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Escritos menores

José de Acosta






ArribaAbajo- I -

Carta a San Francisco de Borja, general de la Compañía de Jesús, en que pide las misiones de Indias (Ocaña, 23 de abril de 1569)


Muy reverendo padre nuestro en Cristo.Gratia et pax Christi. El año pasado, cuando fué el P. Gobierno a Roma, le di una memoria que comunicase con vuestra paternidad de los deseos que nuestro Señor me daba de servir más a su divina Majestad, especialmente en las partes de las Indias; y con la respuesta de vuestra paternidad que el P. Maestro Dionisio me escribió aprobando aquellos deseos, me consolé.

Ahora me ha parecido no haría lo que debo a la -buena voluntad que nuestro Señor es servido darme en esta parte, si no declarase más a vuestra paternidad lo que de mí siento. Porque, aunque es verdad que habrá ya ocho o nueve años que ando con estos pensamientos y deseos, pero de algunos meses acá son mucho más crecidos, y con más eficacia y confianza que no han de ser de balde, así por sentir siempre más voluntad después de haber dicho muchas misas y ofrecídome al Señor lo que he podido, como por ver en mí notable ventaja de salud corporal, que con el mismo ejercicio que se pensó me hiciera daño ha crecido, y tengo esperanza en Dios no me faltará para todo lo necesario; que esta cuaresma, con la lección ordinaria y dos sermones en la semana y razonablemente de confesiones, no hice falta, antes salí con más fuerzas, y así entiendo será en lo que la obediencia me ordenare. El dolor que solía tener del pecho es muy poco o cuasi nada, y en lo demás me hallo bueno, a lo menos no de suerte que tenga indisposición de importancia.

Lo que me suele despertar estos deseos principalmente es parecerme que, para salir de un paso ordinario en que me persuado caminar poco en el divino servicio, me haría la misma necesidad ser otro donde no hay este entretenimiento y regalo ordinario. Y aunque de mi flaqueza temo, pero de la confianza que en nuestro Señor tengo y de alguna experiencia, tengo entendido me ayudarían mucho las mismas cosas que no dejan a uno olvidarse de sí. También se me pone delante que, si Dios nuestro Señor y la Compañía halla en mí algunas partes para ayudar a otros, se hace esto en aquellas partes con menos peligro de vanidad y con esperanza de más fruto, a lo menos hay más necesidad y por acá se haría poca falta, donde hay tantos que sean para esto. Y represéntaseme que si en aquellas partes se han de criar obreros, por no ser posible ir todos hechos de acá que ordenándolo Dios nuestro señor, lo que hago acá haría de muy buena gana por allá o donde la obediencia me señalare, y que de esto resultaría mucha ayuda para lo que se pretende.

Pero lo que sobre todo hallo mover mi voluntad es algún deseo de la cruz de Nuestro Señor, y de ser agradecido al que tan liberalmente se me dió, lo cual en los trabajos y contradicciones y soledad y penuria y peligros que allá se pasan, siendo los que deben los obreros del Señor, con su gracia hace que le parezcan e imiten en algo; y de esto suelo sentir muchas veces harto fuertes deseos con una confianza y seguridad grande, que si el Señor por mano de mi superior me enviase, no sería parte mi flaqueza y pocos merecimientos para estorbar tanto bien. No sé, padre, si su divina bondad me tiene guardado tal tesoro, y hasta poner mi alma ante vuestra paternidad no me parece cumplo con la fuerza que en esto tantas veces me hace, no teniendo por imposible ante su divino acatamiento lo que está muy lejos del parecer humano. De una cosa estoy persuadido: que el día que supiese ser esta su voluntad, de lo cual me aseguraría con disponerlo mis superiores, no hallaría cosa que me pusiese miedo, ayudándome la divina gracia.

La inclinación mía no la siento a parte determinada, mas de generalmente parecerme que entre gente de alguna capacidad y no muy bruta, me hallaría mejor, aunque hubiesen otros contrapesos. También con el haberse comenzado a abrir el camino a las Indias occidentales de España, se me ha representado que entre los que hubiese vuestra paternidad de enviar para ayudar por allá podría hacer mi parte si me mandasen hacer lo que acá hago, de leer teología o predicar o otro ministerio alguno. Y si a esotras Indias me enviase la obediencia, en quedarme en Goa o por allí, hallo alguna repugnancia por parecerme que debe de ser poco más aquello que lo de acá. Pero en todo entiendo hallaré mucha quietud siéndome significada la voluntad de vuestra paternidad, a quien pido por Jesucristo nuestro señor no tome esta carta como escrita con algún súbito fervor, porque me cuesta muchos días de pensallo y encomendallo a nuestro Señor, en quien espero me ha de ser de algún fruto.

Pareciéndole a vuestra paternidad in Dominodisponer de mí en alguna cosa de lo que toca a misión, serme hía mucho consuelo se ordenase de suerte que hubiese ejecución y no se estorbase con réplicas o contradicciones, las cuales a los que consideran mis merecimientos soy cierto no han de faltar. Y si nuestro Señor me hiciese tan señalada merced, tendría por grande y perpetuo consuelo tener patente de vuestra paternidad para lo que de mí in Domino ordenase, y hasta tener alguna claridad en esto, siempre, estaré suspenso.

Vuestra paternidad perdone lo que me he alargado, que, como no tengo otros negocios ni otros despachos que me importen, en éste me parece que me va mi caudal todo. Dé nuestro señor Dios a vuestra paternidad la salud y fuerzas para su divino servicio, que deseo y suplico siempre a su divina Majestad. Amén. De Ocaña, 23de abril de 1569. De vuestra paternidad hijo y siervo indigno. -Josef de Acosta.

El P. Luis de Guzmán, de quien pienso dió noticia a vuestra paternidad el P. Gobierno el año pasado, que agora es compañero del P. Provincial, me pidió que significase lo que de él entendía, por no atreverse por sí a escribir a vuestra paternidad. Lo que de sus deseos tengo entendido, por haber tratado su alma algún tiempo, es ser eficaces y verdaderos y cada día mayores de padecer algo por amor de nuestro Señor, mayormente en las partes de Indias, sin tener más inclinación a unas que a otras. Su salud y fuerzas corporales son buenas; sabe bastantemente y tengo por cierto que, poniéndole en ello, es suficiente para leer teología mayormente, dándole ayuda. Tiene don de nuestro Señor a lo que siento, en tratar almas y, sobre todo, mucha mortificación y humildad. El está con grande confianza que vuestra paternidad se ha de acordar de él en alguna misión de Indias, y con esta esperanza se halla muy consolado.




ArribaAbajo- II -

Carta a San Francisco de Borja, sobre su viaje al Perú (Sanlúcar de Barrameda, 1 de junio de 1571)


Jhs. Muy reverendo padre nuestro en Cristo. Gratia et pax Chisti. Desde Sevilla escribí a vuestra paternidad, a los últimos de marzo, cómo el hermano Diego Martínez y yo veníamos a Sanlúcar para embarcarnos en el armada del cargo de Pero Meléndez. En Sanlúcar ha ya más de dos meses que estamos, porque hasta mediado mayo se fué en aguardar se pagase la gente, y después de pagada y embarcada, en esperar tiempo, que cerca de un mes le hizo muy contrario, y así fuimos forzados a embarcarnos y tornarnos a desembarcar cuatro veces, con harta molestia que en esto se pasó.

A los 15 de mayo el armada se hizo a la vela, y ordenó el Señor que al salir de la barra, el galeón donde íbamos tres de la Compañía (que ya había venido el P. Andrés López, el cual en el camino había enfermado y llegado a lo último), con ser de los mejores y más ligero, tocase en unos bajos donde zabordó sin poder ir a una parte ni a otra. Estuvo seis horas dando grandes y continuos golpes en aquellas peñas, y túvose por tan sin remedio, que el piloto de la barra se echó al agua por huir, dejándonos perdidos a los que íbamos dentro. Fué cierto un día de aprieto y trabajo, porque con muchas diligencias nada aprovechaba. A nosotros nos dió el Señor un muy particular consuelo y alienta para no dejar la gente, sino ayudalles y animalles, de lo cual resultó notable edificación y amor. Al cabo, con la creciente de marea y con un aire algo recio que sopló del mar, el navío salió, pero haciendo tanta agua que no pudo proseguir con el resto de la armada, sino venirse al puerto a reformar y dar carena.

El adelantado Pero Meléndez que había venido a socorrer el navío, me convidó a que me fuese a su capitana y que como a su propia persona me trataría. Halléme cierto dudoso y en fin me resumí en quedar por estar a la misma sazón el hermano Martínez con calentura ya de dos días y sangrado, y parecióme forzoso el quedarme a curalle, que de verdad fué de las mayores mortificaciones que he tenido ver ir a la armada que tanto tiempo había esperado, y fué necesario el quedar porque aun acá curado, con toda diligencia, fué el mal recio y peligroso, por donde entiendo que se muriera si pasara en la navegación. Todo el tiempo que hemos estado en Sanlúcar nos ha proveído de aposento y comida y cura y de todo regalo la ilustrísima Condesa de Niebla con un particular amor. Hanle sido gratos los sermones que de ordinario se han hecho, a lo que parece con algún buen efecto; yo he tenido siempre salud, gloria al Señor, y así he podido entender en esto y en algunas confesiones.

Habrá dos días tuve aviso cómo el Rey mandaba que este navío saliese luego en seguimiento de su viaje, y el capitán de él, que es almirante de esta armada, me escribió que ya estaba todo aderezado, y que para el domingo que viene, que es Pascua de Espíritu Santo, pensaba salir. Desea mucho le hagamos compañía él y su gente, y es mucho lo que debemos a este caballero. Yo me he hallado muy perplejo en esto por parecerme que todavía corre algún riesgo yendo a solas: he consultado el P. Provincial Cañas y no tengo respuesta; los compañeros después de muy mirado Y encomendado a Dios se inclinanomnino a ir y les parece ésta la voluntad del Señor; gente muy diestra y amiga me aconseja no pierda este buen tiempo y la grande comodidad que en este navío nos hacen; el riesgo les parece poco o ninguno por ser el galeón grandemente ligero y ir muy bien aderezado de artillería y gente de guerra, y el capitán y piloto de él ser por extremo expertos en esta carrera de Indias, que el uno la ha andado catorce veces y el otro diez y siete, y deséannos entrañablemente para el ayuda y remedio de sus almas, avisados del suceso pasado.

Todo esto me ha persuadido que si vuestra paternidad estuviera presente y viera el buen ánimo y confianza que el Señor nos da, que de verdad es grande, desde luego nos echara su santa bendición, y así la Dido por Jesucristo nuestro Señor para mí y para los dos compañeros que su majestad me ha dado, que son el padre Andrés López y el hermano Dieffo Martínez. Y con esta seguridad de lo que me persuado de la voluntad de vuestra paternidad en esta parte, pienso no detenerme más, sino seguir la derrota que este navío llevare, el cual va en busca de la armada, y hallándola conforme al orden que dejó el General de ella, podremos en este navío o en otro de la armada llegar a Tierra Firme con otra mucha gente que va en ella para el Perú.

Del P. Fonseca me escriben de Sevilla que cada día le aguardan. Si llegase a, tiempo y tuviese orden de vuestra paternidad de nuestro viaje, seguiría su ordenación, sino, creo será la resolución la que he dicho, porque el mismo P. Fonseca y el P. Provincial Cañas por sus cartas me han significado que no viene esta misión de vuestra paternidad cometida a él, y como mi carta tampoco me daba a mí orden en ella, siempre he tenido alguna pena y deseo de mayor noticia en esto. En la pasada escribí los méritos que hallo en este hermano Diego Martínez para ser sacerdote, por haber oído su teología y ser muy religioso y obediente y ejercitado en la Compañía. Deseo vuestra paternidad de licencia de ordenalle, y por este respeto darle la profesión de tres votos.

No tengo otra cosa que representar de nuevo a vuestra paternidad, sino pedir por amor del Señor ayude a la necesidad de estos siervos en sus sacrificios santos y oraciones, y lo mismo ordene a nuestros carísimos padres y hermanos, para que a mayor gloria del Señor cumplamos nuestra misión. Al adelantado Pero Meléndez deseo consolase vuestra paternidad en dalle algunos para La Habana, porque nunca ha dejado de decirme lástimas de cómo la Compañía le quería dejar. Espero en el Señor dará gente para que vuestra paternidad pueda consolar a todos. De Sanlúcar, 1º de junio de 1571. De vuestra paternidad hijo y siervo indigno. -Josef de Acosta.




ArribaAbajo- III -

Lo que al Padre José de Acosta le pasó con el reverendísimo Arzobispo de Santo Domingo sobre cosas de la Compañía


1. Hallándome en Santo Domingo de la Española, confuso con ver que aunque el Arzobispo me había dado licencia de predicar, por otra parte me procuraba estorbar y atajar los sermones, determiné después de encomendarlo al Señor, de aclararme y echar aparte de una vez esta jornada; y así, después de visitar y besar las manos a su Señoría le dije: Señor reverendísimo: Si Vuestra Señoría me da licencia trataré de la dificultad que hallo en esto de predicar. Porque por una parte Vuestra Señoría me ha concedido licencia para hacerlo, y por otra parte parece que no gusta de que lo haga, según hallo embarazados los púlpitos estando aceptado el sermón. Si es la causa parecer que la voluntad y calor que en esto pongo es más de liviandad y ambición y deseo de aplauso humano que de buen celo y deseo, lo que en esto hay el Señor lo conoce bien. Lo que yo puedo decir es que cierto para buscar esa vanidad me parece largo camino el de tantas leguas de mar; que ya que se pretendiera, a menos costa se hallará en España esa ganancia. La doctrina que predico, ya Vuestra Señoría la ha oído y aprobado más de lo que merezco. Si tengo en algo ofendido a Vuestra Señoría (que según me parece se usan lenguas, por ventura alguno habrá dicho algo), la verdad de que el Señor es testigo es que muy particularmente le he deseado servir; y en lo que en mí ha sido procurado por todas vías. Lo que me han dicho y yo tengo entendido es que Vuestra Señoría reverendísima no siente bien de esta nuestra religión. Deseo saber la causa, porque hasta agora, en más de diecinueve años que estoy en ella, no he visto ni entiendo qué causa haya digna de sentirse mal: y si en esto vivo engañado recibiré mucha merced en desengañarme con Vuestra Señoría.

2. A esto, el Arzobispo dijo: Holgado he que vuestra reverencia haya tratado eso conmigo, porque soy amigo de claridades. Lo que le han dicho que no siento bien de su orden, no tienen razón los que lo dicen; porque bien sé que está aprobada por la Iglesia, y sé que la Iglesia en esto no puede errar. Es verdad que algunas y muchas cosas de ella no me parecen bien a mí ni a otros muchos. Los particulares supuestos, por cierto a mí siempre me han parecido muy honradas personas, y que no hay cosa que decir mal de ellos; y así lo dije yo en una junta de señores principales en España: pero tiene muchas cosas su Orden que van fuera de todo camino de religión y profesión evangélica, y así no es cosa que puede durar mucho; porque va violento y núllum violentum durabile, que dicen allá. Porque, Padre, donde nosotros acabamos ahí veo que comienzan vuestras reverencias. Comen muy bien, visten muy buen paño y lienzo, trátanse bien y regaladamente, no profesan penitencia, todo lo quieren abarcar y alzarse con todo, y llámanse Orden de Jesús. ¿Orden de Jesús? ¿quorsum? Nihil minus que orden de Jesús. Jesús fué pobre y vivía de limosnas; vuestras reverencias tienen muy buenas rentas y van apañando cuanto pueden, que en pocos años tienen la mitad de los beneficios que hay en España, y en Portugal todo el reino es suyo; que lo que dicen de colegios y casas profesas es cosa de aire, que todos son colegios con renta. Alcalá sola tiene mil ducados de renta. ¡Orden de Jesús! Jesús hacía penitencia y pasaba con pobreza; ellos profesan tratarse bien. Y veamos, ¿es orden de Jesús recibir solamente los ricos y los doctos; y a los pobres y que no han estudiado, aunque sean virtuosos desechallos? Jesús vino por todos y por todos murió y a todos recibe; vuestras reverencias si el estudiante que les viene es hábil y docto, acógenle; al pobre y que no sabe tanto, envíanle a que tome el hábito en San Francisco o en Santo Domingo. Al General de su orden se lo dije yo en Alcalá (porque siendo allí guardián me enviaban los estudiantes que ellos desechaban); y aun han dado muy buena cuenta de sí y florecido en nuestra Orden. Y en la de vuestra reverencia con haber en pocos años entrado hombres más doctos y principales que en ninguna otra religión, no veo que tienen sino muy pocos que prediquen y hagan algo. Y el Predicar es en Toledo o en la Corte o donde está el mundo lleno de predicadores; y los pobrecillos de las aldeas y la gente necesitada no hay illa a predicar y doctrinar. Tampoco tienen coro ni comunidad, ni cosa que parezca religión. Pues el despedir cuando les parece y a quien quieren, esa es otra. Su Fundador de ellos yo le conocí, y créame vuestra reverencia que sé lo que pasa mejor que él, que ha más años que nací. Así que estas y otras cosas no me parecen bien de su Orden, y de esta suerte lo digo claro a los que tratan de esto conmigo; que los días pasados, cuando estuvieron aquí los teatinos que vinieron con aquel caballero de Portugal, trataron algunos de estos señores de hacellos quedar aquí y dalles casa y renta; y yo lo estorbé, diciéndoles que a pocos días les verían alzarse con toda la isla; y en mis días no vendrán ellos aquí. Háblole tan claro porque soy de esta condición, para dalle razón de lo que me pregunta que por qué no estoy bien con su Orden.

3. Oído todo esto, dije: Mucha merced he recibido de Vuestra Señoría en hablar conmigo con esa claridad; y si se me da licencia, no dejaré de decir lo que en esto alcanzo; que, pues Vuestra Señoría nos predicó el día de Nuestra Señora que el cristiano debe dar cuenta y razón de la ley que cree y tiene, yo también la daré como supiere de la religión que profeso. Con licencia de Vuestra Señoría reverendísima, yo entiendo al revés esto del culpar nuestras cosas, que si algo ha visto que no le parezca bien, será yerro y falta de los particulares y no de su regla y instituto; que por muy escogidos que a Vuestra Señoría lo parezcan, tendrán muy mucho que hacer para llegar a la perfección que su regla les pide. A lo menos de mí bien sé que si llegase a eso, alcanzaría de Dios Nuestro Señor cuanto le puedo desear. Dice Vuestra Señoría que comen y visten muy bien y se tratan estos Padres regaladamente y tienen y procuran gran suma de rentas. No creo debe de ser tanto como le han informado. La comida que hasta ahora he visto no es sino un ordinario muy común, sin otro género de exceso ni curiosidad; y algunas y hartas veces he visto no comerse ese ordinario por no habello. Del vestido nuestro no lo entiendo; otros no acaban de decir que somos unos mugrientos y piojosos (Vuestra Señoría perdone, pero estos son los propios términos); y que si no es para pegar inmundicia, no valen nuestros manteos y bonetes. Y a la verdad menos fuera de camino parece lo que dicen éstos. De la grandeza de rentas piense que es calumnia que en España han puesto a esta religión; que en Madrid, cuando don Francisco de Toledo para ir al Perú pidió a Su Majestad algunos de estos Padres, no faltó quien afirmó por cosa cierta, que teníamos doscientos mil ducados de renta; y que a este paso las Indias serían presto poco para nosotros. Cosa que el Provincial que era entonces de Toledo hubo de venir a la Corte, y mostrar al Consejo la minuta de toda la renta que tenían las Provincias; y en todas cuatro, Castilla, Toledo, Andalucía y Aragón, no pasaba de dieciséis mil ducados, donde llegan los colegios al pie de treinta. Y esto constó a la clara. Lo de Portugal bien es verdad que tienen más; pero la carga que tienen a cuestas de leer y lo que al Rey le ahorran en esto, y el número que sustentan forzosamente para cumplir con su obligación, hace que lo que tienen sea antes servicio de aquel reino que no hacienda suya. De Alcalá, los ocho mil que tiene puedo yo razonablemente decirlos; que estuve en aquel colegio ocho años y sé la suma dificultad que se pasa en sustentar los estudiantes; y que si no es lo que particulares dan para gente que está allí, y lo que el Rector con su solicitud allega de limosnas, lo demás si llega a setecientos o ochocientos ducados, es todo, para más de setenta personas que están allí.

