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ArribaAbajoGramática de la lengua castellana

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ArribaAbajoAdvertencias

Los números intercalados en el texto se refieren a las notas de don Rufino José Cuervo que publicamos a continuación de la obra de Bello.

De acuerdo con la pauta de edición establecida por el mismo Cuervo, para facilitar el manejo de dichas notas y del índice, se ha añadido en caracteres más visibles una numeración que corre del principio al fin de la Gramática; pero al mismo tiempo se han conservado entre paréntesis los párrafos y demás divisiones primitivas, tanto porque son parte integrante de la obra, como a fin de no introducir cambio ninguno en las citas y referencias que Bello hace de un lugar a otro de ella.

En el Estudio Preliminar a la presente edición, escrito por Amado Alonso, las referencias a los párrafos corresponden a la numeración primitiva.

Salvo indicación expresa, las notas de pie de página en el cuerpo de la Gramática son de Bello.



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ArribaAbajoPrólogo

Aunque en esta Gramática hubiera deseado no desviarme de la nomenclatura y explicaciones usuales, hay puntos en que me ha parecido que las prácticas de la lengua castellana podían representarse de un modo más completo y exacto. Lectores habrá que califiquen de caprichosas las alteraciones que en esos puntos he introducido, o que las imputen a una pretensión extravagante de decir cosas nuevas; las razones que alego probarán, a lo menos, que no las he adoptado sino después de un maduro examen. Pero la prevención más desfavorable, por el imperio que tiene aún sobre personas bastante instruidas, es la de aquellos que se figuran que en la gramática las definiciones inadecuadas, las clasificaciones mal hechas, los conceptos falsos, carecen de inconveniente, siempre que por otra parte se expongan con fidelidad las reglas a que se conforma el buen uso. Yo creo, con todo, que esas dos cosas son inconciliables; que el uso no puede exponerse con exactitud y fidelidad sino analizando, desenvolviendo los principios verdaderos que lo dirigen; que una lógica severa es indispensable requisito de toda enseñanza; y que, en el primer ensayo que el entendimiento hace de sí mismo es en el que más importa no acostumbrarle a pagarse de meras palabras.

El habla de un pueblo es un sistema artificial de signos, que bajo muchos respectos se diferencia de los otros sistemas de la misma especie; de que se sigue que cada lengua tiene   —6→   su teoría particular, su gramática. No debemos, pues, aplicar indistintamente a un idioma los principios, los términos, las analogías en que se resumen bien o mal las prácticas de otro. Esta misma palabra idioma95 está diciendo que cada lengua tiene su genio, su fisonomía, sus giros; y mal desempeñaría su oficio el gramático que explicando la suya se limitara a lo que ella tuviese de común con otra, o (todavía peor) que supusiera semejanzas donde no hubiese más que diferencias, y diferencias importantes, radicales. Una cosa es la gramática general, y otra la gramática de un idioma dado: una cosa comparar entre sí dos idiomas, y otra considerar un idioma como es en sí mismo. ¿Se trata, por ejemplo, de la conjugación del verbo castellano? Es preciso enumerar las formas que toma, y los significados y usos de cada forma, como si no hubiese en el mundo otra lengua que la castellana; posición forzada respecto del niño, a quien se exponen las reglas de la sola lengua que está a su alcance, la lengua nativa. Éste es el punto de vista en que he procurado colocarme, y en el que ruego a las personas inteligentes, a cuyo juicio someto mi trabajo, que procuren también colocarse, descartando, sobre todo, las reminiscencias del idioma latino.

En España, como en otros países de Europa, una admiración excesiva a la lengua y literatura de los romanos dio un tipo latino a casi todas las producciones del ingenio. Era ésta una tendencia natural de los espíritus en la época de la restauración de las letras. La mitología pagana siguió suministrando imágenes y símbolos al poeta; y el período ciceroniano fue la norma de la elocución para los escritores elegantes. No era, pues, de extrañar que se sacasen del latín la nomenclatura y los cánones gramaticales de nuestro romance.

Si como fue el latín el tipo ideal de los gramáticos, las circunstancias hubiesen dado esta preeminencia al griego, hubiéramos probablemente contado cinco casos en nuestra declinación en lugar de seis, nuestros verbos hubieran tenido   —7→   no sólo voz pasiva, sino voz media, y no habrían faltado aoristos y paulo-post-futuros en la conjugación castellana96.

Obedecen, sin duda, los signos del pensamiento a ciertas leyes generales, que derivadas de aquellas a que está sujeto el pensamiento mismo, dominan a todas las lenguas y constituyen una gramática universal. Pero si se exceptúa la resolución del razonamiento en proposiciones, y de la proposición en sujeto y atributo; la existencia del sustantivo para expresar directamente los objetos, la del verbo para indicar los atributos y la de otras palabras que modifiquen y determinen a los sustantivos y verbos a fin de que, con un número limitado de unos y otros, puedan designarse todos los objetos posibles, no sólo reales sino intelectuales, y todos los atributos que percibamos o imaginemos en ellos; si exceptuamos esta armazón fundamental de las lenguas, no veo nada que estemos obligados a reconocer como ley universal de que a ninguna sea dado eximirse. El número de las partes de la oración pudiera ser mayor o menor de lo que es en latín o en las lenguas romances. El verbo pudiera tener géneros y el nombre tiempos. ¿Qué cosa más natural que la concordancia del verbo con el sujeto? Pues bien; en griego era no sólo permitido sino usual concertar el plural de los nombres neutros con el singular de los verbos. En el entendimiento dos negaciones se destruyen necesariamente una a otra, y así es también casi siempre en el habla; sin que por eso deje de haber en castellano circunstancias en que dos negaciones no afirman. No debemos, pues, trasladar ligeramente las afecciones de las ideas a los accidentes de las palabras. Se ha errado no poco en filosofía suponiendo a la lengua un trasunto fiel del pensamiento; y esta misma exagerada suposición ha extraviado a la gramática en dirección contraria: unos argüían de la copia al original; otros del original a la copia. En el lenguaje lo convencional y arbitrario   —8→   abraza mucho más de lo que comúnmente se piensa. Es imposible que las creencias, los caprichos de la imaginación, y mil asociaciones casuales, no produjesen una grandísima discrepancia en los medios de que se valen las lenguas para manifestar lo que pasa en el alma; discrepancia que va siendo mayor y mayor a medida que se apartan de su común origen.

Estoy dispuesto a oír con docilidad las objeciones que se hagan a lo que en esta gramática pareciere nuevo; aunque, si bien se mira, se hallará que en eso mismo algunas veces no innovo, sino restauro. La idea, por ejemplo, que yo doy de los casos en la declinación, es la antigua y genuina; y en atribuir la naturaleza de sustantivo al infinito, no hago más que desenvolver una idea perfectamente enunciada en Prisciano: «Vim nominis habet verbum infinitum; dico enim bonum est legere, ut si dicam bona est lectio». No he querido, sin embargo, apoyarme en autoridades, porque para mí la sola irrecusable en lo tocante a una lengua es la lengua misma. Yo no me creo autorizado para dividir lo que ella constantemente une, ni para identificar lo que ella distingue. No miro las analogías de otros idiomas sino como pruebas accesorias. Acepto las prácticas como la lengua las presenta; sin imaginarias elipsis, sin otras explicaciones que las que se reducen a ilustrar el uso por el uso.

Tal ha sido mi lógica. En cuanto a los auxilios de que he procurado aprovecharme, debo citar especialmente las obras de la Academia española y la gramática de don Vicente Salvá. He mirado esta última como el depósito más copioso de los modos de decir castellanos; como un libro que ninguno de los que aspiran a hablar y escribir correctamente nuestra lengua nativa debe dispensarse de leer y consultar a menudo. Soy también deudor de algunas ideas al ingenioso y docto don Juan Antonio Puigblanch en las materias filológicas que toca por incidencia en sus Opúsculos. Ni fuera justo olvidar a Garcés, cuyo libro, aunque sólo se considere como un glosario de voces y frases castellanas de los mejores   —9→   tiempos, ilustradas con oportunos ejemplos, no creo que merezca el desdén con que hoy se le trata.

Después de un trabajo tan importante como el de Salvá, lo único que me parecía echarse de menos era una teoría que exhibiese el sistema de la lengua en la generación y uso de sus inflexiones y en la estructura de sus oraciones, desembarazado de ciertas tradiciones latinas que de ninguna manera le cuadran. Pero cuando digo teoría no se crea que trato de especulaciones metafísicas. El señor Salvá reprueba con razón aquellas abstracciones ideológicas que, como las de un autor que cita, se alegan para legitimar lo que el uso proscribe. Yo huyo de ellas, no sólo cuando contradicen al uso, sino cuando se remontan sobre la mera práctica del lenguaje. La filosofía de la gramática la reduciría yo a representar el uso bajo las fórmulas más comprensivas y simples. Fundar estas fórmulas en otros procederes intelectuales que los que real y verdaderamente guían al uso, es un lujo que la gramática no ha menester. Pero los procederes intelectuales que real y verdaderamente le guían, o en otros términos, el valor preciso de las inflexiones y las combinaciones de las palabras, es un objeto necesario de averiguación; y la gramática que lo pase por alto no desempeñará cumplidamente su oficio. Como el diccionario da el significado de las raíces, a la gramática incumbe exponer el valor de las inflexiones y combinaciones, y no sólo el natural y primitivo, sino el secundario y el metafórico, siempre que hayan entrado en el uso general de la lengua. Éste es el campo que privativamente deben abrazar las especulaciones gramaticales, y al mismo tiempo el límite que las circunscribe. Si alguna vez he pasado este límite, ha sido en brevísimas excursiones, cuando se trataba de discutir los alegados fundamentos ideológicos de una doctrina, o cuando los accidentes gramaticales revelaban algún proceder mental curioso: trasgresiones, por otra parte, tan raras, que sería demasiado rigor calificarlas de importunas.

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Algunos han censurado esta gramática de difícil y oscura. En los establecimientos de Santiago que la han adoptado, se ha visto que esa dificultad es mucho mayor para los que, preocupados por las doctrinas de otras gramáticas, se desdeñan de leer con atención la mía y de familiarizarse con su lenguaje, que para los alumnos que forman por ella sus primeras nociones gramaticales.

Es, por otra parte, una preocupación harto común la que nos hace creer llano y fácil el estudio de una lengua, hasta el grado en que es necesario para hablarla y escribirla correctamente. Hay en la gramática muchos puntos que no son accesibles a la inteligencia de la primera edad; y por eso he juzgado conveniente dividirla en dos cursos, reducido el primero a las nociones menos difíciles y más indispensables, y extensivo el segundo a aquellas partes del idioma que piden un entendimiento algo ejercitado. Los he señalado con diverso tipo97 y comprendido los dos en un solo tratado, no sólo para evitar repeticiones, sino para proporcionar a los profesores del primer curso el auxilio de las explicaciones destinadas al segundo, si alguna vez las necesitaren. Creo, además, que esas explicaciones no serán enteramente inútiles a los principiantes, porque, a medida que adelanten, se les irán desvaneciendo gradualmente las dificultades que para entenderlas se les ofrezcan. Por este medio queda también al arbitrio de los profesores el añadir a las lecciones de la enseñanza primaria todo aquello que de las del curso posterior les pareciere a propósito, según la capacidad y aprovechamiento de los alumnos. En las notas al pie de las páginas llamo la atención a ciertas prácticas viciosas del habla popular de los americanos, para que se conozcan y eviten, y dilucido algunas doctrinas con observaciones que requieren el conocimiento de otras lenguas. Finalmente, en las notas que he colocado al fin del libro me extiendo sobre algunos puntos controvertibles, en que juzgué no estarían de más las explicaciones para satisfacer a los lectores instruidos. Parecerá algunas veces que se han acumulado profusamente los   —11→   ejemplos; pero sólo se ha hecho cuando se trataba de oponer la práctica de escritores acreditados a novedades viciosas, o de discutir puntos controvertidos, o de explicar ciertos procederes de la lengua a que creía no haberse prestado atención hasta ahora.

He creído también que en una gramática nacional no debían pasarse por alto ciertas formas y locuciones que han desaparecido de la lengua corriente; ya porque el poeta y aun el prosista no dejan de recurrir alguna vez a ellas, y ya porque su conocimiento es necesario para la perfecta inteligencia de las obras más estimadas de otras edades de la lengua. Era conveniente manifestar el uso impropio que algunos hacen de ellas, y los conceptos erróneos con que otros han querido explicarlas; y si soy yo el que ha padecido error, sirvan mis desaciertos de estímulo a escritores más competentes, para emprender el mismo trabajo con mejor suceso.

No tengo la pretensión de escribir para los castellanos. Mis lecciones se dirigen a mis hermanos, los habitantes de Hispano-América. Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español derramadas sobre los dos continentes. Pero no es un purismo supersticioso lo que me atrevo a recomendarles. El adelantamiento prodigioso de todas las ciencias y las artes, la difusión de la cultura intelectual y las revoluciones políticas, piden cada día nuevos signos para expresar ideas nuevas, y la introducción de vocablos flamantes, tomados de las lenguas antiguas y extranjeras, ha dejado ya de ofendernos, cuando no es manifiestamente innecesaria, o cuando no descubre la afectación y mal gusto de los que piensan engalanar así lo que escriben. Hay otro vicio peor, que es el prestar acepciones nuevas a las palabras y frases conocidas, multiplicando las anfibologías de que por la variedad de significados de cada palabra adolecen más o menos las lenguas todas, y acaso en mayor proporción las   —12→   que más se cultivan, por el casi infinito número de ideas a que es preciso acomodar un número necesariamente limitado de signos. Pero el mayor mal de todos, y el que, si no se ataja, va a privarnos de las inapreciables ventajas de un lenguaje común, es la avenida de neologismos de construcción, que inunda y enturbia mucha parte de lo que se escribe en América, y alterando la estructura del idioma, tiende a convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros; embriones de idiomas futuros, que durante una larga elaboración reproducirían en América lo que fue la Europa en el tenebroso período de la corrupción del latín. Chile, el Perú, Buenos Aires, México, hablarían cada uno su lengua, o por mejor decir, varias lenguas, como sucede en España, Italia y Francia, donde dominan ciertos idiomas provinciales, pero viven a su lado otros varios, oponiendo estorbos a la difusión de las luces, a la ejecución de las leyes, a la administración del Estado, a la unidad nacional. Una lengua es como un cuerpo viviente: su vitalidad no consiste en la constante identidad de elementos, sino en la regular uniformidad de las funciones que éstos ejercen, y de que proceden la forma y la índole que distinguen al todo.

Sea que yo exagerare o no el peligro, él ha sido el principal motivo que me ha inducido a componer esta obra, bajo tantos respectos superior a mis fuerzas. Los lectores inteligentes que me honren leyéndola con alguna atención, verán el cuidado que he puesto en demarcar, por decirlo así, los linderos que respeta el buen uso de nuestra lengua, en medio de la soltura y libertad de sus giros, señalando las corrupciones que más cunden hoy día, y manifestando la esencial diferencia que existe entre las construcciones castellanas y las extranjeras que se les asemejan hasta cierto punto, y que solemos imitar sin el debido discernimiento.

No se crea que recomendando la conservación del castellano sea mi ánimo tachar de vicioso y espurio todo lo que es peculiar de los americanos. Hay locuciones castizas que en la Península pasan hoy por anticuadas y que subsisten tradicionalmente   —13→   en Hispano-América. ¿Por qué proscribirlas? Si según la práctica general de los americanos es más analógica la conjugación de algún verbo, ¿por qué razón hemos de preferir la que caprichosamente haya prevalecido en Castilla? Si de raíces castellanas hemos formado vocablos nuevos, según los procederes ordinarios de derivación que el castellano reconoce, y de que se ha servido y se sirve continuamente para aumentar su caudal, ¿qué motivos hay para que nos avergoncemos de usarlos? Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada. En ellas se peca mucho menos contra la pureza y corrección del lenguaje, que en las locuciones afrancesadas, de que no dejan de estar salpicadas hoy día aun las obras más estimadas de los escritores peninsulares.

He dado cuenta de mis principios, de mi plan y de mi objeto, y he reconocido, como era justo, mis obligaciones a los que me han precedido. Señalo rumbos no explorados, y es probable que no siempre haya hecho en ellos las observaciones necesarias para deducir generalidades exactas. Si todo lo que propongo de nuevo no pareciere aceptable, mi ambición quedará satisfecha con que alguna parte lo sea, y contribuya a la mejora de un ramo de enseñanza, que no es ciertamente el más lucido, pero es uno de los más necesarios.



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ArribaAbajoNociones preliminares

1 (1). La gramática de una lengua es el arte de hablarla correctamente, esto es, conforme al buen uso, que es el de la gente educada.

2 (a). Se prefiere este uso porque es el más uniforme en las varias provincias y pueblos que hablan una misma lengua, y por lo tanto el que hace que más fácil y generalmente se entienda lo que se dice; al paso que las palabras y frases propias de la gente ignorante varían mucho de unos pueblos y provincias a otros, y no son fácilmente entendidas fuera de aquel estrecho recinto en que las usa el vulgo.

3 (b). Se llama lengua castellana (y con menos propiedad española) la que se habla en Castilla y que con las armas y las leyes de los castellanos pasó a la América, y es hoy el idioma común de los Estados hispano-americanos.

4 (c). Siendo la lengua el medio de que se valen los hombres para comunicarse unos a otros cuanto saben, piensan y sienten, no puede menos de ser grande la utilidad de la Gramática, ya para hablar de manera que se comprenda bien lo que decimos (sea de viva voz o por escrito), ya para fijar con exactitud el sentido de lo que otros han dicho; lo cual abraza nada menos que la acertada enunciación y la genuina interpretación de las leyes, de los contratos, de los testamentos, de los libros, de la correspondencia escrita; objetos en que se interesa cuanto hay de más precioso y más importante en la vida social.

5 (2). Toda lengua consta de palabras diversas, llamadas también dicciones, vocablos, voces. Cada palabra es un signo que representa por sí solo alguna idea o pensamiento, y que construyéndose, esto es, combinándose, ya con unos, ya con otros signos de la misma especie, contribuye a expresar diferentes conceptos, y a manifestar así lo que pasa en el alma del que habla.

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6 (3). El bien hablar comprende la estructura material de las palabras, su derivación y composición, la concordancia o armonía que entre varias clases de ellas ha establecido el uso, y su régimen o dependencia mutua.

La concordancia y el régimen forman la construcción o sintaxis.




ArribaAbajoCapítulo I

Estructura material de las palabras


7 (4). Si atendemos a la estructura material de las palabras, esto es, a los sonidos de que se componen, veremos que todas ellas se resuelven en un corto número de sonidos elementales, esto es, irresolubles en otros1. De éstos los unos pueden pronunciarse separadamente con la mayor claridad y distinción, y se llaman vocales; los representamos por las letras a, e, i, o, u; a, e, o, son sonidos vocales llenos; i, u, débiles2. De los otros ninguno puede pronunciarse por sí solo, a lo menos de un modo claro y distinto; y para que se perciban claramente, es necesario que suenen con algún sonido vocal: llámanse por eso consonantes. Tales son los que representamos por las letras b, c, ch, d, f, g, j, [l,] ll, m, n, ñ, p, r, rr, s, [t,] v, y, z; combinados con el sonido vocal a en ba, ca, cha, da, fa, ga, [ja,] la, lla, ma, na, ña, pa, ar, rra, sa, ta, va, ya, za. Tenemos, pues, cinco sonidos, vocales y veinte sonidos consonantes en castellano; la reunión de las letras o caracteres que los representan es nuestro alfabeto.

8. La h, que también figura en él, no representa por sí sola sonido alguno; pero en unas pocas voces como ah, oh, hé, que parecen la expresión natural de ciertos afectos, pues se encuentran en todos los idiomas, pintamos con este signo la aspiración o esfuerzo particular con que solemos pronunciar la vocal que le precede o sigue.

9. La h que viene seguida de dos vocales de las cuales la primera es u, y la segunda regularmente e, como en hueso,   —17→   huérfano, ahuecar, parece representar un verdadero sonido consonante, aunque tenuísimo, que se asemeja un poco al de la g en gula, agüero.

10. En todos los demás casos es enteramente ociosa la h, y la miraremos como no existente. Serán, pues, vocales concurrentes, o que se suceden inmediatamente una a otra, a o en ahora, como en caoba; e u en rehuye, como en reúne.

11. Hay en nuestro alfabeto otro signo, el de la q, que, según el uso corriente, viene siempre seguido de una u que no se pronuncia ni sirve de nada en la escritura. Esta combinación qu se escribe sólo antes de las vocales e, i, como en aquel, aquí, y se le da el valor que tiene la c en las dicciones, cama, coro, cuna, clima, crema.

12. La u deja también de pronunciarse muchas veces cuando se halla entre la consonante g y una de las vocales e, i, como en guerra, aguinaldo. La combinación gu tiene entonces el mismo valor de la g en las dicciones gala, gola, gula, gloria, grama; y no es ociosa la u, porque si no se escribiese, habría el peligro de que se pronunciase la g con el sonido j, que muchos le dan todavía escribiendo general, gente, gime, ágil, frágil, etc. Cuando la u suena entre la g y la vocal e ó i, se acostumbra señalarla con los dos puntitos llamados crema, como en vergüenza, argüir.

13. La x, otro signo alfabético, no denota un sonido particular sino los dos que corresponderían a gs o a cs, como en la palabra examen, que se pronuncia egsamen o ecsamen.

14. En fin, la k y la w (llamada doble u) sólo se usan en nombres de personas, lugares, dignidades y oficios extranjeros, como Newton, Franklin, Washington, Westminster, alwacir (gobernador, mayordomo de palacio, entre los árabes), walí (prefecto, caudillo entre los mismos), etc.

