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ArribaAbajoLo que hace el tiempo


A Blanca Rosa de Osma.




   Con mis coplas, Blanca Rosa,
tal vez te cause cuidados,
      por cantar
con la voz ya temblorosa,
y los ojos ya cansados
      de llorar.

   Hoy para ti sólo hay glorias,
y danzas y flores bellas;
      mas después,
se alzarán tristes memorias
hasta de las mismas huellas
      de tus pies.

   En tus fiestas seductoras,
¿no oyes del alma en lo interno
      un rumor
que, lúgubre a todas horas
nos dice que no es eterno
      nuestro amor?

   ¡Cuánto a creer se resiste
una verdad tan odiosa
      tu bondad!
Y esto fuera menos triste,
si no fuera, Blanca Rosa,
      tan verdad.

   Te aseguro, como amigo,
que es muy raro, y no te extrañe,
      amar bien:
siento decir lo que digo;
pero, ¿quieres que te engañe
      yo también?

   Pasa un viento arrebatado,
viene amor, y a dos en uno
      funde Dios;
sopla el desamor helado,
y vuelve a hacer, importuno,
      de uno, dos.

   Que amor, de egoísmo lleno,
a su gusto se acomoda
      bien y mal;
en él hasta herir es bueno;
se ama o no se ama: ésta es toda
      su moral.

   ¡Oh!,¡qué bien cumple el amante,
cuando aun tiene la inocencia,
      su deber!
Y ¡cómo, más adelante,
aviene con su conciencia
      su placer!

   ¿Y es culpable el que, sediento
buscando va en nuevos lazos
      otro amor?
¡Sí!, culpable como el viento
que, al pasar, hace pedazos
      una flor.

   ¿Verdad que es abominable
que el corazón vagabundo
      mude así,
sin ser por ello culpable,
porque esto pasa en el mundo
      porque sí?

   Se ama una vez sin medida,
y aun se vuelve a amar sin tino
      más de dos.
¡Cuán versátil es la vida!
¡Cuán vano es nuestro destino,
      santo Dios!

   «Él» lleve tu labio ayuno
a algún manantial querido
      de placer,
donde dichosa, ninguno
te enseñe nunca el olvido
      del deber.

   Siempre el destino inconstante
nos da cual vil usurero
      su favor,
de amor primero, y no amante:
después mucho amante, pero
      poco amor.

   Tranquila a veces reposa,
y otras se marcha volando
      nuestra fe.
Y esto pasa, Blanca Rosa,
sin saber cómo, ni cuándo,
      ni por qué.

   Nunca es estable el deseo,
ni he visto jamás terneza
      siempre igual.
Y ¿a qué negarlo? No creo
ni del bien en la fijeza,
      ni del mal.

   Este ir y venir sin tasa,
y este moverse impaciente,
      pasa así,
porque así ha pasado y pasa,
porque sí, y ¡ay!, solamente
      porque sí.

   ¡Cuán inútil es que huyamos
de los fáciles amores
      con horror,
si cuanto más las pisamos,
más nos embriagan las flores
      con su olor!

   El cielo sin duda envía
la lucha a la tormentosa
      juventud;
pues ¿qué mérito tendría
sus esfuerzos, Blanca Rosa,
      la virtud?

   ¡Ay!, un alma inteligente
siempre en nuestra alma divisa
      una flor,
que se abre infaliblemente
al soplo de alguna brisa
      de otro amor.

   Mas dirás: -¿Y en qué consiste
que todo a mudar convida?-
      ¡Ay de mí!
En que la vida es muy triste...
Pero, aunque triste, la vida
      es así.

   Y si no es amor el vaso
donde el sobrante se vierte
      del dolor
pregunto yo: -¿Es digno acaso
de ocuparnos vida y muerte
      tal amor?

   Nunca sepas, Blanca Rosa,
que es la dicha una locura,
      cual yo sé;
si quieres ser venturosa,
ten mucha fe en la ventura,
      mucha fe.

   Si eres feliz algún día,
igual que el recuerdo tirano
      de otro amor
no se filtre en tu alegría,
cual le desliza un gusano
      roedor!

   Tú entre las almas buenas,
cuyos honrados amores
      siempre son
los que bendicen sus penas
penas que se abren en flores
      de pasión.

   Con tus visiones hermosas,
nunca de tu alma el abismo
      llenarás,
pues la fuerza de las cosas
puede más que Hércules mismo,
      ¡mucho más!...

   Si huye una vez la ventura,
nadie después ve las flores
      renacer
que cubren la sepultura
de los recuerdos traidores
      de ayer.

   ¿Y quién es el responsable
de hacer tragar sin medida
      tanta hiel?
¡La vida!, ¡esa es la culpable!
La vida; sólo es la vida
      nuestra infiel.

   La vida que, desalada,
de un vértigo del infierno
      corre en pos.
Ella corre hacia la nada;
¿quieres ir hacia lo eterno?
      Ve hacia Dios.

   ¡Sí!, corre hacia Dios, y Él haga
que tenga siempre una vieja
      juventud.
La tumba todo lo traga;
sólo de tragarse deja
      la virtud.






ArribaAbajoFin y moral de la Ilíada


   Después que Troya fue, severa Esparta,
muerto su rey, de liviandades harta,
a Rodas sin piedad desterró a Elena,
donde la ahorcó celosa Políxena.
Pero antes que el honor del sexo bello
como un cisne al morir doblase el cuello,
la dijo así el verdugo: -¿Por ventura,
quieres más que la dicha tu hermosura?
La reina, que tu mal tanto desea,
te dejará vivir si te haces fea;
ponte estas hierbas sobre el rostro, hermosa,
y siendo horrible, vivirás dichosa.
¿No vale más ser fea afortunada,
que hermosa, y por hermosa desdichada?-
Calló el Verdugo y suspiró; mas ella,
prefiriendo el no ser, a no ser bella,
cogió el dogal, y se lo ató de suerte
que, a su belleza fiel, se dio la muerte;
y más que vivir fea y venturosa,
prefirió ser ahorcada, siendo hermosa.