Yo sé que a estudiantes muy hábiles, por no tener de qué mantenellos, los enviaban de allí. Y a mí propio estudiando allí con ser uno de los que más preciaban (ut aliquid loquar in insipientia), me habló el Rector diciendo que no podría estudiar allí según había pobreza, si no tenía quien me ayudase de alguna suerte. Vea Vuestra Señoría si son éstos la mitad de los beneficios de España; que hay en ella cien monesterios que cada uno tiene tanto de renta como toda nuestra Compañía.

4. Mas dejando aparte lo que pasa en el hecho, decir que esta Orden profesa vida regalada, si ella profesa lo que sus Constituciones dicen, lo que yo he leído es: Que el comer, beber, vestir, dormir, ha de ser como cosa propia de pobres. Y esta pobreza y mortificación, no sólo interior sino exterior también, enseñan y mandan desde el principio hasta el cabo. Vuestra Señoría las podrá leer si fuere servido, y verá el regalo que profesamos. Mas si este común victo y vestido llaman regalo, porque no hacemos muestra de aspereza o extrañeza en esto, no sé en verdad por qué en esta parte no permita Vuestra Señoría que sea esta Orden de Jesús, por el mismo Señor, del Baptista dice: Venit Joannes Baptista neque manducans neque bibens.Y de sí al contrario: Venit Filius Hominis manducans et bibens. Y como este común comer y vestir nuestro le cualifican algunos por regalo y vida sensual, así no faltó al Salvador quien le notase: Ecce homo vorax et potator vini. Santamente otras religiones toman demostración exterior de estrechura y aspereza, pues eso alaba el Hijo de Dios en su Precursor. Pero si alguna como esta nuestra no trujere eso exterior, sino un común y ordinario trato, no por eso debe ser tenida por extraña por Jesús; pues Él tomó para sí esas partes, y esotras dejó al Baptista.

5. Esotro de tener réditos, bien ve Vuestra Señoría que demás de ser general a todas esotras religiones, excepto la del glorioso Padre San Francisco, aun a las que no los tenían quiso el Santo Concilio Tridentino que lo pudiesen tener, juzgando por mayor inconveniente la grande distracción que en muchas partes se ve y es forzosa, cuando ya por nuestros pecados la rigurosa guarda de ese voto de pobreza redunda en menos guarda de esotros. ¿Qué culpa tienen más nuestros colegios que los otros? A esto del Concilio dijo: Bien es verdad que el Concilio concede rentas, mas esas han de tener tasa y medida. Pues, ¿qué exceso o demasía (le respondí) ha visto Vuestra Señoría hasta agora? Donde hay estudiantes, los mismos estudios piden desocupación, la cual no habrá donde hay mendicidad. Novicios tampoco cumple que de ordinario anden de casa en casa a pedir. Los que ya están hechos, que son los profesos, toda esa pobreza profesen que Vuestra Señoría pide. Y el no haber más casas de ellos, yo confieso que nosotros mismos también lo echamos de ver; y así me acuerdo que en la Congregación Provincial del reino de Toledo se trató hogaño. Pero la necesidad en muchas cosas no ha dado tanto lugar.

6. Lo del delecto en el recebir, si por eso no es esta Orden de Jesús, porque no recibe todos los que Cristo Nuestro Señor admite, será necesario que no sólo pobres y ignorantes se reciban, sino también negros y esclavos y recién baptizados, pues a todos éstos acoge Jesús. Ninguna religión deja de tener elección en el recebir, como la Iglesia santa lo tiene en el ordenar. De otra suerte sería desorden y no orden. Cada una mira los que le son a su propósito, de cantar o contemplar, etc. La nuestra mira que sean a propósito de poder aprovechar a sí y a otros con ejemplo y doctrina. Los que no son hábiles para esto, aunque sean virtuosos, no sirven; ni es acepción de personas esto. El recebir ricos a secas, si lo ha visto Vuestra Señoría en alguna parte, culpe al Rector o Provincial que se desmandó por cobdicia; que la regla nuestra lo contrario ordena expresamente; y en eso procede con tanta libertad que parece exceso.

7. Según esto, no va nuestra profesión tan lejos de imitar a Jesús como parece que Vuestra Señoría significa; ni hay tanta razón como eso en quitalle el nombre de Compañía de Jesús, que la Sede Apostólica le dió; si no es ya porque se atribuya a arrogancia tomar este nombre, como si se pretendiese dar a entender que las otras religiones no son de Jesús; que a este tono también podrá Vuestra Señoría poner pleito a los Padres Dominicos, que se llaman Predicadores, y no por eso se sigue que los otros son echacuervos; ni porque los Padres de San Francisco se llaman Menores, se quieren por eso alzar con la humildad evangélica; ni es la Trinidad para solos los religiosos que se intitulan de ella.

8. No querría ser demasiado con Vuestra Señoría, pero, pues me da toda entrada, tampoco dejaré de decir al otro punto en que Vuestra Señoría hace gran fundamento, que es de no profesar nosotros penitencia, y así lo tiene por negocio violento y no durable el proseguir una religión sin penitencia; como en efecto, con toda verdad, no se puede conservar el estado religioso sin penitencia y aflicción del cuerpo. Pero suplico a Vuestra Señoría que no se persuada que esta nuestra Compañía es tan enemiga y ajena de esa penitencia; que lo que soy testigo, creo que es tan usada como donde se profesa por principal. Yo sé si hay disciplina y cilicio y lo demás. Eso será (dijo el Arzobispo) algún particular. No tan particular (dije) que no sea el común, y todos los que pueden; que hasta agora por la divina bondad más han usado los perlados de freno que de espuelas en esta parte. Bien es verdad que la regla no señala penitencias o asperezas por obligación a todos. Pero juntamente con eso, no sólo da lugar a que los particulares las usen, pero en cierta manera les compele a ello; y con dejarlo a su devoción y a juicio de sus mayores, hace la penitencia mucho más cierta y provechosa, que si pusieran ura misma tasa para todos. Porque al que le mandan tener recogimiento cada día, y pensar en sus pecados y en la vida de Jesucristo Nuestro Señor, y le encomiendan luego al principio la grande importancia de la penitencia y aflicción de este cuerpo, cierto sin obligarle le obligan; que no es posible andar en aquello de veras, sin correr a esotro. Y así se ve y lo muestra asaz la experiencia. Con esto la doctrina de los mayores y ordinaria cuenta que de eso se toma como de cosa muy sustancial, no dan lugar a que se tenga por negocio accesorio, como no lo puede tener ninguno que trate de veras de oración y de su espiritual aprovechamiento. De donde sale, lo uno el ser con más fruto interior, por tomarse con espíritu y vivo deseo la penitencia; lo otro, el no exceder ni aflojar demasiado, no dando a cada uno sino conforme a su medida. Esto, si Vuestra Señoría manda, yo no lo tengo por violento ni por cosa caediza, antes si no me engaño, es más natural y durable. Daré la razón si acertare. De dos vías de aspereza que una Congregación puede usar, la una es por obligación universal; la otra es por voluntad y devoción de los particulares. Si la obligación universal es de gran penitencia y austeridad, los que no cumplen eso que profesa su regla, o por propia tibieza y flaqueza o por dispensación, naturalmente, aflojan el fervor y observancia, y hacen que parezca caerse ya la perfección de su regla, y en efecto, se vaya cayendo; y cuanto más estrecha es la regla, tanto más se desaniman o desedifican lo que no ven por obra ese rigor; lo cual, si no yerro yo, debe ser una de las mayores pérdidas de Congregaciones. Al contrario, no obligando la regla a ese rigor y austeridad, sin haber dispensaciones ni desedificación en los que no pueden o no se esfuerzan tanto; los que por su devoción o particular ordenación del superior hacen eso, dan grande calor y esfuerzo a los otros, y no se pierde jamás el buen crédito y observancia de su Instituto, que importa muchísimo. Así que, mirado todo, más conveniente parece y más durable que la comunidad profese blandura y suavidad, y los particulares tengan el cuidado de tomar el rigor necesario; que no al revés, que la regla y comunidad profese grande ejercicio de aspereza y mucha austeridad, y los particulares se anden buscando cómo eximirse de ese, rigor y cómo mejor tratarse y regalarse. El Evangelio de Cristo Nuestro Señor poco señala de exterior, y muy mucho hace; porque principalmente compone el interior, de donde todo eso nace.

9. Creo que he dado cuenta de lo principal que Vuestra Señoría propuso. Queda lo de no tener coro y lo otro del despedir; que lo que Vuestra Señoría dijo de Predicar en aldeas y a gente ignorante, paréceme, escogidamente; mas no sé yo que haya tanto descuido antes de ordinario se hace; y yo he visto y aun pasado algunos veranos en eso. A lo menos si hay cosa que de propósito abrace nuestro Instituto, es el predicar y administrar a la gente más necesitada; y esto se va haciendo, y no se sepultan los hombres muy doctos, que Vuestra Señoría dice nos han entrado, aunque otros dicen que no tenemos sino piedades y poco saber. Y si tratar de doctrinar la gente ignorante, así en letras como en costumbres, es abarcar mucho, porque no lo hacen esto así otras religiones; también es justo se considere que para poder con eso, nos desembarazan de otros cuidados, como es gobierno de monjas, como es obligaciones de oficios y coro; y si es mucho lo que tomamos a cargo, tanto más justo es no cargarnos de coro.

10. Mas parece que Vuestra Señoría tiene esto del coro por cosa esencial a la religión. Pero no debe ser tan esencial, pues la Orden de Santo Domingo estuvo cuarenta años, que fué lo mejor de ella, sin coro; y sabemos que desde el tiempo de los Apóstoles hay religión y votos monásticos en la Iglesia como consta del sexto capítulo de la Eclesiastica Hierarchia de San Dionisio; y es argumento notorio el irritarse el matrimonio no consumado por profesión monástica, y si no viniera de tradición apostólica, la Iglesia no bastara a deshacer el matrimonio contraído. Y con ser tan antiguo este estado en la Iglesia santa, leemos muchos años después el origen de juntarse a esa manera de coro y canto o salmodia; tanto que San Augustino parece que duda en ese 9 de sus Confesiones, de la conveniencia de este uso; el cual atribuye en lo occidental a San Ambrosio. Y si es tan esencial como eso el coro, suplico a Vuestra Señoría, ¿por qué San Gregorio Papa mandó so pena de anatema, que en la.Iglesia romana ningún sacerdote, ni aun diácono, cantase o dijese el oficio en el coro, sino sólo sirviese en el ministerio de la misa, como parece por expreso decreto suyo, que es el primero de un concilio romano? Respondió el Arzobispo: Sería eso en tiempo que había pocos sacerdotes. A esto dije: Los que había, que no eran muy pocos, le pareció a aquel glorioso Pontífice que no debían ser ocupados en el coro, porque más libremente vacasen al oficio de predicación y cuidado de prójimos; ¿y tiene Vuestra Señoría por falta de religión y menoscabo que donde todo el Instituto y profesión es ayudar a los prójimos; y todos los que hay, o ejercitan eso, o aprenden para eso, se desocupen de cantar en el coro para ocuparse en su propio oficio? Pues aun en esotras religiones los colegiales son relevados del coro y los predicadores y gente ocupada: acá señor, si se saca ésta, no queda otra que haga eso. De una congregación de clérigos me acuerdo que habla mucho bien San Augustino en el Liber de Moribus Ecclesiae catholícae; y, por cierto, que no hallo allí sino lo que los de esta Compañía profesan y desean cumplir; y no pienso que el no tener canto o coro deshace la religión, como tampoco allí no parece que se usaba. En el lugar del coro usamos el ejercicio de meditación, que no se tiene por de menos utilidad ni menos agradable a Dios Nuestro Señor.

11. Lo que toca al poder despedir, aunque esté uno incorporado en la religión, yo confieso a Vuestra Señoría que es el punto más difícil que aquí hay; pero con esto tengo por cosa cierta que es uno de los mayores bienes que tiene todo nuestro Instituto. Porque los que son conveniente y aptos sujetos, con eso se hacen mucho más; y los que no lo son ni lo quieren ser, con abrilles la puerta dejan de ser perjudiciales a los demás. Y no sé yo que haya en todo género de gobierno, así político como natural, así civil como eclesiástico, cosa más necesaria a la conservación del bien común, que el poder expeler y apartar de sí las partes que, no admitiendo ellas cura y remedio en sí mismas, pegan la propia inficción a las otras. Pensar que en una Congregación por santa y bien instituida que sea han de faltar hombres inútiles, perniciosos, estragados en sí y estragadores de los otros, es por demás. Neque enim melior est domus mea, decía San Augustino de sus regulares, collegio Christi, domo David, arca Noe, Paradisi conditione, coelesti habitatione, etcétera; y sin que lo diga el Santo, lo dice la perpetua experiencia. Pues que estos tales no puedan ser purgados y expelidos ¿qué ha de seguirse, sino intolerable carga a los superiores y continuo escándalo de los iguales y nuevos? De donde a lo que me persuado, se ven tan grandes trabajos en comunidades con hombres inquietos, desedificativos, revolvedores, contumaces, incorregibles; y si alguna cosa, el tiempo que ha esta mínima Compañía, la tiene en unión y buena concordia, y espero en Dios la terná adelante, es esta puerta que abre para los que pueden impedir este bien. Y si no me engaño, lo mismo a la letra ha de notar y encarecer San Augustino en su Institución; y San Basilio en la suya. Agravio ninguno se les hace, pues cuando son admitidos, saben que a esta condición le son; y jamás se usa de este rigor, si no está el negocio justificado todo lo posible. Ni es así lo que algunos dicen que por antojársele al Superior, alto a despedir, y no hay más. De diez partes que tienen nuestras Constituciones, la una de ellas entera se gasta en tratar de lo que a esto toca; y ello va tan mirado, que haciéndose lo que cumple el bien común, juntamente se tiene atención al bien y honor del particular. Y si todo esto no basta ni satisface, sino que por ser esto particular de esta religión y no de otras, todavía se hace recio, debe siquiera satisfacer el autoridad de la Iglesia, pues esto aprueban los Romanos Pontífices en sus bulas; y el Santo Concilio de Trento lo primero y principal que aprueba y confirma de la Compañía de Jesús, es ese Instituto cerca del profesar; y en lo que cuatro o seis Pontífices y un Concilio universal han puesto su decreto y aprobación, no sé yo qué licencia queda para improballo y no sentir bien de ello.

12. Dijo el Arzobispo entonces: Ya he dicho a vuestra reverencia que yo no siento mal ni repruebo lo que la Iglesia aprueba. Pero como en la Orden de San Francisco habrá algunas cosas que a vuestra reverencia no le contenten, así también en la suya las puede haber que no me contenten a mí. Dije entonces: Ora señor, yo he de recibir de mano de Vuestra Señoría ilustrísima esta merced; que cuando se ofreciere tratar de esta religión, de lo que a Vuestra Señoría no le pareciere bien, no eche la culpa al Instituto o regla nuestra, sino a los particulares, si ha visto cosa que no convenga. Que la religión de San Francisco no es lo que un fraile desmandado o un guardián inconsiderado hace; si no lo que la regla del bienaventurado Padre manda; ésa es su religión. Lo que Vuestra Señoría nota de nosotros, si algo de eso hay, yo suplico a Vuestra Señoría no culpe nuestro Instituto, sino a nosotros que no hacemos el deber.

Eso (dijo el Arzobispo) no podré yo en buena fe hacer; porque los señores que de esta Orden he conocido, son muy honrados y principales, y no puedo yo decir cosa que no convenga de ellos. Y algunos han sido muy amigos míos. Bustamente, ¿qué se ha hecho de él? que fué muy amigo mío. Señor, ya murió (dije), Dios le tenga en la gloria como yo creo lo está. ¿En dónde murió? (me preguntó). Respondí: En Trigueros, que es un pueblo del Duque de Medinasidonia, de un dolor de costado que lo dió. Mas, señor, si los particulares son los que Vuestra Señoría dice, ¿cómo se persuade que profesan regla de la cobdicia y regalo? Neque enim colligunt de spinis uvas. Y pues no quiere Vuestra Señoría culpar a los supuestos, que dice, de esta religión, menos será junto la culpe a ella. Dígnese Vuestra Señoría leer nuestras Constitugiones y podrá ver lo que profesamos. En esto recebiré muy gran merced, que sea servido ver nuestras bulas y Instituto. Díjome a esto: No me mande ahora, Padre, entender en eso; que ya he visto y leído muchas cosas de Reglas. Dije yo entonces sonriéndome: Mire Vuestra Señoría que las tenemos de molde aquí, que no será mucho el trabajo. Y como con el rostro hiciese señal de que apretaba yo ya demasiado, añadí: Ora, pues, Vuestra Señoría no es servido hacerme esta merced, al menos recebirla he en que me tenga por muy verdadero hijo y siervo suyo. Dijo el Arzobispo entonces: Por cierto, Padre, yo holgaré de hacer placer a vuestra reverencia en todo lo que se ofreciere. Vuestra reverencia predique mucho en hora buena, que yo huelgo de ello. Denos Vuestra Señoría (dije) su bendición; y así me despedí por aquella vez.




ArribaAbajo- IV -

Carta Anua de 1576, al P. Everardo Mercuriano, Prepósito General de la Compañía de Jesús (Lima, 15 de febrero de 1577)



ArribaAbajoEstado general de la Compañía de Jesús en el Perú el año 1576

1. Resumen general. Colegio de Lima.

Jhs. Muy Rdo. Padre nuestro en Cristo: Gratia et pax Christi. -Habiéndose tanto alargado Dios Nuestro Señor en las misericordias queste año ha hecho a la Compañía, y por su medio a muchos en esta Provincia, también yo me habré de alargar algo en dar cuenta a V.ª Paternidad; y para darla con mayor satisfacción diré primero lo general desta Provincia, después lo que en particular toca a los Colegios, y últimamente las Misiones que se han hecho, ques lo principal desta mies; y porque los mismos Padres que han ido a ellas han escrito el suceso y fruto, con mejor espíritu y palabras de lo que yo sabré, porné las copias de sus cartas, de donde V.ª Pd. entenderá la buena disposición destos naturales para recibir el evangelio, y la mucha gracia que el Señor les va comunicando por medio de los padres de la Compañía.

Viniendo a lo primero, en esta Provincia hay al presente dos colegios, que son el de Lima y del Cuzco, y tres residencias, una en Santiago, otra en Juli y la otra en Potosí. Somo por todos setenta y siete, sacerdotes son treinta y dos, con los que se han ordenado hogaño, que son cinco; profesos de cuatro votos siete con el P. Barzana, al cual, por orden de V. P. di la profesión en esta ciudad de Los Reyes, y juntamente votos de coadjutor espiritual al P. Pedro Mexía, hallándose presente el señor Visorrey y el Audiencia y los Perlados y gente grave deste reino, y como eran personas tan conocidas y de tan buena opinión en este reino, edificó mucho su profesión, y no menos el ejercicio de su recogimiento, y pedir limosna los tres días inclusives, que por acá todo es nuevo y parece bien.

