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Arriba ¿La edición infantil y juvenil en la encrucijada?

Fernando Cendán


Según algunos indicadores socio-culturales y estadísticos, a los que luego nos referiremos, la situación actual por la que atraviesa la edición de libros infantiles y juveniles en nuestro país puede muy bien calificarse, a nuestro juicio, como de encrucijada; es decir, dudosa, sin orientación definida entre los varios caminos, direcciones o posibilidades que se le ofrecen, tras conseguir unas cotas de producción ciertamente elevadas que han permitido situar a España, según datos de 1982, en un honrosísimo tercer puesto mundial entre los países especializados en la edición de este tipo de publicaciones, al propio tiempo que en los medios profesionales se calificaba el hecho de auténtico «boom».

Efectivamente, los datos oficiales de que disponemos, correspondientes al pasado año 1985, nos ofrecen en principio un panorama bastante optimista y esperanzador, si tenemos en cuenta únicamente los valores absolutos que reflejan las cotas de producción (4.750 títulos de libros y folletos) de tirada total y media (41,3 millones y 8.704 ejemplares, respectivamente) y de traducciones (1.312 títulos) entre otros. Tal panorama no presenta, sin embargo, los mismos ribetes optimistas si, como es de rigor, consideramos también los valores relativos que se desprenden de tales cifras y, sobre todo, si analizamos paralelamente las tendencias que se vienen manifestando durante los últimos años, dentro del contexto o marco socio-cultural y demográfico que nos ofrece el país en estos momentos.

De acuerdo con el anterior criterio, inmediatamente llegamos a la conclusión de que, por ejemplo, la cifra de producción de títulos apuntada, aunque en valores absolutos representa un incremento del 17,96 por 100 respecto de la del año anterior, refleja una posición relativa del 13,6 por 100, prácticamente equivalente a la del año 1983, en función del número total de títulos editados, y cerca de un punto por debajo de la cota más alta de la tasa, la del año 1981, con el 14,5 por 100, alcanzada durante los últimos diez años.

En cuanto a producción estamos, por consiguiente, ante una situación de cierta estabilización debido a que aparece frenado el ritmo de crecimiento característico de los últimos cuatro o cinco años.

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Las cifras de tirada total y media presentan, por el contrario, una clarísima regresión en la relación con las correspondientes a los años precedentes, sobre todo a partir de las obtenidas en el año 1981, que marcaron un hito considerable (61,8 millones y 14.553 ejemplares, respectivamente).

En cuanto a la edición de títulos traducidos, cabe reseñar, como factor positivo, un incremento de 531 títulos en relación con la cota del año 1984, lo que viene a representar que la tasa relativa de traducciones se situó, en 1985, nada menos que en el 27,62 por 100, en nivel muy similar al que se alcanzó en los años 1973, 1977 y 1981. Como aspecto negativo puede apuntarse, consecuentemente, una clara tendencia a la disminución relativa del número de obras publicadas en lengua española y originales de autores de la misma nacionalidad, aunque tal circunstancia queda un tanto minorada actualmente debido a que, como es bien sabido, el ritmo de crecimiento del número de títulos publicados en lengua española es mucho mayor que el que experimenta el de originales procedentes de lenguas y autores extranjeros.

Basándonos, como antes señalábamos, únicamente en los tres indicadores que acabamos de expresar, fácilmente podemos deducir que el subsector editorial español de libros infantiles y juveniles ofrece actualmente una situación un tanto preocupante o al menos reveladora de que los editores más perspicaces se están adelantando muy inteligentemente a los acontecimientos y empiezan a tomar las oportunas medidas correctoras, cuyos resultados más visibles se traducen en la prudente estabilización de las cifras de producción, frente al ritmo acelerado de crecimiento detectado durante los últimos años; en una importante reducción de las tiradas y en un considerable incremento de las traducciones, ciertamente más rentable, en general, que las nuevas inversiones en originales de autores indígenas.

Hay otro aspecto de la cuestión que se antoja también un tanto preocupante, aunque no tenga relación muy directa con los anteriores, pero que está muy vinculado con la fase o proceso de comercialización y de utilización de las ediciones para niños y adolescentes, con su correspondiente repercusión en la formación y nivel cultural de los lectores a los que van destinados. Se trata, como ya habrá advertido el lector, del crecimiento demográfico infantil, que ya ha comenzado a manifestarse en nuestro país durante el presente año y que dentro de nueve años, para 1996, según la proyección española entre los cinco y los catorce años, llevada a cabo por el Instituto Nacional de Estadística, supondrá una reducción de cerca de un millón y medio de habitantes-compradores-lectores, como consecuencia del agravamiento de la caída de la tasa de fecundidad de la mujer española, que bajó de 2,81 hijos en el año 1975, a 1,56 en el pasado año; tasa bastante inferior a la establecida como mínimo para el simple relevo de la población (2,1 hijos por mujer).

