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Annua de la provincia del Pirú del año 1578


1. Estado general. Colegio de Lima y doctrina de Santiago del Cercado.

Jhs. Muy Reverendo Padre nuestro en Cristo.Gratia et pax Chisti.

Este año pasado de setenta y ocho, de que el presente he de dar cuenta a V. P., ha sido de más tribulación y trabajos que otros, con que en diversas partes desta Provincia del Pirú, nuestro Señor ha sido servido probarnos, y juntamente como lo acostumbra su divina misericordia, ayudarnos, y a vueltas de la contradicción llevar adelante el fruto que en estas partes, por medio de la Compañía ha comenzado.

Hay esta Provincia al presente de la Compañía ciento.y dos, los cuarenta son sacerdotes, y destos profesos de cuatro votos solos cinco, los que saben la lengua de los indios y entienden en la predicación y confesión y los demás ministerios destos naturales, son veinticuatro: los demás se ocupan en sus ministerios espirituales o temporales, y en sus estudios y probación. De todos por la gracia del Señor hay edificación, y proceden conforme a nuestro Instituto, con ejercicio de obediencia, mortificación y oración, usando de los medios que la Compañía acostumbra de pláticas espirituales y penitencias, y ejercicios a su tiempo, etc. También ha ayudado no poco la necesidad, de recurrir a Dios nuestro Señor en las tribulaciones que han ocurrido.

Hanos llevado Dios para sí este año cuatro sacerdotes teólogos y obreros útiles. El primero fué el P. Miguel Jiménez, que murió en el Cuzco con mucha edificación de su obediencia y paciencia. Había estado este padre en la doctrina de Juli algunos meses, donde le dió una enfermedad que fué necesario traelle al Cuzco, y allí acabó; vinieron a nuestra casa a decille misas y hallarse a su entierro religiosos de otras órdenes, movidos de sóla su devoción. El segundo fué el P. Lope Sánchez de Escalada, que murió en Juli, y no dió menos edificación y fruto, le movió Nuestro Señor gran quietud y paz de su espíritu. Este Padre había sido de la Compañía algunos años en los reinos de España, por ciertas causas dándosele licencia pasó a estas partes, y a cabo de harto tiempo teniendo cargo de indios con edificación y fruto, le movió Nuestro Señor a instar para ser admitido en la Compañía, a lo cual se determinó con la venida del P. doctor Plaza, que había sido su maestro de novicios en Córdoba. y así disponiendo de sus cosas entró en la Compañía en Juli, y a cabo de ocho meses lo llamó el Señor para mejor vida: cierto ponía admiración ver su humildad y devoción y aprovechamiento en tan poco tiempo. El tercero fué el Padre Hernando de la Fuente, que murió en Lima, que se ejercitaba en predicar y confesar. A este Padre estando en una misión cerca de Lima, le dió una grave calentura. que fué necesario traerle luego a nuestro Colegio, donde en muy pocos días acabó, y siendo una modorra que tenía tan fuerte, que apenas le podían despertar con dolores, en hablándole de Dios estaba muy vivo y muy despierto, mostrando mucha devoción. El cuarto fué el P. Bartolomé Hernández, Rector del Colegio de Lima, y el profeso más antiguo que había en esta provincia, el cual a cabo de treinta años que había servido a Dios nuestro Señor en la Compañía, fué a rescibir el premio de sus trabajos, al principio deste año de setenta y nueve; murió de unas cámaras de sangre que le duraron más de un mes, en el cual tiempo conosciendo estar su partida cerca, se dispuso con mucho cuidado y devoción para ella. Sintió todo el pueblo su muerte, porque le amaban como a padre. Todos los que he dicho rescibieron los sacramentos con mucha devoción, y sigún confiamos, fueron el camino de eterna salud. V. P. mande encomendar sus alma en los sacrificios y oraciones de la Compañía.

En alguna recompensa de los que el Señor nos ha llevado, nos ha dado este año once que se han rescibido, todos de buena expectación, y bien examinados y probados: el uno fué el sacerdote que he dicho murió en Juli, de los demás seis son estudiantes muy buenas habilidades, que oían teología o el curso de artes, los cuatro son coadjutores temporales, y casi todos éstos son de los reinos de España, aunque también los de acá, con tener delecto en recibirlos, y poner cuidado en su probación y institución, van dando buena satisfacción. Esto es lo que en general se ofrece significar a V. P. Verné a lo especial de los Colegios y Residencias y Misiones desta Provincia.

Lima.-En el Colegio de Lima han residido de ordinario como cincuenta, los dieciséis son sacerdotes. Lo interior de casa, gracias al Señor, ha ido bien, especialmente la Probación, en la cual se ha puesto particular cuidado que sea con exacción, conforme a nuestro Instituto. Viven en casa apartada del Colegio con su portería, tienen las pláticas y conferencias y oración y todo el orden del noviciado cumplidamente, conforme a las reglas que V. P. ha enviado, y así se les ve a los novicios más alegría, aprovechamiento y devoción. Hacen sus mortificaciones dentro y fuera de casa, y acuden a los hospitales a servir a los pobres, y otras probaciones. Están al presente debajo del cuidado del Maestro de novicios, trece. Los antiguos también se han ejercitado en mortificación y oración con más cuidado; hase visto notable fruto en haberse recogido algunos días a los Ejercicios, muchos o los más de casa.

Los ministerios acostumbrados se han proseguido siempre, los sermones en nuestra iglesia y en la plaza, han tenido siempre concurso de gente, especialmente en la cuaresma y semana santa, que con ser nuestra iglesia en demasía grande y capaz, por estos tiempos se hinche, y con mucha devoción y lágrimas del pueblo en los sermones y divinos oficios. Las confesiones y comuniones en esta tierra no son tan frecuentes como en Europa, pero las fiestas principales, y cuando hay jubileos e indulgencias, acude tanto número que no se les puede dar recado, con haber doce o catorce que oyen confesiones. En necesidades de los prójimos espirituales y temporales han ayudado bien los nuestros, y así se han hecho algunas cosas de mucho servicio de Dios nuestro Señor, que por ser particulares y menudas, no hay necesidad de referirlas.

Para más ayudar los morenos, que es gente en extremo necesitada de doctrina, se ha dado orden cómo todos los domingos antes del alba se taña a sermón para ellos, y con ser antes de amanecer, acude tanto número y con tanta devoción, que hinchen toda la iglesia, y al alba oyen misa y el sermón que les predica el P. Rector. Esto ha sido cosa que ha dado mucha alegría, viendo el fruto destos sermones.

Los indios van cada día creciendo en número y devoción. Ha ayudado mucho tener predicadores y confesores y buenas lenguas, que con mucho celo tratan su ministerio. Hay buena suma de indios devotos, que tienen su disciplina cada semana, y rezan su rosario, y entienden en obras pías, y acuden todas las fiestas y domingos por las tardes a nuestro Colegio, y no hay echallos de allí hasta la noche. Destos unos traen a otros, y cada día hay confesiones de nuevo, y algunos que por muchos años habían fingido ser cristianos, movidos destos sermones y pláticas, se han bautizado con muestras de verdadera fée y compunción.

En los estudios deste Colegio se había este año procurado poner mas cuidado y orden, deseando cumplir lo que V. P. tiene ordenado, y en esta Provincia se experimenta ser muy necesario, que es tener en ella algún seminario perfeto de estudios, de donde se pudiesen proveer obreros para tantas partes necesitadas como hay en estos reinos, y no se diese tanta molestia a las provincias de España sacándoles sujetos ya hechos. Pues para este intento fué muy oportuno el socorro que V. P. nos envió el año pasado con dieciséis de los nuestros, los cuales todos llegaron con salud y en el más breve y próspero viaje en este mar del sur, que se ha visto después que se descubrió. Con su llegada se pusieron en orden los estudios, mudándose los preceptores de Gramática, y dándose principio a otro curso de Artes, acabado el que entonces se leía, y añadiéndose otra lección de teología escolástica, de suerte que tenían en casa dos lecciones, una de tercera parte de Santo Tomás, y otra de secunda secundae, y en la Universidad oían otra de prima secundae. Los oyentes de casa eran doce, y de fuera acudían buen número, porque tenían opinión de las lecciones que los nuestros leían, y había continuo ejercicio de repeticiones cada día y conclusiones cada semana. Tuviéronse dos actos de teología con mucha satisfacción, el uno tuvo el Padre que V. P. nos envió para leer teología sin presidente, y fué extraordinaria la opinión que se cobró de él; el otro tuvo un Hermano que había de comenzar su curso de Artes, presidiendo el Provincial, que leía la materia de Fide, y también este Hermano dió gran muestra y satisfacción. Halláronse a estos actos los que acá hay que tengan opinión de letras, así de las religiones como de la Universidad. También el curso de Artes que iba ya al cabo, se concluyó con mucho gusto y reputación de nuestros estudiantes, porque habiendo los de la Universidad puesto gran rigor en los exámenes de los que se habían de graduar, se examinaron y graduaron de bachilleres veinticuatro estudiantes del curso, y en sus exámenes lo hicieron tan bien, que sin duda pudieran ganar honra en las universidades de España. Acabado este curso se comenzó luego otro, al cual acudieron todos los estudiantes que había suficientes para él, sin que fuese alguno a oír el curso que en la Universidad se comenzaba, porque del maestro y del modo de leer de la Compañía tenían entera satisfacción: los oyentes de este curso eran treinta.

