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El glosario poético de San Juan de la Cruz

María Jesús Mancho Duque






La tradición glosística en el renacimiento español

La técnica lexicográfica en España experimenta un gran desarrollo en los Siglos de Oro. Ahora bien, mientras en la primera mitad del XVI proliferan las recopilaciones bilingües y plurilingües a la estela del nebrisense, en la década de 1580 los repertorios bilingües dejaron paso a otros destinados a desentrañar el significado de los vocablos romances a partir del propio romance1. El lento proceso de equiparación entre el vulgar y el latín alcanza, de esta manera, su cumbre durante el reinado de Felipe II, hasta el punto de que en el tránsito hacia el Seiscientos se produce una auténtica eclosión de monolingües en español, en sus versiones técnica y etimológica, que supera la producción lexicográfica bilingüe.

Anteriormente a estas fechas, sin embargo, existieron diversas tentativas para aclarar el sentido de voces oscuras insertas en textos más o menos especializados, siguiendo una tradición que se remontaba a la Edad Media. La necesidad de claridad expositiva y transparencia terminológica de las obras didácticas, particularmente abundantes desde el ecuador del siglo XVI en las materias más variadas, aconsejaban la inclusión de glosarios para explicar las voces específicas de las técnicas tratadas, en un notable esfuerzo por parte de autores por crear un léxico científico-técnico romance. Por otro lado, la frecuente acuñación de neologismos en las más diversas parcelas de la actividad humana amenazaba seriamente la capacidad de comprensión del círculo de destinatarios de estos libros, cada vez más amplio y no necesariamente integrado por personas con formación universitaria. Esta dificultad se acrecentaba cuando se trataba de dar a la luz textos de la Antigüedad -entre los cuales están incluidos los bíblicos- o traducciones de obras extranjeras coetáneas, pues el conocimiento y manejo del vocabulario científico formaba parte de las exigencias intelectuales de los humanistas. Esto explica la abundancia de glosas explicativas, duplicaciones de términos y desdoblamientos sinonímicos que proliferan en el cuerpo de obras de la temática más diversa, pues «la tarea metalingüística de definir está ligada a la ciencia escolar y al afán divulgador»2.




La actividad glosística de san Juan de la Cruz

San Juan de la Cruz se inserta en la veta de escritores renacentistas que, preocupados por el significado las palabras, su etimología y su aplicación alegórica, introducen definiciones, descripciones, explicaciones o aclaraciones de términos utilizados por ellos mismos en sus textos. Uno de los precedentes más ilustres, cercano en el tiempo y en inquietudes metalingüísticas a San Juan de la Cruz, fue Alejo de Venegas, quien, en parte como reminiscencia de la vertiente glosográfica medieval, plasmada en recopilaciones onomasiológicas de léxico extraído de obras especializadas, pero, a la vez, representante de una mentalidad moderna, reflejo de tendencias pedagógicas de raigambre erasmista y erudición enciclopédica, incluye una Breve declaración o glosa de vocablos oscuros en su edición póstuma (1565) de Agonía del Tránsito de la muerte -la primera es de 1537-. En este glosario, de amplias repercusiones lexicográficas, muestra su vasta cultura humanista y su honda inquietud religiosa estrechamente vinculada a un profundo conocimiento bíblico.

Pues bien, como ha advertido C. Cuevas, «es inexacto afirmar que [la prosa de San Juan de la Cruz] refleja el lenguaje coloquial del siglo XVI. Por el contrario [...] tras las correcciones a que se la somete, muestra un inequívoco carácter culto, siempre lejos de arrebato incontrolado. El resultado es un estilo muy personal, caracterizado por su sencillez y su eficacia suasoria o didáctica, que soslaya toda afectación»3. Precisamente, uno de esos recursos metalingüísticos que transparentan esa actitud pedagógica, propia de la época, corresponde a diferentes reflexiones de índole lexicográfica que abundan en sus comentarios en prosa, especialmente en el Cántico espiritual.

I. Una primera modalidad está constituida por definiciones de vocablos cultos, que luego se aplican y desarrollan alegóricamente. En ocasiones, están introducidas directamente por el verbo copulativo:

«"Adamar" es amar mucho, es más que amar simplemente; es como amar duplicadamente, esto es, por dos títulos o causas. Y así, en este verso da a entender el alma los dos motivos y causas del amor que Él tiene a ella; por los cuales no solo la amaba prendado en su cabello, mas que la adamaba llagado en su ojo».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 23, 4)4                


El Diccionario de Autoridades (s. v.) puntualiza que adamar es «voz con poco o ningún uso y puramente latina»5 y como tal la considera J. L. Herrero6, quien la incluye entre los cultismos renacentistas. No obstante, en esta elección léxica coincide el santo carmelita con los pastores de la zona occidental castellana, según caracterización de poetas y dramaturgos de la primera mitad de siglo7:

«Vayte a Menga. / Nunca tal adame yo»8.


