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ArribaAbajoEl episodio nacional, «Gerona», visto por un gerundense222

José M. Ribas


En el plan de Galdós de exaltar los momentos apoteósicos de la guerra de la Independencia, Gerona constituía un hito prominente, a efectos de historia epopéyica, semilegendaria y de atracción popular. Y ello a pesar de su limitada repercusión en el desarrollo de la contienda. La importancia de la ciudad consistía en ser el nudo central de las comunicaciones entre la frontera y la capital del Principado, Barcelona, pronto en manos de los franceses. Las tropas napoleónicas querían tener asegurado el paso franco por esta vía tradicional. En un principio juzgaron sencillísima la captura de la ciudad, pero a la larga, cuando el asedio se eternizó, lo que ellos dirimían al pie de las murallas de Gerona era una cuestión de honor más que una facilidad estratégica. Recuérdese a este respecto de venganza honrosa, que el mariscal Augereau lanzó el ataque decisivo contra la ciudad, la fecha del cumpleaños de Napoleón. Este aspecto lo vio sagazmente Galdós, quien, en lugar de diluir la acción de la novela a lo largo de los tres sitios que la ciudad sufrió, la concentra en el último, evitando así el enredar y cansar al lector con una maraña de nombres y fechas, de ataques y contraataques, y de terminología militar. El primer asedio, como el segundo, más militar que epopéyico, y ambos más flexibles que el tercero, se produjo durante los días 20 y 21 de junio de 1808; mandaba a los franceses el general Duhesme, a los españoles el general Bolívar. El segundo sitio, bajo el mismo mando, duró del 24 de julio al 16 de agosto de 1808. El primer sitio no se menciona en el Episodio, el segundo aparece como la única referencia histórica223 a los sucesos que van a tener lugar durante el tercer sitio. Galdós no quiere siquiera confundir la atención del lector con referencias más antiguas y, como decimos, más complejas de comprensión.

En abril de 1874, Galdós termina el Episodio «Zaragoza», «Gerona» ya está programado como el Episodio siguiente, y al ritmo que llevaba debía ver la luz al cabo de dos o tres meses. Para informarse acerca del famoso sitio, tenía Galdós a su memoria. Galdós había estado en Gerona en 1868, casi sesenta años después de la gloriosa hazaña, y se había fijado con gran interés en los pormenores topográficos de la milenaria ciudad224.

¿Cómo era la ciudad en 1868? Gerona no había despertado de esa vida latente, de esa quieta somnolencia que le había quedado después de la guerra. Su estructura urbana, que es lo que aquí nos interesa, conservaba casi íntegros las murallas y fuertes que los franceses habían dejado en pie al retirarse. Por el lado norte, el más espectacular, la fortaleza de Montjuich, semivolada por las tropas de Napoleón, todavía aparecía amenazante, vista desde la muralla ciudadana, como un mastodonte de la ingeniería militar; la torre Gironella, en cambio, no era más que un informe montón de escombros: los franceses se habían ensañado con ella. La muralla de base prerromana que circunvalaba el casco antiguo -el casco antiguo era poco más que la acrópolis romano-cristiana   —152→   se mantenía casi intacta, rehechos los desperfectos del sitio para no perder Gerona la condición de plaza fuerte. Lo que quedaba extramuros, como en la época de la guerra de la Independencia, eran pueblos, aún no barrios. Se entraba y salía de la ciudad en diligencias y tartanas por las tradicionales puertas principales abiertas en la muralla, y cuyos nombres figuran en el Episodio: la puerta del Areny al sur, junto al cauce del río Onyar; la puerta del Mercadal, bordeando el mismo río por el lado oeste; la de Pedret o San Pedro, poco más allá del río Galligans, por el norte; y la encumbrada de San Cristóbal por el este. Galdós no tendría dificultad en recorrer de punta a cabo el recinto de la diminuta ciudad. Los restos pétreos de los Sitios, tan imponentes, lo más destacable a los ojos del viajero curioso, tendrían que dejarle viva impresión.

Para reavivar esta impresión al tiempo de redactar el Episodio, se vale de los servicios de un estudiante gerundense. Galdós en lugar de gerundense dice «geronés»: «Para mi episodio me valí de un muchacho geronés que conocí en el Ateneo viejo». No específica su nombre, pero sabemos que se llamaba Manuel Almeda, y que asistía a los cursos de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. El estudiante -continúa el gran frecuentador del Ateneo viejo- «con un lápiz en un papel me fue trazando el plano de las calles, y yo las iba recordando como ante el plano mejor construido»225. Además de recordarle la estructura y topografía urbanas, Manuel Almeda, de familia de vieja prosapia gerundense, le comentaría sobre todo algunos ambientes ciudadanos. Al fin y al cabo, el plano de Gerona lo tenía don Benito a mano en cualquiera de las enciclopedias o guías de viajero de la biblioteca del Ateneo madrileño o de su biblioteca particular. En todo caso, en el bosquejo de Almeda no figurarían los detalles de los nombres urbanos. De otra forma no se explicarían en el Episodio los errores resultantes de una defectuosa castellanización de las denominaciones de calles, plazas y pueblos, ortografía común en los tratadistas no gerundenses de la época. Tal, por ejemplo, el enlazar con un guión las dos palabras de los topónimos compuestos, el prescindir del artículo para los nombres de barrio que lo llevan, como «el Mercadal», el cambio insistente de la «r» del vecindario de Cartellá en «s», «Castellá», o, en fin, el transformar la «ny» del río Onyar en «ñ», comiéndose además la «r» final. Esta es la grafía de los historiadores Bayo y Toreno, pero en modo alguno podía ser la de un Almeda. La vaga imagen de la Gerona de 1868, que permanecía en la memoria de don Benito, se animaría plásticamente con las palabras de Almeda; la erudición geográfica e histórica tenían que proporcionársela los cronistas de los Sitios.