ArribaAbajoLa Ciencia nueva de Vico



- I -

   A un cierto maestro vi
en cierto pueblo explicar
a varios niños, a mí,
y al sacristán del lugar.
   Y recuerdo, aunque era un chico,
que comenzó de esta suerte:
-Ved: ciencia nueva de Vico;
nacimiento, vida y muerte.
   Círculo de toda historia
renacer tras de acabar:
fábula, entusiasmo, gloria,
la muerte, y vuelta a empezar.
   Así, ya unida, ya rota,
sigue esta rueda fatal,
sin que se turbe una nota
del concierto universal.
   Allá el Egipto entreveo,
vida, gloria, senectud,
Reyes -Pastores- Proteo,
Cambises; la esclavitud.
   ¡Cielo de dichas y penas!
Llega la Grecia. ¡Atención!
Los Argos -Esparta -Atenas,
Filipo; la humillación.
    Mudando nombres y nombres,
en rápido movimiento
rodando van pueblos y hombres
cual hojas que arrastra el viento.
   ¡Fenicia! Ved a Sidón,
la reina antigua del mar.
Cartago -Pigmaleón.-
Nabuco, y vuelta a empezar.
   Dioses -Héroes, -Invenciones.
Así, abyectas o gloriosas,
van, como veis, las naciones,
los hombres, pueblos y cosas.
   ¡Roma! Tras su edad divina,
por César llega a Tiberio.
Numa -Catón -Mesalina,-
Reyes- República -Imperio.
   Pasan así en raudo giro
y en perpetua evolución,
Alejandro, como Ciro,
como César, Napoleón.


- II -

   Y al ver que de nuevo empieza
su incesante torbellino,
poniéndonos la cabeza
cual la rueda de un molino.
   -O vuestro Vico es un tonto,
o yo no sé qué pensar;-
dijo el maestro de pronto
el sacristán del lugar.
   -No es gran mérito el zurcir
la historia de esa manera;
nacer, crecer y morir;
eso lo sabe cualquiera.
   Pese a vuestros pareceres,
¿no valdría mucho más
decir a todo: «Polvo eres
y en polvo te volverás?»
   Mira el maestro al que cree
llegar de Vico a la altura,
como quien dice: (-Este lee
los libros santos del cura.-)
   Y en su silencioso afán,
que esto imagina se infiere:
(-Dice bien el sacristán,
todo lo que nace muere.-)
   Y murmuró: (-De manera
que mi ciencia está demás,
si un libro santo cualquiera
enseña esto y mucho más.-)
   Y al fin -¡niños!- prorrumpió,
-después de círculos tantos
podréis saber más que yo
leyendo los libros santos.
   Pues hoy por ellos me explico
cómo puede ser que sea
mucho más sabio que Vico
el sacristán de una aldea.






ArribaAbajoLa historia de Augusto



- I -

   A Ovidio empieza a leer,
su historia el emperador,
pues dice que quiere ser
cual César, autor y actor.
   Hombre sin Dios y sin ley,
que de su provecho en pos,
pérfido antes, se hace rey,
necio después, se hace Dios.
   En su historia disculpaba
sus faltas cándidamente,
cosas que Ovidio escuchaba
con el rubor en la frente.
   -¿Verdad que al mundo hará honor
la que llamo «era Juliana?»-
dijo a Ovidio, el salteador
de la libertad romana.
   Con un dictamen muy justo
quiso Ovidio honrar su labio,
porque al fin perdona Augusto,
después que se venga Octavio.
   -Y, francamente, señor,-
dijo, de modestia lleno:
-si sois bueno como actor,
como autor no sois tan bueno.-
   -O- con altivo semblante
replicó el emperador:
-que soy muy buen comediante,
pero muy mal escritor.-
   Selló el rey su augusto labio
calló Ovidio, no sin susto,
pues siempre al fin venga Octavio
los disimulos de Augusto.


- II -

   Cayo Ovidio en el desliz
de llamar, poco después,
a Livia, la emperatriz,
«Ulises con guardapiés».
   Tuvo el rey por ofensivo
este madrigal tan bello,
tomando esto por motivo
para vengarse de aquello.
   Y a Ovidio desterró Augusto
de la Circasia a un rincón,
como buen tirano, injusto:
falso, como buen histrión.


- III -

   Muriendo Octavio inmortal,
entre grandes dignos de él,
les pregunta así: -¿Qué tal
representé mi papel?-
   Y contesta Ovidio a Octavio
desde la orilla del Ponto:
-Representó como un sabio
lo que pensó como un tonto-.
   Murió Octavio, el iracundo;
pereció Augusto el sagaz:
el que dio la paz al mundo
ya ha dejado al mundo en paz.
   Conque, «¿qué tal?» Lo repito
con más razón que despecho:
has hecho muy bien lo escrito,
y escrito mal lo que has hecho.
   Doy al mundo el parabién.
¡Falso! Aun preguntas «¿qué tal?»
Como cómico, muy bien;
como emperador, muy mal.