«Miafé, 'señor' escudero! / Ella diga quién le agrada, / y de aquél sea adamada / aunque yo la amé primero»9.


Por ello, adamada resulta equivalente de 'galana', 'requerida de amores', o querida:

«Es tan fuerte mi adamada / que mata con su figura»10.


«Mil vezes te e requerido / que seas mi adamada»11.




2. En otros casos, la definición, antepuesta, se introduce mediante diferentes fórmulas, entre las que una de las más frecuentes es «quiere decir»:

«Por eso, dice que le "quedan" las criaturas "balbuciendo", porque no lo acaban de dar a entender; que eso quiere decir "balbucir", que es el hablar de los niños, que es no acertar a decir y dar a entender qué hay que decir».


(CA, 7, 10)                


El cultismo balbucir debía de ser de introducción bastante reciente. De hecho, no se halla recogido en el diccionario de Francisco del Rosal12, ni tampoco en el Tesoro de Sebastián de Covarrubias, donde solamente, s. v. baba, podemos leer que «los que tienen muchas bavas no pronuncian bien las palabras ni las letras, sola la B, como tenemos dicho, les es fácil, y de allí creo se dixeron 'balbucientes'»13. Autoridades, por su parte, describe al balbuciente, como «el que es tartamudo, torpe de lengua, que no articula ni pronuncia las palabras con perfección, ya sea por defecto de la naturaleza, o de la edad, o por causa de enfermedad o turbación». E. Pacho, que sugiere una posible inspiración en las Moralia de san Gregorio (N, 26)14, lo interpreta como un vocablo técnico especializado para designar la inefabilidad o el apofatismo de lo místico15. Aunque el DCECH16 documente este verbo por primera vez en San Juan y el CORDE17 proporcione el primer testimonio en el Cántico espiritual, balbucir y balbuciente fueron utilizados con anterioridad por el franciscano Bernardino de Laredo en la Subida del monte Sión, lectura probablemente conocida del carmelita:

«No sé si me do a entender, mas sé que me entenderá quien del secreto sossiego tuviere más experiencia, aunque vaya balbuciendo»18.


«Y si esto no se compadesce con la balbuciente lengua, a mí me basta saber que es patente y desseable y lo entiende la experiencia de los que buscan a Dios en la contemplación quieta»19.


Curiosamente, el adjetivo balbuciente constituye un tecnicismo de la metalurgia y minería de la segunda mitad del Quinientos, en acepción claramente figurada:

«Llámase balbuciente mezcla ésta, o tartamuda, porque parece al hombre tartamudo, que unas vezes pronuncia las letras bien y otra mal. Señal d'esto manifiesta es que el plomo y estaño, por su mala mixtura, estando mucho tiempo quajados sin derretir por la parte de fuera, de blancos se buelvan pardos cenizosos y negros»20.


«Aquellas cosas que son de su natura balbucientes en mixtura, como el estaño, quanto más se derriten, más se secan y buelven quebradizas»21.


Y la acepción técnica se sigue documentando en algún texto especializado de la primera mitad del XVII:

«Engéndrase el estaño común de los mismos principios que el plomo, pero más purificados y limpios, de donde le procede el ser más blanco y más duro, aunque por la mala mixtión de sus pastas se llama balbuciente y causa el estridor que se ha dicho»22.


San Juan de la Cruz se sirve de idéntico esquema para definir discurrir, usado como cultismo semántico, en tanto que rescata una acepción clásica:

«Es a saber: las almas devotas, con fuerzas de juventud, recibidas de la suavidad de tu huella, "discurren", esto es, corren por muchas partes y de muchas maneras (que eso quiere decir "discurrir"), cada una por la parte y suerte que Dios la da de espíritu y estado, con muchas diferencias de ejercicios y obras espirituales, "al camino" de la vida eterna, que es la perfección evangélica, por la cual encuentran con el Amado en unión de amor, después de la desnudez de espíritu y de todas las cosas».


