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ArribaSegunda parte


   Al mover tu abanico con gracejo
quitas el polvo al corazón más viejo.




   Como el viento continuo, no es sentida
la eterna pesadez de nuestra vida.




   Si pienso en ti, fatigan mi deseo
mil pensamientos vanos,
y, sin saber por qué, cuando te veo
contengo el corazón con ambas manos.




   Te es infiel ¿y la quieres? No me extraña;
yo adoro a la esperanza, aunque me engaña.




   Aunque eres a mi amor inaccesible,
no puedo menos de quererte un poco,
pues soy bastante loco
para morir creyendo en lo imposible.




   Se van dos a casar de gozo llenos:
realizan su ideal: ¡un sueño menos!




   De todo lo visible y lo invisible
crees sólo en el amor, que es lo increíble.




   En la aurora feliz de tus amores,
sólo querías el dinero en flores;
mas, después que pasó tu ardor primero;
sólo quieres las flores en dinero.




   Piensa sólo en amar y en ser amada.
El amor es lo que es; lo otro no es nada.




   Te he visto no sé dónde, ni sé cuándo.
¡Ah! Sí, ya lo recuerdo; fue soñando.




   Las niñas de las madres que amé tanto,
me besan ya como se besa a un santo.




   Es tal la idolatría
con que quiere el destino que te quiera,
que creo que te tengo, Carmen mía,
la ceguedad de la pasión postrera.




   Aunque es tu gran belleza
para mí inaccesible,
te quiero, vive Dios, con la firmeza
de un mártir de la fe de lo imposible.




   A pesar de mis días,
como yo te amo a ti, no amó Macías.




   Me dicen que es un diablo; mas recelo
que este diablo, al caer, se trajo el cielo.




   Lo que yo te decía:
os casasteis, y luego,
si él te amó hasta la víspera con fuego
tú amaste más desde el siguiente día.




La mujer más estulta
¡con qué artificio el artificio oculta!




   Siempre es algún consuelo
que un marido, por serlo, gane el cielo.




   Fernanda, pienso en ti con tal empeño,
que si duermo, no duermo: ¡engaño al sueño!




   Me han hecho sufrir tanto, que he dudado
si el amor será un odio disfrazado.




   Tanto es lo que te quiero,
que el cetro puse en ti del mundo entero.




   No es raro en una almohada ver dos frentes
que maduran dos planes diferentes.




   Sin la fe la conciencia es un abismo,
y el peor compañero es uno mismo.




   Bendice al mismo tiempo que San Pablo,
los matrimonios por amor, el diablo.




   Al verse tan gentil, ¡con qué embeleso
se da a sí misma, en el espejo, un beso!




    Serás feliz, si metes con prudencia
en un saco el amor y la conciencia.




   Con valor sin segundo,
un abismo salvé tras otro abismo,
y, aunque de todo me salvé en el mundo,
nunca pude salvarme de mí mismo.




   Aunque muy poco a poco,
ya llegué al gran saber: ¡Sé que estoy loco!




   Todo galán, desde que ve ese talle,
es parte de una esquina de tu calle.




   Al pasar por delante
de un espejo en que alegre se miraba,
dije al ver junto al mío su semblante:
¡Cómo empieza la vida y cómo acaba!




   ¡Todo pasa, lo mismo que las rosas,
los hombres, los imperios y las cosas!




   Es tan buena mujer, que he comprendido
que nunca hará feliz a su marido.




   Después de bien pensado,
fue mi tiempo perdido el más ganado.




   ¡Maldito mal el mio!
Si puedes, huye de él: se llama hastío.




   Las niñas rezadoras que yo trato
nunca piden a Dios el celibato.




   Es tan cierto el candor de tu belleza,
que ocultas sólo el alma en tu franqueza.




   Tened miedo de aquellas
que eclipsan, siendo feas, a las bellas.
   Con su novio formó un itinerario,
y, casada después, siguió el contrario.




