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Descripción colonial

Libro primero

Fray Reginaldo de Lizárraga



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Sumario: Quién era Fray Reginaldo de Lizárraga (1545-1615).- Descripción breve del reino del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile (1605).- Parte de esta obra que se refiere a la naciente sociedad argentina (capítulos LXII-LXXII).- Biografía de Lizárraga.- Fecha probable de su viaje por nuestro país: 1589.- Valor histórico de su obra.- Sus condiciones de observador.- Algunos ejemplos de juicios, etopeyas y paisajes.- Valor relativo de su prosa entre las crónicas del siglo XVI



- I -

Al finalizar el siglo XVI llegó a Santiago del Estero, capital entonces del Tucumán, el padre fray Reginaldo de Lizárraga, visitador de los conventos dominicos en la dilatada provincia del Perú. Su verdadero nombre era Baltasar de Obando, como su padre, que había entrado al Nuevo Mundo con los primeros conquistadores del imperio incaico. Nacido en 15451 -unos dicen en Lima, otros en España-, profesó a los quince años en la orden de Santo Domingo. Fue su maestro fray Tomás de Argomedo, «varón doctísimo», de grande ejemplo en vida, e insigne predicador», quien, al consagrarle   —12→   en 1560, le cambió el nombre paterno por el otro con que lo conocemos en sus obras, pues aquél solía decir: «a nueva vida, nombre nuevo». Desde entonces le distinguieron por «fray Reginaldo de Lizárraga». Por tal llegó a Santiago, y así firmó los libros que más tarde escribiera, entre ellos esta Descripción de su viaje, que ahora publica la Biblioteca Argentina2.

En 1586 dividiose la provincia dominica del Perú, creándose la de San Lorenzo Mártir, que comprendía, más o menos, Chile, la Argentina y el Paraguay actuales. Fray Reginaldo fue nombrado provincial de la nueva jurisdicción, y en tiempo de Sixto Fabro, general de la orden, mandáronle a visitar los conventos del vasto territorio que se extendía de Buenos Aires y la Asunción a Concepción y Coquimbo, y de Salta y Esteco a Córdoba y Mendoza. Por tal motivo llegó a Santiago hacia 1589, cuando gobernaba don Juan Ramírez de Velasco, de quien guardó muy halagüeño recuerdo, y del cual escribió pocos años más tarde: «caballero bien intencionado; el cual pobló de españoles las faldas de la cordillera vertientes a Tucumán». «Caballero dócil y que fácilmente   —13→   recibe la razón y se convence» -como dice esta Descripción-. Más adelante agrega, recordando a Abreu, a Lerma, sus trágicos antecesores, «creo no le sucederá lo que a los sobredichos»3.

Harto menguada era la situación de los dominicos en su convento de Santiago, cuando Lizárraga los visitó. «Pasando yo por esta provincia -escribe él mismo- (y esto me compelió ir por ella a Chile), hallé seis o siete religiosos nuestros divididos en doctrinas; uno en una desventurada casa en Santiago; más era cocina que convento; es vergüenza tratar de ello; y teníanle puesto por nombre Santo Domingo el Real; viendo, pues, que no se podía guardar ni aún sombra de religión en él, lo saqué de aquella provincia; es cosa de lástima haya ningunos religiosos en ella, porque un solo fraile en un convento y en un pueblo, ¿qué ha de hacer? Una ánima sola -decíanos- ni canta ni llora». Era mejor el convento franciscano, con cinco o seis religiosos; pero igualmente precario el de la Merced. En torno de ellos, la ciudad menguaba en fortín o aldea, visible apenas entre selvas vírgenes y tribus nómades. Las gentes vivían del maíz; beneficiaban la miel silvestre que vendían en odres al Perú; vestían trajes burdos de lana, que allí mismo labraban y teñían. Un extranjero proyectaba por esos días -según nos cuenta el fraile escritor- montar un molino a la manera de los que él   —14→   había visto en «Alemaña», pero murió a la sazón sin lograr su empresa, y siguiose la molienda del trigo y maíz en morteros de piedra, según usanza de los indios. Había, sin embargo, dos o tres «athonas» particulares. Las casas eran pobres, de adobe, y se desmoronaban fácilmente, por ser la tierra salitrosa. Y si ésta era la situación de la capital en la provincia, puede medirse cómo eran las otras aldeas y cómo todo el interior argentino al finalizar el siglo XVI. Tal como fray Reginaldo de Lizárraga lo viera entonces, así volvemos a verlo nosotros en las páginas de este libro, donde nos dejó la «descripción» de sus viajes. Antes de visitar nuestras ciudades, fray Reginaldo había residido en el convento de Lima; después, vuelto al Perú, en diversas localidades: Arequipa, Cuzco, Guamanga, La Plata y otras, ya como doctrinero, ya como prior de su orden. Después de 1591, estaba en Jauja cuando el virrey García Hurtado recomendole ante Felipe II para el obispado de la Imperial ciudad chilena. Nombráronle en 1599. Por diversos inconvenientes no pasó a Chile hasta 1602, llegando a hacerse cargo de su sede en 1603, más bien con desabrimiento que entusiasmo. Los indios de Valdivia acosaban la región; ese obispado era pobre; y en una carta de 1604, el propio Lizárraga se lamentaba: «La iglesia, paupérrima; las misas se dicen con candelas de sebo, si no son los domingos y fiestas; el santísimo se alumbra con aceite de lobo, de mal olor.   —15→   Si se halla de ballena no es tan malo». Intentó renunciar a semejante probenda... Dicen, no obstante, que era virtuoso, que lo amaba el pueblo. El gobernador Alonso de Ribera recomiéndalo al Rey así: «Usa el oficio con mucha edificación de letras, vida y ejemplo». Parece lógico, pues, que en 1607 lo trasladaran de obispo al Paraguay. Hacia 1602 murió en la Asunción, a los sesenta años de edad. Aseguran las crónicas eclesiásticas que murió santamente4.

Los viajes de Lizárraga por el Perú le permitieron conocer las ciudades nombradas y los valles de Chincha, Pisco, Ica, Nasca, Cumaná, Chicoama, Tarija, y otros de que trata en su libro. De nuestro país, describe las comarcas y pueblos de Salta, Esteco5, Santiago, Córdoba, Mendoza; toda la tierra que va desde la Puna hasta la cordillera de Cuyo. Durante esas jornadas conoció las riberas del Chucuito, los tambos del Collao, la quebrada de Humahuaca, los desiertos de Córdoba, las cordilleras de Mendoza. Hombre docto como era, trató a gobernantes y prelados, a caciques y conquistadores, a maestros y bandidos; inquirió noticias   —16→   históricas sobre el pasado de estos reinos; observó las costumbres y caracteres de la época en que tocárale vivir, y legó a su posteridad la memoria de sus viajes en esta «Descripción», primer libro donde se muestra, en visión sedentaria, la tierra y la sociedad de la conquista argentina.

El verdadero título del libro es como sigue: Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile6. Sabido es que en aquel primer momento de la conquista, todas   —17→   estas regiones -o «reinos» como se decía- formaban una sola entidad política y moral, cuyo centro era Lima. Posteriormente vinieron las segmentaciones, administrativas y espirituales, núcleos Tradicionales y geográficos de actuales naciones americanas en esta parte del continente. Pero en el siglo de Lizárraga vemos cómo los hombres y las cosas coloniales se movían a través de las susodichas regiones dentro de una sola unidad. Así por ejemplo en el capítulo LXVIII dice de don Juan de Garay, después de escribir sobre la Asunción: «La segunda ciudad, el río abajo, según dicen 150 leguas, se fundó en nuestros días por el capitán Juan de Garay, de nación vizcaíno, hombre nobilísimo y muy temido de los indios, llamada Sancta Fe; conocilo y tratelo en la ciudad de la Plata»7. Probablemente conoció en La Plata, o en Lima, o en Oropesa, donde también residió, a Barco Centenera, autor del poema Argentina, y a otros personajes del Río de la Plata. En el convento dominico de la ciudad de los Reyes, fray Reginaldo había sido compañero de noviciado con fray Francisco Victoria, más tarde obispo del Tucumán, y de él nos dice en el capítulo VI: «...fuimos novicios juntos; varón docto y agudo; fuese a España, donde murió en corte, y hizo heredero a la majestad del Rey Felipe Segundo, de   —18→   mucha hacienda que llevó, y loablemente lo hizo así. Sucediole el reverendísimo señor don fray Fernando Trejo, que agora reside en su silla, y resida por muchos años»8. Así este libro de Lizárraga, que participa de la índole de los libros de viajes y memorias, abunda en sugestiones y noticias para nosotros interesantes, aun en los capítulos que no se hallan especialmente destinados a describir las tierras y las cosas que pertenecen hoy, políticamente, a los dominios de la República Argentina.




- II -

La obra que nos ocupa, divídese en dos partes. La primera es pertinente, más bien, a las cosas del Perú, Bolivia y Ecuador actuales. La siguiente se titula: «LIBRO SEGUNDO.- De los prelados eclesiásticos del reino del Perú, desde el reverendísmo don Jerónimo de Loaiza, de buena memoria, y de los virreyes que lo han gobernado, y cosas sucedidas desde don Antonio de Mendoza, hasta el conde de Monterrey, y de los gobernadores de Tucumán y Chile». Mas a pesar de la limitación que el título   —19→   parece marcar, la segunda parte no reviste carácter de relación histórica escueta y retrospectiva, sino que, en los capítulos pertinentes a nuestras provincias del norte y del oeste, acentúa, por lo contrario, ese colorido, a veces conmovedor, de memoria personal o relato de viajes. La Descripción cuenta por todo 204 párrafos -116 de la primera parte y 88 de la segunda-, breves capítulos encabezados por sendos epígrafes. Los que expresamente se refieren a nuestro país son los postreros del libro, del LXII al LXXII, en la segunda parte. Después de la extensa noticia histórica sobre los virreyes y obispos, el visitador reanuda el itinerario interrumpido en la primera parte al llegar a Tarija y regiones inmediatas, para continuar la descripción con este epígrafe: «Del camino de Talina a Tucumán» (LXII), el cual penetra de la provincia de Chichas en nuestro país actual, y sale de él con este epígrafe: «Del camino de Mendoza a Santiago de Chile» (LXXII), con lo cual penetra en el reino trasandino, donde fray Reginaldo de Lizárraga llegó a ocupar la sede episcopal de la imperialense. A pesar de ello, no dedica a Chile más que quince capítulos. Describe a Santiago, Osorno, Valdivia, Castro; da la cronología de sus obispos hasta él; de sus gobernadores hasta Alonso de Ribera; y concluye con un capítulo sobre «cualidades de los indios de Chile».