Salud ha tenido toda esta provincia gracias al Señor, que apenas ha habido enfermedad que haya dado cuidado, sino fué la de Padre Juan de Zúñiga, que había venido por Rector deste Colegio pocos días había, y fué Nuestro Señor servido llevarle para sí, dejando gran dolor y sentimiento, no sólo en los nuestros, sino en toda esta ciudad, y aun en todo el reino. Murió de una penosa y molesta enfermedad que de los continuos trabajos se le recreció, y dió muestras de tanta paciencia y devoción, que a todos causó nuevo deseo de servir al Señor que tal fin da a los suyos. También al Padre Cristóbal Sánchez fué el Señor servido de llevarle para sí, estando en la misión de los Chachapoyas, ocupado en cierto pueblo de indios en confesalles y ayudalles, de donde se le causó el mal de que murió, dejando gran edificación con su muerte, como por la carta de aquella misión más particularmente verá V.ª Pd. en una de las copias que van abajo.

En alguna recompensa de los que nos han faltado, se ha recibido cuatro hermanos bien probados y de buenas partes. En la obediencia y devoción y celo de las almas, se han visto y ven grandes y copiosas ayudas del Señor, de suerte que mirallo y considerallo causa un singular consuelo y confianza en nuestro Dios, que con tanta suavidad visita la Compañía. Casi en todos se siente un nuevo fervor, con el cual así en mortificaciones y penitencias, como en recogimiento y ejercicios de devoción ha habido no poco acrecentamiento. La causa deste aprovechamiento, después de la voluntad y gracia del Señor, parece haber sido el atender les Superiores con especial cuidado a su oficio, y a tratar en particular los que están a su cargo, y el ejemplo quellos y los Padres más antiguos han dado, y la visita y presencia del Padre Doctor Plaza en esta provincia. También ha sido de mucho efecto el haberse juntado este año dos veces los padres profesos y más expertos deste reino a conferir y tratar así a lo que toca a lo interior de la Compañía, como al uso y aprovechamiento de nuestros ministerios, mayormente para fructificar en los naturales. Destas veces que nos juntamos, la primera fué en Lima y la segunda en el Cuzco, y cierto fué singular consuelo y renovación de espíritu el ver y oír lo que el Señor daba a sentir a cada uno. En la Congregación Provincial del Cuzco se eligió por Procurador al P. Maestro Piñas, que era Rector del Colegio de Lima, teniéndose por más importante que ninguna otra cosa, el enviar a V.ª Pd. persona de tanta satisfacción, como para lo que lleva encomendado a su cargo se requería.

Lima.-En el Colegio de Lima han residido de ordinario más de cincuenta, los doce o trece sacerdotes. En la casa de probación, que está aparte, ha habido pocos, por recebirse poca gente y haber acabado su probación los más de los novicios. Había al presente ocho, y guardan enteramente el orden de casa de probación, de que se siente fruto. De los antiguos se han recogido algunos así a ejercicios como a seguir la probación.

Los estudios han ido creciendo en número y aprovechamiento. Oyen doscientos y cincuenta en tres clases de Humanidad y dos cursos de Artes. El un curso se comenzó este año, y con la buena opinión del maestro han entrado en él cuarenta y cuatro de fuera, y seis de los nuestros, que para esta tierra se tiene por mucho; los más dellos son muy hábiles y van aprovechando notablemente. Del otro curso que va ya al fin, han tenido ya para examinarse de bachilleres sus lecciones doce, y van procediendo en sus exámenes, de tal manera que en Alcalá y Salamanca pudieran ganar honra. Otra lición se lee de la lengua a instancia del Virrey. También se ha leído otra lición de Sacramentos, y en el tiempo que yo la pude continuar había de treinta a cuarenta oyentes. Gran necesidad tenemos de poner teología escolástica enteramente, porque los que van saliendo de los cursos de Artes son muchos, y serán de cada día más, y así para los de fuera como para los nuestros sería de gran importancia. Acuden a estos estudios de todo el reino, y aun muchos vienen ya de Chile y de Tierra Firme, más de quinientas y seiscientas leguas. Por esta causa se ha este año puesto un pupilaje o colegio de convictores, cerca de nuestra casa, donde estarán agora como dieciocho, y un hombre seglar tiene cuidado dellos, guiándose en todo por el orden que del Colegio se le da. Deseo grandemente ver instituído algún colegio al modo de los que en México han hecho los nuestros, porque para esta tierra sería cosa de gran utilidad. Vanse aprovechando en virtud nuestros estudiantes, y muestran su devoción en el uso de los sacramentos, en acudir a los hospitales, en las disciplinas que hacen, y en devoción, que para ser mozos desta tierra no es pequeña edificación. Sus ejercicios, composiciones y disputas han hecho ordinariamente, y como son ingeniosos y vivos, es gusto particular oillos. Las octavas de Corpus Christi se hizo fiesta por las tardes en nuestra iglesia, habiendo un día sermón y otro oraciones que los estudiantes recitaban en latín y composición de romance. El último día hicieron un Coloquio que dió mucho gusto y fué de provecho: el argumento era declarar de diferentes fiestas que se hacían al Santísimo Sacramento, cuál era la mejor, y la victoria se dió al recibirle con devoción; de donde de camino se tocaron varios abusos y vicios del pueblo casi en todos estados; hiciéronlo bien por extremo los muchachos, y el aderezo fué bueno, y las verdades que dijeron fueron no pocas, y así causó por buenos días no olvidarse el Coloquio. Ese día a la misa, sermón y fiestas que a nuestro modo hicimos al Sacramento con mucha devoción y edificación del pueblo vino Su Excelencia y los oidores y de todas las religiones y otro concurso de gente grande. Lo propio fué en un acto de Teología que tuvo un Padre de casa de Incarnatione muy bien, donde el Sr. Obispo del Cuzco argumentó y honró mucho al respondiente y presidente. De los nuestros van de ordinario a los actos y ejercicios, así de la universidad como de los monasterios, y parece que este ejercicio de letras se va despertando más de cada día, que para la necesidad desta tierra no es pequeño beneficio.

Cerca de nuestros ministerios, en otras cartas se ha escrito a V.ª Pd. el orden que se tiene en los sermones que se hacen en nuestra casa y en la plaza los viernes en la tarde con la procesión de los niños de la escuela, y los domingos, en la tarde en la procesión de los morenos. De ordinario ha sido grande el concurso del pueblo a los sermones de dos o tres Padres de casa, y señaladamente a los que hacían en la plaza, los cuales el Visorrey iba a oír muchas veces. A nuestra Iglesia acude gran golpe de gente, y desta frecuencia y atención a los sermones han procedido frutos de bendición en muchas almas, a quienes el Señor ha tocado, que han hecho ejemplar mundanza y confesiones muchas generales con gran sentimiento y lágrimas, de que ha habido buena copia. Yo puedo dar testimonio de algunos efectos destos que he visto, y me han cierto admirado, especialmente en el tiempo de la cuaresma y semana santa se echó de ver casi en toda esta ciudad, una devoción tal que el Virrey me decía no haber visto tal en ninguna parte de España, y a lo que entiendo con razón, porque la frecuencia y lágrimas en los sermones que eran casi cada día, y algunos días dos y tres, y el silencio y quietud y procesiones que fueron muchas, y la liberalidad en traer cera para los monumentos, no sé yo que en su tanto se pudiera pensar ni pedir más a esta ciudad, que en efecto es gente aficionada al culto divino y amiga de devoción, y así no hay fiesta principal que se pueda dar recaudo a los que acuden a confesarse, con haber diez y once confesores. El día de la Circuncisión comulgaron en nuestra iglesia mil personas, y el día de los apóstoles San Pedro y San Pablo novecientas, sin otro gran número que en los monesterios e iglesias hicieron lo propio. En las cárceles y hospitales y enfermos, y sobre todo en ayudar a morir se va trabajando y trabaja de ordinario y con crecido fruto, porque apenas hay día que en confesiones de enfermos y ayudar a los que están en lo último, no estén ocupados dos o tres Padres, y aun no se puede cumplir con lo que acude, por ser mucha desta gente y pobre y destituida de otras ayudas.

Los sermones que se hacen a los indios los domingos y fiestas en la plaza donde se juntan a oír misa, se han proseguido siempre con fruto, como se ve por sus confesiones y por la devoción que muestran, especialmente cuando se sienten enfermos y con algún peligro, que entonces se conoce en ellos particular sentimiento de las cosas de la fe, y aun tienen por persuasión que para cobrar la salud corporal es medio muy cierto acudir de todo corazón al sacramento de la penitencia, y con efecto se ha visto muchas veces convalecer luego y sanar con este sacramento. Al hospital de los indios que hay en esta ciudad se suele ir un día en la semana, y ultra de servirles y ayudarles en lo que han menester, se les enseña la doctrina y se oyen sus confesiones, las cuales, según refieren los Padres, han sido algunas veces muy notables. Algunos destos, siendo infieles, se van bautizando; otros, que son admitidos a la comunión, dan tan buen ejemplo y tienen tal pureza de vida, que sería de desear en hombres muy religiosos, y en negocios que se les han ofrecido se les ha procurado de casa dar el ayuda necesaria con el señor Visorrey y con el Audiencia y con el Ordinario.

En lo material de casa no se ha hecho mucho, por estar lo más necesario acabado y con buena comodidad, aunque todavía se han aderezado y mejorado algunas cosas de la iglesia y escuelas. Una fundación muy suficiente y muy cómoda para este colegio ha ofrecido nuestro Señor, que era la cosa de que más necesidad parecía tener esta provincia, y creo será de gran importancia para poder tener y criar en este colegio el seminario que para este reino ha menester la Compañía. Y porque se escribe a V.ª Pd. largo deste negocio, no diré más de que todos hemos dado gracias al Señor por este beneficio.

Hanse hecho cinco o seis misiones de mucho fruto, como se entenderá en parte por las copias que con ésta van. La misión que el año pasado se había comenzado en los Chachapoyas y su comarca, que distará de aquí doscientas leguas, se prosiguió la mayor parte deste año por los dos Padres y un hermano que están allá. Otra se hizo sesenta leguas de aquí por dos padres y un hermano. Otra fué por dos o tres repartimientos de indios que están a veinte leguas de Lima que se llama de Mama y Guanchor y Guaracherí. La cuarta fué a Cañete y Yca, cuarenta leguas en los Llanos. La quinta, a los pueblos de Guaura y Ambar, de indios en la sierra. La otra fué a otros pueblos de indios cerca desta ciudad. Con el fruto destas misiones han cobrado no poco aliento los nuestros, hallando por experiencia mucho más aparejo, para ayudar a estos naturales, de lo que muchos creían, y los mismos indios y españoles, cobrado afición y crédito, de modo que viniendo de sus tierras han instado que les vayan a predicar y enseñar, y algunas veces pidiéndolo con hartas lágrimas, cosa que ellos no solían pretender, echando también por intercesores a sus encomenderos, de que ellos se han edificado no poco.

Santiago. -En Santiago han residido dos padres y dos hermanos de ordinario. De estos indios se ha escrito otras veces, que han sido el principio de satisfacernos por experiencia que la Compañía podrá hacer mucho fruto en los naturales, pues en estos que son los que en esta tierra tenían peor fama y aun hechos, se ha visto tanta enmienda y aprovechamiento, que los tienen los otros indios como por religiosos. Y hanlo mostrado bien, pues el mayor vicio que éstos tienen es el beber una suerte de brebaje que llaman sora, la cual turba el juicio en gran manera y es muy perniciosa, y habiendo los gobernadores y prelados puesto diligencia para desterrar tan mal uso de Lima, no ha bastado cosa, y en los indios de Santiago, una vez que les habló el Padre que tiene cargo dellos, con mucha obediencia y alegría la dejaron luego, que para su aprovechamiento espiritual no ha sido poca ayuda. En esta residencia de Santiago tenemos comodidad para comenzar a ejercitar la lengua los nuestros que la aprenden, y de aquí salen para, otras partes con razonables principios para perficionarse en el Cuzco. Las demás cosas deste pueblo son como las que se han escrito otras veces, excepto que de cada día van mejorándose en todo con la ayuda del Señor.

2. Cuzco, Juli, Potosí.

Cuzco.-En el Colegio del Cuzco han residido de ordinario dieciocho de los nuestros, los ocho dellos sacerdotes. Cuanto al orden y observancia de nuestro Instituto, el P. Dr. Plaza visitó este Colegio, y quedó tan consolado y satisfecho, que me escribió que apenas había hallado cosa que advertir. Consoláronse con su presencia y pláticas y aprovecháronse todos, y en ejercicios espirituales y uso de oración se ha visto generalmente en todos nuevo aprovechamiento. Los estudios de Gramática, que aquí no se lee otra cosa, se han proseguido bien, y los estudiantes continuado su devoción de los hospitales y cofradía de Nuestra Señora. Los ministerios con los prójimos se usan con gran continuación y fruto: de ordinario han predicado dos o tres padres; ultra de los sermones de domingos y fiestas, se hacen otros dos en la plaza cada semana, y otro los domingos por la tarde en nuestra iglesia. El concurso ha sido siempre de toda la ciudad, porque es notable la afición que tienen a la Compañía. Las confesiones ordinarias y extraordinarias, no han sido menos, y muchas generales y grandes descargos y restituciones. Ha residido aquí el padre Portillo todo este año y hecho notable fruto, y por ser esto del modo que otras veces se ha escrito, no alargo más en cuanto a los españoles. La iglesia se ha aderezado muy bien y hecho un tabernáculo para el Santísimo Sacramento, muy vistoso. La ciudad nos convida que comencemos la iglesia nueva ofreciendo buenas ayudas, y para principio dado una buena cantidad de madera, que es lo que acá más cuesta.

En lo de los indios ha sido Nuestro Señor servido dar tanto crecimiento, que apenas parece creíble el fervor y devoción y fruto que en ellos se vee, y como esta ciudad era el fundamento y cabeza de toda la idolatría destos reinos, la mudanza y cristiandad que aquí se vee redunda en universal provecho de toda esta tierra. De ordinario ha habido dos o tres de los nuestros que prediquen y en las plazas y en sus perroquias, y otros dos o tres confesores que apenas entienden en otra cosa sino acudir a sus confesiones. Lo que antes se hacía era predicalles dos o tres sermones en la semana y confesar los que acudían a casa o llamaban para los enfermos; hase hogaño acrecentado que los domingos y fiestas, muy de mañana, en nuestra casa, se les dice misa y luego sermón sobre la doctrina, y luego van a sus perroquias a predicarles tres y algunas veces cuatro, y a la tarde se les predica en la plaza, y después se enseña el catecismo por preguntas y respuestas. Entre semana, cada día, van dos padres y dos hermanos a sus perroquias, por meses, y todo el día catequizan y confiesan a los indios de aquella perroquia. El concurso destos naturales a los sermones pone cierto admiración, porque parece que traen un hambre insaciable de la palabra de Dios; jamás se cansan con tres y cuatro sermones que oigan cada día, y vienen corriendo a furia a tomar lugar, y oyen con extraña atención y devoción. A misa vienen cada día a nuestra iglesia, de suerte que los españoles no pueden entrar, y nos fuerzan a que les hagamos iglesia aparte. Las confesiones son tan sin cesar todo el día, que parece perpetuo jubileo o semana santa, y si hoviera ocho padres que no hicieran otro oficio, no bastara a darles recaudo. Muchas o la mayor parte de las confesiones son generales, con extraño sentimiento. Hacen grandes penitencias, perseveran en la pureza de sus conciencias y devoción, hanse visto efectos maravillosos que, si en particular se escribiesen, sería historia larga. Los muchachos, como son tan vivos y hábiles, saben el catecismo breve y largo en su lengua, y andando lo enseñan a los viejos; han aprendido muchos cantares, así en español como en su lengua, de que ellos gustan mucho, por ser naturalmente inclinados a esto, y cántanlos de día y de noche en sus casas y por las calles, y de vellos los grandes, hombres y mujeres hacen lo propio. Han cobrado estos indios a los de la Compañía un amor y respeto cual nunca he visto en parte ninguna; verdad es que dellos mismos se ha sabido que estuvieron dos años mirando a los de la Compañía a las manos, a ver si pretendían, como ellos dicen, otra cosa que sus almas, y como hallan deseo de su salvación y verdad, sin otro interese, darían, a lo que entiendo, cuanto tienen por cualquiera de los nuestros. En viéndolos se van corriendo a ellos, y de más de treinta y cincuenta leguas vienen por tratar y confesarse con los padres. Los españoles no acaban de decir desta mudanza y novedad de los indios; dicen que éstos se alzan con el cielo; no se vee ni oye taqui ni borrachera en todo el Cuzco, donde antes no había otra cosa; dicen que antes, con alguaciles y fiscales apenas los podían traer a la doctrina, agora los ven ir como a porfía, corriendo y madrugando, a los sermones, y que cada día oyen muchas misas los que antes el día de fiesta no venían a una. Oyenlos en sus propias casas estar hasta media noche platicando y decorando la doctrina; hallan en las Indias tanta honestidad, que les avergüenzan, y así no saben a qué atribuirlo, ni aun nosotros tampoco, sino que la mano del Señor se ha acordado de tocar esta gente, y a lo que podemos entender ha llegado ya su hora, según la divina y eterna elección.

Hanse hecho este año deste Colegio cuatro Misiones: la primera a los Andes, que son las montañas que caen a la parte del norte, donde estuvieron un padre y un hermano dos meses y llegaron hasta los indios infieles, que son innumerables hacia la mar del norte. La segunda a unos pueblos de indios aquí cerca, donde estuvieron como otros dos meses. La tercera a la provincia de Chucuito, donde fueron cuatro padres y tres hermanos para tener la Doctrina de Juli, que es un gran pueblo de aquella provincia. La cuarta al Potosí, donde estarán de asiento un padre y un hermano que han ido, y otros dos que con el favor divino irán presto. El suceso y fruto destas misiones no refiero porque va más en particular declarado por las cartas que los propios padres han escrito, y van junto con ésta.

Estos días pasados vinieron a nuestro Colegio doce indios infieles de la provincia de los Mañaries, diciendo que venían a adorar a Dios, y que les fuésemos a enseñar la ley de Jesucristo, y hacellos cristianos a todos los de su provincia. Era indios dispuestos, blancos y de buena razón. Hay obra de treinta jornadas hasta su tierra, habitan de la otra parte de los Andes junto al río grande, y desde allí por todos aquellos llanos hasta la mar del norte, hay noticia de innumerable gentilidad y muy dispuesta para recibir el evangelio. Otra noticia mayor y de más importancia se ha tenido para la conversión desta gentilidad, de la cual esperamos mayor claridad en breve; estamos muy animados y con deseos fervientes de acudir a esta vocación, y con mucha confianza del favor del Señor. Fáltanos gente, que la que hay está repartida donde no se puede faltar; confiamos de la caridad del Señor y de V. Pd. y de la Compañía se nos ha de dar socorro copioso, porque con toda verdad lo que aquí significó del fruto en estos indios, es mucho menos de lo que en efecto en la obra pasa, y si yo mismo no lo oviera visto no creyera la mitad.