¿Qué fuentes escritas podría utilizar Galdós del valor de la fuente oral que le brindaba Almeda? La «Historia de la vida y reinado de Fernando VII de España», atribuida a Estanislao de Kotska Bayo, de constante manejo por don Benito, como se aprecia por el número de marcas en el ejemplar de su biblioteca226, provechosa en episodios nacionales de intriga y ambiente políticos, sólo le valdría como pauta cronológica y de situación general. La conocida «Historia del levantamiento, guerra y revolución de España» del Conde de Toreno, que sin figurar en la actualidad en su biblioteca, sin duda manejó, por los numerosísimos puntos de contacto que con el Episodio se advierten, iba a ser pieza esencial para levantar el andamiaje de la novela. Era Toreno del gusto   —153→   de Galdós por su enfoque histórico liberal, y por esa aparente objetividad que le presta el estilo latinizante, a lo Salustio, esmaltado de redondas oraciones absolutas. En las apretadas nueve páginas del Libro décimo de su Historia -pp. 215-233-227, páginas exclusivamente dedicadas al tercer sitio de Gerona, recogería Galdós la línea general del asedio, los detalles, de un retoricismo falsamente realista, y las anécdotas; anécdotas excesivamente concisas, como marginales e inevitables en el solemne contexto histórico de Toreno. Don Benito iba a aprovechar hábilmente esos detalles seudorrealistas y, en menor grado, las anécdotas, para crear y motivar la trama novelesca. Pero para la parte histórica del Episodio, Galdós necesitaba algo más. Hinchar los escuálidos datos de Toreno no entraba en su manera de componer, pues si bien tenía que escribir los Episodios a marchas forzadas y buscando el éxito popular, poseía dignidad de escritor, y tenía ya en el comienzo de su carrera literaria unas ideas precisas y claras en cuanto a la manera de concebir y estructurar sus obras. Su carácter y su futuro no le permitían hacer un pastiche vendible pero deleznable de la noble aventura gerundense. Una de esas constantes en la creación literaria de Galdós era montar sus novelas alrededor del estudio de los personajes. La única figura de relieve sobre la que verosímilmente podía organizar la parte histórica del Episodio «Gerona», dotándole de fuerza épica, era la de Álvarez de Castro. Galdós necesitaba una fuente escrita directa, viva, que le ayudase a recrear, según su interpretación, la imponente personalidad del defensor de Gerona; algo semejante, en su papel de monografía, a los libros de Manuel Martiani sobre Trafalgar, y al de Agustín Alcaide Ibieca sobre Zaragoza. El manuscrito del Episodio «Gerona», sólo en fecha reciente enteramente asequible a los galdosianos228, nos facilita la solución de otra fuente hasta ahora ignorada, y desmiente, para este Episodio por lo menos, la creencia común de que Galdós únicamente se servía de historia ya elaborada para escribir esta serie de novelas.

Don Benito solía romper los esquemas, planes y notas utilizados para componer sus obras, así como las cuartillas originales con excesivo número de tachaduras y enmiendas; pero conservó algunas de ellas para servirse del dorso no usado cuando andaba escaso de papel. Tal es el caso del folio 128 del manuscrito de «Gerona». Por la parte de atrás del folio encontramos tachada una esclarecedora apuntación sobre la fuente directa primordial, si no la única de primera mano, para preparar este Episodio, además de hacernos sospechar ya la importancia que iba a conceder a Álvarez de Castro. El encabezamiento de esta cuartilla, subrayado y en letra algo mayor que el resto, es la palabra VACANI. Camilo Vacani fue un ingeniero militar italiano que en la guerra de la Independencia sirvió con el general Duhesme y que, por lo tanto, participó en las acciones del asedio de Gerona como asesor del jefe francés. Vacani escribió una «Storia delle campagne e degli assedi degl'i italiani in Ispagna dal 1808 al 1813» (dos ediciones: 1823 y 1843, impresas en Milán). Debajo del encabezamiento con la palabra Vacani, hay siete anotaciones tomadas de él, en dos casos incluso con el número de la página del libro italiano. Copia Galdós en algunas notas las propias palabras italianas del autor. Así, la anotación número dos nos dice: «Llama a Álvarez forte capitano e valeroso [?] cittadino».

El reverso también tachado de la cuartilla anterior a la que tiene las notas de Vacani, confirma la sospecha de que Galdós iba a centrar la parte histórica   —154→   de la novela -y de retruque la parte novelesca- en la figura de Álvarez de Castro. Según el germen literario de esta segunda cuartilla, en un principio el plan de Galdós era darnos la relación del asedio a través de «un asistente o amigo de Álvarez», y no por los ojos del mero soldado raso Andresillo Marijuán, como en definitiva cuajó. Aquel proyecto con toda probabilidad no se continuó por la dificultad histórica que acarreaba el seguir detalladamente la vida del gobernador de la plaza, y también, sin duda, porque hubiera tenido que llevarse a cabo a expensas de la parte ficticia de la obra. No obstante, recordemos que a partir de cierto punto se cumple parcialmente el proyecto abandonado: al final del relato, después de la rendición de Gerona, cuando Andresillo Marijuán se convierte en el asistente de don Francisco Satué, ayudante de campo de Álvarez de Castro. En cuanto a los días de cautividad y muerte del general granadino, no se le presentaba al novelista dificultad mayor para profundizar en detalles más o menos hipotéticos sobre las últimas jornadas y fin del héroe; la muerte y agonía de Álvarez de Castro, objeto de polémica y leyenda, habían sido tratados en forma supuesta por cuantos se ocuparon de los Sitios; se conocían todos sus pasos por tierra española y francesa hasta el fallecimiento, y sobre este último suceso le cabía a Galdós extenderse en las diferentes versiones de muerte por garrote, por envenenamiento, por tortura o por enfermedad.

