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Carlos Bousoño: «La poesía de Vicente Aleixandre». Prólogo de Dámaso Alonso. Ediciones Ínsula, Madrid, 1950. 284 páginas y 4 láminas

Ricardo Gullón





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Primero el ingreso en la Academia, luego esta tesis doctoral sobre su obra. Decididamente la poesía de Vicente Aleixandre ha alcanzado su pleno reconocimiento. En cuanto a su conocimiento, la   —185→   tesis recién publicada de Carlos Bousoño habrá de servirle con inteligencia y eficacia.

Digamos para empezar quién es Bousoño: se trata de un joven poeta, autor de dos preciosos libros de versos, que con su estudio sobre la poesía aleixandrina (estudio dirigido por Dámaso Alonso, que ahora le prologa con merecido elogio), obtuvo el doctorado en Letras; este estudio es su primera obra en prosa, y se recomienda fundamentalmente por la claridad expositiva, la precisión de los conceptos y el rigor de las conclusiones. Es una explicación detallada de la poesía de Aleixandre e indirectamente de toda la poesía moderna. Lo que Aleixandre es y representa en el movimiento poético contemporáneo lo veremos siguiendo de cerca, siquiera rápidamente, este trabajo.

Tras una sucinta biografía del poeta, comienza Bousoño examinando la utilización de la imagen en la poesía aleixandrina; encuentra tres tipos de figuraciones imaginativas: el símbolo, la imagen visionaria y la visión. Siguiendo a Baruzi y a Dámaso Alonso, define el símbolo por contraposición a la alegoría, pues mientras ésta es la versión al plano metafórico de cada uno de los elementos de cierta realidad, aquél no los traduce aisladamente sino en conjunto, de suerte que los componentes de la imagen no equivalen en detalle a los de la esfera real. Bousoño considera que la realidad sustentadora de la imagen es de índole espiritual. La imagen visionaria continuada se diferencia del símbolo en que se apoya sobre una esfera con existencia material, y coincide con él en traducir la realidad de modo global y en ser capaz para producir otras figuraciones. Aun las imágenes no continuadas son distintas en Aleixandre -como en los demás poetas de su generación- de las tradicionales: éstas -dice Bousoño- «estaban basadas en una semejanza de figura exterior entre la realidad y el paralelo plano evocado»: por ejemplo, los paralelos oro: cabello, cristal: agua, nieve; dientes; las hoy preferidas atienden generalmente a propiedades espirituales, es decir: destacan condiciones del alma más bien que características visibles.

La visión es estudiada con particular detalle. Bousoño llama visión a un tipo figurativo basado en la observación de hechos, cualidades o funciones irreales. Se produce, según el autor, de diferentes modos: atribuyendo a un objeto real cualidades irreales para resaltar otras que verdaderamente posee (por ejemplo: «cuando Aleixandre atribuye tamaño cósmico a un ser humano, lo que hace es destacar el poderío espiritual que ese ser humano posee»); suponiendo en un objeto cualidades que realzan alguna cualidad de un objeto distinto (así, en el poema «Las manos», dotar de capacidad voladora las de los amantes muertos, para subrayar la fuerza del amor) , o sublimando un humano deseo (tal, cuando en el sueño se realiza un anhelo, consciente   —186→   o no, insatisfecho en la vigilia). Esta clasificación, aunque tal vez no exhaustiva, es desde luego útil, pues delimitando varios tipos de visión) ayuda a comprender el mecanismo de tan complejo fenómeno.

La visión -según sostiene el autor- no reclama tanto ser entendida como sentida. Cierto, pero entiéndase que el sentimiento es un modo de acercarse a la comprensión y la comprensión se puede obtener por vía de una emoción que ataque al espíritu por todos sus resquicios. Bousoño señala la evolución de las técnicas visionarias en un apunte que para mi gusto peca de somero. Sírvale de justificación la circunstancia de constituir esa evolución un capítulo marginal de su obra, y que el estudio a fondo del problema sin duda le hubiera llevado lejos. El irracionalismo está en la base del impulso productor de la visión y aparece en la poesía popular determinando gracias o inesperadas realizaciones, varias de las cuales son aquí recogidas y discretamente glosadas, haciendo notar la honda raigambre de movimientos poéticos considerados por algunos, con harta ligereza, como simples manifestaciones de la moda. Antes del surrealismo se había penetrado, aunque de manera menos sistemática, en mundos situados más allá de la realidad. Los románticos y no sólo los alemanes; recuérdese a Coleridge y a Nerval, sumos visionarios -utilizaron con frecuencia, en sus obras, visiones nacidas del conocimiento y percepción de esos ámbitos.