15 (5). Aunque letras significa propiamente los caracteres escritos de que se compone el alfabeto, suele darse este nombre, no sólo a los signos alfabéticos, sino a los sonidos denotados por ellos. De aquí es que decimos en uno y otro   —18→   sentido las vocales, las consonantes, subentendiendo letras. Los sonidos consonantes se llaman también articulaciones y sonidos articulados.

16 (6). Combinándose unos con otros los sonidos elementales forman palabras; bien que basta a veces un solo sonido, con tal que sea vocal, para formar palabra; como a cuando decimos voy a casa, atiendo a la lección; o como y3 cuando decimos Madrid y Lisboa, va y viene.

17 (a). Cada palabra consta de uno o más miembros, cada uno de los cuales puede proferirse por sí solo perfectamente, y es indivisible en otros en que pueda hacerse lo mismo; reproduciendo todos juntos la palabra entera. Por ejemplo, gramática consta de cuatro miembros indivisibles, gra-má-ti-ca; y si quisiéramos dividir cada uno de éstos en otros, no podríamos, sin alterar u oscurecer algunos de los sonidos componentes. Así, del miembro gra pudiéramos sacar el sonido a, pero quedarían oscuros y difíciles de enunciar los sonidos gr.

18 (7). Llámanse sílabas los miembros o fracciones de cada palabra, separables e indivisibles4. Las palabras, según el número de sílabas de que se componen, se llaman monosílabas (de una sílaba), disílabas (de dos sílabas), trisílabas (de tres), polisílabas (de muchas).

19 (8). Cuando una consonante se halla en medio de dos vocales, pudiera dudarse con cuál de las dos forma sílaba. Parecerá, por ejemplo, que pudiéramos dividir la dicción pelar en las sílabas pel-ar, no menos bien que en las sílabas pe-lar. Pero en los casos de esta especie nos es natural referir a la vocal siguiente toda consonante que pueda hallarse en principio de dicción5. La l puede principiar dicción, como se ve en laúd, león, libro, loma, luna. Debemos, pues, dividir la palabra pelar en las sílabas pe-lar, juntando la l con la a.

20. No sucede lo mismo en París. Ninguna dicción castellana principia por el sonido que tiene la r en París. Al contrario, hay muchas que terminan por esta letra, como cantar, placer, morir, flor, segur. Por consiguiente, la división natural de París es en las dos sílabas Par-ís.

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21 (9). Cuando concurren dos consonantes en medio de dicción, como en monte, es necesario las más veces juntar la primera con la vocal precedente y la segunda con la siguiente: mon-te.

22 (10). Pero hay combinaciones binarias de sonidos articulados, por las cuales puede principiar dicción, como lo vemos en blasón, brazo, clamor, cría, droga, flema, franja, gloria, grito, pluma, preso, tlascalteca, trono. Sucede entonces que la segunda consonante se aproxima de tal modo a la primera, que parece como embeberse en ella. Decimos por eso que se liquida, y la llamamos líquida. La primera se llama licuante.

23. No hay en castellano otras líquidas que la l y la r (pronunciándose esta última con el sonido suave que tiene en ara, era, mora); ni más licuantes que la b, la c (pronunciada con el sonido fuerte que le damos en casa, coro, cuna), la d, la f, la g (pronunciada con el sonido suave que le damos en gala, gola, gula), la p y la t.

24. Las combinaciones de licuante y líquida se refieren siempre a la vocal que sigue, como en ha-blar, a-bril, te-cla, cua-dro, a-fluencia, aza-frán, co-pla, a-tlántico, le-tra; a menos que la l o la r deje de liquidarse verdaderamente, como sucede en sublunar, subrogación, que no se pronuncian su-blu-nar, su-bro-ga-ción, sino sub-lu-nar, sub-ro-gación, y deben, por consiguiente, dividirse de este segundo modo; lo que podría, con respecto a la r, indicarse en la escritura, duplicando esta letra (subrrogación); pues la r tiene en este caso el sonido de la rr.

25 (11). Juntándose tres o cuatro consonantes, de las cuales la segunda es s, referimos ésta y la articulación precedente a la vocal anterior, como en pers-pi-ca-cia, cons-tan-te, trans-cri-bir. La razón es porque ninguna dicción castellana principia por s líquida (que así se llama en la gramática latina la s inicial seguida de consonante, como en stella, sperno); al paso que algunas terminan en s precedida de consonante, como fénix (que se pronuncia fénigs o fénics).

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26 (a). Como la x representa dos articulaciones distintas, de las cuales la primera forma sílaba con la vocal anterior, y la segunda con la vocal que sigue (examen, eg-sa-men, ec-sa-men), es evidente que de ninguna de las dos vocales puede en la escritura separarse la x, sin despedazar una sílaba; ni ex-a-men, ni e-xa-men, representan el verdadero silabeo de esta palabra, o los miembros en que naturalmente se resuelve. Sin embargo, cuando a fin de renglón ocurre separarse las dos sílabas a que pertenece por mitad la x, es preferible juntarla con la vocal anterior, porque ninguna dicción castellana principia por esta letra, y algunas terminan en ella.

27 (b). Apenas parece necesario advertir que los caracteres de que se componen las letras ch, ll, rr, no deben separarse el uno del otro, porque juntos presentan sonidos indivisibles. La misma razón habría para silabear guer-ra, que coc-he, bul-la6.

28 (c). Cuando concurren en una dicción dos vocales, puede dudarse si pertenecen a sílabas distintas o a una misma. Parecerá, por ejemplo, a primera vista que podemos dividir la palabra cautela en las cuatro sílabas ca-u-te-la; pero silabeando así, la combinación au duraría demasiado tiempo, y desnaturalizaríamos por consiguiente la dicción, porque en ella, si la pronunciamos correctamente, el sonido de la u no debe durar más que el brevísimo espacio que una consonante ocuparía; el mismo, por ejemplo, que la p ocupa en captura; de que se sigue que cautela se divide en las tres sílabas cau-te-la. Al contrario, rehusar se divide naturalmente en las tres sílabas re-hu-sar, porque esta dicción se pronuncia en el mismo tiempo que reputar; gastándose en proferir la combinación eu el mismo tiempo que si mediara una consonante (miramos las voces e u como concurrentes, porque la h no tiene aquí sonido alguno). Esto hace ver que98

29 (12). Para el acertado silabeo de las palabras es preciso atender a la cantidad de las vocales concurrentes, esto es, al tiempo que gastamos en pronunciarlas. Si, pronunciada correctamente una palabra, se gasta en dos vocales concurrentes el mismo tiempo que se gastaría poniendo una consonante entre ellas, debemos mirarlas como separables y referirlas a sílabas distintas; así sucede en ca-ído, ba-úl, re-íme, re-hu-sar, sa-ra-o, océ-a-no, fi-ando, continú-a. Pero si se emplea tan breve tiempo en proferir las vocales concurrentes que no pueda menos de alargarse con la interposición de una consonante, debemos mirarlas como inseparables y   —21→   formar con ellas una sola sílaba; así sucede en nai-pe, flauta, pei-ne, reu-ma, doi-te, cam-bio, fra-guo; donde las vocales i u no ocupan más lugar que el de una consonante. Se llama diptongo la concurrencia de dos vocales en una sola sílaba.

30 (13). En castellano pueden concurrir hasta tres vocales en una sola sílaba de la dicción, formando lo que se llama triptongo, como en cam-biáis, fra-guáis. En efecto, si silabeásemos cam-bi-áis, haríamos durar la dicción el mismo espacio de tiempo que se gasta en combináis, y desnaturalizaríamos su legítima pronunciación; y lo mismo sucedería si silabeásemos cam-bia-is, pronunciándola en el mismo tiempo que cambiados. Luego en cambiáis las tres vocales concurrentes i, a, i, pertenecen a una sola sílaba; al revés de lo que sucede con las tres de fiáis, que se pronuncia en igual tiempo que fináis, y en las dos de país, cuyas vocales concurrentes duran tanto como las de París. Así, país es disílabo, perteneciendo cada vocal a distinta sílaba; fiáis disílabo, perteneciendo la primera i a la primera sílaba, y el diptongo ai a la segunda; y cambiáis, también disílabo, formando las tres últimas vocales un triptongo.

31 (14). Si importa atender a la cantidad de las vocales para la división de las dicciones en sus verdaderas sílabas o fracciones indivisibles, no importa menos atender al acento, que da a cada palabra una fisonomía, por decirlo así, peculiar, siendo él a veces la sola cosa que las diferencia unas de otras, como se notará comparando estas tres dicciones: vário, varío, varió, y estas otras tres: líquido, liquído, liquidó.

32 (15). El acento consiste en una levísima prolongación de la vocal que se acentúa, acompañada de una ligera elevación del tono7. Las vocales acentuadas se llaman agudas, y las otras graves. Las dicciones en que el acento cae sobre la última sílaba (que no es lo mismo que sobre la última vocal), se llaman también agudas, como varió, jabalí, corazón, veréis, fraguáis; aquellas en que cae sobre la penúltima   —22→   sílaba, llanas o graves, como varío, conáto, márgen, péine, cámbio, cuénto; aquellas en que cae sobre la antepenúltima sílaba, esdrújulas, como líquido, lágrima, régimen, cáustico, diéresis; y en fin, aquellas en que sobre una sílaba anterior a la antepenúltima (lo que sólo sucede en palabras compuestas, es decir, en cuya formación han entrado dos o más palabras), sobreesdrújulas, como cumpliéramoslo, daríamostela.

33 (16). Lo que se ha dicho sobre la estructura y silabeo de las palabras castellanas no es aplicable a los vocablos extranjeros, en que retenemos la escritura y, en cuanto nos es posible, la pronunciación de su origen.




ArribaAbajoCapítulo II

Clasificación de las palabras por sus varios oficios


34 (17). Atendiendo ahora a los varios oficios de las palabras en el razonamiento, podemos reducirlas a siete clases, llamadas Sustantivo, Adjetivo, Verbo, Adverbio, Preposición, Conjunción, Interjección. Principiamos por el verbo, que es la más fácil de conocer y distinguir99-8.


Verbo

35 (18). Tomemos una frase cualquiera sencilla, pero que haga sentido completo, verbigracia: el niño aprende, los árboles crecen. Podemos reconocer en cada una de estas dos frases dos partes diversas: la primera significa una cosa o porción de cosas, el niño, los árboles; la segunda da a conocer lo que acerca de ella o ellas pensamos, aprende, crecen. Llámase la primera sujeto o supuesto, y la segunda atributo; denominaciones que se aplican igualmente a las palabras y a los conceptos que declaramos con ellas. El sujeto y el atributo unidos forman la proposición100.

  —23→  

36 (19). Entre estas dos partes hay una correspondencia constante. Si en lugar de el niño ponemos los niños, y en lugar de los árboles, el árbol, es necesario que en la primera proposición digamos aprenden, y en la segunda crece. Si el sujeto es uno, se dice aprende, crece; si más de uno, aprenden, crecen. El atributo varía, pues, de forma, según el sujeto significa unidad o pluralidad, o en otros términos, según el sujeto está en número singular o plural. No hay más que dos números en nuestra lengua.

37 (20). No es esto sólo. Hablando del niño se dice que aprende; si el niño hablase de sí mismo, diría yo aprendo, y si hablando del niño le dirigiésemos la palabra, diríamos tú aprendes. En el plural sucede otro tanto. Hablando de muchos niños sin dirigirles la palabra, decimos aprenden; nosotros aprendemos, dirían ellos hablando de sí, o uno de ellos que hablase de todos; y vosotros aprendéis, diríamos a todos ellos juntos o a cualquiera de ellos, hablando de todos.

Yo es primera persona de singular, , segunda persona del mismo número; nosotros, primera persona de plural, vosotros, segunda; toda cosa o conjunto de cosas que no es primera o segunda persona, es tercera de singular o plural, con cualquiera palabra que la designemos.

38 (21). Vemos, pues, que la forma del atributo varía con el número y persona del sujeto. La palabra persona que comúnmente, y aun en la gramática, suele significar lo que tiene vida y razón, lleva en el lenguaje gramatical otro significado más, denotando las tres diferencias de primera, segunda y tercera, y comprendiendo en este sentido a los brutos y los seres inanimados no menos que a las verdaderas personas.

39 (22). Observemos ahora que en las proposiciones el niño aprende, los árboles crecen, atribuimos al niño y a los árboles una cualidad o acción que suponemos coexistente con el momento mismo en que estamos hablando. Supongamos que el aprender el niño no sucediese ahora, sino que   —24→   hubiese sucedido tiempo ha; se diría, por ejemplo, en las tres personas de singular, yo aprendí, tú aprendiste, el niño aprendió, y en las tres de plural, nosotros aprendimos, vosotros aprendisteis, ellos aprendieron. De la misma manera, yo crecí, tú creciste, el árbol creció, nosotros crecimos, vosotros crecisteis, los árboles crecieron. Varía, pues, también la forma del atributo para significar el tiempo del mismo atributo, entendiéndose por tiempo el ser ahora, antes o después, con respecto al momento mismo en que se habla; por lo que todos los tiempos del atributo se pueden reducir a tres: presente, pasado y futuro.

Hay todavía otras especies de variaciones de que es susceptible la forma del atributo, pero basta el conocimiento de éstas para nuestro objeto presente.

40 (23). En las proposiciones el niño aprende, los árboles crecen, el atributo es una sola palabra. Si dijésemos el niño aprende mal, o aprende con dificultad, o aprende cosas inútiles, o aprendió la aritmética el año pasado, el atributo constaría de muchas palabras, pero siempre habría entre ellas una cuya forma indicaría la persona y número del sujeto y el tiempo del atributo. Esta palabra es la más esencial del atributo; es por excelencia el atributo mismo, porque todas las otras de que éste puede constar no hacen más que referirse a ella, explicando o particularizando su significado. Llamámosla verbo. El verbo es, pues, una palabra que denota el atributo de la proposición, indicando juntamente el número y persona del sujeto y el tiempo del mismo atributo101.




Sustantivo

41 (24). Como el verbo es la palabra esencial y primaria del atributo, el sustantivo es la palabra esencial y primaria del sujeto, el cual puede también componerse de muchas palabras, dominando entre ellas un sustantivo, a que se refieren todas las otras, explicando o particularizando su   —25→   significado, o, como se dice ordinariamente, modificándolo. Tal es niño, tal es árboles, en las dos proposiciones de que nos hemos servido como ejemplos. Si dijésemos, el niño aplicado, un niño dotado de talento, la plaza mayor de la ciudad, los árboles fructíferos, algunas plantas del jardín, particularizaríamos el significado de niño, de plaza, de árboles, de plantas, y cada una de estas palabras podría ser en su proposición la dominante, de cuyo número y persona dependería la forma del verbo. El sustantivo es, pues, una palabra que puede servir para designar el sujeto de la proposición. Se dice que puede servir, no que sirve, porque, además de esta función, el sustantivo ejerce otras, como después veremos. El verbo, al contrario, ejerce una sola, de que ninguna otra palabra es susceptible. Por eso, y por la variedad de sus formas, no hay ninguna que tan fácilmente se reconozca y distinga, ni que sea tan a propósito para guiarnos en el conocimiento de las otras.

42 (25). Como al verbo se refieren todas las otras palabras del atributo, y al sustantivo todas las otras del sujeto, y como el verbo mismo se refiere a un sustantivo, ya se echa de ver que el sustantivo sujeto es en la proposición la palabra primaria y dominante, y a la que, directa o indirectamente, miran todas las otras de que la proposición se compone.

43 (26). Los sustantivos significan directamente los objetos en que pensamos, y tienen a menudo dos números, denotando ya la unidad, ya la pluralidad de los mismos objetos; para lo que toman las más veces formas diversas, como niño, niños, árbol, árboles.




Adjetivo

44 (a). Las cosas en que podemos pensar son infinitas, puesto que no sólo son objetos del pensamiento los seres reales que conocemos, sino todos aquellos que nuestra imaginación se fabrica; de que se sigue que en la mayor parte de los casos es imposible dar a conocer por medio de un sustantivo, sin el auxilio de otras palabras, aquel objeto particular en que estamos pensando. Para ello necesitamos a menudo combinarlo   —26→   con otras palabras que lo modifiquen, diciendo, por ejemplo, el niño instruido, el niño de poca edad, los árboles silvestres, las plantas del huerto.

45 (27). Entre las palabras de que nos servimos para modificar el sustantivo, hay unas que, como el verbo, se refieren a él y lo modifican directamente, pero que se diferencian mucho del verbo, porque no se emplean para designar primariamente el atributo, ni envuelven la multitud de indicaciones de que bajo sus varias formas es susceptible el verbo. Llámanse adjetivos, porque suelen añadirse al sustantivo, como en niño instruido, metales preciosos. Pero sucede también muchas veces que, sin embargo de referirse directamente a un sustantivo, no se le juntan; como cuando decimos el niño es o me parece instruido; proposiciones en que instruido, refiriéndose al sustantivo sujeto, forma parte del atributo.

46 (28). Casi todos los adjetivos tienen dos números, variando de forma para significar la unidad o pluralidad del sustantivo a que se refieren: casa grande, casas grandes, ciudad hermosa, ciudades hermosas.

47 (29). De dos maneras puede modificar el adjetivo al sustantivo; o agregando a la significación del sustantivo algo que necesaria o naturalmente no está comprendido en ella, o desenvolviendo, sacando de su significación, algo de lo que en ella se comprende, según la idea que nos hemos formado del objeto. Por ejemplo, la timidez y la mansedumbre no son cualidades que pertenezcan propiamente al animal, pues hay muchos animales que son bravos o fieros; pero son cualidades propias y naturales de la oveja, porque toda oveja es naturalmente tímida y mansa. Si decimos, pues, los animales mansos, indicaremos especies particulares de animales; pero si decimos las mansas ovejas, no señalaremos una especie particular de ovejas, sino las ovejas en general, atribuyéndoles, como cualidad natural y propia de todas ellas, el ser mansas. En el primer caso el adjetivo particulariza, especifica, en el segundo desenvuelve, explica.   —27→   El adjetivo empleado en este segundo sentido es un epíteto del objeto y se llama predicado102-9.

48 (30). Lo más común en castellano es anteponer al sustantivo los epítetos cortos y posponerle los adjetivos especificantes, como se ve en mansas ovejas y animales mansos; pero este orden se invierte a menudo, principalmente en verso.

49 (31). Hay otra cosa que notar en los adjetivos, y es que teniendo muchos de ellos dos terminaciones en cada número, como hermoso, hermosa, no podemos emplear a nuestro arbitrio cualquiera de ellas con un sustantivo dado, porque si, verbigracia, decimos niño, árbol, palacio, tendremos que decir forzosamente niño hermoso, árbol hermoso, palacio hermoso (no hermosa); y si decimos niña, planta, casa, sucederá lo contrario; tendremos que decir hermosa niña, hermosa planta, casa hermosa (no hermoso).

Llamamos segunda terminación de los adjetivos (cuando tienen más de una en cada número) la singular en a, y la plural en as; la otra se llama primera, y ordinariamente la singular es en o, la plural en os.

50. Hay, pues, sustantivos que no se juntan sino con la primera terminación de los adjetivos, y sustantivos que no se juntan sino con la segunda. De aquí la necesidad de dividir los sustantivos en dos clases. Los que se construyen con la primera terminación del adjetivo se llaman masculinos, porque entre ellos se comprenden especialmente aquellos que significan sexo masculino, como niño, emperador, león; y los que se construyen con la segunda se llaman femeninos, a causa de comprenderse especialmente en ellos los que significan sexo femenino, verbigracia, niña, emperatriz, leona. Son, pues, masculinos árbol, palacio, y femeninos planta, casa, sin embargo de que ni los primeros significan macho, ni los segundos hembra.

51 (32). Hay sustantivos que sin variar de terminación significan ya un sexo, ya el otro, y piden, en el primer   —28→   caso, la primera terminación del adjetivo, y en el segundo, la segunda. De este número son mártir, testigo, pues se dice el santo mártir, la santa mártir, el testigo y la testigo. Estos sustantivos se llaman comunes, que quiere decir, comunes de los dos géneros masculino y femenino.

52 (33). Pero también hay sustantivos que, denotando seres vivientes, se juntan siempre con una misma terminación del adjetivo, que puede ser masculina, aunque el sustantivo se aplique accidentalmente a hembra, y femenina, aunque con el sustantivo se designe varón o macho. Así, aun hablando de un hombre decimos que es una persona discreta, y aunque hablemos de una mujer, podemos decir que es el dueño de la casa103. Así también, liebre se usa como femenino, aun cuando se habla del macho; y buitre como masculino, sin embargo de que con este sustantivo se designe la hembra. Dáseles el nombre de epicenos, es decir, más que comunes.

Suelen agregarse a los epicenos (cuando es necesario distinguir el sexo) los sustantivos macho, hembra: la liebre macho, el buitre hembra.

53 (34). En fin, hay un corto número de sustantivos que se usan como masculinos y como femeninos, sin que esta variedad de terminación corresponda a la de sexo, del que generalmente carecen. De esta especie es el sustantivo mar, pues decimos mar tempestuoso y mar tempestuosa. Los llamamos ambiguos.

54 (35). La clase a que pertenece el sustantivo, según la terminación del adjetivo con que se construye, cuando   —29→   éste tiene dos en cada número, se llama género. Los géneros, según lo dicho, no son más de dos en castellano, masculino y femenino. Pero atendiendo a la posibilidad de emplear ciertos sustantivos, ya en un género, ya en otro, llamamos unigéneres (a que pertenecen los epicenos) los que no mudan de género; como rey, mujer, buitre; comunes los que varían de género según el sexo a que se aplican, como mártir, testigo; y ambiguos los que mudan de género sin que esta variación corresponda a la de sexo, como mar.