De la lectura del Vacani, proyectada sobre el libro de Toreno, don Benito iba a perfilar su interpretación de Álvarez de Castro; un Álvarez de Castro inevitablemente heroico, pero con matices originales, que no responden enteramente a la heroicidad del sentir popular. En el aspecto físico del gobernador, Galdós insiste en describirlo consumido y de mal color («pequeño, flaco y amarillo»), pero como si esa consunción y palidez fueran no sólo consecuencia de los trabajos padecidos, sino como si también correspondieran a rasgos de carácter. Es peculiar de los personajes galdosianos denotar el carácter tanto en su modo de hablar como en sus acciones. Galdós le adjudica a Álvarez de Castro una muletilla concluyente en sus lapidarias frases: «como convenga», «donde convenga» o «en lo que convenga». Retratar a un personaje con una muletilla es recurso común en todas las creaciones importantes de la novelística galdosiana; el bordón parece ser la quintaesencia del fondo psicológico del personaje. La muletilla de Álvarez, no documentada como tal en las historias del asedio, nos resalta la impasibilidad, la ciega energía y la bravura sin consideraciones racionales del general granadino; muestra casi el «rigor y saña» que le achacaban los que fijaron aquel pasquín anónimo contra su mando poco antes de la rendición de Gerona. Esta clase de bravura y energía lo transforma en un ser extraordinario, único; machaconamente nos proclama Galdós esta unicidad caracteriológica, esta irrepetibilidad de su persona, que justifica, siempre según la interpretación de don Benito, las medidas inhumanas que toma en la defensa de Gerona. Las facetas de la personalidad de Álvarez se acusan por las circunstancias del asedio, pero tienen, por lo que deja entender Galdós, un fondo caracteriológico permanente. Galdós insiste en el miedo que causaba el general a los combatientes españoles: «le teníamos más miedo que a todos los franceses juntos», se queja Andresillo Marijuán (p. 101). Con la mesura del trato que se debe a los héroes, los cronistas de los Sitios traslucen el malhumor y rigidez del general granadino; los hacen patentes sobre todo al mencionar los   —155→   proyectos de los oficiales de Álvarez para salir de Gerona o negociar una rendición honrosa al empeorar la insostenible situación de la ciudad. Galdós pasa por alto estos detalles para no deslucir el aura de milagro humano, con defectos de carácter si se quiere, con que envuelve al general. El Álvarez de la novela es un personaje popular, en el sentido de que los sitiadores le adoran como un ser providencial; pero es popular por el lado de ellos, no porque Álvarez se junte con ellos, excepto, claro está, en el fragor del combate o en las visitas de inspección a las defensas; Álvarez de Castro es una especie de Santiago en la batalla de Clavijo, que se preocupa de los combatientes y les hace ganar batallas, pero sin formar parte de ellos. Álvarez de Castro, en suma, está poseído de una locura milagrosa. En esto de la locura milagrosa y de lo remoto de Álvarez, ténganse en cuenta comentarios del género: «D. Mariano Álvarez no ve en el cuerpo humano sino una cosa con que rellenar los cementerios, y que no pudiendo servir para batirse no sirve para nada. Él no atiende más que al inmortal espíritu, y fijando su atención en la vida perpetua que con los miserables ojos de la carne no podemos ver, desprecia todo lo demás [...] su alma es el alma menos atada al cuerpo que he conocido» (pp. 125-126). El heroísmo enajenado del Álvarez galdosiano es el que transforma a los hombres de seres aterrorizados en seres que gozan participando en una batalla (pp. 172-173).

Por el espacio empleado en comentar los datos anteriores, se diría que el hecho histórico abruma a lo novelesco en el Episodio. Esto no es así. Y conviene insistir en ello: el Episodio Nacional «Gerona» es esencialmente una novela, en el sentido de que lo ficticio es de tal forma preponderante que casi se podría situar la acción en el asedio de cualquier ciudad esforzada, dominada e inspirada por un general de heroísmo de enajenado. Acaso estas dos condiciones juntas no se hayan vuelto a repetir.

Existen en «Gerona» dos núcleos narrativos: el núcleo histórico -incidental desde el punto de vista de detalle y espacio que se le dedica-, con el foco puesto sobre la persona de Álvarez de Castro, con una interpretación algo subjetiva de la historia; y el núcleo propiamente novelesco o de pura ficción, centrado sobre un problema tremendamente humano, el problema del hambre. Nos atreveríamos a decir, si nos gustasen las frases bonitas, que «Gerona» es la novela del hambre; Galdós es aquí el Knut Hamsun del siglo XIX español. El espectro de la guerra queda oscurecido por el espectro del hambre. El valor literario de «Gerona» reside precisamente en el estudio del problema del hambre con las inhumanas consecuencias que ocasiona; es una epopeya del hambre, porque el fenómeno del hambre está tratado de forma épica. Es esto lo que nos emociona, a pesar de las tintas repugnantes y esperpénticas con que está pintado.

En el núcleo de ficción se mueven dos grupos de personas que pertenecen a clases sociales distintas: el grupo formado por el médico Pablo Nomdedeu, su hija Josefina y el ama de llaves Sumta, familia típica de la clase media, que vive en el piso superior de la casa; y el grupo formado por el narrador, Andresillo Marijuán, y los cuatro huérfanos Mongat, Siseta, Badoret, Manalet y Gasparó, grupo que pertenece a lo que se llamaría en la época «cuarto estado», o ahora, pueblo en su acepción estricta, y que mora en el bajo de la misma   —156→   casa. La diferencia social quiere hacerla patente Galdós por su repercusión en la novela. Al fin y al cabo, el pueblo, representado por los hermanos Mongat, es de comportamiento más heroico, siempre arropando a Álvarez de Castro, mientras que la clase media, representada por el doctor Nomdedeu, es mucho más crítica de las medidas del general. Tal división de clases en el sitio, tiene un fundamento histórico sólo en cuanto a los proyectos más o menos a espaldas de Álvarez de Castro, de la facción de oficiales y civiles llamada «los agonizantes», de retirada o rendición honrosa de la plaza poco antes de que cayera en manos francesas; carece de fundamento histórico en lo que se refiere a la distinción según clases en el heroísmo de la defensa de la ciudad. La intención social de Galdós aparece todavía más clara si nos fijamos en otra de las cuartillas del manuscrito aprovechada por su reverso (127-v). A juzgar por ella, el escritor pensó en un principio hacer de Siseta, la mayor de los Mongat, la criada del canónigo Ferragut, jerarquía eclesiástica que en la versión definitiva ha huido cobardemente de su hogar al iniciarse el cerco. Las menciones de Ferragut están teñidas de ironía, acaso por ser parte de esa clase media menos valiente que el pueblo en el Episodio, acaso por una intención subyacente de desagrado de Galdós por los clérigos -en la trayectoria galdosiana nos hallamos cerca de «Doña Perfecta»-. La ironía alrededor del canónigo es más significativa porque los frailes y monjas que intervienen en el Episodio están pintados como héroes del valor y la caridad. En la «Gerona» de Galdós el clero regular representaría al pueblo dentro del orden clerical y, por ello, exaltado sin límites. Esta separación por heroicidades entre el clero regular y el secular es un arbitrio del novelista. En el batallón de voluntarios «Cruzada gerundense», reclutado para colaborar en la defensa de la ciudad junto al ejército, además de una «Compañía de Eclesiásticos Regulares» había otra «Compañía de Eclesiásticos Seculares» cuyo capitán era nada menos que un canónigo.