Alusiones contenidas en esta obra, permítenme   —20→   inducir dónde escribió su libro el Obispo de la Imperial. Don José Toribio Medina, historiador de la literatura colonial de Chile, afirma sin vacilación que la escribió en aquel país.

Yo creo, sin embargo, que la obra fue en su conjunto formada con notas de diversas épocas de la vida de Lizárraga, reunidas con el ánimo de imprimirlas en España. Dicha obra, según su edición reciente, fue dedicada al señor conde de Lemos y Andrada, Presidente del Consejo de Indias. Procuraré dilucidar ahora la prueba y el lugar en que los varios fragmentos de la obra pudieron ser escritos, aunque lo haré con todas las reservas del caso, dada la precaria información que se posee sobre Lizárraga y sus obras. Con iguales reservas aparece esta edición, y si me he decidido a darla, es por lo interesante de las noticias argentinas que contiene y por la frecuencia con que esta obra ha empezado a ser citada por nuestros historiadores. Fray Reginaldo de Lizárraga realizó dos viajes a Chile: uno entre 1586 y 1591, como visitador de la orden; otro en 1602, para ocupar el obispado de la Imperial. En 1591, término de su primer viaje, regresó de Chile a Lima para desempeñar el cargo de maestro de novicios. Creo que fue después de 1591, en el Perú, donde escribió la primera parte de su obra y algo de la segunda. Después de 1603, en el suelo de Chile, habría escrito los quince capítulos que se refieren a aquel país, y que complementan la memoria o descripción de sus viajes. Me   —21→   fundo para ello en el capítulo LXXVI de la primera parte, donde dice: «Yo confieso verdad que en dos años que vivo en este pueblo de Chongos»9, etc. Luego estos capítulos eran escritos en el Perú. Esto se ratifica en otros pasajes como el LXXVIII, donde al hablar de la ciudad de Guamanga, dice: «Edificó aquí un vecino desta ciudad, llamado Sancho de Ure», etc. La segunda parte de la obra, da la impresión de que cambia de asunto, al acometer la cronología de los gobernantes y virreyes, pero sin cambiar de lugar. Esa impresión persiste en todos los capítulos, incluso en los que tratan del Tucumán, cuyos lugares aparecen como aludidos o recordados desde el Perú. No ocurre lo mismo en los capítulos finales, referentes a Chile, donde nos encontramos con expresiones como la siguiente: «En este estado dejó la tierra Alonso de Ribera a Alonso García Ramón, que vino a este reino», etc. (LXXXVII). Asimismo al tratar de los prelados y religiosos de las órdenes: «La primera religión que pasó a este reino (Chile) creo fue de Nuestra Señora de las Mercedes», etcétera (LXXXII). Y no sólo el cambio de lugar se advierte en la yuxtaposición de dichos fragmentos, sino el cambio de la época en que uno y otro fueron escritos: aquellos en el Perú, entre 1.591 y 1602, mites de ser obispo de la Imperial; estos,   —22→   en Chile, entre 1603 y 1607, año en que fue trasladado de la Imperial a la Asunción, donde Lizárraga falleció10. Así al hablar del último obispo de la Imperial, don Agustín de Cisneros, «a quién sucedí yo -agrega- en este tiempo tan trabajoso», «...empero, falta lo principal, que es la virtud, y el pusible, por ser obispado paupérrimo, que apenas se puede sustentar, y no tengo casa donde vivir, que si en San Francisco no me diesen dos celdas donde vivir, en todo el pueblo no habría cómodo para ello, con todo esto, tengo más de lo que merezco, porque si lo merecido se me hubiese de dar, eran muchos azotes» (LXXXI). Tales alusiones, de tiempo presente, prueban que los escribió siendo obispo, y en la Imperial; pero tal cosa ocurre sólo en los contados capítulos adicionales de tema chileno, probándose por todos los anteriores (más de 150 párrafos) que no solamente los escribió en el valle de Chongos, sino que lo hizo antes de ser obispo. De suerte que cuando fray Reginaldo describe las ciudades de Santiago del Estero   —23→   y Mendoza, o pinta los paisajes de la llanura cuyona, se refiere a aquellos lugares tal como los viera en su primer viaje de 1589, cuando pasó para Chile como visitador de los conventos de su orden, y no como pudo verlos en 1602, si es que pasó por tierra argentina, cuando fue a tomar posesión de su obispado trasandino. El viaje que describe es tan penoso por lo largo de las jornadas en el desierto y lo precario del hospedaje en los tambos indios, que sólo pudo realizar aquel viaje terrestre por necesidad de visitar los conventos. Parece probable que el viaje episcopal, libre de ese deber, lo realizara por la costa del Pacífico. Creo haber esclarecido, con las propias palabras de fray Reginaldo, la cuestión bibliográfica que el señor Medina plantea, sin resolver definitivamente.




- III -

Cuando Lizárraga vino a nuestro país, dicen cronistas como Menéndez, que practicó su viaje a pie desde Lima hasta el Tucumán, más o menos. Había salido del Perú con sus alforjas y su bastón de caminante por precario avío. Acompañábale un fraile de su convento; pero cansado del camino, éste, menos santo que aquél, tornose a Lima donde mentó las privaciones y asperezas que iba sufriendo el visitador en su larga jornada. Estas condiciones   —24→   del viaje han sido puestas en duda por Medina11; pero sabemos que otros prelados como San Francisco Solano, Alonso de Barzana o Luis de Bolaños, los realizaban habitualmente. Cierto que los biógrafos o cronistas de las órdenes emulaban en su afán hagiográfico o en su ilusión milagrera, pero no debemos extrañarnos de que los evangelistas realizaran por necesidad o voto de virtud, lo que también a veces realizaban los conquistadores militares. Lo cierto es que el relato de Lizárraga, sobre todo en la parte del camino que media entre Santiago del Estero y Córdoba, abunda en observaciones que parecen propias de un caminante a pie, pues había llegado a familiarizarse con el secreto de las tierras que recorría. El paisaje no se le presenta sólo como un espectáculo visual, accesible a los ojos extraños del observador, sino como un recuerdo de cosas vividas en la intimidad de nuestros desiertos. A tal pertenece el siguiente pasaje en que muestra a los avestruces de la llanura argentina, visto al ir hacia Córdoba:

«En toda esta tierra y llanuras hay cantidad de avestruces; son pardos y grandes, a cuya causa no vuelan; pero a vuelapié, con una ala, corren ligerísimamente; con todo eso los cazan con galgos, porque con un espolón que tienen en el encuentro del ala, cuando van huyendo se hieren en el pecho y desangran. Cuando el galgo viene cerca,   —25→   levantan el ala que llevan caída, y dejan caer la levantada: viran como carabela a la bolina a otro bordo, dejando al galgo burlado»


(LXV).                


Otro pequeño cuadro rústico de la llanura santiagueña, se lo inspira la vida de los pájaros y su casa ingeniosa, que tres siglos más tarde dictó una bella página a Sarmiento.

«Es providencia de Dios -dice Lizárraga- ver los nidos de los pájaros en los árboles: cuélganlos de una rama más o menos gruesa, como es el pájaro mayor o menor, y en contorno del nido engieren muchas espinas; no parecen sino erizos, y un agujero a una parte por donde el pájaçro entra, o a dormir o a sus huevos, y esto con el instinto natural que les dio naturaleza para librarse a sí y s sus hijuelos de las culebras»


(LXV).                


Cierto pasaje de este mismo capítulo LXV, da a entender que una parte de la jornada la hubiera hecho a caballo, pues hablando de sus pantanos y tremedales, dice: «se sumen el caballo y caballero en el cieno». Otro pasaje del capítulo LXVI, da a entender que de Santiago a Córdoba y de Córdoba a Buenos Aires, se hacía ya la travesía en carretas: «El camino, carretero; y así caminé yo desde Estero (sic) a esta cibdad, que son poco menos de 200 leguas, si no son más, y desde aquí se toma el camino a Buenos Aires, también en carretas, que son otras 200, pocas menos; toda la tierra llana,   —26→   y en partes tan rasa, que no se halla un arbolillo». Por el mismo transporte, en convoy de doce carretas cuyanas, pasó de Córdoba a Mendoza, que ya era estación carretera del tráfico andino. Los ferrocarriles actuales han seguido las rutas de 1590.

Pasajes de tal género, pudiera yo citar numerosos. Otros hay en que caracteriza a nuestros indios o a los gobernantes españoles que vinieron a reducirlos. De los juries12 dice, por ejemplo: «Son haraganes y ladrones» (LXXI); y de los guarpes13: «Son mal proporcionados, desvaídos» (LXXI). De don Francisco de Aguirre dice: «Varón para guerra de indios, bravo», y del licenciado Lerma: «En Tucumán, unos le alaban, otros le vituperan» (LXVII). Muéstrase, como se ve, capaz de caracterizar los hombres con un rasgo lacónico. Asimismo, logra a las veces caracterizar un paisaje, haciéndolo visible por una comparación, como cuando retrata las salinas de la Puna, ya explotadas entonces por los indios cochinocas y casavindos: «De lejos, con la reverberación del sol -dice- no parece sino río, y a los que no lo han visto nunca, espanta, pensando que han de pasar río tan ancho: llegados, admira ver tanta sal» (LXII). Y cuando retrata la estructura de aquellas nacientes sociedades argentinas,   —27→   elige rasgos que han subsistido. Por ejemplo, de Mendoza, fundada «a las vertientes de estas sierras nevadas» dice su libro: «La cibdad es fresquísima, donde se dan todas las frutas nuestras, árboles y viñas, y sacan muy buen vino que llevan a Tucumán o de allá se lo vienen a comprar14; es abundante de todo género de mantenimiento y carnes de las nuestras; sola una falta tiene, que es leña para la maderación de las casas» (LXXI). Así van sucediéndose en el libro, anécdotas de cautivos, paisajes de la cordillera, asaltos de indios a las carretas, noticias sobre conventos, vecinos, hasta hacer de su libro un cuadro sugerente y muy completo de lo que fue el embrión de nuestro país en el siglo XVI, al terminar la primera conquista militar de los españoles. Así también el viaje de Concolorcorvo, realizado por aquellos mismos caminos que dos siglos antes recorriera Lizárraga, iba a ser el cuadro más completo de esa misma embrionaria sociedad argentina al concluir la colonización española, en las vísperas de la emancipación americana...



