachos de ilusión, a fines del año treinta y cinco... También acudimos todos los parientes, estrenamos trajes nuevos, se habló de la boda y de los novios hasta aburrir a todo cristo, que si esto, que si lo otro, que si la madrina, que si las arras, en fin, no   —131→   vea... Se acarrearon claveles blancos a montones, que costaron un dineral, a ver, diciembre crecidito, y en la puerta de la iglesia, víspera de la Purísima como era, ardió una hoguera tremenda, traían leña y más leña, sarmientos y más sarmientos, y muebles viejos, y trastos, y cajones, y todo lo que se quisiera hacer ceniza en un instante. Y los mozos solteros corretearon luego, descalzos, por encima de las brasas, y volvieron a pasarlas con los novios a coscoletas, cantando letras muy subidas de color, todas las mozas del pueblo gritando, fingiendo escándalo, divertidas, algo cachondilla la que más y la que menos, arropando en carcajadas y carreras su pecho reventón... Tan claro y alegre todo, que no se notaba la helada, ni se oía el reloj de la torre, ni nadie se dio cuenta de unos tiros que hubo, a ver, los había cada lunes y cada martes y a todo rato, ya sabe usted, aquellos continuos tropiezos con la Guardia Civil. Y luego vino el viaje de bodas, los amigotes en masa en el andén, venga a contar y contar la infinita bartulera, haciéndoles equivocarse al esconderles o cambiarles de sitio una bolsa, una maleta, la panzuda sombrerera, cada broma, Lucita miraba al suelo, Ricardín se sonrojaba... Y no podían disimular, ya en la ventanilla, que les habría gustado quedarse, ya sabe, la boda, todas ríen y la novia llora... Y mandaron tarjetas de lugares llamativos, Barcelona, Sitges, San Feliú de Llobregat, Andorra, y no sé qué latazo del Tremedal, que creo que cae por Teruel, usted sabrá, a mí ya no me emociona mucho la exactitud geográfica, aparte de que en estos años han dado la vuelta a todo, han disfrazado hasta los nombres, vaya usted a saber. En fin, una boda de veras, de dicha muy corta, ya se enteraría usted. Ricardín murió en... Sí, eso es, en la cuneta. Ni siquiera tuvo tiempo de incorporarse a filas... Ahora compare usted con la mía. ¡Con mi boda, hombre, en qué diablos está usted pensando! Ni que estuviese usted en Babia... Ya ve, yo me tuve que casar dos veces, ¿sabe?,   —132→   a ver, me casé o como se dijera, en pleno bollo, en el juzgado. No, qué va, aún había quien lo hacía por menos tiempo, era más fácil, una especie de boda a plazos, vamos, no sé si me explico. Pero usted me entiende. Y mi boda era formal. Un cura que teníamos escondido en casa se empeñaba en hacernos no sé qué, pero era tan soleche y cascarrabias que no le hicimos el menor caso... Luego, cuando todo acabó, bueno, lo de todo es un decir, allá nos llevó, a su iglesia de las Maravillas, una mañana de febrero, llovía si Dios tenía agua, y él ponía los ojos en blanco y nos echaba nuestro pecado atroz a la cara como si fuera barro en pellas, Señor, qué tío, qué lindezas nos encasquetó. Pero, claro, la familia de mi mujer... Bueno, que no hubo parientes, ni trajes nuevos, ni fiestas, ni quedaba ya gran cosa para quemar en ningún sitio... Nada de nada. A las siete de la mañana, casi quería clarear, se oyó, entre los latines, en un silencio de esos que pasan, el pregón de unos ganchos para la ropa, y se crecía a ratos el runrún de mi suegra, fue todo el órgano que hubo, que gemecaba y ponía, patética, la mano sobre la cabeza de mi mujer...: «¡Tú no naciste para ese desgraciado rojazo, hija de mi alma y de mi corazón...!». El aludido era yo, aquí presente, ¿se entera? Casi nada. Menudo piropo, en una iglesia y en el año... Bueno, entonces. La habría ahogado en la pila del agua bendita, aunque ahora me tuviese que arrepentir y me obligaran a escribir diez mil veces Eso no se hace. ¿Viaje de novios, dice...? Pero usted está algo flojo de la tornillera, amigo mío. Viaje de novios, dice... De la iglesia nos fuimos cada uno a nuestro trabajo, que estábamos provisionales y sin depurar, y no había en casa una gorda y, en cambio, nos disfrutábamos cada agujero en las suelas... Ya le he dicho que estaba lloviendo a torrentes. Mi mujer no era ni su sombra. Tenía, eso sí, el brillo de los ojos que ha tenido siempre, y su voz tibia, compañera... Era mejor que lloviese, que estuviese diluviando. Así no supe nunca muy   —133→   bien si es que ella estaba llorando o era la mañana mojada, que le acariciaba a su modo las mejillas... Le he dicho que nos fuimos al trabajo y no es toda la verdad: aún nos quedaron ánimos para tomarnos un recuelo en un barucho de la Corredera Alta, y mientras lo tomábamos, sacudirnos de los hombros la pelusa del paño que nos pusieron, para velarnos, de mi hombro a su cabeza, debía estar apolillado. El cura, en fin de cuentas, no se portó mal: había estado escondido en mi casa toda la guerra, tenía que corresponder, nos pagó la vela... Sí, hombre, sí, la que se enciende en la mano. ¿Cómo? ¿Que usted no ha visto una boda así...? Pues, hijo, léase cualquier libro, o apúntese en ese galimatías de la general básica, pues estamos aviados... Bueno: al hacer recuento, allí, dentro del bar, olía a tabaco verde, nos echamos a reír. Desde entonces estamos contentos, créame, es la pura verdad. Todavía hicimos otra proeza: por la noche, era sábado y no había que madrugar al día siguiente, nos fuimos al cine, a ver Raza, una película muy... Pues eso, nueva; era caro, pero en el cine de nuestro barrio sólo echaban La hermana San Sulpicio, o Morena clara, ya no me acuerdo, ya nos las sabíamos. Se estaba calentito en el cine, muy calentito. Nos quedamos a la cuarta pregunta.