55 (a). Es evidente que si todos los adjetivos tuviesen una sola terminación en cada número, no habría géneros en nuestra lengua; que pues en cada número no admite adjetivo alguno castellano más que dos formas que se construyan con sustantivos diferentes, no podemos tener bajo este respecto más de dos géneros; y que si en cada número tuviesen algunos adjetivos tres o cuatro terminaciones, con cada una de las cuales se combinasen ciertos sustantivos y no con las otras, tendríamos tres o cuatro géneros en castellano. Después (capítulo XV) veremos que hay en nuestra lengua algunos sustantivos que, bajo otro respecto que explicaremos, son neutros, esto es, ni masculinos ni femeninos; pero esos mismos, bajo el punto de vista de que ahora se trata, son masculinos, porque se construyen con la primera terminación del adjetivo.

56 (36). A veces se calla el sustantivo a que se refiere el adjetivo, como cuando decimos los ricos, subentendiendo hombres; la vecina, subentendiendo mujer; el azul, subentendiendo color; o como cuando después de haber hecho uso de la palabra capítulo, decimos, el anterior, el primero, el segundo, subentendiendo capítulo. En estos casos el adjetivo parece revestirse de la fuerza del sustantivo tácito, y se dice que se sustantiva.

57 (37). Sucede también que el adjetivo se toma en toda la generalidad de su significado, sin referirse a sustantivo alguno, como cuando decimos que los edificios de una ciudad no tienen nada de grandioso, esto es, nada de aquello a que solemos dar ese título. Ésta es otra manera de sustantivarse el adjetivo104.

  —30→  

58 (a). Dícese sustantivamente el sublime, el ridículo, el patético, el necesario, el superfluo, el sumo posible. «Infelices cuya existencia se reduce al mero necesario» (Jovellanos). «Todo impuesto debe salir del superfluo y no del necesario de la fortuna de los contribuyentes» (el mismo). El sumo posible ocurre muchas veces en este esmerado escritor. Pero estas locuciones son excepcionales, y es preciso irse con tiento en ellas.

59 (38). Por el contrario, podemos servirnos de un sustantivo para especificar o explicar otra palabra de la misma especie, como cuando decimos, el profeta rey, la dama soldado; la luna, satélite de la tierra; rey especifica a profeta; soldado a dama, satélite de la tierra no especifica, es un epíteto o predicado de la luna; en los dos primeros ejemplos el segundo sustantivo particulariza al primero; en el tercero lo explica. El sustantivo, sea que especifique o explique a una palabra de la misma especie, se adjetiva; y puede ser de diferente género que el sustantivo modificado por él, como se ve en la dama soldado, y hasta de diferente número, como en las flores, ornamento de la tierra. Dícese hallarse en aposición cuando se construye directamente con otro sustantivo, como en todos los ejemplos anteriores. En Colón fue el descubridor de la América, descubridor es un epíteto o predicado de Colón, y por tanto se adjetiva; pero no está en aposición a este sustantivo, porque sólo se refiere a él por medio del verbo, con el cual se construye.

60 (39). El último ejemplo manifiesta que un adjetivo o sustantivo adjetivado puede hallarse en dos relaciones diversas a un mismo tiempo: especificando a un verbo, y sirviendo de predicado a un sustantivo: Tú eres feliz; ellas viven tranquilas; la mujer cayó desmayada; la batalla quedó indecisa.

61 (40). Este cambio de oficios entre el sustantivo y el adjetivo, y el expresar uno y otro con terminaciones semejantes la unidad y la pluralidad, pues uno y otro forman sus plurales añadiendo s o es, ha hecho que se consideren como pertenecientes a una misma clase de palabras, con el título de nombres.

  —31→  

62 (41). Los nombres y los verbos son generalmente palabras declinables, esto es, palabras que varían de terminación para significar ciertos accidentes de número, de género, de persona, de tiempo, y algunos otros que se darán a conocer más adelante.

63 (42). En las palabras declinables hay que distinguir dos partes: la raíz, esto es, la parte generalmente invariable (que, por ejemplo, en el adjetivo famoso comprende los sonidos famos, y en el verbo aprende los sonidos aprend), y la terminación, inflexión o desinencia, esto es, la parte que varía (que en aquel adjetivo es o, a, os, as, y en el verbo citado o, es, e, emos, eis, en, etc.). La declinación de los nombres es la que más propiamente se llama así; la de los verbos se llama casi siempre conjugación.




Adverbio

64 (43). Como el adjetivo modifica al sustantivo y al verbo, el adverbio modifica al verbo y al adjetivo; al verbo, verbigracia, corre aprisa, vienen despacio, escribe elegantemente; al adjetivo, como en una lección bien aprendida, una carta mal escrita, costumbres notoriamente depravadas, plantas demasiado frondosas. Sucede también que un adverbio modifica a otro, como en estas proposiciones: el ave volaba muy aceleradamente, la función terminó demasiado tarde. Nótese la graduación de modificaciones: demasiado modifica a tarde, y tarde a terminó, como muy a aceleradamente, y aceleradamente a volaba; además terminó y volaba son, como atributos, verdaderos modificativos de los sujetos la función, el ave.




Preposición

65 (44). No es el adjetivo, aun prescindiendo del verbo, el único medio de modificar sustantivos, ni el adverbio el único medio de modificar adjetivos, verbos y adverbios. Tenemos una manera de modificación que sirve igualmente   —32→   para todas las especies de palabras que acabamos de enumerar.

Cuando se dice el libro, naturalmente se ofrecen varias referencias o relaciones al espíritu: ¿quién es el autor de ese libro? ¿Quién su dueño? ¿Qué contiene? Y declaramos estas relaciones diciendo: un libro de Iriarte (compuesto por Iriarte), un libro de Pedro (cuyo dueño es Pedro), un libro de fábulas (que contiene fábulas). De la misma manera cuando decimos que alguien escribe, pueden ocurrir al entendimiento estas varias referencias: ¿qué escribe? ¿A quién escribe? ¿Dónde escribe? ¿En qué material escribe? ¿Sobre qué asunto escribe? ¿Con qué instrumento escribe?, etc.; y declaramos estas varias relaciones diciendo: escribe una carta, escribe a su amigo, escribe en la oficina, escribe en vitela, escribe sobre la revolución de Francia, escribe con una pluma de acero. Si decimos que un hombre es aficionado, ocurre la idea de a qué, y la expresamos añadiendo a la caza. Si decimos, en fin, que un pueblo está lejos, el alma por decirlo así, se pregunta, ¿de dónde?, y se llena la frase añadiendo de la ribera.

66. En estas expresiones hay siempre una palabra o frase que designa el objeto, la idea en que termina la relación. (Iriarte, Pedro, fábulas, una carta, su amigo, la oficina, vitela, la revolución de Francia, una pluma de acero, la caza, la ribera). Llamámosla término. Frecuentemente precede al término una palabra denominada preposición, cuyo oficio es anunciarlo, expresando también a veces la especie de relación de que se trata (de, a, en, sobre, con). Hay preposiciones de sentido vago que, como de, se aplican a gran número de relaciones diversas; hay otras de sentido determinado que, como sobre, pintan con bastante claridad relaciones siempre semejantes. Por último, la preposición puede faltar antes del término, como en escribe una carta, pero no puede nunca existir sin él.

67. Estas expresiones se llaman complementos, porque en efecto sirven para completar la significación de la palabra   —33→   a que se agregan; y aunque todos los modificativos hacen lo mismo, y a más, todos lo hacen declarando alguna relación particular que la idea modificada tiene con otras, se ha querido limitar aquel título a las expresiones que constan de preposición y término, o de término solo.

68 (45). El término de los complementos es ordinariamente un sustantivo, sea solo (Iriarte, fábulas, vitela), sea modificado por otras palabras (una carta, su amigo, la oficina, la revolución de Francia, una pluma de acero). He aquí, pues, otra de las funciones del sustantivo, servir de término; función que, como todas las del sustantivo, puede ser también desempeñada por adjetivos sustantivados: el orgullo de los ricos, el canto de la vecina, vestido de blanco, nada de grandioso.

69 (46). Pero además del sustantivo ejercen a veces esta función los adjetivos, sirviendo como de epítetos o predicados, verbigracia, se jacta de valiente, presume de hermosa, da en majadero, tienen fama de sabios, lo hizo de agradecido; «Esta providencia, sobre injusta, era inútil» (Jovellanos); expresiones en que el adjetivo se refiere siempre a un sustantivo cercano, cuyo género y número determinan la forma del adjetivo. Los sustantivos adjetivados sirven asimismo de término a la manera de los adjetivos, haciendo de predicados respecto de otro sustantivo cercano; como cuando se dice que uno aspira a rey, o que fue juicioso desde niño, o que estaba de cónsul, o que trabaja de carpintero.

70 (47). Hay también complementos que tienen por término un adverbio de lugar o de tiempo, verbigracia, desde lejos, desde arriba, hacia abajo, por aquí, por encima, hasta luego, hasta mañana, por entonces. Y complementos también que tienen por término un complemento, como en saltó por sobre la mesa, se escabulló por entre los dedos; a no ser que miremos las dos preposiciones como una preposición compuesta, que para el caso es lo mismo.

71 (a). Los adverbios de lugar y de tiempo son los que generalmente pueden emplearse como términos. Los complementos que sirven   —34→   de términos admiten más variedad de significado. «Eran ellos dos para en uno». «El vestido, para de gala, no era decente»105.

72 (b). No debe confundirse el complemento que sirve de término, como en saltó por sobre la mesa, con el que sólo modifica al término, como cuando se dice que alguien escribe sobre la revolución de Francia; donde Francia forma con de un complemento que modifica a la revolución, mientras ésta, modificada por el complemento de Francia, forma a su vez con sobre un complemento que modifica al verbo escribo.

73 (48). El complemento puede ser modificado por adverbios: muy de sus amigos, demasiado a la ligera.




Conjunción

74 (49). La conjunción sirve para ligar dos o más palabras o frases análogas, que ocupan un mismo lugar en el razonamiento, como dos sujetos de un mismo verbo (la ciudad y el campo están desiertos), dos verbos de un mismo sujeto (los niños leen o escriben), dos adjetivos de un mismo sustantivo (mujer honesta y económica), dos adverbios de un mismo verbo (escribe bien, aunque despacio), dos adverbios de un mismo adjetivo (servicios tarde o mal recompensados), dos complementos de una misma palabra (se expresa sin dificultad pero con alguna afectación), dos términos de una preposición (baila con agilidad y gracia), etc.

75 (50). A veces una conjunción, expresa o tácita, liga muchos elementos análogos, verbigracia: «La claridad, la pureza, la precisión, la decencia, la fuerza y la armonía son las cualidades más esenciales del estilo»; la conjunción y enlaza seis sustantivos, tácita entre el primero y segundo, entre el segundo y tercero, entre el tercero y cuarto, entre el cuarto y quinto, y expresa entre el quinto y sexto; sustantivos   —35→   que forman otros tantos sujetos de son, y a que sirve de predicado la frase sustantiva adjetivada las cualidades más esenciales del estilo.

76 (a). Los complementos equivalen muchas veces a los adjetivos o a los adverbios, y por consiguiente puede la conjunción enlazarlos con aquéllos o éstos (hombre honrado y de mucho juicio; una carta bien escrita, pero en mal papel).

77 (51). Sirve la conjunción no sólo para ligar las partes o elementos análogos de una proposición, sino proposiciones enteras, a veces largas, verbigracia: «Se cree generalmente que Rómulo fundó a Roma; pero hay muchos que dudan hasta de la existencia de Rómulo»; «Yo pienso, luego existo». Pero, en el primer ejemplo, denota cierta contrariedad entre la proposición que le precede y la que le sigue; luego anuncia que la proposición yo existo es una consecuencia de la proposición yo pienso106.




Interjección

78 (52). Finalmente, la interjección es una palabra en que parece hacernos prorrumpir una súbita emoción o afecto, cortando a menudo el hilo de la oración como ah, eh, oh, he, hi, ay, sús, bah, zas, hola, tate, cáspita. Señálanse con el signo !, que se pospone inmediatamente a ellas o a la palabra frase u oración que las acompaña.


La casa para el César fabricada
Ay! yace de lagartos vil morada.

(F. de Rioja)                





Ruiseñor, que volando vas,
Cantando finezas, cantando favores,
¡Oh, cuánta pena y envidia me das!
Pero no, que si hoy cantas amores,
Tú tendrás celos y tu llorarás.

(Calderón)                




  —36→  

Ah de la cárcel profunda!
El más galán caballero
Que ese centro oscuro ocupa,
Salga a ver la luz.

(Calderón)                




Son frecuentísimas sobre todo en verso, las expresiones: «Ay desgraciados!», «Ay triste!», «Ay de mí!».

79. Guay es una interjección anticuada, que se conserva en algunos países de América para significar una sorpresa irrisoria: «Guay la mujer!», «Guay lo que dice!». Decíase y dícese guá.

80 (a). Súplese a menudo la interjección antes de las palabras o frases que otras veces la acompañan: «Triste de mí!», «Pobres de vosotros!». Empléanse asimismo como interjecciones varios nombres y verbos, como bravo!, salve!, alerta!, oiga!, vaya!, miren! Debe evitarse el uso irreverente que se hace de los nombres del Ser Supremo, del Salvador, de la Virgen y de los Santos, como simples interjecciones.

81 (b). Interjecciones hay que en un sentido propio, sólo sirven para llamar, avivar o espantar a ciertas especies de animales, como arre, miz, zape, tús tús, ox, etc. Tómanse algunas veces en sentido metafórico, véase zape en el Diccionario de la Academia.

82 (c). Como las interjecciones son en mucho menor número que las afecciones del alma indicadas por ellas, suele emplearse en casos diversísimos una misma, y diferencian su significado la modulación de la voz, el gesto y los ademanes.




Apéndice

(53). Las advertencias siguientes son de alguna importancia para la recta inteligencia y aplicación de la nomenclatura gramatical:

83 (1.ª). Un sustantivo con las modificaciones que lo especifican o explican forma una frase sustantiva, a la cual es aplicable todo lo que se dice del sustantivo; de la misma manera, un verbo con sus respectivas modificaciones forma una frase verbal; un adjetivo con las suyas una frase adjetiva; y un adverbio una frase adverbial.

Por ejemplo. La última tierra de occidente es una frase sustantiva, porque se compone del sustantivo tierra modificado por los adjetivos la y última, y por el complemento de occidente. Cubiertas de bellas y olorosas flores es una frase adjetiva, en que el adjetivo cubiertas es modificado por un complemento. De la misma manera, Corría presuroso   —37→   por la pradera es una frase verbal, en que el predicado presuroso y el complemento por la pradera modifican el verbo corría. En fin, Lejos de todo trato humano es una frase adverbial, en que el adverbio lejos es modificado por un complemento. La primera frase puede emplearse, pues, de la misma manera que un sustantivo, haciendo de sujeto, de término, y adjetivamente, de predicado; la segunda tiene todos los oficios del adjetivo, etc.

84. Los complementos equivalen unas veces al adjetivo, otras al adverbio; y por consiguiente forman frases adjetivas en el primer caso, y adverbiales en el segundo. En hombre de honor, el complemento de honor equivale a un adjetivo, como honrado o pundonoroso. Y en partió contra su voluntad, el complemento contra su voluntad equivale al adverbio involuntariamente. Pero hay muchos complementos que no podrían ser reemplazados por adjetivos ni por adverbios, y que forman, por tanto, frases complementarias de una naturaleza especial. Por ejemplo, en la nave surcaba las olas embravecidas por el viento, lo que sigue a surcaba es una frase complementaria que no tiene ninguna analogía con el adjetivo ni con el adverbio; y lo mismo puede decirse del complemento por el viento, que modifica al adjetivo embravecidas.

85 (2.ª). Las palabras mudan frecuentemente de oficios, y pasan por consiguiente de una clase a otra. Ya hemos notado que el adjetivo se sustantiva y el sustantivo se adjetiva. Algo, nada, que son sustantivos en algo sobra, nada falta, puesto que hacen el oficio de sujetos, son adverbios en el niño es algo perezoso, donde algo modifica al adjetivo perezoso, y en la niña no adelanta nada, donde nada modifica a la frase verbal no adelanta, compuesta de un verbo y del adverbio negativo no. Poco, mucho, son sustantivos en piden mucho y alcanzan poco, puesto que significan lo pedido y lo alcanzado; son adjetivos en mucho talento, poco dinero, donde modifican a los sustantivos talento y dinero; y son adverbios en su conducta es poco prudente, donde poco modifica al adjetivo prudente, y sus acciones se critican mucho, en que mucho modifica a la frase verbal se critican. Más es sustantivo cuando significa una mayor cantidad o número, sin que se le junte o se le subentienda sustantivo alguno, como en no he menester más; en esta misma expresión se hace adjetivo si se le junta o subentiende un sustantivo, más papel, más tinta, más libros, más plumas (y nótese que cuando   —38→   hace el oficio de adjetivo, no varía de terminación para los diversos números o géneros); es adverbio, modificando adjetivos, verbos o adverbios, verbigracia en las expresiones más valeroso, adelanta más, más aprisa; y en fin, se hace muchas veces conjunción, como cuando equivaliendo a pero enlaza dos atributos; el niño sabía perfectamente la lección, mas no supo decirla. A cada paso encontramos adverbios y complementos trasformados en conjunciones, verbigracia luego, consiguientemente, por tanto, sin embargo.






ArribaAbajoCapítulo III

División de las palabras en primitivas y derivadas, simples y compuestas


86 (54). Se llaman palabras primitivas las que no nacen de otras de nuestra lengua, como hombre, árbol, virtud.

87 (55). Derivadas son las que nacen de otras de nuestra lengua, variando de terminación, como regularmente sucede, o conservando la misma terminación, pero añadiendo siempre alguna nueva idea. Así, el sustantivo arboleda se deriva del sustantivo árbol; el sustantivo hermosura del adjetivo hermoso; el sustantivo enseñanza del verbo enseño; el adjetivo valeroso del sustantivo valor; el adjetivo amarillento del adjetivo amarillo; el adjetivo imaginable del verbo imagino; el adjetivo tardío del adverbio tarde; el verbo imagino del sustantivo imagen; el verbo hermoseo del adjetivo hermoso; el verbo pisoteo del verbo piso; el verbo acerco del adverbio cerca; el adjetivo contrario de la preposición contra; el adverbio lejos del adjetivo plural lejos, lejas17; el adverbio mañana del sustantivo mañana, etc.

88 (56). En toda especie de derivaciones deben distinguirse la inflexión, desinencia o terminación, y la raíz, que sirve de apoyo a la terminación; así en naturalidad, vanidad, verbosidad, la terminación es idad, que se sobrepone a las raíces natural, van, verbos, sacadas de los adjetivos natural,   —39→   vano, verboso. La palabra de que se forma la raíz se denomina primitiva, con respecto a las derivadas que nacen inmediatamente de ella, aunque ella misma se derive de otra.

89 (57). Llámanse palabras simples aquellas en cuya estructura no entran dos o más palabras, cada una de las cuales se pueda usar separadamente en nuestra lengua, como virtud, arboleda.

90 (58). Al contrario, aquellas en que aparecen dos o más palabras que se usan fuera de composición, ya sea que se altere la forma de alguna de las palabras concurrentes, de todas ellas o de ninguna, se llaman compuestas. Así, el sustantivo tornaboda se compone del verbo torna y el sustantivo boda; el sustantivo vaivén del verbo va, la conjunción y y el verbo viene; el adjetivo pelirrubio del sustantivo pelo y el adjetivo rubio (que en el compuesto se escribe con rr para conservar el sonido de r inicial); el adjetivo alicorto del sustantivo ala y el adjetivo corto; el verbo bendigo del adverbio bien y el verbo digo; el verbo sobrepongo de la preposición sobre y el verbo pongo; los adverbios buenamente, malamente, doctamente, torpemente, de los adjetivos buena, mala, docta, torpe y el sustantivo mente, que toma en tales compuestos la significación de manera o forma.

91 (59). Las preposiciones a, ante, con, contra, de, en, entre, para, por, sin, so, sobre, tras, entran en la composición de muchas palabras, verbigracia, amontono, verbo compuesto de la preposición a y el sustantivo montón; anteveo, verbo compuesto de la preposición ante y el verbo veo; sochantre, sustantivo compuesto de la preposición so y el sustantivo chantre; contradigo, verbo compuesto de la preposición contra y el verbo digo, etc.

92 (60). Estas preposiciones se llaman partículas compositivas separables, por cuanto se usan también como palabras independientes (a diferencia de otras de que vamos a hablar); y la palabra a que preceden se llama principal o simple, relativamente a los compuestos que de ella se forman.   —40→   Así, montón y veo son los elementos principales o simples de los compuestos amontono, anteveo.

93 (61). Además de las palabras cuya composición pertenece a nuestra lengua, hay otras que se miran también como compuestas, aunque no todos sus elementos o tal vez ninguno de ellos se emplee separadamente en castellano; porque fueron formadas en la lengua latina, de donde pasaron a la nuestra.

94 (a). De estos compuestos latinos hay varios en que figura como elemento principal alguna palabra latina que no ha pasado al castellano, combinada con una de nuestras partículas compositivas separables, como vemos en conduzca, deduzca, formados del simple latino duco, que significa guío, y de las preposiciones con, de. Otros en que se combinan con palabras castellanas partículas compositivas inseparables que eran en aquella lengua dicciones independientes, verbigracia el verbo abstengo, compuesto de la preposición latina abs, y de nuestro verbo tengo. Otros, en que la palabra castellana se junta con una partícula que era ya inseparable en latín, como la re en los verbos compuestos retengo, reclamo. Otros, en fin, en que ambos elementos son enteramente latinos, como introduzco, seduzco, compuestos también del simple latino duco, combinado en el primero con el adverbio intro, y en el segundo con la partícula se, tan inseparable en aquella lengua como en la nuestra.