Juli.-Juli está en la provincia de Chucuito, junto a la laguna grande que llaman los indios Titicaca, y es la provincia más poblada de indios que hay en el Perú; son de la corona real. Dista del Cuzco ochenta leguas y de La Paz veinticinco. Tiene Juli cerca de cuatro mil indios de tributo, que serán por todos de doce a quince mil indios. Están allí cuatro padres y tres hermanos, y tienen a cargo todo aquel pueblo. Estaban señalados por el Virrey, para los que allí doctrinaban, dos mil y cuatro cientos pesos ensayados, que son tres mil ducados. La causa de haber ido allí los padres de la Compañía ha sido hacer grande instancia el Visorrey y Su Majestad, y parecer que se debía experimentar de propósito este medio de Doctrinas, que en este reino parece el más eficaz para conversión y salvación de los naturales; y el cabildo eclesiástico de la ciudad de La Plata, en cuyo, distrito está aquella provincia, y el Presidente de la Real Audiencia señalaron a la Compañía el pueblo de Juli, donde puede hacerse más fruto, y para conservarse los nuestros en religión y edificación ha parecido el lugar más oportuno. Han comenzado a residir los nuestros allí desde principio de noviembre deste año de mil quinientos y setenta y seis. Lo que en poco tiempo se ha fructificado, por las cartas, escritas desde allá se podrá mejor entender, que van al fin desta.

Potosí.-En Potosí están un padre y un hermano, y con otro padre y hermano que van agora serán cuatro. Tiénese aquel asiento por el más importante del Perú para poder hacer fruto, por ser la mayor población de indios que hay en este reino, y concurrir allí de todo él gran suma de gente de españoles. También está agora más poblado que nunca, a causa de sacarse con los ingenios de azogue mayor cantidad de plata que jamás se ha visto en este reino ni fuera dél, a lo que yo pienso. La instancia que de allí han hecho para que vaya la Compañía es mucha. Están los nuestros por modo de misión, aunque su residencia allí será ordinaria a lo que entiendo. Tienen repartido el trabajo de suerte que se acuda a españoles y a indios, y no dudo que el fruto con el favor divino ha de ser aventajado. Está Potosí en lo último deste reino del Perú, de cuyo asiento se ha escrito largo en otras.




ArribaAbajoMisiones hechas desde el Colegio de Lima

3. En el partido de Huarochirí.

De una del P. Alonso de Barzana para el P. Provincial. -Yendo primero al repartimiento de Mama y predicando allí dos o tres sermones, vinieron luego algunas confesiones, y entre ellas un cacique de otro pueblo cerca de allí, de ochenta años, y confesóse generalmente, y después él y los demás me rogaron mucho que fuese a su pueblo, siquiera dos días, porque era fuera de aquel repartimiento. Fuí allá, recibiéronme con gran fiesta y alegría, prediqueles dos sermones acerca del confesarse bien, y confesé sin descansar los días que allí estuve, y otro padre que me ayudó; creo se sirvió Nuestro Señor. Fuese conmigo el corregidor de aquella tierra y confesó también y comulgó; escribióme después que le decían aquellos los indios entre otras cosas: No pienses, señor, que somos los indios tan sin entendimiento que no sabemos que esa tu camisa es blanca y ese tu sayo negro; bien entendemos cuál padre busca nuestras almas y cuál nuestra plata, y sabe que hasta que vino el padre nuestro confesor era decir dos o tres cosas para cumplir con el sacerdote, pero no descubrir todo el corazón.

De aquel pueblo subí a otro cinco leguas más en la sierra, donde habría mil y cuatrocientas almas, y comenzando a predicar, porque me pareció gente de menos entendimiento que los demás arriba, me subí al pueblo más alto de aquel repartimiento, llamado Guanchor, donde estaba el cacique mayor y los sátrapas, tan aborrecidos de su propio cura como el demonio. Yo estuve allí diez o doce días, que nunca he dejado pueblo con mayor escrúpulo que aquél; habría en él hasta mil y seiscientas almas, predicábales cada día, y no eran amanecido cuando no cabía la iglesia; era gente de entendimiento, y como tal oían con tanta atención, que todo el día andaban como atónitos pensando en lo que habían oído. Hiciéronse gran suma de confesiones generales, así de caciques como de otras gentes, y el cacique mayor de todos aquellos pueblos y su mujer gastaron cuatro díasen confesarse muy de veras y con muchas lágrimas, y estando este cacique con muy antiguas enemistades, se fué de mis pies y se echó a los pies de su cura con tantas lágrimas, que con haber estado muy duro, le enterneció y se hizo su amigo. Una cosa me contaron el corregidor y el cura, que se andaban conmigo de pueblo en pueblo, que había pasado pocos meses había en un cerro que me mostraron junto a Guanchor digna de escribirse: habían ido deste pueblo hasta cuarenta hombres y mujeres a aquel cerro a idolatrar a cierta guaca; permitió Dios hacer en ellos un castigo terrible, que estando en esto vino un torbellino de aire y agua tan recio, que los arrebató a todos haciéndolos pedazos, y allí hallaban brazos y acullá cabezas, sin escapar vivos ninguno, si no fué un indio que con buena fe había ido por allí a buscar a su mujer, la cual era de los idólatras, a éste arrebató el torbellino y lo arrojó muy lejos, pero no le mató, y éste dió noticia dello; juicios son del cielo que muestran que no está Dios olvidado desta gente. En Guanchor hallamos muchos enfermos, y así hice al hermano que iba conmigo que en nuestra posada hiciéramos un hospital, donde juntamos cuarenta, y el mismo cacique mayor y su mujer los venían a curar. Quedó tan aficionado el cacique, que muchas veces ha venido a Lima a pedir con instancia algún padre de la Compañía.

Bajeme después de Guanchor a otro pueblo casi tan grande como él, donde estuve ocho o diez días predicando y confesando cada día, y aunque esta gente no me pareció de tanto entendimiento, o porque no entendían bien la lengua general, todavía hallé rastros de gente predestinada. La primera que vino a mí fué una mujer, que me acordé por ella de la purpuraria, cuius Deus aperuit cor, la cual confesándose generalmente de toda su vida, que había sido toda llena de idolatría, me dijo: antes de agora, padre, cuando oía los sermones nada me quedaba en el corazón, y agora todo cuanto has dicho lo tengo en mi alma, y íbamelo repitiendo; díjome que quisiera ser hombre para andarse conmigo y oír las cosas de Dios; trújome a su marido, el cual se confesó como ella generalmente, y otros muchos se confesaron, de quibus nunc [quam antehac]. Y así dejé aquel repartimiento por dar vuelta también al de Guadacherí, como V.ª R.ª me había ordenado, habiendo gastado en él cuatro semanas con mucho contento de los indios y amor del sacerdote, el cual sacó el catecismo nuestro de la lengua quichua para enseñarlo de allí en adelante.

Entrando al repartimiento de Guadacherí pasé primero por unos pueblos que no estaban reducidos, y hallé en el primero como cuatrocientas almas, estuve con ellos tres días predicando y confesando, hasta dolerme todos los huesos, porque estaban allí como salvajes. Estaba allí un cacique con ellos de mucho entendimiento, y hallele una noche que los tenía todos juntos, y como quien predica les estaba repitiendo en su lengua particular lo que yo en la general les había dicho. Partimos de allí y fuese conmigo aquel cacique, tratando todo el camino muchas cosas de Dios, y confesóse mucha gente que hallamos enferma por aquellas chácaras hasta llegar al primer pueblo reducido, que se llama San Damián. No pude allí detenerme por poder predicar la Dominca in Passione en Guarocherí, que es un gran pueblo, y así sola mente les hice una plática. A Guadacherí llegué sábado, y antes que llegase, conociéndome algunas mujeres, y acordándose del bien que tenían con la Compañía, comenzaron a llorar de alegría. Estuve allí hasta Pascua predicando todos los días sino fué dos o tres que estuve en la cama. Fué tan grande el llanto al primer sermón, habiendo cuatro o cinco mil almas, que no los pude acallar. Confesóse mucha gente generalmente y de cosas gravísimas. El cacique mayor, que tenía más de treinta mil indios sujetos casi, me pidió diversas veces lo confesase, y yo porque le conocía, le probé y le hice que fuese generalmente la confesión, y que la fuese a hacer a cinco leguas de allí. Grande amor iba mostrando de cada día más aquella gente, y así venían de los otros pueblos allí cercanos los caciques con muchos presentes, los cuales todos se dieron a los pobres, rogándome que fuese a sus pueblos, lo cual no se pudo por acudir a otras cosas. Al sacerdote de allí hablé cerca de ciertos descargos, y él hizo pregonar la Pascua en la plaza, donde se habían juntado como diez mil indios, que todos los que estaban quejosos dél que les debía algo, que viniesen sin temor a decirlo, y vinieron plus satis.

Partime de allí a otro pueblo cinco leguas más cerca de Lima, donde estuve ocho días predicando cada día. Allí vino el cacique mayor de Guadacherí y se confesó generalmente dos días mañana y tarde, tiene un entendimiento terrible; hícele hacer una plática el postrero día a todo el pueblo como quien predica, en su lengua particular, porque las mujeres allí no entienden la general. Y de allí confesando a algunos me partí bajándome hacia Lima, llevándome conmigo al cacique mayor de aquel pueblo para confesarle generalmente, fué conmigo dos o tres leguas hasta unas chácaras donde hay una suma grande de indios, y haciéndome altar les dije dos días misa y tres veces les prediqué; confesé generalmente al cacique algunos enfermos, y hubo algunas confesiones muy a consuelo mío. Bajeme de Sisicaya, que es el postrero pueblo cerca de Lima, donde habiéndome recibido con grandes fiestas, y comenzado uno o dos días a predicar con mucho consuelo suyo, y habiendo hecho algunas confesiones de enfermos y sanos, fuí llamado del padre Visitador a Lima, dejando de visitar los demás pueblos que con grandísimo deseo me lo habían pedido. Esto es en suma lo que toca a la misión desta cuaresma pasada.

4. Al norte del Perú, en Chachapoyas.

De una del Hermano Bartolomé de Santiago para el P. Provincial.- En la primera jornada nos perdimos, por habernos anochecido cerca de la sierra del arena, vímonos en mucho trabajo, por ser el camino peligroso de cimarrones y despeñaderos a la mar, y por la parte de agua que había, y así nos perdimos los unos de los otros con harta pena hasta que el día siguiente nos vimos juntos con mucho consuelo. Por todo el camino se ejercitó la predicación a los naturales, hasta llegar a Chachapoyas, que son ciento y sesenta leguas de la ciudad de Los Reyes. No dejé de pasar trabajo con unas calenturas y fríos recios que me dieron, en subiendo a la sierra el refrigerio que había era poco, y el camino muy áspero. El P. Fuentes en todos los pueblos que había españoles, como en Yungay, Carongo y Cajamalca les predicó, y confesó muchos dellos que tenían no poca necesidad. Llegados a Chachapoyas se comenzó luego a predicar así a españoles como a indios, y fué grande el contento de todos en general por ver gente de la Compañía tan deseada dellos de muchos años atrás. Acudían los españoles con grande gusto y deseo, y entre otros efectos admirables que Nuestro Señor obró mediante su palabra, fué apaciguar el pueblo de unas enemistades y bandos, que por ser tan viejos y tantas veces intentándose en balde por religiosos y personas graves el remedio se tenía ya por incurable. El vicio de deshonestidad en aquella ciudad era grande, y contra ésta enderezó el Padre lo más de sus sermones, de donde procedió grande enmienda y mucha copia de confesiones generales, y tomar muchos nuevo orden de vivir, y confesarse a menudo, que no habían visto allí nadie hasta entonces que lo hiciese. Un día que hacían su fiesta y tenían toros aparejados para correr, les predicó contra este abuso, y dejaron sus fiestas y toros. Dábale Nuestro Señor espíritu grande para reprender los vicios, en especial el mal tratamiento de los naturales, que me espantó cómo los sacerdotes y encomenderos de los indios, oyendo lo que les decía, no le echaban a pedradas del pueblo, antes en lugar de indignarse por la aspereza de sus reprensiones, venían las manos atadas a que les diese remedio a sus conciencias, y dispusiese de sus haciendas como le pareciese para su salvación; y lo primero era hacerles restituir lo que convenía. Muchos de los indios por ser ladinos le iban a oír, y después platicaban entre sí cómo volvía tan de veras por ellos y decían: verdaderamente estos son nuestros padres, y padres de todos los indios. A las escuelas de los niños se acudía miércoles y viernes, y los sábados iban en procesión a oír la misa de Nuestra Señora, la cual acabada se les hacían las preguntas de la doctrina, con gran consuelo de sus padres, a los cuales ellos reprendían cuando los oían jurar, por haberse instituído la cofradía de los juramentos.

En este ínterin, como en Moyobamba y Bracamoros oían que estábamos en Chachapoyas, enviaban los cabildos encarecidamente al Padre los viese y consolase con la predicación. Dista Moyobamba de Chachapoyas a la parte del norte treinta leguas, y otro tanto a la parte del sur Bracamoros, que por otro nombre llaman Jaén. Es cosa de ver el aspereza de caminos que hay, y el peligro de ciénagas y ríos grandes. Estuvo el Padre en Moyobamba doce días; hay allí pocos indios porque se han ido acabando con grandes mortandades. Predicó y confesó el Padre casi a todos los del pueblo, y remediáronse muchos pecados, especialmente juegos. Bracamoros es pueblo de muy buen temple, y tiene muchos indios en su comarca; es tierra de minas y ríos donde se saca oro. El día que el Padre llegó a Bracamoros habían los indios muerto a un fraile en un repartimiento que se llama Tontón, dicen que lo hicieron los indios por los malos tratamientos que les hacía, y con este religioso con el mismo alboroto a otros dos o tres españoles. A esta causa habían salido cierto número de españoles a castigar los dichos indios. En este pueblo estuvo el Padre veintiséis días, y con hallarse revuelto, y ser la gente de mayores odios, rencores y vicios desta tierra, fué adonde con mayor afección fué oído, y con más fruto que en parte otra alguna, casi todos se confesaron, y las más confesiones generales, y públicamente en la iglesia se pidieron perdón y reconciliaron y abrazaron unos a otros convidándose a sus casas, con extraña admiración de ver cómo Dios había puesto su mano sobre aquel pueblo. Esto es en suma lo que hay que escribir a V.ª R.ª acerca de los españoles.

Con los naturales se procuró trabajar, por la grande necesidad que tenían. Comencé a predicalles por el mejor modo que supe alumbrándome el Señor; oían todos con gran voluntad, y es verdad que pocas veces dejaban de enternecerse y llorar sus pecados con gran sentimiento. Ultra de declararles lo necesario a la doctrina cristiana, les refería algunos pasos de la vida de Cristo Nuestro Señor, y ejemplos de Santos para la confirmación de la ley cristiana, de que recibían mucho gusto, y me lo referían cuando se lo preguntaba. El orden de los sermones era éste: todos los miércoles y viernes les predicaba en la iglesia mayor, y los domingos mañana y tarde, los martes y. jueves en la tarde en la plaza; ultra de los sermones en particular les catequizaba en la fe y en el sacramento de la pinitencia. No me hartaba de dar gracias a Dios de ver la devoción con que todos oían, y el amor que nos mostraban, acudiendo a la doctrina, y después frecuentando nuestra posada preguntándome del sermón pasado, otros las dudas que se les ofrecían, y muchos se quedaban en nuestra posada para oír la doctrina que a las noches enseñábamos a los de casa. Viéronse efectos notables en su aprovechamiento, especialmente de indias molestadas para pecar que resistían varonilmente, entre otras una solicitada de un español le dijo con mucha cólera: Demonio debes de ser, pues oyendo lo que oyes de los Padres, dices esas cosas; de lo cual el vino a mí muy confuso y compungido, confesando delante de otros su pecado. Hay en estas tierras de Chachapoyas grandes hechiceros y herbolarios de ponzoña con mucha facilidad, sin que haya faltar del tiempo en que pretenden que muera, porque, según los días o meses o años en que quieren que muera, ansí conficionan las ponzoñas. Reprendiendo yo un día este pecado con grandes amenazas de parte de Dios, una india vieja vino a mí llorando que ella era culpada de un gran pecado, el cual declaró, pidiendo qué remedio habría para que Dios la perdonase, y acudió muchos días a la iglesia, con muchas lágrimas, y después de bien instruida se confesó generalmente con el padre Cristóbal Sánchez, el cual quedó muy satisfecho de su penitencia y lágrimas, y lo mismo hicieron otros muchos indios haciendo confesiones generales de toda la vida.

En el tiempo que el padre Fuentes fué a Moyobamba, el padre Cristóbal Sánchez y yo, por orden suya, fuimos a unos pueblos comarcanos a Chachapoyas que se dicen Chetot, Olia, Timal, donde se predicó a los indios y se enseñó a los muchachos la doctrina con algunos cantarcicos en su lengua, de que gustaban mucho. Después fuimos a los pueblos que llaman Pocllas, que es una provincia donde antiguamente había gran suma de gente, y estuvimos en Chibalta y Quitaya, pueblos de su padre del padre Valera, de quien recibimos mucha caridad. Los caciques nos daban sus hijos con mucho deseo que los tuviésemos con nosotros para enseñarles. Habíanse juntado en Chibalta muchos caciques y gentes de diversas partes, esperándonos allí para oír la palabra de Dios; sería largo de decir los arcos y calles enramadas y cruces altas con que nos salían a recibir por los pueblos, y la diversidad de cazas que nos tenían aparejado de venados, conejos, perdices y tórtolas, y muchas frutas de que hay abundancia en aquella tierra; y el Padre Sánchez mucha liberalidad lo repartía todo entre los pobres y enfermos que había, de que los indios en extremo se edificaban. Traíamos allí los muchachos de diversos pueblos, a los cuales enseñábamos la doctrina cristiana, y ellos volvían a enseñarla a su pueblo a los otros; acudían a la confesión con mucha devoción, venían los caciques a ella, con muchas lágrimas, y uno de los principales hizo una restitución gruesa a sus indios. El Padre Sánchez trabajaba con mucho amor con ellos, y ellos día y noche no nos dejaban; no se hartaban de preguntarnos cosas de nuestra fe, y apenas los podíamos echar de nuestra posada, con el deseo que tenían que oír siempre lo que les predicábamos.