Ya ve si vale la pena poner frente a frente estas tonterías. Le conviene estudiarlas solito, así verá cuándo hay de lo vivo a lo pintado. Todo lo fui aprendiendo de una manera y todo lo he ido haciendo con otra música y peor letra, qué le vamos a hacer. Sí, me estoy entristeciendo una miaja, usted tiene la culpa. Pero no se preocupe. Ya le dije que es algo así como estar enamorado: sale a cada paso el recuerdo dichoso, la ilusión, el desencanto, todo junto, no podemos frenar el gesto de la mano deshaciéndose en caricias. Yo me he dedicado estos años algo pasables a hacerme con una biblioteca de curiosidades etnográficas y folclóricas. De eso, aquí se sabe muy poco, es mejor, así no lo estropearán. Y no se   —134→   puede usted suponer lo bien que me lo paso leyendo las diversas formas de boda que existen, con rapto y sin él, por compra, por trueque y por traspaso o arriendo de la mujer... Pero en ninguna, esté usted seguro, en ninguna, por lo menos entre las que mis libros registran, se practican ritos como el de mi suegra, que era de órdago la pobretica. No, no le digo de dónde era: hay por allá muy buena gente y, además, en cuanto se dice algo de ese cariz, se enfadan las autoridades, que si el gobernador, o el penitenciario, o el jefe de Correos... Quite, quite, tengamos la fiesta en paz. Sí, claro, la diñó, rodeada de reliquias, recomendaciones y rezos, y sin parar de maldecirnos. En la variedad está el gusto, que dijo no sé quién. De los hijos... Ay, de los hijos... Eso es harina de otro costal. Han crecido, y como todo ha ido hacia mejor, que nuestro esfuerzo nos ha costado, no les hablo nunca de este pasado inexistente. No tengo derecho, reconózcalo. Ni yo, ni nadie, claro. Vivir mirando hacia atrás, derrotado o victorioso, qué triste ruindad. Mis hijos y yo nos hemos entendido ya desde un estado, el que sea, me guste o no, pero que estaba ahí, cerrado, y hasta encuentro tolerable que uno sea marxista y el otro... Bueno, no lo sé muy bien, es mejor dejarle, se viste de no sé qué y se larga por las cercanías los fines de semana, muy jefecillo él. Mira tú qué niñatos tengo. Al cabo de los años mil, vuelven las aguas y etcétera. Por si no lo sabe, mi querido amigo, hay quien dice que por aquí han evolucionado mucho las cosas, mucho, ojalá sea verdad, que le aseguro... Por favor, no salga usted con este rollo en el periódico, haga cosas con porvenir, hágame caso y no sea tonto. Todo eso ya no sirve más que para avergonzar a los que lo sufrieron, créame, entiérrelo. Ande, vamos a tomarnos un tinto y, luego, juntos, hagamos proyectos para un mañana próximo, será mejor.



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ArribaAbajoEsta vida imposible...

¡Ay, Dios mío, y qué cosas nos quedan por ver todavía!... Yo creo que algo malo, muy malo, está corriendo por el mundo. Así, cómo le diría, pues suelto, corriendo por ahí, a lo loco, como los huracanes, los andancios esos que hay por América o por Rusia, que deben ser de aúpa... Ay, no me diga, doña Doloritas, no me diga, no tiene usted más que abrir un periódico. Todo va mal, todo manga por hombro, de un revuelto que para qué. Especialmente para nosotras, las señoras, es que no hay agarradero. Mire que lo de la pobre presidenta argentina, lo que le han hecho, pobretica mía, qué desventura, qué judiada. Ni despedirse de sus amigas le han dejado, sólo una criada, que seguro seguro que no tiene el suficiente cacumen para distraerla, considere usted, una chacha... Qué sola estará la infeliz, no vea. Se me abren las carnes de pensar en ella. Y seguro seguro que esos malvados que la han puesto en la calle ni le pagan siquiera los días del mes que le corresponden, eso que se le quite de la cabeza. ¿Usted no la había visto nunca por la tele? Era lo que había que oír. Un poco chillona, pero, a ver, eso también pasa aquí, y no tenemos presidenta que valga. Qué le vamos a hacer. Y eso que bien que nos movimos cuando el año ese faldero. Qué vamos a tener. Aquí, la que se atreve a presidir algo, ya se sabe, o el marido la estrangula o se la lleva la poli. De todas   —136→   todas. Y es porque ahora, con eso de vestirse en las rebajas, o en las oportunidades, o en los almacenes grandotes, todo tan repetido, hija, tan repetidísimo, pues que no nos distinguimos, no señora. Igualitas todas. Las mismas faldas, los mismos conjuntos, las mismas medicinas, los mismos perfumes y cremas. Todo lo más, así, alguna joya, pero, es lo que tiene, no te la vas a poner cada lunes y cada martes, sólo por ponértela. Distinguirse, hay que ver lo que cuesta distinguirse. Un riñón, un ojo de la cara. Y como los gobiernos han agarrado la perra con que no se gaste y que no se gaste, ¿estamos?... ¿Antes?... Quite usted allá, lo que era antes, pongo por caso, un veraneo. Ahora ya ve usted, se lanzan a la carretera y, ahí, al mismo salir de casa como quien dice, hacen así con el dedo y, ¡hala!, con el primero que pasa. Yo le tengo advertido a mi Carlotita, que es un poco bobona, que no suba a ningún coche que no lleve una familia. Algo más seguro será, digo yo, que si se mete en uno en el que no vayan más que dos melenudos de ésos, que vaya usted a saber si son españoles siquiera, no digamos ya católicos, porque, es que, ya ve, se entera una de cada cosa... ¡Ay, no, no me cuente usted eso, que ya lo sé, ya lo sé! Y he jurado que no se habla más de ello en mi casa. ¿Se refería usted a lo de la carretera de Ávila?... Fíjese, en la carretera de Ávila nada menos, una ciudad tan religiosa, ¿eh?... Es