Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajo Cuentos de animales

Las divertidas andanzas de la zorra astuta, el lobo malvado e infeliz, el gallo presumido, el burro con suerte o el león jactancioso, representan la parte más pequeña de nuestros cuentos populares. No por eso la menos interesante. Para el estudioso, desde luego, pueden llegar a ser los que más, dado el peligroso trance de desaparición casi total en que se encuentran y lo muy sufrido de sus avatares históricos. Pero es que el contenido mismo de esos cuentos, y sus posibles lecturas, deparan también importantes sorpresas, además de ser todas ellas relajantes y dotadas de una gracia primigenia, inalcanzable para la literatura culta.

Comenzaremos por definir exactamente a qué clase de cuentos nos referimos. Sólo a aquellos que tienen por protagonistas a animales que hablan, y no a personas transformadas o metamorfoseadas, en virtud de encantamiento, en tal o cual lagarto, rana, dragón, etc. Puede haber personas en los cuentos de animales, como personajes ocasionales o en competencia con aquéllos, y ya sean secundarios o en pie de igualdad narrativa. En el comportamiento de los animales de estos cuentos, aparecen reflejos de la condición humana, más o menos directos, derivados de alguna cualidad física o de la conducta del propio animal: la astucia en la zorra, la malignidad y la tontura en el lobo, el liderazgo en el gallo, la presunción en el león, la tozudez y la corpulencia en el burro, la perfidia en la serpiente, etc.

En la estructura narrativa de estos relatos advertimos dos ingredientes principales: el hambre y el humor escatológico. El primero es móvil prácticamente universal de todos ellos; se trata de quién se come a quién, o cómo el animal más pequeño evita ser comido o desposeído. Nada, pues, de moralejas ni conclusiones supuestamente edificantes, como en las fábulas y en los apólogos orientales. Todo está regido por la primera y casi única ley de los animales: comer o ser comido. Tan larga mano es la suya -la del hambre-, que alcanza incluso a un cuento tan ingenuo como el de La hormiguita (hoy La ratita presumida), donde la protagonista se come a su marido en un descuido al día siguiente de la boda; episodio, que, por cierto, ha desaparecido en las versiones comerciales de este siglo.

El segundo de estos ingredientes, el humor escatológico, ha sido sin duda la causa principal de la ruina de estos textos, acosados por la pudibundez y los remilgos pequeño-burgueses, pese a que constituyen un recurso hilarante de efecto seguro. No es fácil explicarse por qué esta abundancia, que el lector notará en seguida, de cuanto se refiere a las funciones últimas de la fisiología animal, y generalmente al final del cuento, aunque los hay también que empiezan por ahí, como en Buen día de vianda para el lobo.

A nuestro modo de ver, ello debe estar en relación con el sentido del primer ingrediente señalado, el hambre, pues en un medio donde la subsistencia resulta tan dura, lo excremental es en cierto modo signo de buena andanza, de saber subsistir, esto es, un signo de poder. Por otro lado, el haber colocado ciertos valores de la condición humana bajo forma animal, puede haber sido un recurso, tan antiguo como la humanidad, para que el hombre hable de sí mismo, pero de manera indirecta, acerca de aquello que al fin y al cabo le identifica con los animales: la necesidad de subsistir, la lucha elemental por la vida. Un cierto y milenario pudor a referirse a estas cuestiones puramente fisiológicas, habría encontrado en los pueblos indoeuropeos, y en épocas prehistóricas, el recurso al cuento de animales. De ahí que las fábulas, incluso los apólogos orientales, resulten claramente reelaboraciones literarias basadas en cuentos de esta índole, cuando mucho más tarde la humanidad quiso «dignificar» aquellas viejas historias, haciéndoles expresar cualidades morales o dudosas enseñanzas.

Tampoco hay que descartar una posible interpretación psicoanalítica, que vería en todo ello la representación de la fase anal del niño, sólo que en dimensión más colectiva, y, por tanto, liberadora. La tertulia campesina se reconoce en estos detalles, especialmente dirigidos a divertir al público infantil, pero también a los mayores, que según su grado de candidez moral, responderán con la sonrisa, la risa o la carcajada, al rompimiento del tabú.