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- IV -

No fue esta Descripción el único libro que escribió Reginaldo de Lizárraga. Menéndez, el cronista de los dominicos, le atribuye además de esa obra (que ese cronista conoció y aprovechó), estas otras sobre cuestiones religiosas: Los cinco libros del Pentateuco; Lugares de uno y otro Testamento que parecen encontrados; Lugares comunes de la Sagrada Escritura; Sermones del tiempo y Santos; Cartas y Comento a los Emblemas del Alciato. Hoy se dan por perdidos estos libros; pero yo no suelo abandonar jamás la esperanza de que vayan reapareciendo todos estos antiguos códices coloniales, a medida que las investigaciones paleográficas avanzan y se perfeccionan, mucho más si se tiene en cuenta que Lizárraga dejó preparados dichos papeles para su publicación, y que a los papeles de un religioso como él les han alcanzado menos las vicisitudes temporales de viajes y guerras, pues siempre tuvieron quien los guardara, ya en la orden en que fue provincial o visitador, ya en las diócesis donde fue obispo. Pero aun perdido el texto, esos títulos bastan para revelarnos que fray Reginaldo fue un hombre sabio en ciencias sagradas, que apasionaban en su tiempo; y acaso en letras clásicas, instrumento inherente a la cultura   —29→   teológica15. Pero nada de todo ello se advierte en la Descripción que se ha salvado, sin duda porque a esta otra la caracteriza, por su género, un tono familiar, fluyente a la deriva de sus recuerdos espontáneos, tal que a la disertación abstracta y erudita, roban su sitio anécdotas expresivas, paisajes característicos, intencionadas etopeyas, mientras pasan por el espejo del recuerdo, tanto cosas, hombres y sitios como conoció en sus duras andanzas por las Indias.

El «estilo» de Lizárraga es casi siempre desaliñado, pero su observación es siempre aguda; su memoria, feliz; su sentimiento, plástico para su época. El temperamento belicoso de los conquistadores militares y el ascético temperamento de los conquistadores evangélicos, no dejaba mucho lugar a la contemplación sensual de las cosas mundanas, fuente de forma y de color en el arte. De ahí que estos libros de Indias no abunden en pasajes de verdadero valor literario. Cuando quieren describir, enumeran; cuando narrar, enumeran   —30→   también; y sus temas son siempre de utilidad para la acción perentoria o para el arrobamiento extraterreno. En la Descripción de Lizárraga, yo he encontrado, sin embargo, pasajes que traducen su relativa delectación, como aquellas dos líneas, en las cuales, describiendo la ciudad de Arequipa, sus edificios, sus aguas, sus temblores, dice: «Continuamente, la puesta del sol es muy apacible, por la diversidad de arreboles en los celajes, a la parte del Poniente» (LXVI). En el capítulo LV, diserta sobre las cualidades de los criollos» («así les llamamos»), y entonces dice de las limeñas: «De las mujeres nacidas en esta ciudad, como en las demás de todo el reino, Tucumán y Chile, no tengo que decir sino que hacen mucha ventaja a los varones; perdónenme por escribirlo, y no lo escribiera si no fuera notísimo». Ese juicio continúa siendo verdad; pero sorprende encontrarlo bajo la pluma de un cronista primitivo. Ni el sentimiento de la naturaleza ni el de la belleza femenina, asoman con frecuencia en la prosa colonial del primer siglo. En tal sentido, Lizárraga es una excepción en el Plata. Su libro es uno de los documentos más humanos de la primitiva literatura colonial, por su acento sincero, y por la profusión de noticias personales que enriquecen sus páginas. Entre tantas piezas cartularias, dogmáticas, protocolares, esta Descripción es un oasis de cosas vistas y sentidas, un espejo de vida verdadera. A los áridos testimonios de las «informaciones» y «probanzas»,   —31→   él les da forma; a los episodios oficiales de las «relaciones» y las «actas», él les da color de anécdota novelesca. Tal, por ejemplo, aquel pasaje en el cual habla del Cuzco y del convento de Santo Domingo en esta ciudad: «Nuestra casa es lo que antiguamente se llamaba, gobernando los Ingas, la Casa o Templo del Sol»; así dice Lizárraga. Pinta después cómo eran las murallas; cómo una fuente de piedra donde evaporaba el sol la chicha que bebía; cómo «una lámina de oro, en la cual estaba el sol esculpido» y que servía para tapar la chicha en la fuente litúrgica. Y a eso agrega su anécdota personal: «Cuando los españoles entraron en esta ciudad, le cupo en suerte (la lámina) a uno de los conquistadores que yo conocí, llamado Mansio Sierra, de nación vizcaíno y creo provinciano; gran jugador; jugó la lámina y perdiola: verificose en él que jugó el Sol...» (LXXX).

Otra anécdota de carácter más novelesco que histórico, refiere, por ejemplo al hablar de los Andes del Cuzco; anécdota de color ciertamente salvaje: «Estos Andes del Cuzco son fértiles destas víboras y de culebras que llaman bobas; éstas son muy grandes y muy gruesas; no hacen daño, si no es cuando, como dicen, andan en celos. Porque en aquellos Andes sucedió lo que diré: tres soldados volvíanse a sus casas de las chácaras de la Coca, a pie: no es tierra para caballos. El uno quedose un poco atrás a cierta necesidad corporal; acabada,   —32→   siguió su camino solo, pues los compañeros iban un poco adelante; prosiguiéndolo, ve atravesar una culebra destas que tienen de largo más de 16 pies y gruesas más que la pantorrilla de un hombre, silbando, y otra culebra en pos de ella, de la misma calidad; la postrera, viendo a nuestro soldado, cíñele todo el cuerpo, y la boca encaminaba a la garganta; el pobre, que, se vio ceñido y la boca de la culebra cerca de su garganta, con ambas manos afierra de la garganta de la culebra con cuanta fuerza pudo, no dejándola llegar a su garganta; la culebra, sintiéndose apretada de las manos del soldado, apretábale con lo restante de su cuerpo fortísimamente, de suerte que le hizo reventar sangre por la boca, ojos, narices y orejas; el pobre, viéndose de aquella suerte, gemía; no podía gritar, sino bramar. Los compañeros, pareciéndoles que tardaba, pararon un poco, oyeron los bramidos; vuelven corriendo en busca de su compañero; halláronle de la suerte que lo hemos pintado. Uno sacó una daga que traía en la cinta y metiéndola entre el sayo y la culebra la cortó; luego aflojó la culebra hecha dos partes, y acabáronla de matar. El soldado quedó como muerto; lleváronle y albergáronle; volviósele la color del rostro y cuerpo amarilla como cera; vínose al Cuzco, y dentro de tres meses murió. Oí esto a hombres que le conocieron» (LXXXI).

Combates singulares de hombres con víboras gigantescas debían ser frecuentes en la conquista.   —33→   Las crónicas nos refieren de algunos. En este mundo virgen, semejante confrontación de una terrible fauna nueva y de la cenceña imaginación de los soldados, exaltada por la reciente caballería, tales animales se les antojaban dragones algunas veces. Ulrich Schmidel en su «Viaje» y Barco Centenera en su «poema», nos han dejado el recuerdo de combates análogos con las temibles serpientes y yacarés del Paraná16. Pero esta descripción de Lizárraga es más realista, más animada y plástica que todas las otras. Ésta podría pintarse. Por eso, aunque incorrecta, la trascribo, como muestra de su estilo y de sus facultades de descriptor y narrador, primitivas por cierto, pero apreciables en su tiempo, cuando los cronistas coetáneos carecían de ellas. Lizárraga mira con simpatía la naturaleza y los hombres, los campos y las ciudades, los gestos y las palabras, los españoles y los indios, los brillantes acontecimientos gubernamentales y las humildes anécdotas dramáticas, los virreyes y los obispos, los árboles y los animales. De ahí el interés humano de toda su obra, de ahí la prueba de su sensibilidad literaria, siquiera incipiente. Y no sólo se la cultivó a sí propio, sino que hubiera querido difundir la cultura entre los demás. Cuando estuvo en Guamanga, quiso fundar allí una Universidad. Encontraba en   —34→   ésta mejor clima que en la Ciudad de los Reyes, y no la alcanzaba el peligro de los temblores. «No sé yo -nos dice- si en lo descubierto se hallará mejor temple ni más sano para fundar una universidad, porque ni el calor ni el frío impiden todo el año que no se pueda estudiar a todas horas. Yo tuve casi concertado con un hijo de un vecino, hombre principal, fundase con su hacienda en nuestra casa, un colegio con que ennobleciese su ciudad. Sacome la obediencia para este asiento (Chongos) y quedose. Fuera obra heroica y de gran provecho para todo el reino; la ciudad se aumentara, y de todo el reino vendrían a oír Teología, porque los nacidos en la Sierra corren mucho riesgo de su salud en Los Reyes» (LXXVIII). Tal superioridad espiritual trasciende, desde luego, en esta Descripción, que no sólo nos dan el hilo de su vida, sino la visión de los pueblos que recorrió, haciendo de ella una valiosa fuente de pequeñas noticias locales que empieza a ser explotada ya por nuestros historiadores. Datos no siempre guardados por documentos oficiales, los conocemos por ella; tales como la clase de vecinos que habitaban los pueblos, la índole de los indígenas comarcanos, la manera como estaban construidas las casas de los encomenderos y magistrados, los alimentos de que se proveían, la forma en que se realizaba el comercio, la dificultad de los viajes, los precios de las cosas, las pasiones de los hombres, el ambiente precario de los conventos, la epopeya instintiva de los indios,   —35→   todo cuanto constituye, en fin, la vida argentina del siglo XVI, la primitiva conciencia del drama histórico en el vasto escenario virgen donde comenzaba entonces a fundarse nuestra civilización. He ahí por qué me ha parecido también que este libro tenía derecho a figurar en una Biblioteca Argentina, como otros de su índole, que más adelante publicaré.