que no hay respeto ninguno, ninguno, ninguno. Y no es ese caso sólo, qué va. ¿Usted no ha leído las estadísticas? ¡Ah, las estadísticas...! Ya, ya le pasaré algunas. Aquí nos mandan lo menos doce o catorce, a ver, de los sitios donde trabaja mi marido, que, dicho sea de paso, es que no tiene un mal domingo libre, a ver, los negocios, doña Doloritas, los negocios... Y como en los negocios, en fin, qué van a hacer los negocios sin estadísticas, ¿no le parece? Ricardo, mi hijo mayor, es muy aficionado a las estadísticas y se las lee de pe   —137→   a pa, y se las aprende, y siempre anda tabarreando con ellas, ...Y yo creo que un libro que llega gratis no debe ser para ensalzarlo tanto, que ya le digo que va y se las aprende, pero, en fin, cuando Ricardo lo dice... Y Ricardo es una persona muy entendida, se parece a su padre y, claro, la que pasa. Todo el monte no es orégano: ayer, por poco tenemos un drama a la hora de cenar. Sí, señora, sí: un drama, así como suena. Fíjese que leyó en voz alta, en la mesa, lo referente a los objetores de conciencia, que, vamos, pase, porque, al fin y al cabo, son muy pocos en total, se ve que aquí andamos todavía muy mal de conciencia... Quiá, no señora, yo, Dios me libre, yo no creo en esas mangancias. La patria, ¿eh?, la patria, usted me contará... Donde esté la patria, vamos... A mí me parece que en eso, como en todo, es el relajo total de nuestros jóvenes... Porque no hay más que relajo, no le quepa duda. Mucho relajo. Usted compare: no quedan ya estudiantes destacados, no hay vocaciones, no hay... Bueno, no se impaciente, se lo iba a contar. Ricardito leyó una encuesta, o sea, vamos, los resultados de una encuesta, y en voz alta, y en la mesa, Dios mío, en voz alta, delante de sus hermanas mayores, que, bueno, son mayores, pero solteras, eso está pero que muy clarito. Bueno, mujer, ya voy... Leyó... Si se lo estoy contando, por favor, no me atosigue. Ya se los explicará usted en seguidita, mis temores, a ver, figúrese... Leyó... Acérquese, que se lo voy a decir al oído, que me da una vergüenza... ¿Eh?... ¡Ah, vamos!, antes tanta prisa para que se lo dijera, y ahora... Tanto horror. ¿A que se le ha puesto carne de gallina? Pues, amiga mía, hay que encarar la vida con decisión. Firmes, tenaces, pase lo que pase. Ya ve usted. Hubo que taparle la boca. Si ahora las niñas quieren hacer eso antes del sacramento, o sea, vamos, de las bendiciones, allá ellas, ¿no verdad, usted? Pero en nuestra clase... Y hablar de eso en esta casa... Pues   —138→   ya ve usted: sale un cuarenta y cinco por ciento. Y las que faltan, están conformes con la innovación. O sea, que son las peores. Muy bonito. Antes... Ande, y nosotras aquí, en la higuera. Para esta perdición... Porque esto es una perdición, ¿no cree...? Ah, bueno, creía que usted iba a disculparlas, como hace Ricardito, que habla de casarse con una holandesa. No, no es luterana, ni es nada. Es... es... Bueno, eso, desenvuelta, ¿usted me entiende...? Ricardito dice, con una carota impresionante, que el melón y la mujer, a cala y a prueba han de ser. Digo yo que deben ser las malas compañías de la Universidad, porque aquí, en esta casa... En esta casa no se ha dicho nunca una cosa así. ¡Ay, si tiene que pasar algo malo, ya lo verá, nos lo estamos ganando! ¡Los españoles nos la estamos ganando, vaya si nos la estamos ganando, señora, si no hacemos otra cosa que provocar al Santo Cielo! Usted dígame, ¿qué hacemos? ¿Usted no va al cine? Pero, oiga, aquí me cuentan y no acaban. ¿Yo...? ¡Usted me ofende...! ¡Yo, ir a esos sitios yo...! ¡Aquí se lo digo y se lo repito, en esta casa que ha sido siempre un modelo de todo, se me escapan a Francia, y ahora a Lisboa, fíjese, a Lisboa, con la gente que manda allí en estos momentos, no vea! Bueno, hay que decirlo todo, el viaje a Lisboa es más barato y, luego, el cambio, pues que ayuda, hay que considerar los pros y los contras, ¿no verdad, doña Doloritas? Pues, cuando vuelven, por si fuera poco el no disimular, cuando hablan del asunto, lo hacen a medias y riéndose por lo bajines para que yo no me entere, pero, a ver, yo no me chupo el dedo. Yo soy bachiller, me gradué en las Esclavas, y no hice carrera universitaria porque, en la guerra, que me pilló en San Sebastián veraneando, me hice madrina del que fue mi marido, y ya, luego, para qué iba a estudiar, si, como decía mamá, hice una gran boda, vamos, que tuve suerte... Fuimos novios unos meses. Ay, sí, doña Doloritas, Goyo ha sido   —139→   siempre muy decidido. Ya no me preocupé de mí, a ver, eso es para la gente que necesita trabajar, dejé todo, y me alegro, porque, ya ve, supongo que lo sabrá, que la Universidad... Bueno, lo que dicen de la Universidad... Seguramente tendrán que mandar contra ella unos cuantos batallones, a lo mejor quizá quizá la aviación, a ver, menudos son los estudiantes. Yo lo único que quiero es que ese día mis chicos estudiantes estén lejos lejos, aunque sea viendo esas películas porno, o pornas, o como Dios permita que se llamen, que yo hasta me limpio los dientes cuando tengo que aludir a ellas... ¿Oiga, usted conoce a ese Visconti, de que tanto hablan...? Ya ve, pues la diñó. ¿Qué debemos hacer nosotras en este trance...? Ay, no, señora, no, lo de siempre, no. De ninguna manera. ¿Pero usted no ha oído nada de esos dioses a medio vestir que andan por ahí tambaleándose...? Pues yo he visto una foto hace unos días, en una revista que trajo Solita, mi chica tercera, la que estudia secretariado, y no se imagina lo