Observemos otros rasgos de las personas ficticias. Nos chocan sus nombres. Es decir, nos chocan sus nombres a los gerundenses, a los de otras tierras les parecerán más casuales y espontáneos. Nomdedeu es un nombre forjado por Galdós. Es posible que un apellido igual o semejante exista, porque la gama de apellidos es infinita, pero si existe, es rarísimo. Más bien nos suena a palabra creada a imitación del topónimo Cardedeu, pueblo a mitad de camino en la vieja ruta de Barcelona a Gerona, con posible cruce de un apellido corriente, Deulofeu. El recurrir a nombres geográficos es evidente en los demás apellidos catalanes del Episodio. Del mismo origen será el Mongat de los cuatro huérfanos, por Montgat, como debería ser en catalán; esta ortografía del pueblo próximo a Barcelona es la que se encuentra en las crónicas de los Sitios al referirse a la caída del pequeño lugar, defendido por los somatenes, que anticipó la toma de Gerona. Procede también de nombre geográfico el Quixols del novio de Josefina, Quixols con «Q», en vez de «G» como el Sant Feliu de Guixols de la Costa Brava. Creemos que Galdós forjó el nombre de Nomdedeu a conciencia del significado en catalán de Nom = nombre, en castellano, y Deu = Dios, en castellano, con un claro valor de «hombre de Dios», «buen hombre». Digamos ahora que en una primera redacción del manuscrito de «Gerona», luego descartada, el nombre atribuido al médico era «Antonio Esteban de Samaniego» (folio 10), que coincide con el apellido del jefe de Sanidad Militar de Gerona   —157→   durante el asedio, don Juan Andrés Samaniego. Coincidencia en modo alguno casual, porque, en primer lugar, este Samaniego podría haber sido el «oficial» tan próximo al Gobernador de la plaza, que en un principio pensó Galdós que narraría el sitio, como antes hemos señalado, y en segundo lugar, porque el ser médico de profesión, ya como Nomdedeu, ya como Juan Andrés Samaniego, es esencial en la interpretación del sentido de la novela. Ese sentido profundo, del que luego hablaremos, es el que exigía el cambio de nombre, de Samaniego a Nomdedeu, por distanciar la figura del médico real del médico símbolo. En último extremo, está claro a nuestro modo de ver, que el llamarse Andrés Marijuán el narrador del relato está inspirado en el modo de llamarse el jefe de Sanidad Militar de Gerona: por una simple inversión de los dos primeros nombres se pasa del Juan Andrés de la persona real al Andrés Marijuán del personaje ficticio. Por si fueran pocas coincidencias, el cirujano mayor de Gerona «en un memorial histórico nos ha transmitido los sucesos más notables de este sitio»229, y por su parte el personaje novelesco, el médico Nomdedeu, escribe un «Diario de todos los días» (p. 43).

En el nombre de Josefina, la hija de Nomdedeu, también se produjo un cambio en el manuscrito: pasó de Pepeta a Josefina. El Pepeta inicial está tachado en un tercio del manuscrito para superponerle el Josefina; a veces todavía se conserva el Pepeta por descuido. La función simbólica que luego precisaremos, motivará hasta cierto punto el cambio de nombre. Otras posibles razones para el cambio: el dar nombres castellanos a los personajes de la burguesía gerundense, como marca de clase social, de Pepeta a Josefina, de Pau Nomdedeu a Pablo Nomdedeu; el que los diminutivos afectivos catalanes terminados en -et, -eta, parecen llevar en la concepción del canario una nota de persona del pueblo y, en cierto modo, rústica. Recuérdese que el apelativo familiar de José María de la Cruz, el «bárbaro», el «gorila», el «hombre de baja extracción» de «La loca de la casa», es Pepet. Quién sabe, por fin, si el Pepeta no se asociaría en el pensamiento de Galdós con el Pepe del Pepe Botellas napoleónico.

Desentrañada un poco la función de los nombres, veamos cómo podemos trasladarla al cuadro de valores del Episodio. A nuestro juicio, don Pablo Nomdedeu simboliza a Álvarez de Castro en la trama novelesca o ficticia, y su hija Josefina a la ciudad cercada. Por ello la profesión de médico de Nomdedeu, que tiene que cuidar de su hija enferma Josefina, al igual que en el cañamazo histórico el general Álvarez de Castro cuida de la doliente, es decir, sitiada Gerona. Siseta, por su parte -de ahí el diminutivo de Narcisa al que llegó Galdós después de haberle adjudicado en una primera versión el nombre de Asumta-, representa, con mayor vaguedad, al patrono de la ciudad, San Narciso, proclamado públicamente generalísimo de los ejércitos gerundenses al comienzo del tercer sitio; Siseta, como tal remediadora, se ocupa de atender a Josefina a la manera que San Narciso sería el intercesor espiritual por la salud de la quebrantada comunidad; una Siseta que «tiene miedo a los tiros» (p. 40), y por la que Andresillo «siente algo extraño, compuesto de piedad y admiración» (p. 22). Los hermanitos de Siseta, los tres varones Mongat, representan al pueblo, al elemento civil de la población de Gerona; también es representación   —158→   de las mujeres de la misma clase social, Sumta, el ama de llaves, que como las mujeres del pueblo acude a encuadrarse en la femenina Compañía de Santa Bárbara; mientras que, Andresillo Marijuán es síntesis de las tropas aragonesas, este Andresillo Marijuán de la baturra Almunia de doña Godina. El aspecto de proyección sobre los personajes, de valores o figuras históricos había sido visto por la crítica en los Episodios de la Tercera Serie, donde los protagonistas son paradigmas de las dos Españas, pero no en «Gerona».