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Si a todas las circunstancias y datos anteriormente expuestos añadimos otras dignas de ser tenidas en consideración, como puede ser, por ejemplo, el estancamiento de las exportaciones y, sobre todo, la lenta evolución de las tasas de lectura y de adquisición de libros infantiles y juveniles, a los que nos atrevemos a calificar de tercermundistas, juntamente con la aplicación del Impuesto sobre el Valor Añadido, que representa, sin paliativos, una auténtica penalización de la lectura en una sociedad tradicionalmente poco aficionada a los libros y cada vez más empobrecida, además de la incontenible avalancha de capital extranjero, cuyo fin último no es otro que el control y el dominio del sector para reconducirlo hacia objetivos más crematísticos que culturales, el panorama general que se nos ofrece no resulta en verdad muy halagüeño y por ello nos hemos permitido utilizar como título de este trabajo el calificativo un poco suave de encrucijada.

Ante tal estado de cosas cabría preguntarse, como sin duda alguna se estarán preguntando algunos profesionales de la especialidad, ¿qué hacer ante semejante panorama?

A mi modesto entender, sólo cabe adoptar, de momento, dos soluciones de emergencia, aunque debo señalar que existe la posibilidad de adoptar otras muchas; pero así se me antoja que las más urgentes pueden ser las siguientes: Una de ellas, que correspondería prioritariamente al sector privado-profesional, sería la de continuar durante algún tiempo manteniendo la actitud de prudencia, generalmente adoptada ya por algunos editores, en el sentido de estabilizar la producción de títulos y la cifra de tirada, incrementado al mismo tiempo las acciones de promoción y publicidad, estudiando, si es

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(Il. Maurice Sendak, El Gran Libro Verde, de Robert Graves, trad. de Lucía Graves, Barcelona, Lumen, 1983)

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preciso, nuevas fórmulas y técnicas. Por parte de los pocos libreros más o menos especializados que existen, sería deseable, junto a una mayor dedicación al libro infantil y juvenil, la adopción de sistemas y técnicas comerciales y de venta «ad hoc» que inciten a la compra y a la lectura; en definitiva, introduciendo a rajatabla la máxima o principio establecida muy acertada y oportunamente por el librero-escritor Apuleyo Soto, en el sentido de que «el librero tiene que estar en la calle para que el público (niños y adolescentes) entren en la librería». Por parte del sector público y más concretamente por los Ministerios de Cultura y de Educación y Ciencia, más directamente implicados en la cuestión, deberán adoptarse e incrementarse, en algunos casos, previo el correspondiente e imprescindible respaldo presupuestario, aquellas medidas que contribuyan a elevar la calidad y el nivel de lecturas de nuestra infancia y juventud: Desde la creación y adecuada dotación de bibliotecas públicas y de aulas hasta la multiplicación de cursillos de perfeccionamiento del profesorado, pasando por un mayor número de campañas de fomento de la lectura, de exposiciones, edición de catálogos, concursos, premios, programas específicos en radio y televisión, etc. y, en general, todas aquellas iniciativas y acciones de fomento que se consideren necesarias para alcanzar, a medio plazo, el objetivo anteriormente señalado, habida cuenta de que, tal y como se nos presenta la cuestión, con una oferta disponibilidad teórica de cerca de diez volúmenes por habitante y año y alrededor de la cuarta parte de la población infantil, comprendida entre los seis y los trece años, que no posee ningún libro, y muy cerca del 40 por 100 de la misma que no lee prácticamente nunca, se nos antoja muy poco probable que la sociedad española reaccione inmediatamente y por sí misma modifique sus comportamientos tradicionales poco proclives hacia el libro y la lectura, y se impongan otros más partidarios de una enseñanza menos memorística y más reflexiva, un tiempo de ocio distribuido más racionalmente y, en último término, se oriente hacia actividades culturales más pluralistas, participativas, democráticas, críticas y enriquecedoras.

Este es, en nuestra opinión, el gran reto al que debe responder adecuadamente el sector público, una vez que el privado, quizás más sensible y perspicaz y, desde luego, más ágil, ya inició su proceso de reacción buscando caminos y horizontes nuevos que le permitan salir airoso de la encrucijada en la que se halla; pero para ello es imprescindible la ayuda y tutela de quienes tienen la responsabilidad y los medios necesarios para proseguir la transformación de la sociedad española, orientando inteligentemente sus acciones hacia los estratos más jóvenes de la misma.

F. Cendún Patos.

Jefe del Departamento de Difusión del extinguido INLE.