que había allí. Luego hablan del destape femenino. Tenía usted que ver cómo está la revistita dichosa de manoseada, pintarrajeada, suspirada... A ver, supóngase, todo el servicio ha andado pasándosela de mano en mano, la cocinera, la planchadora, las doncellas, la peluquera, la puericultora... ¿Que no sabía usted que tenemos puericultora? Bien que nos cuesta, hija mía, que estas buenas señoras hay que ver cómo se las trajinan, total, para limpiarle los mocos al rapacín, y, a veces ni eso. Y luego hablan del pluriempleo. A ver, si no, cómo íbamos a poder pagarle al nieto la pedagogapuericultoradiplomadapolíglota con cara de viernes. Ah, y en sociología, que no está caída ella en sociología y sicología ni nada que digamos. Sí, tenemos un nietecito, de mi Alcázar, la mayor, ya sabe usted, un nombre poco frecuente, pero la historia obliga. En esta familia... Eso. ¿Que ahora se desayuna usted de la boda de mi niña...? Ya decía yo. Siempre   —140→   lo dije: Doña Dolores de Mayorgal no ha mandado ningún obsequio a la nena... Doña Dolores no ha recibido la invitación... ¿Ve...? Si ya se lo repetía yo. Pero, usted, tranquila. Eso tiene muy fácil remedio. Yo les preguntaré qué necesitan ahora, aunque, le prevengo, siempre están piando por algo, qué barbaridad. Mi yerno, se lo digo yo que sé muy bien lo que me pesco, es un inútil. De su suegro debería aprender, que, en fin, usted sabe lo que ha sido nuestra vida. ¡Qué esclavitud, Dios mío, qué esclavitud! Y estos niños, ahora nos salen con cada ocurrencia... Sí, sí, la pueri, le contaba, resulta carísima. A veces, no le digo más, me entran ganas de ponerme yo a cuidar al chico. Pero las obligaciones... Es un trabajo que, la que yo digo, un trabajo que requiere, ante todo, continuidad, continuidad, no se debe descuidar un instante al niño, bueno, qué le voy a decir que usted no sepa, los enchufes, las armas, los miradores, la lumbre de la cocina, el hueco del ascensor, los ventiladores, las aspirinas a barullo... ¡Dios mío, si todo está atestado de peligros atroces...! Y yo, además, tengo tantas incumbencias. Y mis dolorcitos, mis dolamas, doña Doloritas, mis dolamas, que, no se crea, paso unos días, sobre todo cuando cambia el tiempo. ... Fíjese, ahí es nada, tengo ahora, me la acaban de descubrir, artrosis cervical. De tanto leer... Es una cosa pero que malísima, ay, aquí, si parece que... Es algo espantoso, pero nosotras ya no tenemos derecho ni a estar malas, ya se sabe, todo el mundo, al oírnos andar con quejumbres, pues que recochineíto al canto. Nosotras pertenecemos a una casta extinguida, la raza de las Isabeles Católicas y de las Agustinas de Aragón. Si lo sabré yo. Me alegro de que esté usted de acuerdo conmigo, está claro, yo soy bastante más joven que usted, aunque me esté feo el decirlo, pero, en fin, pasado ya cierto límite... Sí, sí, nosotras estamos de acuerdo, pero, ¿sabe usted lo que me disparó Carlotita el otro día? Primero   —141→   me dijo que pusiera la otra cara del elepé y, luego, que me conformase con ser de la dinastía de Juana la Loca, que también está, agregó con evidente retintín, acreditadísima por estos pagos... Y eso, decirme a mí eso... Yo, de lo que no ando ya muy bien es de la vista. Pero fuera de eso... Ay, no, no, doña Doloritas, no me la disculpe, le juro que me lo decía con toda la mala intención de que es capaz, que lo es un rato largo, vamos, y gracias a que una no tiene ganas de armar gresca, ni soy vengativa, que si no... Por mucho menos, en Pamplona, mi suegro mandó a un batallón de trabajo a un sobrino carnal, y eso que estudiaba para arquitecto, ya ve usted. Pues, no, no se murió, bicho malo no muere nunca. Ahora está ricaz y todo, ahí tiene usted lo que son las cosas, han hecho monises a fuerza de levantar casas dirigidas en no sé qué sitio de por ahí adelante, muy lejos, por ahí, qué más da. Hombre, claro que en el extranjero, dónde iba a ser. ¿O usted se cree que se le puede aguantar aquí? Pues sí que. Sigue en sus trece, erre que erre, es de los que no quieren ver nada de nada, y nos niegan el pan y la sal a los pobrecitos que aquí, día a día, hemos luchado sin descanso. Porque, a ver, ¿me quiere usted decir cuándo descansa mi marido? Cuando no es en un sitio, en otro. Y siempre de aquí para allá. Y ellos, en cambio, los que se largaron, pues ya ve, hasta vienen de paseíto un año entero, todo pagado, y qué rumbo, y qué todo, y a pesar de eso, pues que siguen poniéndole peguitas a todo cuanto ven. Que si la libertad de asociación, que ya ve si no nos asociamos, pues que ya, que un jamón con chorreras; que la reconciliación, que verdes las han segado. ¿Los trenes de cercanías...? ¡Una mierda! Ay, perdóneme, doña Doloritas, quise ser muy fiel a lo que dice el tipejo, está visto que es un pecado hablar entre comillas... En fin, usted, tan comprensiva siempre... No me ha oído, Jesús, qué expresiones. Es que es un fulano... Ay, Señor,   —142→   cuánta ingratitud hay suelta por el mundo, ¿se da cuenta? No, yo no acompaño ahora a mi marido apenas en viaje alguno, veo que a usted no se le alcanza bien lo guerrera que es mi artrosis, hágame el favor, no es una artrosis cualquiera. Pero mi marido, que conste, va siempre muy bien escoltado y asistido. Y por donde va, las autoridades se desviven. ¿Usted no vio su última aparición en la tele la semana pasada? Oiga, doña Dolores, mi marido se gasta secretarias casi venerables, ya me encargo yo de la censura, qué se ha creído usted. Hasta ahí podíamos llegar. Si no conociera yo su