95 (b). Las formas de las partículas compositivas son estas: a, ab, abs, ad, ante, anti, ben, bien circum, circun, cis, citra, co, com, con, contra, de, des, di, dis, e, em, en, entre, equi, es, ex, estra, extra, i, im, in, infra, inte, inter, intro, mal, o, ob, par, para, per, por, pos, post, pre, preter, pro, re, red, retro, sa, satis, se, semi, sin, so, sobre, son, sor, sos, sota, soto, su, sub, subs, super, sus, tra, tran, trans, trasultra, vi, vice, viz, za; como en las palabras amovible, aparecer, abjurar, abstraer, admiro, antepongo, antipapa, bendigo, bienestar, circumpolar, circunvecino, cisalpino, citramontano, coheredero, compongo, contengo, contradigo, depongo, desdigo, dimanar, disponer, emisión, emprendo, ensillo, entreveo, equidistante, esponer o exponer, estravagante o extravagante, ilegítimo, impío, inhumano, infraescrito o infrascrito, inteligible, interpongo, introducir, malqueriente, omisión, obtengo, pardiez, parasol, permito, pordiosear, posponer, postliminio, precaución, preternatural, prometer, resuelvo, redarguyo, retrocedo, sahumar, satisfacer, separar, semicírculo, sinsabor, someto, sobrepongo, sonsaco, sorprendo, sostengo, sotaermitaño, sotoministro, supongo, subdelegado, substraer o sustraer, superfluo, tramontar, transubstanciación, transatlántico, trasponer, ultramontano, virrey, vicepatrono, vizconde, zabullir.

  —41→  

96 (c). Júntanse a veces dos y hasta tres partículas compositivas, como en incompatible, predispongo, desapoderado, desapercibido.

97 (d). Análogas a las partículas compositivas de que hemos hablado son las que significan número; unas latinas, como bi, tri, cuadru (bicorne, lo de dos puntas o cuernos; tricolor, lo de tres colores; cuadrúpedo, lo de cuatro pies); otras griegas, como di, letra, penta, hexa, deca (disílabo, lo de dos sílabas; decálogo, los diez mandamientos).

98 (e). Así como del latín, se han tomado y se toman cada día del griego palabras compuestas, cuyos elementos no existen en nuestra lengua. Lo que debe evitarse en esta materia es el combinar elementos de diversos idiomas, porque semejante composición, cuando no está canonizada por el uso, arguye ignorancia; y si uno de los idiomas contribuyentes es el castellano, da casi siempre al compuesto un aspecto grotesco, que sólo conviene al estilo jocoso, como en las palabras gatomaquia, chismografía.




ArribaAbajoCapítulo IV

Varias especies de nombres


99 (62). Los nombres son, como hemos visto (40), sustantivos o adjetivos.

100 (63). Divídense además en propios y apelativos.

Nombre propio es el que se pone a una persona o cosa individual para distinguirlas de las demás de su especie o familia, como Italia, Roma, Orinoco, Pedro, María.

Por el contrario, nombre apelativo (llamado también general y genérico) es el que conviene a todos los individuos de una clase, especie o familia, significando su naturaleza o las cualidades de que gozan, como ciudad, río, hombre, mujer, árbol, encina, flor, jazmín, blanco, negro.

Todo nombre propio es sustantivo; los nombres apelativos pueden ser sustantivos, como hombre, árbol, encina; o adjetivos, como blanco, negro, redondo, cuadrado. Todo nombre adjetivo es apelativo.

101 (64). Los nombres apelativos denotan clases que se incluyen unas en otras: así pastor se incluye en hombre, hombre en animal, animal en cuerpo, cuerpo en cosa o ente; nombres (estos dos últimos) que incluyen en su significado   —42→   cuanto existe y cuanto podemos concebir. Las clases incluyentes se llaman géneros respecto de las clases incluidas, y las clases incluidas se llaman especies con respecto a las incluyentes; así, hombre es un género que comprende las especies pastor, labrador, artesano, ciudadano, y muchísimas otras; y pastor, labrador, artesano, ciudadano, son especies de hombre.

102 (a). A veces los nombres apelativos pasan a propios por la frecuente aplicación que se hace de ellos a determinados individuos. Virgilio, Cicerón, César, han sido originalmente nombres apelativos, apellidos que se daban a todas las personas de ciertas familias. Lo mismo ha sucedido con los apellidos castellanos Calderón, Meléndez y muchísimos otros, aun de aquellos que significando solar son precedidos de la preposición de, como Quevedo, Alarcón.

103 (65). Los sustantivos no significan sólo objetos reales o que podamos representarnos como tales aunque sean fabulosos o imaginarios (verbigracia esfinge, fénix, centauro), sino objetos también en que no podemos concebir una existencia real, porque son meramente las cualidades que atribuimos a los objetos reales, suponiéndolas separadas o independientes de ellos, verbigracia verdor, redondez, temor, admiración. Esta independencia no está más que en las palabras, ni consiste en otra cosa que en representarnos, por medio de sustantivos, lo mismo que originalmente nos hemos representado, ya por nombres significativos de objetos reales, como verde, redondo, ya por verbos, como temo, admiro107. Las cualidades en que nos figuramos esta independencia ficticia, puramente nominal, se llaman abstractas, que quiere decir, separadas; y las otras, concretas, que es como si dijéramos inherentes, incorporadas. Los sustantivos son asimismo concretos o abstractos, según son concretas o abstractas las cualidades que nos representamos con ellos: casa, río, son sustantivos concretos; altura, fluidez, son sustantivos   —43→   abstractos. Los adjetivos no pueden dividirse de este modo, porque un mismo adjetivo es aplicable ya a cosas concretas, como verde a monte, árbol, yerba, ya a cosas abstractas, como verde a color, redonda a figura.

104. Los sustantivos abstractos se derivan a menudo de nombres o verbos. Pero algunos no tienen sus primitivos en nuestra lengua, como virtud, que viene del nombre latino vir (varón), porque al principio se entendió por virtud (virtus) lo que llamamos fortaleza, como si dijéramos varonilidad. Hay también muchos adjetivos que se derivan de sustantivos abstractos, como temporal, espacioso, virtuoso, gracioso, afortunado, que se derivan de tiempo, espacio, virtud, gracia, fortuna.

105 (66). Entre los sustantivos derivados son notables los colectivos, que significan colección o agregado de cosas de la especie significada por el primitivo, como arboleda, caserío. Pero hay colectivos que no se derivan de sustantivo alguno que signifique la especie, como cabildo, congreso, ejército, clero. Y los hay que sólo significan el número, como millón, millar, docena. Algunos (que se llaman por eso colectivos indeterminados) significan meramente agregación, como muchedumbre, número; o a lo más agregación de personas, como gente.

106 (67). Merecen también notarse entre los derivados los aumentativos, que envuelven la idea de gran tamaño o de alto grado, como librote, gigantón, mujerona, mujeronaza, feote, feísimo; y los diminutivos, que significan pequeñez o poquedad, como palomita, florecilla, riachuelo, partícula, sabidillo, bellacuelo.

De estas y algunas otras especies de nombres, trataremos separadamente.




ArribaAbajoCapítulo V

Número de los nombres


107 (a). El número singular significa unidad absoluta, verbigracia: «Existe un Dios», y unidad distributiva, verbigracia: «El hombre es un ser dotado de razón», donde el hombre quiere decir cada hombre, todo hombre. El singular significa también colectivamente la especie, verbigracia «El hombre señorea la tierra».

  —44→  

108 (b). El plural denota multitud, distributiva o colectivamente.

«Los animales son seres organizados que viven, sienten y se mueven»: cada animal es un ser organizado que vive, siente y se mueve; el sentido es distributivo. «Los animales forman una escala inmensa, que principia en el menudísimo animalillo microscópico y termina en el hombre»: cada animal no forma esta inmensa escala, sino todos juntos; el sentido es colectivo.

(68). El plural se forma del singular según las reglas siguientes.

109. 1.ª Si el singular termina en vocal no aguda, se añade s, verbigracia alma, almas; fuente, fuentes; metrópoli, metrópolis; libro, libros; tribu, tribus; blanco, blancos; blanca, blancas; verde, verdes. Pero la i final no aguda, precedida de otra vocal, se convierte en yes; verbigracia ay, ayes; ley, leyes; convoy, convoyes. Esto es más bien un accidente que una irregularidad, porque proviene de una propiedad de la pronunciación castellana, es a saber, que la i no acentuada que se halla entre dos vocales, se hace siempre consonante: áies, léies, convóies, se convirtieron en ayes, leyes, convoyes10.

110. 2.ª Si el singular termina en vocal aguda, se añade es, verbigracia albalá, albalaes; jabalí, jabalíes; un sí, un no, los síes, los noes; una letra te, dos tees; una o, una u dos oes, dos úes. Sin embargo, mamá, papá, tienen los plurales mamás, papás; pie hace pies; los en é, o, u, de más de una sílaba, suelen añadir sólo s, como corsé, corsés; fricandó, fricandós; tisú, tisús. De los en í, de más de una sílaba, se usan los plurales irregulares bisturís; zaquizamís; maravedí hace maravedís, maravedíes y maravedises, de los cuales es más usual el primero; y los poetas están en posesión de decir cuando les viene a cuento, alelís, rubís11. Pero excepto en mamá, papá y pie, es siempre admisible el plural regular que se forma añadiendo es.

111. 3.ª Los acabados en consonante añaden es: abad, abades; útil, útiles; holgazán, holgazanes; flor, flores; mártir, mártires; raíz, raíces. El plural fraques de frac no es una excepción, porque en todas las inflexiones se atiende, por regla general, a los sonidos, no a las letras que los representan,   —45→   y para conservar el sonido que tiene la c en frac es necesario convertir esta letra en qu. La mutación de z en c es de mera ortografía108.

Las excepciones verdaderas que sufre más frecuentemente la regla tercera, son éstas:

112. 1.ª Lord hace lores.

113. 2.ª Los esdrújulos, como régimen, carecen generalmente de plural; bien que algunos dicen regímenes.

114. 3.ª Forman el plural como el singular los en s no agudos, como el martes, los martes; el paréntesis, los paréntesis; regla que siguen también los no agudos en x, como el fénix, y los apellidos en z que no llevan acentuada la última vocal, como el señor González, los señores González109.

115. 4.ª Los apellidos extranjeros que conservan su forma nativa, no varían en el plural: los Canning, los Washington; a menos que su terminación sea de las familiares al castellano, y que los pronunciemos como si fueran palabras castellanas: los Racines, los Newtónes.

116 (69). Es de regla que en la formación del plural no varíe de lugar el acento; pero los que dan ese número a régimen, no pueden menos de decir regímenes, porque en las dicciones castellanas que no sean de las sobreesdrújulas arriba indicadas (15), ninguna sílaba anterior a la antepenúltima recibe el acento.

117 (a). Se ha usado el plural fenices de fénix, aunque sólo en verso110-12, y de los dos plurales carácteres y caracteres (de carácter)   —46→   ha prevalecido el segundo; lo que extienden algunos por analogía a cráter, crateres.

(70). Hay ciertos nombres compuestos en que la formación del plural está sujeta a reglas especiales; las analogías que parecen mejor establecidas son éstas:

118. 1.ª Los compuestos del verbo y sustantivo plural, en los que ninguno de los dos elementos ha padecido alteración, y el sustantivo plural sigue al verbo, hacen el plural como el singular: el y los sacabotas, el y los mondadientes, el y los guardapiés.

119. 2.ª Los compuestos de dos nombres en singular, que no han padecido alteración, y de los cuales el uno es sustantivo y el otro un adjetivo o sustantivo adjetivado que modifica al primero, forman su plural con los plurales de ambos simples, como casaquinta, casasquintas; ricohombre, ricoshombres; pero padrenuestro hace padrenuestros; vanagloria, vanaglorias; barbacana, barbacanas; montepío, montepíos. Exceptúanse asimismo de esta regla los apellidos de familia, como los Montenegros, los Villarreales13.

120. 3.ª En los demás compuestos se forma el plural con el del nombre en que terminan, o si no terminan en nombre, según las reglas generales: agridulce, agridulces; boquirrubio, boquirrubios; sobresalto, sobresaltos; traspié, traspiés; vaivén, vaivenes. Hijodalgo hace hijosdalgo; cualquiera, cualesquiera; quienquiera, quienesquiera.

121 (71). Hay muchos sustantivos que carecen de número plural. Hállanse en este caso los nombres propios, verbigracia Antonio, Beatriz, América, Venezuela, Chile. Pero los nombres propios de regiones, reinos, provincias, toman plural, cuando de significar el todo pasan a significar sus partes: así decimos las Américas, las Españas, las Andalucías. Y lo mismo sucede con los nombres propios de personas cuando, alterada su significación, se hacen verdaderamente apelativos, como los Homeros, los Virgilios, por los grandes poetas comparables a Homero y Virgilio, las Mesalinas por las princesas disolutas, las Venus por las estatuas   —47→   de Venus; dos o tres Murillos por dos o tres cuadros de Murillo; los Césares por los emperadores; las Beatrices por las mujeres que tienen el nombre de Beatriz. Apenas hay cosa que no pueda imaginarse multiplicada, y por consiguiente, apenas hay sustantivo que no admita en ciertos casos plural, cuando no sea más que para expresar nuestras imaginaciones111.

122 (72). Entre los apelativos, carecen ordinariamente de plural los de ciencias, artes y profesiones, como fisiología, carpintería, abogacía; los de virtudes, vicios, pasiones especiales, como magnanimidad, envidia, cólera, horror; y los de las edades de la vida, como juventud, mocedad, vejez. Mas variando de significación lo admiten; así se dice imprudencias (por actos de imprudencia), iras (por movimientos de ira), vanidades (cosas de que se alimenta y en que se complace la vanidad), horrores (objetos de horror), las mocedades del Cid (los hechos del Cid cuando mozo), metafísicas (sutilezas).

123 (a). Los apelativos de cosas materiales o significan verdaderos individuos, esto es, cosas que no pueden dividirse sin dejar de ser lo que son, como árbol, mesa; o significan cosas que pueden dividirse hasta el infinito, conservando siempre su naturaleza y su nombre, como agua, vino, oro, plata. Los de la primera clase tienen casi siempre plural, los de la segunda no suelen tenerlo sino para denotar las varias especies, calidades o procedencias; y en este sentido se dice que España produce excelentes vinos, que en Inglaterra se fabrican buenos paños, las sederías de China. Dícese asimismo los azogues, las platas, los cobres, para denotar los productos de varias minas, o los surtidos de estos artículos en el mercado. Hay con todo muchos nombres apelativos de cosas dividuas, que aun sin variar de significado admiten plural, y así se dice, los aires de la Cordillera, las aguas del Tajo14.

124. Los nombres y frases latinas que sin variar de forma han sido naturalizados en castellano, carecen de plural; como exequátur, veto, fiat, déficit, álbum15. Dícese sin embargo avemarías, gloriapatris, misereres, etc.

  —48→  

125 (73). Carecen de singular varios nombres propios de cordilleras, como los Alpes, los Andes; y de archipiélagos, como las Baleares, las Cíclades, las Azores, las Antillas. Se halla con todo en poetas castellanos el Alpe.

126 (74). Dícese el Pirineo y los Pirineos, la Alpujarra y las Alpujarras, el Algarbe y los Algarbes, Asturias es y las Asturias son, sin hacer diferencia en el significado. Sería prolijo enumerar todos los caprichos del uso en los plurales de los nombres geográficos.

127 (75). Hay también varios nombres apelativos que carecen de singular.

Los más notables son éstos:

  • Aborígenes.
  • Adentros.
  • Afines.
  • Afueras.
  • Albricias.
  • Alrededores.
  • Anales.
  • Andaderas, creederas, y varios otros derivados de verbo, terminados en deras, que significan la acción del verbo o el instrumento con que se ejecuta.
  • Andas.
  • Andurriales.
  • Angarillas.
  • Añicos.
  • Aproches, contraaproches.
  • Arras.
  • Bienes (por hacienda o patrimonio).
  • Calendas, nonas, idus.
  • Calzas.
  • Carnestolendas.
  • Cercas, lejos (términos de pintura).
  • Comicios.
  • Cortes (cuerpo legislativo).
  • Creces.
  • Credenciales.
  • Dimisorias.
  • Efemérides.
  • Enaguas.
  • Enseres.
  • Expensas o espensas.
  • Esponsales.
  • Esposas (prisiones).
  • Exequias.
  • Fasces.
  • Fauces.
  • Gafas (anteojos).
  • Grillos (prisiones).
  • Hemorroides.
  • Honras (exequias).
  • Horas (las canónicas que se rezan).
  • Ínfulas.
  • Lares.
  • Largas (dilaciones).
  • Letras (por literatura, y por provisión o despacho, como en hombre de pocas letras, letras divinas o humanas, letras testimoniales, letras reales, letras pontificias).
  • Maitines, laudes, vísperas, completas.
  • Manes.
  • Mientes.
  • Modales.
  • Nupcias.
  • Pandectas.
  • Parias.
  • —49→
  • Partes (cualidades intelectuales y morales de una persona).
  • Penates.
  • Pinzas.
  • Preces.
  • Tinieblas.
  • Trébedes.
  • Veras (contrario de burlas).
  • Víveres.
  • Zelos (en el amor)16.

128 (a). Lejos, lejas, es adjetivo que sólo se usa en plural17. Hay varios adjetivos que se sustantivan en la terminación femenina de plural, formando complementos adverbiales: de veras, de buenas a primeras, por las buenas, a las primeras, a las claras, a oscuras, a secas, a escondidas, a hurtadillas, a sabiendas. Este último no admite otra terminación que la femenina del plural, ni se usa jamás sino en el anterior complemento. Del adjetivo matemático, matemática, nace el sustantivo plural matemáticas, que significa colectivamente los varios ramos de esta ciencia; pero no es del todo inusitado el singular en el mismo sentido: «No hay uno de nuestros primeros institutos que no haya producido hombres célebres en el estudio de la física y de la matemática» (Jovellanos).

129 (b). Tenazas y tijeras, en su significación primitiva carecen de singular, pero no en las secundarias y metafóricas, y así se llama tenaza la de los animales, y tijera la del coche, y se dice hacer tenaza, ser una buena tijera18. Úsanse sin diferencia de significado bofe y bofes, calzón y calzones, funeral y funerales. Los poetas emplean a veces el singular tiniebla. Dícese pulmón y pulmones, designando el órgano entero, y pulmón denotando cada uno de los lobos de que se compone. No es posible apuntar ni aun a la ligera todas las particularidades de la lengua, relativamente al número de los nombres112.

130 (c). Muchos de los nombres que carecen de singular ofrecen claramente la idea de muchedumbre, como añicos, efemérides, lares, penates; los de cordilleras y archipiélagos; y los que significan objetos que se componen de partes dobles, verbigracia bofes, despabiladeras, tenazas. Y es de creer que muchos otros en que ahora no se percibe esta idea, la tuvieron originalmente; de lo que vemos ejemplos en calendas (cobranzas que solían hacerse en Roma el primer día del mes) y en fauces (originalmente quijadas).

131. En fin, hay varios nombres geográficos que parecen plurales, y habiendo tenido ambos números en su significado primitivo, son ahora indudablemente del singular, verbigracia Buenos Aires, el Amazonas, el Manzanares. Así se dice: Buenos Aires está a las orillas del río de la Plata, y Pastos19 es una ciudad de la Nueva Granada; sin que sea posible usar están y son.

De varias otras anomalías relativas a los números, hablaremos a medida que se nos ofrezca tratar de los sustantivos o adjetivos en que se encuentran.



  —50→  

ArribaAbajoCapítulo VI

Inflexiones que significan nación o país


132 (76). En algunos de los nombres que se aplican a personas o cosas significando el lugar de su nacimiento o el país a que pertenecen, hay diferencia de terminaciones entre el sustantivo y el adjetivo; como vemos en godo, sustantivo, gótico, adjetivo; persa, sustantivo, persiano, pérsico, adjetivos; escita, sustantivo, escítico, adjetivo; celta, sustantivo, céltico, adjetivo. El sustantivo se aplica a personas e idiomas, el adjetivo a cosas: los persas fueron vencidos por Alejandro; Zoroastro escribió en el antiguo persa, llamado Zend; la vida errante de los escitas; el traje persiano; la lengua escítica; a diferencia de lo que sucede en los más de estos nombres, que siendo de suyo adjetivos, se sustantivan para significar o las personas o los respectivos idiomas: como francés, italiano, griego, turco.

133 (a). A veces hay dos o más adjetivos para significar una misma nacionalidad o país, pero que sin embargo no pueden usarse promiscuamente uno por otro. Así, de los tres adjetivos árabe, arábigo y arabesco, el primero es el que siempre se sustantiva, significando los naturales de Arabia, de manera que pudiendo decirse el árabe y el arábigo por la lengua (aunque mejor a mi parecer, el primero), no se toleraría los arábigos por los árabes, hablándose de la nación; pero el más limitado en sus aplicaciones usuales es arabesco, que apenas se emplea sino como término de pintura. Algunos se aplican exclusiva u ordinariamente a lo eclesiástico; verbigracia anglicano por inglés, hispalense por sevillano. Otros suenan mejor como calificaciones universitarias o académicas, verbigracia complutense por alcalaíno, matritense por madrileño. Dícese el golfo pérsico, no el golfo persiano. Sustantivos hay que sólo se aplican al idioma, como latín, romance, vascuence; romance se adjetiva en lenguas romances (las derivadas de la romana o latina). Hablando de los antiguos naturales de España o de una de sus principales razas, se dice iberos, que, aplicado a los españoles de los tiempos modernos, es puramente poético; ibérico se usa siempre como adjetivo: la península ibérica, las tribus ibéricas. Hispano, hispánico, son adaptables a la España antigua y la moderna, particularmente en poesía; pero el segundo no admite otro oficio que el de adjetivo, que es también el que más de ordinario se da al primero, al paso que español se presta a lo antiguo y lo moderno; es el más usual en prosa,   —51→   sin que por eso desdiga del verso; y no se emplea menos como sustantivo que como adjetivo113.

