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Fernández le envía a Consuelo, residente, como él, en París «flores de Guaimis», parásitas de Colombia, que nuestro personaje, emulando a Jean Des Esseintes, cultiva, -además de otras flores exóticas y raras-, en su invernadero.

 

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Baudelaire, Charles, «A une passante», Les fleurs du mal, París, Bibliotheque Charpentier, 1947, p. 162.

 

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Rafael Gutiérrez Girardot en su libro Modernismo. Supuestos históricos y culturales analiza el concepto de secularización desde su formulación por parte de Max Weber como la «desmiraculización del mundo», un proceso por el cual partes de la sociedad y trozos de la cultura se liberan del dominio de las instituciones y símbolos religiosos. Señala Gutiérrez Girardot: «pero esa liberación fue, como la modernización de los estratos tradicionales en las regiones no metropolitanas y en las capitales mismas, parcial. Un Baudelaire, un Huysmans, un Barrés, para no hablar de los autores de lengua española, siguieron moviéndose en el ámbito de las imágenes y nociones de la fe perdida. Pero se sirvieron de esas imágenes para describir fenómenos profanos». La profanización desplazaría lo sagrado al campo del arte y la literatura. Gutiérrez Girardot explica este proceso en su estudio sobre el Modernismo hispanoamericano. Véase Gutiérrez Girardot, Rafael, Modernismo. Supuestos históricos y culturales, México, FCE, 1988, pp. 19-20.

 

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Sería necesario un trabajo más extenso para poder analizar la representación de los discursos científicos en la novela, cómo se escenifica el positivismo, sus alcances, sus límites, su oposición al arte y a la sensibilidad del artista finisecular. Si bien en el caso del médico inglés Rivington confluyen la ciencia y cierta sensibilidad artística (el médico y su casa acusan la pasión del coleccionista), sus explicaciones racionales y las recetas que le prescribe a Fernández no dejan de ser ironizadas por el narrador, como por ejemplo, cuando aconseja al poeta: «[...] cuide el estómago y cuide el cerebro y yo le garantizo la curación» (Silva, 1996, p. 285). Remito al sugerente artículo de Aníbal González, «Estómago y cerebro: De sobremesa, El Simposio de Platón y la indigestión cultural», op. cit., pp. 233-248.

 

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Aunque el pasaje que describe el cuadro es largo conviene citarlo:

El regalo de Rivington, una copia suntuosamente enmarcada y hecha por mano de maestro del cuadro que adorna su sala, llegó hace cuatro días a mi hotel. Fue en el salón donde abrí la caja, retirando yo mismo los tornillos, levantando las tablas, rompiendo los papeles que lo envolvían, hasta contemplar la ideal imagen de la Idolatrada. Imposible que una mano servil hubiera ejecutado aquella tarea. La pintura es un perfecto espécimen de los procedimientos de la cofradía prerrafaelista; casi nulo el movimiento de la figura noble, colocada de tres cuartos y mirando de frente; maravillosos, por el dibujo y por el color los piesecitos desnudos que asoman bajo el oro de la complicada orla bizantina que borda la túnica blanca y las manos afiladas y largas, que desligadas de la muñeca al modo de las figuras del Paramagiano, se juntan para sostener el manojo de lirios, y los brazos envueltos hasta el codo en los albos pliegues del largo manto y desnudos luego. El modelado de la cabeza, el brillo ligeramente excesivo de los colores, agrupados por toques, todo el conjunto de la composición se resiente del amaneramiento puesto en boga por los imitadores de los quatrocentistas. Está detallado aquello con la minuciosidad extrema, con todo el acabado que satisfaría al Ruskin más exigente; distingue quien lo mira uno a uno los rayos que forman la aureola que circuye los rizos castaños de la cabeza, los hilos de oro de la orla bordada, los ramazones de los duraznos en flor, los pétalos rosados de éstas, las hojas de las rosas amarillas, sobre las verduras de los matorrales, y en los retoños y yerbas del suelo podría un botánico reconocer una a una las plantas copiadas allí por el artista. Al pie de la pintura, sobre la orla negra, brilla en dorados caracteres latinos la frase:

MANIBUS DATE LILIA PLENIS

(Silva, 1996, p. 311, cursivas y mayúsculas del autor)                




 

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Podemos leer en la inversión genealógica advertida por González una referencia al título de la novela emblemática del Decadentismo, A rebours de Joris K. Huysmans. La idolatría de Fernández termina conviertiéndose en un sentimiento contra natural, tanto en la obsesión por el cuadro (el artificio) como en el culto necrofílico hacia Helena.

 

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No queremos detenernos aquí, ya que fue objeto de varios análisis, del problema de la imitación y apropiación por parte de Silva del modelo de héroe decadente que le proporciona Jean Des Esseintes. Remitimos a los artículos citados de Aníbal González y Alfredo Villanueva Collado, como así también al estudio temprano de Loveluck, Juan, De sobremesa, novela desconocida del Modernismo, Revista Iberoamericana, n.º 59, enero-junio de 1965, pp. 17-32.

 

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Apelamos aquí a algunos tópicos decadentes analizados por Jean Pierrot en su libro L'imaginaire décadent, op. cit.