Esa proximidad de los humanos a lo que ocurre en los cuentos de animales explica muchas cosas más. En primer lugar, la ausencia de animales fabulosos, e incluso de animales salvajes, que no estén en relación más o menos directa con el hábitat humano: lobo, zona, oso, lagarto, sapo, cigüeña, codorniz, etc. La neutralización confirma la regla: El tragaldabas, del cuento del mismo título, es un animal desconocido, de cuya forma no sabemos nada -ni falta que hace-, pues es pura acción de engullir todo lo que se le acerque. Es decir, la primera función de estos cuentos ha alcanzado en él su máxima depuración. Y en cuanto al león, que aparece de vez en cuando, no es más que el paradigma de todos los animales salvajes, un puro convencionalismo. (En algún caso el tigre, con idéntico valor).

Los que restan son todos animales domésticos, que se dividen en dos grupos: activos y pasivos. Los activos suelen ser los domésticos acompañantes (perro, gato), mientras que los pasivos son los de subsistencia, el ganado: cabras, ovejas, gallinas. La neutralización aquí es el gallo, que asume el papel de líder en varios cuentos, pues esa parece su actitud vital.

En cuanto a los animales domésticos se vuelven inútiles, porque envejecen o porque roban comida al amo, son expulsados y han de enfrentarse con animales salvajes, saliendo ganadores, en virtud de la astucia o de la casualidad.

En la disputa entre animales grandes y pequeños, siempre ganan los pequeños, por su astucia, incluso si es contra la zorra.

Entre los astutos y los feroces, siempre salen ganando los primeros, lo que explica todos los triunfos, sin excepción, de la zorra y el lobo.

La oposición entre herbívoros y carnívoros da el triunfo también a los primeros (Los tres cabritos, por ejemplo). Incluso el burro le gana al león, aunque aquí se superpone la oposición entre domésticos y salvajes.

En varios cuentos se plantea la lucha entre voladores (aves o insectos) y no voladores. Siempre ganan los primeros. El sentido de esta victoria se hace difícil, pues lo más lejos que queda de la facultad humana, comparada con todos los animales, es precisamente la de volar. Tal vez sea por eso, por añoranza de lo imposible, la misma que debe estar tras los sueños en que los hombres desean volar.

Por último, queda el enfrentamiento entre el hombre y cualquier animal. Siempre ganará el hombre. Tan sólo conocemos la excepción de La vieja y el lobo, cuento rarísimo de la colección de Aurelio de Llano. A veces no hay tal enfrentamiento, sino una relación ocasional, no conflictiva. El resultado es indiferente.

Para mayor claridad, resumiremos esta cuestión, relacionando las oposiciones que tienen una cierta funcionalidad genérica. El primer término de cada pareja, es el ganador, y el otro el perdedor:

Animales domésticos / animales no domésticos (activos o pasivos)

Animales pequeños / animales grandes

Animales astutos / animales feroces

Herbívoros / carnívoros

Voladores / no voladores

El hombre / los animales

Estas seis oposiciones explican en última instancia el dinamismo de los cuentos de animales. A veces redundan unas sobre otras. El resultado es el de una mayor claridad en el mensaje latente. Como se ve, por la columna de la izquierda, la de los ganadores, todo está más cerca del hombre que lo que hay a la derecha, con la excepción única de volador/no volador (ya explicada), e incluyendo herbívoro/no herbívoro, pues lo primero es producido por el hombre más fácilmente, mediante la agricultura y la ganadería, mientras que lo carnívoro queda al albur de la caza y está cada vez más lejos en la historia de la humanidad (aunque subsiste como una compulsión en los cazadores de hoy). Con esta indicación última, nos volvemos a situar en la cuestión de qué clase de hombre es el que produce estos cuentos. De nuevo, el hombre del bajo Neolítico, transicional entre la tribu nómada y cazadora y la sociedad agraria y sedentaria. El hombre que teme ya por sus propiedades estables y se enfrenta a los animales del bosque, especialmente al lobo y la zorra, como su más dañina amenaza.


Definición resumida

Antes de pasar a los temas históricos y antropológicos, permítasenos resumir la definición. Cuentos populares de animales son aquellos cuentos de tradición oral cuyos protagonistas son principalmente animales que hablan, sin ser personas metamorfoseadas. Esos animales, tanto domésticos como salvajes, pertenecen al hábitat humano, y quieren asemejarse en su comportamiento a los hombres. Los argumentos se deben al móvil principal del hambre, y la ley que los rige es la ley natural de la supervivencia. Como ingrediente humorístico habitual poseen la ruptura del tabú escatológico. Carecen de moraleja o de otras formas de remate sentencioso, salvo que éste tenga un carácter fundamentalmente humorístico.