(CA, 16, 3)                


Eulogio Pacho precisa que este uso sanjuanista constituye un hápax, pues en otras obras discurrir está empleado como de 'considerar', 'meditar', etc.23 El sentido primigenio lo explica por los condicionamientos del verso sobre la prosa y la fidelidad a la fuente bíblica, el curremus de la Vulgata. Si bien Covarrubias solo contempla su significado intelectual, el DCECH precisa que discurrir se utilizaba en la segunda mitad del XVI con dos acepciones principales: 'tratar de algo' y 'correr acá y acullá'. Esta última se documenta también en otros poetas renacentistas24.

Lo mismo se atestigua en el caso de otro verbo, definido por San Juan esta vez sin lematizar en el infinitivo, pero con precisiones sobre su etimología latina y culta:

«A las criaturas racionales, como habernos dicho, entiende aquí por los que vagan, que son los ángeles y los hombres, porque solos éstos entre todas las criaturas vacan a Dios, entendiendo en Él; porque eso quiere decir ese vocablo "vagan", el cual en latín se dice "vacant". Y así, es tanto como decir: Todos cuantos vacan a Dios; lo cual hacen los unos, contemplándole en el cielo y gozándole, como son los ángeles; los otros, amándole y deseándole en la tierra, como son los hombres».


(CA, 7, 6)                


Vacar constituye un tecnicismo escolástico, empleado en fórmulas que requieren dativo estimológico -especialmente frecuente en traducción de la latina vacare Deo-, que Autoridades define como «dedicarse o entregarse totalmente a algún ejercicio determinado», en este caso a la contemplación divina. Si bien el DCECH lo documenta en María Agreda, no obstante, ya aparece utilizado por Laredo, Juan de los Ángeles y Osuna, esto es, dentro de un registro místico, como puede comprobarse en el fragmento siguiente:

«Compra, pues, hermano, como el hombre evangélico, el tesoro de la Pasión con gozo, esto es, el campo de sangre donde el tesoro de las riquezas de Dios está escondido, que mientras más vacares meditando con tu entendimiento, más rico serás»25.


La misma técnica la repite el místico castellano para definir un sustantivo culto en la Llama:

«Para inteligencia de lo cual es de saber que obumbraçión quiere deçir tanto como haçimiento de sombra, y haçer sombra es tanto como amparar y favoreçer y haçer merçedes, porque cubriendo la sombra es señal que cada persona, cuya es, está çerca para favoreçer y amparar»26.


(LB, 3,12)                


Obumbración no está registrado en el DCECH ni tampoco se halla en el CORDE. J. García Palacios lo considera derivado del verbo latino obumbrare, presente en la Vulgata, o procedente de un obumbratio, documentado en comentarios a textos bíblicos, pero no en el Texto Sagrado27.



3. La inclinación de San Juan de la Cruz por las voces elevadas se vuelve a poner de relieve en la utilización de la voz austro, socialmente marcada y enfrentada a un equivalente más popular, antes de ser definida o, más bien, descrita poéticamente:

«El austro es otro viento, que vulgarmente se llama ábrego. Éste es aire apacible, causa lluvias y hace germinar las yerbas y plantas, y abrir las flores y derramar su olor; tiene los efectos contrarios a cierzo. F así, por este aire entiende aquí el alma al Espíritu Santo, el cual dice que "recuerda los amores", porque cuando este divino aire embiste en el alma, de tal manera la inflama toda y regala y aviva, y recuerda la voluntad y levanta los apetitos que antes estaban caídos y dormidos al amor de Dios, que se puede bien decir "que recuerda los amores"».


(CA, 26,3)                


Es evidente la discrepancia con los criterios de selección adoptados por otros autores espirituales en contextos similares. Así, fray Luis de León prefiere, justamente, el vocablo caracterizado por el carmelita como «vulgar»:

«¡Sus, cierzo, y ven, ábrego!

Esto es un apostrofe y vuelta poética muy graciosa, en la qual el Esposo, haciendo 'hecho mención y pintura de un tan hermoso jardín [...], vuelve su plática a los vientos, cierzo y ábrego, pidiéndole al uno que se vaya y no dañe en este su lindo huerto, y al otro que venga y con su soplo templado y apacible le recree y le mexore y ayude a que broten las plantas que hay en él; que es bendecir a su Esposa y desear su felicidad y prosperidad»28.


Mientras que Francisco de Osuna, unos años antes, prefiere el también más castizo solano:

«Por lo qual, dize Él en los Cánticos: "Levanta de ai, cierço, y ven, solano, a soplar a mi huerto y correrán sus aromáticos olores".