ArribaAbajoAntinomias del Genio


   Sentando indolentemente,
cierta noche de verano,
con una pluma en la mano
y una luz frente por frente,
   está Napoleón Primero
sumando con mucho afán,
puesto a un lado aquel gabán,
a otro lado aquel sombrero.
   Suma, de intento, muy mal
entre espantado e iracundo,
todas las muertes que al mundo
costó su gloria imperial.
   Y cuando ya a traslucir
llega una cifra espantosa,
se lanza una mariposa
sobre la luz a morir.
   Su muerte próxima, al ver,
sintió el héroe compasión;
que al fin, aunque Napoleón,
era un hijo de mujer;
   y con benévola calma
la separó dulcemente,
pues los que matan la gente
pueden también tener alma.
   Él, que «carne de cañón»
pudo a los hombres llamar,
ve a un insecto peligrar
con pena en el corazón.
   Ni ella cede, ni él se para
y con la intención más terca.
cuanto más ella se acerca
tanto más él la separa.
   Tal vez el emperador
llorara de sufrir tanto,
si él pudiera tener llanto
para el ajeno dolor.
   ¡Ay!, una vida tan ruin,
¿no había de enternecer
al que acababa de hacer
del Universo un botín?
   ¡Y luego la coalición
dirá que no era perfecto
el que en salvar a un insecto
funda un sueño de Colón!
   Sigue la lucha emprendida
entre él y ella, y de esta suerte,
mientras busca ella la muerte,
le da Napoleón la vida.
   Y así el empeño siguió
por ambos con frenesí;
la mariposa en que sí,
y Napoleón en que no.
   La salva al fin, y -¡victoria!-
exclama con alegría
el que hacía y deshacía
a cañonazos la historia.
   ¡Victoria! ¡Victoria, pues!
¡Dios inmenso! ¡Dios inmenso!
¡De esa acción suba el incienso
hasta tus divinos pies!
Aquella alma generosa
que vertió de sangre un mar,
¡cuánto luchó por salvar
la vida a una mariposa!
   ¡Que alguno de tal bondad
cuente a la Francia la gloria,
luego la Francia a la historia,
y ésta a la posteridad!
   Y tú, ciega multitud,
pobre «carne de cañón»,
di por él: -¡Oh compasión,
tú eres sólo la virtud!-






ArribaAbajoLas doloras


A doña Juana Barrera de Campos.




   ¿Conque una buena dolora
me pides, Juana, tan llena
      de candor?
Tal vez tu inocencia ignora
que será, si es la más buena,
      la peor.

   ¿Te he de alabar, fementido,
desventuradas venturas
      que gocé,
y amores que he aborrecido,
e inagotables ternuras
      que agoté?

   Perdona si en mis doloras
siempre mi pecho destila
      la ansiedad
de unas sombras vengadoras
que asaltan mi no tranquila
      soledad.

   Jamás en ellas escrito
dejaré, imbécil o loco,
      el error
de que el bien es infinito
ni que es eterno tampoco
      el amor.

   Bueno es que, aunque terrenales,
nuestras venturas amemos,
bienes de acá son mortales;
la dicha y el bien supremos
      son de allá!

   ¡Qué inconsolables cuidados
da el ver desde la rendida
      senectud,
los tesoros disipados
de la por siempre perdida
      juventud!

   ¡Qué manantial más fecundo
de engañosas esperanzas
      es amor!
¡Qué doctor es tan profundo
en útiles enseñanzas
      el dolor!

   ¡Cuán ciego el amor, cuán ciego,
falta al deber más sagrado!
      Y es de ver
cómo al amor faltan luego
los que primero han faltado
      al deber.

   ¡Pérfido amor, y cuál huye
tras los primeros momentos
      del ardor!
¡Santa amistad, que concluye
por cumplir los juramentos
      del amor!

   Siento a fe que esta dolora
hiera, Juana, tu ternura,
      mas ya ves
que toda la dicha de ahora
es siempre la desventura
      de después.

   Por eso, olvidado, quiero
ya sólo el eterno olvido
      esperar;
aunque del mundo en que espero,
más siento el haber venido
      que el marchar.

   Hasta de mí, el pensamiento
hastiado y arrepentido
      del vivir,
huye cual remordimiento
que del crimen cometido
      quiere huir.

   Aunque, de dolor ajenos,
la vida ven placentera
      los demás,
si la despreciara menos,
yo acaso la aborreciera
      mucho más.

   Deja ya, corazón mío,
cuanto encuentras deleitable
      sin saber
que al gozar mueres de hastío
galeote miserable
      del placer.

   ¡La vida! ¡Cuán fácil fuera
sus más aciagos momentos
      soportar,
si en el pecho se pudiera
algunos remordimientos
      enterrar!

   Mas ¡ay! Juana encantadora,
¡cuál de espanto retrocede
      tu candor,
ni mirar que esta dolora,
si es buena, tampoco puede
      ser peor!

   Y es que derramo sincero
de mi dolor la medida
      sin querer,
siempre que las aguas quiero
de mi soñolienta vida
      remover.

   Ya, cual todo, penitente
en el lodo derribado
      por su cruz,
me agito impacientemente
por revolverme hacia el lado
      de la luz.

   Yo antes vivir anhelaba,
mas hoy morir sólo fuera
      mi ilusión,
si estuviese como estaba
el día de mi primera
      comunión.

   ¡Juana!, el respeto adoremos
que aun nos liga complaciente
      al deber,
y los lazos desatemos
que habrá el tiempo tristemente
      de romper.

   ¿A qué esperar a mañana
en dejar esto, y de aquello
      en huir,
si aunque tú lo sientas, Juana,
lo que no dejemos, ello
      se ha de ir?

   Al fin, de tu santo celo
las huellas de buena gana
      sigo fiel.
Cuando va el perfume al cielo,
todo lo que siente, Juana,
      va con él.

   Ya en mi inútil existencia,
sólo el ímpetu modero
      del dolor
con paciencia y más paciencia,
ese valor verdadero
      del valor.