Ricardo Rojas





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ArribaAbajoCapítulo I

De la descripción del Perú. De qué gente procedan los indios


Lo más dificultoso de toda esta materia es averiguar de qué gentes procedan los indios que habitan estos larguísimos y anchísimos reinos, porque como no tengan escripturas, ni ellos ni nosotros sabemos quien fueron sus predescesores ni pobladores destas tierras, mucha parte della; despobladas o por la destemplanza del calor, o por el demasiado frío, o por los médanos de arena y llanos estériles por falta de las aguas. Porque afirmar lo que dice Platón en el libro que intituló Timeo, que desembocando por el estrecho de Gibraltar en el mar Occéano, no muy lejos de la tierra firme, se descubría una isla mayor que la Europa y toda la Asia, que contenía en sí diez reinos, la cual, con una inundación del mar toda se anegó y destruyó de tal manera que no quedó rastro della, sino el mar ancho que hay por ventura desde Cabo Verde al Brasil; lo cual no es creíble, por no se hallar en ningún autor mención dello, ni es posible. Lo que parece se puede rastrear de los primos genitores destos indios descubiertos desde las primeras islas: Deseada, Marigalante, Dominica y las demás,   —40→   Sancto Domingo, Cuba, Habana, Puerto Rico y la Tierra Firme, reino de México y del Perú, es llegarnos a lo que dice Floriano de Ocampo en la Historia general que comenzó de España, que es lo siguiente: Que cuando los cartaginenses eran señores de alguna parte del Andalucía, desembocando con temporal por el estrecho de Gibraltar ciertos navíos de los Cartaginenses se derrotaron hacia el Occidente, corriendo la derrota que agora se navega por aquel mar ancho, y no pararon hasta descubrir unas islas que por ventura son las arriba referidas, y viéndolas tan fértiles, pobladas de arboledas, ríos y sabanas, que son llanos abundantes de yerba, como vegas de pastos, los más allí se quedaron, y volvieron los otros a Cartago, los cuales, proponiendo en el Senado lo que habían descubierto, y fertilidad de la tierra, convernía poblar aquellas islas despobladas. Empero por aquellos senadores cartaginenses fue acordado por entonces se dejase de tratar de aquello, mandando, con mucho rigor nadie volviese a aquellas islas, porque tenían por más importante el señorío y riqueza de nuestra España que poblar nuevas tierras.

Destos pudo ser que navegando y buscando tierra firme diesen con ella, y dellos se poblasen estos reinos; y esto no parece dificultoso de imaginar, porque los cartaginenses que se quedaron en aquellas islas, con algunos navíos se habían de quedar, con los cuales pudo ser que navegando para España o buscando tierra firme se derrotaron y dieron en ella, que por lo menos en aquella derecera dista de las islas cien leguas, y más y menos como corre la costa, así de las islas como de la tierra firme; porque   —41→   el día de hoy, como me refirió un español qu'estuvo preso y captivo en la Deseada, que los indios della, en sus canoas; que son unas vigas más gruesas que un buey, de madera liviana, cavadas, largas y angostas, atraviesan a la tierra firme a la gobernación de Venezuela, cien leguas por mar, y más; cuando hay viento, a vela, y cuando les falta, a remo, guiándose de noche por las estrellas que tienen marcadas en aquel tiempo, qu'es verano; donde el pobre remaba como captivo hasta que huyéndose al tiempo que las flotas nuestras vienen a Tierra Firme suelen aportar a la Deseada a tomar agua y leña, fue su ventura buena que a cabo de pocos días después de huido y llegado al puerto, surgió la flota en él y le tomaron los nuestros. De día estaba escondido arriba en las copas de los árboles, que son muy grandes y altos y muy coposos y de ramas espesas, y de noche descendía, con no poco temor, a buscar algunas raíces dél conoscidas, o algún poco de marisco para comer, porque si sus amos le hallaran, como luego salieron, en echándole menos, en busca dél, sin duda le flecharan y luego se le comieran. Son todos estos indios caribes, que quiere decir comedores de carne humana; bien dispuestos de cuerpo, morenotes, y así los varones como las mujeres andan desnudos, como si vivieran en el estado de la ignocencia17; son grandes flecheros y muy ligeros, y el cuero del cuerpo, por el mucho calor, muy duro. Estas islas son abundantes de muchas víboras ponzoñosas y culebras muy grandes que llaman bobas, y muy   —42→   gruesas; tienen muchas aves de monte y críanse en ellas muchos venados. Lo que con mucha verdad podemos afirmar, que no se sabe hasta hoy, ni en los siglos venideros naturalmente se sabrá, de qué hijos o nietos o descendientes18 de Noé los indios de todas estas islas, ni Tierra Firme, ni México, ni del Perú, hayan procedido.




ArribaAbajoCapítulo II

De la descripción del Pirú


Descendiendo en particular a nuestro intento, trataré lo que he visto, como hombre que allegué a este Perú más ha de cincuenta años el día que esto escribo, muchacho de quince años, con mis padres, que vinieron a Quito, desde donde, aunque en diferentes tiempos y edades, he visto muchas veces lo más y mejor deste Pirú, de allí hasta Potosí, que son más de 600 leguas, y desde Potosí al reino de Chile, por tierra, que hay más de quinientas, atravesando todo el reino de Tucumán, y a Chile me ha mandado la obediencia ir dos veces; esta que acabo de decir fue la segunda, y la primera por mar desde el puerto de la ciudad de Los Reyes; he dicho esto porque no hablaré de oídas, sino muy poco, y entonces diré haberlo19 oído mas a personas fidedignas; lo demás he visto con mis propios   —43→   ojos, y como dicen, palpado con las manos; por lo cual lo visto es verdad, y lo oído, no menos; algunas cosas diré que parece van contra toda razón natural, a las cuales el incrédulo dirá que de largas vías, etc., mas el tal dará muestras de un corto entendimiento, porque no creer los hombres sino lo que en sus patrias veen, es de los tales.




ArribaAbajoCapítulo III

Prosíguese la descripción del Perú


Este reino, tomándolo por lo que habitamos los españoles, es largo y angosto; comienza, digamos, desde el puerto, o por mejor decir playa, llamado Manta, y por otro nombre Puerto Viejo.

Llámase Puerto Viejo por un pueblo de españoles, así llamado, que dista del puerto la tierra adentro ocho o diez leguas; no le he visto, pero sé es abundante de trigo y maíz y otras comidas de la tierra, de vacas y ovejas, y es abundante de muchos caballos y no malos; el temple es caliente, aunque templado el calor; cría la tierra muchas sabandijas ponzoñosas, y con estar en la línea equinocial no es muy caluroso. Los aires de la mar le refrescan; llueve en él, aunque no mucho.

Los indios deste puerto son grandes marineros y nadadores; tienen balsas de madera liviana, grandes, que sufren vela y remo; los remos son canaletes; visten algodón, manta y camiseta; desde este puerto, enviando los navíos que vienen la   —44→   vuelta de tierra, salen con sus balsas, llevan refresco que venden, gallinas, pescado, maíz, tortillas biscochadas, plátanos, camotes y otras cosas. Tienen las narices encorvadas y algún tanto grandes; diré lo que vi, porque pase por donaire: cuando veníamos navegando cerca del puerto llegó una balsa con refresco; diósele un cabo; traía lo que tengo referido; un criado de mis padres, rescatando algunas cosas destas, y no queriendo el indio que era el principal piloto de la balsa (hablan un poco nuestra lengua) quebrar de la plata que pedía por el refresco, díjole: ¡oh qué pesado eres; no pareces sino judío! En oyendo esto el indio, saltó del navío en su balsa; larga el cabo y vira la vuelta de tierra; ni por muchas voces que se le dieron para que volviese, no lo quiso hacer; tan grande fue la afrenta que se le hizo y tanto lo sintió.




ArribaAbajoCapítulo IV

De la punta de Santa Helena


Siguiendo la costa adelante, que toda ella desde punta de Manglares hasta el estrecho de Magallanes, que sin dubda hay más de mil leguas, corre Norte Sur (no creo son veinte leguas), está la punta llamada de Santa Helena; tiene pocos o ningunos indios el día de hoy; cuando la vi y saltamos en ella eran muy pocos los que allí vivían. En esta punta, aunque, es playa, suelen surgir los navíos que vienen de Panamá, toman agua y algún refresco.   —45→   Hobo aquí antiguamente gigantes, que los naturales decían no saber dónde vinieron; sus casas tenían tres leguas más abajo del surgidero, hechas a dos aguas con vigas muy grandes; yo vi allí algunas traídas en balsas para hacer un tambo que allí labraba el encomendero de aquellos indios, llamado Alonso de Vera y del Peso, vecino de Guayaquil.