[...] El segundo viento, que es cálido y húmedo y generativo, significa el aflato y socorro del Espíritu Sancto, el qual se llama para dar vida al cuerpo del Señor y quitarle aquellas aromáticas unciones y darle otras de gloria que nunca cessen de dar olor en el Paraíso de Dios»29.


Evidentemente, la predilección del santo abulense está mediatizada por la Biblia, toda vez que el Cantar de los cantares trae: «Surge aquilo et veni auster, perfla hortum meum et fluant aromata illius» (IV, 16)3031, si bien es preciso reconocer que Osuna y fray Luis, enfrentados al mismo problema, hacen una traducción menos literal y menos culta.

Aunque desde la perspectiva actual resulte sorprendente e incluso pudiera parecer superfluo, San Juan de la Cruz considera necesario aclarar con un sinónimo patrimonial el término aurora:

«Y llama bien propiamente aquí a esta luz divina "levantes de la aurora", que quiere decir la mañana. Porque, así como los levantes de la mañana despiden la oscuridad de la noche y descubren la luz del día, así este espíritu, sosegado y quieto en Dios, es levantado de la tiniebla del conocimiento natural a la luz matutinal del conocimiento sobrenatural de Dios, no claro, sino, como dicho es, oscuro, como noche "en par de los levantes de la aurora"».


(CA, 13-14, 23)                


Informa el DCECH (s. v.) que, a pesar de documentarse esta voz en Berceo, «los textos posteriores dan la impresión de un uso puramente culto y artificial», si bien matiza que «desde el s. XVI se hace ya muy corriente, por lo menos en poesía». En efecto, Covarrubias (s. v.), antes de definirlo como «la primera luz del día con la qual el ayre se illustra y empieça a resplandecer por tener ya cercano el sol, anunciado por la aurora», caracteriza este vocablo como «poético en castellano». Por ello, precisa: «Danle los poetas varios epítetos, llamándola clara, fúlgida, áurea, blanca, roscida, purpúrea, aljofarada, húmida, luzífera, praevia, flava, rubicunda, hermosa y otros muchos, según el propósito y ocasión en que se haze mención della». Por el tipo de adjetivos reseñados, es evidente el carácter culto, incluso hiperculto, de estos usos. Por otro lado, en el corpus del Diccionario de la Técnica del Renacimiento solo hemos hallado tres ocurrencias de este vocablo, dos de las cuales designan una estrella o cometa concretos:

«En la exaltación de Marte, que es el signo de Capricorno, o en su contrario, se haze una estrella pequeña, bermeja, con la cola levantada hazia arriba, con la cabeça baxa, y llámanla Aurora»32.


«El nombre y qualidad d'este número de cometas, según dizen los astrólogos, se pone con tal orden que al primero llaman Negro, [...] El octavo se llama Aurora, como de su color colorado, con grande cola, pero menor que la del passado»33.


Solamente hay una mención de un texto coetáneo de San Juan de la Cruz, donde se le asigna un referente que coincide con el sentido actual, pero con la marca expresa de latinismo no asimilado aún y la aportación del sinónimo castellano alba:

«Crepúsculo de la mañana, el qual los latinos llaman aurora e nosotros alba, quiere dezir el tiempo que se comprehende entre la claridad del día y obscuridad de la noche. Y quando el ayre comiença a resplandecer se dize principio del crepúsculo de la mañana»34.


Un repaso al CORDE, entre las fechas 1000-1600, arroja una cifra de 186 apariciones, en las que parece confirmarse la utilización restringida de este vocablo en registros elevados, preferentemente poéticos, lo que explicaría los escrúpulos del santo, al servirse de esta voz, de que no fuera bien comprendida por unas monjas alejadas de lecturas pertenecientes a este ámbito.



4. En otros casos, sucede a la inversa: el santo proporciona un sinónimo culto para un término patrimonial, cultismo introducido mediante la fórmula «que por otro nombre llaman / se llaman»:

«Y también se puede entender por las hermosas guirnaldas, que por otro nombre se llaman lauréolas, hechas también en Cristo y la Iglesia, las cuales son de tres maneras».


(CA, 21, 6)                


Mientras guirnalda, o su variante más antigua guirlanda, es una voz tradicional, al menos desde el s. XIII, el cultismo laureola se documenta en el CORDE por primera vez en Juan de Mena. La variante acentuada lauréola lo hace por primera vez en el Cántico espiritual. Covarrubias no lo trae, como tampoco del Rosal, pero Autoridades recoge ya dos sentidos de este vocablo: uno laico: «Coronas de laurel con que se premiaban los hechos y virtudes grandes de los héroes», y otro religioso, con el que es empleado aquí.