   Y hoy que humilde, si antes tierno,
sus culpas el alma mía
      va a expiar,
¡perdóname, Dios eterno!,
¡entonces ¡ay! no sabía
      sino amar!

   Ya en nada inmutable creo
más que en Dios Omnipotente,
      y también
en que engaña mi deseo
por llevarme más clemente
      hacia el bien.

   ¡Sí!, me lleva al bien cumplido,
que busco cual nunca fuerte,
      pues ya sé
que, aunque todo me ha vencido,
hoy venceré hasta la muerte
      con la fe.

   Y adiós, Juana, que extasiado,
del supremo bien que anhelo
      voy en pos.
¿Quién será el desventurado
que sólo mirando al cielo
      no halle a Dios?...






ArribaAbajoLa gran Babel


A don Rafael Cabezas.





- I -

   Refiere el vulgo agorero,
que de los cantos del mundo
el «tarará» fue el primero
y el «tururú» fue el segundo.
   Y hay quien cree que estos sonidos
de «tururú» y «tarará»,
son los últimos gemidos
que una lengua al morir da.
   Oye, y al fin de esta historia,
¡dichosos, Rafael, los dos,
si al perder la fe en la gloria,
aun nos queda la de Dios!


- II -

   A un romano un caballero
regaló un pájaro un día,
que, lo mismo que un Homero,
voces del griego sabía.
   Y es fama que el patrio idioma
charloteaba con tal fuego,
que al pájaro todo Roma
le llamó el «último griego».
   Si con preguntas la gente
le importunaba quizá,
respondía impertinente
el pájaro: -«Tarará».
   ¿Qué es «tarará»? -Preguntó
lleno el romano de celo.
Soñó un sabio y contestó
-«¿Tarará?» Patria del cielo-.
   Que a un sueño, hambrienta de fama
se agarra la tradición,
como un náufrago a la rama
prenda de su salvación.
   Después de mucho aprender,
ni al cabo de la jornada
llegó el romano a saber
que «tarará» no era nada.
   Sólo por presentimiento
pudo asegurar un día
que era el pájaro del cuento
el que más griego sabía.
   Y es que sin duda parece,
cual lo mezquino también,
hasta aquello que merece
de Dios y la historia bien.


- III -

   Pues dando a esta historia cima,
refiere otra tradición
que siendo virrey en Lima
nuestro conde de Chinchón,
   le regalaron un día
un loro experto en historia
el solo eco que existía
de la peruviana gloria.
   -¿Quién fue -le pregunta el conde-,
el primer rey del Perú?-
Habla el loro, y le responde
en ronca voz: -«Tururú».
   -¿Sabremos qué frase es ésta?-
dice a un sabio el español.
Sueña el sabio y le contesta:
-«¿Tururú?» Patria del sol-.
   El pobre sabio aquí miente,
cual mintió iluso el de allá.
¿Quién renuncia fácilmente
a la ilusión que se va?
   Toda lengua y toda gloria
cumplida ya su misión,
se tiende sobre la historia
como un fúnebre crespón.
   Pues lo mismo aquí que alla,
en Roma y en el Perú,
como el griego a un «tarará»,
llegó el inca a un «tururú».
   ¡Paciencia! En queriendo el cielo
nuestras glorias eclipsar,
no nos deja más consuelo
que el consuelo de llorar.


- IV -

   Muy pronto, Rafael, quizá,
por más que de ello te espantes,
cual Homero un «tarará»,
será un «tururú» Cervantes.
   ¡Cuánto los hombres se humillan
viendo el eclipse total
de estas estrellas que brillan
en nuestro mundo moral!
   ¡Ay!, esta lengua en que está
brillando un vate cual tú,
¿dará fin en «tarará»,
o acabará en «tururú»?
   Corre el tiempo, y confundido
lo grande con lo pequeño,
juntos en perpetuo olvido
los une un perpetuo sueño.
   Mas tú, cual yo, a Dios alaba,
pues ya sabemos los dos,
que allí donde todo acaba
es donde comienza Dios.






ArribaAbajoTodo y nada


   -¡Cuánta dicha y cuánta gloria!-
dije, entre humillado y fiero,
leyendo una vez la historia
del emperador Severo.
   Y cuando a verle llegué
subir a Rey desde el lodo,
-yo, en cambio- humilde exclamé-,
o fui nada, y nada es todo-.
   Mas con humildad mayor,
vi que al fin de la jornada
exclamó el emperador:
-Yo fui todo, y todo es nada.






ArribaAbajoLos dos cetros


1860

A S. A. R. el Príncipe de Asturias (Alfonso XII)





- I -

   Vine un convento a heredar,
y al mismo convento, anejo
un templo a medio arruinar,
donde hallé un santo muy viejo
encima de un viejo altar.
   Cogí un bastón que tenía
de caña el santo bendito,
y dentro un papiro había
que, por don Pelayo escrito,
de esta manera decía:


- II -

   -Escuchad, lector, la historia
del postrer rey español,
y a los que amengüen su gloria
les ruego que hagan memoria
que hay manchas hasta en el sol.
   Meses anduve cumplidos
del rey don Rodrigo en pos
desde el día en que, vendidos,
fuimos en Jerez vencidos
los del partido de Dios.
   Hallé al fin al rey de España
al pie de este santüario,
llevando un cetro de caña,
pobre pastor solitario,
rey de una pobre cabaña.
   Y al verme, casi llorando,
Rodrigo habló de esta suerte.
«-Porque te estaba esperando,
no me hallo ya descansando
en los brazos de la muerte.
   «Llegué aquí desesperado
cuando mi trono se vio
por traidores derribado...
¡Dios los haya perdonado
como los perdono yo!
   «Desde entonces, entre flores
vagando por los oteros,
recuerdan a mis dolores,
el cetro, amigos traidores,
la caña, mansos corderos.
   «Tú, elegido, por mi amor
y mi heredero por ley,
escoge aquí lo mejor
entre este cetro de rey
y esta caña de pastor.
   «Sé humilde o grande. Yo ahora
me quedo a ejercer, contento,
la virtud que el cielo adora,
que es el arrepentimiento
que en la sombra reza y llora»-.
   Dijo, y siguiendo el destino
de su alegre adversidad,
lleno de un fervor divino,
tomó Rodrigo el camino
de la eterna soledad.
   Yo, Pelayo, os doy la historia
del postrer rey español,
y a los que amengüen su gloria
les ruego que hagan memoria
que hay manchas hasta en el sol.
   ¡Dios eterno!, ¿y de estas flores
he de dejar los senderos,
recordando a mis dolores
el cetro, amigos traidores,
la caña, mansos corderos?
   ¡Sí!, que aunque mi alma cansada
tomaría de buen grado
el arado por la espada,
tomo por ti, patria amada,
la espada en vez del arado.
   Parto, y lo escrito, al marchar
con la caña al santo dejo-.
Caña que a mí vino a dar
cuando hallé aquel santo viejo
encima de un viejo altar.
   Y he aquí por qué suerte extraña
del rey don Rodrigo, así
ha llegado cetro y caña,
grande el cetro, al rey de España,
y humilde la caña, a mí.


- III -

   A vos, Príncipe y Señor,
desde la cuna rodeado
de todo humano esplendor,
os escribo ésta, sentado
sobre unas hierbas en flor.
   Vinimos por suerte extraña
a un tiempo a heredar los dos,
vos su cetro y yo su caña;
vos el cetro real de España,
yo el que humilde llevó Dios.
   Cansancio o tedio espantoso
el cetro os dará algún día;
la caña, más venturoso,
al menos ¡ay!, os daría
en la oscuridad reposo.
   Yo, en vez de rey desdichado,
seré un dichoso pastor,
pues ya el mundo me ha enseñado
que, entre el cetro y el cayado,
el cayado es lo mejor.
   ¡Cuánto seréis bendecido
desde mi humilde rincón,
cuando os lleven perseguido,
la calumnia, si vencido;
si vencéis, la adulación!
   Cuando yo ande indiferente
por el monte o por el llano,
a vos os dirá la gente:
-¡rey débil!-, si sois clemente;
si justiciero, -¡tirano!-
   ¡Cuál será vuestro cuidado
mientras que todo, Señor,
yo lo olvidaré, olvidado
en mi trono, recostado
de humildes hierbas en flor!
   Noble cual vuestra nación,
a vuestra madre imitad,
en cuyo real corazón
se aman justicia y perdón,
se abrazan dicha y verdad.
   Y Dios, para bien de España
de su gracia os dé el tesoro.
Dado en mi pobre cabaña,
yo, el rey de cetro de caña,
a mi rey de cetro de oro.






ArribaAbajoLos dos miedos



- I -

Al comenzar la noche de aquel día,
      ella, lejos de mí,
-¿Por qué te acercas tanto? -Me decía-.
      ¡Tengo miedo de ti!


- II -

Y, después que la noche hubo pasado,
      dijo, cerca de mí:
¿Por qué te alejas tanto de mi lado?
      ¡Tengo miedo, sin ti!






ArribaAbajoLa vuelta al hogar



- I -

   Después de un viaje por mar,
volviendo hacia su alquería,
oye Juan con alegría
las campanas del lugar.


- II -

   Llega, y maldice lo incierto
de las venturas humanas,
al saber que las campanas
tocan por su padre a muerto.






ArribaAbajoA rey muerto, rey puesto


El principio de toda tentación es
no ser uno constante...


(KEMPIS, lib. I cap. XII)                


   Murió por ti; su entierro al otro día
pasar desde el balcón juntos miramos,
y, espantados tal vez de tu falsía,
en tu alcoba los dos nos refugiamos.
   Cerrabas con terror los ojos bellos;
el «requiescat» se oía. Al verte triste,
yo la trenza besé de tus cabellos,
y -¡Traición! ¡Sacrilegio!- Me dijiste.
   Seguía el «de profundis», y gemimos...
El muerto y el terror fueron pasando...
y al ver luego la luz cuando salimos,
-¡Qué vergüenza!,- exclamaste suspirando.
   Decías la verdad. ¡Aquel entierro!...
¡El beso aquél sobre la negra trenza!...
¡Después la oscuridad de aquel encierro!...
¡Sacrilegio! ¡Traición! ¡Miedo! ¡Vergüenza!






ArribaAbajoHastío


   Sin el amor que encanta,
la soledad de un ermitaño espanta.
¡Pero es más espantosa todavía
la soledad de dos en compañía!






ArribaAbajoLas dos copas



- I -

   Le dijo a Rosa un doctor:
-Se curan de un modo igual
las dolencias en amor,
en higiene y en moral.
   Yo, aunque el método condene,
lo dulce en lo amargo escondo:
esta copa es la que tiene
dulce el borde, amargo el fondo.
   Dios, sin duda, así lo quiso,
y esto siempre ha sido y es:
tomar lo amargo es preciso,
bien antes o bien después-.


- II -

   Rosa luego, de ansía llena,
dice en su amoroso afán:
-Mezclados cual dicha y pena
lo dulce y lo amargo van.
   Merced a doctor tan sabio,
ve, aunque tarde, mi razón,
que aquello que es dulce al labio
es amargo al corazón.
   Yo, que ésta el postrer retoño
agosté en mi edad primera,
brotar no veré en mi otoño
flores de mi primavera.
   Fui dejando, por mejor
lo amargo para el final,
y esto, según el doctor,
sabe bien, mas sienta mal.
   Cumpliré una vez su encargo:
tú, copa segunda, ven,
pues tomar antes lo amargo,
si sabe mal, sienta bien.
   ¡Oh, cuán sabio, es el doctor
que cura de un modo igual
las dolencias en amor,
en higiene y en moral!