Cuestiones históricas y antropológicas

Nos introduciremos en algunas cuestiones históricas y antropológicas referidas a los cuentos de animales, que nos ayuden a comprenderlos mejor. Empezaremos por resumir la opinión de Propp y la de Espinosa.

Dice Propp que estos cuentos nacieron «durante la época del desarrollo de la humanidad, en que la principal fuente de subsistencia era la caza; su origen está relacionado con el totemismo, sistema de creencias de los cazadores primitivos, en virtud del cual se consideraba que algunos animales eran sagrados e incluso tenían un vínculo sobrenatural con la tribu [...] Sin embargo esa antigua y mágica función del cuento se ha olvidado hace ya mucho tiempo»148. Continúan después hablando de los cuentos actuales (es decir, los que se recogían abundantemente en pleno siglo XIX, cuando Afanasiev realizó su compilación de cuentos rusos, por los mismos años que Fernán Caballero procedía a lo mismo en Andalucía, aunque con distintos criterios), más cercanos a las fábulas y a las vicisitudes de la psicología humana. Cómo de aquellos cuentos totémicos se pasó a los fabulísticos de la tradición esópica -que no entraron en Rusia hasta el siglo XVII en su forma culta-, es algo que no explica Propp y que continúa siendo un verdadero enigma. La conclusión final, como casi todas las del período de madurez de este insigne estructuralista, es más bien de carácter artístico y educacional: «Los cuentos de animales continúan siendo hoy un magnífico vehículo de educación estética y moral de los niños». Sólo nos falta precisar que los cuentos de animales rusos son básicamente los mismos que los hispánicos, como ya ocurría con los maravillosos y los de costumbres, lo cual no hace sino reforzar un poco más el pan-europeísmo de esta rica tradición a punto de perderse, y cuya difusión y consolidación necesariamente debieron producirse antes de los tiempos históricos. Recordemos que las formas cultas, escritas, de estos cuentos, entran en Rusia en el siglo XVII -como quien dice ayer, para estas cuestiones-, y aunque en España hay hasta tres corrientes en la tradición culta, ninguna de ellas explica la vastedad y la antigüedad de este patrimonio entre nuestras clases populares.

Más que un cambio de función (de la totémica a la fabulística, como sugiere Propp), cree Espinosa que hay dos clases de cuentos de animales: los totémicos y los fabulísticos. Los primeros son más bien africanos y de otras partes del mundo no indoeuropeo, mientras que los fabulísticos se corresponden con las tradiciones de Esopo y de Fedro, y con las de los apólogos orientales, que ya serían formas o adaptaciones literarias del rico acervo popular, extendido desde la India a Portugal por las migraciones de los pueblos indoeuropeos en tiempos prehistóricos. Esto es, el Panchatandra hindú, El Calila e Dimma árabe o el hebreo, el Disciplina Clericalis, el Libro de los gatos, el Libro de buen amor, o el Conde Lucanor, recogen, en castellano por traducción de los tres primeros a partir de los siglos XII y XIII, un caudal de historias de animales que ya existían en la península por tradición oral desde tiempos inmemoriables; lo que Espinosa llama las «antiguas tradiciones hispánicas de origen prehistórico»149. Hasta tres corrientes cultas entrarán en contacto con esa otra popular: la latina (los diversos «esopos» e «fedros», «Isopetes», como los llama Juan Ruiz, que circulan por Europa, antes incluso de 1480, cuando Steinhöwel publica su edición en alemán y latín); la árabe medieval (Calila e Dimma, fundamentalmente, mandado traducir por el rey Alfonso X el Sabio y cuyo original es un texto persa del siglo VI); y la europea medieval, que viene sobre todo de Francia y de Italia, y es la que recogen el Arcipreste de Hita, don Juan Manuel, Sebastián de Mey, y otros, aunque probablemente todos ellos tuvieron en cuenta las otras dos. Lo que no consideraron fue la propia tradición popular ibérica, por uno de esos fenómenos que han marcado de manera indeleble la cultura occidental. La «cultura», entonces refugiada en palacios y monasterios, daba por sentado que nada que pudiera venir del pueblo llano tenía el menor interés, y, aunque parezca mentira, ese arraigado prejuicio de clase colea hasta nuestros días. Casos excepcionales como Timoneda, Mal-Lara, Juan de la Cueva, Mateo Alemán, más la tímida corriente que se inicia con los costumbristas del XIX, no hacen sino confirmar la existencia, de un divorcio radical entre lo que sabía y expresaba el pueblo y lo que sabían y expresaban las clases dirigentes.