propensión a la broma, ¿estamos?, pero cualquiera que la oiga... Le decía que yo ahora apenas puedo acompañarle, pero, de tarde en tarde, echamos una canita al aire. En cuanto se presenta ocasión. No, esta Semana Santa quizá vayamos al sur, a ver los apartamentos que tenemos por allí. Procesiones y garambainas de ésas, ya las tenemos vistas todas, incluso hemos estado un año por ahí, por... por... Sí, hombre, ahí, donde esos tíos que se arrancan tiras de la piel con unos cepillos de clavos y van, sangra que te sangra, detrás de un Cristo muy viejo, ¿no cae usted? Bueno, qué más tiene, el caso es que muy grandes deben de tener los pecados, uno no se golpea así como así para que le vean los turistas, digo yo, ¿no le parece? ¿Los apartamentos? ¿Usted no tiene apartamentos en la costa...? Son una buena inversión. Sí, claro, nunca llueve a gusto de todos, pero... Es que aquí la gente protesta por todo. Ya ve usted, ahora, venga manifestaciones y manifestaciones, con lo organizado que está todo y lo fácil que resulta quedarse en casa, pero es que, aquí, ya se sabe: ingratitud, ingratitud, nada más que ingratitud. No, ya le he dicho que no vamos a las procesiones de Sevilla, para qué, si, además, ya no son como antes, como cuando nosotras, ¿eh?... Ya le he dicho que con las nuevas costumbres no se distingue nadie. Y de propina, con la motorización,   —143→   yo no me explico por qué siguen cargando los santos a hombros, es un atraso, se tarda mucho y, luego, los extranjeros, que no pierden ripio para echarnos en cara nuestros defectos... Ya sabe usted que, en cuanto pueden, nada les engorda tanto como ponernos de hoja perejil. Y, ahora que caigo, no habíamos hablado de eso, dígame, ¿usted ha visto lo que pasa con el clero...? ¿Eh...? Vamos, hay cosas que no tienen nombre. Oiga es que le digo que andan peor que las jovencitas del dedo así. Del autoestó, hombre, del autoestó, ¡también con usted! Y es que como le decía hace un momento, es que a este país no hay quién le reconozca. ¡Qué vueltas da el mundo, Facundo...! ¿No se acuerda usted del entusiasmo con que trabajábamos en todo, en roperos, en hospitales de vanguardia o de retaguardia, en todas partes? Yo estoy condecorada. Ya sé que también lo está usted, usted se portó admirablemente. Si usted no estuviese condecorada... Nosotros tenemos muy buenos amigos, yo haría que mi marido volcase toda su influencia para conseguirle una medallita... Pensionada y todo. Fuimos compañeras de sala, cómo se me va a olvidar. Tengo muy presente su conducta ejemplar aquella vez que remaneció por allí un herido, aquél, eso es, que era de los otros, ya veo que ha dado usted en el clavo, y que usted, a ver, era enemigo, se negó a cuidarle, natural, allá él con su conciencia. Hay algunos que ni aún viéndole las orejas al lobo, ¿eh...? Usted fue una heroína, doña Doloritas, un espejo de... Bueno, de todo. Punto. Supongo que usted sería citada en... ¿Ve...? Ya lo decía yo. De mí, qué le voy a contar que usted no sepa. Siempre he sido, usted me lo echaba en cara cada dos por tres, muy tímida. Muy callada. En mis turnos, además, sólo tuve gente así, simples heridos, soldados desconocidos, vamos, y no es chiste. Así que esté usted de acuerdo conmigo, el heroísmo, muchas veces, puritita chamba, a ver si no. Ay, hija, esto de chamba es cosa normal, ¿no   —144→   cree? Cómo se nota que usted no tiene hijos en la Universidad. ¡Si usted oyese a mis hijos...! Ahora, una niña de familia bien, hasta con título, dice cosas que, antes, sólo los carreteros. Se lo digo yo. Claro que las adoban con palabras en inglés, que siempre resultan algo sentimentales y que, de propi, nadie entiende. Usted está lo que se dice fuera de órbita, mi doña Doloritas. De todas todas. ¿Sabe que ahora puede usted darse el lujo de tener incordios? Ande, haga usted una guerra como la nuestra, de cruzada, no le digo más, de cruzada, llena de arranque, que vaya prédicas para salvar la integridad de la familia, y ahora... Esto. Le digo que tiene que pasar algo malo, no hay otro remedio. Ya ve, mi propia hija, Carlotita, me dice, cuando pretendo encauzarla por la senda de nuestros sagrados valores, ¿no se dice así?, que estoy o que me pongo un rato cachonda. Y que lo que digo, aparte de ser un rollazo, es un puro cachondeíto. Y un coñazo. Y, bueno, no sigo. No le digo más, estas Navidades tuve que marcharme a descansar unos días a Sagaró, donde tenemos una casita, harta de oírla hablar de güisquelitos y de guateques y de ligues y de buás... ¿Usted sabe bien qué es un ligue...? Yo, la verdad, no sé dónde se acaba. Con lo que nos costaba a nosotras tener planes, y no piense lo que era el decirlo, que hay que ver cómo se ponían en casa. Fieras, talmente unas fieras. Y ya ve, era una tarde bailando, con buen fin, de seis a nueve, en Negresco, tres cincuenta incluida la consumición, que siempre convidaba algún amigo, un chico muy fino, con caché, estudiante de algo... Ay, era una costumbre bonita, doña Doloritas, claro que sí que lo era. Venga fostrós, venga guanestís, A París va papá en el rápido de Irún, no se sabe si a negocios o por ir al buen tuntún... ¿Se acuerda...? Se me van los pies. ¡Qué bien lo cantaba Miguel Ángel, mi primo registrador... Pobre, lo despacharon al comenzar la cosa. Entre paréntesis: lo tenía merecido, el muy... Pues, ¿y los   —145→   tangos...? Allá muy lejos muy lejos donde el sol cae cada día un tranquilo hogar había y en el hogar unos viejos... Fíjese, eso lo cantaba yo siempre con Pedrito... Pedrito, ya