Presentamos estas observaciones como una muestra de la variedad de acepciones especiales que da el uso a esta especie de nombres, y de la necesidad de estudiarlo; porque sólo a los poetas es permitido hasta cierto punto usar indiferentemente los que pertenecen a cada país.




ArribaAbajoCapítulo VII

Terminación femenina de los sustantivos


134 (77). Los sustantivos que significan seres vivientes, varían a menudo de terminación para significar el sexo femenino. Los ejemplos que siguen manifiestan las inflexiones más usuales:

  • Ciudadano, ciudadana.
  • Señor, señora; cantor, cantora; marqués, marquesa; león, leona.
  • Barón, baronesa; abad, abadesa; alcalde, alcaldesa; príncipe, princesa.
  • Poeta, poetisa; profeta, profetisa; sacerdote, sacerdotisa.
  • Emperador, emperatriz; actor, actriz; cantor, cantatriz.
  • Czar, czarina; cantor, cantarina; rey, reina; gallo, gallina.
  —52→  

135 (a). No varían ordinariamente los en a, como el patriota, la patriota; el persa, la persa; el escita, la escita; un númida, una númida; ni los graves terminados en consonante, como el mártir, la mártir; el virgen, la virgen; ni por lo común los en e, como intérprete, caribe, ateniense; ni los en i aguda como marroquí, guaraní; pero varían los en ante, ente, como gigante, giganta; elefante, elefanta; pariente, parienta; y los en ete, ote, como alcahuete, alcahueta; hotentote, hotentota20.

136. Los apellidos de familia no varían de terminación para los diferentes sexos; y así se dice «don Pablo Herrera», «doña Juana Hurtado», «doña Isabel Donoso»21.

137 (b). En los sustantivos que significan empleos o cargos públicos, la terminación femenina se suele dar a la mujer del que los ejerce; y en este sentido se usan presidenta, regenta, almiranta; y si el cargo es de aquellos que pueden conferirse a mujeres, la desinencia femenina significa también o únicamente el cargo, como reina, priora, abadesa. Mas a veces se distingue: la regente es la que ejerce por sí la regencia, la regenta la mujer del regente.

138 (c). El femenino de hijodalgo, hijosdalgo, es hijadalgo, hijasdalgo.

139 (d). Hay sustantivos (aun de los terminados en a, o, desinencias tan fáciles de convertirse una en otra para distinguir el sexo), los cuales con una misma terminación se aplican a los varios sexos, y por lo tanto pertenecen a la clase de los comunes o a la de los epicenos; verbigracia juez, testigo (comunes); abeja, hormiga, avestruz, pez, insecto, gusano (epicenos).

140 (e). El sustantivo epiceno a que se sigue en aposición uno de los sustantivos macho, hembra, se puede decir que pasa a la clase de los ambiguos, si son de diferente género los dos sustantivos. Cuando se dice, por ejemplo, la rana macho, tenemos en esta frase dos sustantivos; rana, femenino, macho, masculina; podremos, pues, emplearla como sustantivo ambiguo, diciendo la rana macho es más corpulenta o corpulento que la hembra. Con todo eso, los adjetivos que preceden al epiceno se conforman siempre con éste en el género; no podría decirse el liebre macho, ni una gusano hembra; bien que no faltan ejemplos de lo contrario, como la escorpión hembra en fray Luis de Granada.

141 (f). Finalmente, hay varias especies en que los nombres peculiares de los sexos no tienen una raíz común, verbigracia buey, toro, vaca; carnero, oveja; caballo, yegua.

142 (g). Cuando hay dos formas para los dos sexos, nos valemos de la masculina para designar la especie, prescindiendo del sexo; así hombre, autor, poeta, león, se adaptan a todos los casos en que se habla de cosas que no conciernen particularmente a la mujer o a la hembra, verbigracia «el hombre es el más digno estudio de los hombres», «no se tolera la mediocridad en los poetas», «el león habita las regiones más ardientes del Asia y del África». Pero esta regla no es universal,   —53→   pues a veces se prefiere la forma femenina para la designación de la especie, como en paloma, gallina, oveja. Fuera de eso, cuando se habla de personas apareadas, lo más usual es juntar ambas formas para la designación del par: el presidente y la presidenta, el regidor y la regidora; bien que se dice los padres por el padre y la madre, los reyes por el rey y la reina, los abuelos paternos o maternos por el abuelo y la abuela en una de las dos líneas, los esposos por el esposo y la esposa. Muchas otras observaciones pudieran hacerse sobre esta materia; pero los ejemplos anteriores darán alguna luz para facilitar el estudio del uso, que es en ella bastante vario y caprichoso114.




ArribaAbajoCapítulo VIII

Terminación femenina de los adjetivos


(78). La terminación femenina de los adjetivos se forma de la masculina según las reglas siguientes:

143. 1.ª Son invariables todas las vocales, menos la o: un árbol indígena, una planta indígena; un hombre ilustre, una mujer ilustre; un leve soplo, una aura leve; trato baladí, conducta baladí; paño verdegay, tela verdegay; pueblo hindú, lengua hindú.

144. 2.ª Son asimismo invariables los terminados en consonante, verbigracia, cuerpo gentil, figura gentil; hombre ruin; hecho singular, hazaña singular; un caballero cortés, una dama cortés; el estado feliz, la suerte feliz.

145. 3.ª Los en o la mudan en a, como lindo, linda; atrevido, atrevida.

(79). Excepciones:

146. 1.ª Los en an, on, or, añaden a; verbigracia holgazán, holgazana; juguetón, juguetona; traidor, traidora; exceptuados mayor, menor, mejor, peor, superior, inferior, exterior,   —54→   interior, anterior, posterior, citerior, ulterior, que son invariables. Superior añade a, cuando es sustantivo significando la mujer que gobierna una comunidad o corporación115.

147. 2.ª Los diminutivos en ete y los aumentativos en ote mudan la e en a, verbigracia regordete, regordeta; feote, feota.

148. 3.ª Los adjetivos que significan nación o país, y que se sustantivan a menudo, imitan a los sustantivos en su desinencia femenina, como español, española; danés, danesa; andaluz, andaluza. Así, aun en el uso adjetivo de estos nombres, se dice la lengua española, las modas francesas, la gracia andaluza, la fisonomía hotentota, la industria catalana, las playas mallorquinas.




ArribaAbajoCapítulo IX

Apócope de los nombres


149 (80). Hay palabras cuya estructura material en ciertas circunstancias se altera abreviándose, y la abreviación puede ser de dos maneras, que en realidad importaría poco distinguir, si no las mencionaran generalmente los gramáticos con denominaciones diversas.

150. Si la abreviación consiste sólo en suprimir uno o más sonidos finales, se llama apócope; si se efectúa suprimiendo sonidos no finales, o sustituyendo un sonido menos lleno a otro, como el de la l al de la ll, o una vocal grave a la misma vocal acentuada, la dicción en que esto sucede se dice sincoparse.

(a). Sufren apócope los sustantivos siguientes:

151. 1.º El nombre propio Jesús, cuando le sigue Cristo; bien que entonces los dos sustantivos suelen escribirse como uno solo: Jesucristo.

  —55→  

152. 2.º Varios nombres propios de personajes históricos españoles, cuando les sigue el patronímico, esto es, un nombre apelativo derivado, que significa la calidad de hijo de la persona designada por el nombre propio primitivo, como González (hijo de Gonzalo), Rodríguez o Ruiz (hijo de Rodrigo), Álvarez (hijo de Álvaro), Martínez (hijo de Martín), Ordóñez (hijo de Ordoño), Peláez o Páez (hijo de Pelayo), Vermúdez (hijo de Vermudo), Sánchez (hijo de Sancho), Díaz (hijo de Diego), López (hijo de Lope), etc. Tal era la significación de estos apelativos en lo antiguo; en el día son apellidos hereditarios116.

Cuando se designa, pues, un personaje histórico por sus nombres propio y patronímico, el primero, si es de los que admiten apócope, la sufre ordinariamente: Alvar Fáñez, Fernán González, Per Anzúrez, Ruy Díaz. Pero, omitido el patronímico, no tiene cabida la apócope: así Fernán y Hernán, usados absolutamente para designar al conde de Castilla Fernán González o a Hernán Pérez del Pulgar, serían expresiones incorrectas; lo mismo que Ruy de Vivar, Alvar de Toledo.

153 (81). Sufren apócope los adjetivos que siguen:

  • 1.º Uno, alguno, ninguno; un, algún, ningún.
  • 2.º Bueno, malo; buen, mal.
  • 3.º Primero, tercero, postrero; primer, tercer, postrer.
  • 4.º Grande; gran.
  • 5.º Santo; san.

154 (82). La apócope de estos adjetivos no tiene cabida sino en el número singular, y precediendo el adjetivo apocopado al sustantivo; por lo que debe precisamente usarse la forma íntegra en frases como éstas: hombre alguno, el primero de julio, el capítulo tercero; entre los salones de palacio no hay ninguno que no esté ruinoso. Dirase, pues: un célebre poeta, un poeta de los más famosos, y uno de los más famosos poetas.

155 (83). Buen, mal, gran, san, deben preceder inmediatamente al sustantivo: buen caballero, mal pago, gran fiesta, San Antonio, el apóstol San Pedro. No podría decirse:   —56→   mal, inicuo, inexcusable proceder; gran opíparo banquete. Los demás adjetivos susceptibles de apócope consienten otro adjetivo en medio: algún desagradable contratiempo, el primer infausto acontecimiento. Pero cuando al adjetivo se sigue una conjunción, nunca tiene cabida la apócope: el primero y más importante capítulo.

156 (84). Los adjetivos arriba dichos, excepto primero, postrero, grande, no consienten la apócope en el género femenino: una buena gente, una mala conducta, la Santa Virgen, Santa Catalina de Sena. Puede con todo decirse un antes de cualquier sustantivo femenino que principie por la vocal a acentuada: un alma, un águila, un arpa; lo que se extiende a algún y ningún, especialmente en verso, donde también suele decirse un hora23.

157 (85). No siempre que la apócope tiene cabida es indispensable hacer uso de ella. Son necesarias las apócopes un, algún, ningún, buen, mal. La de primero es necesaria en la terminación masculina, y arbitraria, aunque de poco uso, en la femenina: el primer capítulo; la primera victoria o la primer victoria. La de tercero y postrero es arbitraria en ambas terminaciones, aunque lo más usual es apocopar la masculina y no la femenina: el tercer día, la tercera jornada, la postrera palabra. Antes de vocal se dice comúnmente grande, y antes de consonante, gran: grande edificio, gran templo.

158 (a). La excepción que establecen algunos gramáticos, pretendiendo que antes de vocal deba decirse gran en sentido material, y antes de consonante grande en sentido moral e intelectual (un gran acopio de mercaderías, un grande pensamiento), no la vemos comprobada por el uso; bastan para falsificarla las frases comunísimas un gran príncipe, el gran señor, el gran visir, el Gran Capitán, el gran maestre, etc. Acaso sería más exacto decir que grande antes de consonante es enfático en cualquier sentido que se tome: una grande casa, una grande función, un grande sacrificio. Parece un efecto natural de la énfasis dar a las palabras toda la extensión que comportan, por lo mismo que refuerza los sonidos y el acento para fijar la atención en ellas.

159 (b). San no se une sino precediendo a nombre propio de varón, por lo que no tiene cabida la apócope en un santo anacoreta, el santo   —57→   Patrón de las Españas. Tampoco se designa con san sino a los que la Iglesia ha reconocido por santos bajo el Nuevo Testamento; por lo cual no decimos San Job, como decimos San Pedro y San Pablo, sino el Santo Job; aunque no falta una que otra excepción como San Elías profeta. Antes de estos tres nombres Domingo, Tomás, o Tomé, Toribio, se dice siempre santo; pero una de las Antillas se llama San Tómas24. En Santiago el nombre propio y el apelativo se han hecho inseparables, sea cual fuere la persona que con él se designe.

Mencionaremos otras apócopes cuando se ofrezca hablar de los nombres que están sujeto a ellas.




ArribaAbajoCapítulo X

Género de los sustantivos


160 (86). Para determinar el género de los sustantivos debe atenderse ya al significado, ya a la terminación.

(87). Por razón del significado son masculinos:

161. 1.º Los sustantivos que significan varón o macho o seres que nos representamos como de este sexo, verbigracia: Dios, ángel, duende, hombre, patriarca, tetrarca, monarca, león, centauro, Calígula, Rocinante, Babieca. Y no es excepción haca o jaca, caballo pequeño, porque este sustantivo es epiceno, como zebra, marmota, hacanea, y sigue el género de su terminación.

162. 2.º Los nombres propios de ríos, como el Magdalena, el Sena, y los de montes y cordilleras, verbigracia el Etna, los Alpes, el Himalaya; se exceptúan la Alpujarra, y los que han sido originalmente apelativos femeninos, como Sierramorena, la Silla (en Venezuela)117.

163. 3.º Toda palabra o expresión que sirve de nombre a sí misma; por ejemplo, analizando esta frase las leyes de la naturaleza, diríamos que la naturaleza está empleado   —58→   como término de la preposición de. Lo cual no quita que se diga la en, la por, la pero, subentendiendo preposición o conjunción.

(88). Por razón del significado son femeninos:

164. 1.º Los sustantivos que significan mujer o hembra, o seres que nos representamos como de este sexo, verbigracia diosa, ninfa, hada, leona, Safo, Juno, Dulcinea, Zapaquilda.

165. 2.º Los nombres propios de ciudades, villas, aldeas; bien que siguen a veces el género de la terminación. Por ejemplo, Sevilla es necesariamente femenino, porque concurren el significado y la terminación. Toledo, al contrario, es ambiguo, siguiendo unas veces el género de la terminación, como en «Pasado Toledo, a la ribera del mismo río (Tajo), está asentada Talavera» (Mariana); «Toledo permaneció libre hasta el 19 de diciembre, día en que le ocuparon los franceses» (Alcalá Galiano); otras el género de su significado, como en


«Toda júbilo es hoy la gran Toledo».


(Huerta)                


166 (a). Corinto, Sagunto, y otros nombres de ciudades antiguas, se usan casi invariablemente como femeninos, no obstante su terminación.

167. 3.º Los nombres de las letras de cualquier alfabeto, como la b, la o, la x, la delta, la ómicron25. Sin embargo, algunos hacen masculinos los nombres de las letras griegas y hebreas, y delta, cuando significa la isla triangular que forman algunos ríos en su desembocadura, es masculino según la Academia.

(89). Atendiendo a la terminación:

168. 1.º Son comúnmente femeninos los en a no aguda, como alma, lágrima.

No son excepciones los sustantivos que su significado de varón hace masculinos, como atalaya y vigía (por las personas que atalayan), atleta, argonauta, barba (por el actor que hace papeles de viejo), consuela (por apuntador de teatro), cura (por el párroco), vista (por el de la aduana); pero sí debemos mirar como irregulares en esta parte   —59→   a los ambiguos, que siguen ya el género del significado, ya el de la terminación, como espía (el que acecha), guía (el que muestra el camino), lengua (el que interpreta de viva voz), maula (el hombre artificioso o petardista); bien que indudablemente prevalece aun en éstos el género que corresponde al sexo. La sota de los naipes es siempre femenino, aunque tiene figura de hombre.

Son también masculinos: cólera (por cólera-morbo), contra (por la opinión contraria), día, hermafrodita, mapa (por carta geográfica), planeta y cometa (astros), y gran número de los acabados en ma, que son sustantivos de la misma terminación en griego, como emblema, epigrama, poema, síntoma. De manera que no debemos vacilar en hacer masculino todo nuevo sustantivo de esta terminación y origen, como empireuma, panorama, cosmorama, diorama. El uso, sin embargo, ha hecho ambiguos a anatema, neuma, reuma, y femeninos a apostema, asma, broma, diadema, estratagema, fantasma (cuando significa un espantajo artificial), flema, tema (por obstinación o porfía), y algunos otros. Llama, cuadrúpedo americano, es ambiguo, pero más frecuentemente masculino.

169. 2.º Son asimismo femeninos los en d, como vanidad, merced, red, sed, virtud; menos césped, ardid, almud, alud, laúd, ataúd, sud, talmud.

170. 3.º Son masculinos los que terminan en cualquiera vocal, menos a no aguda, o en cualquiera consonante, menos d; pero las excepciones son numerosas.

Nos contraeremos a indicar las más notables, siguiendo el orden de las terminaciones.

171 (a). De los en e son femeninos los de tropos y figuras gramaticales o retóricas, verbigracia apócope, sinécdoque (excepto hipérbole, ambiguo); los nombres de líneas matemáticas, como elipse, cicloide, tangente, secante; los sustantivos esdrújulos en ide, tomados del griego, como pirámide, clámide; los en ie acentuados en vocal anterior a esta terminación, como carie26, sanie, temperie, superficie; los terminados en umbre, como lumbre, muchedumbre, pesadumbre, costumbre (menos alumbre), y además:

  • Alsine.
  • Ave.
  • Base.
  • Breve y semibreve (notas de música).
  • Calle.
  • Carne.
  • Catástrofe.
  • Clase.
  • Clave (que sólo es masculino cuando significa un instrumento de música).
  • Cohorte.
  • Compage.
  • Consonante y licuante (letras).
  • Corambre.
  • —60→
  • Corriente.
  • Corte (por residencia del gobierno supremo, tribunal, comitiva o séquito).
  • Chinche.
  • Egílope.
  • Elatine.
  • Eringe.
  • Escorpioide.
  • Estacte.
  • Estirpe.
  • Estrige.
  • Extravagante (constitución soberana que anda fuera del código o recopilación a que corresponde).
  • Falange.
  • Falce.
  • Faringe.
  • Fase.
  • Fe.
  • Fiebre.
  • Frase.
  • Frente (facción de la cara).
  • Fuente.
  • Gente.
  • Hambre.
  • Hélice.
  • Hipocrene.
  • Hojaldre.
  • Hueste.
  • Índole.
  • Ingle.
  • Jíride.
  • Labe.
  • Landre.
  • Lápade.
  • Laringe.
  • Laude.
  • Leche.
  • Liebre.
  • Liendre.
  • Lite.
  • Llave.
  • Madre.
  • Mente.
  • Mole.
  • Muerte.
  • Mugre.
  • Nave.
  • Nieve.
  • Noche.
  • Nube.
  • Paraselene.
  • Parte (que sólo es masculino cuando significa aviso).
  • Patente (por cédula, título o pacho).
  • Pelitre.
  • Pendiente (masculino, cuando significa adorno de las orejas).
  • Peste.
  • Plebe.
  • Pléyade.
  • Podre.
  • Prole.
  • Raigambre.
  • Salve.
  • Sangre.
  • Sede.
  • Serpiente.
  • Sierpe.
  • Simiente.
  • Sirte.
  • Suerte.
  • Tarde.
  • Tingle.
  • Torce.
  • Torre.
  • Trabe.
  • Troje.
  • Ubre.
  • Urdiembre o urdimbre.
  • Vacante.
  • Variante.
  • Várice.
  • Veste y sobreveste.
  • Vorágine118.
  —61→  

172 (b). Ceraste28, dote, estambre, lente, pringue, puente, tilde, tizne y trípode28bis, son ambiguos; pero dote, significando cierta parte del caudal de la mujer casada, es más comúnmente femenino; en estambre, al contrario, el género masculino es el que hoy predomina, y lo mismo en puente cuando significa el de un río. Tilde, por la virgulilla que se pone sobre una letra, es ambiguo; y cuando denota en general una cosa mínima, femenino.

173 (c). Arte se usa generalmente como masculino en singular, y como femenino en plural: «La naturaleza con sus nativas gracias vale más que ese arte metódico y amanerado»; «La inmensa variedad de artes subalternas y auxiliares del grande arte de la agricultura» (Jovellanos); «las artes liberales», «las bellas artes», «las artes mecánicas»; «Se valió de malas artes para alcanzar lo que deseaba». Pero si se trata de un arte liberal o mecánico, admite el género femenino en singular: «La escritura fue arte poco vulgarizado o vulgarizada en la media edad».

174 (d). De los en i (o y) son femeninos graciadey, palmacristi, grey, ley, y todos los esdrújulos originados del griego, donde terminan en is, como metrópoli.

175 (e). De los en j no hay más femeninos que troj.

176 (f). De los en l son femeninos cal, capital (ciudad), cárcel, col, cordal, credencial, hiel, miel, pastoral, piel, señal, vocal (letra). Canal no es masculino sino significando un estrecho de mar, los caudalosos de navegación o riego, ciertos conductos naturales del cuerpo humano, y figuradamente una vía o conducto de comunicación; verbigracia el canal de la Mancha, el canal de Langüedoc, el de Maipo, el canal intestinal, el canal por donde se recibió la noticia. Moral es masculino como nombre de árbol, y femenino significando la regla de vida y costumbres según la cual las acciones humanas se califican de rectas o depravadas. Sal, significando la de comer, es invariablemente femenino; significando ciertos compuestos químicos, hay escritores que lo hacen masculino; pero esto es cada día más raro. Amoníaco es sustantivo masculino, y se usa también como adjetivo de dos terminaciones, amoníaco, amoníaca; de manera que podemos decir sal amoníaco por aposición de dos sustantivos de diverso género, y sal amoníaca por concordancia de sustantivo y adjetivo.

