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81

OC, 7 de julio, T. I, p. 1374.

 

82

Idem.

 

83

Ibid., p. 1402.

 

84

Ibid., p. 1403.

 

85

OC., «Los apostólicos», T. II, p. 111.

 

86

Idem.

 

87

OC, Un faccioso más y algunos frailes menos, T. II, p. 323.

 

88

OC, T. VI, p. 274; cf. OI, T. IV, p. 261.

 

89

«Un rey póstumo», OI, T. III, p. 140.

 

90

Ibid., pp. 144-45. Sobre la revolución del 68 dicen V. Álvarez Villamil y Rodolfo Llopis, en su introducción al primer volumen de Cartas de conspiradores: la revolución de septiembre, Espasa-Calpe, Bilbao, 1929, p. 38. «[...] esos mismos jefes [revolucionarios] contienen las ansias populares, paralizan el movimiento y dominan la revolución. Se conforman con una monarquía democrática». Más adelante, en la página 40, mencionan una carta de Amiel a Sanz del Río, en la que le felicita por la revolución pero le recuerda «que esa revolución no será eficaz si no se hace la revolución en las conciencias, emancipándolas en materia religiosa». En realidad, entre las premisas de la revolución de septiembre, hay que destacar los elementos laicistas que la burguesía liberal defendió en su papel de clase secularizada. La «mogigatocracia fue uno de los puntos neurálgicos del ataque liberal contra Isabel II y la camarilla religiosa precedida por la milagrera monja Sor Patrocinio; cf. Cartas de conspiradores..., pp. 111, ss.

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