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¿Por qué escribo y para qué escribo?

Antonio García Teijeiro





Yo nací en una España pobre, gris, de espaldas a la libertad y a la cultura, entre otros aspectos. Vivía en una realidad pobre, mentirosa y enfermiza.

En mi casa no había libros (excepto cuatro o cinco para adornar).

Llevaba camino de convertirme en un ser desprovisto de color, como lo que me rodeaba, pero algo latía en mi interior que no me permitía ser feliz, que me intrigaba, que me ahogaba, que me asaltaba y no permitía que me expresase en voz alta.

Y fue con la música (Bob Dylan y Paco Ibáñez) y con el descubrimiento de la literatura, cuando empecé a soltar aquella impotencia y aquella angustia que me aprisionaban. Y fue Álvaro Cunqueiro, uno de los grandes escritores que dio Galicia para el mundo, quien, con sus historias fabuladas con una imaginación y una calidad envidiables, me acercó a la literatura gallega. Con él, con Celso Emilio Ferreiro y Rosalía de Castro comencé a leer en una lengua despreciada y desprestigiada: el gallego. Antes, Cela con su «Pascual Duarte», me había abierto un sinfín de senderos, un hecho que me llevó a caminar con mis reflexiones a cuestas y percibir, al menos, unos tenues colores.

Con las preguntas y letras punzantes que Bob Dylan creaba y con la poesía que Paco Ibáñez cantaba con su guitarra, la revolución que bullía en mi interior estalló y me llevó a rebelarme contra mi entorno, tanto en lo social, como en lo familiar y, por supuesto, en lo religioso. Un cúmulo de conflictos se crearon a mi alrededor. La lectura y la escritura me salvaron.

Yo siempre he escrito. Desde antes de leer ya escribía. Lo necesitaba. Pero lo hacía mal. ¿La razón? No se puede escribir bien si uno no posee el hábito de la lectura. Sin leer, imposible escribir. Y comencé a escribir para conocer el mundo y, sin darme cuenta, empecé a conocerme mejor. Llegaba a conclusiones que antes se me escapaban. En todos mis libros -que ya son bastantes; no sé si demasiados- intento hacer literatura pero dejando vías abiertas a la reflexión. De paso, a los sueños.

Álvaro Cunqueiro expresó con una belleza excepcional, refiriéndose a la lectura, que «el hombre precisa en primer lugar, como quien bebe agua, beber sueños». ¡Qué hermosa declaración de intenciones! Así que yo perseguí y bebí mis sueños, cada vez más nítidos, leyendo y escribiendo. Desde hace mucho tiempo vengo pensando que la literatura puede cambiar el mundo. Quizá sea preciso seguir creyendo en esa utopía para continuar bebiendo sueños.

Acabo de leer el libro La vida nueva del escritor argentino César Aira. En un momento de la novela alguien dice al protagonista que «desde el momento en que un joven ponía la lapicera sobre el papel con intención de darle palabras a sus sueños, ya era escritor». Aunque discutible, es una buena línea a seguir.

Llevo mucho tiempo dando clase a niños y niñas de entre 11 y 15 años. Yo, con mis estrategias y la conjugación del verbo contagiar no pretendo hacer escritores o escritoras; pretendo formar jóvenes que amen la literatura. Ellos son mi porqué, mi para qué escribo. Son la razón de mi acto de escribir.

Una vez que me fui conociendo a mí mismo a través de la lectura y de la escritura, fui llegando a mundos lejanos y oscuros. Hoy los comprendo mejor. Sigo la senda que me he marcado. Nunca la abandono. Los enemigos acechan y no quiero que nadie destruya mis sueños. Sin ellos somos seres inertes.

Escribo para que mis lectores tengan a mano textos literarios que los hagan crecer interiormente. Escribo para que los jóvenes vean en la literatura la posibilidad de vivir e interiorizar otras vidas, de gozar con la palabra escrita, de ser capaces de amar la belleza, de convertirse en personas leales y críticas, de ayudarlos a encontrar su camino perdiendo el miedo a tantos demonios que andan sueltos y que desarrollen la capacidad de superar las adversidades.

Por todo ello y por más cosas que nos envuelven, por todo eso, escribo. Sinceramente, me gustaría crear con mis libros una fuente eterna de sueños que saciara la sed que el ser humano necesita saciar para ser feliz.





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