Pero no hay que dejarse extraviar por las múltiples ediciones y textos medievales, pues, bien mirados, sólo existen esas dos fuentes originarias: Esopo y el Panchatandra. Todo lo que circula en este ámbito culto es repetición o adaptación de una de las dos. Y si tenemos en cuenta que el legendario griego debió vivir en el siglo VI a. C. y que los cinco libros sánscritos no van más allá del siglo II de nuestra era, se comprende que tanto una como la otra fuente no hicieron a su vez más que recrear literalmente una tradición mucho más antigua que ellos, que circulaba entre los pueblos del Indostán lo mismo que entre los pueblos griegos, y los eslavos, como pertenecientes unos y otros al viejo tronco indoeuropeo. Sólo eso puede explicar que un cuento ruso donde la zorra se burla del lobo, recogido del pueblo en el siglo XIX, sea sensiblemente el mismo que el que hoy todavía, aunque a duras penas, podemos recoger en cualquiera de nuestras campiñas andaluzas, por boca de un informante que jamás ha leído un libro, sencillamente porque no sabe leer.

Muchos lectores se sorprenderán sin duda al conocer los auténticos cuentos de animales que el pueblo español se transmitió a sí mismo a lo largo de muchas generaciones. Mayor sorpresa aún de la que seguramente supuso conocer los cuentos maravillosos y los de costumbres. Al fin y al cabo, éstos tenían concomitancias con viejas historias conocidas de una u otra manera. Los cuentos populares de animales, en cambio, apenas guardan relación con lo que se suele creer son su modelo, su referente obligado, a saber, las fábulas clásicas o los apólogos orientales. El hecho de que nuestra Blancaflor sea la versión popular de Medea, nuestro Príncipe Encantado la forma popular del mito de Amor y Psique, e incluso que haya Cenicientas y Blancanieves de muy diversas hechuras, en el mosaico de la tradición oral, significa que hay unas materias míticas comunes a las corrientes cultas y a las populares, y que cada una de estas dos formas de transmitir se especializó en tal o cual variante de la misma historia.

Pero el caso de los cuentos de animales es más peculiar y, desde luego, más dramático. Aun compartiendo el mismo origen milenario que los apólogos y las fábulas, son, por lo general, cuentos distintos. Con frecuencia se parecen a algún otro cuento de tradición culta, pero sólo en lo genérico. Por ejemplo: hay cuentos de carreras entre animales en una y otra tradición, pero no son los mismos, ya que difieren los animales que compiten y, sobre todo, la motivación. En los cultos, ésta es siempre de tono moralizarte; en los populares, ya dijimos que lo que se dirime es nada más -y nada menos- quién se come a quién, o cómo el más pequeño evita ser comido o saqueado. Así, la tradición culta ha transmitido desde tiempo inmemorial el cuento de la tortuga y la liebre, que nuestros escolares se conocen muy bien, y que ejemplifica el castigo a la petulancia descuidada. La popular, en cambio, ha transmitido, por ejemplo, la carrera entre la zorra y el sapo, cuya enseñanza es cómo no ser comido.




Nuestra colección

Al igual que en los cuentos maravillosos y en los de costumbres, nuestro trabajo ha sido un compuesto de investigación textual y de campo, procurando tomar de una y otra las versiones más completas y mejor conservadas, compararlas entre sí y con respecto a ciertas estructuras más o menos estables y conocidas. Si bien no contábamos con la seguridad del método funcionalista de Propp, basado en la estructura fija de los cuentos maravillosos, sí podíamos tomar esta misma organización como referente último de muchos casos y puesto que entre muchos cuentos maravillosos y otros que no lo son existe una relación evidente, tanto por estructura como por motivos sueltos.

Así, por ejemplo, hemos tomado como guía segura la motivación del hambre, que es también la carencia inicial básica de los cuentos maravillosos españoles, y también de los de costumbres. Por consiguiente, el hambre de los animales no es sino un circunloquio del hambre del pueblo, transvasada a los animales por aquellas motivaciones de pudor a las que nos referíamos al principio, junto con los elementos escatológicos. Es curioso que estos últimos ya aparecen en los cuentos de costumbres con cierta profusión, y menos en los maravillosos (realmente sólo en los cuentos del ciclo El pastor y la princesa, como se recordará). Es decir, hay una progresividad espacial del efecto conforme nos alejamos de lo maravilloso y nos acercamos a los animales, donde el tabú se puede romper con mayor franqueza.