   De su paz envidioso,
al ver a un muerto, digo: -He aquí un dichoso.




   La ambición desencanta de tal modo
que a mí ya no me extraña
que en salud, en amor, en paz y en todo
tenga envidia el palacio a la cabaña.




   Hay falsas que, mandando en sus sentidos,
no se olvidan de sí, ni en sus olvidos.




   Eres con ellas tan audaz, porque eres
un hombre que conoce a las mujeres.




   Para verte, parece que a tu lado
admiradas las horas se han sentado.




   Más bien que un enfermero,
hay quien cree que un marido es un loquero.




   Si como hombre no sé lo que prefiero,
como un niño sé bien lo que no quiero.




   Es misterioso el corazón del hombre
como una losa sepulcral sin nombre.




   -¡Amame más!...-la niña le decía.
Pero él: -¡Si es imposible!...-respondía.




   Ya ni quiero ni puedo
volver a unir tu corazón al mío,
porque me causa miedo
más que un sepulcro lleno, otro vacío.




   A pesar de lo mucho que te quiero,
no me mato por ti, pero me muero.




   Saben bien los amantes instruídos
que quieren decir sí tres «nos» seguidos.




   Cree, piadoso lector, lo que te digo:
con todo estoy en paz menos contigo.




   Cual si untasen los ojos con beleño,
el oficio de esposo es dado al sueño.




   Como es tan importante lo que te hablo,
nos viene a oír desde el infierno el diablo.




   Renuncia a hablar de ti, porque no creo
que podría imitar, aunque quisiera,
a Petrarca y a Herrera,
que cantan el amor sin el deseo.




   ¡Ay del que, amando como yo, no alcanza
más amor que el amor sin esperanza!




   Pronto ha de ser este galán tan tierno,
cual todo esposo, un disidente eterno.




   Todo la duda y la razón lo miran.
La fe y el corazón todo lo admiran.




   Son todos mis sentidos
para verte y oírte, ojos y oídos.




   Ya sé que fui, por más que ella lo olvida,
el grande amor ochenta de su vida.




   Como si fuese un leño,
ya es, tenderme a dormir, mi único ensueño.




   Soy un hombre tan necio,
que defiendo mi vida, y la despreció.




   Ya decía mi abuela
que el amor es un ser endemoniado,
que lo mismo que a un diablo exorcizado
la bendición nupcial le espanta, y vuela.




   Tanto es lo que te quiero,
que, aunque amarte es morir, te amo y me muero.




   Sólo para quererte
voy robando unos días a la muerte.




   Cuenta el amor muy bajo a las mujeres,
que hay un deber contrario a los deberes.




   ¡Ay de aquel que ya tiene en esta vida,
excepto para ti, la fe perdida!




   En la hoja en que escribo este «te quiero»,
siento el perfume de mi amor primero.




   ¡Huid, maldito enjambre
de ideas locas que mi frente esconde,
pues, como dice Franklin, no sé dónde,
«quien vive de esperanzas, muere de hambre»!




   Si sufres, ten paciencia: ese es tu sino.
Toda hermosa es un mártir del destino.




   Sé natural, que es, además de hermosa,
la gran naturaleza una gran cosa.




   Nació, sufrió, murió. Tal fue su historia.
Destino de mujer. ¡Virtud sin gloria!




   La fuiste a secuestrar, y, ya casado,
eres tú, más bien que ella, el secuestrado.




   Por ti mi corazón cayó en la cuenta
de que hay fiebres de amor a los sesenta.




   Dondequiera que voy, hace el destino
que te halle casualmente en el camino.




   Esa mujer que miras de pasada,
jamás, después de vista, es olvidada.




   El santo matrimonio nos aterra
después que hemos sabido
que, en las luchas civiles, el marido
es quien paga los gastos de la guerra.




   Como un gran abogado, esa perversa
hace blanco la negro y viceversa.




