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El prestigio de España

Manuel Ugarte





Cuando nos hablan en el Bulevar de los éxitos de una bailarina española, o del renombre de una tonadillera aplaudida en el «Music-Hall», sentimos la natural satisfacción de que los artistas de nuestra raza triunfen y se impongan en la capital cosmopolita. No es aventura fácil ni está al alcance de todos. De los cuatro puntos cardinales acuden aquí peregrinos ávidos de consagración y fortuna. Y el rápido encumbramiento, la victoria franca de algunos de los nuestros, es una prueba más de la fuerza de irradiación y de las virtudes enérgicas del alma nacional.

No cabe esconder, sin embargo, que en el fondo de estas satisfacciones asoma a veces una mortificación inconfesada ante la localización de los triunfos en zonas que prolongan la leyenda, tanto más firme cuanto más absurda, que se designa, en bloque, con el nombre genérico de «espagnolade». La tendencia a hacer con notas regionales y formas accesorias una representación definitiva, el viejo engaño que induce a erigir el café-concierto y las corridas de toros en símbolo nacional, ha perjudicado tanto a España en el extranjero y le ha restado de tal suerte prestigio y seriedad, que el auge vocinglero y la moda propicia a ciertas manifestaciones, con ser de suyo notas amables y halagüeñas, nos dejan siempre un amargor.

Pero he aquí algo que envuelve un homenaje a la verdadera grandeza de España y a la irradiación durable de su genio.

M. Pierre Rameil, encargado por la Cámara de Diputados de estudiar la creación en Madrid de una «Casa de Velázquez», acaba de presentar una Memoria entusiasta, y el proyecto se transforma en realidad. El nuevo organismo, destinado a facilitar el estudio del arte, la literatura y la historia, será una institución hermana de la villa Médicis de Roma, a la cual envía Francia desde hace largos años una «élite» de pintores y hombres de estudio. Los jóvenes que se distingan aquí por su preparación o su talento, irán a España a ponerse en contacto con el pasado prestigioso y con la vida actual, para traer después, en la mente o en el corazón, recuerdos, enseñanzas, belleza. Los nuevos podrán estudiar así a los maestros bajo el cielo mismo en que aquéllos se inspiraron y en la atmósfera en que dieron sus mejores frutos. Y los Museos como las Bibliotecas, los paisajes como las costumbres, que antes se dibujaban borrosamente a causa de la distancia, recobrarán sus líneas exactas a los ojos de las nuevas generaciones francesas.

M. Rameil saluda la influencia española sobre la literatura de su país en diferentes épocas de la historia, y traza un rápido esbozo del pasado y del presente.

«Esa brillante España -dice-, que en los siglos XVI y XVII asombraba con la inagotable fecundidad de un Lope de Vega, un Cervantes, un Lope de Rueda, un Guillén de Castro, un Alarcón, un Calderón de la Barca, un Tirso de Molina, que ilustraban su literatura y su teatro, mientras el Greco, Ribera, Velázquez, Murillo, aseguraban a su pintura un renombre inmortal; esa brillante España anuncia hoy en todas las artes un vigoroso renacimiento: Pérez Galdós, Blasco Ibáñez, Palacio Valdés, Menéndez Pidal, Unamuno, Benavente, honran la tierra en que nacieron, y los pintores contemporáneos: Sorolla y Bastida, Zuloaga, Anglada, Utrillo, Beltrán y Masses, los dos Zubiaurre -representados casi todos en nuestro Museo del Jeu de Paume- figuran entre los artistas más grandes de nuestro siglo».

Poco importan los errores, las anomalías, las omisiones, las desigualdades de una enumeración hecha al pasar por un político que no es un hispanista consumado y que sólo aspira a exponer en líneas amplias los fundamentos de la resolución oficial. Lo importante es la reacción que se anuncia. Se van a votar, al fin, los cuatro millones de francos que exige la empresa. Porque de tan prosaico requisito depende en todas partes el triunfo de un ideal superior. Llenadas las fórmulas, todo concurrirá al desarrollo de la fecunda iniciativa.

Roma fue, desde luego, la cuna de la latinidad, y las ruinas, las obras maestras, la influencia inmortal de sus tradiciones de arte constituirá siempre un tesoro para todas las generaciones. La creación de la Villa Médicis tradujo un sentimiento unánime. Pero era injusto olvidar a otra gran nación que en ciertas manifestaciones -la pintura, por ejemplo- creó y mantiene una escuela preeminente y gloriosa. La Villa Velázquez es un paso dado hacia el reconocimiento del prestigio de España en las manifestaciones superiores. Y el hecho merece ser subrayado de la manera más especial.





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