De forma esquemática, y sin pretender agotar los ejemplos, vamos a mostrar el desarrollo en el Episodio, del paralelismo simbólico entre los principales entes de ficción y las entidades históricas.

Empecemos con los retratos de Nomdedeu y Josefina. Del médico y de Álvarez de Castro se destacan la endeblez corporal frente a la fuerza interna. Nomdedeu: «acartonado, enjuto, amarillo [...] Todo él anunciaba debilidad y prematura vejez, excepto su mirar penetrante, imagen del alma enérgica y del entendimiento activo» (p. 27); el contraste entre la amarillez y energía interna de Álvarez (pp. 41 y 42), según la interpretación galdosiana, ha sido comentado con anterioridad. En el retrato de Josefina se subraya el «doloroso e incurable mal», tan incurable como ineluctable la rendición de Gerona, y el que la vida de ella, como la de la ciudad, esté «pendiente de una hebra» (pp. 27-29). La enfermedad nerviosa de Josefina -fijémonos en que es precisamente una enfermedad nerviosa, otro aspecto abstracto de la muchacha- resulta del segundo sitio de la ciudad, en una crisis que deja a Josefina -y a Gerona- «desvalida y lastimosa» (p. 37), con una «vida que se va aniquilando entre el dolor y la melancolía, sin que nada pueda reanimarla» (pp. 37-38). El reflejo de las preocupaciones de Nomdedeu en el mes de mayo de 1809, por si podrá prolongar los días de su hija hasta el verano siguiente, son pensamientos adjudicables a Álvarez de Castro. Nomdedeu le dice a Andresillo: «vive gracias a mis cuidados, a mi vigilante y previsor estudio para salvarla. Ha permanecido en cama todo el invierno -la ciudad ha estado haciendo acopio de víveres en el mismo período de tiempo (p. 26)-. Ya ves como está -continúa Nomdedeu-. ¿Vivirá? ¿Alargará sus tristes días hasta el verano?» Hasta el símil con que el autor termina la quejumbrosa parrafada del médico, asocia lo militar a su preocupación: «se limpiaba las lágrimas con un pañuelo tan grande como una bandera» (p. 39). El intento del general granadino de ocultar lo insostenible de la situación a los moradores de la ciudad sitiada, es idéntico empeño que el del médico Nomdedeu para que su hija no advierta lo grave de su mal, que puede ser fatal de llegar a su conocimiento lo que ocurre en Gerona. «La niña -dice su ama de llaves- no se ha de enterar de nada, y el amo dice que aunque la ciudad arda toda, y caigan a pedazos todas las casas, Josefina no lo ha de conocer» (p. 43). En un mismo párrafo se confunden la decisión de Nomdedeu de no dejar morir de hambre a su hija «a cualquier precio», con la de Álvarez de no rendirse «amenazando con la muerte al que hable de capitulación» (p. 47). El anuncio del convoy de víveres que traerá Blake (pp. 50-51), se corresponde a una momentánea y aparente mejoría de Josefina (pp. 52-53); así como la previsible e inevitable rendición del fuerte de Montjuich, que viene a continuación del anuncio del convoy, es seguida por la recaída también inmediata de la muchacha en el abatimiento enfermizo (p. 55). La insistencia de Álvarez en   —159→   que no se rindiera el castillo de Montjuich era idéntica a la de Nomdedeu en no querer admitir el mal de su hija (pp. 54-55). Y luego el rellenar «de paja de dos pieles de gallina» por Nomdedeu, para «hacer creer a su hija que ha recibido aves frescas de la plaza» (p. 61), se diría que prenuncia el falso alivio del convoy que por fin entra en Gerona (p. 62), falso alivio porque el aumento de víveres queda ampliamente compensado por el mayor número de bocas. En el llamado Día Grande de Gerona, el 19 de septiembre de 1809, Josefina es el espíritu, el alma de la ciudad, que llama a su cuidador, su padre, es decir, su defensor, Álvarez de Castro. La encarnizada jornada del 19 viene trasladada al mundo simbólico de los personajes de ficción por un alucinante baile nocturno, tramado por Nomdedeu para disimularle a su hija lo ocurrido y levantarle los ánimos; es la obsesiva idea de Álvarez de Castro de que no trasluzca la indefensión de la ciudad, probada en ese día, y de alentar con las heroicidades de la memorable fecha a los sitiados. Pero la pandilla de niños -el pueblo de Gerona-, junto con Andresillo -el elemento militar-, y Siseta -el patrón de la ciudad-, todos unidos han descubierto la verdad a Josefina al comienzo del baile -han puesto de manifiesto la verdad a Gerona-; por el momento, Josefina y la ciudad han sido salvadas, a aquélla le han devuelto temporalmente la sensibilidad y la alegría, a ésta un engañoso sosiego. «Las terquedades y extravagancias» -tachado en el manuscrito- que Andresillo le tilda al organizador del baile espectral, tienen su origen en las terquedades y extravagancias de Álvarez, inspirador forzoso de la gloriosa locura de la jornada del 19. «No nos mande Vd. bailar más -suplica Andresillo al médico-, porque nosotros mismos creeremos que estamos locos» (p. 98). Compárense dos frases de heroica enajenación: «Bailando -explica Nomdedeu a los Mongat y Andresillo- hacéis una obra de caridad [...] bailad por la salvación eterna» (p. 96); de Álvarez de Castro se dice que «no atiende más que al inmortal espíritu, y fijando su atención en la vida perpetua [...] desprecia todo lo demás» (pp. 125-126). Con ecos de la idea fija de Álvarez, predica Nomdedeu: «Necesito estar en batalla constantemente para contener las lágrimas que se me caen de los ojos». Agrega luego en oración ambivalente de médico-general: «¡Pobre Gerona! ¿Existirás mañana? ¿Estarán mañana en pie tus nobles casas, y con vida tus valientes hijos? ¡Yo tengo espíritu para todo: para lamentar y llorar la muerte de mi ciudad natal y atender al cuidado de mi pobre hija! ¿Qué cuesta representar esta farsa? Nada: la pobrecilla se deja engañar fácilmente [...] Puede que le hayamos salvado la vida» (p. 98). Después del hazañoso día septembrino, la ciudad y Josefina -al corriente de lo sucedido por la lectura del Diario de su padre- tornan al estado crítico previo al 19, derrumbadas en un «simulacro de existencia» (p. 130). Son los momentos en que Álvarez responde a un oficial que el lugar de retirada cuando no hubiere otro sería el cementerio (p. 122); en que Nomdedeu, el doble del comandante de la plaza en la trama novelesca, dispone como médico que al doliente pero todavía vivo Gasparó se le lleve a enterrarle a la fosa común (p. 126), por sostener el ánimo de Josefina, antes era por sostener el espíritu de la ciudad. La similitud dentro de sus mundos respectivos, de Álvarez de Castro y Pablo Nomdedeu, alcanza su cénit al enfrentarse éste con Siseta y Andrés; obsesionado con la idea de que su hija sobreviva al hambre, se adjudica como propias las palabras del gobernador de   —160→   la plaza: «cuando no haya otra cosa nos comeremos a Vds. y después se resolverá lo que más convenga» (p. 137), frase que el mismo general ha dirigido antes al médico. (Según el historiador Toreno, Álvarez atemorizó con la espartana frase a los que en su presencia hablaban de capitular, a los «agonizantes».) A partir de aquí, las intervenciones habladas de Nomdedeu si se sustituyera «hija» por «Gerona», y «morir» por «rendirse», podrían atribuirse a Álvarez. Por ejemplo: «Mi hija se muere también, es decir, quiere morirse; pero yo no lo permito, no lo permitiré, no señor, estoy decidido a no permitirlo» (p. 166). En fin, y para cerrar este paralelismo, el 9 de diciembre de 1809 se produce la simultaneidad entre la inconsciencia temporal de Nomdedeu, de resultas de la pelea con Andrés por la posesión del Niño Jesús de azúcar (pp. 167-169), y el delirio febril de Álvarez (cap. XX). Los resultados ya se conocen: Josefina queda fuera de la vigilancia de Nomdedeu, Gerona pasa al mando del general Bolívar. Cuando la ciudad se recobra con la entrada de los franceses, Álvarez está camino del encarcelamiento y de la muerte. Es lo que subraya el ama de llaves Sumta refiriéndose a la trama novelesca: «-Aquí encontrarás todos los papeles cambiados [...] porque la señorita se ha puesto buena, y el amo está tan malo, que se morirá pronto si Dios no lo remedia» (p. 188). Josefina, como Gerona, halló en sí misma suficiente energía -nos dice Nomdedeu- para sobreponerse a la situación» (p. 192); a la situación de abandono de sus sostenedores e inspiradores, Nomdedeu y Álvarez.