ArribaAbajoMal de muchas


   -¿Qué mal, doctor, la arrebató la vida?-
Rosaura preguntó con desconsuelo.
-Murió- dijo el doctor,- de una caída.
-Pues ¿de dónde cayó? -Cayó del cielo.






ArribaAbajoBodas celestes


   Te vi una sola vez, sólo un momento,
mas lo que hace la brisa con las palmas
lo hace en nosotros dos el pensamiento;
y así son, aunque ausentes, nuestras almas
dos palmeras casadas por el viento.






ArribaAbajoLas dos esposas


   Sor Luz, viendo a Rosaura cierto día
      casándose con Blas,
-¡Oh, qué esposo tan bello! -se decía.
      ¡Pero el mío, lo es más!-

   Luego en la esposa del mortal miraba
      la risa del amor,
y, sin poderlo remediar, ¡lloraba
      la esposa del Señor!






ArribaAbajoConversiones


   Brotó un día en Rosaura el sentimiento
de su primer amor, y en el momento
volando un ángel, con fervor divino,
para guiarla al bien del cielo vino,
mientras un diablo del infierno, ardiendo,
para arrastrarla al mal, llegó corriendo.
   Ante Rosaura bella,
ángel y diablo, enamorados de ella,
divinizado el diablo se hizo bueno,
y el ángel se impregnó de amor terreno;
y al ser transfigurados de ese modo
por voluntad del que lo puede todo,
fue el ángel al infierno condenado,
y el diablo al cielo fue purificado.
¿De qué gracia y malicia estará llena
mujer que con mirar salva o condena?






ArribaAbajoMemorias de un sacristán



- I -

   Dos de abril. -Un bautizo-.¡Hermoso día!
El nacido es mujer; sea en buen hora.
Le pusieron por nombre Rosalía.
La niña es, cual su madre, encantadora.
Ya el agua del Jordán su sien rocía;
todos se ríen, y la niña llora.
Cruza un hombre embozado el presbiterio;
mira, gime y se aleja: aquí hay misterio.


- II -

   A unirse vienen dos, de amor perdidos.
El novio es muy galán, la novia es bella.
¿Serán en alma como en cuerpo unidos?
Testigos: primas de él y primos de ella.
En nombre del Señor son bendecidos.
Unce el yugo al doncel y a la doncella.
Dejan el templo, y al salir se arrima
un primo a la mujer, y él a una prima.


- III -

   ¡Un entierro! ¡Dichosa criatura!
¿Fue muerto, o se murió? ¡Todo es incierto!
Solos estamos sacristán y cura.
¡Cuán pocos cortesanos tiene un muerto!
Nacer para morir es gran locura,
Suenan las diez. La iglesia es un desierto.
Dejo al muerto esta luz, y echo la llave.
Nacer, amar, morir: después... ¡quién sabe!






ArribaAbajoEl anónimo


   Sobre la tumba de ella escribió un día:
«¡Por darte vida a ti, me mataría!»
Y al otro día por autor incierto,
con lápiz al final se vio añadido:
«Si ella hubiese vivido,
ya de hastío tal vez la hubieras muerto».






ArribaAbajoNuevo Tántalo


   Hay un rincón maldito en el infierno
desde el que, en vaga y celestial penumbra,
para aumentar el sufrimiento eterno,
otro rincón del cielo se columbra.
¿Por qué de mi alma el tenebroso invierno
la hermosa luz de tu semblante alumbra,
sí es mirarse en tus ojos retratado,
hacerle ver el cielo a un condenado?






ArribaAbajoEl almez



- I -

   Junto a este mismo almez, a «Rosa» un día
hice votos de amarla eternamente.
Se está oyendo, en el aire todavía
      de mi acento el rumor.
¿Por qué siento, mis votos olvidados,
esclavo de otra fe, nuevos ardores?
Pasa el tiempo de amar y ser amados,
      mas no pasa el amor.


- II -

   Otro día, a «Rosaura» encantadora
al pie del mismo almez juré lo mismo,
y recuerdo que entonces, como ahora,
      cantaba un ruiseñor.
Pasó el tiempo, y los nuevos ruiseñores
vinieron a cantar a otra hermosura;
porque se van amados y amadores,
      pero queda el amor.


- III -

   Después, al pie de este árbol, he sentido,
extático mirando a «Rosalía»,
momentos de emoción, en que he perdido
      para siempre el color.
¡Ay! ¿Pasarán, como pasaron antes,
si no el amor, las almas que lo sienten?
¡Sí, que es siempre, siendo otros los amantes,
      uno mismo el autor!


- IV -

   Almez, a cuyo pie tanto he adorado,
de amores que aun vendrán, altar querido,
que enciendes, recordando mi pasado,
      de mi sangre el ardor...
tu morirás, cual muere nuestra llama,
y otro árbol nacerá de tu semilla,
porque, aunque es tan fugaz todo lo que ama,
      es eterno el amor.


- V -

   Y cuando el mundo, al fin, sea extinguido
y se oiga en las regiones estrelladas
del orbe entero el último crujido
      en inmenso fragor,
Dios, de nuevo la nada bendiciendo,
de ella hará otros almeces y otros mundos,
e irá un hervor universal diciendo:
      -¡Amor!, ¡amor!, ¡amor!...






ArribaAbajo¡Así!



