Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

Amigos del Libro

Año XII, núm. 25, enerno-marzo 1994

portada





  —12→  

ArribaAbajo El mal en la literatura infantil y juvenil

María González Davies


Este estudio se centrará en dos temas relacionados con el origen del mal en los cuentos infantil y juveniles. La primera parte versará sobre el aspecto simbólico del mal a lo largo de los siglos; la segunda repasará las diferentes manifestaciones del mal y los distintos ropajes que ha vestido dependiendo del período y del país a que pertenecen los cuentos considerando principalmente el mundo occidental y los momentos cruciales de cambio.

Los mitos y leyendas son la herencia común a todas las culturas. Desde los cuentos al amor de la lumbre hasta las películas que vemos en el cine o el vídeo doméstico el mensaje es el mismo: intentamos dar una explicación a nuestra dimensión teleológica.

La apariencia externa de la mayoría de cuentos es muy similar: la mayoría de héroes y heroínas vive una serie de aventuras y ha de pasar pruebas (generalmente, tres) que les ayudan a discernir el bien del mal y familiarizarse con su propio potencial, todo lo cual les permitirá alcanzar la madurez. Las pruebas se suelen dar para que la tensión entre las polaridades del bien y el mal genere movimiento y progreso. El objetivo, pues, es la búsqueda del equilibrio, el completar el proceso de individuación. Debido a que el interés suele centrarse en la adquisición de la madurez, los héroes y heroínas se han estudiado profusamente mientras que los personajes que crean la tensión, los malvados, no han recibido tanta atención.

En los cuentos infantiles y juveniles tradicionales el mal es fácilmente identificable. Como escribiera Bruno Bettelheim: «Los personajes en los cuentos de hadas no son ambivalentes, no son buenos y malos a la vez, como somos en realidad (...). Cuando al niño se le presentan personalidades opuestas puede   —13→   entender sus diferencias mejor (...). La ambigüedad no debería aparecer hasta que una personalidad relativamente firme se haya establecido sobre una base de identificaciones positivas»1.

El miedo a lo desconocido, la transgresión de códigos morales y sociales y el intento de controlar la naturaleza aparecieron como el Mal en los mitos, leyendas y cuentos, un símbolo faustiano de búsqueda de poder, sabiduría y control sobre todo lo que existe y, posteriormente, de la separación cada vez mayor entre la naturaleza (nuestro pasado) y la ciencia (nuestro futuro), y del dominio del personaje solitario o de un grupo de marginados sobre la comunidad.

El miedo a lo desconocido es innato a la humanidad. Los mitos, leyendas y cuentos pueden tomarse como un intento de didacticismo cosmológico, tanto como una explicación de un mundo frío y hostil como una adoración a los héroes necesaria para sentirse protegido, para sobrevivir. El instinto de supervivencia, la misoginia y la capacidad para actuar en solitario, lejos de la comunidad, a menudo llevaron a la transgresión de reglas y códigos de conducta establecidas por aquella misma comunidad. Sin embargo, el miedo no siempre es negativo. Una persona que sobrevive a una situación que provoca miedo da un paso hacia adelante al haber aprendido a controlar lo que provocaba ese miedo. Normalmente, la ciencia aparece como la clave para controlarlo. Una interpretación racional del mundo parece favorecer el control de la naturaleza y erigir a los humanos en sus dueños permitiéndoles conciliar el sueño. Sin embargo no debemos olvidar la advertencia de Goya: «El sueño de la razón engendra monstruos».

Un enfoque maniqueísta del bien y el mal caracterizó los cuentos occidentales hasta el siglo XVIII. Tradicionalmente, el mal se entendía como una fuerza externa al héroe o heroína que debía ser derrotada. Los seres sobrenaturales que pueblan la tierra son una figura maligna común a la mayoría de culturas: hadas, monstruos, brujas, o el diablo cuando el cristianismo   —14→   influyó en los cuentos. No todas las hadas son malas pero sí que son objeto de admiración y respeto. Y no todas son las preciosas criaturas diminutas introducidas en la literatura por Spencer y Shakespeare. Podían ser grotescas y malvadas llegando incluso a matar a los humanos incautos. Si miramos más de cerca las principales teorías sobre el origen de las hadas, quizás entenderemos por qué estas criaturas mágicas pueden encontrarse en todo el mundo.