Habiendo dado una vuelta a todos aquellos pueblos, nos volvimos a Chachapoyas, donde ya el Padre Fuentes había tornado de Bracamoros, y a ocho días después de llegados, se ofreció que un sacerdote, viniendo de sus pueblos, dió una caída en el camino, que es muy fragoso, y se tronchó una pierna, a cuya causa, no pudiendo acudir a confesar cierta cantidad de indios de su Doctrina, que habían enfermado de un mal como viruelas o tabardete, pidió al Padre Fuentes enviase al Padre Sánchez a confesallos. El Padre Fuentes lo rehusó por haber venido poco había el Padre Sánchez muy fatigado y cansado del camino, de lo mucho que había trabajado con los indios; al fin, haciendo instancia el clérigo, el buen Padre Sánchez, como buen obrero del Señor, se ofreció al nuevo trabajo y peligro, porque aquellas almas no pereciesen sin confesión, y cierto era cosa de grande edificación la solicitud grande que tenía en el aprovechamiento espiritual y temporal de los indios. El día que llegó a estos pueblos donde estaban enfermos, les dijo misa y les mandó decir la doctrina cristiana, y otro día siguiente, que era lunes del tercero domingo de cuaresma, amaneció con una calentura, y con todo eso confesó buena parte de los enfermos, y el mal olor que salía de ellos le agravó mucho su enfermedad; al fin, como buen soldado, hasta que no pudo tenerse en pie, de contino confesó los indios enfermos, de manera que no quedó ninguno de más de cincuenta y tantos que eran, y yendo en crecimiento la calentura, y sabida la indisposición, el Padre Fuentes me envió, y dándome priesa llegué a Laimebamba, donde le hallé echado casi muerto con grandes dolores y angustias, que en seis días apenas había comido cosa. Otro día siguiente le puse en una hamaca, y con indios que se remudaban le llevé a Chachapoyas, donde el médico declaró ser de muerte la dolencia, y habiendo recibido los sacramentos, en cinco de abril dió el alma a su Criador. Fué grande su paciencia y obediencia, y el continuo trabajar era grande admiración; dióle el Señor una tranquilidad y alegría en lo último, que bien se vió adónde le llevaba Su Majestad; después de muerto le quedó el rostro mucho más sereno y agradable que antes. Hízose gran sentimiento en todo el pueblo, particularmente los indios le lloraban como si toda su vida les hubiera tratado; enterráronle en el monasterio de San Francisco con acompañamiento de toda la clerecía y religiosos y vecinos de la ciudad, y no hubo orden con el guardián de San Francisco que no le hiciese en lo mejor de la iglesia un túmulo y obsequias, que para un gran perlado era mucho. Todos decían que Nro. Señor, por su misericordia, había querido dejarles en aquel pueblo un cuerpo santo. Creo cierto está gozando del premio eterno que el Señor tiene para los que trabajan fielmente en la salud destas almas tan necesitadas y deseosas de su salvación. Pasada Pascua de Resurrección, teniendo orden de V.ª R.ª, nos ponemos en camino la vuelta de Lima, para llegar al tiempo que la obediencia nos tiene dado, que se cumplirán nueve meses de nuestra peregrinación.

5. Por Huaral, Ambar y su distrito.

De una del Padre Agustín Sánchez para el P. Provincial.-Llegamos en veinte y seis de mayo a un pueblo que se dice Guaral, donde fuimos muy bien recibidos de aquellos indios y con mucho amor, porque tienen gran devoción a la Compañía. El domingo se juntaron a la doctrina, y había un mes que no tenían allí misa; ellos se regocijaron tanto, que vellos ponían gran contento. Predicó el hermano Gonzalo mañanas y tardes, y dijimos misa, confesé en dos días que estuvimos allí veinticuatro o veinticinco, y bauticé seis, y me consolé de ver la gana y voluntad que tenían de confesarse y la disposición; claramente decían que no eran cristianos ni sabían de Dios, sino desde que el año pasado les predicó el hermano Santiago, y agora el hermano Gonzalo. Despedímonos el día siguiente con harto dolor de los indios, que querían ponerse luego en camino a pedir licencia a V.ª R.ª para que nos detuviésemos allí, y con decirles que volveríamos por allí nos dejaron ir, y vimos al Padre Fuentes, que había llegado de la misión de los Chachapoyas; Dios sabe el alegría que recibimos, aunque el Señor quiso se aguase, porque, salidos de allí, al salir de un arroyo caí con la cabalgadura en el agua y, poniéndome las manos encima, no me dejaba levantar, y tras esto nos perdimos aquella noche en un páramo, con la garúa que hacía, y con todo hubo alegría y consuelo.

En treinta del dicho, víspera de la Ascensión, llegamos a Guara, a un pueblo de indios que se dice Guachu, donde al principio no mostraron mucho contento con nuestra venida. El día de la Ascensión hicimos juntar los indios a la doctrina y a misa, de la cual hacía muchos días que carecían por ausencia de su cura; vinieron todos los indios, que es un gran pueblo, y algunos españoles y lenguas. Dije misa y predicó el hermano, que creo cierto nunca tal sermón hizo en su vida, a lo menos que así a ojos vista se viese el fruto; predicó con tanta ternura, que hacía a los indios y españoles llorar, y los indios salieron movidos en tanta manera, que yo les oí hablar y decir entre sí: Ahora seremos cristianos con estas palabras de Dios, agora entendemos la ley de Dios y nuestro corazón se huelga. Otros decían: Si no nos enseñan a nosotros desta manera, ¿cómo podemos saber la ley de Dios? Aquel día fuimos a decir otra misa al tambo por amor de los españoles que allí estaban, y volvimos a la tarde al pueblo de los indios, y recibiéronos con bien diferente contento que el día antes, preguntándonos cuándo ha de comenzar a confesar el Padre, y sirviéndonos con mucha alegría. Comenzamos a confesar luego el día siguiente y, como gente no doctrinada en las cosas de Dios, no sabían casi nada, que me daban gran pena, y tomando el hermano Gonzalo cuidado de catequizarlos, era después descanso confesarlos. Estuvimos allí ocho días juntos, hasta que el hermano se partió por socorrer a un curaca que se moría, y no llegando a tiempo, se volvió. Habiendo estado once días, dejé confesados cien personas, y si hubiera tiempo se confesaran más de seiscientas; mostraban, al parecer, un dolor que me quebraba el corazón, diciendo: ¿Por qué te vas y nos dejas ansí? ¿Por qué no nos acabas de confesar y hacer cristianos? Y tenían razón, porque muchos dellos en su vida se habían confesado, y otros de diez años y otros de cinco. No dejé bautizados allí sino a una niña de un español, aunque había muchos que bautizar, porque tenían cura que había de volver allí en mayo. Reconcilié el día de Pascua ocho o nueve españoles, que comulgaron; de donde nos partimos el segundo día de Pascua, después de misa, para la sierra.

Llegamos a un pueblo que se dice Jaigua a once de junio, donde a otro día dijimos misa; predicó el hermano y bautizamos los que había, y nos partimos luego al asiento principal de aquel repartimiento, que está de allí cinco leguas, donde fuimos recibidos con gran solemnidad, y todo el pueblo junto estaba tan alegre de nuestra llegada, que no había quien lo echase de la pampa; entramos en la iglesia con una gran procesión cantando la doctrina, y bien se deja de ver cuando los indios hacen eso de miedo o de amor, y veíase el amor que nos tienen, según los dejaron aficionados el Padre Espinar y el hermano Gonzalo la otra vez que estuvieron allí, que era cosa maravillosa; y por acortar, estuvimos en este pueblo haciendo nuestros ministerios hasta la víspera de San Juan, y tuvimos aquí el Corpus Chisti con solemnidad, hallámonos dos sacerdotes y el hermano Gonzalo y cuatro españoles, y todo el repartimiento de indios, que era gran suma; hubo misa cantada y sermón a los indios y españoles, que todos eran grandes lenguas, muy solemne procesión, con muy buenos altares y muchas danzas y mucha cantidad de indios.

La víspera de San Juan nos fuimos a tener la fiesta a un pueblo que se dice San Miguel, en una región bien fría, adonde tuvimos la fiesta con mucho regocijo, con procesión y sermón y confesiones y danzas, y muy buen frío, donde pasamos algún trabajo por el gran frío y mal aparejo de casa y aun de los demás. Otro día nos partimos desta región tan fría para otra que la podemos llamar del infierno, porque bajamos a una hondura adonde no veíamos el sol muchas horas del día. Fuimos a pie cuatro leguas por una tierra tan áspera, que no parece posible que cosa viva ande por ella sin alas, y a esta causa había siete u ocho años que no bajaba allá sacerdote, y cuando bajó fué en hamaca. Nosotros llegamos tales, que en cuatro días no nos pudimos menear. A mi parecer, fué de tanto provecho nuestra ida allí, que, aunque no hubiéramos ido a otra cosa de cien leguas, era bien empleado. Allí se extendieron bien las velas del trabajo, cuándo a predicar, cuándo a catequizar, cuándo a confesar, y con el ayuda de Nuestro Señor, que ayudó mucho a todos, cuando nos volvimos quedaron como si hubieran estado allí Padres toda la vida, muy instruídos y aficionados al servicio de Dios Nuestro Señor. No quedó nadie, chico ni grande, por bautizar de los que no lo estaban, si no fué uno que era muy rudo, y para catequizalle más despacio le llevamos con nosotros. No quedó por confesar, de doce años arriba, ninguno, y los que estaban amancebados todos se casaron. Yo confesé ciento, y el padre cura que bajó con nosotros, cincuenta. Estuvimos allí ocho o nueve días; no osamos volver por el camino que bajamos, antes por no andar aquellas cuatro leguas, rodeamos veinte y nos pusimos a peligro de pasar el río de la barranca por un brazo sólo y ancho, que pasado por tres suele ser malo y peligroso; yo eché el ojo a un indio de buena disposición y saqué una imagen de Nuestra Señora, de plomo, y díjeles: Encomendémonos a esta Señora y pasaremos bien, y él se la echo al cuello y, besándola, dijo: Vamos, Padre, y no hayas miedo. Pasados que fuimos, me pidió otra para su mujer, y viera V.ª R.ª cargar de nosotros con tanta devoción los otros indios, que en fin nos despojaron de las imágenes que llevábamos.

A seis de julio tornamos a llegar al asiento principal ya dicho, que se llama Ambar, y desde allí, quince días antes de Santiago, tomamos otra derrota a otra tierra bien fragosa y fría. Gastamos quince días en tres pueblos que hay allí en término de cinco leguas, haciendo nuestros ministerios; donde no sentí menos provecho que en los más pasados, aunque estos indios estaban más instruídos en la doctrina y policía cristiana, porque habían estado allí el Padre Espinar y el hermano Gonzalo, al cual querían y reverenciaban como a un santo. Confesáronse los que pude, y bautizáronse todos los niños que no estaban bautizados; adultos no había que bautizar, porque en la otra misión del Padre Espinar quedaron bautizados; casamos a algunos y, tornando a Ambar la víspera de Santiago, ocho días después de la fiesta nos partimos con harto dolor de los indios. Quedaron confesados en este repartimiento cuatrocientas y cuarenta ánimas, que con los más de esotros pueblos son más de quinientos y sesenta. Casáronse cerca de treinta y bautizáronse sesenta. En Guaral hallamos de vuelta al Padre Diego Ortún y al hermano Domingo, y por eso no nos detuvimos allí. Lo que puedo decir es confirmar lo que otras veces he dicho: que el trabajo y tiempo que se gasta con estos indios con buen deseo, se vee claro ser muy provechoso, y que con la experiencia que tengo desto, el deseo que me queda es morir entre indios, aunque soy indigno de tal oficio, y pido a V.ª R.ª por caridad, que si yo fuere para algo, me ocupe siempre en este ministerio de los naturales.

6. Repartimiento de Caravaillo.

De una del Padre Diego Ortún para el P. Provincial. -En el Pueblo de Caravaillo estuvimos dos semanas, confesamos a algunos y entre ellos dos o tres curacas, con algún provecho a lo que parece. Las fiestas después de misa les predicaba yo; los demás días el hermano Domingo, por la tarde, los instruía en el catecismo y en cómo se habían de confesar, oían con atención y provecho; los niños hacía juntar el hermano y les enseñaba las oraciones en su lengua cantando, de lo cual gustaban mucho y venían de buena gana. El padre cura deste pueblo nos trató con mucho regalo, aunque, como no entiende la lengua, no gustaba mucho destos cantares. El sábado, al fin destas dos semanas, fuimos a Guaral, donde fuimos recibidos con alegría de los indios; quejáronse mucho que no estaban confesados, porque el cura que los tiene a cargo no sabe la lengua y reside en el pueblo de los españoles de ordinario, que está de aquí dos leguas. El domingo siguiente les hice una plática después de misa; mostraron tener afición y gusto, porque nos aman. El Padre Agustín Sánchez vino aquel día aquí, el cual había confesado como cuarenta a la ida, que había ido a la sierra; mostraban mucha afición y voluntad a la confesión, y casi todos me respondían bien a las principales preguntas del catecismo, y así confesaron doscientos y cincuenta en veinte días que aquí estuvimos; hartas destas confesiones han sido generales; dicen que son cristianos desde el año pasado, que aquí estuvimos, porque no habían conocido a Dios hasta entonces. En las pláticas que el hermano les hacía todos los días muy de mañana, porque fuesen a sus labranzas, se sentía mucho provecho en las confesiones, porque, como digo, eran muchas dellas generales, encareciéndoles el hermano cuán gran pecado era encubrir algún pecado en la confesión. Entre otros acudió un pobre indio enfermo, que había siete años que por miedo de los cura, tenía encubierto un pecado, y era que, rogándole otro indio hechicero que le enterrase vivo, por miedo que tuvo del Padre, porque otros le habían acusado, lo hizo así, y así quiso más el otro desventurado ser enterrado vivo que no castigado por el cura; quedó esotro después de la confesión muy consolado. Cierto, el año pasado me aficioné a estos indios, por parecerme gente blanda y de buena masa, y agora me he confirmado más en ello, porque veo ser verdad. A las tardes acuden los niños y viejos, y el hermano se maravilla de ver cuán a propósito responden de lo que les preguntaba, que era cosa de ver su agudeza; a los niños y niñas no podemos echar de casa con el gusto del tono de la doctrina y de un cantarcillo que el hermano les decía. Los alcaldes y regidores y los principales trataron entre sí venir a pedir a V.ª R.ª un Padre, que decían que en estos pocos días que agora y el año pasado estuvimos allí, habían tenido noticia de Dios. Con no haber tenido Padre, de ordinario tienen pocas borracheras y pocos amancebamientos; ellos dicen que desde que el hermano Santiago estuvo allí el año pasado, se han enmendado; entiendo que si tuviesen Padre serían fáciles para ser instruídos en la cristiandad. Tentación me parece muy manifiesta decir que los indios son poco capaces, que cierto, habiendo algún trabajo y cuidado en el Padre, habrá mucho fruto; de mí sé decir a V.ª R.ª que nunca tanto he confesado, ni tan sin pesadumbre, aunque en la oración y penitencia he sido corto, con achaque de un poco de enfermedad que tuve unos días. Cinco o seis bauticé y algunos otros casé, y es, cierto, contento ver cuán bien van tomando la costumbre cristiana de no amancebarse primero con la que se han de casar, como antes solían hacer, que entre ellos era costumbre general. Pienso que San Juan, patrón deste pueblo, nos debe haber ayudado a todos.




ArribaAbajoMisiones hechas desde el Colegio del Cuzco

7. En la frontera de indios infieles.

De una del P. Andrés López para el P. Provincial. -En los Andes estuvimos el hermano Marco Antonio e yo casi toda la cuaresma con salud y fuerzas para trabajar en aquel erial, gracias al Señor, aunque al principio me probaron los grandes calores y terrible temple con una desatinada calentura; sangróme un chacarero porque me apuntaba un accidente mortal, y plugo al Señor que no pasó adelante; tanto valen las oraciones y obediencia de la Compañía. Tuve bien que hacer: predicaba los domingos y fiestas y tres días en la semana. Acudían de buena gana con venir algunos de una legua y ser las haciendas tan embarazosas, confesáronse casi todos, y los que quedaron vinieron al Cuzco, y aquí los confesé; es gente bien necesitada y afecta a la Compañía.

Estando allí salieron como cuarenta indios Chunchos valentísimos, de guerra, en cueros, embijados de negro, que parecían demonios con sus arcos, flechas y macanas de palma; vinieron por uno de aquellos ríos muy grandes, y dieron en tres partes de los Andes, adonde no estaban españoles, en dos chácaras de coca, junto a un pueblo de indios, una legua de donde andábamos. Mataron un negro y catorce indios, y entre ellos dos caciques, a flechazos, y llevaron la cabeza del cacique principal, porque se defendió y flechó valientemente con ellos; llevaron la mujer de un cacique y una criada y un muchacho suyo. No pudieron ser socorridos porque, por presto que acudió el corregidor y otros, eran ya huídos. Estaban los españoles muy atemorizados, sin armas, y el corregidor también; los indios, que son muchos, huían la sierra arriba hacia el Cuzco, a manadas, con sus mujeres. Como vi que el corregidor no hacía nada y que los indios de guerra andaban muy desvergonzados y los de paz morían sin que hoviese quien los defendiese, parecióme avisar al corregidor y a todos que se juntasen con las armas, arcabuces, espadas, rodelas y escaupiles, que son cotas de algodón, y hiciesen siquiera muestras de defenderse, para espantarlos. Juntáronse hasta cuarenta españoles con estas armas y cincuenta indios flecheros con arcos y macanas. Pareció a todos que no bastaba esto, sino que era necesario para espantar los indios de veras, seguillos algún trecho por la montaña. Rogáronme todos que fuese con ellos y húbelo de hacer por su consuelo y por evitar daños. Caminamos tres o cuatro días por una montaña que se iba al cielo, tan espesa que no podía colar un hombre; iban haciendo y abriendo camino cien indios y negros, para que, si volviesen los indios de guerra, los pudiesen atajar y seguir por él. Venimos a dar a la boca del Río de la Plata, que va al Brasil, río caudalosísimo do llegó el Inga conquistando, y está una fortaleza suya llamada Opatari y por otro nombre el Embarcadero. Allí llegamos un sábado, víspera de Dominica in Passione. Limpióse todo aquel fuerte y levantamos una cruz muy grande en medio de él, y díjeles misa el domingo y prediqueles. Hubo algunas confesiones, y, visto que no se podía pasar adelante, dimos la vuelta. Con esto no han vuelto los indios por allí y se han retirado porque es aquél un puesto a vista de todos los indios de guerra que en los Andes hay. A la mano derecha tiene a media legua los Casnavas; a la izquierda, los Mañaries; frontero el río abajo, los Manopampas, que son los que salieron, gente belicosísima toda ella y mucha que han desbaratado dos veces a los españoles en dos entradas con el capitán Maldonado. Tuvimos noticia de la innumerable gente que hay el río abajo y muy pacífica, sacando estos de frontera. Dios se apiade de ellos y los traiga a su conocimiento. Amén.

Yo, cierto, miré toda aquella tierra desde un alto cerro, de donde me pareció que vi casi hasta la Mar del Norte y el cabo de la cordillera grande, y me pareció que se me abría el corazón; y se me hacía poco, si la obediencia me diera licencia, irme el río abajo entre aquella gentilidad, imaginándome en medio de ellos, con sólo el brazo de Dios y un compañero, me parecía la más dichosa vida y suerte que en la vida me podía caber. Sabe el Señor lo que se me descubrió desta pobre y desamparada gente, y como vernían todos aquellos indios en busca de Dios, como hubiese quien buscase sus almas. Y han venido indios hartos, porque los Mañaries, que es gente muy poblada, vinieron habrá un mes a pedir al gobernador Arbieto, que tiene aquella comarca, les enviase quien les enseñase la ley del verdadero Dios; y de más adentro lo desean, y han salido a los Andes de paz a pedir encarecidamente que siquiera un sacristán les envíen a decirles la ley de Jesucristo, si no hay sacerdote que quiera ir, porque ellos desean ser cristianos y bautizarse; y con este deseo hay pueblo entre estos gentiles donde tienen hecha iglesia a nuestro modo y puesta una cruz. Pero lo que no se puede decir sin dolor, que no hay quien busque sino plata, parvuli petierunt panem, etc. Si Dios me enviase iría de mejor gana que a otra parte alguna. Consuelo me da el Señor donde quiera que Su Majestad me pusiere, aunque sea en el despoblado de Pariacaca. Bendito sea el Señor para siempre. Amén.

En los Andes, viendo la necesidad grande de los indios, confesé a los que pudo en su lengua. Al P. Cristóbal Sánchez tengo envidia por haber muerto como buen soldado, en la obediencia y conquista de las almas. Todo lo demás, fuera de esto, me parece vanidad. Deseo despegarme de todo, pues no hallo paz sino en Dios, y con él dondequiera me va bien. Doy a V.ª R.ª cuenta como a mi padre, y no sólo como a superior, y más larga la diera, si no pensara estorbar otras cosas. Del Cuzco, 11 de junio de 1576.