Los estudiantes de Humanidad también se iban aproyechando, y tenían sus ejercicios ordinarios de composiciones en prosa y metro, y sus certámenes y premios, con que muchos se animaban a los estudios. Señaladamente por las fiestas y octavas de Corpus Christi tuvieron nuestros estudiantes oraciones y composiciones en latín y en español, que recitaban en nuestra iglesia delante del Santísimo Sacramento, con mucho gusto y edificación del pueblo; y últimamente una comedia o representación de la parábola del Hijo Pródigo, la cual se representó en nuestra iglesia con todo el concurso del pueblo posible, y con tanta gracia y aparato que puso admiración; hubo hartas lágrimas en esta representación, no faltaron algunos a quien les fué motivo para hacer mudanza de vida. Fué tanto lo que al señor Visorrey alabaron esta obra, que por haber estado indispuesto no se pudo hallar a ella, que envió a pedir al Provincial se la hiciese representar, con tal ruego, que obligó a hacello, y así se representó este coloquio delante de su Excelencia y de los señores inquisidores y otros caballeros, y dijo el virrey que no había visto jamás cosa mejor, si no fuera tan breve, habiendo durado tres horas o poco menos. En el aprovechamiento de las costumbres y virtud, no ha habido menos cuidado, confesándose cada mes y comulgando a la misa de nuestra Señora que nuestros estudiantes ofician en canto de órgano, y lo mismo en el acudir cada día a rezar su rosario por la tarde y a misa por la mañana, y los sábados en la tarde a visitar los hospitales, con los demás buenos ejercicios que se usaban. Con esto y con haberles hecho unas aulas buenas, y animarlos con algunos medios honestos, habían crecido estos estudios. El número de los estudiantes sería de casi trescientos, y de cada día iba creciendo, porque de provincias y reinos muy remotos venía copia de estudiantes por la fama de los estudios de nuestro Colegio.

Santiago.-En el pueblo de Santiago están dos de la Compañía, un Padre y un Hermano, que tienen cargo de los indios que allí residen, cuyo ejercicio y aprovechamiento es el que en otras se ha escrito. Mostraron estos indios la devoción que tienen a la Compañía, porque mudándoles un Padre que estaba con ellos para el Cuzco y sabiéndolo, con muchas lágrimas y exclamaciones pidieron no se les quitase, hasta ir con su demanda al Virrey, y viendo que no podía hacerse otra cosa, con mucho sentimiento y lágrimas se iban con el dicho Padre, que apenas los podía despedir de sí en tres o cuatro jornadas. Del colegio de Lima van algunas veces padres y hermanos para predicar y confesar a los indios de Santiago, ayudando a los nuestros que allí están. Una iglesia grande y cómoda se ha ido edificando, aunque no se ha acabado, y para un colegio de hijos de caciques se ha tratado de dar asiento en Santiago, que será cosa de grande utilidad, aunque no está concluido hasta agora este negocio. En este pueblo han estado algunos de nuestros estudiantes aprendiendo la lengua, que no es pequeña comodidad.

2. Colegio del Cuzco. Doctrina de Juli.

Cuzco. En el Colegio del Cuzco residen catorce de la Compañía, seis sacerdotes y ocho hermanos, destos los tres padres atienden a las confesiones y doctrina de los indios, y un hermano diácono les predica y hace pláticas, y es muy acepto. Los demás padres y hermanos atienden a los ministerios de casa y a los españoles de la ciudad. Los sermones de nuestra iglesia y de la plaza se han siempre continuado, y se van continuando con gran concurso y fruto, mayormente después que predica allí el Padre Portillo, al cual sigue todo el pueblo, y a él acude con sus trabajos y necesidades que han sido este año muchas, por haber ido jueces pesquisidores, y ser gran número el de los presos y aflijidos. Con esto y en pacificar discordias tienen bien que hacer los padres que están allí. Las lecciones de Gramática y doctrina de los niños y morenos se prosigue como en otras se ha escrito.

Lo que pertenece al aprovechamiento de los indios, por la gracia del Señor va siempre adelante, y aunque en el Cuzco ha habido grandes contradicciones y murmuraciones contra los nuestros, y contra los indios que frecuentan nuestra casa, ya por la misericordia de Dios han cesado, viendo el manifiesto y enmienda de sus costumbres y firmeza en la fée. Vienen cada día a misa muy de mañana, y las tres primeras misas está la iglesia tan llena de indios, que aun hasta bien fuera no caben; díceseles la doctrina, todo el día está el patio nuestro y portería llena de indios que vienen a confesarse, así del Cuzco como de otras partes, que unos traen a otros. Los viernes hacen su disciplina más de doscientos, con grande devoción, y predícanles en su mercado los viernes en la tarde; los domingos se les predica por la mañana en casa, y después por sus parroquias, y a la tarde en la plaza y en la iglesia mayor, y después se enseña el catecismo en nuestra casa, y todos estos sermones oyen sin cansarse, que pone admiración ver el gusto que en esto tienen, siendo verdad que en otro tiempo, apenas los podían traer a palos a la doctrina. Los que comulgan son primero largo tiempo examinados y probados, dan mucha edificación en todo el pueblo, y algunos destos quiso examinar el señor Obispo, y halló tanta suficiencia en ellos que con grande encarescimiento los alabó y dió su bendición. Señaladamente un indio antiguo, que le tienen por padre, da ejemplo de gran siervo de Dios, sacó por escrito licencia del señor Obispo y otra nuestra, para que le comulgasen a menudo, y le diesen la extremaunción y comunión cuando muriese, y le enterrasen en nuestra casa, y este papel guardaba como reliquias, y le besaba muchas veces. Cosas particulares se ofrecían muchas que decir destos indios, pero por la brevedad se dejan.

Sola una que ha sido muy notada en el Cuzco, y en todo este reino, diré brevemente, y es que habiéndose comenzado a abrir los cimientos de la iglesia nueva, que se hace en nuestro Colegio, a instancia de todo el pueblo, los indios han tomado tan de propósito el trabajar en ella, y ayudar con sus personas y con lo que tienen, que ha puesto en admiración su fervor y perseverancia en esto. Son los cimientos de más de cuatro estados, y muy dificultosos de hacer, y en lo hondo de ellos se halló una pared de edificios antiguos del Inga, de más de dieciséis pies de grueso, toda de piedra grande que puso admiración; para estos cimientos han traído de piedra antigua y labrada tanta cantidad, que aunque la iglesia fuera doblada de lo que ha de ser sobrara la piedra. Traen esta piedra de edificios antiguos, que en el Cuzco los había en tiempo de los Ingas muy bravos, y son algunas piedras de extraña grandeza; júntanse por sus ayllos o parentelas a traer la piedra a nuestra casa, y vestidos como de fiesta y con sus plumajes y galas, vienen todos cantando por medio de la ciudad, y diciendo cosas en su lengua que ponen devoción oillas: Vamos, hermanos, y llevemos piedra para edificar la casa del Señor; aquella es nuestra casa y allí nos hacen bien, allí nos enseñan la ley de nuestro Dios y Redentor; vamos, trabajemos, que buen Dios tenemos, y buenos Padres son éstos; y a este tono otras canciones, Los Ingas, que eran los principales señores desta tierra, trabajan con más fervor en la obra, y los Cañaris, que son otros indios que tienen la fortaleza, y se precian de haber sido siempre leales a los españoles, van en competencia trayendo piedra, con sus cantares y plumajes, etc., y aun hasta las mujeres se cargan de piedra, y van también cantando a la obra. A una destas, que era india rica y principal, viéndola uno ir cargada por la plaza, le dijo que de mezquina y miserable se dejaba cargar, pudiendo pagar a un indio que llevase la piedra; ella respondió, que hacienda tenía para mucho más, pero que el merescimiento de trabajar en la obra de Dios no se lo daba a ella el que trabajase por su dinero. Con este fervor han henchido un gran patio, donde habrá dos o tres mil carretadas de piedra, y aun a algunos dellos, con envidia de gente que no gusta de ver esto, les ha costado azotes y malos tratamientos; y con todo esto no hay desvialles desta obra, aunque comúnmente todo el pueblo se ha edificado, y echado mil bendiciones a los indios, y dado muchas gracias a Dios por el fervor y devoción que en estos indios ven.