   ¡Qué olvidos tan extraños!
Al verte no me acuerdo de mis años.




   Hay rubias, como tú, tan verdaderas,
que, al esparcir el día sus destellos,
parece que las mismas hechiceras
cortan rayos del sol con las tijeras
y después os los ponen por cabellos.




   Hay quien da vuelta al mundo, y luego exclama:
-Para nuestra alma el mundo es lo que se ama.




   Sólo a mi amor has dado
un instante de gloria;
mas juro que, sujeto a mi memoria,
jamás caerá ese instante en el pasado.




   Al salir a la calle las ideas,
son del incendio popular la teas.




   Te dije el fin de las amantes glorias
que conseguir anhelas;
casarte como en todas las novelas,
y hartarte como en todas las historias.




   Lleva siempre en la frente lo que se ama,
como Moisés, un resplandor de llama.




   ¿Dudas de mí? Teniendo tantas hechas,
no es raro que un ladrón tenga sospechas.




   ¡Cuánta mujer que marcha al casamiento,
da en la calle, en el río, o en el convento!




   Aprende, niña bella,
que tan sólo es dichoso el que no olvida
que, aunque no hay nada inútil en toda ella,
no hay cosa más inútil que la vida.




   Muchos, cual yo, delante de tus ojos,
no se miran de pie, se ven de hinojos.




   Con bondad e inocencia,
hermosura y talento,
Teresa, Dios hará que en tu existencia
siga siempre alumbrando tu conciencia
la ley de tu divino pensamiento.




   Si tan niña, eres ya la criatura
más linda que el amor ha conocido,
¿qué será cuando el tiempo y la hermosura
den tu cuerpo a las Gracias concluido?




   Si en hacerla feliz tenéis empeño,
tomad la realidad y dadla el sueño.




   Aunque morirme quiero,
por no olvidarme de tu amor no muero.




   El hombre suele hacer todo lo bueno
por la mujer que le llevó en su seno.




   María, es además de sentimiento
tu mirada una luz con pensamiento.




   Al ver al mundo entero
vagar sin norte y con la fe perdida,
siento por él ese dolor sincero
que siente por su enfermo el enfermero
en el último instante de su vida.




   Gertrudis, pido al Dios omnipotente,
con el más vivo anhelo,
que pasen las tristezas por tu frente,
como pasan las nubes por el cielo.




   Pasando, indiferente por mi lado,
no le importa a la infiel que ya no la ame;
aun no ha sentido, como yo, esa infame
el tormento de odiar lo que se ha amado.




   Desde que vi, Mercedes, tu hermosura,
el quererte es mi ramo de locura.




   Al final de la orgía
siente ella pesadumbre, y él bosteza,
que en amor, ya agotada la alegría,
se queda cada cual con su tristeza.




   Te adoró el primer mes; pero al siguiente
ya era un frío deber su amor ardiente.
¡Paciencia! Hoy como ayer y ayer como antes,
nace y muere un amor en dos instantes.




   A fuerza de burlar y ser burlado
se adquiere este secreto:
que el hombre es un perfecto condenado
y la mujer un ángel incompleto.




   O lánzame al horror del fuego eterno,
o elévame del goce al alto emporio;
pues tu amor, que no es cielo ni es infierno,
jamás deja de ser un purgatorio.




   Van y vienen, por sitios alfombrados
la grey de engañadores engañados,
con hojas de los árboles caídas,
unas cuantas esposas aburridas
y otros tantos maridos fastidiados.




   Son iguales, Leonor, nuestros destinos;
morirás, como yo, de mal de amores,
porque siempre, y en todos los caminos,
tu corazón asaltarán, traidores,
el tedio y el placer: dos asesinos.




   -¿Por qué dicen -pregunta Rosalía-,
que nos mata él amor, siendo tan bueno?
-Lo dicen los que saben, hija mía,
que, si un vaso de amor es ambrosía,
un vaso de placer es un veneno.