Vi también una muela grande de un gigante, que pesaba diez onzas, y más. Refieren los indios, por tradición de sus antepasados, que como fuesen advenedizos, no saben de dónde, y no tuviesen mujeres, las naturales no los aguardaban, dieron en el vicio de la sodomía, la cual castigó Dios enviando sobre ellos fuego del cielo, y así se acabaron todos; no tiene este vicio nefando oír a medicina. Hay también en este puerto, no lejos del tambo, una fuente como de brea, líquida, que mana, y no en pequeña cantidad; del agua se aprovechan algunos navíos en lugar de brea, como se aprovechó el nuestro, porque viniéndonos anegando entramos en la bahía de Caraques, doblado el cabo de Pasao, ocho leguas más abajo de Manta, de donde se invió el batel con ciertos marineros a esta punta por esta brea, (creo se llama copey), y traída se descargó todo el navío; diósele lado y con el copey cocido para que se espesase más brearon el navío, y saliendo de allí navegamos sin tanto peligro.

Dicen es bonísimo remedio para curar heridas frescas como no haya rotura de niervo.



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ArribaAbajoCapítulo V

Del pueblo de Guayaquil


De aquí por mar en balsas se va al segundo pueblo de españoles; no sé las leguas que hay, doblando esta punta hasta Santiago de Guayaquil, y también se camina por tierra llana, y en tiempo de aguas, cenagosa. Este pueblo Santiago de Guayaquil es muy caluroso por estar apartado de la mar; tiene mal asiento, por ser edificado en terreno alto, con figura como de silla estradiota, por lo cual no es de cuadras, ni tiene plaza, sino muy pequeña, no cuadrada. Por la una parte y por la otra deste cerro tiene la ribera de un río grande y caudaloso, navegable, empero no se puede entrar en él si no es con creciente de la mar, ni salir sino es en menguante; tanta es la velocidad y violencia de el agua, cresciendo o menguando. Críanse en las casas muchas sabandijas, cuales son culebras, y alguna víboras, sapos muy grandes, ratones en cantidad; están cenando, o en la cama, y vense las culebras correr por el techo tras el ratón que son como las ratas de España; al tiempo de las aguas, infinitos mosquitos, unos zancudos cantores, de noche infectísimos, no dejan dormir; otros pequeños, que de día solamente pican, llamados rodadores, porque en teniendo llena la barriga, como no puedan volar, déjanse caer rodando en el suelo, y otros, y los peores y más pequeños, llamados   —47→   los jejenes, o comijenes, importunísimos; métense en los ojos y donde pican dejan escociendo la carne por buen rato, con no pequeña comezón.

Es pueblo de contratación, por ser el puerto para la ciudad de Quito, y por se hacer en él muchos y muy buenos navíos, y por las sierras de agua que tiene en las montañas el río arriba, de donde se lleva a la ciudad de Los Reyes mucha y muy buena madera. Tiene dos o tres excelencias notables: la primera, la carne de puerco es aquí saludable, las aves bonísimas, y sobre todo el agua del río, particularmente la que se trae de Guayaquil el Viejo, que es donde se pobló este pueblo; van por ella en balsas grandes, en una marea, y vuelven en otra; dicen esta agua corre por cima de la zarzaparrilla, yerba o bejuco notísimo en todo el mundo por sus buenos efectos para el mal francés, o bubas por otro nombre, las cuales se verán aquí mejor que en parte de todo el orbe, y sana muy en breve los pacientes, dejándoles la sangre purificada como si no hobieran sido tocados desta enfermedad, con sólo tomarla por el orden que allí se les manda guardar; empero si no se guardan por lo menos seis meses, tornan a recaer; yo vi un hombre gafo en un valle distrito de Quito, llamado Ríopampa, que no podía comer con sus manos, y lo pusieron en una hamaca para lo llevar a que se curase en este pueblo, y dentro de seis meses le vi en Los Reyes tan gordo y tan sano como si no hobiera tenido enfermedad alguna, y otros he visto volver sanísimos; suficiente excelencia para contrapeso de las plagas referidas. No se da trigo en este pueblo, mas dase maíz muy blanco, y el pan que dél se   —48→   hace es mejor y más sabroso que el de nuestro trigo; danse muchas naranjas y limas, y frutas de la tierra en cantidad, buenas y sabrosas, y la mejor de todas ellas son las llamadas badeas por nosotros; son tan grandes como melones, la cáscara verde, la carne, digamos, blanca, no de mal sabor; por dentro tiene unos granillos poco menores que garbanzos, con un caldillo que lo uno y lo otro comido sabe a uvas moscateles las más finas; es regalada comida.

Por este río arriba se sube en balsas para ir a la ciudad de Quito, que dista deste pueblo sesenta leguas, en la sierra y tierra fría, las veinticinco por el río arriba, las demás por tierra.

Al verano se sube en cuatro o cinco días; al ivierno en ocho cuando en menos tiempo, porque se rodea mucho: déjase la madre del río y declinando sobre la mano derecha a las sábanas, que son unos llanos muy grandes llenos de carrizo, pero anegados del agua que sale de la madre del río, llévanse las balsas con botadores, porque el agua está embalsada y no corre; es cierto que si la tierra no fuera tan cálida y llena de mosquitos, causara mucha recreación navegar por estas sabanas.

En ellas hay algunos pedazos de tierras altas que son como islas, donde los indios tienen sus poblaciones con abundancia de comidas y mantenimientos de los que son naturales a sus tierras: mucha caza de venados y puercos de monte, que tienen el ombligo en el espinazo; pavas, que son unas aves negras grandes, crestas coloradas y no malas al gusto; hay también en estas islas tigres no poco dañosos a los indios, y es cosa de admiración:   —49→   en estas sabanas hay muchas casas, o barbacoas, por mejor decir, puestas en cuatro cañas de las grandes, en cuadro, tan gruesas como un muslo y muy altas, hincadas en el suelo; tienen su escalera angosta, por donde suben a la barbacoa o cañizo donde tienen su cama y un toldillo para guarecerse de los mosquitos; aquí duermen por miedo de los tigres; muchos destos indios están toda la noche en peso sin dormir, tocando una flautilla, aunque la música, para nosotros a lo menos, no es muy suave; estas barbacoas no sustentan más que una persona.

Todo este río, a lo menos en la madre que yo vi, es abundante de caimanes o lagartos, que son los cocodrilos del río Nilo, muy grandes, de veinte y cinco pies en largo, y dende abajo, conforme a la edad que tienen; encima del agua no parecen sino vigas, y son tantos, que muchas veces vi a los indios que reinaban y guiaban las balsas darles de palos con los botadores para que los dejasen pasar.

Y pues habemos venido a tractar destos lagartos o caimanes, será justo decir sus propiedades, las cuales he yo visto. Tienen la misma figura que un lagarto, pero tan largos como acabo de decir; son velocísimos en el agua, duermen en tierra, y en ella son perezosísimos, y esto es necesario, por ser de cuerpos tan grandes y de barriga anchos; los pies y manos cortos; el sueño es pesadísimo, porque lo que subcedió con uno destos en Panamá, e yo lo vi muerto en la playa, pasó así: que una mañana de San Juan se salieron tres mujeres enamoradas, las cuales vi en aquella ciudad, con sus hombres a lavarse al río, que es pequeño, y cerca   —50→   del pueblo; el tiempo es caluroso y de aguas, por ser el ivierno, aunque por San Juan suelen cesar por algunos días, y así se llama el veranillo de San Juan; llegaron al río y en una poza se entraron a bañar, en la cual se había, un caimán quedado, que con avenida se subió de la mar por el río arriba, y como cesó la avenida no pudo volverse a la mar, donde hay muchos; en este arroyo no se crían. El caimán estaba durmiendo en tierra; bañáronse estas mujeres, y saliendo una a enjugarse, pareciéndole peña el caimán dormido, sentose encima dél una, y saliendo la otra llamola convidándola con la peña tan blanda; salió la tercera y convidándola sentose más hacia la cola, donde los caimanes tienen unas conchas agudas, y como se espinase con ellas, dijo: ¡Oh! qué espinosa peña, y tentando con la mano, no era aún de día, levantola cola del caimán, y conosciéndolo dio voces: ¡caimán, caimán! las demás levántanse no poco alborotadas; llamaron a sus hombres, que se habían apartado un poco río abajo; a las voces acudieron y con sus espadas mataron al caimán antes que entrase en el agua.

El mismo día por la mañana, le trajeron negros arrastrando a la ciudad, y lo pusieron en la playa, donde todo el pueblo lo fue a ver; conoscí e traté a uno de los que iban con estas mujeres que se halló presente, llamado Bracamonte, de quien y de otros oí lo referido; tenía de largo 18 pies.

Vi también en esta misma ciudad otro caimán muerto en el portete della, a donde los navíos pequeños y fragatas con la marea entran y con ella   —51→   salen, que unos negros de un vecino de aquella ciudad, llamado Cazalla, viniendo de una isla de su amo a este portete con la creciente de la marea, acaso le hallaron, que se había quedado en la menguante precedente en la lama (aquí en esta playa de Panamá crece y mengua la mar tres leguas, y todo este espacio es lama); echáronle un lazo y muerto le trujeron por la popa de la fragata; este caimán era muy grande: tenía de largo 22 pies; yo le vi medir, vile desollar, y del buche le sacaron muchas piedras, que me parece habría tres copas de sombrero de los comunes, unas mayores y otras menores, y las mayores tan grandes como huevo de gallina; es cierto comen piedras y con el calor del buche las digieren; estaban lisas, y por algunas partes gastadas; vi también que debajo de los brazos, séame lícito decir, del sobaco, le sacaron unas bolsillas llenas de un olor que no parecía sino almizcle; esto curan al sol y huele como el mismo almizcle; entonces llegó del Perú un hombre rico llamado Bozmediano, y la piel deste animal le dieron; decía lo había, de llevar a España y ponerlo en Santiago de Galicia.

No tienen lengua, sino una paletilla pequeña con que cubren y abren el tragadero, por lo cual debajo del agua no pueden comer; tienen los dientes por una parte acutísimos, por la otra encajan unos en otros; hecha presa no la sueltan hasta que la han despedazado.