De la misma manera procede San Juan con los resplandores de la Llama:

«Porque estos resplandores por otro nombre se llaman obumbraciones».


(LB, 3, 12)                


Ya hemos mencionado antes el neologismo obumbración; ahora solo queremos señalar que, además, en las obras sanjuanistas se recoge otra creación morfológica tampoco registrada en el DCECH ni en el CORDE académico, obumbramiento, que difiere de la primera por la inserción de un sufijo menos culto. No obstante, mientras obumbración se utiliza cuatro veces35, obumbramiento aparece solo en dos ocasiones, lo que, unido a la tendencia a la duplicación latinizante, es indicio, una vez más, de las preferencias cultistas del místico castellano36.



5. En diversas ocasiones, aunque el vocablo objeto de definición sea popular, patrimonial o préstamo ya asimilado, San Juan aplica la misma técnica lexicográfica -en la que es difícil deslindar el término de su referencia-, mediante introducción del verbo ser, directamente o a través de una oración de relativo:

«El cierzo es un viento frío y seco y marchita las flores; y porque la sequedad espiritual hace ese mismo efecto en el alma donde mora, la llama "cierzo"; y "muerto", porque apaga y mata la suavidad y jugo espiritual; por el efecto que hace, la llama "cierzo muerto"».


(CA, 26,2)                


«Así como la piña es una pieza fuerte, y en sí contiene muchas piezas fuertes y fuertemente abrazadas, que son los piñones, así esta piña de virtudes que hace el alma para su Amado es una sola pieza de perfección del alma, la cual, fuerte y ordenadamente, abraza y contiene en sí muchas perfecciones y virtudes muy fuertes, y dones muy ricos».


(CA, 25, 5)                


«Todas las potencias y sentidos de esta parte sensitiva los podemos llamar "arrabales", que son los barrios que están fuera de la ciudad».


(CA, 31, 4)                


Con mucha frecuencia, la descripción de lo denotado por el vocablo va introducida por el nexo «se llama»:

«"Ejido" comúnmente se llama un lugar común donde la gente se suele juntar a tomar solaz y recreación y donde también apacientan los pastores sus ganados. Y así, por "el ejido" entiende aquí el alma el mundo, donde los mundanos tienen sus pasatiempos y tratos, y apacientan los ganados de sus apetitos».


(CA, 20, 2)                


Puede comprobarse la coincidencia con la definición propuesta por Covarrubias (s. v.): «Es el campo que está a la salida del lugar, el qual no se planta ni se labra, porque es de común para adorno del lugar y desenfado de los vezinos dél y para descargar sus mieses y hacer sus parvas»37.

Como ocurría con los cultismos, el místico carmelita en algunos casos incorpora un sinónimo introducido por «quiere decir»:

«Porque "pastor" quiere decir apacentador».


(CA, 2, 2)                


Covarrubias solo trae apacentar, que define como «darle [al ganado] pasto», aunque matiza su utilización translaticia al sentido espiritual de raigambre evangélica. El Diccionario de Autoridades lo equipara a pastor -en lo que coincide con el santo-, si bien precisa que es «voz de poco uso». En efecto, apacentador está recogido, pero no documentado, en el DCECH y el CORDE solo ofrece este único testimonio de San Juan de la Cruz.

Muy frecuentemente el término va seguido de una explicación que justifica la propia denominación. En esquema: «llaman / se llama X, porque...». Así sucede, por ejemplo, con un adjetivo deverbal, que es desarrollado mediante una oración de relativo y de manera causativa, con un doblete sinonímico:

«Y llama "veladores" a estos temores, porque de suyo hacen velar y recordar al alma de su suave sueño interior».


(CA, 29, 6)                


Puede comprobarse la sensibilidad morfológica de San Juan. En efecto, Nebrija, en su Gramática, ya había señalado que «en esta terminación [-dor], sale de cada verbo un nombre verbal, que significa ación & pertenece a machos, como de amar, amador; de andar; andador; de leer, leedor, o como en latín 'lector'; de correr, corredor; de oír, oidor; de huir, huidor. Estos se forman del infinitivo, mudando la r final en dor»38. Así, pues, los derivados en -dor, sufijo muy rentable en la época, designan nombres de agentes, preferentemente si contienen el rasgo animado -velador tiene el significado de 'centinela' o 'vigía' en Aleixandre-, y nombres de instrumentos, si se refieren a seres no animados. Los primeros pueden clasificarse gramaticalmente como adjetivos o como sustantivos. Los adjetivos, predominantes en Nebrija, son muchas veces presentados en el Vocabulario mediante una paráfrasis a partir del verbo del que procede el derivado en -dor.