   ¡Qué bien llevas los años que han pasado!
Y los míos, Pilar, ¡qué bien los llevo!
¿Recuerdas cuántos son? Yo lo he olvidado.
Sólo a indicar me atrevo
que, desde el tiempo viejo en que te he amado,
barrió el polvo de un siglo un aire nuevo.




   Sólo recuerdas de tu edad pasada
lo que hubo de infeliz en tus amores.
¡Qué quieres, prenda amada!
El dolor nos recuerda otros dolores,
pero un placer no nos recuerda nada.




   Todavía, perjura,
mi corazón se goza en la amargura
de tus falsos amores,
como una sepultura
que, con restos de un muerto, cría flores.




   ¿Qué diabólicas mañas
tendrá esa pecadora,
que cuando llama a ellas, la traidora2
siempre la abren las puertas mis entrañas?




   Si algún César triunfante
te viera desde el fondo de su gloria,
podría ese lunar de tu semblante
hacer variar el curso de la historia.




   Fue inútil nuestro afán; no hemos logrado
reavivar tus ardores ni los míos,
porque el amor y el agua de los ríos,
no vuelven a pasar si ya han pasado.




   Al ver hoy tan erguido
al galán que vio ayer tan humillado,
el mundo ha conocido
que llegó para ella el bien perdido
llegando para él el bien logrado.




   ¡Aunque no suele enardecer su pecho
el calor de la fe,
pasa la vida, en lágrimas deshecho
envidiando al que cree!




   Sin la fe, la conciencia es un abismo,
y el peor compañero es uno mismo.




   Pasando de la pena a la alegría,
nuestra alma es el retrato
de esa móvil campana que en un día
toca a boda, a agonía,
a oración, a bautizo y a rebato.




   Un rizo de tu rubia cabellera
es la gloria mayor de mi destino:
si como hecho es un trapo una bandera,
como idea es un símbolo divino.




   A eterna fe nuestra alma condenada,
los que no creen en Dios creen en la nada.




   Me dijo «sí», con tan discreto modo,
que no lo oyó ni Dios, que lo oye todo.




   No deja verte bien ni un solo instante,
la inundación de luz de tu semblante.




   Como van las malditas experiencias
nuestra alma invalidando,
en cada año que pasa voy echando
una pata de palo a mis creencias.




   La novedad del día en las ciudades
es la cola del perro de Alcibíades.




   Hay quien tiene ictericia
de soñar que le ahorca la justicia.




   Yo, como muchos, creo
que dura nuestro amor lo que el deseo.




   ¡Dichoso el que no olvida
que no se halla ventura
si, a una conciencia pura,
no se une la esperanza de otra vida!




   En cualquier mujer, reina o pastora,
se encuentra alguna cosa encantadora.




   Soy en pensar que me amarás un día
el ciego que soñaba que veía.




   Me inspiras compasión, pues dicen que eres
¡oh infeliz!, muy feliz con las mujeres.




   Me dijo, al verme triste, una chilena:
-Siempre hay una mujer junto a una pena.




   ¡Dichosa la mujer que no conoce
que, en los goces tranquilos, falta el goce!




   Pareces, Delia, de la aurora hermana,
y creo firmemente
que al nacer tú, dejó sobre tu frente
sus rayos más hermosos la mañana.




   Les falta algo de amor, a los amores
que no son un infierno de dolores.




   Si en la senda del mal te ves perdida,
no sigas adelante.
Para volver al bien en esta vida
todo momento es el supremo instante.




   ¡Quién pudiera, con tierna confianza
deslizar en tu oído
ciertos cuentos, Inés, que yo he aprendido
de mi eterna nodriza la esperanza!




   Acompañado del tintín del oro
toda mujer dormida oye un ¡te adoro!




   ¡Oh! ¡Qué niña tan bella!...
En mi tiempo, su madre era como ella.