Es cosa graciosa verlos cazar gaviotas, pájaros bobos y cuervos marinos y otras aves; cuando éstas se abaten de arriba abajo a pescar, velas venir el caimán, y por debajo del agua va a donde la pobre   —52→   ave da consigo en el agua, y veniendo con tanta velocidad no puede declinar la caída, como el caballo en medio de la carrera; entonces el caimán antes que llegue al agua abre la boca, y pensando el ave dar en el agua, da en la boca del caimán, y pensando cazar la sardina o otro pece es cazada, y el caimán, la cabeza fuera del agua levantada, trágase la gaviota o cuervo marino. El buche desta bestia es calidísimo; aprovéchanse dél, bebido en polvos, contra el dolor de la ijada; son amicísimos de perros y caballos, y por esto la balsa donde van la siguen muchas leguas.

Cuando están cebados y encarnizados en carne humana son muy dañosos, y hacen el daño desta manera: para hacer la presa en el indio o negro que lava en el río, o coge agua, vienen muy ocultamente por debajo della, y viéndola suya, vuelven con una velocidad extraña la cola, y dan con ella un zapatazo en el indio o negro; cae el indio en el agua, al cual al instante le echan mano con la boca, de donde pueden; llévanlo al río o mar adelante hasta que lo ahogan, y sacándolo a tierra se lo comen.

Destos caimanes hay mucha cantidad en otros ríos, así desta costa como de Tierra Firme y México, como el temple sea caluroso; en ésta del Pirú no pasan del gran río de Motape adelante.

Por este río de Guayaquil arriba (como habemos dicho) se sube en balsas grandes hasta el desembarcadero, veinticinco leguas; hasta el día de hoy hay requas de mulas y caballos que llevan las mercaderías a aquella ciudad y a otros pueblos que de Panamá vienen a Guayaquil. Viven en esta ciudad   —53→   y su distrito dos naciones de indios, unos llamados guamcavillcas, gente bien dispuesta y blanca, limpios en sus vestidos y de buen parecer; los otros se llaman chonos, morenos, no tan políticos como los guamcavillcas; los unos y los otros es gente guerrera; sus armas, arco y flecha. Tienen los chonos mala fama en el vicio nefando; el cabello traen un poco alto y el cogote trasquilado, con lo cual los demás indios los afrentan en burlas y en veras; llámanlos perros chonos cocotados, como luego diremos.

Desde aquí a pocas leguas andadas se llega a un convento de San Augustín fundado en el valle llamado Reque, que tiene por nombre Nuestra Señora de Guadalupe, porque Francisco de Lezcano (a quien el marqués de Cañete, de buena memoria, por ciertos indicios desterró a España), volviendo acá trujo una imagen de Nuestra Señora, del tamaño de la de Guadalupe de España; púsola en la iglesia del pueblo de aquel valle que los padres de San Agustín tenían a su cargo, dándola el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe.

Luego que se puso hizo muchos milagros de diversas enfermedades, y particularmente a los quebrados. Oí decir al padre fray Gaspar de Carvajal (el cual me dio la profesión) que siendo muy enfermo, como también le vi para expirar de esta enfermedad, fue a tener unas novenas, y las tuvo en aquel convento, y al cabo de los nueve días se halló sano y salvo de su quebradura, como si en su vida no la hobiera tenido, y nunca más padeció aquella enfermedad, viviendo después muchos años; ya han cesado estos milagros y aún la devoción   —54→   de la imagen, por la indevoción de los circunvecinos. El convento es religioso y de mucha recreación; susténtanse en él de 16 a 20 religiosos, con mucha clausura y ejercicio de letras.




ArribaAbajoCapítulo VI

Del valle de Chicama


Pocas leguas adelante, no creo son dos jornadas, corre el valle de Chicama, abundante; los hijos de los españoles que nascen en este pueblo, por la mayor parte son gentiles hombres, y las mujeres les hacen gran ventaja, y aun a todas las del Perú; créese que el agua es gran parte en este particular, porque, donde la hay buena, las mujeres son muy bien dispuestas que donde no es tal; esto lo dice la experiencia.

Saliendo, pues, de la ciudad de Guayaquil para la mar en una marea o poco más, menguante, se llega a la isla Lampuna, cuyo nombre corrompido llaman la Puna, cuyos indios fueron belicosos mucho; comían carne humana; era bastantemente poblada. Produce oro y mucha comida; toda su costa es abundantísima de pescado. Produce también cantidad de sabandijas ponzoñosas, culebras, víboras y otros animales; por la costa della, particular la que mira la tierra, se veen muchos caimanes; dista de la tierra firme, poco más de ocho leguas.

Estos indios se comieron al primer obispo que   —55→   hobo en estos reinos, llamado fray Vicente de Valverde, religioso de nuestra sagrada Orden, con otros españoles; fue obispo de más tierra que ha habido en el mundo, porque desde Panamá hasta Chile se prolongaba por mar y por tierra su obispado. Era fama en aquella isla haber un tesoro riquísimo que los indios tenían escondido; despachole el Marqués Pizarro desde la ciudad de Los Reyes con poca gente para que lo descubriese y sacase; los indios eran recién conquistados; los cuales, recibiendo a nuestro obispo y a los que con él iban, de paz, y sabiendo a lo que venían, los descuidaron, y descuidados dan en ellos, mátanlos y cómenselos; por esto son afrentados de los indios comarcanos, llamándoles perros Lampuna, como obispo. Estos indios son grandes marineros, tienen balsas grandes de madera liviana, con las cuales navegan y se meten en la mar a pescar muchas leguas; vienen a Guayaquil con ellas cargadas de pescado, lizas, tollos, camarones, etc., y suben al desembarcadero que dejamos dicho del río de Guayaquil, cuando en este río se encuentran estos indios con los chonos, se afrentan los unos a los otros; los chonos dícenles: ¡ah! ¡perro Lampuna, come obispo! Los Lampunas: ¡ah! ¡perro chono, cocotarro! Notándolos del vicio nefando; esto vi y oí. Hay en esta isla plateros de oro que labran una chaquira de oro, así la llamamos acá, tan delicada, que los más famosos artífices nuestros, ni los de otras nascione la saben, ni se atreven a labrar; destas usaban las mujeres principales collares para sus gargantas; llevose a España, donde era en mucho tenida.



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ArribaAbajoCapítulo VII

De Tumbes


Prolongando la costa y corriendo Norte, Sur, pocas leguas adelante, no son veinte, llegamos al puerto llamado Tumbes, que más justamente se ha de llamar playa y costa brava; tiene esta playa un río grande y caudaloso de buena agua, pero los navíos que antiguamente allí aportaban no entraban en él por la mucha mar de tumbo y olas unas tras otras que cuotidianamente quiebran en su boca, viniendo más de media legua de la mar, por lo cual es dificultoso entrar en él aun balsas, y si son aguas vivas es imposible, so pena de perderse.

El río tiene otro nombre, que es río de Tumbez; solía ser mucho más poblado, que agora, y los más de los indios tenían su pueblo casi cuatro leguas el río arriba, donde agora están poblados. Los pescadores vivían en la costa; eran belicosos y fornidos. Llueve raras veces en este paraje, e ya desde esta costa, si no es por maravilla, no hay lluvias, y (como adelante diremos) hasta Coquimbo, el primer pueblo de Chile. Los que no vivían de pescar tenían por oficio ser plateros de oro, labraban la chaquira, que acabamos de decir en el capítulo precedente, tan delicada como los indios de la Puna, y aún más; lábranla desta suerte, como lo vi estando en aquel puerto: el indio que labra tiéndese de largo a largo sobre un banquillo   —57→   tan largo como él, obra de un jeme alto del suelo; la cabeza tiene fuera del banquillo y los brazos, tendiendo una manta, y encima ponen sus instrumentos. Fueron no pocos, agora cuasi no hay algunos; hanse consumido y se van consumiendo; la causa, las borracheras.




ArribaAbajoCapítulo VIII

Del río de Motape


Pasando la costa adelante y metiéndonos un poco la tierra adentro, por ser la costa muy brava, llegamos veinte leguas andadas, poco más o menos, al gran río de Motape, donde hay un pueblo deste nombre. Quien antiguamente gobernaba en esta provincia, que por pocas leguas se extiende, eran las mujeres, a quien los nuestros llaman capullanas, por el vestido que traen y traían a manera de capuces, con que se cubren desde la garganta a los pies, y el día de hoy, casi en todos los llanos usan las indias este vestido; unas le ciñen por la cintura, otras le traen en banda. Estas capullanas, que eran las señoras, en su infidelidad se casaban las veces que querían, porque en no contentándolas el marido, le desechaban y casábanse con otro. El día de la boda, el marido, escogido se asentaba junto a la señora y se hacía gran fiesta de borrachera; el desechado se hallaba allí, pero arrinconado, sentado en el suelo, llorando su desventura, sin que nadie le diese una sed de agua. Los novios, con gran alegría, haciendo burla del pobre.



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ArribaAbajoCapítulo IX

Del puerto de Paita


De aquí al puerto de Paita debe haber diez leguas, poco más o menos. Es muy bueno y seguro; no le he visto; es escala de todos los navíos que bajan del puerto de la ciudad de Los Reyes a Panamá y a México y de los que suben de allá para estos reinos; si tuviera agua y alguna tierra frutífera se hobiera allí poblado un pueblo grande; empero, por esta falta, y de leña, hay en él pocas cosas; el suelo es arena; traen en balsas grandes el agua de más de diez leguas, los indios pocos que allí viven.

Las balsas son mayores que las de Tumbez y la Puna; atrévense con ellas a bajar hasta la Puna y hasta Guayaquil, y volver doblando el cabo Blanco, que es uno de los trabajosos de doblar, y ninguno más de los desta costa del Pirú; aprovéchanse de velas en estas balsas, y de remos en calmas.