Juli.-En Juli están al presente once de la Compañía, ocho sacerdotes y tres hermanos. Los Padres todos saben la lengua de los indios,. si no es uno que la va aprendiendo agora, y algunos dellos saben las dos lenguas, quichua y almará y algunos también la puquina, que es otra lengua dificultosa y muy usada en aquellas provincias. Tienen gran ejercicio de la lengua, y cada día se juntan una o dos horas a conferir, haciendo diversos ejercicios de componer, traducir, etc. Con esto tenemos ya experiencia que en cuatro o cinco meses aprenden la lengua de los indios los nuestros de suerte que pueden bien confesar y catequizar, y dentro de un año pueden predicar; y así hay allí cinco de los nuestros que predican con gran facilidad y abundancia, y en esto se pone diligencia, porque se ve por experiencia que consiste en ello la conversión de los indios. Y no se ocupan solamente en el pueblo de Juli los Padres, sino de allí salen a misiones por todas aquellas provincias, que tienen suma necesidad, y han cobrado gran opinión de los nuestros con lo que oyen decir de Juli; aunque hasta ahora las misiones no se han usado tanto, por tener aquel pueblo necesidad de acudir enteramente a él, y no haber habido tantos obreros como el presente. En nuestra casa se vive con tanto recogimiento y religión como en cualquier Colegio, y no sé yo que le haya en esta Provincia, donde haya hallado más observancia de nuestro Instituto, y ejercicio de mortificación y obediencia que allí, porque todos los que están allí es gente probada en la Compañía, y así están con gran consuelo, viendo el fruto notable que por la gracia del Señor se hace. En lo temporal tiene más comodidad que antes, porque el señor Visorrey les añadió a lo que tenían, de manera que pueden hacer limosnas.

Las limosnas que se dan al pueblo, a pobres y enfermos, son muchas, y es uno de los más ciertos medios para aprovechar a los indios en lo espiritual, hacerles bien en lo temporal; y así se ve que con esto han cobrado afición a los nuestros. El pueblo de Juli está repartido en tres parroquias, la mayor que es la de Santo Tomás, tiene a cargo el Rector con otros dos Padres, las otras dos, que son de Nuestra Señora y de San Juan Bautista, tienen a cargo otros dos Padres con otros dos ayudantes, van cada día a su parroquia, especialmente los días de la doctrina, que son tres en la semana. Los domingos y fiestas dicen misa y predican por la mañana cada uno en su parroquia, y por la tarde viniendo todas tres parroquias, cada una por sí, en procesión a la iglesia mayor, cantando la doctrina en su lengua, con tanto concierto, que pone devoción verlo; después se les platica y declara la doctrina a cada parroquia por sí, y se les pide cuenta y da premio de imágenes o rosarios, a los que mejor razón dan de la doctrina; y con esto y con algunos cantarcicos devotos se vuelven muy contentos; y en esto gastan las fiestas. Entre semana se enseña el catecismo a los niños y viejos y gente ruda; todos los domingos hay bautismos, y algunas veces de adultos.

Hízose con diligencia este año padrón de todo el pueblo: halláronse catorce mil personas, sin las que estaban fuera en diversas partes; destos eran diez mil de confesión. Habían confesado hasta entonces, que era principio de diciembre, como siete mil y quinientos, quedaban los demás para confesarse ahora; destas confesiones más de la mitad habrán sido generales y de muchos años, y en esto se ha padecido hasta ahora gran trabajo, porque estaban estos indios generalmente muy faltos de conocimiento de Dios y de su Ley, y muy llenos de grandes idolatrías y borracheras y deshonestidad; ya por la gracia del Señor hay tanta enmienda que parescían otros hombres y es consuelo conversarlos y doctrinarlos.

Habránse bautizado en este año y el pasado trescientos adultos, bien catequizados y preparados, y muchos de ellos de más de setenta y ochenta años de infidelidad, otros que eran cristianos fingidos y se confesaban fingidamente sin ser bautizados, a los cuales ha tocado Nuestro Señor para que se convirtiesen a Él, y recibiesen el santo bautismo. Los que han salido de amancebamientos y tomado el estado de matrimonio, pasan de doscientos; de la embriaguez y borracheras, que es la mayor pestilencia destos indios, hay ya tan poco que apenas se halla una, aunque den vueltas a todo el puesto, porque se ha puesto en extirpar este vicio gran diligencia por diversos medios, y el Señor con su gracia ayuda, que es lo principal. Los indios hechiceros y confesores que, como otras veces, se ha escrito a V. P., son los maestros de idolatría a quien acuden los demás a confesar sus pecados y buscar [re]medios de sus necesidades con diversos sacrificios y supersticiones, todavía hay algunos encubiertos, y éstos destruyen al pueblo, pero con la gracia del Señor muchos destos se han reducido y detestado en público y en secreto sus errores, y algunos dellos viven ejemplarmente. El Señor por su bondad se digne llamar a los que están todavía en su ceguedad, o los despache desta vida, para que cese tan grande impedimento del evangelio.

Hay entre los indios una buena suma de gente que se da con más fervor a las cosas de Dios y se confiesan a menudo con tanta luz y sentimiento, como si fuesen religiosos; tienen su disciplina, que dura gran rato los viernes, están muchas horas de rodillas delante del Santísimo Sacramento, y algunos toda la noche. Es consuelo ver tanta gente que apenas ha amanecido, cuando están a la puerta de la iglesia, y en abriendo entran con mucha devoción a rezar, y puestos de rodillas derraman muchas lágrimas, y oirles lo que hablan con Nuestro Señor con aquella simplicidad, es particular gusto. A una india se puso a escuchar un Padre y oíala estas razones: Señor, tú me hicistes india, y yo soy una tonta que no tengo entendimiento, soy pobre, no tengo más que pan, dame corazón bueno, sácame éste que tengo, mira que no soy señora de las de Castilla, sino una india triste; dicen que tú, Señor, no aborreces los indios, sino que los quieres salvar; pues, por qué no me abres mi corazón, que soy una bestia y una piedra; hazme buena cristiana, que yo te serviré; y a este modo otras cosas con gran compunción. Algunas son tan sencillas, que llegan al altar mayor donde está el Santísimo Sacramento y dicen: Padre mío que me engendraste, loado sea Jesucristo; aquí estás Señor, no me olvides. Y cada vez que visitan el Santísimo Sacramento suelen decir al Señor: Loado sea Jesucristo. Hanse visto en las confesiones muy notables llamamientos de Dios, que parece se digna llamar a esta gente con particular ayuda. Un indio se llegó a un Padre hincado de rodillas, con una gran suma de quipos, que son unos memoriales que traen de sus pecados, diciendo que se quería confesar, generalmente, porque había callado siempre un pecado, y que tantos días había le aparesció una noche una señora con otros muchos de gran majestad, y le dijo: Hijo, tantos años ha que callas tal pecado, todas las confesiones que has hecho no te aprovechan; mira que te confieses bien, que estos que vienen aquí han de ser testigos. El indio se confesó con tanto sentimiento y orden de toda su vida, que, sigún decía aquel Padre, se podía bien creer que la Reina del cielo había sido la maestra. Otro indio de los devotos que se confesaba a menudo, por tentación del demonio tornó a sus desventuras pasadas, y por vergüenza del Padre con quien se solía confesar, dejó del todo las confesiones; a éste, según él decía, le apareció una noche Nuestro Señor Jesucristo con gran severidad y espanto, y le mandó azotar reciamente, de suerte que a la mañana se vió todo acardenalado y con sangre y mucho dolor, y con todo eso disimuló por algunos días el venir a confesar, hasta que un día le dió un mal súbito y le puso en extremo de muerte, y entonces, temiendo ya su condenación, envió a llamar al mismo Padre y se confesó con muchas lágrimas, y dándole Nuestro Señor luego salud, prosiguió en sus buenos ejercicios. A este modo hay otras cosas que muestran tener Dios cuidado de la salvación desta gente.