ve, aún me acuerdo de él tanto, tantas veces, Señor, qué cosas, en lo que he venido a dar ahora... Creo que le ha ido bien, también está por ahí fuera... Habría sido tan diferente todo con él... Su vida y su encanto era una muchacha que huyó... En fin, doña Doloritas... Vaya, me llora este ojo, debe ser el asunto ese de las cataratas, hombre. Pues como le iba diciendo, que vivir para ver. Se impone, doña Doloritas, que hagamos una asociación, están de moda, y a luchar se ha dicho. No podemos consentir que nuestros esfuerzos en pro de una sana convivencia, de la exaltación de nuestras envidiadas virtudes, se vayan a la porra. Estaría bonito. ¡Abajo la gimnasia, abajo las dietas... abajo las...! Tengo que vengarme de mis propias hijas, que, al ver la foto de mi boda, sin respeto al lugar, la Santa Cueva, ni al uniforme, ni a los abuelos, los cuatro abuelos, ¿se da cuenta, qué aberración?, me dijeron que estaba muy gorda, yo, su mami de su alma, y que vaya arponazo que me merecía, y que si todas las chavalas de entonces se disfrutaban esa cintura... Lo que oye, doña Doloritas, lo que oye. Por éstas. Una foto que salió en todos los periódicos. Y la que más, la más chinchorrera, la peque, la Carlotita, esa pazguata que está enamorada de un boticario enriquecido con una fórmula de barra de labios. Recapacite, consuéleme, por Dios: en mi familia, tal oprobio, un yerno así, yo que estoy tres veces condecorada... No, no se apure, al paso que van las cosas, ya me he plantado con esas tres, qué va, cómo quiere que en estas circunstancias, con el cariz que van tomando los acontecimientos, me den otra medalla más. Como no armemos otra como la de marras, que no estaría nada mal, ahora tenemos experiencia, ¿no...? Ay, no, no tenga prisa, doña Doloritas, voy a ordenar que   —146→   le traigan una tisana. Una de varias yerbezuelas del monte, de su tierra, vea, tan mansitas, la veo algo excitada, siéntese, siéntese... Es que, a nuestros años, ponerse a recordar, a ver, la tensión, la aorta, no se deje atrás la artrosis, ¿no verdad, usted? ...una muchacha que huyó sin decirles donde fuera y esa muchacha soy yo... ¿A que se encuentra mucho mejor ahora...? Ya le dije que las dolamas, los alifafes, y luego, esta vida imposible... Dele a la televisión... Loca me llaman mis amigos que saben lo que siento y qué remordimiento... Anda, si ya se ha hecho de noche...



  —147→  

ArribaAbajoBobamente feliz

Pues, mire usted, sí, yo no tengo que contarle nada importante, fascinador o divertido. Qué más quisiera yo. No soy como otras personas que remanecen por aquí, que siempre están llenando de sucedidos todos los días, que si desfiles de modas, que si subastas de arte o de fincas en las costas, y entrevistas con personalidades influyentes, de esas de la tele y las revistas ilustradas, siempre arrulladas por un halo de lujo y opulencia... Le digo que eso quisiera yo, y ya se imagina usted que, al decir esto, no hago más que repetir una frase hecha y desvalida; qué voy a querer yo eso, qué va, pues sí que sería buena vida ésa, la de un caniche lustroso, la de un derrengado mueble en venta, poco más o menos... Cuando los oigo, vienen por aquí de tarde en tarde, suelen traerles siempre a mis yernos, ya sabe, abogados de cierta fama, suelen traerles, le digo, asuntos que, bueno, basta con decirle que se largan con la cara avinagrada, muchos con el rabo entre piernas... Pues que parece, con tanta y tanta gloria como se disfrutan, pobrecillos, parece que les faltara tiempo, horas, aliento, qué sé yo qué, para poder sentarse un ratillo en una terraza y ver pasar la gente, o ponerse delante de la tele a perseguir un concurso, tanta simpleza divertida como desatan, o para pasarse una tarde jugando a las cartas con un amigo convaleciente o jubilado, mientras afuera llueve o nieva, y hacerlo acosados por   —148→   el runrún de una casete, El pájaro de fuego, Matías el pintor o El retablo de maese Pedro, y seguirlos entre dientes, y, más adentro, los críos atosigan a fuerza de invernera por alcobas y pasillos, asaltando imaginarias fortalezas... Es tan hacedero, tan cercano, ese desprenderse un gozo adormilado y tibio de los ruidos de la casa, todos dentro, todos seguros, consumiéndose el mismo minuto a la vez para todos, chicos y grandes y medianos... Y de mis viejas calamidades, ¿cómo se ha enterado usted, quién le ha ido con el cuento...? Yo no hablo nunca de esos tragos, a pesar de que si empezara... Nada. Créame que soy muy feliz, bobamente feliz, bueno, ¿y qué? Sí, feliz o, al menos, me lo creo. Quién iba a suponerlo, tan negro que se veía todo cuando pasó lo que pasó, ya ve usted, y ahora... Fíjese, cuando llegan las ferias, todo el año esperándolas, todos procurando acordarnos de todos, que si el regalito, que si las propinas o el vestido de estrena, que si los parientes que vendrán de fuera esos días... Pues yo... Ah, no sabe usted qué bien me sienta el griterío de la gente menuda, todos intranquilos, todos repasando una vez y otra sus ansias, sus pequeñas desazones, maquinando planes para gastarse las pesetillas reunidas. Suele venir la feria ya con el colegio amenazando y, a ver, que si los libros, que nunca sirven los del año anterior, que si los uniformes de las chicas, van a unas monjas y se fijan mucho en esa cascarilla, y que si el chándal para los chicos, dan demasiada tabarra con ese dichoso Contamos contigo, y todos tenemos que silbar esos himnos tan así, tan ya sabe usted cómo, a ver, se los enseñan y aunque nunca nos gustaron... Pero