8. Indios del Cuzco y cercanías.

De otra carta del mismo Padre Andrés López para el Padre doctor Plaza, Visitador destas Indias. -En el pueblo de Anta fuimos bien recibidos, gracias al Señor, de los indios y con mucha muestra de contento, y, cierto, según va, parece nos quiere Nuestro Señor obligar a salir de entre españoles y vivir con ellos. Hay en este pueblo doscientos y ochenta indios tributarios, y más de tres o cuatro mil almas de cuatro ayllos, que en él hay: Anca, Sanco, Quero y Conchacalla. Júntanse los domingos y fiestas, mañana y tarde, tan de buena gana, que aun en las estancias del valle no queda indio que no venga, y de algunos pueblos comarcanos, que nos han importunado que vamos a enseñarles a ellos. Estos días de fiesta les decimos primero la doctrina, dos niños una vez y otros otras. Luego les preguntamos el catecismo y se declara algo de él, y se les hace una plática brevemente los días de la semana. Acuden mañana y tarde los niños, viejos y viejas, que son muchas, y uno de los cuatro ayllos, una semana y otro otra, y los mismos caciques vienen con los niños a aprender el catecismo, de que gustan tanto, que están toda la mañana los viejos de cuatro en cuatro y de seis en seis, maceando en él por sus quipos; y los muchachos son tan hábiles y tan deseosos de saberlo que, cierto, hacen ventaja a los estudiantes del Cuzco; y alabamos a Dios cuán bien lo toman. Es cierto que, aun de noche, no nos dejan, especialmente dos docenas dellos, los más hábiles, que, aunque no queramos, se nos vienen a dormir a casa para que les enseñemos, y sus padres nos los traen de las estancias y del ganado, rogándonos les enseñemos las cosas de Dios; y en sus casas y en las calles los niños y los grandes no saben tratar otra cosa. Verdaderamente es tiempo perdido el que se gasta fuera de entre ellos, y no han menester tanto sermones, cuanto buenas obras y ejemplo. No nos podemos valer de confesiones. Visiblemente siento la obediencia y ayuda del Señor en la lengua, que si no es infundiéndoseme, no sé con qué más brevedad la pudiera tomar; y no digo una lengua, pero muchas me da el Señor ánimo para tomarlas fácilmente, para ayudar a la salvación destas almas. Yo le bendigo para siempre y doy muchas gracias, que es cierto me parecen tan bien estos indios y tan hermosos estos palmitos y niños pobrecitos, que no me hallo sin verlos, y estos pobres viejos y sus casillas, que cuando entro a ver los enfermos y confesallos, me parece que entro en los palacios de Galiana; y no sé qué cosa dé más mortificación, que morir fuera de entro ellos. El hermano Pizarro lo hace muy bien, gracias al Señor; predica y enseña con gran gusto de los indios, como sabe también la lengua. V.ª R.ª nos encomiende a Nuestro Señor para que en todo le agrademos, y a nuestros carísimos Padres y hermanos, por cuyas oraciones el Señor hace lo que se hace. De Anta, 10 de agosto de 1576.

De una del Padre Francisco de Medina para el Padre Provincial. -Cuando V.ª R.ª me envió a mandar que confesase indios, sentí alguna repugnancia y temores de mi salvación, por ver lo poco que sabía de mi lengua y de la suya; pero confiado en aquella Majestad sapientísima, que Él que lo ordenaba proveería de lo que en mí había falta, me determiné a cumplir la obediencia, de lo cual he sentido y siento gran consuelo, por ver por una parte la necesidad que esta gente tiene de quien los ayude, y por otra cuán más fácil se me hace de entender y hablar su lengua de lo que al principio pensé, y lo que sobre todo me alegra es ver el ansia y deseo grande que de su salvación y aprovechamiento trae esta buena gente. Acontéceme muchas veces no podelles entender palabra, de los sollozos, lágrimas y bofetadas que se dan, y lastimándose con pellizcos dicen a gritos: páguelo este traidor de cuerpo que lo hizo, ahora, ahora comienzo yo a ser cristiano y a conocer a Dios, importunándome que les dé grandes penitencias, y si no se las doy, a cabo de tres o cuatro meses vienen a comunicar las que hacen, que a hacellas yo pensara de mí que era santo. Con algunos me ha acontecido, por parecerme que era necesario detenerles la absolución, echarse a mis pies con grandes lágrimas, pidiéndome que, por amor de Dios, les diese la penitencia que quisiese y no les dejase de absolver, y a cabo de algunos días venirme a decir que, de pensar cómo no les había absuelto, les había el demonio traído gran tentación de desesperar, diciéndoles que Dios no había misericordia dellos, ni les perdonaría tan grandes pecados, pues el Padre no se los perdonaba. Confesándose algunos generalmente han recibido tan particular consuelo, que han procurado persuadir a otros muchos hagan lo mismo; la mujer venía: Padre, confiésame como a mi marido, y el padre traía al hijo y el hijo a su hermano; y esto me acontece en muchos. Vienen de muchas lenguas a confesarse en esta casa, y algunos he tenido que venían de treinta y cuarenta y aun ochenta leguas, con el deseo de hacer esto para su salvación; y es plática entre ellos ya común que con los Padres de Jesús no han de callar pecado ninguno, por enorme y gravísimo que sea; y ansí se van remediando con la gracia del Señor grandes idolatrías y maleficios en que el demonio les tenía muchos años. Es cosa maravillosa el afecto y deseo grande que tienen a la Comunión, y el consuelo y sentimiento que les comunica el Señor a los que para esto se les da licencia. A una india, viendo que se iba aprovechando en las cosas de Nuestro Señor, le dije que para tal fiesta la había de dar licencia para comulgar; fué tanta el alegría que sintió, que se dispuso a confesar generalmente y a hacer grandes asperezas hasta el día que yo le determiné, y llegado el día en que se le dió la comunión, proveyó la más plata que pudo y la repartió a los pobres, y reprendiéndole por qué había hecho aquello, teniendo tantos hijos que sustentar, me respondió que muy pequeño servicio era el que ella hacía en dar su plata por aquel Señor que a sí mismo se le daba viniendo a su alma.

9. Por tierras de Huánuco.

De una del P. Juan Gómez para el P. Provincial. -El P. Hernández y el hermano Camacho y yo llegamos a esta ciudad de Guánuco a dos de mayo; fuimos luego al hospital, adonde acudieron el corregidor y los regidores, y lo mismo el vicario y clérigos, agradeciendo mucho nuestra venida, porque la tenían muy deseada, por ser la primera vez que vían gente de la Compañía; convidáronnos con mucha instancia con otra posada honrada, y por ser más a propósito para nuestros ministerios el hospital, nos quedamos allí. El domingo siguiente comenzó el padre Hernández los sermones, habiendo yo enfermado de unas calenturas muy recias. Oyeron al Padre con mucha acepción todos aquellos días, y dándome el Señor salud, pude ayudarle en los sermones y confesiones. Predicábanse tres sermones a los españoles en la semana, por ser tiempo de cuaresma, sin otros extraordinarios, y sin los sermones de la doctrina cristiana, que eran por las tardes cada semana dos veces. Y después que por orden de V.ª R.ª el Padre Fernández volvió a Lima, proseguí la predicación los cuatro meses que estuve en esta ciudad, con acepción y aprovechamiento del pueblo, a lo que pude entender. Además de estos sermones que se hacían a los españoles, se hacían otros tres sermones a los indios, sin otras pláticas que cada tarde se hacían para catequizarlos en la doctrina cristiana. De los sermones de los españoles salían muchos con propósito de enmendar la vida, y así mucha gente se confesó generalmente, con particular devoción y sentimiento, sin otras confesiones y comuniones ordinarias que había cada fiesta, que era cosa no usada en esta tierra. Hiciéronse algunas amistades, en las cuales se sirvió el Señor mucho. Reprendiéndose en los púlpitos algunos tratos de usurarios, hubo mucha enmienda en ellos, de tal manera que ya generalmente los mercaderes no querían tratar en aquel género de mercaderías en donde se hacían los dichos contratos.

Los indios de oir los sermones venían con grande instancia a pedir que los confesasen y a que les enseñasen la doctrina cristiana, y era tanto el gusto que tomaban de oir los sermones, que aun en días de trabajo pedían que les predicasen, y todo el día gastaban en oir y platicar las cosas de la ley de Dios, con grande consolación suya y edificación de los que los vían.

Viendo el regimiento el fruto que se hacía, ansí en los naturales como en los españoles, determinaron escrebir a V.ª R.ª que nos dejase en esta ciudad por más tiempo, o que viniesen otros padres para que se llevase el fruto adelante, y personas principales se ofrecieron de dar casa y sustento para los Padres que allí viniesen, y morasen siempre.

Mucho quisiera estar más de asiento en esta ciudad, para que los buenos deseos que Nuestro Señor ha dado a muchos y sus buenos principios, pasaran adelante. Pero pues la obediencia lo ordena, yo me parto de aquí para el Cuzco con el Hermano Camacho, y confío en el Señor conservará y aumentará la devoción desta gente, enviando V.ª R.ª algunas otras veces quien los consuele y ayude en el Señor. La ciudad es de admirable temple y mucha frescura, y la gente bien dispuesta para hacer fruto en ella. El Señor nos tenga a todos de su santa mano. De León de Guánuco, 30 de junio.

10. Pueblos del Cuzco.

De una del P. Doctor Plaza, Visitador destas Indias, para el P. Maestro Piñas, rector del Colegio de Lima.-Pax Christi, etc. Después que llegué a este Colegio, he estado con deseo de dar cuenta a V.ª R.ª acerca de lo que acá he visto, de la misericordia que Nuestro Señor usa con estos indios, haciéndolos con tanto fervor oír y recibir la doctrina del evangelio, que verlos basta para dar por bien empleado el trabajo de muchos caminos, que para ayudarlos a este fin se hayan pasado, y aun para desear pasar con alegría mayores trabajos, teniendo tan clara persuasión del mucho fruto que con la gracia de Dios se cogerá en tan copiosa mies y tan bien dispuesta, si por tibieza y negligencia de los obreros no queda.

Habiendo entendido el primero mes que aquí llegué en las cosas deste colegio, luego procuré se pusiesen medios para ayudar a los indios desta ciudad, por ser tanto el número dellos que pasan de veinte mil, y la comodidad tan apropósito de tenerlos alrededor de nuestro colegio en siete perroquias que están repartidos. Y comenzando de una que se llama Nuestra Señora de Belén, fuí yo con otros dos Padres a dar principio en esta obra, y el cura que tienen nos recibió de muy buena voluntad, y dijo al Padre que había de predicar que dijese a los indios, cómo yo venía desde Roma y enviado por el Papa, con deseo de ayudarles a ser buenos cristianos, y que había de volver a Roma a dar cuenta al Sumo Pontífice, de cómo ellos recibían la doctrina cristiana, y que entendiendo Su Santidad su devoción y cristiandad, les enviaría muchas gracias e indulgencias espirituales; lo cual ellos oyeron con mucho contento, y acabado el sermón dieron orden entre sí los principales de ellos, cómo viniesen por ayllos que ellos dicen, que son como barrios, cada semana un barrio, a aprender las cosas de Dios; lo cual comenzaron otro día con tanto fervor y consuelo, que no sólo los del barrio que estaba señalado, pero de otros barrios venían muchos a aprender la doctrina cristiana, y muchos viejos y viejas que hasta allí no la habían sabido, en cuatro o cinco días la aprendieron, porque hacían tanta instancia en aprenderla, que se estaban todo el día en la plaza que está delante de la iglesia aprendiéndola, y traían allí sus comidas, por no apartarse deste ejercicio hasta aprender bien la doctrina cristiana, y algunos indios e indias que estaban ya instruídos por los nuestros en la doctrina cristiana, se estaban con ellos todo el día con mucho contento, ayudándoles para que más presto la aprendiesen. Luego también se movieron a confesar, y comenzaron a confesarse generalmente, con mucho sentimiento y contento de ver que los oían despacio, y les dejaban decir todo lo que ellos entendían, y les preguntaban lo que ellos no sabían, para que se confesasen enteramente.

Tras este buen principio se siguió luego la prueba, para que más se declarase la verdad del propósito con que las indios acudían a la doctrina, y la prueba fué, que algunos pusieron sospecha en este nuestro ejercicio, y tratándolo con el Provisor, le persuadieron que nosotros íbamos a las perroquias con cautela, para entrarnos en la posesión de las doctrinas, y así lo publicaron por toda la ciudad. Y con esto, a cabo de cinco días, los que hasta allí nos habían rogado que les fuésemos a ayudar en sus perroquias, nos decían que no nos podían dar lugar, para que pasásemos adelante con el ejercicio comenzado; y acudiendo yo al Provisor para que mandase a los curas que nos diesen lugar, me respondió que no mandaría tal hasta consultarlo con el Obispo, que está en la ciudad de Los Reyes. El Provisor escribió al Obispo, y la respuesta vino a cabo de mes y medio, en que mandaba al Provisor que tratase con los curas que nos diesen lugar para pasar adelante con el ejercicio comenzado. En este medio tiempo que se suspendió este ejercicio, aguardando la respuesta del Obispo, fué grande el sentimiento que los indios hicieron, viniendo a nuestro colegio llorando, y quejándose que tan presto los dejábamos, y declarándoles cómo no les dejábamos por nuestra voluntad, sino porque no nos daban lugar en las perroquias, ellos dijeron que vernían a nuestra iglesia, y así lo hicieron, que en este tiempo muchos dellos acudían, por las mañanas a aprender la doctrina a nuestro colegio, y entre semana venían muchos a confesar, y aunque algunos los amenazaban diciendo que los castigarían si viniesen a nuestro colegio, ellos ni por eso dejaban de venir, antes venían con más fervor, diciendo que aunque los castigasen, no habían de dejar de venir a aprender las cosas de Dios. En este medio tiempo que no nos daban lugar para enseñarlos en sus perroquias, acudían con más fervor y consuelo los indios a la plaza, donde les predicaba de ordinario viernes y domingos uno de los nuestros, y entre semana acudían a nuestro colegio a aprender la doctrina cristiana, como tengo dicho.

Venida la respuesta del Obispo se continuó el ejercicio de andar por las perroquias, y fueron dos de los nuestros a la perroquia de San Blas, donde han acudido grande concurso todos los días de la semana a aprender la doctrina cristiana y confesar, la cual aprenden con mucha brevedad, por la continuación que tienen en este ejercicio, hasta que la aprenden del todo. Con todo esto son tantos los indios que acuden a nuestra iglesia a confesar, que no se puede satisfacer a la devoción de todos tan en breve como ellos desean, y es tanta la perseverancia que tienen en acudir, que vienen ocho y quince días continuos, hasta que hallan lugar para confesar. Y en esto han notado los padres confesores una cosa de mucha consolación, y es que así en las confesiones generales como ordinarias, se confiesan con tanta distinción y particularidad de pecados y circunstancias, que en esto no les hacen ventaja los españoles ejercitados en confesar, y el efecto de dolor y contrición de los pecados lo muestran bien con el sentimiento exterior de lágrimas y confusión. Y es tanto el respeto y reverencia que tienen al santísimo Sacramento del altar, que a los que se les da licencia para comulgar quedan tan determinados con el propósito de nueva vida, que puestos en ocasión de pecar, se excusan y apartan diciendo que quien una vez ha comulgado, no ha de pecar más en su vida.

A los sermones acuden con tanto fervor y concurso que pone admiración, porque las fiestas por las mañanas, si hay dos o tres o cuatro sermones en diferentes perroquias, como acaece haberlos, acabado de oír en una perroquia el sermón, se van a otra ya otra a oír de nuevo al mismo que han oído en la primera, o a otro que predique. A las tardes oyen en la iglesia mayor un sermón que se les predica todos los domingos después de comer, y acabado el sermón van corriendo a la plaza a tomar lugar, para oír otro que les predica uno de los nuestros, y acabado de oír el sermón de la plaza, vienen a nuestra iglesia a aprender la doctrina cristiana que se les enseña con más larga declaración por preguntas y respuestas, las cuales así hombres como mujeres, aprenden con gran facilidad y brevedad, por la afición que tienen a aprenderla. Una cosa que mucho han advertido y estimado así los clérigos como legos en esta ciudad y fuera en estos indios, ha sido el fervor con que acuden a estas cosas sin ser llamados ni forzados, pareciéndoles cosa muy nueva, porque la opinión que de ellos se ha tenido hasta aquí es, que si no es por fuerza no había quien los hiciese ir, aun a las fiestas, a sus perroquias a misa, y a nuestra iglesia acuden tantos entre semana a oír misa cada día, que no dejan lugar a los españoles muchas veces que la oigan, y así los españoles, clérigos y legos, dicen que nunca tal cosa se ha visto en este reino; y algunos españoles que vinieron al principio cuando se descubrió esta tierra, con grande alegría y contento dan gracias a Dios, pareciéndoles que este fervor es fruto o efecto que se ha seguido de sus primeros trabajos, aunque en aquel tiempo fueron mezclados con tantos agravios que se hicieron a los indios, y dicen que Dios les ha de perdonar los malos tratamientos que entonces les hicieron, por la devoción y fervor con que los indios acuden al presente a oír misa y sermones, a confesar y a aprender la doctrina cristiana.

En este tiempo que se aguardaba la respuesta del Obispo, fueron dos de los nuestros a un lugar tres leguas desta ciudad, donde estuvieron un mes, y fué tanto el concurso de indios, que con ser el lugar de hasta trescientas casas, se juntaban tres mil personas las fiestas a misa y a sermón y a aprender la doctrina cristiana, porque venían también, de las estancias que están alrededor de aquel lugar, que hay más de cuarenta estancias, y en algunas dellas hay cien indios. Entre semana acudían muchos, y se estaban todo el día en la plaza aprendiendo la doctrina cristiana, y en todo este tiempo mañana y tarde se ocupaban en confesiones. Yendo yo allá a ver lo que pasaba y el fruto que se hacía, estuve tres días, donde vi lo que he dicho, y me afirmaron algunos españoles que acudían de las estancias que están alrededor a aquel lugar, que había indios en las estancias que en diez años no habían venido al lugar dos veces, y después que los Padres estaban allí, venían cada día a aprender la doctrina cristiana y a confesar, y se maravillaban de los nuestros diciendo: ¿Qué Padres son éstos que no reciben nada, de dónde han venido? Y entre sí mismos se amonestaban unos a otros que no pecasen ni se emborrachasen, diciendo que guardasen lo que los Padres decían.

Habiéndose de mudar los Padres de aquel pueblo, diciéndoselo en una plática por rodeos, fué tanto el llanto y grita que levantaron, que ponían gran consolación con su fervor y grande compasión de dejarlos, y acudían a mí llorando y diciendo, que si había ido a quitarles los Padres, y diciéndoles yo que volverían, no se sosegaban diciendo que agora que abrían los ojos y comenzaban a conocer a Dios, habiendo sido hasta entonces como unas bestias, les quería quitar los Padres que les enseñaban las cosas de Dios y el camino del cielo, y diciéndoles que agora estaban ocupados ellos en sembrar sus chácaras, que después volverían los Padres, respondieron que más querían saber las cosas de Dios que sembrar las chácaras, que sin Dios no querían pan ni qué comer, y algunos viejos de ochenta y noventa años acudían a mí llorando y mostrándome unos cordeles, los nudos con que tenían señaladas las cosas que habían aprendido de la doctrina en aquellos días, rogáronme que no sacase de allí a los Padres hasta que aprendiesen del todo las cosas de Dios, y diciéndoles cómo estábamos esperando respuesta del Obispo para poder estar en aquel pueblo, que venida volverían allá los Padres se sosegaron; pero pidiéronme la palabra que volverían, y yo se la di con mucho deseo de cumplirla. Y así fué que a cabo de quince días, venida la respuesta del Obispo, volvieron allá los Padres y estuvieron algunos días prosiguiendo el ejercicio comenzado. Y a cabo de algunos días otros indios de otro lugar que estaban cerca deste primero, hicieron mucha instancia que fuesen los Padres a enseñarles a ellos las cosas de Dios, y así fueron, y los recibieron con mucho contento, y tuvieron tanta diligencia y cuidado en aprender la doctrina cristiana y confesarse, que antes que amaneciese andaban los caciques por las calles llamando a todos los indios, para que viniesen a la iglesia a aprender la doctrina y confesarse, y con esto se hizo no menos fruto que en el primero.