Así como el desentrañar los nombres de los personajes nos ha conducido a una interpretación más profunda que la acostumbrada de la trama novelesca del Episodio, quisiéramos ahora examinar la motivación que guía los pasos de los Personajes ficticios. Esta motivación, ya lo hemos dicho, es el hambre, verdadero protagonista abstracto del Episodio. Como motor novelesco es mucho más potente que los sucesivos encuentros guerreros que se dan a lo largo del sitio. Justamente el fracaso de la «Gerona» obra teatral, adaptación del Episodio, consiste en desperdiciar el valor dramático del hambre, y convertir la pieza en una comedia dieciochesca de corte moratiniano, con interludios de drama romántico, a lo Don Álvaro. En el Episodio, las refriegas, aun las más sangrientas y enconadas, son pasajeras e incidentales, secundarias en el proceso argumental, además de sobrias y de tono medio; el hambre lo empapa todo, personajes, ambiente y en tal cual ocasión hasta el lenguaje.

En el lenguaje, la profusión del insulto «cerdo» aplicado a las tropas francesas, si bien común en la época de la guerra de la Independencia, podría ser un indicio, más o menos inconsciente por parte del autor, de su afán en presentar la saciedad de los sitiadores frente a la escasez de los sitiados. Aunque sin relación directa con el tema del hambre, sería todavía más claro a ese respecto, el juego de palabras con el «cerdo» del refrán, en el pasaje en que se nos cuenta cómo cada payés del pueblo de San Martín, mata su cerdo, es decir, uno de los franceses que habían venido a avituallarse (pp. 30-31). También podría ser involuntario del autor, significativo para el lector, el que los niños busquen algo que comer en la calle del Lobo (p. 74); sobre todo si tenemos en cuenta que Galdós utilizó el lobo como término de comparación animal, y de animal rapaz, para plasmar la ferocidad de los ataques franceses: «No parecían   —161→   sino lobos hambrientos, cuyo objeto no era vencernos, sino comernos» (p. 71).

Se presiente que «Gerona» va a tener por tema el hambre, cuando en la parte introductoria los personajes aluden a Zaragoza por «sus fieros combates», a Gerona «por sus privaciones y hambres» (pp. 10-11). En el mismo lugar se nos dice que la lectura del Diario escrito por Nomdedeu, hará «despertar el apetito», según comentario jocoso de Andrés.

La mayoría de los puntos donde el fantasma del hambre aparece en la novela son evidentes. Nos demoraremos únicamente en el análisis del largo y famoso pasaje de las ratas, de permanente recuerdo en la memoria de los lectores del Episodio. Lo consideramos clave para aproximarnos al concepto de la guerra -de esta guerra gerundense, por lo menos- en el sentir de Galdós.