Una cofradía de Nuestra Señora se ha instituído hogaño de grandísima utilidad para estos indios. El intento principal della es que todos los cofrades sean perseguidores de la idolatría y borracheras. Tienen estos cofrades sus pláticas de Dios ciertos días, y sus confesiones y disciplinas. Por medio destos cofrades se han manifestado muchas hechicerías y remediado ofensas de Dios; particularmente dos hechicerías grandes y muy perjudiciales se descubrieron, de unos hechiceros que habían venido de Potosí y pretendían plantar su infidelidad en el pueblo de Juli; los hechiceros fueron castigados públicamente, y nuestros indios se edificaron no poco. Estos cofrades son tenidos como por religiosos, y así, para entrar en la cofradía se examinan, como si fuese entrar en religión. Señaladamente se ve en estos indios gran reverencia y devoción al Papa y a las cosas de la Iglesia, que es cosa que han mucho notado los Padres. Con agnusdei y cuentas benditas y reliquias tienen grandísima devoción, y hanse visto algunas obras maravillosas por la reliquia del santo Lignum Crucis, especialmente en partos peligrosos.

De los pueblos comarcanos y otros más lejos acuden de ordinario gran copia de indios que vienen a confesarse con los Padres, y en muchos dellos se ha visto notable enmienda, y en sus pueblos unos a otros se convidan a venir a confesarse con los Padres, que ellos llaman santos. Un sacerdote me contó de un indio de su pueblo, principal y muy virtuoso, que habiéndose ido a confesar con los nuestros, cuando volvió le dijo: Padre, dame una sobrepelliz, que quiero predicar a estos indios, y el sermón que les hizo fué, en suma: Hermanos, ya sabéis cómo yo he sido un gran bellaco, y vosotros también lo sois, pero yo heme confesado ya con los Padres de Juli, y de aquí adelante he de ser bueno; vosotros mirad que no seáis bellacos como hasta aquí, porque yo he de perseguir a los malos, aunque sean illacates y curacas,por eso mire cada uno cómo vive; y en efecto, así lo hizo, como lo dijo, que dándole el Padre el oficio de fiscal, fué gran perseguidor de los idólatras y borracheras y amancebamientos, sin perdonar a nadie, por rico y principal que fuese.

La escuela de los niños es la cosa que más fruto promete en Juli. Hanse puesto engaño muy en orden; son trescientos muchachos los de la escuela, tiene cuidado dellos un Hermano, gran lengua y muy siervo de Dios. La habilidad destos muchachos es admirable, toman con gran facilidad todo lo que se les enseña. Han representado este año dos o tres coloquios o comedias en su lengua, de cosas muy útiles a la edificación de los indios; yo me hallé a una que me causó gran consolación, con entender harto poco de su lengua. Aprenden el catecismo breve y largo y enséñanle a los viejos y a los demás; aprenden también el canto para oficiar los divinos oficios, porque el culto divino entre estos indios es de gran importancia, y aun hay capilla de cantores y flautas para los días de fiestas solemnes, y cada día cantan la Salve y Prima y Completas. Estos muchachos son los perseguidores de los hechiceros y borracheras y deshonestidades; es muy ordinario cuando los padres confiesan, preguntando a los indios si se emborrachan o hacen hechicerías y borracheras y deshonestidades: no, Padre, que me reñiría mi hijo. Y así hay buena esperanza que, con la buena institución destos muchachos, se ha de reformar en gran parte el abuso y malas costumbres desta tierra.

Aunque el fruto que por lo dicho se puede entender consuela grandemente a los nuestros, no deja con todo eso de haber algunas tribulaciones para ejercicio de paciencia y cruz, porque de algunos sacerdotes y españoles y ministros de justicia son murmurados, aunque otros se edifican y aprovechan de su doctrina y ejemplo, y vienen a hacer confesiones generales a Juli, y en sus doctrinas van imitando el modo de los nuestros. También entre los mismos indios hay algunos que son perseguidores de los virtuosos y devotos, y hacen burla y escarnio de ellos y de los Padres. El trabajo de acudir a los enfermos para confesallos y socorrellos es continuo día y noche, especialmente hogaño, que corrió una manera de peste por todo este reino, de que enfermaron muchos indios, aunque al respecto no murieron tantos; Padre hubo a quien en pocos días le fué forzoso confesar más de cuatrocientos enfermos, y muchos dellos generalmente, aunque decía este Padre que entonces se había más confirmado en el fruto que se hacía en estos indios, porque a muchos veía morir con tanta luz y con tanto afecto a Jesucristo y diciendo cosas tan tiernas y tan devotas, que nunca había visto tal en españoles, aunque había ayudado a morir a muchos; y lo mismo dicen los otros Padres que han visto de un año a esta parte en las muertes de los que han sido catequizados y se han confesado bien. Antes de comenzar este género de peste en el pueblo de Juli se vió en. el cielo una señal notable, y fué que, siendo bien noche, se vió un globo grande de fuego que salía de una nube de la parte de oriente, y poco a poco se vino a poner en otra nube en la parte de occidente, y luego rompió en un trueno espantable, que a los indios y a los nuestros puso no poco temor, y el día siguiente dicen comenzaron de golpe las enfermedades que he dicho. También causa harto desconsuelo muertes súbitas, que suceden bien de ordinario, y harto más desconsuela un maldito uso que hay en aquellos indios, de ahorcarse por causas muy leves; esto en parte se ha disminuído, aunque no cesa del todo, con algún castigo que se ha hecho en el cuerpo de los tales desesperados, haciendo que los muchachos los traigan arrastrando desnudos por el pueblo, y después quemándolos en público delante de su parentela, que se tiene por gran desventura e infamia entre los indios. Uno que estaba ya ahorcado y para expirar, teniendo aviso los Padres corrieron y cortaron la soga, y volviendo en su sentido, con las palabras de los Padres se arrepintió y confesó con muchas lágrimas, y murió muy devotamente de allí a tres días. Otros trabajos y dificultades se padecen en la conversión destos indios, pero Nuestro Señor nos da esfuerzo y gracia para llevar su cruz para la salvación de las ánimas, y por la bondad del Señor, todos los nuestros que residen en Juli han tenido y tienen salud, y aun algunos no la teniendo en otra parte, la han cobrado allí.

3. Colegios de Potosí y Arequipa.

Potosí.-En Potosí residen nueve; cinco sacerdotes y cuatro hermanos. Los tres sacerdotes y un hermano se ocupan principalmente con los naturales, que concurren allí de todo el reino, predicándoles en dos lenguas, la del Cuzco y la aymará, que es la que más se usa en Potosí; los demás atienden principalmente a los españoles, que tienen gran necesidad de doctrina y consejo, para los casos de conciencia que en sus contrataciones les ocurren. Tienen los nuestros comodidad y casa e iglesia suficiente, con muchos, ornamentos que les han dado de limosna. La renta, que se hizo de lo que el pueblo dió para fundación de aquella casa, es dos mil y quinientos pesos cada año, que por ser en Potosí todo de acarreo y tan caro, es necesario para sustentarse hasta doce o catorce personas. La devoción y afición de los españoles a la Compañía es allí mayor que en parte ninguna deste reino, y así acuden a los sermones que se predican en las iglesias y en la plaza con gran frecuencia, y es casi que cada día, mañana y tarde, el ir a consultar casos de conciencia, y en esto se hace gran servicio a Dios Nuestro Señor, declarándoles lo que es lícito y no lícito, y atajando muchos pleitos y pasiones por este medio. Hace mucho efecto el predicarse en la plaza, un día en la semana, destas materias de contratos y restituciones. Las confesiones y comuniones y otras obras pías, no sé yo que en este reino se frecuenten en otra parte más, con ser Potosí la Babilonia del Pirú, donde ningún uso ni memoria había destas cosas. Es grande la suma de la gente que acude a aquel cerro, y todos muy ocupados, unos con los metales que sacan y benefician del cerro con sus ingenios, otros en los azogues, otros en el rescate de la coca y otros en la ropa que se tray a Potosí. Y porque se entienda la grosedad de aquel asiento, diré lo que de cierto supe de los oficiales reales, que en sólo este año se habían sacado de quintos reales setecientos mil castellanos, que paresce cosa increíble y es verdadera. Conforme a esto, podrá V. P. ver la necesidad que hay de doctrina, donde las contrataciones son tantas y tan gruesas.