a la fuerza ahorcan, qué remedio, y tenemos que darles vueltas y más vueltas a los apuntes y a los mapas, y reconocer las fotos, y explicarles algo, los planetas, que nunca me sé bien el orden, y dibujar el corte de los volcanes y de las capas de la Tierra, e hincarle el diente a las clasificaciones de las plantas   —149→   y de los animales, y tener que pasar largas horas junto a la camilla, abandonando el punto, esos jerseys que no se acaban ni a la de tres, jerseys o bufandas, o guantes, o mantas, o toquillas, o patucos para ésta y para la otra que ¡ya! están esperando, y darles vueltas, y vueltas, y más vueltas a las hojas de los tiestos y a las flores, y ponerles al ladito, procurando no equivocarme, hasta ahí podíamos llegar, la coletilla oportuna, lanceoladas, dentadas, serradas, sentadas, palmatisectas... Y, compadézcame, no vea qué viajatas a esos terminachos si, a la vez, suena, estridente, en la radio un partido, con sus nombres, su caudal de gritos, pasajeros desencantos, arterías, palabrotas, empujones entre los partidarios de uno o de otro, que de todo tengo en el rebaño... Yo me aplico a lo mío, mirándoles, hay que procurar que el prestigio de la abuela recrezca, y comprobar si la flor de turno tiene o no sépalos, en fin, para qué le voy a contar, esta asustada aventura de tener que volver a hacer de pe a pa el bachiller, a los setenta y pico de años, sin exámenes y con cataratas, y, anda, que no han cambiado las cosas, ya no sirve casi nada de lo que yo aprendí... De ayer es la fecha, eso no se pregunta, hombre de Dios, eso no se pregunta. Yo, con el pertinaz hiato inclausurable, me he quedado, como quien dice, variada al borde de la acera... Escúcheme... Todo se anima, de repente, cuando, ya empezadas las clases, hay que acudir al concurso de Historia y procurar que sean diferentes los trabajillos de los hermanos, no sea que el profesor se dé cuenta, dicen que es un plasta, ¿sabe?, y no estaría ni medio bien que la abuela... Pobre abuela, tener que aconsejar y escribir sobre el Alcázar de Toledo o sobre la caída de Barcelona, dese cuenta en qué lugar del pecho se me clavarán a mí esas redacciones, a mí, que, en fin, ya lo sabe... Huy, Dios, deje usted eso y tómese el trabajo de observar la gramática, ese monumental barullo de los semantemas y los estereotipos y   —150→   las transformaciones... Pues arrímese a la geografía... ¿Usted se conoce bien bien, lo que se dice bien, el nuevo mapa de África...? ¿Sí...? ¿Con sus nombres y todo? ¿Y también se mueve a sus anchas entre cloroplastos y tautomerías...? Pues, hijo, ya puede usted darle gracias a Dios. Claro que, créame, yo también se las doy. Eso de tener a mis años la cabeza fresca y desenvuelta, sin telarañas... Dios ha querido que haga ahora lo que en su tiempo me correspondía y no hice... Y es que, estoy segura, no puede uno morirse sin apurar lo que la vida exige, sea cuando fuere. Y al tener que recorrerlo ahora, con prisa y a destiempo, con el pulso a lo loco, qué le vamos a hacer, le juro que se vive más hondamente, casi hasta los linderos del daño... Un daño que no sé... Pero, ya lo ve, las horas se van rellenando, sí, se van apretando, no les dejo resquicio ni fisuras, hay que aprovecharlas, sorberlas hasta la última gota... A veces, los chicos, ya cansados, cabecean sobre la mesa, que apenas les quedan arrestos para esperar la cena, y entonces se oye el tictac del reloj más duro, más agresivo, una fiebre crecedera, usted me entiende, y aprovecho entonces ese respirillo para darme yo en el libro nuevo el repasón que me urge, me conviene ir por delante de los deberes... Bueno, ya no hay deberes, lleva usted razón, pero, en casa, nosotros... Nosotros hemos tenido siempre deberes inacabables, afrentosos deberes, es cosa que les debe pasar a todos los vencidos... ¿Sabe?, al principio, yo ponía a mis pequeños a estudiar, a pintar, a dibujar, a recortar muñecos... Era un sumergirse en un pozo de ruidos y ajetreos para no oír siquiera nuestra propia zozobra, la única, la nuestra, la mía, la que nos obligaba a taparnos los oídos, a cerrar los ojos y esperar, temerosos, la llamada del timbre, quién será, escalofríos por su incierta amenaza, qué más querrán ahora y todavía... Mire, no se lo puede usted figurar, no, cómo sonaba el timbre de la   —151→   puerta sobre aquella soledad del espanto y de las lágrimas. Quizá así tampoco se dieron cuenta los chiquillos, quién lo sabe, de los ruidos que llegaban de la calle, tiroteos, cañonazos, canciones de guerra y de venganza bajo los balcones, con charanga y vivas y mueras, o, fíjese, aún se me pone carne de gallina, el llanto interminable en el piso de al lado... No pregunte, no, ¿se supone por qué...? Por eso los ponía a recitar, a ver estampas, a clasificar lo que fuera, moverse, gritar, jugar al moscardón, cambiar de sitio los cachivaches... Sin descanso apenas, la cuestión estaba en no hablar directamente, en no dejar asomarse a los labios lo que tan adentro nos roía. Ayudé así a olvidar, estoy segura. Y, ahora, leo las lecciones de los hijos de mis hijos en esos feos tomazos, me los aprendo, así no me pillan desprevenida. Luego, los voy despertando poco a poco, sin regañarles, y los llevo a la mesa con el truco de que su madre les ha hecho algo extraordinario de postre, una compota, un dulce, unos helados... Pretextos no faltarán: cumpleaños, buenas notas, un catarro curado, unas noticias de buen temple... Es tan fácil, Dios mío, levantar una ciega esperanza, una alegría porque sí...