1/ Las hadas como espíritu de los muertos. Podemos recordar, por ejemplo, la corte del irlandés Finvarra y los Tuatha da Danaan, quienes se vieron forzados por los milesianos a refugiarse bajo tierra, cambiando su nombre al de Daoihne Sidhe. El hecho de que vivieran bajo tierra puede relacionarse con la tradición celta de enterrar a los muertos bajo «tumulus» o montículos. En The Secret Commonwealth of Elves, Fauns and Fairies (1691), Robert Kirk nos habla de los «knowes» escoceses, situados fuera de los patios de las iglesias, lugares en los que el alma esperaba hasta poder unirse con el cuerpo en el Día del Juicio Final. Además, en tiempos primitivos, se creía que el alma era una réplica diminuta de la persona y que emergía de la boca en el sueño, y cuando se estaba inconsciente o muerto. En la mitología nórdica los Duendes Oscuros también habitan las regiones subterráneas.

2/ Las hadas son una reminiscencia de creencias animistas. Son espíritus del bosque y, si se les invoca incorrectamente, pueden enojarse y destruir a los humanos. En las tribus nativas americanas, por ejemplo, el uso vocativo del lenguaje, que incluía la litanía, la aliteración y la repetición estructural, era conocido solamente por el chamán, quien acercaba así ambos mundos. Así también lo hacían los druidas o sacerdotisas celtas.

3/ El origen clásico. El hecho de que las hadas puedan tener en sus manos una vida humana puede remontarse a las Moiras griegas que después pasaron a ser las Parcas romanas. Normalmente formaban tríos y su misión era hilar la hebra del destino humano y cortarla cuando llegara el momento de la   —15→   muerte. En Bretaña se acostumbraba a poner la mesa para tres comensales más cuando nacía un niño para así alejar a estas hadas malvadas.

4/ Combinación de creencias paganas y cristianas. Con la llegada del Cristianismo, todo lo pagano se convirtió en malo automáticamente. Sin embargo, la tradición es difícil de erradicar y ambas creencias se entremezclaron. Las hadas eran consideradas como criaturas obligadas a vivir en un plano situado entre este mundo (Tierra) y el otro (Cielo), ya que no eran ni lo suficientemente malas para el primero ni lo suficientemente buenas para el segundo. En Devon (Gran Bretaña) se creía que las hadas eran las almas de los niños no bautizados. El origen de los Huldre de Escandinavia también es una combinación de ambas.

Tradicionalmente, pues, el mal estaba situado fuera de los personajes del relato: el diablo en contextos cristianos, seres sobrenaturales en los paganos, o reminiscencias de monstruos prehistóricos y brujas en ambos, y todos pertenecían a un mundo subterráneo que negaba la vida. En todas las culturas existía una persona que unía ambos mundos como el chamán, el druida, la bruja o el brujo.

Dado que el mal era externo a los humanos en la mayoría de culturas, los medios para deshacerse de él podían asemejarse mucho: lucha (dragones), huida (cruzar agua corriente), ingenio (Pulgarcito), el punto débil del malvado (la hija del gigante), ayuda sobrenatural (hadas madrinas), el bien tras el mal (el príncipe rana), elementos mágicos naturales (hierro), símbolos cristianos (cruz) y, tanto en historias cristianas como en las paganas, el motivo del alma externa (la piedra negra del cuento nativo americano «Mabnhozo»), o las brujas (el gato). En todos los casos lo que realmente importa es discernir los arquetipos del mal y aplicar el remedio adecuado para derrotar a cada uno de ellos en vez de actuar de manera impetuosa e inmadura.