En los indios no es menor la devoción para con la Compañía, ni el fruto que se hace con los sermones que se les predican en las plazas y en las iglesias y en las procesiones y doctrina cristiana que se les enseña. Viene gran número a las confesiones y no se les puede dar recaudo a la décima parte, aunque agora con los Padres que han ido de nuevo, que saben ambas lenguas, quichua y aymará, podrán ser mucho más ayudados y consolados. Y tienen también su disciplina muchos dellos y ocúpanse en obras pías, señaladamente cuando se ven enfermos, llaman con mucha instancia al Padre teatino, que ellos dicen, y se ven en sus muertes notables muestras de devoción y fée, y aunque no ha faltado quien les predique en su lengua, divirtiéndolos, de la devoción de la Compañía, lo que han sacado ha sido frecuentarla más doblado que antes.

Arequipa.-A Arequipa se han hecho este año pasado dos misiones: la una fué de dos Padres y un Hermano, antes de cuaresma, y el un Padre predicaba y confesaba a los españoles: el otro, a los indios; lo cual se hizo con edificación y fruto el tiempo que allí estuvieron, que fueron más de dos meses. Pasada la cuaresma, el un Padre con un Hermano salieron a hacer una misión a los indios, de que se sirvió Dios Nuestro Señor. Fueron primero a un valle que se llama Puchomayo, donde hay muchas heredades y españoles y mestizos y negros; allí dijo la doctrina el Hermano Casasola, y el Padre Agustín Sánchez confesó y comulgó algunos que los estaban esperando. De allí fueron a otro valle que se dice Víctor, y aunque había bien que hacer, pararon poco tiempo en él; fueron a otro que se dice Lucana, donde los recibieron y hicieron mucho regalo; éste es un valle el más necesitado de doctrina, que haya visto el Padre en esta tierra y en todo lo que en ella ha andado; en él están muchas estancias de heredades de viñas y trigo, y mucha gente, así mestizos como negros, y muchos más indios. Un pueblo está en este valle media legua desta estancia, que se dice Pampamiro, donde hay más de doscientas casas de indios con una buena iglesia, sin otros muchos indios al contorno, y está tan desamparado todo este valle, que por verdad se supo de los españoles, mestizos, negros e indios, haber pasado dos años sin que se dijese misa en la iglesia, ni ellos haberla oído, ni haberse confesado, y muchos dellos ni aun en toda su vida, y en este tiempo los niños morían sin bautismo, y todos los demás sin confesión. Aquí se detuvo el Padre, aunque poco, y confesó todos los enfermos, y el Hermano dijo la doctrina, allegándose todos con grande afición, y viendo que no se detenían allí, los indios, por oír la doctrina y por confesarse, siguieron a los nuestros con tanta importunidad, que no los podían despedir de sí; y no solamente los indios, pero también morenos y españoles los iban siguiendo de una jornada a otra, por no poderse detener, y donde parase a hacer noche, confesaban los que podían y consolaban a los demás, ofreciendo de volver más despacio, pero ellos se despedían con tanto sentimiento y pena, como quien se veía sin amparo ni esperanza de Él, porque en treinta leguas que duró el caminar así no se halló sacerdote ni hombres que enseñase la doctrina cristiana, ni aun supiese para sí lo que era obligado. Es este camino muy trabajoso, de cuestas intolerables y calores excesivos, y de un valle a otro no hay gota de agua.

Llegaron a otro valle que se dice Pitay, donde había ocho meses que aquellos españoles y negros y indios no habían oído misa; díjose la doctrina y misa y confesóse y comulgó aquella gente; era tanta la alegría de ver Padres de la Compañía por aquella tierra, que los salían a recibir gran rato antes de los pueblos y valles, y tenían hechos grandes enramadas y arcos en las partes por donde habían de pasar, y aunque fuesen de paso, siempre se decía la doctrina y se llegaba a oilla mucha gente. Finalmente, llegaron diez leguas del repartimiento de Pampacolca, que es donde la obediencia los enviaba; allí estaban aguardando treinta o cuarenta indios y dos o tres caciques con muchos regalos de fruta, pan y vino, y mucho pescado por ser viernes, y de allí fueron acompañados con gran fuerza de gente, que se iba llegando, a un pueblo seis leguas de allí. Se les hizo un gran recibimiento por el curaca principal y por otros que habían venido de alrededor, y así los llevaron al pueblo de Pampacolca, donde fueron recibidos con grande alegría y devoción de todo el pueblo, que los niños y viejos y viejas salían diciendo muchas exclamaciones, diciendo unos a otros: Ya viene nuestro Padre, ya no tenemos que temer; que el sacerdote que estaba allí comenzó a no gustar de tantas fiestas, y así al día siguiente se partió para el Cuzco, donde había de ir, aunque no tan presto, de que los indios no recibieron poco contentamiento. Fué Nuestro Señor servido que llegasen el Padre y Hermano a tiempo de grande necesidad, porque había dado una manera de pestilencia, de que enfermaban y morían muchos, y murieran sin confesión si el Padre no hubiera ido, porque el sacerdote de allí estaba de partida del Cuzco, y así en confesar enfermos y ayudar a morir, hubo a la continua bien en qué entender. Viendo que la mortandad iba muy adelante ordenó el Padre una procesión muy solemne, la cual el pueblo todo y los de la comarca hicieron con gran devoción en reverencia de la santa Cruz, en cuyo día se hacía; y de allí adelante fué Nuestro Señor servido, que murieron muy pocos o casi ningunos; mas todavía enfermaban muchos, y por eso a cabo de algunos días fué el Padre a todo el pueblo y les hizo una plática, en que les persuadía que se convirtiesen a Dios y se confesasen, especialmente los curacas y fiscales principales, y que se repartiese limosna cada día a los pobres y enfermos, y así se hizo lo uno y lo otro, dando los curacas mucha harina para amasarse pan y muchos carneros en cantidad de la comunidad, lo cual se repartió a los que tenían necesidad, y juntamente se ordenó una procesión mucho más solemne que la primera, y se hizo con gran devoción de todo el pueblo, porque había dicho el Padre que, si con fée verdadera lo pidiese a Dios, se lo concedería. El tiempo que estuvieron en Pampacolca guardaban este orden: por la mañana, una hora antes de salir el sol, tañían a la doctrina, y juntábase todo el pueblo con los dos curacas principales y todos oían la doctrina una hora, la cual acabada se iban los indios labradores, que llaman atunrunas, y quedaban los desocupados; otra hora después, se proseguía la doctrina con los niños y niñas, viejos y viejas, hasta mediodía; a la tarde tornaban a tañer una hora antes de ponerse el sol, y juntábase otra vez todo el pueblo, y estaban otra hora aprendiendo la doctrina, y cada día se hacía procesión particular. Los cantares que enseñaban a los niños en su lengua y la nuestra tomaban todos con mucho gusto, y en las chácaras y en sus casas y en los caminos no se oía cantar otra cosa, y algunos cantores que había allí muy diestros los ponían en canto de órgano y cantaban en las misas y procesiones el catecismo; fué cosa maravillosa cómo lo tomaron casi todos de coro, y cuando los Padres iban a pueblos de alrededor a confesar, oían a los indios en el campo, haciendo sus labores decir el catecismo, preguntando unos y respondiendo otros, y cuando volvían al pueblo salíanlos a recibir gran trecho, diciendo la doctrina y cantares que habían aprendido.

Estuvieron en este pueblo de Pampacolca, que será de ochocientos y cincuenta vecinos, como dos meses, al cabo de los cuales llegó la obediencia que fuesen al Cuzco, y sabido esto por los indios, parecía un juicio vellos unos con otros rogando a los Padres que no se fuesen, y diciéndoles que agora que sabían qué cosa era Dios, y comenzaban a ser cristianos, se iban y los dejaban; otros decían: estos Padres no buscan plata, ni nuestro ganado, ni nuestra ropa, ni quieren nada, sino enseñarnos las cosas de Dios con buena voluntad, muy tristes están nuestros corazones porque se van; y repetían estas cosas y otras llorando, que apenas se podían los Padres despedir dellos, y así se iban en su compañía llorando hasta otro pueblo y más adelante. En fin concluyeron su misión conforme al orden que tenían de la obediencia; y después fueron estos indios al Cuzco a pedir al Provincial que otra vez les enviase aquellos Padres, diciendo el mucho bien que dellos habían recibido.