«Contador que cuenta, calculator, oris; corredor que corre, cursor, oris; corredor que roba el campo, excursor, oris»39.


De hecho, Covarrubias (s. v. vela2) al definir velador, proporciona dos acepciones distintas, como agente y como instrumento: «o el que vela o el candelero sobre el qual se pone la vela». En el corpus del Diccionario de la Técnica del Renacimiento, hemos encontrado una mención de este último:

«El modo o fábrica d'este instrumento es en este modo: que se haze un pie de madera, a modo de un velador de los que se pone en los candiles, y asiéntasele en el medio una regla que sea de una madera muy solidad»40.


Autoridades define en primer lugar el adjetivo; después el sustantivo animado: «el que vigilantemente y con solicitud cuida de alguna cosa»; finalmente, el instrumento: «se llama también el candelero regularmente de palo, en que se coloca la luz, para alumbrarse los oficiales que trabajan de noche», en lo que parece coincidir con el referente descrito por el Pseudo Juanelo.

Lo mismo sucede con el sustantivo configurado por la fórmula tradicional del «no sé qué»:

«Y también dice que no solo eso, sino que también está muriendo de amor a causa de una inmensidad admirable, que por medio de estas criaturas se le descubre, sin acabársele de descubrir, que aquí llama "no sé qué, porque no se sabe decir, pero ello es tal, que hace estar muriendo al alma de amor».


(CA, 7,1)                


«El alma que lo experimenta, como ve que se le queda por entender aquello de que altamente siente, llámalo "un no sé qué"; porque, así como no se entiende, así tampoco se sabe decir, aunque, como he dicho, se sabe sentir».


(CA, 7,10)                


En algún caso concreto, con este mismo esquema, introduce el santo dos acepciones distintas de un mismo término, mediante una explicación disyuntiva:

«Porque "extraño" llaman a uno por una de dos cosas: o porque se anda retirado de la gente, o porque es excelente y particular entre los demás hombres en sus hechos y obras. Por estas dos cosas llama el alma aquí a Dios "extraño" porque no solamente es toda la extrañez de las ínsulas nunca vistas, pero también sus vías, consejos y obras son muy extrañas y nuevas y admirables para los hombres».


(CA, 13, 8)                


También Covarrubias distingue varias acepciones de este vocablo: «lo que es singular y extraordinario». «El que no es nuestro; y algunas vezes se toma por el que no es de dentro de nuestra casa o de nuestra familia o de nuestro lugar, y otras por el forastero, el no conocido, el de otro reyno». San Juan manifiesta marcada predilección por este adjetivo que repite insistentemente y utiliza con más acepciones de las reseñadas, algunas de ellas con matices que cristalizarán en época barroca, pero que se deslizan hacia el ámbito de lo extraordinario, maravilloso, inefable, místico en fin41. Ello explica que cuando tenga que aludir al descubrimiento íntimo y gozoso de la inmensa hermosura de Dios, lo identifique con unas ínsulas extrañas, que describe poéticamente:

«Las ínsulas extrañas están ceñidas con la mar y allende de los mares, muy apartadas y ajenas de la comunicación de los hombres; y así, en ellas se crían y nacen cosas muy diferentes de las de por acá, de muy extrañas maneras y virtudes nunca vistas de los hombres, que hacen grande novedad y admiración a quien las ve. Y así, por las grandes y admirables novedades y noticias extrañas, alejadas del conocimiento común que el alma vee en Dios, le llama "ínsulas extrañas"».


(CA, 13, 8)                


En resumen, como reconoce C. Cuevas, «estamos ante una prosa apasionada, didáctica y artística a la vez, caracterizada por su mesurada transgresividad y su capacidad expresiva»42. Siguiendo las huellas del maestro amigo, hemos explorado en los textos en prosa una faceta poco rastreada de la actividad lexicográfica del místico castellano. Y esta vía nos ha permitido descubrir nuevos aspectos de su competencia en el manejo de la herramienta lingüística y de su sensibilidad abierta siempre a la belleza, para gozarla con amor y también por amor difundirla.







 
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