   Cuando te cases, Lola,
te encontrarás con él dos veces sola.




   Fanny, guardando de tu edad primera
recuerdos halagüeños,
te he de dejar por mi única heredera
cuando haga el testamento de mis sueños.




   Por flaquezas del cuerpo, o las del alma,
la vida es un pecado que se empalma.




   Hay sabio, de impiedad tan candorosa,
que no tiene fe en Dios, y cree en su esposa.




   ¿Preguntas qué es amor? Es un abismo,
mal y bien, esperanza y desaliento,
antídoto y veneno a un tiempo mismo,
odio y pasión, deleite y sufrimiento.




   Viejos y nuevos, grandes y pequeños,
los ídolos pasando
desde el cielo a la tierra, van echando
pasadizos de fe, puentes de sueños.




   ¿Qué es preciso tener en la existencia?
Fuerza en el alma y paz en la conciencia.




   Eres el tipo raro
de esas que hacen un velo del descaro.




   Cuando dudaba de ella, vacilaba;
pero ya no vacilo:
su amor, mientras dudé, me atormentaba;
hoy sé que me es infiel y estoy tranquilo.




   Todos lo han conocido:
¿Va con uno y bosteza? Es su marido.




   Tu mano de marfil, que antes ardía,
ya me suele quemar de puro fría.




   Tratad con indulgencia
a aquel que hace lo innoble con decencia.




   No olvides un instante
que es quedarse detrás no ir delante.




   ¿Por qué saben las gentes que has pecado?
Lo saben porque rezas demasiado.




   Alegra el ver a las mujeres bellas,
como idealiza el alma el ver estrellas.




   ¿Qué saqué al fin de los amores míos?
La cabeza caliente y los pies fríos.




   Eres, después de vieja,
sirena inversa que, si llama, aleja.




   Es cosa en ellos y ellas convenida,
dar ellas la virtud y ellos la vida.




   Adoré tanto a Estrella,
que, a pesar de su edad y de la mía,
siempre que me habla con los ojos ella,
yo la oigo con los míos todavía.




   Se hace también, merced a la conciencia,
en los lechos de pluma, penitencia.




   Al pedirme la luna muchas bellas,
yo les di el sol, la luna y las estrellas.




   Ya tanto tu virtud exteriorizas,
que a fuerza de pudor escandalizas.




   ¡Cuánto desventurado
hay que cree conquistar y es conquistado!




   ¡Cuán feliz es el que oye eternamente
el mismo ruido de la misma fuente!




   ¡Feliz tú, que tan sólo has disfrutado
la embriaguez de lo real en lo soñado!




   Hay mujer que se juzga tan despierta,
que siempre piensa el mal y nunca acierta.




   Dice esa infame que por mí ha sabido
que el hombre es un demonio pervertido.




   Yo una vez tuve amores
con una mujer fiel... ¡Horror de horrores!




   Te vendí y me vendiste: está bien hecho:
la venganza, en España, es un derecho.




   Amantes y no amantes
me dicen que, como eres tan hermosa,
parecen tus pendientes de brillantes
los gusanos de luz junto a una rosa.




   Sin los puntales de la fe, algún día
la bóveda del cielo se caería.




   Aunque un ángel lo llene de agua pura,
todo vaso es un cáliz de amargura.




   A un tiempo nos deleita, y nos maltrata
la preciosa Angelita,
pues es mujer que, si nos mira, mata,
y, si vuelve a mirar, nos resucita.




    Diría la verdad, si te jurara
por los dioses mayores y menores,
que son los hoyos de tu hermosa cara
el nido de mis últimos amores.




   Hay Cresos que con ansia desmedida
gastan la vida en apilar dinero
sin calcular primero
que el oro vale menos que la vida.




   Busqué la ciencia y me enseñó el vacío,
Logré el amor, y conquisté el hastío.