De esto que aquí he dicho y de otras cosas que he visto, me han persuadido por experiencia que es muy contra razón la opinión de los que dicen que en estos indios no se puede hacer provecho espiritual, porque verdaderamente, a mi juicio, tienen la condición más apta para recibir el evangelio, de cuantos hombres yo he visto, por estar muy lejos dellos la soberbia, y con su pobreza viven muy contentos, que ni atesoran ni buscan más hacienda que para sustentarse con una comida bien templada de raíces de la tierra y algunos granos de maíz tostado, y para cubrir su desnudez sin ninguna manera de fausto ni gala, contentos con lo que mandaba San Pablo: alimentis et quibus tegantur. Mirándolos algunas veces me parece que veo en ellos la condición de aquellos por quien decía Jesucristo Nuestro Señor, que se les había de predicar y ellos recibir el evangelio cuando dijo: pauperes evangelizantur, y el estorbo que decían de las borracheras y deshonestidad, está tan quitado, que en tanto número de gente como hay en esta ciudad, por maravilla se ve hombre turbado por el exceso del beber. Cuanto a la deshonestidad, lo que se ha experimentado es. que el indio o india que una vez se confiesa, es tanto el cuidado que tiene de guardar su limpieza, y la firmeza que sacó de la confesión de no consentir más en este pecado, que siendo solicitadas y aun de españoles, los confunden diciendo que cómo siendo ellos cristianos se atreven a decirlos cosa semejante. Finalmente me parece que estamos en el tiempo que Jesucristo Nuestro Señor dijo: Messis quidem multa, operarii autem pauci, y que si alcanzamos con nuestras oraciones de Dios Nuestro Señor, que envíe obreros a esta gente, alcanzaremos mucho gozo de ver la mucha mies que se coge, porque de lo que se vee, me parece que se verifica aquí también lo que el mismo Señor dijo: Videte regiones, quoniam albae sunt iam ad messem, y que de España y aun del otro cabo del mundo las habían de venir a ver, y estoy muy confiado que todos los que vinieren darán por muy bien empleado el trabajo de su venida, porque será el de sus ministerios muy fructuoso para gloria de Dios Nuestro Señor y salud destas almas redimidas por su sangre. Plega al Señor común de todos, que a estos pobres suyos los disponga cada día mejor para que reciban el evangelio, y a nosotros nos haga fieles ministros para ellos, porque desta manera gocemos todos de los bienes que tiene prometidos a los que fielmente cumplen el oficio que el mismo Señor les tiene encomendado.

Esta carta lea V.ª R.ª a todos mis carísimos Padres y Hermanos, para que los que pudieren se animen a desear y pedir esta empresa, y los que no pudieren tengan cuidado de ayudar en sus devotas oraciones a los que andan en ella. Y a todos nos dé gracia Nuestro Señor que siempre hagamos su santa voluntad. Deste Colegio del Cuzco, 18 de octubre, 1576.

11. Misiones varias.

De una del P. José de Acosta para los Padres y Hermanos de Lima.-Pax Christi. En veintisiete del pasado recibí el pliego de cartas de ese Colegio, y grande consuelo con saber el crecimiento de misericordias que el Señor va dando a todos por su bondad; de los nuevamente ordenados, y orden en los estudios, ejercicio de virtud y mortificación, doy gracias a Nuestro Señor que notablemente va ayudando, y ayudará siempre según confío a ese Colegio. Yo he escrito al P. Rector y a algunos otros Padres en particular algunas cosas de acá, y agora me ha parecido escribir en común a todas Vuestras Reverencias, porque pienso será el consuelo mayor.

Y comenzando de nuestro camino, lo que tengo que decir es, que mis compañeros me edificaron y ayudaron mucho al ejercicio de caridad con los indios, viendo su celo y el fruto tan manifiesto. El hermano Gonzalo, como veníamos algo despacio, tuvo lugar de predicar en casi todos los pueblos que hay en este camino, y acudían los indios con tanta devoción, que aunque no fuese día de fiesta ni de doctrina, dejaban lo demás por oír el sermón, y oían con tanto gusto y atención, que de verlos yo a ellos, y el buen espíritu y fervor con que el Hermano les predicaba, no pedía de verdad contener las lágrimas, dando gracias al Señor por el sentimiento y devoción que en esta gente veía. El Padre Doctor Montoya en todo el camino jamás dejó de acudir a las confesiones de indios que se ofrecían, las cuales eran muchas y las más de ellas generales, no dejándolo algunas veces hasta bien de noche. Decíame el buen Padre viendo la moción de los indios con que venían a aprender la ley de Dios y a confesarse, aquello de los Actos de los Apóstoles: Certi facti sumus quod vocavit nos Deus evangelizare indis. El Hermano Contreras visitaba los enfermos, y veía si tenía alguno necesidad de confesarse o de alguna otra cosa, con mucha caridad. Yo por mi parte, aunque me halle de ordinario con pocas fuerzas, las veces que se ofreció, ayudé con algunas confesiones y sermones como pude. A todos dió Nuestro Señor salud, y casi en todos los pueblos topamos quien con mucho amor nos regalase, que verdadera mente me maravillaba algunas veces de ver el buen olor y estima que la Compañía tiene en todo este reino. Sea el Señor alabado por todo. Amén.

Con algún poco de rodeo venimos por las minas de Guancavelica, donde se hizo servicio al Señor con algunos sermones y confesiones a españoles y indios. Procuré entender las cosas de aquellas minas que para tratar las conciencias de muchos en este reino, me pareció importante, y de lo que pude entender escribí a Su Excelencia mi parecer. Vi las minas de azogue, y las fundiciones, y todo lo demás con alguna curiosidad, y maravilleme mucho la labor antiquísima de los indios, que para sólo sacar su limpi con que ellos se embijaban o pintaban, hay muchas minas labradas de extraña profundidad con increíble artificio, porque me decían los españoles que para poder atinar a salir los que entran en aquellos socavones, llevan unas guascas o cordeles, por las cuales se guían al salir, como lo que cuentan del laberinto de Creta. Los desechos y granzas digamos de aquel limpe, que es el azogue, que sacan hoy de los que llaman lavaderos, que los indios no conocían que era azogue. En aquel asiento vi dos fuentes grandes de agua, que como va manando se va convirtiendo en una peña no muy dura, de la cual cortan para hacer sus casas los indios que allí habitan. El temple me pareció por extremo desabrido, pero la codicia de tanto azogue como allí se saca, le hace a muchos sabroso. El trabajo y peligro de los indios me pareció no ser tanto con grandes partes, como allá lo encarecían; la falta de doctrina y no muy buena paga se me hizo cosa de mucho escrúpulo, como lo escribí al Virrey.

Llegamos al Cuzco en tres de octubre, víspera del glorioso San Francisco, donde el Padre Visitador y los otros Padres me esperaban, y así nos recibieron con un particular gozo de todos. Viendo que las más cosas de esta Provincia estaban detenidas hasta la Congregación Provincial, me pareció comenzarla luego la semana siguiente, y en ella, aunque no fuimos muchos, fué mucho lo que el Señor nos consoló por su bondad. Ofreciéronse misas y disciplinas y oraciones por la elección del Procurador que ha de ir destas Indias a nuestro Padre General, en la cual se deseó mucho acertar, por ser de tanta importancia en la coyuntura que es, para el asiento de las cosas de estos indios, y así estoy cierto que por los sacrificios y oraciones de allá, juntos con los de acá, fué el Señor servido que con mucha conformidad y sinceridad, de la primera vez saliese por Procurador el Padre Maestro Piñas, rector de ese Colegio. Y porque pudiese dar a nuestro Padre General cumplida noticia de esta Providencia y de las cosas de este reino, pareció a todos los Padres importante el venir por acá, y dar una vuelta por este Colegio, y por lo demás donde la Compañía puede hacer asiento en estas partes, pues con el favor divino terná tiempo de volver para cuando se haya de embarcar para Tierra Firme. Lo demás de la Congregación se gastó en algunas cosas que de nuevo se ofrecieron, sobre las que se trataron en Lima, a las cuales rogamos al Padre Visitador se hallase presente. En todo nos consoló Dios Nuestro Señor.

Acabada la Congregación sucedió el repartir los Padres a diferentes Misiones, que no han dado pequeño cuidado, ofreciéndose tanto a que acudir, y tan pocos que lo puedan hacer. La primera misión fué a Juli, pueblo de la provincia de Chucuito, donde nos pareció al Padre Visitador y a mí se comenzase a hacer la prueba y experiencia, de tomar la Compañía doctrinas, hasta ver cómo sucede esto, y cuál sea la voluntad de Dios en esta parte. Hanos parecido gran comodidad la de allí: lo primero porque habiendo su Excelencia señalándonos doctrina en aquella provincia, por ser de Su Majestad, el Presidente y Audiencia y Cabildo eclesiástico de la ciudad de La Plata, gustaron mucho que fuese el pueblo de Juli, y así se lo pidieron al Padre Maestro Luis López sin tratarlo él, y lo que yo estimo en mucho, los mismos sacerdotes de la provincia y su Vicario, han mostrado particular contento de que los de la Compañía estén allí. Lo segundo por ser aquel pueblo, el que está más en medio y el mayor de aquella provincia, de suerte que con facilidad, dándonos el Señor copia de obreros, se podrá por vía de misión acudir a toda aquella provincia, y a la de Omasuyo que está de la otra parte de la Laguna, y aun a gran parte del Collao. Lo tercero, de iglesia y casa hay allí la mejor comodidad de aquella provincia, para poder tener recogimiento, y vivir casi como en colegio de la Compañía. Hanse enviado siete de los nuestros, cuatro de ellos sacerdotes y profesos, de quien yo tengo mucha confianza en el Señor. Por rector fué el Padre Bracamonte.

La ida del Padre Barzana allá, sintieron en tanto extremo los indios del Cuzco que es cosa de admiración, porque en sabiéndolo vinieron a este colegio, y en toda una tarde no cesaron de llorar y dar gritos, y el otro día a la mañana ya estaba la casa e iglesia llena, y por todo el camino por espacio de una legua, saliendo yo a acompañar a los Padres, vi los indios y indias de diez en diez, y de quince en quince, estarnos esperando, y con unas lágrimas vivas decían cosas que enternecieran las piedras, y así nosotros no pudimos contener las lágrimas. Traían sus presentes de lo que tenían, y abrazándose de los pies de los Padres, pedían llorando que no los dejásemos, pues les habíamos dado a conocer a Dios, que qué habían de hacer sin nosotros, y que ellos eran chácara recién sembrada, que si no la regaban y cultivaban, había de perecer todo el trabajo pasado, y otras cosas a este tono. El mismo llanto y lágrimas tuvimos en otra salida del Padre Medina que confesaba aquí los indios con notable edificación y fruto; y pareciéndoles a los indios que poco a poco les íbamos sacando a los que ellos tenían por padres y maestros suyos, vinieron al Padre Visitador y a mí una infinidad de ellos, trayéndonos una petición escrita. y pidiéndonos con mucho sentimiento que no les quitásemos de aquí al padre Valera, por cuyo medio conocían a Dios y eran cristianos; y no contentos con esto fueron a casa del corregidor desta ciudad, y tanta grita le dieron, que le hicieron venir otra vuelta con ellos y con otros españoles sobre la misma demanda. Y en efecto, vista su devoción, y lo mucho que importa que tan gran fruto como en esta ciudad se ha hecho en estos naturales vaya adelante, nos resumimos el Padre Visitador y yo que la idea del Padre Valera a Potosí, que estaba acordada, se quedase por agora, de lo cual han mostrado gran consuelo y agradecimiento el corregidor y los curas, y mucho más los indios. Yo he reparado con esto que veo en persuadirme, que si estos indios tienen quien de corazón los busque para Dios, verdaderamente aman y agradecen y sienten lo que se hace con ellos; y nunca me acuerdo en españoles, por mucho que amen a los de la Compañía, haber visto tales muestras de sentimiento y devoción, aunque los vecinos desta ciudad también han mostrado el suyo por la ida del Padre Diego Martínez, ministro que era de este Colegio, que con notable edificación y fruto confesaba lo más principal desta ciudad.

La segunda misión fué del Padre Portillo y otro Hermano a Potosí, cosa que allá desean grandemente, y a él le ha dado Nuestro Señor muchos días ha, crecido deseo desta misión, y así confío en Nuestro Señor ha de ser maravilloso el fruto que de allá ha de redundar, porque el concurso de gente de españoles y indios es el mayor que jamas ha habido allí, y la necesidad extrema, y el afecto a la Compañía es grande. Edificónos aquí el Padre Portillo mucho con su humildad y obediencia, haciendo alegremente cualquier oficio bajo y cualquiera penitencia que se le diese. Había estado algo indispuesto de achaque de piedra, ya estaba muy mejor, y con mucho aliento para trabajar de nuevo. Hánsele de enviar otro Padre y Hermano para que le ayude, especialmente en el negocio de los indios, y a lo que pienso será el Padre Doctor Montoya uno de ellos.

La tercera misión es la del Padre Zúñiga por Rector de ese Colegio, por la elección del Padre Maestro Piñas. Creo se han de consolar con él mucho y él con todos los Padres y Hermanos de ese Colegio. La satisfacción que del Padre Zúñiga tiene el Padre Visitador es mucha, y como ya tiene experiencia del tiempo que rigió ese Colegio, con lo que después acá Nuestro Señor le iba enseñado y acrecentado, tengo confianza en su divina Majestad ha de hacer su oficio con consuelo y edificación de los nuestros y de los de fuera. En este Colegio del Cuzco ha parecido sea rector el Padre Andrés López, que aquí está muy acepto, y de lo que Nuestro Señor le ha comunicado hay gran satisfacción que ha de cumplir a gloria del Señor con la obligación que se le ha puesto. Hame consolado y edificado hallar en ambos Padres tanta dificultad para sus oficios, que no he hallado en cosa que haya visto en esta Provincia, donde haya sido más menester la fuerza de obediencia, y así creo que por ella a ellos y a los demás ayudará Dios Nuestro Señor.

Otras misiones no se hacen por agora, porque la gente que aquí queda es poca, y tenemos mucha necesidad de obreros, que aun para la conversión de muchos indios infieles que han venido de paz, y pidiendo que les vayan a predicar la ley de Jesucristo, nos han hecho y hacen instancia dos gobernadores vecinos en cuyo distrito caen estos indios infieles, y haciéndonos la lástima que es razón, no respondemos más de que grandemente deseamos emplearnos en esta gentilidad. Pero por acá no hay obreros, hasta que el Señor con su misericordia los provea, como esperamos. Para estotras partes de indios ya cristianos, nos solicitan y molestan cada día todos estos vecinos del Cuzco, ofreciendo toda comodidad para los padres que fuesen a estas misiones, y es, cierto, verdad que yo me hallo confuso, que si no es buenas palabras, yo no veo otro recaudo que poderles dar. Mucho nos obliga, Padres y Her manos carísimos, esta puerta tan grande que el Señor abre para la salvación de tantas almas, por medio de la Compañía, a que extendamos nuestros deseos y alarguemos la confianza en el Señor, suplicando a su divina Majestad, nos haga merecedores de participar su santa cruz, y por ella el fruto tan copioso de tantas almas, que ninguna cosa tanto se me representa estos días como esta verdad, que con el amor y experiencia de la cruz de Cristo Nuestro Señor, ha de crecer el fruto de las almas y la bendición suya eternal en los verdaderos hijos de la Compañía. Denos su inmensa bondad gracia con que seamos fieles siervos de su santa voluntad. Amén. Bien he sentido y siento el favor de las continuas oraciones y sacrificios de Vuestras Reverencias, y por mi parte con mi tibieza no falto a la misma obligación en el Señor. Del Cuzco, primero de noviembre de 1576.




ArribaAbajoFundación de la doctrina del Juli

12. Primeros trabajos en Juli.

De una del P. Diego Martínez para el P. Provincial. -Llegamos buenos, gloria al Señor. Venimos en siete días y medio hasta Chucuito. Esperamos allí cuatro o cinco días por irnos con el Vicario que fué necesario; hízose todo bien, gracias a Dios. Luego comenzamos a hacer nuestro oficio, y por principio, una infiel de hasta treinta años envió a llamar a gran prisa. Fué el Padre Barzana, y pidiéndole el bautismo con mucha devoción, la catequizó lo necesario y bautizóla, y dentro de a muy poquito murió, con gran consuelo del Padre, porque vió en ella claras muestras de querella para sí Dios Nuestro Señor. Otro enfermo envió a llamar al Padre, confesóse generalmente y, de allí a un poquito expiró. Está el Padre Barzana tan ocupado en esto de confesar enfermos y catequizar a otros, que del trabajo le han dado unos dolores, que con dificultad puede andar; confío en el Señor, que le dará salud. En el primer bautismo que se hizo después de llegados, se bautizaron veinticinco. Ocho días después de llegados hicimos juntar todo el pueblo, y el Padre Barzana les predicó, como una hora, en la lengua aymará, con grande atención y admiración de los indios, de ver que les predicaba en su propia lengua y con espíritu del cielo. Debía tener el auditorio más de seis mil oyentes, y a otros Padres les pareció que pasaría de diez mil. Acabado el sermón, nos repartimos en tres partes, y cada uno de nosotros llevó los suyos a su parroquia en procesión para decirles misa. Este día comieron con nosotros los caciques, de que ellos se edificaron y animaron mucho. Tratóse con ellos cómo los domingos, en la tarde, se hiciese procesión y se predicase la doctrina, como se hace en el Cuzco. También a treinta o más pobres se les repartió la carne y el chuño y lana, que se había dado de ofrenda, que para estos indios es hacer milagros ver que les den y no les pidan. A la tarde el mismo domingo se juntó mucha más gente a la doctrina, y mucho tiempo antes que se tañase la campana estaba llena la plaza de gente con sus banderas. Juntarse hían, al parecer de todos los Padres, dos veces tanta gente como cuando se juntan todas las parroquias del Cuzco. Fuimos por las calles en procesión, diciendo las oraciones en su lengua, y vueltos a la iglesia, el Padre Barzana se puso a una parte y el hermano Pizarro a otra, y el uno haciendo preguntas y el otro diciendo las respuestas, se les dijo el catecismo en su lengua, y después el Padre les hizo una plática breve, de qué cosa es el hombre y el alma y el fin para que fué criado, de que salieron con gran contento y devoción. Andan estos indios admirados entre sí de ver estas cosas, y acuden con mucho fervor y deseo de su salvación.