Fijándonos un poco, lo primero que advertimos es que Galdós humaniza las ratas. En ese proceso de humanización no utiliza más que una vez el vocablo «rata» en los capítulos que le dedica (capítulos XV, XVI y XVII, pp. 138-165). En lugar de la voz «rata» o «ratas» se sirve de fórmulas más o menos eufemísticas: «Napoleón con toda la guardia imperial y la tropa menuda» (p. 140; variantes en pp. 141 y 148), «ejército» (pp. 141, 143 y 148), «ser», «jovenzuelos», «niños», «nación», «masa», «caterva» (p. 141), «canalla», «turba», «miserables animales» (p. 143), «animal» (p. 144), «bestia», «falange» (p. 145), «chusma de los bodegones», «enemigos» (p. 147), «combatientes» (p. 150), «Napoleón» (pp. 150, 151, 153, 156, 158, 159, 160, 165; además, en forma metafórica, en pp. 159, 160 y 161-162), «pillos» (p. 150), «caballeros» (pp. 150 y 164), «bichos» (p. 152), «animalitos» (p. 153), «gente» (p. 164). Al evitar mencionar la palabra «rata», elude la instintiva reacción de asco que el mero nombre del roedor causa, y que hubiera hecho difícil su equiparación al hombre.

Notamos en segundo lugar, que si bien el trato total del episodio de las ratas es guerrero -se habla de Napoleón, de ejércitos-, de hecho, la aventura consiste tanto por parte de los muchachos como de las ratas en una expedición de caza en busca de comida. Se nos describen ambos grupos de contendientes como seres que intentan satisfacer una necesidad fisiológica. Es decir, que las ratas no atacan a los niños por instinto de ferocidad, ni tampoco los niños a ellas por maldad. Es por hambre, y es el hambre la que los coloca al mismo nivel vital. Pero la equiparación entre el hombre y la rata en este pasaje, va todavía más allá; por supuesto, más allá que la apreciación evidente de que los roedores representan las odiadas tropas francesas y los muchachos los defensores gerundenses. A nuestro criterio, para penetrar en el sentido del pasaje hay que prescindir metodológicamente de la intervención infantil; hay que ver en los mures de la casa del canónigo una comunidad de seres por sí misma, sujeta a las mismas virtudes y vicios que la humana. Galdós no repara en adjetivos encomiásticos para ellos como seres vivos; encomios que el canario podría muy bien dirigir a los hombres. Tampoco escatima frases para pintar la belleza de los combatientes roedores, idéntica a la de los combatientes dotados de razón: se califica al Napoleón ratonil de «el más grande, el más hermoso, el más gordo» (p. 164), y Badoret afirma que «sabe más que todos nosotros» (p. 156), para añadir que «es el demonio mismo» (pp. 156-157), con «el largo rabo reluciente cual una cuerda de seda» (p. 161). Las ratas -y esto es   —162→   importante- son héroes a su modo: «Aquellos padres que por dar de comer a sus hijos; aquellos amantes esposos que por librar de la muerte a sus mujeres, no vacilaban en mirar frente a frente a un ser superior, tenían toda la perversidad que dan las supremas exigencias de la vida» (p. 147). Destaquemos la palabra «perversidad», porque esta «perversidad que dan las supremas exigencias de la vida» corresponde por entero a los defensores y a los sitiadores de Gerona, puesto que Galdós hace un mundo humanizado de la comunidad de ratas. Siguiendo este indicio vamos a vislumbrar cómo Galdós nos deja deducir su desprecio por la guerra, aunque la guerra dé lugar a acciones heroicas: éstas serán asombrosas, épicas, la guerra, de que las heroicidades forman parte, odiosa, perversa. El observar la comunidad de mures como una comunidad humana se legitimiza todavía más, si cupiera alguna reserva, a medida que avanzamos en el pasaje. Se llega a un punto en que Badoret, Manalet y Andrés se desgajan ellos mismos de la actividad ratonil y se convierten en meros espectadores. Sucede tal cosa cuando se combaten mutuamente las dos facciones de roedores, los de allende el Onyar frente a los del lado de acá del río. Nos percatamos entonces de que el novelista ha pasado casi totalmente de una lucha de patriotas -niños=defensores gerundenses contra ratas=agresoras francesas- a un trasunto de guerra entre grupos de seres civilizados; ahora las ratas ya no cuentan como tales en la narración, excepto en símiles accidentales y anecdóticos: la guerra se ha elevado a un plano superior, en donde sitiadores y sitiados sufren por igual el azote creado por ellos mismos; la consideración de la guerra se ha trasladado a un criterio más abstracto y universal, según el cual el hecho bélico es un mal por encima del patriotismo de españoles y franceses. Se ha hecho innecesaria la imagen que en el texto iguale los mures a los humanos, queda entendido que las ratas son seres civilizados que se comportan lo mismo que los racionales. Por eso son reveladoras las palabras del novelista cuando nos dice que la rata «se vuelve en su desesperación contra su propia casta cuando no encuentra en ninguna parte medios de subsistencia» (p. 159). ¿Qué otra cosa hace Nomdedeu cuando no halla alimentos para su hija? El novelista prosigue ponderando el lado epopéyico de la pelea de «aquellos feroces ejércitos [que] se embestían con la saña salvaje de las primitivas guerras entre los hombres» (p. 160), y donde «las luchas individuales sucedían a los empujes colectivos y la heroica sangre teñía los feraces campos» (p. 161). La motivación de los combatientes ratoniles evoluciona en forma semejante a la de los defensores de Gerona: «Si lo que les impulsaba a la lucha -dice Galdós de los mures- era pura y simplemente el anhelo de satisfacer su apetito, una vez trabada aquélla, despierto y exaltado el genio militar, los escuálidos soldados no se acordaban de llenar sus panzas con los despojos del vencido, y un ideal de gloria les impelía a avanzar sobre los rotos escuadrones, sobre las tinajas teñidas de sangre, sobre tonel jamás conquistado, dominándolo todo con su planta atrevida» (p. 163). Del heroísmo gerundense dice Andrés Marijuán: «Es a veces un impulso deliberado y activo; a veces un ciego empuje, un abandono a la general corriente, una fuerza pasiva» (p. 172), y añade que fue del último género el que inspiró los días finales del sitio.