En la muerte de Zorrilla


   Por bueno y por glorioso, el cielo quiso
que subiese al Edén, que merecía,
el último cantor, que descendía
del primer ruiseñor del Paraíso.




   Ha muerto, y, desde ahora, sus despojos
ya se verán, más que de pie, de hinojos.




   De él, de su amor, y de tu fe, y de todo
hará, el deshielo de la nieve, lodo.




   Teme más, el que es bueno,
a su propio desprecio, que al ajeno.




   Te vi ayer, y perdona si al momento
contigo me casé de pensamiento.




   Por falta de virtud o de memoria,
mientes más tú que el que inventó la historia.




   ¿Niegas que fuiste mi mejor amiga?
Bien, bien; lo callaré: nobleza obliga.




   Si miro de tus ojos al espejo
conozco que no sirvo para viejo.




   Tan sólo con mirar, o dar la mano,
vas causando más fiebres que un pantano.




   Es grande en extensión el Océano;
pero es más grande el corazón humano.




   Soy en creer las cosas tan reacio,
que solamente leo
la historia, como un viaje de recreo
por los campos del tiempo y del espacio.




   La muerte, por nosotros tan temida,
es un cambio de frente de la vida.




   Suele morir el hombre en los momentos
en que empieza a ordenar sus pensamientos.




   No hay una luz más bella que la nube,
del humo del hogar que al cielo sube.




   Da al diablo, el hombre, la existencia entera
y la dedica a Dios la hora postrera.




   ¿Te casaste? Pues bien, ya has conquistado
frío hogar, mesa muda y lecho helado.




   Cuando ames, Esperanza, ten presente
que lo hermoso del hombre está en la frente.




   Hombre, no temas al infierno tanto,
que el pecador, cuando se casa, es santo.




   Pues te robó a mi amor, que sufra en calma
que tú y yo nos besamos con el alma.




   Si al morir va al infierno mi marido,
es que vuelve al país en que ha nacido.




   Al fin te consagraste a los altares,
más bien que por tu fe, por tus pesares.




   Empleando las frases vagamente,
no dice la verdad, y nunca miente.




   Sé por mí que no hay nada más helado
que el cráter de un volcán, si está apagado.




   ¿Y su amor? Ya está muerto y enterrado,
pues hay quien ha advertido
que se limpia al descuido, con cuidado
el sitio en que la besa su marido.




   Cree que ya en otra vida ha sido un reo
a quien ahorcó el verdugo, y yo lo creo.




   No tengáis duda alguna:
felicidad suprema no hay ninguna.




   Nadie puede librarse en su camino
de los celos con trampa del destino.




   Debí un favor a una mujer muy bella,
y, aunque fue a precio vil, después de aquello
toda mi vida al acordarme de ella
la siento hasta en la punta del cabello.




   Aprende a ver sin pena
que tendrá su ambición su Santa Elena.




   ¿Qué son la gloría ni el poder, si, en suma,
la gloria aburre y el poder abruma?




   Cosas que nunca ha comprendido mi alma,
bailar con frenesí y amar con calma.




   Teniendo a dos para llenar las horas,
ríes con uno, y con el otro lloras.




   Teresa España, adiós; aunque no quiera,
te he de olvidar, lo sé...cuando me muera.




   A fuerza de estudiado, es un marido
más estulto que Homero traducido.




   Cazadores y amantes
cautivan fascinando con reflejos:
unos cazan mujeres con diamantes,
y otros cogen alondras con espejo.




   Ya la vida desdeño
al ver que, más que un sueño, es un mal sueño.




   Además del perdón que me has pedido,
te concedo el desprecio y el olvido.




   Dadme sangre española
que, sin fuego y sin luz, se inflame sola.




   Conque ¿tienes amores
con una mujer fiel? ¡Horror de horrores!




   Es tal mi somnolencia,
que, aunque estoy en Madrid, vivo en Valencia.








 
 
FIN