En los siglos XVIII y XIX se introdujeron cambios significativos en el tratamiento del mal en la literatura. Los duendes   —16→   celtas y sajones, el «hombre del saco» español, la «Mechante Fée» francesa, el «trickster» de los nativos americanos, y las criaturas comunes a la mayoría de culturas (dragones, monstruos, brujas, ogros...) se interiorizaron y se convirtieron en una parte intrínseca de los protagonistas, que tuvieron que desarrollar nuevas tácticas de combate. De acuerdo con el movimiento Romántico, los primeros indicios de una posible igualdad entre los sexos, la aceptación de los marginados a veces elevados al rango de héroes, y el resurgimiento de la ciencia y la tecnología, cambiaron el enfoque del mal también en la literatura infantil y juvenil, y la bruja y demás criaturas tuvieron que dejar paso a otros arquetipos.

La visión maniqueísta del bien y el mal, con el mal fuera del héroe o heroína, dio paso a la interiorización del mal en el siglo XIX. Mary Shelley con su relato Frankenstein (1818) puede considerarse como la precursora de este nuevo enfoque que resaltaba la búsqueda de la psicología de los personajes. También encontramos el miedo a lo desconocido y a la ciencia, así como la transgresión de reglas morales y sociales. Otra novedad es la insinuación de que el mal también podría encontrarse en la sociedad en conjunto y no sólo en los individuos. Mary Shelley cambió el enfoque asemejándolo al de los cuentos orientales, donde el bien y el mal forman parte de una misma entidad.

En América del Norte la influencia de los nativos americanos sobre la literatura fue considerable. Se les identificaba con el lado salvaje de la naturaleza y se convirtieron en la persona jungiana del protagonista blanco, en una personificación de su alter–ego. La literatura norteamericana resaltó la relación entre el ego y el alter–ego: el protagonista blanco y su sombra nativa como Billy Budd y Queeqag, el Llanero Solitario y Tonto, Tom Sawyer y el indio Joe. El indio aparece con el hombre blanco pero no integrado. La separación entre naturaleza y civilización era demasiado grande. Algo parecido ocurrió en otros países y con otras razas.

  —17→  

En el siglo XIX se dieron dos corrientes paralelas dentro de la literatura infantil y juvenil. La más tradicional tuvo su representación en el británico Andrew Lang y los alemanes Hermanos Grimm siguieron la línea francesa de los siglos XVII y XVIII, cuyo principal representante había sido Perrault. Por el contrario, otros autores denunciaron el mal en la sociedad, como por ejemplo el danés Hans Christian Andersen (El traje nuevo del emperador) con claras críticas contra las clases superiores, que personifican el mal. Hacia finales del XIX y principalmente en Gran Bretaña y los Estados Unidos, en los cuentos se empezó a reflexionar sobre los males sociales. Otros escritores como Edith Nesbit, Oscar Wilde, George MacDonald, o Frank L. Baum en los Estados Unidos, cuestionaron el papel tradicional de los sexos, la represión de la imaginación infantil, la opresión de las clases trabajadoras y la inviolabilidad de la autoridad. Las principales razones pueden encontrarse en el auge de la industrialización y sus consecuencias y en los nuevos ideales románticos. Es entonces cuando los cuentos empiezan a reflejar un mundo invertido, la imagen de la corrupción. Fueron los precursores de un experimentalismo mayor que se dio en el siglo XX.

En Gran Bretaña, Charles Dickens escribió su Cuento de Navidad en el que puede leerse cómo el mal interior causado por valores mercantiles es exorcizado. Tras el viento del norte de George MacDonald refleja claramente los horrores por los que pasaban los niños y niñas en el Londres industrial. No se da una personificación concreta del mal sino que es toda la estructura social la que está carcomida y aquellos arquetipos que podrían parecer negativos a primera vista en realidad son las víctimas de un mal mayor. Diamante2, el protagonista, y su amigo, el viento del norte, aportan un rayo de luz en las vidas de la gente por medio de un amor desinteresado, pero Diamante muere siendo un niño, dejando al lector con poca esperanza respecto al futuro de esa sociedad. El Príncipe feliz de Oscar Wilde contiene un   —18→   mensaje similar. La magnífica estatua del príncipe, ayudada por un pájaro, decide regalar sus joyas a los pobres. De nuevo, el mal reside en la sociedad y es exorcizado a través del amor. El mago de Oz de Frank L. Baum también es una crítica de la sociedad americana y trata de dar una pincelada de color a un fondo gris, una imagen comparable a la de los «hombres grises» presentados en Momo del alemán Michael Ende.