ArribaAbajoCapítulo X

De la ciudad de Piura


De aquí nos metemos un poco la tierra adentro, deben ser otras doce leguas, a la ciudad llamada   —59→   San Miguel de Piura; ésta fue la primera que edificaron los españoles en este reino. Era ciudad de razonables edificios, casas altas y los vecinos ricos; participaban de los indios de los llanos y de la sierra. Llueve en esta ciudad, aunque poco; es abundante de mantenimientos, así de los de la tierra como de los nuestros, y de ganados; es muy cálida, por estar lejos de la mar, y la tierra produce muchas sabandijas sucias, y entre ellas víboras, culebras y arañas; de las frutas nuestras, cuales son membrillos, granadas, manzanas y otras de muy buen sabor y grandes, son las mejores del mundo. Pero tiene esta ciudad un contrapeso muy notable, que es ser enfermísima de accidentes de ojos, y son incurables, porque al que no le salta el ojo queda ciego, con unos dolores incomportables; apenas vi en aquella ciudad hombre que no fuese tuerto. Esta enfermedad es común en todos los valles que desta ciudad hay a la de Trujillo, aunque no son tan continuos ni ásperos, y a quien más frecuente les da es a los españoles; a los indios raras veces. En estos valles vi a hombres con semejantes accidentes, encerrados en aposentos oscurísimos, y con el dolor renegaban de quien les había traído a estas partes; los vecinos desta ciudad, dos o tres veces, por esta enfermedad la han despoblado y pasándose a vivir los más dellos a un valle llamado Catacaos (no le he visto); es muy fértil y libre de toda enfermedad, pero todavía han quedado algunos en la ciudad por no dejar sus casas y heredades, aunque de pocos años a esta parte se han mudado seis u ocho leguas más cerca del puerto de Paita, a la barranca del río de Motape.



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ArribaAbajoCapítulo XI

[Del valle de Xayanca]


De aquí se camina la tierra adentro a doce, diez y menos leguas de la costa de la mar hasta la ciudad de Trujillo, que son ochenta leguas tiradas, en cuyo camino hay un despoblado de doce leguas y más sin agua hasta el valle de Xayanca; éste es muy fértil y de muchos indios, y el señor dél, indio muy aespañolado; vístese como nosotros, sírvese de españoles, con su vajilla de plata; es rico y de buenas costumbres.

El valle es tan abundante de mosquitos zancudos, cantores, y de los rodadores, que es como milagro poderlo sufrir los indios, ni los españoles; yo he caminado veces por los Llanos, y aunque en todos los valles hay mosquitos, no tantos como en éste.




ArribaAbajoCapítulo XII

De los llanos


Y para que se entienda qué llamamos Llanos y Sierra, adviértase que desde este valle Xayanca, y aún más abajo, desde Tumbez, aunque allí alcanzan (como dijimos) algunos aguaceros hasta Copiapo, que es el primer valle del distrito del reino   —61→   de Chille, a lo menos desde el valle de Santa hasta Copiapo no llueve jamás, ni se acuerdan los habitadores dellos haber llovido. Todo el camino, diez leguas en algunas partes, en otras ocho, en otras seis y cuatro leguas en otras, hasta la costa de la mar, es arena muerta, aunque hay pedazos de arena o tierra fija en algunas partes y a trechos. Entre estos arenales proveyó Dios hobiese valles anchos, unos más que otros, por los cuales corren ríos, mayores o menores, conforme a como tienen más cercana, o vienen de más adentro de la sierra su nascimiento; la tierra de todos estos valles es de buen migajón, la cual regada con las acequias que los naturales tienen sacadas para regarlos, es abundantísima de todo género de comidas, así suya como nuestra; cógese mucho maíz, trigo, cebada, fríjoles, pepinos, etc.; tienen muchas huertas, con mucho membrillo, manzana, camuesa, naranjas, limas, olivos que llevan mucha y muy buena aceituna, la grande mejor que la de Córdoba, porque tiene más que comer; en muchos dellos se da vino muy bueno, y la caña dulce se cría mucha y gruesa, por lo cual son cómodas para ingenios de azúcar, en muchos de los cuales los hay, como en su lugar diremos. Extiéndense estos Llanos que llamamos (aunque hay grandes médanos de arena) desde el puerto de Paita hasta el valle que dijimos de Copiapo por más de 700 leguas o poco menos, siguiendo la costa, sin que en ellas llueva; pero desde mayo comienzan unas garúas, llamadas así de los marineros, que duran hasta otubre; son unas nieblas espesas, que mojan un poco la tierra, mas no son poderosas a hacerla fructificar; son con   —62→   todo eso necesarias para las sementeras, porque las defiende de cuando está en berza de los grandes calores del sol; con estas garúas en los cerros y médanos de arena se cría mucha yerba y flores olorosas, las cuales son admirable pasto para el ganado vacuno y yeguas; pero tiene un contrapeso grande, porque no falte a cada cosa su alguacil. Cuando éstas garúas son muchas críanse grande cantidad de ratones entre estas yerbas, y venido el verano, como se sequen y no tengan que comer, descienden ejércitos dellos a buscar comida a los valles, viñas y heredades, y cómense hasta las cáscaras de árboles; esta plaga es irremediable.

El aire que corre por estos arenales es Sur, algunas temporadas muy recio, y es cosa de ver que remolina en estos cerros de arena y levantando la arena la trasporta a otro lugar, y ha subcedido estar durmiendo en estos arenales, porque por ellos va el camino, el pasajero, y viniendo un remolino déstos caer sobre el pobre viandante y quedarse allí enterrado en la arena. Fuera de la abundancia que los valles tienen de mieses, son abundantes de árboles frutales, como son guayabas, paltas, plátanos, melones, ciruelas de la tierra y otras fructas, mucho algarrobal; con la fructa de los árboles engordan los ganados abundantísimamente, haciendo la carne muy sabrosa; pero hay en algunas partes unos algarrobos parrados por el suelo, que llevan una algarrobilla, la cual comida de los caballos o yeguas, luego dan con la crin y cerdas de la cola en el suelo, y porque en el valle de Santa hay más que en otros valles, se llama la algarrobilla de Santa, de donde, cuando algún hombre por enfermedad   —63→   se pela, le dicen haber comido la algarrobilla de Santa. El rey desta tierra, a quien comúnmente llamamos el Inga, para que en estos arenales no se perdiesen los caminantes y se atinase con el camino, tenía puestas de trecho a trecho unas vigas grandes hincadas muy adentro en el arena, por las cuales se gobernaban los pasajeros. Ya esto se ha perdido por el descuido de los corregidores de los distritos, por lo cual es necesaria guía.

Entrando en el valle, por una parte y por otra iba el camino Real entre dos paredes a manera de tapias hechas de barro de mampuesto, de un estado en alto, derecho como una vira, porque los caminantes no entrasen a hacer daño a las sementeras, ni cogiesen una mazorca de maíz ni una guayaba, so pena de la vida, que luego se ejecutaba.

Estas paredes están por muchas partes ya derribadas, y los caminos no en pocas partes van por detrás de las paredes; en tiempo del Inga no se consintiera. Por los arenales ya dijimos no se puede caminar sin guía, y lo más del año se ha de caminar de noche, por los grandes calores del sol; los guías indios son tan diestros en no perder el camino, de día ni de noche, que parece cosa no creedera.

Lo que llamamos y es sierra son unos cerros muy altos, muchos de los cuales, por su altura, aunque están en la misma linea equinoctial, como es Quito y mucha parte de aquel distrito, y desde allí a Potosí, que son 600 leguas incluidas entre el trópico de Capricornio, porque Potosí está en veinte   —64→   grados, es muy frío siempre y no pocas las sierras llenas de nieve todo el año, y otros por el frío inhabitables; lo cual los antiguos filósofos tuvieron por inhabitable respecto del mucho calar por andar el sol estre estos dos trópicos, de Canero a la parte del Norte y de Capricornio a la parte del Sur, veinte e dos grados y medio apartado cada uno de la línea.

En esta sierra hay muchas y muy grandes poblaciones en valles que hay, y en llanos muy espaciosos, como son los del Collao; corre esta cordillera comúnmente de 17 a 20 leguas de la mar, y lo bueno deste Perú es esta tierra que dista de la cordillera a la mar, y aun de Chile, como en su lugar diremos.




ArribaAbajoCapítulo XIII

Del camino de la costa


Volviendo a nuestro propósito, desde Xayanca a Trujillo, agora 43 años, poco más o menos, se caminaba a la tierra adentro ocho leguas y diez de la costa de la mar, o se declinaba a la costa; yo vine por la costa, donde las bocas de los ríos eran pobladas de muchos pueblos de indios, muy abundantes de comida, y pescado; aquí hallábamos gallinas, cabritos y puercos, de balde, porque los mayordomos de los encomenderos que en estos pueblos vivían no nos pedían más precio que tomar las aves y pelallas, y los cabritos desollarlos, y el maíz desgranarlo. Todos estos indios se iban acabado,   —65→   por lo cual ya no se camina por la costa, que era camino más fresco y no menos abundante que el otro. Los indios que quedaban, porque totalmente no faltasen, los han reducido el valle arriba, donde los demás vivían. Era realmente para dar gracias a Nuestro Señor ver unos pueblos llenos de indios y de todo mantenimiento, el cual se daba a todos de gracia. La causa de la destruición de tanto indio dirá cuando tratare de sus costumbres, y para aquí sea suficiente decir, las borracheras. Bajando, pues, de Xayanca a la costa y caminando por ella se venía a salir a siete leguas de Trujillo, a un valle llamado Licapa.




ArribaAbajoCapítulo XIV

De los demás valles


Volviendo, pues, a Xayanca, y continuando el camino la tierra adentro, a pocas leguas unos de otros, se va de valle en valle, lo cual, si bien se considera, no parece sino que desde Xayanca a Trujillo es todo un valle en diversos ríos, empero todos de muy buena agua, que los fertilizasen gran manera. Entre ellos hay uno llamado Zaña, abundantísimo, a donde de pocos años a esta parte se ha poblado un pueblo de españoles de no poca contratación, por los ingenios de azúcar y corambre de cordobanes y por las muchas harinas que dél se sacan para el reino de Tierra Firme; el puerto no es muy bueno; dista del pueblo algunas leguas; ni   —66→   en toda esta costa, desde Paita a Chile, que es lo último poblado de Chile, los hay buenos; los más son playas. Con el que tienen embarcan sus mercaderías para la ciudad de Los Reyes y para Tierra Firme. Esta población de Zaña destruye a la ciudad de Trujillo, porque dejando sus casas los vecinos de Trujillo se fueron a vivir a Zaña.