Este mismo año se hizo otra misión a Arequipa, porque sucediendo la muerte de un ciudadano de allí muy rico, que había hecho donación de dos mil pesos de renta para que se fundase un Colegio de la Compañía en Arequipa, a persuasión de ciertas personas, al parecer no muy bien afectas, añadió un codicilo en que declaraba que si dentro del presente año no se fundase el Colegio, la manda que dejaba en su testamento para el efecto, fuese ninguna. Por esta causa paresció convenir que un Padre y un Hermano viniesen y tomasen cierta casa, que era muy a propósito si la Compañía hubiese de fundar Colegio en Arequipa, para lo cual toda la ciudad había ofrecido muchas mandas, con el deseo que ha tenido mucho ha, de tener allí la Compañía. A cabo de algunos días fueron enviados otros dos Padres y dos Hermanos que hiciesen en Arequipa los ministerios de la Compañía, entre tanto que venía de V. P. confirmación, y del señor Visorrey se alcanzaba licencia, que se le había enviado a pedir.

De los nuestros que estaban al presente en Arequipa, el superior se embarcó la vuelta de Lima, el Padre Barzana con los dos Hermanos se recogió al hospital, y no por eso aflojó el hacer los ministerios de la Compañía, predicando en la plaza a los españoles un día de la semana, y otro haciendo pláticas en la iglesia del hospital, y a los indios cuyo ministerio él de todo corazón amaba les ha predicado en su lengua todos los domingos y fiestas con gran fervor, y la doctrina cristiana se ha proseguido siempre por las calles y plazas, así a los españoles como a los indios. Desto ha redundado tanto fruto, que hace bien conocer aquella verdad antigua, que con las persecuciones crecía el evangelio, porque la devoción de los españoles, y especialmente de las principales señoras, se ha mostrado bien en sus confesiones y comuniones ordinarias, y en el cuidado de proveer de limosna a los nuestros con gran abundancia. Todas estas señoras escribieron una carta con sus firmas al señor Visorey, suplicándole les volviese la casa a los Padres de la Compañía, y el cabildo de la ciudad hizo lo mesmo, aunque hasta agora se está la cosa de la mesma manera. Mas el principal fruto se ha visto en los indios porque las confesiones que han acudido y acuden siempre, son innumerables, y muchas o las más dellas generales y de gente estragadísima, porque con el buen temple y mucho regalo, es la ciudad de Arequipa sujeta en gran manera a vicios. De ordinario también ha acudido el Padre a confesiones de indios enfermos, que tienen extrema necesidad; y con esto se ha hecho grande servicio a Dios Nuestro Señor.

Pero nada de esto ha sido parte para que el Vicario cesase de perseguir los nuestros, y así se puso en quererlos hacer echar del hospital donde están, diciendo que comen la hacienda de los pobres y son gente perjudicial a la república; y últimamente viniendo yo a consolar y visitar a los nuestros que estaban en Arequipa, y mostrándome toda la ciudad mucho amor, como le tiene a la Compañía, y queriéndoles yo hacer algunas pláticas en el hospital, pues en la iglesia mayor no nos dejaban predicar, me requirió un sacerdote de parte del Vicario, que no predicase ni hiciese pláticas, y aun dijo le mandaba no nos diese recaudo para decir misa en el hospital; respondí que la licencia de predicar no la tenía yo del señor Vicario, que de ahí en adelante yo predicaría cada día, y así lo hice, acudiendo todo el pueblo con muy gran devoción. Con esto y con alguna otra diligencia que se hizo, el Vicario se moderó, y comenzó a tratar mejor a los nuestros, aunque después de salido yo de Arequipa tornó a hacer molestia, y con efecto les cerró la iglesia y sacristía del hospital, prohibiendo que no dijesen misa allí los nuestros. Mas la devoción de los nuestros siempre va en aumento, y ultra de la fundación, ya se han añadido más, y se entiende será una de las cosas mejores deste reino y más útiles aquel Colegio.

4. Residencia de Panamá. Segunda visita a la Provincia.

Panamá.-En Panamá han estado el año pasado y están al presente dos de la Compañía, un Padre y un Hermano, que fueron enviados con la gente que salió deste Pirú contra los luteranos habrá ya cerca de dos años. Han hecho fruto en ayudar y confesar a estos soldados el tiempo que estuvieron en las montañas de Ballano, donde pasaron grande trabajo, y los luteranos y ingleses que fueron presos, fué Nuestro Señor servido que por las pláticas y comunicación del Padre, se redujesen a nuestra santa fée católica, y cuando los justiciaron después en Panamá, murieron bien con muestras de verdaderos católicos y de compunción de sus pecados. Otros cuatro, los principales, se trajeron a la Inquisición. del Pirú. En la ciudad de Panamá han también hecho grande fruto con los sermones y confesiones y doctrina cristiana, y la Audiencia real, y el señor Obispo y toda la ciudad les ha mostrado mucha afición, y así no les han dejado volver al Pirú, dando para la Compañía unas casas principales, y ofreciendo lo demás necesario para que la Compañía tenga allí residencia, o a lo menos sea aquella casa para misiones, y para comodidad de los nuestros que vienen de Europa a estas partes, o van del Pirú. Acá se juzga por cosa bien importante que la Compañía tenga residencia en Panamá, por la gran contratación de aquella ciudad, y concurso de las flotas que vienen de España, y por otras algunas razones, especialmente después que el Rey ha mandado poner casa de contratación de la China en Panamá, y quiere que desde allí se despachen las armadas que van a la China, como al presente se está ajustando una; de manera que Panamá será el paso, no solo para este reino y India Occidental, sino también para la China y India Oriental. Una señora ha dado allí, a los nuestros unas casas que le costaron tres mil pesos, haciendo libre donación para que la Compañía hiciese dellas lo que quisiese. Allí están agora dos de los nuestros, y tienen su oratorio, y prosiguen con mucho consuelo y edificación del pueblo sus ministerios.

Últimamente diré a V. P. de mi misión por toda esta Provincia. En dos de agosto salí del Colegio de Lima, por orden del P. Visitador, para el Cuzco. En medio del camino se me quedó enfermo un compañero a la entrada de la sierra, y el otro también fué indispuesto y con algún temor, que no dejó de ser algún trabajo. Llegué a dos de setiembre al Cuzco, donde el Padre Doctor Plaza con la asistencia de los Padres consultores, resumieron las cosas desta Provincia, dejando orden de todo lo que ocurría muy acertado, como V. P. podrá ver. Del Cuzco salí en veinte de octubre para la casa de Juli, donde me consolé grandemente en ver el crecimiento de la fée y devoción de aquellos indios, el buen orden y modo de los nuestros, como tengo escrito. A cabo de catorce o quince días salí de allí para Potosí, por la causa que arriba he escrito, pasando de camino por la ciudad de La Paz, tratando con nuestro fundador de algunas cosas útiles. En veintiocho de diciembre llegamos a Potosí, donde sucedió la probación que he contado, y por esta causa con las demás, a cabo de un mes di la vuelta, tornando a ver los Padres de Juli; y de allí a Arequipa, donde entré en veintisiete de enero, habiendo pasado en estos caminos de la sierra algunos trabajos, especialmente de rayos que a vista mía habían caído muchos y muerto algunas personas. En Arequipa me detuve quince días, o poco más, esperando un navío que había de ir a Lima. y estando ya fletado y con harta priesa de embarcarme, llegó la nueva tan triste de la entrada de los luteranos en esta Mar del Sur. Vinieron por el estrecho de Magallanes con atrevimiento inaudito, no se sabe de cierto cuántos galeones de ingleses luteranos, al presente se tiene noticia de cuatro. El primero destos, después de haber hecho el daño que pudo en el reino de Chile, y tomando un navío y el que en él traían llegó al puerto de Arica, que es el primero del Pirú por aquella banda, y allí quemó otro navío, y robó alguna plata, y vino al puerto de Chule que es el de Arequipa, donde estaba mi navío, y también le tomó, y si la prisa que yo daba a embarcarme hubiera valido, también nos cogía dentro. Salvóse toda la plata por especial diligencia, que eran más de trescientos mil pesos. De ahí vinieron los cosarios al puerto de Lima, y entrando de noche con extraña osadía, cortaron los cables de los navíos y llevaron uno dellos, y pusieron toda esta ciudad en increíble confusión, no pudiendo pensar caso tan inopinado. Después han hecho otros daños y robos, y a todo este reino tienen puesto en mucho terror y aprieto, por no haber en esta mar defensa alguna, donde jamás se había visto vela enemiga. A esta causa hubimos de venir por tierra, que es un camino de ciento y setenta leguas muy trabajoso, de arenales y despoblados, y mucho más en el tiempo que le pasamos, que es de terribles soles, y los ríos que son más de treinta corren furiosos. Mas de todo fué el Señor servido de librarnos, y nos trajo a nuestro Colegio en once de marzo, con muy crecido consuelo nuestro y de nuestros hermanos y de todo el pueblo; y aunque todos tres compañeros que veníamos enfermamos luego del trabajo y cansancio del camino, ya por la misericordia del Señor estamos mejor, y todos pedimos ser encomendados en los santos sacrificios y oraciones de V. P. y de toda la Compañía, especialmente para que Dios Nuestro Señor libre esta nueva heredad suya de los indios, de tan maldita cizaña como los herejes, enemigos de nuestra santa fe católica, pretenden sembrar en esta tierra.