La zambullida en el subconsciente presenta, según Bousoño, dos consecuencias interesantes: a) la intensificación de los elementos visionarios, en cuanto la subconsciencia se manifiesta normalmente en esa forma, como podemos notar por el análisis de los sueños, que a menudo son visiones genuinas; b) el ilogicismo de palabra y pensamiento, gracias al cual en el mismo poema coexisten nociones contrapuestas y contradictorias. Esta segunda consecuencia no implica carencia de sentido en el poema. Tiene razón el crítico: el poema (y en este punto estriba una de las claves para la comprensión del arte actual; no sólo de la poesía) «debe de estar justificado por una necesidad interior». Lo mismo -y con iguales términos- decía Kandinsky, con referencia a la pintura. Son verdades que han de ser repetidas sin cesar, y aun así quedan precariamente establecidas en los cerebros. El poema, como el cuadro, tiene su lógica propia, interna, y muchas veces la ruptura de la «lógica externa» es uno de los medios adecuados para realzar y enriquecer el poema.

La utilización inconsciente de frases hechas y de referencias míticas es otro testimonio de la raíz profunda, involuntaria, de ciertos componentes del poema aleixandresco, en cuya estructura externa observa su analista la acumulación y engarce de las imágenes que se suceden trasladándose de plano y provocando otras nuevas, que a veces se complican, pues de la realidad surgirá una imagen con propiedades   —187→   irreales, de la imagen una visión o de la visión una imagen. Los análisis de Bousoño resultan sobrios y precisos, permitiéndole establecer clasificaciones muy matizadas.

Excelentes son los capítulos dedicados a la estructura interna de la imagen, no menos complicada que su conformación externa. «Cuando Aleixandre construye una imagen, o sea, cuando asigna una imagen a un plano real, lo que suele formarse con la imagen misma es un cuerpo intermedio que tiene cualidades de sus dos planos constitutivos». Esta conexión entre los distintos planos -real e imaginario- de la imagen, está bien observada, y el autor al proponernos su explicación del fenómeno insiste en lo que considero más característico de la personalidad de Vicente Aleixandre: la fusión de la realidad y la fantasía, que dejan de ser planos autónomos para convertirse en un orbe único, compacto y fulgurante.

Calificar la realidad por la fantasía es imprimir a lo existente un aspecto insólito y se comprende cómo ese efecto pudo ser buscado muy especialmente en obras o situaciones provocantes a risa (en obras burlescas ha encontrado Bousoño buenos ejemplos de esa impregnación, rara en los líricos) donde también se encuentra algún caso de imagen de segundo grado al servicio de la correspondiente de primer grado. La llamada «permutación de las imágenes simples» consistente en invertir la normal colocación de los planos -ejemplo, el título «Espadas como labios»- es personal de Aleixandre y se interpreta como una manera de dar relieve a la imagen. La dislocación de planos no llega a producir la excesiva oscuridad que, en determinados casos señala Bousoño, pues en cuanto se advierte el sentido del verso, poco importan las variantes y trastrueques de los planos imaginativos. Incluso creo menos lograda la dislocación «cintura-lluvia» que la de «relojes-pulsos», pero esto, naturalmente, es cuestión de gustos y de los imponderables que entran en la lectura del poema.

La evolución de la imagen en los libros de Aleixandre está resumida en certeras páginas, señalándose la marcha hacia lo concreto, hacia el tema que va sin cesar limitándose, mientras la imagen propiamente dicha marcha desde la torrencial sustitución de los elementos reales por los de naturaleza visionaria, hasta una decantación de la fantasía, que en Sombra del Paraíso aparece más intensa, complicada y eficaz.