177 (g). De los acabados en n son femeninos los en ión, derivados de verbos castellanos o latinos, como oración, devoción, provisión, precisión, gestión, reflexión, religión, rebelión; si no es uno u otro que se forma añadiendo ón a la raíz del verbo castellano terminada en i, como limpión de yo limpio, por la misma analogía que resbalón de resbalo, empujón de empujo. Son también femeninos los en zón, derivados de nombre o verbo castellanos, como ramazón, palazón, armazón29, cargazón; excepto los aumentativos, como lanzón. Son, en fin, femeninos ación, clin o crin, diasén, imagen, razón, sartén, sazón, sien. Margen es ambiguo en singular, y comúnmente femenino en plural. Orden, significando   —62→   serie, sucesión, regularidad, disposición de las partes de un todo, es masculino, como en las frases el orden de los asientos, el orden natural, el orden público. Es igualmente masculino significando una división de las clases en las nomenclaturas científicas, como el orden de los carnívoros en la clase de los mamíferos. Pero es femenino cuando significa el sacramento de ese nombre y cualquiera de sus diferentes grados, y así se dice la orden del subdiaconado, las órdenes mayores. Es asimismo femenino en la significación de precepto: una real orden, las órdenes del ministro; y lo mismo cuando se toma por la regla o instituto de alguna comunidad o corporación, y por las mismas corporaciones, como la orden de San Francisco, las órdenes mendicantes, las órdenes militares. Desorden, fin, son hoy constantemente masculinos119-30.

178 (h). De los en o son femeninos mano, nao, testudo. Algunos usan como del género femenino a sínodo; pero ya es rara esa práctica. Quersoneso (nombre general que daban los griegos a las penínsulas) me parece que debe tenerse por femenino: la Quersoneso Címbrica, Táurica, etc., y ese género le ha dado el poeta Valbuena. Pro es masculino en el pro y el contra, y en la locución familiar buen pro te haga; femenino en la pro común, la pro comunal31.

179 (i). De los en r son femeninos bezar, bezoar, flor, labor, segur, zoster. Mar es ambiguo, excepto cuando se le junta el sustantivo Océano o los adjetivos geográficos Adriático, Atlántico, Mediterráneo, Báltico, Caspio, Pacífico, Negro, Blanco, Rojo, Glacial, etc. Sus compuestos bajamar, pleamar, estrellamar, son femeninos. Azúcar es ambiguo. Calor, color y sabor no rechazan del todo el género femenino, especialmente en verso32.

180 (j). De los en s hay muchísimos femeninos que terminan en sis, originados de sustantivos griegos de la misma terminación y género, como antítesis, crisis, diátesis, sintaxis, tesis. Hay empero excepciones, como Apocalipsis, Génesis, constantemente masculinos, énfasis y análisis, ambiguos. Es masculino iris cuando no es el nombre propio de una diosa. Son femeninos aguarrás, bilis, colapiscis, lis, litis, macis, monospastos y polispastos33, mies, res, tos y venus; y ambiguo cutis.

181 (k). De los acabados en u es femenino tribu34.

182 (l). De los en x son femeninos ónix y sardónix35. Fénix, antes femenino, ha pasado ya al otro género.

183 (m). De los en z son femeninos cerviz, cicatriz, coz, cruz, faz, haz (por cara o superficie), hez, hoz, lombriz, luz, matriz, nariz, nuez, paz, perdiz, pez (significando una sustancia vegetal o mineral), pómez, raíz, sobrepelliz, tez, vez, voz, y todos los derivados abstractos, como altivez, niñez, sencillez. Doblez es femenino significando la cualidad abstracta de lo doble y masculino por pliegue. Prez es ambiguo.

  —63→  

184. 4.º Los plurales en as y des son generalmente femeninos; todos los otros masculinos.

185 (a). Exceptúanse por masculinos los afueras, los cercas (término de pintura); por femeninos cortes (cuerpo legislativo), creces, fauces, llares, pares (placenta), partes (prendas intelectuales y morales de una persona), preces, testimoniales y trébedes; y por ambiguos modales y puches. Fasces o haces, significando los haces de segur y varas que llevaban los lictores delante de ciertos magistrados romanos, son indisputablemente masculinos; yo a lo menos no alcanzo razón alguna para que la voz latina fasces, que no es de uso popular, varíe de género en castellano, ni para que un haz de varas sea femenino en manos de los lictores, siendo masculino en cualesquiera otras36.

186. 5.º Los compuestos terminados en sustantivo singular que conserva su forma simple, siguen el género de éste, como aguamiel, contraveneno, contrapeste, desazón, disfavor, sinrazón, sinsabor, trasluz37, trastienda.

187 (a). Exceptuánse aguachirle, aguapié, femeninos; guardacostas, guardavela y tapaboca masculinos; y a lo mismo se inclinan los otros compuestos de verbo y sustantivo, formados a la manera de estos tres, como guardamano, pasamano, mondadientes, cortaplumas; bien que chotacabras, guardapuerta, guardarropa, portabandera, portacarabina, sacafilásticas, tornaboda, tornaguía, tragaluz, son femeninos; portaalmizcle y portapaz, ambiguos38.




ArribaAbajoCapítulo XI

Nombres numerales


188 (90). Llámanse numerales los nombres que significan número determinado, sea que sólo expresen esta idea o que la asocien con otra. Son de varias especies.


Numerales cardinales

189 (91). Los numerales cardinales son adjetivos que significan simplemente un número determinado, como uno, dos, tres, cuatro, etc. Júntanse a veces dos o más de estos nombres para designar el número de que se quiere dar idea,   —64→   como diez y nueve, veinte y tres39, trescientos ochenta y cuatro, mil novecientos cuarenta y seis, doscientos sesenta y ocho mil setecientos cincuenta y cinco. En este último ejemplo se ve que los cardinales que preceden a mil denotan la multiplicación de este número, como si se dijese doscientas sesenta y ocho veces mil.

190 (92). Uno, una, carece de plural si se limita a significar la unidad40. Puede tenerlo en los casos siguientes:

1.º Cuando es artículo indefinido; se le da este título siempre que se emplea para significar que se trata de objeto u objetos indefinidos, esto es, no consabidos de la persona o personas a quienes hablamos: un hombre, una mujer, unos mercaderes, unas casas.

2.º Cuando lo hacemos sustantivo, denotando el guarismo con que se representa la unidad: el once se compone de dos unos.

3.º Cuando significa identidad o semejanza: el mundo siempre es uno; no todos los tiempos son unos.

191 (93). Dos, tres, y todos los otros numerales cardinales son necesariamente plurales, a menos que los hagamos sustantivos, denotando los números en abstracto, o bien empleándolos como nombres de guarismos, naipes, regimientos, batallones, etc. En estos casos los hacemos del número singular, y podemos darles plural; verbigracia ocho es doble de cuatro; el veinte y tres se compone de un dos y un tres; el seis de infantería ligera; quedaban en la baraja tres doces.

192 (94). Ambos, ambas, es un adjetivo plural de que nos servimos para señalar juntamente dos cosas de que ya se ha hecho mención, o cuya existencia suponemos conocida, como cuando, hecha mención de dos hombres, digo, venían ambos a caballo, o sin mención precedente, tengo ambas manos adormecidas. Dícese también entrambos, y ambos o entrambos a dos120.

  —65→  

193 (95). Ciento sufre apócope: cien ducados, cien leguas. La forma abreviada es necesaria antes de todo sustantivo, como en cien duraznos, cien pesos, o interviniendo solamente adjetivos, como en cien valerosos guerreros, cien aventuradas empresas; pero sería viciosa en cualquiera otra situación: los muertos pasaron de cien, cien de los enemigos quedaron en el campo de batalla, son expresiones incorrectas; bien que no dejan de encontrarse en distinguidos escritores modernos. Cuando precede a un cardinal, se distingue: si lo multiplica, se apocopa: cien mil hombres; si sólo se le añade, no sufre apócope: ciento cincuenta y tres, ciento veinte y tres mil.

194 (96). Ciento y mil se usan como sustantivos colectivos, y entonces reciben ambos números: las peras se venden a tanto el ciento; muchos cientos, muchos miles. Con ciento como colectivo se forman los adjetivos compuestos doscientos, trescientos, etc., que tienen dos terminaciones para los géneros: doscientos reales, cuatrocientas libras. Millón, billón, trillón, etc. (y lo mismo cuento, que en el significado de millón apenas tiene ya uso), se emplean constantemente como sustantivos colectivos.



  —66→  
Numerales ordinales

195 (97). Los numerales ordinales denotan el orden numérico: primero, segundo, tercero, noveno, décimo, undécimo, duodécimo, vigésimo, centésimo. Combínanse cuando es necesario, y entonces puede sustituirse a primero, primo, y a tercero, tercio: trigésimo primo, cuadragésimo tercio. Algunos otros hay que tienen también formas dobles, verbigracia séptimo y seteno, noveno y nono, vigésimo y veinteno, centésimo y centeno. Empléanse asimismo como ordinales los cardinales: la ley dos, el capítulo siete, Luis catorce, el siglo diez y nueve41.

196 (98). Con los días del mes no se junta otro ordinal que primero, y ésa es también la práctica más ordinaria en las citas de las leyes. En las de capítulos se usan indiferentemente desde dos los ordinales y los cardinales, pero suelen preferirse los cardinales, desde trece.

197 (99). Con los nombres de reyes de España y de papas se prefieren constantemente los ordinales, hasta duodécimo: dícese Benedicto catorce y Benedicto decimocuarto; pero siempre Juan veinte y dos. Con los nombres de otros monarcas extranjeros solemos juntar los ordinales hasta diez u once los cardinales desde diez: Enrique cuarto (de Francia), Federico segundo (de Prusia), Luis once o undécimo (de Francia), Carlos doce (de Suecia), Luis catorce (de Francia).




Numerales distributivos

198 (100). No tenemos otro numeral distributivo que el adjetivo plural sendos, sendas; cuyo recto uso y significación se manifiestan en estos ejemplos: «Tenían las cuatro ninfas sendos vasos hechos a la romana» (Jorge de Montemayor); esto es, cada ninfa un vaso. «Eligiendo el duque tres soldados nadadores, mandó que con sendas zapas pasasen el foso» (Coloma); cada soldado con su zapa.

«Mirando Sancho a los del jardín tiernamente y con lágrimas, les dijo que le ayudasen en aquel trance con sendos paternostres y sendas   —67→   avemarías» (Cervantes); cada uno con un paternóster y una avemaría. «El rey y la reina, vestidos de sus paños reales, fueron levantados en sendos paveses» (Mariana); el uno en un pavés y la otra en otro. «Envió (el rey moro de Córdoba) sus cartas para el rey de Galicia con dos hermosos caballos ricamente enjaezados y sendas espadas de Córdoba y de Toledo» (Conde); una de Córdoba y otra de Toledo. «Salieron de la nave seis enanos, tañendo sendas arpas» (Clemencín); cada enano una arpa. «Masanielo y su hermano iban en sendos caballos hermosísimos, enjaezados con primor y riqueza» (el duque de Rivas); Masanielo en un caballo y su hermano en otro. «Ya se hallaban todos ellos apercibidos, prontos en sendos caballos de pelea» (Martínez de la Rosa); cada uno en su caballo.

199 (a). Yerran los que creen que sendos ha significado jamás grandes o fuertes o descomunales. No puede decirse, por ejemplo, que un hombre dio a otro sendas bofetadas; y se dieron sendas bofetadas quiere decir simplemente que cada cual dio una bofetada al otro; sendos no envuelve ninguna idea de cualidad o magnitud, sino de unidad distributiva. Yerran más groseramente, si cabe, los que usan este adjetivo en singular, como lo hizo un célebre escritor del tiempo de Carlos III. La Academia no ha transigido con estas corruptelas, y sería de sentir que las autorizase121.

200 (101). Para significar la distribución numeral nos servimos casi siempre de los cardinales, verbigracia asignáronsele cien doblones al año, o cada un año; nombrose para cada diez hombres un cabo; eligieron cada mil hombres una persona que los representase. Se usa, pues, cada como adjetivo de todo número y género bajo una terminación invariable; y sólo puede juntarse con los numerales cardinales uno, dos, tres, etc., subentendiéndose casi siempre el primero. En cada uno o cada una o cada cual, uno, una y cual son adjetivos sustantivados. Cada no se hace colectivo cuando se construye con sustantivos plurales, porque concierta con el verbo en plural, según se ve en el último ejemplo122.

  —68→  

201 (a). En los siglos diez y seis y diez y siete se usaba de diverso modo este adjetivo. «Dejando en los fuertes cada dos compañías, volvió la gente a Antequera» (don Diego Hurtado de Mendoza); esto es, dos compañías en cada fuerte. «En recompensa del cargo que les quitaban, dieron (las cortes) a Juan de Velasco y a Diego López de Zúñiga cada seis mil florines; pequeño precio y satisfacción» (Mariana); seis mil florines a cada uno. «Ofreciendo Mr. de Vitry levantar dos compañías de cada ciento cincuenta caballos, tuvo maña», etc. (Coloma); cada una de ciento cincuenta caballos. «Presentaba a los clérigos cada sendas peras verdiñales» (don Diego Hurtado de Mendoza); una de estas frutas a cada clérigo. Esta locución es desusada en el día.




Numerales múltiplos

202 (102). Llámanse proporcionales o múltiplos los numerales que significan multiplicación, verbigracia doble o duplicada fuerza, triple o triplicado número, cuádrupla o cuadruplicada gente. Duplo y triplo son siempre sustantivos42; los demás son adjetivos, que en la terminación masculina pueden sustantivarse: el doble, el cuádruplo, el décuplo, el céntuplo; lo que no se extiende a los que acaban en ado.

203 (103). Formamos también numerales múltiplos dando al respectivo cardinal la terminación tanto, como cuatrotanto. «Es verdad que el valor de esta industria (empleada por los extranjeros en las lanas españolas) supera en el cuatrotanto el valor de la materia que les damos» (Jovellanos). Pero no suelen formarse estos compuestos sino con cardinales desde tres hasta diez43.




Numerales partitivos

204 (104). Los numerales partitivos significan división, verbigracia la mitad, el tercio, el cuarto. Comúnmente se emplean en este sentido los ordinales desde tercero en adelante, construidos con el sustantivo femenino parte, la tercera o tercia parte, la décima parte, etc., o sustantivados en la terminación femenina o masculina: una tercia, un tercio (no una tercera, un tercero), una cuarta, un cuarto, dos décimas, tres centésimos, etc.; sobre lo cual notaremos: 1.º que   —69→   el ordinal masculino es general en su significado, mientras el femenino se aplica a determinadas cosas, como tercia, cuarta, de la vara; 2.º que la terminación femenina es menos usada que la masculina en la aritmética decimal; 3.º que cuando el ordinal sufre alteración en su forma, se aplica también a determinadas cosas, verbigracia sesma, de la vara, diezmo, de los frutos, impuesto fiscal o eclesiástico. En la aritmética se forman partitivos de todos los cardinales, simples o compuestos, desde once, añadiéndoles la terminación avo; un onceavo (1/11), dos veinteavos (2/20), treinta y tres centavos (33/100), novecientos ochenta y tres, mil-cuatrocientos-cincuenta-y-cinco-avos (983/1455).




Numerales colectivos

205 (105). Finalmente, los numerales colectivos son sustantivos que representan como unidad un número determinado, verbigracia decena, docena, veintena, centenar, millar, millón. Ya se ha dicho que ciento y mil se suelen emplear como colectivos.






ArribaAbajoCapítulo XII

Nombres aumentativos y diminutivos


206 (a). Las terminaciones aumentativas más frecuentes son azo, aza; on, ona; ote, ota; ísimo, ísima; como gigantazo, gigantaza; señorón, señorona; grandote, grandota; dulcísimo, dulcísima. Júntanse a veces dos terminaciones para dar más fuerza a la idea: picaronazo, picaronaza. De los en ísimo, ísima, que forman una especie particular, trataremos después separadamente.

207 (b). Las aumentativos en on dejan a veces el género del sustantivo de que se forman, verbigracia cigarrón, murallón, lanzón.

208 (c). Hay otras terminaciones aumentativas menos usuales, como ricacho (de rico), vivaracho (de vivo), nubarrón (de nube), bobarrón y bobalicón (de bobo), mocetón (de mozo), etc.

209 (d). A las terminaciones aumentativas agregamos frecuentemente la idea de tosquedad o fealdad, como en gigantazo, librote, de frivolidad, como en vivaracho; de desprecio o burla, como en pobretón,   —70→   bobarrón. Todas ellas son ajenas del estilo elevado, mientras envuelven estas ideas accesorias, lo que en varios sustantivos no hacen, verbigracia en murallón, lanzón; deponiendo a veces hasta la significación de aumento, y aún tomando la contraria, como en anadón, islote.

210 (e). Las terminaciones diminutivas más frecuentes son ejo, eja, ete, eta; ico, ica; illo, illa; ito, ita; uelo, uela; pero no se forman siempre de un mismo modo, como se ve en los ejemplos siguientes: florecilla, florecita (de flor); manecita (de mano); pececillo, pececito (de pez); avecica, avecilla, avecita (de ave); autorcillo, autorcito, autorzuelo (de autor); dolorcillo, dolorcito (de dolor); librejo, librito (de libro); jardinito, jardinillo, jardincito, jardincillo (de jardín); viejecico, viejecillo, viejecito, viejezuelo, vejete, vejezuelo (de viejo); cieguecillo, cieguecito, cieguezuelo, ceguezuelo (de ciego); piedrecilla, piedrecita, piedrezuela, pedrezuela (de piedra); tiernecillo, tiernecito, ternezuelo (de tierno).

211 (f). Hay otras menos frecuentes, a saber: las en ato, ata; el, ela; éculo, écula; ículo, ícula; il; in; ola; eco, oca; ucho, ucha; ulo, ola; úsculo, úscula; verbigracia cervato (de ciervo), doncel (de don), damisela (de dama), molécula (de mole), retículo (de red), partícula (de parte), tamboril (de tambor), peluquín (de peluca), banderola (de bandera), casuca y casucha (de casa), serrucho (de sierra), glóbulo (de globo), célula (de celda), corpúsculo (de cuerpo), opúsculo (de obra). Los diminutivos esdrújulos son todos de formación latina44.

212 (g). A los diminutivos agregamos junto con la idea de pequeñez, y a veces sin ella, las ideas de cariño o compasión, más propias de los en ito, como en hijito, abuelito, viejecito; o la de desprecio y burla, más acomodada a los en ejo, ete, uelo, como librejo, vejete, autorzuelo. Las de compasión o cariño no son enteramente ajenas de estilo elevado y afectuoso, pero todas ellas ocurren más a menudo en el familiar y el festivo. Son notables los diminutivos todito, nadita, que no alteran en manera alguna la significación de todo y nada, y sólo sirven para acomodarlos al estilo familiar.

213 (b). Hay multitud de sustantivos que sirven para designar a los animales de tierna edad, a la manera que lo hacen niño, muchacho, párvulo, rapaz, respecto de la especie humana; y que podemos asociar por eso a los diminutivos, aun cuando no se formen a la manera de éstos. Así llamamos cordero, corderillo, la cría de la oveja; borrego, el cordero de uno a dos años; potro, potrillo, el caballo de poca edad; potranca, la yegua de poca edad; chibato, chibatillo, el cabrito que llega al año; jabato, el hijo pequeño de la jabalina; lechón, lechoncillo, el cerdo que todavía mama; ballenato, el hijo pequeño de la ballena; lebrato, lebratillo, el de la liebre; corcino, el de la corza; cachorro, cachorrillo, el hijuelo de un cuadrúpedo carnívoro; lobato, lobatillo, lobezno, el de la loba; pollo, el ave de poca edad; ansarino, el pollo del ansar o ganso; anadino, anadón, el del ánade; palomino, el de la paloma; pichón, el de   —71→   la paloma casera; cigoñino, el de la cigüeña; pavipollo, el de la pava; aguilucho, el del águila; ranacuajo o renacuajo, la rana pequeña o de poca edad; viborezno, la víbora recién nacida, etc.

214 (i). A los mismos debemos agregar los que significan la planta tierna, como cebollino, colino, lechuguino, porrino; la planta de cebolla, col, lechuga, puerro, en estado de trasplantarse.

215 (j). Varios nombres femeninos tienen diminutivos masculinos en in, como espada, espadín; peluca, peluquín.

216 (k). En la formación de las aumentativos y diminutivos, los diptongos ié, ué, acentuados sobre la é, pasan a veces a las vocales simples e, o, cuando pierden el acento, como pierna, pernaza; bueno, bonazo; ciervo, cervato; cuerpo, corpecico. Esto sólo se verifica cuando el nombre de que se forma el aumentativo o diminutivo ha pasado anteriormente de la vocal simple al diptongo, como pierna (en latín perna), bueno (en latín bonus), ciervo (cervus), cuerpo (corpus); de modo que la sílaba variable que se ha vuelto diptongo bajo la influencia del acento, recobra su primitiva simplicidad desde que deja de ser acentuada; lo que, a la verdad, ocurre mucho menos frecuentemente en éstas que en otras especies de derivaciones, como en bondad (de bueno), fortaleza (de fuerte), dentición, dentadura, dentista (de diente), mortal, mortalidad, mortandad, mortecino, mortuorio (de muerte), poblar, población, popular, populoso (de pueblo), etc.

217 (l). En la formación de los aumentativos y diminutivos (y lo mismo en todas las otras especies de inflexiones) debe atenderse, no a las letras o caracteres, sino a los sonidos. Peluquín, por ejemplo, no es menos regular que espadín, porque en el primero a la c de peluca se sustituye qu, como es necesario para que subsista el sonido fuerte de la c. Igualmente regulares son cieguecillo, en que la g pasa a gu para que no se altere su sonido, y pedacillo, en que se muda en c la z de pedazo, como lo hacemos sin necesidad según la ortografía corriente.

218 (m). Las formas diminutivas de los nombres propios son a veces bastante irregulares, como Pepe (de José), Paco, Pacho, Paquito, Panchito (de Francisco), Manolo (de Manuel), Concha, Conchita (de Concepción), Belica (de Isabel), Perico, Perucho (de Pedro), Catana, Cata (de Catalina), etc.123.