De Lima once de abril de mil y quinientos y setenta y nueve.

De V. P. hijo y siervo indigno. Josef de Acosta.

Sobrescrito: Jhs. Annua de la Provincia del Pirú del año de 1578 para la Provincia de Toledo. Es orden del P. Provincial que se lea en Navalcarnero, Ocaña, Toledo, Oropesa, Plasencia, y de allí vuelva al P. Provincial.

De otra mano: Leída en Navalcarnero, Leída en Toledo, Leída en Ocaña, Plasencia.




ArribaAbajo- VI -

Dos memoriales al Consejo de Indias sobre la fundación del Colegio de San Martín de Lima


1. Memorial del P. José de Acosta de la Compañía de Jesús, pidiendo merced para el Colegio fundado en la ciudad de Los Reyes en tiempo del virrey don Martín Enríquez, señalándole renta de tributos vacos para que puedan sustentarse en él 24 colegiales. Acompaña una información. Lima, 15 de abril de 1586.

Muy poderoso Señor: El padre José de Acosta de la Compañía de Jesús, Digo: Que a instancia mía el virrey don Martín Enríquez quiso dar principio a un Colegio de estudiantes en la ciudad de Los Reyes en los reinos del Pirú, por entender el mucho fruto que dello se podía esperar. Y así anduve en compañía de un oidor buscando limosnas para dar principio a esta obra, y se allegó cierta cantidad con la cual se compró un sitio muy capaz junto a la Compañía, y en él se edificó luego un cuarto, en el cual hay por ahora mediana habitación para poder estar en él hasta dos docenas de colegiales. Y por no haber tenido ni tener renta con que se poder sustentar, hasta ahora solamente se han criado y crían en el dicho Colegio estudiantes a los cuales sustentan sus padres o deudos. Y yo hice aplicar al dicho Colegio una capellanía con que se sustenta un sacerdote que asiste en él y tiene cuidado de los colegiales, cuyo cargo y gobierno encomendó el dicho virrey a los Padres de la Compañía, los cuales han tenido y tienen mucho cuidado, procurando que esta obra vaya adelante como cosa de tanta importancia. Y que en el dicho Colegio se crían los estudiantes con mucho recogimiento, trayendo hábito de colegiales de buriel y becas coloradas. Y desde el principio quedó asentado que Su Majestad fuese patrón deste dicho Colegio.

Y aunque el principal intento desta fundación fué para que en él se criasen estudiantes virtuosos, hijos de personas que habían servido y servían a Vuestra Alteza en las cosas de aquellos reinos, pero también y no menos principalmente para que fuese seminario de ministros y obreros para las iglesias y doctrinas de aquel reino. Y por ser el primer Colegio que en él se ha fundado, y el mucho fruto espiritual que se ha visto de los colegios fundados en México, y de la merced que Vuestra Alteza hizo, y renta que señaló para otra obra semejante, se espera que a ésta se le hará con ventaja por lo dicho.

A Vuestra Alteza pido y suplico mande ver la Información que sobre esto está presentada, y el parecer del virrey Conde del Villar, y los demás recaudos que sobre esto hay. Y vistos, haga merced al dicho Colegio, señalándole renta en tributos vacos, para que se puedan sustentar en el dicho Colegio hasta veinte y cuatro colegiales. Pues dello se espera mucho servicio de Nuestro Señor y de Vuestra Alteza, y bien de aquellos reinos. Y para ello, etcétera.-Josef de Acosta.

(Sigue el parecer del virrey don Martín Enríquez, y la Información ante la Audiencia de Lima, a petición del Rector del Colegio de la Compañía de Jesús, Juan Sebastián de la Parra.)

2. Memorial del Padre José de Acosta de la Compañía de Jesús al Consejo: Suplica mande se vea la Información, Reglas y estatutos del Colegio de San Martín que acompaña, y la respuesta y parecer del virrey don Martín Enríquez, y demás recaudos sobre esto presentados; y visto lo mande confirmar, y hacer merced al dicho Colegio de alguna renta, para que con ella se pueda sustentar. Año 1588.

Muy poderoso Señor: El Padre Josef. de Acosta de la Compañía de Jesús. Digo. Que estando yo en la ciudad de Los Reyes de los reinos del Perú, comencé un Colegio de estudiantes de la invocación de San Martín, por orden y a instancia del virrey don Martín Enríquez, diciendo tenía experiencia de los colegios de estudiantes que se habían fundado en México, y que ningún otro medio había más eficaz para criar la juventud en letras y buenas costumbres, especialmente en las Indias, donde comúnmente se crían con mucha libertad y poca aplicación a las letras. Y para este efecto pedí limosna en compañía de un oidor de la Audiencia de dicha ciudad de Las Reyes, y allegué una buena cuantidad con que se compró sitio grande y muy bueno, y se edificó una casa suficiente para el efecto dicho. Y yo hice aplicar cierta capellanía que renta como cuatrocientos ducados para que un clérigo secular tuviese a cargo regir los colegiales que hubiese. Y en esta conformidad se hicieron las reglas y estatutos convenientes para el buen gobierno del dicho Colegio, lo cual todo ordenó y quiso el dicho virrey don Martín Enríquez estuviese a cargo de los Padres de la Compañía de Jesús. Y con esto muchas personas principales y ricas han puesto allí sus hijos dándoles lo necesario para su sustento. Y viendo el dicho virrey el fruto que desto se seguía, y que solamente podían estar en el dicho Colegio los hijos de hombres ricos, por no tener renta para sustentar otros hijos de hombres honrados y que han servido con fidelidad en aquellos reinos, suplicó a Vuestra Alteza se sirviese mandar proveer de alguna renta para el dicho Colegio con que se sustentasen estudiantes pobres y hábiles, hijos y descendientes de conquistadores y de otros que han servido a Su Majestad. Y visto por Vuestra Alteza mandó dar su cédula real para que el dicho virrey informase de todo lo suso dicho, y en qué se podría consignar la renta para el dicho Colegio, cuya respuesta y cierta información y los demás recaudos tocantes al dicho Colegio de San Martín están presentados en este Real Consejo y puestos en poder del relator González

Y agora ha venido a mi noticia que sin haberse visto los dichos recaudos, Vuestra Alteza ha proveído y mandado que el virrey informase sobre lo suso dicho, a lo cual todo está respondido y satisfecho con la dicha información y respuesta del virrey, a que me remito.

Por tanto a Vuestra Alteza pido y suplico mande se vea la dicha información, reglas y estatutos del dicho colegio de San Martín, y la respuesta y parecer del dicho virrey, y los demás recaudos sobre esto presentados; y visto lo mande confirmar, y hacer mereced al dicho Colegio de la renta que pereciere ser necesaria, para que con ella se puedan criar y sustentar algunos colegiales virtuosos y hábiles, que no tienen con qué poderlo hacer; de donde se pueda proveer en aquellos reinos ministros de la Iglesia y curas de indios, lo cual podrá Vuestra Alteza siendo servido mandarlo señalar en tributos vacos, como se ha hecho con las demás obras pías, o en lo que Vuestra Alteza fuere servido. Que en ello entiendo se servirá Nuestro Señor y Vuestra Alteza, y será para mucho provecho y utilidad de aquellos reinos.-Josef de Acosta.