- I -

   -Mira hacia allá. ¿Tu eléctrica mirada
por qué se clava con ardor en mí?
¡Es mi pecho un volcán! ¡Muero abrasada!
      ¡No me mires así!


- II -

   -Mira hacia acá. Tus ojos inconstantes
ya no se clavan con ardor en mí.
He de vivir, mírame «así...» «como antes...
      Fíjate bien: «¡así!».






ArribaAbajoEl alma en venta


   Así con Satanás Julio habló un día:
-¿Quieres comprarme el alma? -Vale poco.
-Tan sólo por un beso la daría.
-Antiguo pecador, ¿te has vuelto loco?
-¿La compras? -No. -¿Por qué? -Porque ya es mía.






ArribaAbajoEl ojo de la llave

No te ocupes en cosas ajenas, ni
te entrometas en las cosas de los mayores.


(KEMPIS, lib. CI, cap. I)                




- I -

A los quince años


   Dos hablan dentro muy quedo;
Rosa, que a espiar comienza,
oye lo que le da miedo,
ve lo que le da vergüenza.
Pues ¿qué hará que así la espanta
su amiga, a quien cree una santa?
No sé qué le da sonrojo,
mas... debe ver algo grave
      por el ojo,
por el ojo de la llave.

   El corazón se le salta
cuando oye hablar, y después
mira... mira... y casi falta
la tierra bajo sus pies.
¡Ay! Si ya a vuestra inocencia
no desfloró la experiencia,
no miréis por el anteojo
del rayo de luz que cabe
      por el ojo,
por el ojo de la llave.

   Desde que a mirar empieza,
de un volcán la ebullición
sube a encender su cabeza,
va a inflamar su corazón.
Claro: el ser que piensa y siente,
siempre, cual ella, en la frente,
tendrá del pudor el rojo
cuando de mirar acabe
      por el ojo,
por el ojo de la llave.

   De aquel anteojo a merced
mira más... y más... y más...
y luego siente esa sed
que no se apaga jamás.
Mas ¿qué ve tras de la puerta
que tanto su sed despierta?
¿Qué? Que, a pesar del cerrojo,
ve de la vida la clave
      por el ojo,
por el ojo de la llave.

   Haciendo al peligro cara,
ve caer su ingenuidad
la barrera que separa
la ilusión de la verdad.
Pero ¿qué ha visto, señor?
Yo sólo diré al lector,
que no hallará más que enojo
todo el que la vista clave
      por el ojo,
por el ojo de la llave.

   Siguen sus ojos mirando
que habla un hombre a una mujer,
y van su cuerpo inundando
oleadas de placer.
Su amiga, de gracia llena,
¿no es muy buena? ¡Ah! ¡Sí, muy buena!...
Pero ¿hay alguien cuyo arrojo
de ser mirado se alabe
      por el ojo
por el ojo de la llave?


- II -

A los treinta años


   Mas, quince años después, Rosa ya sabe
      con ciencia harto precoz,
que el mirar por el ojo de la llave
      es un crimen atroz.

   Una noche de abril, a un hombre espera:
      la humedad y el calor
siempre son en la ardiente primavera
      cómplices del amor.

   Húmeda noche tras caliente día...
      Rosa aguarda febril.
¡Cuánta virtud sobre la tierra habría
      si no fuera el abril!

   Y como ella ya sabe lo que sabe,
      después que el hombre entró,
le hacia el frente del ojo de la llave
      cual de un espectro huyó.

   Y cuando al lado de él, junto a él sentada,
      en mudo frenesí
se hablan ambos de amor sin decir nada.
      Rosa prorrumpe así:

   -¿El ojo de la llave está cerrado?
      ¡Ay, hija de mi amor!
Si ella mirase, como yo he mirado...
      Voy a cerrar mejor.






ArribaAbajoMis lecturas


   Después de Job, para templar mi enojo
leo cantos de Byron con ardor;
pero, espantado de los dos, arrojo,
si a Job con pena, a Byron con horror.
   Entre un vil muladar y un negro infierno,
me quita éste la fe, y aquél la calma;
y al fin, entre el antiguo y el moderno,
prefiero el Job del cuerpo al Job del alma.






ArribaAbajoCuando pitos flautas


   Nunca de joven, mi bien,
me diste a besar tu mano,
y hoy me besan, siendo anciano,
tus nietas cuando me ven.
Las mandas besar a quien
tú no has besado jamás,
porque humillándome vas,
por medios de astucia llenos,
viejo... por carta de más,
joven... por carta de menos.






ArribaAbajoLo de siempre



- I -

   Un galán la adoraba,
ella reía, mientras él lloraba.


- II -

Después de cierto día,
mientras ella lloraba, él se reía.






ArribaAbajoEl juego de las gramáticas


   Para entenderse mejor,
dos que se vieron y amaron,
con avidez estudiaron
ella «ruso» y él «francés».
   Pero pronto un nuevo amor,
sus lenguas vino a cambiar,
y tuvieron que estudiar
ella «español» y él «inglés».






ArribaAbajoLa viuda y el filósofo


   Ella. -¡Muerto mi bien, me matará la pena!
Él. -¡Ay! ¡Cuánto envidia ese dolor mi hastío!
Ella. -¡Urna es mi corazón de polvo llena!
Él. -¡Mi pecho es un sarcófago vacío!
Ella. -¡No hay suerte tan cruel como mi suerte!
Él. -¡Dichosa la que amó y ha sido amada!
Ella. -¡Hoy en mi corazón reina la muerte!
Él. -¡En el mío es peor: reina la nada!






ArribaAbajo[Para querer a un rico, que es un necio]


   Para querer a un rico, que es un necio,
por pobre me entregaste al abandono.
Si ha sido por codicia, te desprecio;
si ha sido por amor... ¡te lo perdono!