El estudio detallado del versículo aleixandrino está hecho con agudeza. Las conclusiones pueden resumirse diciendo que los ritmos fundamentales de tal versículo son los endesasilábicos, y que en él la única novedad consiste en «reunir en un solo renglón, como hemistiquios, los versos que antes se disponían, independientemente, en varios». Los ritmos, aunque combinados libérrimamente, se mantienen con vigor, unas veces siguiendo vías tradicionales y otras según   —188→   normas nuevas. Bousoño demuestra que los versículos utilizados por Aleixandre no son recortes de prosa sino verso sujeto a ley, siendo su nota más notoria la «formidable capacidad para reunir ritmos de naturaleza distinta».

La diversidad de ritmos responde o lo dispar de las representaciones y tiende o a expresar el movimiento anhelante o a producir efectos de odulación, de serenidad y placidez, de grandiosidad. La colocación de las palabras dentro del verso importa en cuanto, como es harto sabido, el sonido de ellas y su situación pueden servir con eficacia al designio expresivo.

Bousoño estudia luego la sintaxis aleixandrina, explicando las pausas de su dinamismo, tanto del positivo o acelerador del período; como del que llama negativo por ser retardatario de la expresión. Sobre dos ejemplos bien escogidos va señalando cómo operan las técnicas del poeta y la influencia de sus audacias sintácticas. Entre las considerables peculiaridades de esta sintaxis señalaré la importancia del empleo de la conjunción «o», que en la poesía de Aleixandre es identificativa y no disyuntiva. Analizando el empleo de la «o» como elemento asimilador de dos palabras Bousoño obtiene resultados esclarecedores. Si la «o» imaginativa sirve para indicar «la igualdad de todo lo existente», la sinecdóquica identifica «un ser con aquella de sus partes que posea mayor eficacia estética», la adjetivante realiza la identificación del ser con una de sus cualidades, y la que se emplea como nexo entre adjetivos o verbos tiene función adverbial.

Las negaciones imaginativas constituyen otro rasgo caracterizador de esta poesía y sirven para rechazar lo real «en beneficio de una evocación», para negar lo irreal o para expresar una realidad imprecisa. Las del último grupo las llama Bousoño «cuasi afirmativas», porque con ellas se expone una serie de planos imaginativos que no siendo del todo equivalentes al objeto poético, van, sin embargo, acercándonos su representación por sucesivas evocaciones negadoras.

El empleo del verbo al final de la oración buscando un efecto de poderío; la utilización del gerundio como adjetivo para matizar la expresión; la elisión del verbo principal por razones de economía sintáctica; la adverbialización de los adjetivos; las anomalías en el uso del artículo determinado; la anáfora o repetición de una partícula, y el alogicismo idiomático, figuran entre las múltiples peculiaridades de la sintaxis aleixandrina que Bousoño estudia. Ninguna tiene la relevancia que las dos anotadas en primer término: el personal empleo de la «o» y las negaciones imaginativas.

En los últimos capítulos investiga Bousoño la génesis del poema y el comienzo y desarrollo de algunos de los aleixandrinos. Curiosa e   —189→   interesante, esta sección tiene menos novedad. Analiza la versión del mundo según se refleja en la poesía de Aleixandre. Poesía imprecatoria contra los hombres que han destruido la libertad de la Naturaleza para reducirla a burdas mixtificaciones. El amor es artificio, vida la muerte, y el hombre un desterrado del paraíso. Quizá, hay contradicción en algunos términos, pero, ¿importa eso al poeta? El poeta canta emociones, intuiciones, y según su estado de ánimo, así su cántico. Quedan las constantes temperamentales, las que hacen ver el mundo de determinada manera: el pesimismo es la más acusada en el autor de La destrucción o el amor.

Finaliza el volumen con una referencia a ciertas fuentes de esta poesía. Es sabido la poca consistencia que suelen tener esos hallazgos, celebrados jubilosamente por los eruditos de hace treinta años. Por fortuna el autor los valora con discreción, sin atribuir a los eventuales contagios más ni menos importancia de la que merecen.

El trabajo de Bousoño constituye una buena explicación e interpretación de la poesía de Vicente Aleixandre. Enfocándola desde múltiples puntos de vista, desmenuza y aclara sus elementos, hasta poner en claro las causas de su excelencia. Escrito con pulcritud científica este libro no pierde por eso el tono de la pasión. Es testimonio de sensibilidad y disciplina, de intuición y rigor.





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