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Tanto el estudio de Aníbal González antes citado, La novela modernista hispanoamericana, como Meyer-Minneman, Klaus, La novela hispanoamericana de fin de siglo, México, FCE, 1991 y el artículo de Pellicer, Rosa, «De sobremesa de José Asunción Silva y la novela modernista», Anales de Literatura Hispanoamericana, año 1999, 28, pp. 1081-1105, coinciden en incluir a De sobremesa dentro de un corpus mayor al cual denominan novela modernista, y que se caracteriza por compartir determinados rasgos, como el uso de la prosa artística, la apelación a tópicos característicos como el interior, el museo, la biblioteca, la mujer fatal, el dandysmo, el spleen vital; casi siempre tienen como héroe a un artista, en conflicto con el medio social y cultural que lo rodea. Los personajes de estas novelas (entre otras incluyen a Lucía Jerez o Amistad funesta de José Martí; Ídolos rotos y Sangre patricia de Manuel Díaz Rodríguez; La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici) se caracterizan por vincularse y diferenciarse entre sí a través de tertulias y charlas, mediante «conversaciones artísticas» marcadamente autorreferenciales y que suelen funcionar como síntesis de las posiciones estéticas de sus autores.

 

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«La sensibilidad decadente fue una forma, históricamente explicable, de la angustia moderna. Mas para poder sucumbir a la seducción de lo antivital es condición previa el sentirse herido en el centro de la propia vida, y, para un artista, esto significa que se le ha agotado la fuerza creadora» (Ritvo, Juan, «1885: irrupción del Decadentismo», Paradoxa, Rosario, año X, n.º. 8, 1996, pp. 75-112).

 

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En el relato liminar José Fernández expone sus concepciones poéticas y explicita sus lecturas, estrechamente vinculadas a los autores preferidos del Simbolismo y del Decadentismo, como Baudelaire, Rosseti, Verlaine y Swinburne. También nombra autores ligados al romanticismo, como Leopardi y Shelley. En este sentido cabe citar un breve fragmento donde el personaje postula que la creación del poema es anterior al acto poemático: «Los versos se hacen dentro de uno, uno no los hace, los escribe apenas...» (Silva, 1996, p. 236). Esta posición se inscribe en la tradición que va del romanticismo al simbolismo, como advierte M. H. Abrams, citando a John Stuart Mill: «La poesía, dice Mill, en una frase que se anticipa a T. E. Hulme y echa los cimientos teóricos para la práctica de los simbolistas, desde Baudelaire hasta T. S. Elliot, "toma cuerpo en símbolos que son la representación más aproximada posible del sentimiento en la figura exacta con que existe en la mente del poeta"». Véase Abrams, M. H. El espejo y la lámpara, Buenos Aires, Nova, 1962, pp. 42-43.

 

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Bashkirtseff, María, Diario de mi vida, Buenos Aires, Espasa-Calpe, tercera edición, 1944.

 

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Debo esta referencia al erudito estudio que dedica a la novela Klaus Meyer-Minnemann, «De sobremesa de José Asunción Silva», en La novela hispanoamericana de fin de siglo, op. cit., p. 60.

 

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Los paralelismos entre José Fernández y María Bashkirtseff están trabajados y minuciosamente señalados en el artículo de Picón Garfield, Evelyn, «De sobremesa: José Asunción Silva. El diario íntimo y la mujer prerrafaelita», en Schulman, Iván (ed.), Nuevos asedios al Modernismo, Madrid, Taurus, 1987, pp. 262-281.

 

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Hinterhauser, Hans, Fin de siglo. Figuras y mitos, Madrid, Taurus, 1980. En este libro el autor trabaja sobre todo con la construcción del imaginario prerrafaelita y su concepción de la mujer, en los siguientes autores: D'Annunzio, Silva, Valle Inclán y Fournier.

 

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Véase, como ejemplo, esta cita donde Fernández describe la influencia de la Orloff: «Y parece que yo hubiera aceptado su filosofía, a juzgar por mis últimos meses, en que no he abierto un libro y he abandonado el griego y el ruso y los estudios de gramática comparada y los planes de mis poemas, y los negocios, para vivir preocupado sólo de placeres, de sport, de fiestas, de esgrima, en una incesante cacería de sensaciones...» (Silva, 1996, p. 255).

 

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En este episodio la prostituta también es francesa, Niní Rousset, y París se representa bajo el tópico de la ciudad corruptora, caracterizada por el narrador como la «Babilonia moderna». La presentación de prostituta, como en el caso de Lelia, guarda estrechos vínculos intertextuales con Naná de Emile Zolá: «Niní Rousset, la divetta de un teatro bufo del Boulevard, Niní Rousset, la que vestida con una guirnalda de hojas de parra, enloqueció una sala de prostitutas y vividores, exhibiendo desnudas las curvas de estatua y las frescuras túrgidas de su cuerpo de Venus...» (Silva, 1996, p. 268).

 

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«En Divagación diríase un curso de geografía erótica...», comenta Darío sobre su poema en «Historia de mis libros». Véase Darío, Rubén, Autobiografías, Buenos Aires, Marymar, 1976, p. 166.