ArribaAbajoAmores de ultratumba



- I -

   Que le enterrasen mandó
Almanzor el aguerrido,
entre el polvo recogido
en las batallas que dio.


- II -

   De una muerta que adoré,
y a la que nunca he olvidado,
cuando me muera, enterrado
entre sus restos seré.


- III -

   ¡Yo, más feliz que Almanzor,
en mortaja diferente,
gozaré perfectamente,
si él la «gloria», yo el «amor»!






ArribaAbajoEllos y ellas


   Se quieren dos, y él y ella
de amor o de bondad el pecho lleno,
mientras él nos pregunta: -¿Es bella, es bella?-,
ella va preguntando: -¿Es bueno, es bueno?






ArribaAbajoEl amor y la fe


   Jamás cantó la fe ni los placeres,
pero probó su musa soberana
que no son ilusiones los deberes
ni el patriotismo una palabra vana.
Mas, no adorando a Dios ni a las mujeres
¿cómo amaba y creía el gran Quintana?
Yo, exceptuando el amor, nada deseo.
Si suprimís a Dios, en nada creo.






ArribaAbajoCuestión de nombre


   De una hermosa pagana la existencia
salvó un cristiano, y con fervor divino
la pagana dio gracias al «Destino»,
y el cristiano alabó a la «Providencia».






ArribaAbajoEl gaitero de Gijón


A mi sobrina Guillermina Campoamor y Domínguez.





- I -

   Ya se está el baile arreglando.
Y el gaitero ¿dónde está?
-Está a su madre enterrando,
pero en seguida vendrá,
-Y ¿vendrá?- Pues ¿qué ha de hacer?
Cumpliendo con su deber
vedle con la gaita... pero
¡cómo traerá el corazón
      el gaitero,
el gaitero de Gijón!


- II -

   ¡Pobre! Al pensar que en su casa
toda dicha se ha perdido,
un llanto oculto le abrasa,
que es cual plomo derretido.
Mas, como ganan sus manos
el pan para sus hermanos,
en gracia del panadero
toca con resignación
      el gaitero,
el gaitero de Gijón.


- III -

   No vio una madre más bella
la nación del sol poniente...
pero ya una losa, de ella
le separa eternamente.
¡Gime y toca! ¡Horror sublime!
Mas, cuando entre dientes gime,
no bala como un cordero,
pues ruge como un león
      el gaitero,
el gaitero de Gijón.


- IV -

   La niña más bailadora,
-¡Aprisa! -le dice,-¡aprisa!
Y el gaitero sopla y llora,
poniendo cara de risa.
Y al mirar que de esta suerte
llora a un tiempo y los divierte,
¡silban, como Zoilo a Homero,
algunos sin compasión,
      al gaitero,
al gaitero de Gijón!


- V -

   Dice el triste en su agonía,
entre soplar y soplar:
-¡Madre mía, madre mía,
cómo alivia el suspirar!-
Y es que en sus entrañas zumba
la voz que apagó la tumba;
¡voz que, pese al mundo entero,
siempre la oirá el corazón
      del gaitero,
del gaitero de Gijón!


- VI -

   Decid, lectoras, conmigo:
¡Cuánto gaitero, hay así!
¿Preguntáis por quién lo digo?
Por vos lo digo, y por mí.
¿No veis que al hacer, lectoras,
doloras y más doloras,
mientras yo de pena muero,
vos las recitáis, al son
      del gaitero,
del guatero de Gijón?...






ArribaAbajoLos extremos se tocan


   Mientras la abuela una muñeca aliña
y, haciéndose la niña, se consuela,
haciéndose la vieja, usa la niña
el báculo y la cofia de su abuela.






ArribaAbajoLa condición


   Al regresar del otero,
lleno de gozo y cariño
les dio a una niña y un niño
dos pájaros un cabrero.
Dándole un beso primero,
la niña al suyo soltó;
al pájaro que quedó
no se le pudo soltar,
porque el niño, por jugar,
el cuello le retorció.






ArribaAbajoLas tres Navidades



- I -

   Colgó un zapato Luz con blanca mano
en la noche de Reyes al sereno.
Pasó, haciendo de rey, Ana su tía,
y, al despertar la niña muy temprano,
viendo de dulces el zapato lleno,
se puso colorada de «alegría».


- II -

   Puso Luz su zapato en la ventana
en la noche de Reyes con recato.
Pasó un rey, que era un joven de alma pura,
y Luz, al despertar por la mañana,
encontrando una flor en el zapato
se puso colorada de «ternura».


- III -

    Ya es Luz una mujer; mas suele ahora
el zapato colgar lo mismo que antes,
y un Creso, que en poder no hay quien lo venza,
pasa haciendo de rey, y ella, a la aurora,
al ver lleno el zapato de brillantes,
se pone colorada de «vergüenza».






ArribaAbajoCuestión de fe


   Ya el amor los hastía
y hablan de astronomía;
y en tanto que él, impío,
llama al vacío «¡el cielo!»
ella, con santo celo,
llama al cielo «el vacío».






ArribaAbajoAmor al mal


   Por más que me avergüenza, y que lo lloro
no te amé buena, y pérfida te adoro.






ArribaAbajoVerdad de las tradiciones



- I -

   Vi una cruz en despoblado
un día que al campo fui,
y un hombre me dijo: -Allí
mató a un ladrón un soldado.


- II -

   Y... ¡oh pérfida tradición!..,
cuando del campo volví,
otro hombre me dijo: -Allí
mató a un soldado un ladrón.






ArribaAbajoMal de amor


   ¡Ya no tengo esperanza
de que acabe jamás la pena mía
pues al perder en ti mi confianza
no he perdido el amor que te tenía!