En el siglo XX esta visión doble del mal se acentúa: el mal interior, confirmado por el psicoanálisis de Freud y Jung y basado sobre todo en el ensayo del primero sobre lo irracional; y el mal exterior, en una sociedad industrializada y masificada donde reina el capitalismo y la producción en serie y donde el avance de la ciencia y la tecnología facilitó la llegada de la distopía a toda la literatura, incluida la infantil y juvenil (Los Horribles de Michael Larrabeiti). Además, el mal ya no podía ser derrotado con armas mágicas ni con la ayuda de seres sobrenaturales como ocurría en los cuentos tradicionales. Únicamente el coraje y los gestos de amor y tolerancia de los protagonistas podían llevarles a completar su proceso de individuación. El psicoanálisis sugirió que el origen de las hadas se hallaba en la proyección de esperanzas y miedos y las coloca en un plano intermedio de aceptación del Yo apareciendo cuando las ambiciones no se han visto realizadas.

En el siglo XX, sobre todo a partir de la década de los sesenta, los arquetipos personificadores se basan en el miedo a lo irracional en nuestro interior y en el deseo de una reconciliación entre el ego y el alter–ego jungianos (el Gollum en El Señor de los anillos de Tolkien) o entre el animus y el anima (Las brujas de Roal Dahl); en el miedo a la ciencia y la delimitación de sus fronteras (Parque Jurásico de Michael Crichton); en el desequilibrio de la naturaleza que atrae al mal y al caos por medio de científicos locos, robots, androides, mutantes, o un mundo post–nuclear (Donde sopla el viento de Raymond Briggs); y en el miedo a cambios políticos y socioeconómicos por medio de figuras dictatoriales o criminales que quieren controlar el mundo. Los nuevos arquetipos transformacionales del mal son   —19→   planetas o mundos escondidos en otras dimensiones (la serie de Narnia de C. S. Lewis).

En resumen, podemos decir que el mal en los cuentos infantiles y juveniles siempre ha sido la fuerza desencadenante que permite el progreso. En la tradición occidental el mal se situaba fuera de los protagonistas pero luego fue interiorizado en una búsqueda para comprender los motivos profundos de la psicología. Frankenstein de Mary Shelley puede considerarse como la obra decisiva que ayudó a provocar el cambio. El siglo XX se caracteriza por una corriente doble: el mal aparece dentro y fuera de los protagonistas y contiene connotaciones complejas. Sin embargo, las memorias atavísticas que generaron los arquetipos han variado poco. Al miedo a lo desconocido y a la separación entre naturaleza y civilización, a la misoginia y la transgresión de códigos morales y sociales, pueden añadirse el miedo al Yo irracional y a los cambios políticos y socioeconómicos. Las armas para derrotar al mal también han cambiado. La magia y las criaturas mágicas han dado paso a la búsqueda del Yo equilibrado tras un proceso de individuación por medio del amor y la tolerancia. La utopía reconcilia la ciencia (lo conocido) y la intuición (lo desconocido), pero cuando el uno intenta dominar al otro, el desequilibrio deriva en caos y el mal se erige en dueño de un mundo distópico.

La magia ahora reside en nosotros.


Bibliografía

Alexander, M., British Folklore, Myths and Legends, London, 1982.

Bettleheim, Bruno, The Uses of Enchantment, Middlesex, 1988.

Briggs, Katherine, A Dictionary of Fairies, Middlesex, 1976.

González Davies, María, George MacDonald and the Fantasy Tradition (thesis – in print), Barcelona, 1989.

Jackson, Rosemary, Fantasy, the Literature of Subversion, New York, 1981.

Jacoby, Mark / Kast, Verena / Riedel, Ingrid, Das Bose im Märchen, 1978.

Kirk, Robert, The Secret Commonwealth, Shaftsbury, 1990.

Macdonald, George, A Dish of Orts, London, 1893.

Riedel, Ingrid, Tabu im Märchen, 1985.





IndiceSiguiente