Si extendemos la carencia del hambre al principio de la selección natural, nos encontramos con una norma de seguridad narrativa: todo consiste en comer o ser comido, como decíamos, y a veces en no ser desposeído. Aquí la relación especular con los cuentos de costumbres es muy clara también. Recuérdese que los conflictos de la propiedad animaban desde el fondo la mayoría de los cuentos picarescos, y no otra cosa sino un pícaro de primera magnitud es la zorra, que le disputa la miel o los sembrados a sus socios ocasionales, perdiendo frente a los pequeños y ganando frente a los mayores o más fieros.

Las relaciones de compadrazgo, que iluminan el sentido de los cuentos de pobres y ricos, tienen un eco humorístico en las relaciones del lobo y la zorra, incluso entre las del burro y el león, sobre todo cuando el más débil se ve perdido. En seguida apela al «compadre» para intentar ablandar al que se apresta a comérselo. A su vez, en los cuentos de costumbres, ya eran una parodia del supuesto buen entendimiento que debe existir entre las clases sociales, esto es, una representación de amargo humorismo.

Por lo demás, abundan las pruebas o sucedáneos de ellas, a las que el león (poderoso) somete al burro (humilde) tal como el rey o su mentecata hija sometían al avispado pastor, que terminaba casándose con ella o despreciándola. El número tres en general campea como en las otras clases de cuentos y en su virtud es fácil reponer tal o cual elemento perdido en la transmisión.

El resto de la metodología ha derivado de la observación estructural de los elementos que componen estos cuentos, y sus resultados ya quedan dichos poco más atrás al expresar las seis oposiciones que orientan de manera inequívoca acerca de quién va a ganar y quién va a perder en la lucha por la vida. Ellas son el resultado de un análisis estructural, al que luego se han sumado los demás datos históricos, etnográficos y de otro tipo.




Los ciclos

Finalmente, del mismo análisis estructural surgió también la evidencia de que sólo existen cinco tipos principales de cuentos de animales, que hemos agrupado en otros tantos ciclos, frente a otras clasificaciones que nos parecen arbitrarias, pues combinan lo muy genérico (por ejemplo «Carreras entre animales») con lo muy específico («La leyenda del sapo») o la pura vaguedad («Cuentos de animales varios»). Suele ser el mismo fenómeno que ya se daba en los intentos de clasificar los cuentos maravillosos y los de costumbres.

Sin pretender haber dicho la última palabra sobre esta cuestión (que ha provocado resultados para todos los gustos), nuestra clasificación se ha basado, siempre que ha sido posible, en contestar precisamente a la cuestión básica de estos cuentos: quién gana y quién pierde, y frente a quién lo uno o lo otro. Esto nos conduce a un criterio de frecuencia, que nos arroja el número de veces que aparece el lobo con la zorra, el lobo con otros animales, y la zorra con otros animales. Habida cuenta de que aquellos dos son, con gran diferencia, los personajes más abundantes, cada cual reclama para sí sólo un tipo de cuentos, más el tipo que los junta a los dos.

Aparte aparecen, con toda nitidez, aquellos cuentos en que interviene el hombre, pero no de manera ocasional, irrelevante, como por ejemplo el herrero que es llamado por la hormiguita para que le abra la puerta de su casa, sino participando en el argumento del cuento y enfrentándose con los animales. El criterio de enfrentamiento es el más claro, y separa otros muchos cuentos donde la intervención humana es relativamente intensa, pero no hasta ese punto concreto del conflicto con los animales.

Por último, otro conjunto de cuentos se caracterizaba por sus evidentes rasgos de estructura rítmica y contenido extravagante. Si se nos permite la expresión, son cuentos de carácter «surrealista», con ese peculiar sentido del disparate que tienen muchas manifestaciones folklóricas. Ahí están todos los cuentos que se suelen llamar «acumulativos» y a los que nosotros hemos querido añadir una referencia a tan sabrosa peculiaridad, llamándolos también «disparatados».

Como siempre, se podrá argumentar que no están todos los cuentos de animales que existen. Desde luego sí están los principales tras haber fatigado numerosas fuentes. En muchos casos, ocurre que un cuento aparece fragmentado en varios, como anécdotas casi, y otras veces mezclado con otros. Sólo espero que no se le pidan a esta colección las fábulas esópicas y orientales, que ya tuvimos la suerte de conocer los que fuimos a la escuela.









Anterior Indice Siguiente