  —72→  
Apéndice

De los superlativos absolutos


219 (106). Los aumentativos de más uso, y los que tienen más cabida en el estilo elevado, son los llamados superlativos, que generalmente terminan en ísimo, ísima; como grandísimo (de grande), blanquísimo (de blanco), utilísimo (de útil); equivalentes a las frases muy grande, muy blanco, muy útil, que se llaman también superlativas.

220 (a). Conviene observar que con los adjetivos y frases de que hablamos no se expresa el grado más alto de la cualidad significada por el primitivo; pues el decir, verbigracia que César fue orador elocuentísimo y que aún era más elocuente Marco Tulio, nada tiene que no sea conforme a la razón y a la gramática. Otros superlativos hay (que en nuestra lengua no son ordinariamente nombres simples sino frases) por medio de los cuales se denota el grado más alto de la cualidad respectiva, dentro de la clase que se designa, como cuando decimos que «el último de los reyes godos de España se llamó Rodrigo», o que «Londres es la más populosa ciudad de Europa»; o que «las palmas son los más elegantes de los árboles». Estos superlativos se llaman partitivos, porque forman una parte o especie particular dentro de la clase o colección de seres a que se refieren. Llámanse también superlativos de régimen, porque rigen, esto es, llevan siempre expreso o tácito un complemento compuesto de la preposición de o entre y del nombre de la clase: «la más populosa de o entre las ciudades europeas», o (embebiendo el complemento) «la más populosa ciudad europea». Este régimen es lo que mejor los distingue de los superlativos absolutos, de que vamos a tratar.

221 (107). En lugar de muy se emplean a veces otros adverbios o complementos de igual o semejante significación, como sumamente, extremadamente, en gran manera, en extremo. Entre ellos debe contarse además, que se pospone entonces: colérico además, pensativo además, significan lo mismo que muy colérico, muy pensativo.

222 (108). Sólo de los adjetivos se pueden formar superlativos. La desinencia se forma regularmente sustituyendo a las vocales o, e, o añadiendo a las consonantes el final ísimo, que admite inflexiones de género y de número. Pero hay multitud de irregulares.

  —73→  

223 (a). Consiste esta irregularidad, ya en que alteran la raíz, como benevolentísimo (de benévolo), ardentísimo (de ardiente), fortísimo (de fuerte), fidelísimo (de fiel), antiquísimo (de antiguo), sacratísimo (de sagrado), sapientísimo (de sabio), beneficentísimo, magnificentísimo, munificentísimo (de benéfico, magnífico, munífico); ya en que alteran la terminación o ambas cosas a un tiempo, como acérrimo, celebérrimo, integérrimo, libérrimo, misérrimo, salubérrimo (de acre, célebre, íntegro, libre, mísero, salubre). Los superlativos de doble124, endeble, feble, son regulares; los demás terminados en ble mudan este final en bilísimo: amabilísimo, nobilísimo, sensibilísimo, volubilísimo. En los acabados en io, si la i del final tiene acento, se sigue la formación regular, como en friísimo, piísimo; si la i del final carece de acento, se pierde, como en amplísimo, limpísimo, agrísimo; pero hay muchos que no toman la terminación superlativa, como sombrío, tardío, vacío, lacio, temerario, vario, zafio.

224 (b). Los superlativos irregulares son casi todos latinos, y para algunos adjetivos hay dos formas superlativas, una regular, de formación castellana, y otra irregular, que tomamos de la lengua latina: amiguísimo y amicísimo; dificilísimo y dificílimo; asperísimo y aspérrimo; pobrísimo y paupérrimo; fertilísimo y ubérrimo; friísimo y frigidísimo125; bonísimo y óptimo; malísimo y pésimo; grandísimo y máximo; pequeñísimo y mínimo; altísimo y supremo o sumo; bajísimo e ínfimo. Son también de formación latina íntimo (superlativo de interno), próximo (de cercano). Varios de estos superlativos tomados de la lengua latina se usan también como partitivos o de régimen, según veremos en su lugar45.

225 (c). Hay gran número de adjetivos que no admiten la inflexión superlativa, o porque en su significado no cabe más ni menos (y en tal caso es claro que tampoco puede tener uso la frase superlativa formada con el adverbio muy, grandemente, u otra expresión análoga), como uno, dos, tres, primero, segundo, tercero, y todos los numerales; omnipotente46, inmenso, inmortal; celeste y celestial; terrestre, terreno y terrenal; sublunar, infernal, infando, nefando, triangular, rectángulo, etc.; o porque su estructura, según los hábitos de la lengua, no se presta a la inflexión, como en casi todos los esdrújulos en eo, imo, ico, fero, gero, vomo; verbigracia momentáneo, sanguíneo, férreo, lácteo, legítimo, marítimo, selvático, exótico, satírico, empírico, político, mefítico, lógico, cáustico, colérico, mortífero, aurífero, pestífero, armígero, ignívomo; los en i, como verdegay, turquí; los en il, que se aplican a sexos, edades y condiciones, verbigracia varonil, mujeril, pueril, juvenil, senil, señoril,   —74→   pastoril; y varios otros, como repentino, súbito, efímero, lúgubre, etc. Algunos de los enumerados admiten a veces la inflexión en el estilo jocoso, como lo hacen los sustantivos mismos.

226 (d). Los medios de que nos servimos para formar superlativos, no son todos de igual valor entre sí, pues unos encarecen más que otros. Cualquiera percibiría la graduación de grandemente, extremadamente, sumamente. Salvá observa que la inflexión tiene más fuerza que la frase; que doctísimo, por ejemplo, dice más que muy docto.

227 (e). Hay adjetivos que no admitiendo la inflexión ni la frase, porque su significado lo resiste, modificado éste, de manera que la cualidad sea susceptible de más y menos, pueden construirse con muy, como cuando decimos que un hombre es muy nulo (tomando a nulo por inepto). En este caso se hallan también no pocos sustantivos cuando pasan a significación adjetiva: muy hombre, muy mujer, muy soldado, muy filósofo, muy bachillera, muy maula, muy alhaja, muy fantasma, muy bestia. A veces la inflexión superlativa es sólo enfática, como en mismísimo, singularísimo.

228 (109). Lo que debe evitarse como una vulgaridad es la construcción de la desinencia superlativa con los adverbios más, menos, diciendo, verbigracia más doctísimo, menos hermosísima. Ni es de mucho mejor ley su construcción con muy, tan, cuan. Pero mínimo, íntimo, ínfimo, próximo, se usan a veces como si no fuesen superlativos, pues se dice corrientemente la cosa más mínima, mi más íntimo amigo, a precio tan ínfimo, una casa tan próxima.






ArribaAbajoCapítulo XIII

De los pronombres


229 (110). Llamamos pronombres los nombres que significan primera, segunda o tercera persona, ya expresen esta sola idea, ya la asocien con otra126.


Pronombres personales

230 (111). Hay pronombres de varias especies, y la primera es la de los estrictamente personales, que significan la idea de persona por sí sola; tales son:

  —75→  
  • Yo, primera persona de singular, masculino y femenino.
  • Nosotros, nosotras, primera de plural.
  • , segunda de singular, masculino y femenino.
  • Vosotros, vosotras, segunda de plural.

231 (a). Pudiera decirse que, fuera de estos cuatro sustantivos, no hay nombres que de suyo signifiquen persona determinada, esto es, primera, segunda o tercera; porque de los otros, que generalmente se miran como de tercera, apenas podrá señalarse alguno que no sea capaz de tomar en ciertas circunstancias la primera o segunda. Pueblo es tercera persona en «A mi pueblo despojaron sus exactores y lo han dominado mujeres» (Scio); y segunda en «Pueblo mío, los que te llaman bienaventurado, esos mismos te engañan» (Scio). Rey es tercera persona en El rey lo manda; primera en Yo el rey; y en este ejemplo de Mariana, segunda: «¿Los reyes tenéis por santo y por honesto lo que os viene más a cuento para reinar?». Sustitúyese aquí con elegancia al personal vosotros el apelativo los reyes; lo que nuestra lengua no permite sino en el plural; no se podría decir el rey lo mandas. De la misma manera: «Los viejos somos regañones y descontentadizos», donde el apelativo los viejos lleva envuelto el personal nosotros, lo que no pudiera hacerse con el singular yo127-47.

La misma indeterminación de persona se encuentra aun en los adjetivos el y aquel, que se tienen por de la tercera. Si así no fuese, no podría decirse yo soy aquel que dije; tú eres el que trajiste128.

232 (112). En lugar de yo y de nosotros se dice nós en los despachos y provisiones de personas constituidas en   —76→   alta dignidad: Nós don N., Arzobispo de; Nós el Deán y Cabildo de. En el primer ejemplo de pluralidad es ficticia; multiplícase la persona en señal de autoridad y poder. Pero aun cuando nos signifique realmente un solo individuo, en su construcción es un verdadero plural: «Nós (el Arzobispo) mandamos»; «Si alguna contrariedad pareciere en las leyes (decía el rey don Alfonso XI), tenemos por bien que Nós seamos requeridos sobre ello»129. No se extiende, sin embargo, la pluralidad ficticia a los sustantivos que se adjetivan haciéndose predicados de Nós: Elevada la solicitud a Nós el Presidente de la República, hemos resuelto», etc.48

233 (a). Es frecuente en lo impreso que el escritor se designe a sí mismo en primera persona de plural: «Nos hallamos obligados a elegir éste, de los tres argumentos que propusimos» (Solís); pero entonces no se dice nós en lugar de nosotros.

234 (113). Hay en la segunda persona pluralidad ficticia cuando se dice vos por , representándose como multiplicado el individuo en señal de cortesía o respeto; pero ahora no se usa este vos sino cuando se habla a Dios o a los Santos, o en composiciones dramáticas130, o en ciertas piezas oficiales, donde lo pide la ley o la costumbre131.

En los demás casos vos por vosotros es hoy puramente poético:


«Lanzad de vos el yugo vergonzoso»


(Ercilla)                


235 (114). El uso de vos, cuando significa pluralidad ficticia, no es semejante al de nós, pues no sólo se ponen en singular los sustantivos, sino los adjetivos, que le sirven   —77→   de predicados: «Acabastes, Señor, la vida con tan gran pobreza, que no tuvistes una sola gota de agua en la hora de vuestra muerte, y con tan gran desamparo de todas las cosas, que de vuestro mismo padre fuistes desamparado» (Granada).

236 (115). Yo se declina por casos, esto es, admite variedades de forma según las diferentes relaciones en que se halla con las otras palabras de la proposición. Podemos distinguir desde luego tres casos:

  • Yo, sujeto: yo soy, yo leo, yo escribo.
  • Me, complemento que modifica al verbo: me dices, me esperan.
  • , término de preposición: tú no piensas en mí, trajeron una carta dirigida a mí.

237 (116). La forma del nombre declinable que sirve de sujeto, se llama caso nominativo; la forma que toma cuando sirve de complemento, caso complementario; y la que toma cuando sirve de término, caso terminal.

238 (a). Recuérdese que los complementos son de dos especies: los unos compuestos de preposición y término, como el que modifica al verbo en obedezco a la ley; los otros formados por el término solo, como el que modifica al verbo en cumplo la ley (44). En el segundo ejemplo la ley es todo el complemento, en el primero no es más que una parte del complemento, el término. El caso me forma un complemento, y por eso lo llamo complementario; el caso forma solamente el término de un complemento, y por eso lo llamo terminal.

239 (117). Pero la forma me comprende verdaderamente dos casos que es necesario distinguir; porque si bien se presenta bajo una forma invariable en los pronombres personales, en los demostrativos no es así, como luego veremos. Cuando se dice tú me amas, él me odia, ellos me ven, yo soy el objeto amado, el objeto odiado, el objeto visto; me forma por sí solo un complemento acusativo. Pero cuando se dice tú me das dinero, él me ofrece favor, ellos me niegan auxilio, la cosa dada, ofrecida, negada, es dinero, favor, auxilio; yo soy solamente el término en que acaba la acción del verbo, esto es, en que va a parar el dinero, el favor,   —78→   el auxilio, yo no soy el objeto directo del verbo, sino sólo la persona en cuyo provecho o daño redunda el darse, ofrecerse o negarse; y me forma un complemento de diversa especie, llamado dativo.

240 (118). Hay, pues, que distinguir cuatro casos:

  • Nominativo, Yo.
  • Complementario acusativo, me.
  • Complementario dativo, me.
  • Terminal, .

241 (119). En la primera persona de plural no sólo se confunden las formas de los dos casos complementarios, como en la primera de singular, sino el caso terminal con el nominativo.

  • Nominativo, nosotros, nosotras.
  • Complementario acusativo, nos.
  • Complementario dativo, nos.
  • Terminal, nosotros, nosotras.

Decimos, por ejemplo, nosotros o nosotras somos, leemos; tú nos amas, él nos odia, ella nos ve; nos das dinero, nos ofrece favor, nos negaron auxilio; no piensas en nosotros, en nosotras; no ha venido con nosotros, con nosotras.

Cuando en señal de dignidad se dice nós, ya sea que hable una persona sola o muchas, nós es nominativo y terminal; nos (sin acento), complementario acusativo y complementario dativo.

242 (120). La declinación de es análoga a la de yo:

  • Nominativo, .
  • Complementario acusativo, te.
  • Complementario dativo, te.
  • Terminal, ti.

243 (121). La de vosotros es análoga a la de nosotros:

  • Nominativo, vosotros, vosotras.
  • Complementario acusativo, os.
  • Complementario dativo, os.
  • Terminal, vosotros, vosotras.
  —79→  

Ejemplos: tú escribes, te esperan; te dan dinero; a ti; Por ti.

Vosotros o vosotras escribís; os esperan; os dan dinero; a vosotros o vosotras; por vosotros o vosotras.

244 (122). Si en el nominativo se usa de vos en lugar de , se suprime la terminación otros, otras, en los casos que la tienen.

245 (123). Los casos terminales mí, ti, cuando vienen después de la preposición con, se vuelven migo, tigo, y componen una sola palabra con ella: conmigo, contigo.

246 (a). En lo antiguo se decía nusco y connusco, en lugar de con nosotros, con nosotras; vusco y convusco, en lugar de con vosotros, con vosotras.

247 (b). Y también se decía vos por os49.




Pronombres posesivos

248 (124). Llámase pronombres posesivos los que a la idea de persona determinada (esto es, primera, segunda o tercera) juntan la de posesión, o más bien, pertenencia. Tales son mío, mía, míos, mías, lo que pertenece a mí; nuestro, nuestra, nuestros, nuestras, lo que pertenece a nosotros, a nosotras, a nós; tuyo, tuya, tuyos, tuyas, lo que pertenece a ti; vuestro, vuestra, vuestros, vuestras, lo que pertenece a vosotros, a vosotras, a vos; suyo, suya, suyos, suyas, lo que pertenece a cualquiera tercera persona sea de singular o plural.

249 (125). Los pronombres mío, tuyo, suyo, sufren necesariamente apócope cuando construyéndose con el sustantivo le preceden; y la apócope es igualmente necesaria en ambos números. Mío, mía, pasan entonces a mi (sin acento); míos, mías, a mis; tuyo, tuya, a tu (sin acento); tuyos, tuyas, a tus; suyo, suya, a su; suyos, suyas, a sus: «Hijo mío, acuérdate de mis consejos, y dirige por ellos tus acciones, para que algún día hagas tuya la recompensa de reputación y confianza que los hombres por su propio interés dan siempre a la buena conducta».

  —80→  

250 (a). La pluralidad ficticia se extiende a los pronombres posesivos: «Considerando en nuestro pensamiento que la naturaleza humana es corruptible, y que aunque Dios haya ordenado que nós hayamos nacido de sangre y estirpe real, y nos haya constituido rey y señor de tantos pueblos, no nos ha eximido de la muerte», etc. (Testamento del rey don Fernando el Católico). Dícese nós en vez de yo, y nos en vez de me, y por consiguiente, nuestro en vez de mi.

«Habiendo vos, Señor, descubierto a los hombres tal bondad y misericordia, ¿es cosa tolerable que haya quien no os ame? ¿A quién ama, quien a vos no ama? ¿Qué beneficios agradece, quien los vuestros no agradece?» (Granada).

251 (126). A semejanza de la pluralidad figurada de nos y vos, hay una tercera persona ficticia que en señal de cortesía y respeto se sustituye a la verdadera; atribuyéndose, por ejemplo, a la majestad del rey, a la alteza del príncipe, a la excelencia del ministro, todos los actos de estos personajes, y todas sus afecciones espirituales y corporales: Su Majestad anda a caza; aún no se ha desayunado Su Alteza; Su Excelencia duerme. Y si les dirigimos la palabra, combinamos la cualidad abstracta de tercera persona con la pluralidad ficticia de segundo: Vuestra Majestad, Vuestra Alteza, Vuestra Paternidad132. Algunos de estos títulos se han sincopado o abreviado en términos de haberse casi oscurecido su origen, como Vuestra Señoría, que ha venido a parar en Usía, y vuestra merced en usted50.

252 (127). Esta tercera persona ficticia tiene singular y plural: Su Majestad, Sus Majestades; Usía, Usías; Usted, Ustedes. Constrúyese siempre con la tercera persona del verbo; y en todo lo que se diga por medio de ella es necesario que nos representemos una tercera persona imaginaria, singular o plural, masculina o femenina, según fuere el número y sexo de la verdadera persona o personas. Dícese,   —81→   pues, Su Alteza está enfermo, si se habla de un príncipe; enferma, si de una princesa; Su Señoría decretó, y Sus Señorías decretaron. Así el posesivo ordinario que se refiere a estos títulos es su, aun cuando se hable con las personas que los lleven: Concédame Vuestra Majestad su gracia; lléveme usted a su casa. Pero en el título mismo se usa vuestra (dirigiendo la palabra a la persona que lo lleva)51; y tanto el posesivo como los otros adjetivos que contribuyen a formar el título, se ponen siempre en la terminación femenina: Vuestra Majestad Cesárea; Su Alteza Serenísima; Usía Ilustrísima. Hablando con personas de alta categoría, se introduce a veces vos en lugar de Vuestra Majestad, Alteza, etc., y por consiguiente vuestro en lugar de su133.

253 (128). A veces se emplea su innecesariamente, declarándose la idea de pertenencia por este pronombre posesivo y por un complemento a la vez: Su casa de usted; su familia de ustedes. Eso apenas tiene cabida sino en el diálogo familiar y con relación a usted.




Pronombres demostrativos

254 (129). Pronombres demostrativos son aquellos de que nos servimos para mostrar los objetos señalando su situación respecto de determinada persona.

Este, esta, estos, estas, denota cercanía del objeto a la primera persona; ese, esa, esos, esas, cercanía del objeto a la segunda; aquel, aquella, aquellos, aquellas, distancia del objeto respecto de la primera y segunda persona.

255 (130). De cada uno de los tres adjetivos precedentes sale un sustantivo acabado en o: esto, eso, aquello.   —82→   Esto significa una cosa o conjunto de cosas que están cerca de la primera persona; eso, una cosa o conjunto de cosas cercanas a la segunda persona; aquello, una cosa o conjunto de cosas distantes de la primera persona y de la segunda. Significando bajo una misma forma, ya unidad, ya pluralidad colectiva, carecen de número plural134.

256 (a). Unas veces la demostración es material, y señalamos los objetos corporales en el lugar que ocupan, como en este pasaje de Quevedo: «Yo soy el desengaño; estos rasgones de la ropa son los tirones que dan de mí los que dicen que me quieren; y estos cardenales del rostro son los golpes y coces que me dan en llegando, porque vine y porque me vaya».

257 (b). Otras veces la demostración recae sobre el tiempo, y este, esto, señalan lo presente, aquel, aquello, lo pasado o lo futuro. Así esta semana es la semana en que estamos; aquel año es ordinariamente un año tiempo ha pasado. Así en el Evangelio el Salvador, después de anunciar las calamidades que habían de sobrevenir al pueblo judío, concluye diciendo: «¡Ay de las madres en aquellos días!».


«No os admiréis les digo,
Que llore y que suspire
Aquel barquero pobre
Que alegre conocistes».


(Lope)                


Aquel señala aquí la persona misma que habla, pero en un tiempo pasado lejano, como si el que habla viese y mostrase su propia imagen en un cuadro algo distante.

258 (c). Si la demostración del lugar se verifica sobre los objetos reales, la del tiempo recae sobre los pensamientos e ideas, y admite importantes aplicaciones, como iremos notando.

  —83→  

259 (d). Cuando una de las personas que conversan alude a lo que acaba ella misma de decir, lo señala con este, esto; cuando alude a lo que el otro interlocutor acaba de decirle, se sirve de ese, eso, y si el uno recuerda al otro alguna cosa que se mira mentalmente a cierta distancia, emplea los pronombres aquel, aquello: «Hágote saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano; y esto se te hiciera cierto si hubieras leído tantas historias como yo» (Cervantes). «No digo yo, Sancho, que sea forzoso a los caballeros andantes no comer otra cosa, sino esas frutas que dices» (el mismo). «Me trae por estas partes el deseo de hacer en ellas una hazaña con que he de ganar perpetuo nombre; y será tal, que con ella he de echar el sello a todo aquello que puede hacer famoso a un caballero. -¿Y es de muy gran peligro esa hazaña?» (el mismo). Aun cuando no se hable con persona alguna determinada, este, esto, reproducen lo que acaba de decirse; aquel, aquello, otra cosa comparativamente lejana, y como siempre que se escribe, se habla en realidad con el lector, ese, eso, aluden entonces a las ideas que el escritor mismo acaba de comunicarle. Cuando digo, la Europa está en paz, hago nacer en el alma del que me oye o me está leyendo una idea que existe en la mía; la idea de la paz de Europa pertenece desde entonces al entendimiento del oyente o lector, lo mismo que al mío; puedo, pues, señalarla en el uno o el otro a mi arbitrio; y por consiguiente lo mismo será que añada, Pero quién sabe cuánto durará esta paz o esa paz. La primera locución es la más usual, la segunda tiene algo de más expresivo, pero debe emplearse con economía, y no a todo propósito, como hacen algunos.