ArribaAbajoCapítulo XV

De Nuestra Señora de Guadalupe


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ArribaAbajoCapítulo XVI

Del valle de Chicama


[Es el valle de Chicama] abundante, ancho y largo, donde había muchos indios dotrinados por religiosos de nuestra Orden, encomendados en el capitán Diego de Mora, varón muy principal en este reino. Entre otros religiosos nuestros de mucha virtud y cristiandad que en la doctrina de aquel valle se han ocupado, fue uno el padre fray Benito de Jarandilla, el cual, después que entró en él nunca dél salió para vivir en otra parte; aquí se consagró a Nuestro Señor, predicando el Evangelio   —67→   a los indios con admirable austeridad de vida en todo lo tocante a su profesión, sin jamás se conocer en él cosa de mal ejemplo, sino gran celo a la conversión de aquellos naturales, donde vivió más de 55 años, y ha pocos años, no ha dos cuando escrebí esto, que Nuestro Señor le llevó, como piadosamente creemos, a pagarle sus trabajos. Los indios deste valle tienen dos lenguas que hablan: los pescadores una, y dificultosísima, y otra no tanto; pocos hablan la general del Inga; este buen religioso las sabía ambas, y la más dificultosa, mejor. Su caridad para con los indios era muy grande, porque curarlos en sus enfermedades, repartir con ellos su ración y quedarse o contentarse para su mantenimiento con un poco de maíz tostado o cocido, era como natural. Varón de mucha oración y penitencia, doquiera que estaba se había de levantar a media noche a rezar maitines, y a cualquiera hora que le llamaban para confesar al enfermo; con toda el alegría del mundo se levantaba, y aunque el río viniese muy crecido, no le temía más que si no llevara agua, y es muy grande al verano. Este es común lenguaje entre los indios, que decían pasaba el río en un macho que la Orden le había concedido a uso, por cima del agua, a cualquier hora y cuando más agua traía el río. Esto no lo escribo por milagro, sino como cosa comúnmente dicha entre los indios.

En este valle tiene nuestra sagrada Religión un convento priorato que este religioso venerable fundó, donde se sustentan de ocho a diez religiosos, y favoreciéndolo Nuestro Señor se sustentarán más, porque las haciendas van en crecimiento. El valle   —68→   es abundantísimo de pan, vino, maíz y demás mantenimientos; danse en él admirablemente los olivos, que cargan de aceituna muy buena. Los demás mantenimientos a la tierra naturales, bonísimos; es famoso por un ingenio de azúcar que allí plantó el capitán Diego de Mora; una cosa que por ser peregrina la diré, que hay en este ingenio, y es que con ser cálido el templo en todo tiempo y todos los valles de los Llanos abunden en moscas y esto las tenga dentro y fuera de las casas de los indios y de los españoles, en la casa que llaman del azúcar y donde se hacen las conservas y están las tinajas llenas de todo género dellas no se halle ni se vea una ni más.

Helo visto, por eso lo digo, pues la miel y el azúcar, madre es de las moscas.




ArribaAbajoCapítulo XVII

De la ciudad de Trujillo


Dista la ciudad de Trujillo del valle de Chicania cinco leguas tiradas.

La primera vez que la vi era muy abundante y muy rica; los vecinos, conquistadores, unos hombrazos tan llenos de caridad para con los pasajeros, que en viendo en la plaza un hombre no conocido o nuevo en la tierra (que llamamos chapetón), a mía sobre tuya lo llevaban a su casa, lo hospedaban, y ayudaban para el camino, si allí no le daba gusto hacer asiento; un vecino de aquellos,   —69→   cuando salía de su casa ocupaba toda la calle; no había mesón entonces, ni en muchos años después, ni carnecería; a todos sobraba lo necesario y aún más, y el que no lo tenía no le faltaba, porque los encomenderos les enviaban el carnero, vaca y lo demás cada día. Liberalísimos para con los pobres; sus casas muy hartas y sus cajas muy llenas de oro y plata. Ya todo ha cesado y sus hijos han quedado pobres, porque no siguen la cordura, y raras veces retienen las sillas de sus padres.

Dista esta ciudad del puerto, si así se ha de llamar siendo costa brava, dos leguas; surgen los navíos más de legua y media de la playa; en el desembarcadero hay mares de tumbo, unas tras otras, con tanta violencia cuanta experimentan los que allí se desembarcan. Aquí hay un poblezuelo que del puerto toma el nombre, llamado Guanchaco. Los indios son grandes nadadores y pescadores; no temen las olas, por más que sean; entran y salen en unas balsillas de juncos gruesos, llamados eneas, que no sufren dos personas, y las que las sufren han de ser muy grandes. En llegando a tierra, cuando vienen de pescar, toman la balsa a cuestas y la llevan a su casa, donde, o en la playa, la deshacen y enjugan, y cuando se quieren aprovechar della tórnanla a atar.

Conoscí en esta ciudad, entre otros vecinos y encomenderos, al capitán don Juan de Sandoval, hombre muy amigo de los pobres, gran cristiano, muy rico, casado con una señora muy principal de no menores partes que su marido, nascida en el mesmo pueblo, llamada doña Florencia de Valverde, hija del capitán Diego de Mora y de doña Anade   —70→   Valverde. Este caballero tenía antes que muriese capellanías instituidas en todos los monasterios; su enterramiento escogió en el de San Agustín, cuya capilla mayor edificó; aunque no quiso, el altar mayor fue suyo; al lado del Evangelio hizo un altar advocación de los Ángeles, que adornó con retablos famosos y muy ricos ornamentos labrados en España; dejó mucha renta y poca carga de misas, con la cual se va edificando el convento, o por mejor decir se ha edificado. En el convento de nuestro padre Santo Domingo se le dice perpetuamente la misa de Nuestra Señora todos los sábados del año, y cada día la Salve cantada, después de Completas, como es antiguo uso en la Orden desde su fundación; dejó bastante renta.

En el convento de San Francisco también tenía su memoria de misas, y dejó renta para que se pague la limosna dellas.

Mucho tiempo del que vivió tenía en el puerto desta ciudad indios pagados a su costa, para que en llegando el navío al surgidero, que ya dije es de la playa más de legua y media, saliesen en sus balsillas, fuesen al navío, y avisasen saliesen o no saliesen a tierra, porque como el navío surge tan lejos, no venía quebrazón de las olas en tierra; avisados no corren riesgo. Antes de que este caballero tuviese pagados indios para esta bonísima obra perdíanse muchos bateles, y los que en ellos venían, porque viniendo a desembarcar, metíanse en tierra, no viendo el peligro, y cuando querían volver al navío no podían, por lo cual era necesario zozobrar y perderse. Solía esta ciudad ser de buena contractación respecto del mucho azúcar y corambre   —71→   que los vecinos tenían, y por el ganado porcuno que della se llevaba a la de Los Reyes; ya se va perdiendo.

Aunque dije arriba que desde Xayanca a Copiapo no llueve, añadí que a lo menos desde el Puerto de Santa, lo cual es así, porque de cuando en cuando suele llover en estos valles y arenales que hay desde Xayanca y aun más abajo hasta Trujillo y un poco más arriba; y tan recio, y con sus truenos, y en tanta abundancia, que saliendo los ríos de madre destruyen los valles, pastos y heredades, como subcedió agora 16 años, poco más, que llovió tanto desde Trujillo para abajo, que se destruyeron muchas haciendas y hobo mucha hambre; oí certificar en Trujillo, donde llegué acabada de pasar esta inundación, que se temió mucho no se llevase el río la ciudad; hicieron los reparos posibles, pero como eran sobre arena, permanecían poco tiempo; llegó a tanto, que ya se había apregonado que, oída la campana, cada uno se pusiese en cobro como mejor pudiese. Proveyó nuestro Señor con su misericordia que el río divertió por otra parte. Perdiose, mucha cantidad de vestidos; arruinárense muchas casas, porque como no se cubren con tejas, ni son a dos aguas, sino terrados y estos muy leves, llovíanse todas y no había donde guarecer la ropa y comida. Los ornamentos de las iglesias, con dificultad se guardaron. Oí decir a personas que se hallaron en Trujillo en aquella sazón, y a los que en ella había, que desde el valle de Chicama a Trujillo, que dijimos poner cinco leguas, corrían tres ríos que no se podían vadear. Las madres dellos de muy antiguo se ven y se conocen   —72→   haber por allí corrido ríos; los nuestros decían haber quedado desde el diluvio. Los indios afirmaban haber oído a sus viejos que de muchos en muchos años acontecían semejantes aguas e inundaciones, y ahora un año subcedió tal azote, aunque no tan pesado.

Viviendo yo agora 15 años en Trujillo en nuestro convento (celebramos allí la fiesta de Nuestra Señora de la Visitación, con toda la solemnidad posible), cuando salíamos con la procesión ya se había revuelto el cielo; tronó, relampagueó, llovió, y si las cubiertas de las casas fueran de tejas, corrieran las canales por un poco de tiempo.

Empero estos aguaceros no llegan al valle de Santa. Pasadas estas aguas, son tantos los grillos que se crían en los campos y tierras de pan, y en las casas, que es otro azote y plaga no menor; cómense lo sembrado lo no sembrado, y en las casas hacen no poco daño. Demás desto, con la putrefacción de la tierra con las aguas, críanse muchos ratones, que es otra peor plaga. Llueve también en esta costa más continuamente que por estos llanos de Trujillo para abajo, en un asiento llamado, mejor diré en unas lomas llamadas de Ariquipa; pero esto es porque la mar, haciendo un grande ensenada, se mete casi a las faldas de la tierra, donde alcanzan muchos aguaceros, por lo cual los indios que aquí habitan más son más serranos que yungas. Visten como serranos. Lo uno y lo otro he visto muchas veces.

Es esta ciudad, como las demás de los Llanos, combatida de terremotos, aunque no tan recios como desde ella para arriba.



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