Adivinamos en los fragmentos precedentes que Galdós sentía la guerra como una peligrosa exaltación del genio militar del hombre en busca de gloria; lo   —163→   cual no quita para que juzgase admirables las acciones bélicas de la guerra de la Independencia, y buena prueba de ello son las páginas épicas que contienen los Episodios.

De caber alguna duda sobre la consideración por Galdós de la guerra en general, no hay más que leer intencionadamente el párrafo con que trata de justificar la veracidad de los pleitos ratoniles. En él, el narrador tiene que negar que «forjó» estas batallas con el propósito de «representar en pequeño las [ambiciones] de la primera [escala animal]» y jura y perjura que «nada [ha] dicho que no sea cierto» (p. 163). A nuestro juicio, la función de este párrafo, que demuestra la socarronería del autor, es justamente el subrayar el valor ejemplar, y no real -de realidad argumental- de la batalla de los mures; en cierto modo, los capítulos ratoniles sirven de moraleja a la relación del asedio de Gerona. El sitio está visto por Galdós como un mal necesario e inevitable, repleto de acciones heroicas, pero que desencadena una serie de consecuencias desastrosas que transforman al hombre en un ser enajenado, caso de Álvarez de Castro y Nomdedeu, en un ser arrebatado por la «sublime enajenación» que, según don Benito, poseían aquellos luchadores ratoniles.

El aspecto más notable de tal alienación está relacionado con el tema del hambre, eje de la novela. Así, dando un giro completo, recobramos el tema iniciado al analizar el trato de la guerra en este Episodio. La enajenación humana por la guerra provoca la inverosímil amenaza de antropofagia de Álvarez de Castro a Nomdedeu (p. 121), y de Nomdedeu a Andrés y Siseta (p. 137). La deducción evidente que se saca de ello, es la del descenso del hombre al nivel de los animales irracionales. Pero hay que verlo en un alcance mucho más general, porque la amenaza de antropofagia en el cerco de Gerona es una cuenta en el rosario de devorarse entre sí animales de la misma especie; engarce que empieza con los asnos «comiéndose mutuamente las crines» (p. 102), y sigue con el gato zampándose el pernil «de su propio hijo» (p. 107), y las ratas unas a otras. Hay que ver en esta consecuencia de la guerra como un hecho general que afecta a todo el orden de la Naturaleza, del que el hombre es un elemento más. Según el Galdós de «Gerona», el desorden creado por la guerra, los actos antinatura, afectan a todos los seres vivos por igual, de ahí la gravedad de la guerra para con la Naturaleza. Con palabras inspiradas en la Historia del Conde de Toreno, pero que en Galdós pierden su tinte retórico y latino: «Todo moría, humanidad y naturaleza, todo era esterilidad dentro de Gerona, y empezó una guerra espantosa entre los diversos órdenes de la vida, destruyéndose de mayor a menor» (p. 103). Palabras que han perdido su tono afectado porque en forma pormenorizada hemos pasado de la lucha entre los hombres de los dos ejércitos, a la pelea de los dos amigos, al comerse de los asnos, al de los gatos y, en fin, al de las ratas. Galdós ha aprovechado unos minúsculos datos de historia interna reseñados por todos los cronistas de los Sitios, para construir sobre ellos el entramado novelesco y mostrar además de manera viva y atractiva para el lector, cómo la guerra quebranta el sistema ecológico establecido por la Providencia.

Terminemos, en fin, apuntando algunos recuerdos cervantinos y canarios en «Gerona».

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Sobre la figura de Nomdedeu, concebida como un caso de locura quijotesca, con la Dulcinea de su hija, sería enojoso citar los numerosos puntos de contacto con el héroe cervantino, cuya historia viene a ser el libro de cabecera de Josefina. Limitémonos a un par de rasgos melancólicos de la muerte de Nomdedeu, réplica de la muerte de Alonso Quijano el Bueno. El primero de ellos es que el médico en su lecho mortal se arrepiente de lo que ha sido antes, del hombre fuera de sí, que no era su ser verdadero, a imitación de Alonso Quijano, que reniega de la orden de caballería que profesó. El segundo rasgo consiste en la semejanza de las expresiones de ánimo que Sancho Panza y Andresillo Marijuán dirigen a sus respectivos interlocutores: «Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama -dice el escudero-, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado» (final del capítulo LXXIV); «Levántese de esa cama -alienta Andresillo- y vamos por ahí a ver las murallas rotas, los fuertes deshechos, las casas arruinadas, testigos de tanto heroísmo. Fuera pereza. Eso no es más que pereza, D. Pablo» (p. 214).

De las leves pero entrañables huellas del origen canario del novelista, los eruditos han recogido la mención de «la gloriosa retirada» de los «canarios del [ejército] de Alburquerque» (p. 256); mención que se siente como homenaje del autor a su padre, don Sebastián, y a su tío, don Domingo, oficial y capellán del batallón de Granaderos grancanarios del ejército del general Alburquerque. Nos parecen más profundos, aunque sean más íntimos e inconscientes, los recuerdos canarios en el lenguaje, como el llamar «gabeta» al cajón de una cómoda (p. 154); o la palabra «nostramo» (p. 33), probablemente usada en Las Palmas de la época de Galdós debido a influencia cubana, referida al colono agrícola, a lo que en catalán se denomina masover; o, en el terreno geográfico, el apelativo de «barranco» (p. 42) para el río Galligans, que cruza la ciudad de Gerona por el norte, río de régimen montañoso, de cierta semejanza con el palmense Guiniguada, pero al que ningún gerundense se le ocurriría llamar «barranco», con la cantidad de vidas humanas que ha arrancado en sus periódicas avenidas.

Al describir la morada en ruinas del canónigo Ferragut, contigua a la de los protagonistas del Episodio, pormenoriza Galdós: «Entrábase en la desierta casa por una pequeña puerta que comunicaba ambos patios, y que los vecinos solían tener abierta para venir a tomar agua en el [pozo] del nuestro» (p. 138). En casa del canónigo gerundense el pozo servía para dos familias, como el pozo del hogar canario de don Benito, ahora Casa-Museo Pérez Galdós.

Wilkes College (Pennsylvania, USA)



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