Sí, claro, atina, atina usted. Es en las ferias cuando todo se agrava, cuando se acercan, insidiosas, las ausencias. Sí, es verdad, por mucho que uno se embarque en lo nuevo... Todo ayuda, ahora usted mismo lo está haciendo con su curiosidad, todo empuja a remover el rescoldo de los años mal vividos, sí, qué duda cabe, sí, se levantan en apiñados clamores. Sin embargo, ya le he dicho que yo me considero feliz. Me encanta cizañar en la mesa, charlo del circo que han puesto por ahí, por donde fuere, tendrá tantas y cuantas fieras, y unos volatineros como nunca han venido, y focas, y elefantes, y esos perritos de lanas, blancos, que bailotean con atrevidas piruetas, tanto que nos gustaban cuando chicos, siguen igualitos, incansablemente repitiéndose...   —152→   O también se piensa en el cine, la sesión infantil, Tarzán dando bramidos, o los dibujos de Disney o del que sea, y estar allí, en el cine, contenta y como ausente, lejos y cerca, aprovechando lo oscuro y las carcajadas para mimar algún recuerdo, otras tardes y otras películas, muy lejos, mucho, y sentir en la mano el peso y el calor de otra mano que, ya hace mucho, sí, mucho, ¿eh?, y no saber si es hoy con los nietos o entonces con él, si Tarzán o la Greta, Cristina de Suecia, Gran Hotel, y el pequeño se me duerme en el regazo, ¿será esta tibieza creciente su mano que pretende buscar la mía y acariciarme?, difusa ternura que me humedece los ojos desde el tiempo y desde la oscuridad, otra vez unos labios me rozan cobardes la oreja, aprieto al niño para despertarme yo y estoy aquí con Tarzán, debe ser Tarzán eso que veo tras el velo de agua y pena en vilo, sí, es Tarzán, o los Ciento un dálmatas, ya no hay Greta ni Claudette Colbert que valgan, en qué sinuoso escondrijo, pobrecillas, refugiarán su destierro, mi dolida memoria... Y me topo con la mismita luz al salir, siempre la patulea orinando en el escalón del arroyo a ver quién llega más lejos, todos reviviendo la película, los duelos, las peleas, los tiros, los arranques valerosos, esa cuerda floja entre la verdad y la mentirijilla... Sí, volvemos despacito a casa, nadie puede presentir desde qué distancia yo regreso, quizá compremos aún algo, un periódico, unos pasteles, unos recortables para la chiquitina que se quedó encerrada, ya adivina usted, siempre hay una varicela, un sarampión, una tos rebelde, quizá derrochemos todavía un ratito en los caballitos o en la noria, viéndolos pasar una vez y otra, imposible reconocer lo que la pianola o la radio chillotean, debe ser una canción nueva, qué mala jugarreta el papelín oficial quitarme mi enchufito de director general, yo ya hace mucho que no canto... De recién casados, a él le gustaba oírme cantar De los cuatro muleros, mamita   —153→   mía, que van al río, ya ve, qué cosas, ¿no cree?, me coreaba silbandillo... Ya. Le estaba hablando de los niños. Regresábamos. Toda una curiosidad en carne viva, escaparates, autos, gentes, perros, tenderetes, capricho va capricho viene, y otra vez el comentario, y las risas, ya habrá caído la noche, entrar en casa, yo no miro nunca el casillero, quién me va a escribir a mí, qué salidas, ande, calle, calle... Ya siempre así, todos los días la misma ilusión intacta. ¿Ve? Para muchos, quizá no tengo derecho a sentirme así, cómo diría yo, alegre, y el caso es que no es alegre la palabra justa, qué va a ser, bueno, no sé si me explico. Lo que quiero decirle es que no, no me acuerdo, quién lo iba a decir, ¿verdad?, pienso que ya no sé ni siquiera si a él, de haber vivido con nosotros, le habría complacido esta vida, entiéndame, cambiamos tanto, era tan joven, fue tan violento el desgarrón... Solamente puedo suponerme cómo habría pegado la hebra a la hora de comer, cómo habría desenvuelto bromas y chascos con sus hijos, sus hijos que no le recuerdan, que no saben cómo era, y eso que repiten, y no saben con qué fidelidad, su mirar pícaro de reojo, su gesto despreocupado de hombros, su fruncir de labios, eso sí, ya con un eterno deje de tristeza... Yo no conozco otra vida, solamente esta espera interminable con voces cariñosas cerca. ¿Otras voces? ¿Las del rencor? Claro que las hubo, aún las hay, lea un periódico, ande, pero, en este país, ¿a quién no..., me quiere contar? Sería una tontería estar aún pendiente de ellas. No, no me venga con esa letanía de la injusticia, es una bobada, un hablar por no callar. Estoy harta de oír que él no se metió en nada, que por qué... No sé si se metió o no en algo, en algo de lo que los que mandaron luego quieren considerar como delito; allá ellos y con su pan se coman su inquina, pero hoy sé que hay que meterse, hay que tomar partido en la vida, aunque luego no se saque de ella más   —154→   que el perderla por esa decisión limpia. Sí, claro, le mataron, pero mi reacción no importa. No importó a nadie entonces, calcule usted ahora. Lo que puedo asegurarle es que nadie puede poner en duda la legitimidad de mi pena, de mi pena de entonces, ni la de mi felicidad de ahora, tan viva y verdadera. Legitimidad, y que no se habla de eso ni nada en estos días, dígame. En fin, ¿ha mirado usted la cartelera...? Los lunes cambian los programas en el barrio, habrá que discutirlos con los nietos, porfiar, avenirse a razones. No, váyase tranquilo, no me ha despertado nada, menos aún herirme. Al notar a los míos cerca, le juro que siento cómo se me borran las arrugas, me corre mejor la sangre, tengo, fíjese, tengo hasta ganas de mirarme al espejo. Lo que no sé si han hecho alguna vez mis hijas, mis hijas que no recuerdan a su padre... Adiós, adiós, déjeme, siento haberle defraudado, ya le dije que yo no tenía nada importante que contarle, ya se lo dije lo primerito, al empezar, no había hecho usted más que entrar por esa puerta, sentarse y preguntar, lápiz en ristre, es usted muy terco, mucho, vaya si lo es...