260 (e). Si se trata de reproducir dos ideas comunicadas poco tiempo antes, nos servimos ordinariamente de este y aquel, o de esto y aquello; este, esto, muestran la idea que dista menos del momento de la palabra; aquel, aquello, la otra idea: «Divididos estaban caballeros y escuderos, éstos contándose sus trabajos, y aquéllos su amores» (Cervantes). Alguna vez, sin embargo, se emplean con la misma diferencia de significado este, esto, y ese, eso. Los poetas suelen también en esta doble reproducción de ideas trocar los demostrativos:


«Yo aquel que en los pasados
Tiempos canté las selvas y los prados,
Éstas, vestidas de árboles mayores,
Aquéllos, de ganados y de flores»;


(Lope)                


licencia que no tiene inconveniente alguno en este pasaje, porque las terminaciones genéricas de los demostrativos señalan con toda claridad el sustantivo a que cada cual se refiere135.

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261 (f). En lugar de este, esto, ese, eso, se solía decir aqueste, aquesto, aquese, aqueso; uso casi totalmente desterrado de la prosa en el día, y raro aun en verso.

262 (g). Ese, eso (recobrando la fuerza de su origen latino ipse) significan a veces el mismo, lo mismo: «Eso se me da que me den ocho reales en sencillo, que una pieza de a ocho» (Cervantes). «Como yo esté harto (decía Sancho), eso me hace que sea de zanahorias que de perdices» (Cervantes).

263 (h). Tomada fue también del latín la nota de desprecio o vilipendio que asociamos a ese, eso; Rioja señala así a los hipócritas:


«Esos inmundos trágicos, atentos
Al aplauso común, cuyas entrañas
Son infaustos y oscuros monumentos»;


y Rivadeneira dice, hablando de sí mismo y de lo que debió a San Ignacio: «Por cuyas piadosas lágrimas y abrasadas oraciones confieso yo ser eso poco que soy».

264 (i). En lugar de este otro, esto otro, ese otro, eso otro, se empleaban también los compuestos estotro, esotro, no enteramente anticuados. En el uso reproductivo es elegante la designación del menos cercano de dos conceptos por medio de esotro: «Finalmente hubieron los de Noyón de ceder al cuarto asalto, con muerte y prisión de toda la gente de guerra, dejando el más honrado ejemplo de cómo se debe defender una plaza; que aunque muchos salen de ellas entera la honra y la vida, esotro es lo más asegurado» (Coloma); aquí se comparan dos conceptos, el de defender una plaza a todo trance y el de capitular; esotro reproduce el primero, que es el más distante. «Hacía fuerza en el ánimo católico del rey el deseo de conservar la fe en Francia, cuyos historiadores, apasionados sin duda en este juicio, no acaban de darle otros motivos políticos; mas aunque pudo haber algunos de los que se han señalado, el principal fue esotro» (Coloma).

265 (j). Pero aunque esotro se refiere de ordinario a lo más distante, no habrá inconveniente en referirlo a la más cercana de dos ideas, cuando por la terminación genérica se da a conocer cuál de las dos se reproduce: «Donde los cuerpos deliberantes son más de uno, el mismo influjo136 ha de prevalecer en todos para que no sean la gobernación y el Estado entero, aquélla una guerra continua y esotro un campo de batalla» (Alcalá Galiano). Si se sustituyese gobierno a gobernación todavía pudiera defenderse el empleo de esotro, porque alternando con aquel, no podría dudarse que este último demostrativo es al que toca la reproducción de lo más distante.





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ArribaAbajoCapítulo XIV

Artículo definido


266 (131). Comparemos estas dos expresiones, aquella casa que vimos, esta casa que vemos. Si ponemos la en lugar de aquella y de esta, no haremos otra diferencia en el sentido que la que proviene de faltar la indicación accesoria de distancia o de cercanía, que son propias de los pronombres aquel y este. El la es por consiguiente un demostrativo como aquella y esta, pero que demuestra o señala de un modo más vago, no expresando mayor o menor distancia. Este demostrativo, llamado artículo definido, es adjetivo, y tiene diferentes terminaciones para los varios géneros y números: el campo, la casa, los campos, las casas.

267 (132). Juntando el artículo definido a un sustantivo, damos a entender que el objeto es determinado, esto es, consabido de la persona a quien hablamos, la cual, por consiguiente, oyendo el artículo, mira, por decirlo así, en su mente al objeto que se le señala. Si yo dijese, ¿qué les ha parecido a ustedes la fiesta?, creería sin duda que al pronunciar yo estas palabras se levantaría, como por encanto, en el alma de ustedes la idea de cierta fiesta particular, y si así no fuera, se extrañaría la expresión. Lo mismo que si dirigiendo el dedo a una parte de mi aposento dijese, ¿qué les parece a ustedes aquella flor?, y volviendo ustedes la vista no acertasen a ver flor alguna. El artículo (con esta palabra usada absolutamente se designa el definido), el artículo, pues, señala ideas; ideas determinadas, consabidas del oyente o lector; ideas que se suponen y se señalan en el entendimiento de la persona a quien dirigimos la palabra137.

268 (a). El artículo precede a sustantivos o expresiones sustantivas, verbigracia el rey, el rey de los franceses, la presente reina de Inglaterra.

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269 (b). Unas veces el sustantivo o frase sustantiva que lleva artículo definido, es determinado por las circunstancias, como cuando decimos «la ciudad está triste»; otras se toma el sustantivo o frase sustantiva en toda la latitud que admite, verbigracia «la tierra no cultivada produce sólo malezas y abrojos».

270 (c). Pudiera pensarse que cuando se toma un sustantivo en toda la extensión de su significado, no deberíamos emplear el artículo. ¿De qué materia determinada se trata, cuando decimos la materia es incapaz de pensar? Tomándose el sustantivo en toda la latitud de su significado, ¿para qué sirve el artículo?138 En nuestra lengua sirve entonces para indicar que se trata de toda una clase de objetos que se supone conocida. Así la materia, en ese ejemplo, es toda materia, y mediante el artículo señala el significado general de la palabra en el entendimiento de aquellos a quienes hablamos. Si se tratase de una clase de objetos que no supusiésemos consabida, verbigracia de una especie de animales recientemente descubierta, no sería natural señalarla con el artículo definido. Diríamos, por ejemplo: «En la Nueva Holanda hay un animal llamado ornitorrinco, cuya estructura», etc. Para juntar el artículo definido con el nombre de una clase no consabida, sería necesario que inmediatamente la definiésemos: «El ornitorrinco, animal poco ha descubierto en la Nueva Holanda», etc.

271 (133). Antiguamente el artículo femenino de singular era ela139. Díjose, pues, ela agua, ela águila, ela arena; y confundiéndose la a final del artículo con la a inicial del sustantivo, se pasó a decir y escribir el agua, el águila, el arena. De aquí proviene que usamos al parecer el artículo masculino de singular antes de sustantivos femeninos que principian por a. Hoy no es costumbre poner el por la, sino cuando la a inicial del sustantivo que inmediatamente sigue es acentuada: el agua, el águila, el alma, el hambre, el harpa140.   —87→   Cuando se habla de la letra a se dice arbitrariamente el a, y la a52.

272 (134). Concurriendo la preposición a o de con el artículo masculino o femenino el, se forma de las dos dicciones una sola: al río, al agua, del río, del agua141. Acostúmbrase separar la preposición del artículo, cuando éste forma parte de una denominación o apellido que se menciona como tal, o del título de una obra, verbigracia «Rodrigo Díaz de Vivar es generalmente conocido con el sobrenombre de el Cid». «Pocas comedias de Calderón aventajan a El postrer duelo de España»53.

273 (135). Los demostrativos este, ese, aquel, se sustantivan como los otros adjetivos, y eso mismo sucede con el artículo, que toma entonces las formas él (con acento), ella, ellos, ellas (aunque no siempre, como luego veremos): «El criado que me recomendaste no se porta bien; no tengo confianza en él»: él es el criado que me recomendaste. «La casa es cómoda; pago seiscientos pesos de alquiler por ella»: ella es la casa. «Los árboles están floridos; uno de ellos ha sido derribado por el viento»: ellos reproduce los árboles. «Las señoras acaban de llegar; viene un caballero con ellas»: ellas se refiere a las señoras. Hemos visto (capítulo IX) que la estructura material de varios nombres se abrevia en situaciones particulares; parece, pues, natural que miremos las formas el, la, los, las, como abreviaciones de él, ella, ellos, ellas, y estas últimas como las formas primitivas del artículo142. Sin embargo, a las formas abreviadas es a las que se da con más propiedad el título de artículos.

274 (136). Veamos ahora en qué situaciones requiere   —88→   nuestra lengua que se usen las formas sincopadas del artículo. Para ello es necesario, o que se construya con sustantivo expreso, o que se ponga al sustantivo subentendido alguna modificación especificativa: «Alternando el bien con el mal, consuela a los infelices la esperanza, y hace recatados a los dichosos el miedo» (Coloma): dícese el bien, el mal, la esperanza, el miedo, sincopando el artículo, porque lo construimos con sustantivo expreso: en los infelices, los dichosos, se entiende hombres, y no se dice ellos, sino los, por causa de las especificaciones infelices, dichosos. «No cría el Guadiana peces regalados sino burdos y desabridos, muy diferentes de los del Tajo dorado» (Cervantes): dícese sincopando el Guadiana, el Tajo, porque no se subentiende el sustantivo; y los, no ellos, subentendiéndose peces, por causa del complemento especificativo del Tajo dorado143-54.

275 (137). Cuando la modificación es puramente explicativa, se usa la forma íntegra del artículo, no la sincopada: «Ellos, fatigados de tan larga jornada, se fueron a dormir»; «Ella, acostumbrada al regalo, no pudo sufrir largo tiempo tantas incomodidades y privaciones».

276 (138). «Divididos estaban caballeros y escuderos, éstos contándose sus trabajos, aquéllos sus amores»: aquí se trata de reproducir dos conceptos, y por tanto se emplean dos pronombres demostrativos, que denotan más o menos distancia. «Voy a buscar a una princesa, y en ella al sol de la hermosura» (Cervantes): tratándose ahora de reproducir un concepto que no hay peligro de que se confunda con otro, no es preciso indicar más o menos distancia, y nos basta la vaga demostración del artículo. Obsérvese, con todo, que la variedad de las terminaciones él, ella, ellos, ellas, nos habilita para reproducir, no sólo con claridad sino con elegancia, dos sustantivos de diferente género o número, sin indicar más o menos distancia: «Echaron de la nave al esquife   —89→   un hombre cargado de cadenas, y una mujer enredada y presa en las cadenas mismas: él de hasta cuarenta años de edad, y ella de más de cincuenta; él brioso y despechado; ella melancólica y triste» (Cervantes); «Lo que levantó tu hermosura lo han derribado tus obras; por ella entendí que eras ángel; y por ellas conozco que eres mujer» (Cervantes); «Determinaron los jefes del ejército católico aguardar el socorro del País Bajo, esperando alguna buena ocasión de las que suele ofrecer el tiempo a los que saben aprovecharse dellas y dél» (Coloma).

277 (139). Así como de los demostrativos este, ese, aquel, nacen los sustantivos esto, eso, aquello, de él o el nace el sustantivo ello o lo; empleándose la forma abreviada lo cuando se le sigue una modificación especificativa: «En las obras de imaginación debe mezclarse lo útil con lo agradable»; «Quiero conceder que hubo doce Pares de Francia; pero no quiero creer que hicieron todas aquellas cosas que el arzobispo Turpín escribe; porque la verdad de ello es que» etc. (Cervantes). «¿Qué ingenio habrá que pueda persuadir a otro que no fue verdad lo de la infanta Floripes y Gui de Borgoña, y lo de Fierabrás con la puente de Mantible?» (el mismo). «En lo de que hubo Cid no hay duda, ni menos Bernardo del Carpio» (el mismo). Ello o lo carece de plural.

Dícese el mero necesario y lo meramente necesario; el verdadero sublime y lo verdaderamente sublime. Necesario, sublime, en la primera construcción están usados como sustantivos, y son modificados por adjetivos. En la segunda el sustantivo es lo, modificado por necesario y sublime, que conservan su carácter de adjetivos y son modificados por adverbios.

278 (a). Este, ese, esto, eso, y las formas íntegras del artículo definido se juntaban en lo antiguo en la preposición de, componiendo como una sola palabra: deste, desta, destos, destos, desto; dese, desa, desos, desas, deso; dél, della, dellos, dellas, dello; práctica de que ahora sólo hacen uso alguna vez los poetas144.

  —90→  

279 (140). Las formas íntegras él, ella, ellos, ellas (no las abreviadas el, la, los, las), se declinan por casos. Su declinación es como sigue:

  • Terminación masculina de singular
    • Nominativo y terminal, el.
    • Complementario acusativo, le o lo.
    • Complementario dativo, le.
  • Terminación masculina de plural
    • Nominativo y terminal, ellos.
    • Complementario acusativo, los, a veces les.
    • Complementario dativo, les.
  • Terminación femenina de singular
    • Nominativo y terminal, ella.
    • Complementario acusativo, la.
    • Complementario dativo, le o la.
  • Terminación femenina de plural
    • Nominativo y terminal, ellas.
    • Complementario acusativo, las.
    • Complementario dativo, les o las.
  • Ello se declina del modo siguiente:
    • Nominativo y terminal, ello.
    • Complementario acusativo, lo.
    • Complementario dativo, le.

Ejemplos

«¿Sabe usted el accidente que ha sucedido a nuestro amigo?, (nominativo) salía de su casa, cuando le o lo (complementario acusativo) asaltaron unos ladrones, que se echaron sobre él (terminal) y le (complementario dativo) quitaron cuanto llevaba».

  —91→  

«Se ha levantado a la orilla del mar una hermosa ciudad; la (complementario acusativo) adornan edificios elegantes; nada falta en ella (terminal) para la comodidad de la vida; la (complementario acusativo) visitan extranjeros de todas naciones, que le o la (complementario dativo) traen todos los productos de la industria humana; ella (nominativo) es en suma una maravilla para cuantos la (complementario acusativo) vieron veinte años ha y la (complementario acusativo) ven ahora».

«Se engañan a menudo los hombres, porque no observando con atención las cosas, sucede que éstas les (complementario dativo) presentan falsas apariencias que los (complementario acusativo) deslumbran; si no juzgaran ellos (nominativo) con tanta precipitación, ni los (complementario acusativo) extraviarían tan frecuentemente las pasiones, ni veríamos tanta diversidad de opiniones entre ellos (terminal)».

«Creen las mujeres que los hombres las (complementario acusativo) aprecian particularmente por su hermosura y sus gracias; pero lo que les o las (complementario dativo) asegura para siempre una estimación verdadera, es la modestia, la sensatez, la virtud; sin estas cualidades sólo reciben ellas (nominativo) homenajes efímeros; y luego que la edad marchita en ellas (terminal) la belleza, caen en el olvido y el desprecio».

«Se dice que el comercio extranjero civiliza, y aunque ello (nominativo) en general es cierto y vemos por todas partes pruebas de ello (terminal), no debemos entenderlo (complementario acusativo) tan absolutamente ni darle (complementario dativo) una fe tan ciega, que nos descuidemos en tomar precauciones para que ese comercio no nos corrompa y degrade».

280 (141). Obsérvese que los casos complementarios preceden o siguen siempre inmediatamente al verbo o a ciertas palabras que se derivan del verbo y le imitan en sus construcciones (capítulo XV). Cuando preceden se llaman afijos; cuando siguen, enclíticos, que quiere decir arrimados, porque se juntan con la palabra precedente, formando como una sola dicción. Así se dice me parece o paréceme; os agradezco o agradézcoos; le o lo traje, y trájele o trájelo; le dije o la dije, y díjele o díjela, presentarles, presentándolas, etc.

281 (142). Se llama sentido reflejo aquel en que el término de un complemento que modifica al verbo se identifica con el sujeto del mismo verbo, como cuando se dice: yo me desnudo, tú te ves al espejo, vos os pusisteis la capa; la persona que desnuda y la persona desnudada son una misma   —92→   en el primer ejemplo, como lo son en el segundo la persona que ve y la persona que es vista, y en el tercero la persona que pone y la persona a quien es puesta la capa.

282 (143). En la primera y segunda persona los casos complementarios y terminales no varían de forma, cuando el sentido es reflejo; pero en la tercera persona varían. Las formas reflejas de estos casos para todos los géneros y números de tercera persona, son siempre se, sí. Se es complementario acusativo y dativo; terminal que se construye con todas las preposiciones, menos con; después de la cual se vuelve sigo y forma como una sola palabra con ella; he aquí ejemplos:

Complementario acusativo: «El niño o la niña se levanta»; «Los caballeros o las señoras se vestían»; «Aquello se precipita a su ruina».

Complementario dativo: «Él o ella se pone la capa»; «Los pueblos o las naciones se hacen con su industria tributario el comercio extranjero»; «Aquello se atraía la atención de todos».

Terminal: «Ese hombre o esa mujer no piensan en »; «Estos árboles o estas plantas no dan nada de »; «Eso pugna contra ».

Terminal construido con la preposición con: «El padre o la madre llevó los hijos consigo»; «Ellos o ellas no las tienen todas consigo»; «Esto parece estar en contradicción consigo mismo».

283 (a). Algunas veces aplicamos el terminal a objetos distintos del sujeto: «Para diferenciar a los vegetales entre , debe el botánico atender en primer lugar al desarrollo de la semilla»; lo cual no tiene nada de irregular cuando el complemento a que pertenece el viene inmediatamente precedido del nombre a que este se refiere.

284 (144). De los cuatro casos de la declinación castellana, el nominativo se llama recto; los otros oblicuos, que en el sentido reflejo toman el título de casos reflejos55.

285. Úsase el nominativo para llamar a la segunda persona o excitar su atención, y se denomina entonces vocativo: «Válame Dios, y ¡qué de necedades vas, Sancho, ensartando!» (Cervantes). Mas a veces este llamamiento es una mera figura de retórica; Lupercio de Argensola, describiendo la vida del labrador, concluye así:



   «Vuelve de noche a su mujer honesta,
Que lumbre, mesa y lecho le apercibe;
Y el enjambre de hijuelos le rodea.
—93→

   Fáciles cosas cena con gran fiesta,
Y el sueño sin envidia le recibe:
¡Oh Corte, oh confusión! ¿Quién te desea?».



Precede frecuentemente al vocativo una interjección, como se ve en el último ejemplo.

286 (145). La declinación por casos es exclusivamente propia de los pronombres yo, tú, él (en ambos números y géneros) y ello; los otros nombres no la tienen, pues que su estructura material no varía, ya se empleen como nominativos, designando el sujeto, ya como complementos o términos. En este sentido los llamamos indeclinables.

287 (146). Conviene advertir que caso complementario y complemento significan cosas diversas. Los casos complementarios son formas que toman los nombres declinables en ciertas especies de complementos.

288 (147). El complemento acusativo (llamado también directo y objetivo) se expresa de varios modos en castellano. Si el término es un nombre indeclinable, formamos el complemento acusativo o con el término solo, o anteponiendo al término la preposición a: «Los insectos destruyen la huerta»; «La patria pide soldados»; «El general mandó fusilar a los desertores»; «El juez absolvió al reo».

Si el término es un nombre declinable, damos a este nombre dos formas diversas, una para cuando el complemento acusativo se expresa con el término solo, y otra para cuando se expresa con el término precedido de la preposición a: «Me llaman; A mí llaman, no a ti»; me designa por sí solo el complemento; no designa más que el término, y esto es lo que se quiere significar llamando caso complementario al primero y terminal al segundo.

Cuando decimos los insectos destruyen la huerta, la huerta es un complemento acusativo, porque significa la cosa destruida; pero no es un caso complementario de ninguna clase, porque huerta no tiene casos y bajo una forma invariable es nominativo (la huerta florece), complemento acusativo   —94→   (compré una huerta) y término de varias especies de complemento (pondré una cerca a la huerta, vamos a la huerta, los árboles de la huerta, etc.).

289 (148). En los nombres indeclinables el complemento dativo lleva siempre la preposición a; «Pondré una cerca a la huerta». Pero en los nombres declinables se forma este complemento o por medio de un caso complementario, «Les comuniqué la noticia», o por medio del caso terminal precedido de a, «A mí se confió el secreto».

290 (149). Conviene también advertir que la preposición a no sólo se usa en acusativos y dativos, sino en muchos otros complementos. Así en «Los reos apelaron al juzgado de alzada», «La señora estaba sentada a la puerta», «El eclipse comenzó a las tres de la tarde», los complementos formados con la preposición a no son acusativos ni dativos, porque si lo fueran, podrían ser reemplazados por casos complementarios, y si, por ejemplo, se hubiese antes hablado de la puerta, podría decirse, reproduciendo este sustantivo: «la señora le o la estaba sentada»; le o la en el caso complementario acusativo. Como ni uno ni otro es admisible, y sólo sería lícito decir a ella, entendiendo a la puerta, es claro que en el ejemplo de que se trata no podemos mirar este complemento como acusativo ni como dativo.

291 (150). Así como el llevar la preposición a no es señal de complemento acusativo o dativo, el no llevar preposición alguna tampoco es señal de complemento acusativo. En «el lunes llegará el vapor», el lunes es un complemento que carece de preposición, y que sin embargo no es acusativo, porque, si lo fuese y hubiera precedido la mención de ese lunes, sería lícito decir «le o lo llegará el vapor», sustituyendo le o lo a el lunes145.