El orden que se tiene en casa es el que V.ª R.ª nos dió. Tenemos oración a sus tiempos, examen y pláticas, despertador, comidas y quiete. La lición de la lengua aymara y ejercicio della se comenzará esta semana. El Padre Bracamonte bautiza, casa y entierra a todos los de las tres parroquias, y tiene cuidado de su casa, en que hay bien que hacer. El Padre Barzana predica y confiesa, que hay hartos enfermos. El Hermano Pérez acude a los pobres y enfermos con mucha caridad, que hay en abundancia de todos. El Hermano Juan García tiene cuidado de lo temporal de la casa. El Padre Medina comienza ya ayudar, y hará más de lo que se pensaba, porque me dicen que hay muchos indios quichuas, en que se podrá bien ocupar, aunque no supiese esta lengua aymará. A mí me tiene el Padre encomendado el catecismo de los niños y de los demás grandes que vienen a la doctrina. Hay algunos infieles para catequizar que deben de pasar de setenta años. A la doctrina, la cual se hace cada día, viene gran cantidad de niños y niñas, viejos y viejas, y crecerá cada día con el ayuda del Señor. La escuela se comenzará a entablar con el favor divino; entiendo que entrarán en ella como doscientos muchachos. Creo que este medio de enseñar estos niños del escuela en costumbres y doctrina, ha de ser para ganar a sus padres y enseñarles el camino del cielo, de lo cual tienen mucha necesidad. A mí se me ha representado que el hermano Martín Pizarro será muy a propósito para esto, porque sabe muy bien la lengua y todo lo necesario para los indios. Hay tres perroquias en este pueblo, con la iglesia mayor: la una tiene el Padre Bracamonte, que es la mayor, acudiendo juntamente a los bautismos, matrimonios y entierros de las otras. El Padre Medina tiene otra, que es Nuestra Señora. La otra tengo yo, que es de San Juan Bautista. Vamos las fiestas a decilles misa y la doctrina, cada uno a su perroquia, por ser tanta gente. Necesaria es la presencia de V.ª R.ª para dar orden en tantas cosas como hay que proveer.

Yo, padre mío, me siento con salud y consuelo. Aquí me ando entre estos corderillos, enseñándoles el Padrenuestro, Avemaría, Credo y Salve en la lengua aymará, con tanto gusto de los oyentes y mío, que si yo no supiese jamás más de la lengua destos, estaría muy contento y ternía por gran felicidad andarme de pueblo en pueblo de indios a pie, enseñándoles estas oraciones todos los días de mi vida. Gracias a Dios dificultades hay. pero no es tan bravo el león como le pintan, y el bendito Jesús que nos envió, y por cuyo amor se tomó esta empresa tan gloriosa, las porná todas por tierra. Oh Padre mío, y qué consuelo siento de verme entre estos pobrecito, tan pobres de todo. De verdad que algunas veces el corazón da saltos de consuelo y devoción, aunque hay cruz de ordinario, y si la muestra es tal, ¿qué será lo que el Señor hará adelante? Plega al Señor que yo vea a todos los de la Compañía ocupados en esto., porque por un español da el Señor cien indios y aun mil. Véngasenos V.ª R.ª presto por acá, para que dé asiento a esto y para que se alegre su corazón. Al P. Andrés López, al P. Doctor Montoya, al P. Juan Gómez, al carísimo Casasola, con todos los demás, que nos encomienden mucho a Nuestro Señor. De Juli, a once de noviembre de 1576.

Olvidándose me ha de decir cómo en estos muchachos que aprenden la doctrina hallo mucha más habilidad de la que pensé; algunos dellos en una semana sólo, saben persignarse y santiguarse, y el Padrenuestro, Avemaría, Credo y Salve en la lengua, de suerte que en la procesión del domingo lo fueron todo cantando, repartidos por tercios en la procesión, y muchos hombres y mujeres, y los niños y niñas andan todo el día con sus quipos, como estudiantes que repiten lición. Cuando llegamos aquí nos decían los españoles que no habría remedio de traer los indios a la doctrina, sino con alguaciles. Bendito sea el Señor, que tanto amor los da a la Compañía.

13. Distribución de los ministerios.

De una del Padre Bracamonte para el P. Provincial. -Acude mucha gente cada día a la doctrina cristiana y catecismo, y vanse aprovechando grande mente. Hase dado el Padre Martínez tan buena maña, que ha sacado como cuarenta muchachos con el catecismo, que preguntan los unos y responden los otros, que parece cosa increíble en un mes haber tomado tanto de memoria, y están tan adelante en la lengua, que ya ayuda a confesar, y no pocos, porque son muchos los que en estos días se casan, que los ha sacado el Señor de amancebados con un perdón general que publicamos, a los que se viniesen acusando, y han venido muchos de a veinte años y de a doce, y se huelgan de casar, ahora ha habido en estos días como cuarenta, y quedan para estos dos domingos más otros tantos, sin los que van viniendo. El domingo pasado enterré seis y bauticé veinte y casé veintiséis, que por la gracia de Dios bien se macea mi oficio. El Padre Medina hace lo que puede en visitar enfermos y el pueblo, para quitar las borracheras, y en estos días le han acudido algunas confesiones en la lengua quichua. Los hermanos tienen salud, gloria al Señor, y se ejercitan el Hermano Pérez en sus enfermos, que no le vaga en todo el día, y con mucha caridad y edificación; el hermano Juan García, en todos los oficios de casa; el hermano Pizarro, en su escribir y ser lengua, y amonestar los que se tienen de casar, y otras cosas que se le encomiendan, y hácelo todo tan bien y con tanta cordura y silencio, que, nos tiene muy edificados, que ha sido la mayor ayuda que por agora pudiéramos tener. Éste es el estado de las cosas por agora, espero en el Señor que se irá mejorando, si hubiese ayuda; V.ª R.ª se dé prisa a venir, porque con su ayuda y calor nos animaremos todos a hacer más, por amor del Señor, V.ª R.ª nos traiga los privilegios que tenemos para con los indios, y la bula de Gregorio y el último Concilio de Lima y un traslado del original de la bula de la cruzada, que son cosas acá necesarias a cada paso, y más agora que se empiezan las confesiones de golpe, y un Concilio tridentino. Todos los Padres envían su saludos a V.ª R.ª y a todos los Padres y Hermanos, que andan tan ocupados que no les queda tiempo para rezar. Por amor del Señor, no haya olvido en encomendarnos a Dios, que bien sentimos la ayuda de lo que por este pueblo se hace.

14. Una visita a Juli.

De una del Padre José de Acosta para el P. Doctor Plaza, Visitador.-Pax Chisti, etc. Aunque escribí a V.ª R.ª desde Chungara y Juli y Arequipa, por no saber si se recibieron aquellas cartas, y haberse acabado nuestro viaje, daré en ésta cuenta de todo él.

Por el camino hasta la provincia de Chucuito, aunque era tiempo de lluvias y los ríos venían crecidos, no hubo peligro ni trabajo muy notable. En el Collao se holgó el Padre Piñas de ver el trato y traje diferente de los indios, y en especial el hábito de las mujeres, que, con aquellos capillos que ellas usan, le parecieron propiamente capuchinos. Hallamos por el camino muy esparcidos el buen olor de lo que los nuestros hacían en Juli, y pedíannos los indios en diversos pueblos que también tomásemos el cuidado de doctrinallos a ellos, y enfecto, este deseo ha crecido en ellos con una manera de envidia a los de Juli, de suerte que han hecho venir al Protector que ellos tienen en aquella provincia a Lima, al virrey, con una petición para el propósito, el cual, viniendo juntos por la mar, me dijo que el principal motivo a que venía era éste, y el presidente de la Audiencia de Chuquisaca, que también iba a España, me habló encareciendo la importancia desto, y que él había de dar voces al virrey y al rey sobre que diesen muchos de la Compañía doctrina a los indios, pues tan conocido fruto se hacía, y que a mí me encargaba la conciencia que sacase a los nuestros de entre españoles y los pusiese entre indios, donde tanta necesidad había y tanto obraba Nuestro Señor.

Día de Santo Tomás Apóstol llegamos, al pueblo de Juli, donde siendo los Padres, sin que yo lo supiese, avisados de nuestra venida dos o tres horas antes, los indios ordenaron un solemne recibimiento, porque entendieron que iba el Padre Apo, como ellos dicen. Salieron los muchachos del escuela adelante buen rato, cantando en su lengua y a su modo, después los hombres, en gran número, trayendo dos danzas y el vestido de seda al traje de indios y danzando a la española, y la una era de unos niños que era harto que supiesen andar, luego sus pingollos, o música de flautas, y como veinticinco o treinta cruces con sus pendones, y los principales del pueblo, nuestros Padres, y tanto golpe de gente por el camino y calles y sobre las tapias y techos, a vernos, como si fuéramos algunos legados del Papa. Fuimos en procesión a la iglesia mayor, y después de dado gracias, hablamos a los curacas y principales, agradeciéndoles su buen deseo y ofreciéndonos de les ayudar en lo que pudiésemos. El gozo de los Padres y nuestro en verles fué crecido y me causó no poca devoción. El domingo siguiente vi por todo el día el orden que se guardaba en doctrinar a los indios. Por la mañana venían los indios a una plazuela grande que hay delante la iglesia, y allí repartidos por coros de doce en doce o de quince en quince, los hombres aparte y las mujeres aparte, decían las oraciones y doctrina, teniendo uno como maestro que les enseña, y ellos van pasando unos quipos o registros que tienen, hechos de cordeles con nudos, por donde se acuerdan de lo que aprenden, como nosotros por escrito. Después se juntaron todos, y el Padre Barzana les predicó allí, porque no hay iglesia tan capaz donde puedan caber, y aunque yo no entendía al Padre que predicaba, por hablar en lengua aymara, no podía dejar de darme gran gusto de ver el fervor y espíritu con que hablaba, y la atención grande de tan numeroso auditorio, que creo yo llegarían a nueve o diez mil almas. Acabado el sermón oían su misa cantada con música, oficiándola los mismos indios. Tras esto se juntaron los viejos y pobres, a recibir la limosna que los Padres les repartían, de todo el chuño y lana y carne y lo demás que se había ofrecido por la semana, y la chicha que se había tomado de las borracheras. diciéndoles juntamente la doctrina, y en esto se gastaba la mañana. A la tarde, como dos horas después de mediodía, se comenzó la procesión, en que irían como ochenta cruces, todas de plata, que de cada ayllo iba la suya, y los indios repartidos de suerte, que a cada quince o veinte indios iban dos muchachos diciendo la doctrina en su lengua, y respondiendo los demás con tanto orden y silencio que, cierto, yo quedé admirado, siendo tan innumerable gente. Venidos a la plaza de nuestra iglesia, cantaron los muchachos unos tonos de cosas devotas en su lengua, con extraño gusto de los indios, que son por extremo aficionados a esto. Luego se comenzó el catecismo por preguntas y respuestas entre doce indios, que duraría hora y media; tiénelos el Padre Martínez tan diestros, y ellos lo han tomado con tanta afición, que es para poner admiración, porque en menos de dos meses saben con gran prontitud lo que los nuestros no aprenderán en cinco meses. Yo saqué unas imágenes de plomo que tenía y se las di por premio a los muchachos, que les parecía que iban hechos reyes. A este modo se hace de ordinario los domingos, escepto que algunas veces en lugar del sermón se hace un diálogo entre el Padre Barzana y el hermano Pizarro, de cosas acomodadas a los indios, de que ellos gustan y se aprovechan más. Entre semana se dice el catecismo a los niños y viejas, cada día, y a todos los demás, dos días. Cada día van a las confesiones de enfermos, que como el pueblo es grande, son ordinarias, y para que no se pase ninguna, tienen repartido el pueblo por barrios a ciertos indios, que cada día visitan su barrio, y avisan del enfermo que hay. Los curacas principales que son tres, a imitación de los nuestros, tomaron a su cargo dar de comer los tres días de pascua a los pobres y viejos en la plaza, sirviéndoles ellos mismos, y gastando bien largo, que del uno dellos me dijeron había muerto cien carneros de la tierra para el efecto. Y de verdad se ve el fruto ir creciendo de cada día, y que estos naturales van cobrando mucha afición a los de la Compañía. Habíanse bautizado aquellos días como treinta adultos de más de cincuenta y un setenta años, después de bien catequizados; al bautismo de uno destos me hallé, que, cierto, me puso gran devoción su fée y humildad. También se habían desamancebado ciento cuarenta, y casádose los cienta y veinte destos, y por el buen modo que el Padre Bracamonte tenía, entiendo habían de hacer en breve los demás. Las confesiones generales eran cotidianas, porque ya se ha introducido entre aquellos indios opinión, que a los padres de la Compañía habían de decir la verdad enteramente de toda su vida, cosa bien diferente de su costumbre. Hechiceros y confesores de los que ellos tenían en su idolatría, se iban inquiriendo y quitando, y en las borracheras poniendo medio con que se evitase, que es toda su perdición. Finalmente a mí me consoló el Señor, los pocos días que pude estar allí, el ver el fruto de los indios y el alegría y consuelo de nuestros hermanos, y la religión y buen modo de observancia que tienen, que, cierto, diera por bien empleadas trescientas leguas de camino por sólo ver esto. No pudimos estar en Juli más de ocho días, por la priesa que tenía el navío de Arequipa. Este tiempo gasté en hacer algunas pláticas y en oír las confesiones de casa. Y porque se ofrecían muchos casos difíciles de los indios, nos juntamos cada día una hora a resolverlos, y esta resolución con los avisos de que tuvimos conferencia para el ministerio de los indios, quedó por escrito para que pudiese servir adelante.

Con tanto nos partimos la vuelta de Arequipa, dejando a los Padres muy animados, aunque con sentimiento de nuestra venida. A la segunda jornada, en un pueblo que se llama Puno, amaneció el Hermano Camacho con un dolor de costado tan recio, que nos fué forzoso dejarle allí, por haber de pasar la puna tan desabrida de Arequipa, y darnos mucha prisa la partida del navío. Quedó el buen Hermano en casa de un sacerdote muy honrado, y vino de Juli el hermano Pérez a ayudarle, como lo habíamos escrito, y a cabo de seis días el día de la Epifanía, habiendo recibido los Sacramentos con grande edificación, dió el ánima a su Criador, Escribióme el hermano Pérez, que media hora antes de expirar, se le había aparecido visiblemente Nuestro Señor Jesucristo muy glorioso, consolándole mucho, y que le había dicho el hermano me escribiese cómo moría tan alegre y consolado, y cierto en una soledad tan grande como aquel Hermano padeció, bien se me hace creíble que el Señor quisiese usar de algún particular regalo y consuelo.

La víspera de la Epifanía con algún trabajo del camino, que es molesto, entramos en Arequipa, donde fué muy crecido el gozo de todo el pueblo, y mucho el regalo que siempre nos hicieron. El padre Piñas estuvo algunos días indispuesto de un flujo que me dió cuidado; yo tuve más salud, y así pude predicar algunos sermones, y hacer cuatro o cinco pláticas en el hospital donde posábamos, y oir algún número de confesiones. Mucho me consoló allí Nuestro Señor con hallar en algunas personas, que desde la misión que agora tres años habíamos hecho, habían comenzado a servir a Dios, tal crecimiento en virtud, devoción y penitencia, que grandemente despertaron mi tibieza, y me causaron no poca confusión. Detuvímonos en Arequipa quince días, que el navío, a causa de no haber embarcado toda la plata, se detuvo más de lo que se pensó, aunque era mucha la que ya había: trujo más de dos mil barras de plata registradas, que con la demás corriente quintada y de moneda, bien pasarían de tres mil arrobas de plata. En el puerto de Chule, que está tres jornadas de Arequipa, de muy trabajoso camino, nos embarcamos y hecimos a la vela en veintiseis de henero. Tuvimos trabajoso viaje con las muchas calmas que hubo, y más con molestias de tanta gente, que pasamos de doscientas personas, y en todo el navío no había donde poder rodearse, y sobre todo el agua faltó de suerte que desde el segundo día se dió por ración y medida, poca y caliente y de muy mal olor, y si las calmas duraran más, el día que tomamos el puerto de Lima se acababa del todo, que no dejamos de tener algún temor de vernos en aprieto.

En seis de hebrero surgimos en el Callao, muy contentos de haber llegado, y haber de ver presto a nuestros Padres y Hermanos, pero este contento quiso el Señor que se nos aguase, porque la primera nueva que tuvimos de Lima fué, que cuatro días antes habían enterrado al padre Zúñiga, rector de aquel Colegio, de cuya muerte hallé tan triste a todos los de nuestro Colegio, que con ser la pena y desconsuelo mío el que Dios sabe me ha sido forzoso alegrar y animar a los demás. Bien conocía V.ª R.ª la virtud de aquel buen Padre, y el aspereza y penitencia que consigo usaba, y la suavidad para con todos, y los dones que en él había puesto el Señor. Había sido recibido en esta ciudad con extraordinario aplauso, y sus sermones tenían el concurso de todo el pueblo, y en su enfermedad y muerte mostraron el mayor sentimiento, que yo de persona en este reino he visto, porque durándole la enfermedad cuarenta días, siempre hubo sacrificios y oraciones de todos los monesterios por su salud, y disciplinas y otras muestras de grande afición. El Virrey le visitó, y todos a porfía procuraban regalarlo y ayudar a su salud, y en nuestro Colegio se hicieron extraordinarias diligencias para alcanzalla del Señor. Más él en efecto deseó acabar su peregrinación, y así lo alcanzó del Señor, pues habiendo mejorado después de una vez oleado, y estar ya fuera de peligro, a quien se lo dijo con lágrimas lo respondió: Mucho siento que Dios me deje acá. También dicen los Padres que le oían decir: Desearía morir en día de Nuestra Señora y por la mañana: y así fué que día de la Purificación, a las cinco, con gran quietud y devoción dió el alma al Señor, dejando edificados a todos los que le trataron, con su mucha mansedumbre y paciencia con que sufrió una tan penosa enfermedad. A su entierro, de su propia devoción, concurrieron los religiosos de todas las órdenes, y cabildo de la iglesia mayor, haciendo el oficio y diciendo mucho número de misas. Gran falta nos hace, como V.ª R.ª sabe, la muerte deste Padre, donde tan pocos obreros hay y tantas miserias, creo: placita est Deo anima illius, idcirco properavit educere illum de medio iniquitatum, aunque confío en el Señor nos ayudará desde el Cielo, que como él dijo a lo Padres, esta Provincia enviaba dos Procuradores, uno a Roma y otro al cielo, si el Señor fué servido llevarle allá, como confío de la bondad divinal. Por Vicerector he puesto al Padre Hernández, hasta que V.ª R.ª ordene quién haya de llevar esta carga. Lo demás todo va bien. Bendito sea el Señor, y con nuestra venida parece se ha templado la pena pasada. Espero en Dios se hará fruto, aunque no ha de faltar trabajo. V.ª R.ª nos encomiende al Señor en sus sacrificios y oraciones continuamente, para que sólo busquemos su gloria y el cumplimiento de su santísima voluntad. De Lima 12 de hebrero, 1577 años.

Por estas copias de cartas podrá V.ª Paternidad entender el estado presente desta Provincia, y la buena disposición que en los naturales hay, para hacer la Compañía mucho fruto en ellos, si tuviésemos la copia de obreros que deseamos, y son menester. Todos pedimos humildemente a Vuestra Paternidad nos mande encomendar continuamente a Dios Nuestro Señor en sus sacrificios y oraciones, y en las de toda la Compañía para que en todo cumplamos su santísima voluntad. Desta ciudad de Los Reyes, 15 de hebrero de 1577 años. De Vuestra Paternidad hijo y siervo indigno. JOSEF DE ACOSTA.

Sobrescrito. Annua del Pirú del año de 1577. Para el Padre General de la Compañía de Jesús.





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