(Al dorso: A 30 de... de 1588. Hágase así.)




ArribaAbajo- VII -

Peregrinación de Bartolomé Lorenzo


A nuestro Padre Claudio Acquaviva, prepósito general de la. Compañía de Jesús, el Padre José de Acosta, provincial del Perú. Lima, 8 de mayo de 1.586.

El primer año que vine de España al Perú, que fué el de quinientos y setenta y dos, vi en nuestro Colegio de Lima un Hermano Coadjutor, de cuya modestia, silencio y perpetuo trabajar me edifiqué mucho, y tratándole más, entendí de él ser hombre de mucha penitencia y oración, de la cual comunicó conmigo algunas veces. Y oyendo decir a otros, que aquel Hermano antes de ser de la Compañía, se había visto en grandes y varios peligros, de que Nuestro Señor le había librado, procuré entender más en particular sus cosas.

El hombre era de pocas palabras y así por algún rodeo le saqué alguna noticia, pero poca y sin concierto. Al cabo de unos años, haciendo oficio de Provincial, le apercibí que deseaba me contase su vida, para advertirle lo que yo sentía le estuviese bien. Y no entendiendo Bartolomé Lorenzo (que este era su nombre) mi fin, y por obedecer al Superior, me fué refiriendo algunos días su peregrinación, y yo apuntándola después brevemente.

De estos apuntamientos hice la relación que se sigue, sin añadir cosa alguna, antes dejando muchas, que a él entonces no se le acordaron o que de propósito quiso callar. De la certidumbre de lo que aquí refiero, no dudo, ni dudará nadie que conociere la verdad y simplicidad de este Hermano.

Parecióme enderezar a V. P. esta relación, pues el que la escribe, y de quien se escribe, son hijos de V. P. y ambos se encomiendan en los santos sacrificios y oraciones de V. P. aunque Lorenzo hasta el día de hoy no sabe que esto se haya escrito. De Lima, a ocho de mayo de mil y quinientos y ochenta y seis.

De V. P. hijo y siervo indigno, Josef de Acosta.

Peregrinación de Bartolomé Lorenzo, antes de entrar en la Compañía


ArribaAbajoDos años en la Isla Española

1. Su patria y ocasión de pasar a las Indias.- Bartolomé Lorenzo, de nación portugués, natural de un pueblo pequeño llamado la Laguna de Navarro, en Algarbe, junto al cabo de San Vicente, siendo de veinte, o de veinte y dos años, salió de su tierra para las Indias, por una desgracia en que un hombre fué afrentado y aunque en el efecto él no tenía culpa, había contra él algunos indicios: y su padre que se llamaba Vicente Lorenzo, por quitarle de la justicia, le hizo embarcar en un navío que pasaba a las Indias, ayudándole lo mejor que pudo y dándole algún dinero con que pasar su viaje.

Salió el navío del puerto de Villa nueva con intento de ir a cargar en la isla Española de corambre, dióles un fuerte temporal y tras éste otro, que los llevó a Fuerteventura, isla de las Canarias, y más adelante otro más recio, que dió con ellos en una isla despoblada y de peligrosos bajíos, en la cual (que se llamaba de los Carneros), surgieron, y saltando en tierra el piloto y Lorenzo y otros dos, cuando volvieron a poco rato, no hallaron el navío, porque el maestre, sobreviniendo buen tiempo, quiso gozar de él y salir de aquellos bajíos, y así, sin esperar a los que estaban en tierra, se hizo a la vela.

Causóles gran turbación no hallar el navío, por ser la isla sin agua dulce, aunque tenía gran cantidad de ganado de cabras y ovejas. En fin fueron en el batel entre aquellas islas, hasta que dieron vista a la nao, que los estaba esperando, donde se embarcaron y con buen tiempo surgieron en Cabo Verde, donde habían de comprar cantidad de negros para la Española para trocarlos por cueros.

2. Detención en la isla de Cabo Verde.- En el Cabo Verde, como la tierra es calurosa y enferma, aunque el Obispo regaló a Bartolomé Lorenzo, enfermó gravemente de calenturas y cámaras, de que llegó a extremo que en algunos días no comió bocado. Túvose por acabado y escribió a su padre, cómo quedaba en las manos de la muerte, que no cuidase más de saber de él, sino de hacer bien su alma.

Estando así, dejado de todos, sin esperanza de vida, entró en su aposento una mujer; ésta no sabe quién fuese o no lo quiso decir, más que antes, ni después, nunca la vió; la cual le dió una alcarraza muy grande de agua y le mandó bebiese hasta más no poder, y con ser cosa notoria en aquella isla que los que beben con cámaras, mueren sin remedio, Lorenzo, habiendo bebido muy a su gusto, le sobrevino un sueño que le duró veinte y cuatro horas y después de ellas, le despertó uno que entró a ver si era muerto, y le halló sin hastío ninguno y con buena gana de comer; y así lo pidió y luego se levantó tan bueno, que pudo ir con mucho aliento a embarcarse para pasar su viaje a Santo Domingo, en que tuvieron grande tormenta y maretas, que andaba Lorenzo en el navío con el agua hasta la cinta.

3. En manos de piratas franceses.- Tomaron la isla Española por la banda del Norte y dieron fondo en Montecristi, donde cayeron en manos de tres navíos de franceses, luteranos piratas. Fueron presos los portugueses y con ellos Lorenzo, y muy maltratados de los luteranos, llamándolos papistas y levantando en alto pedazos de cazave, haciendo burla del sacrosanto misterio de la Hostia, y a Lorenzo, porque le hallaron un rosario, le dieron muchos golpes y puntillazos y, en fin, se resolvieron en matarlos.

Llegó a la sazón otra nao grande de cosarios franceses, que venían del Brasil, en que venía un capitán principal a quien todos obedecían, el cual mandó traer a su nao los portugueses presos; y por ser católico y muy humano, los trató bien y echó libres en tierra, lo cual hicieron a su pesar los luteranos.

Había una legua de las naos a tierra, y en el camino estos herejes los echaron al mar, rabiosos de que les quitaron la presa. Fué Dios servido que escaparon a nado, y entre ellos Lorenzo, aunque con más trabajo, porque le echaron de golpe en el agua y se hundió mucho, y estaba cargado de ropa. De los portugueses murió uno en tierra, a quien Lorenzo enterró en una ermita.

4. En Concepción de la Vega.- Quedándose, pues, en la isla Española, como su padre le había ordenado, fué de Montecristi a la ciudad de la Vega, con harto trabajo, donde enfermó gravemente de calenturas que le duraron nueve meses, sin arrostrar las comidas de la tierra, en particular el cazave, que tan seco y desabrido es. Convalescido pasó a Santo Domingo, donde enfermó otra vez, y habiendo mejorado, empleó un poco de oro en algunas cosillas para la Vega.

A la vuelta, la recua de los negros le perdió todo lo que llevaba y enfermó tercera vez en Santiago de la Vega, otra ciudad de aquella isla, que hoy está despoblada y arruinada de los terremotos. En esta enfermedad le dió Nuestro Señor aborrecimiento de hacienda y deseo de soledad; y, ya convalecido, como él se había criado en el campo, le cansaba el trato y bullicio de la gente. Salíase muchas veces al campo, donde se estaba solo con particular gusto.

Un día yendo un amigo suyo a cazar puercos para comer, que hay innumerables alzados al monte, fué Lorenzo con él a caballo, con una desjarretadera y cuchillo, y hallando una gran manada de puercos, entráronse por el monte, que allá dicen arcabuco, donde por la espesura y matorrales se apearon de los caballos para seguir la caza. Los perros dieron en ella, y algunos de ellos saliendo a lo raso, se cebaron en acosar un bravísimo toro que andaba en una zabana o prado. Siguiéndolos Lorenzo, pensando batían la caza, se halló cerca del toro inopinadamente, y viéndose sin remedio le pareció más seguro esperarle que huir, y el toro que era feroz, se vino como un león para Lorenzo, el cual le hizo rostro con la desjarretadera y fué tan dichosa su suerte, ayudado de Nuestro Señor, que le metió el hierro por la espaldilla, dejándole muerto a sus pies, si bien Lorenzo no lo echó de ver luego, porque apenas le acometió cuando soltando el asta, dió a huir cuanto le fué posible, y viendo que el toro no le seguía, volvió el rostro y vió a su contrario tendido en el suelo. El compañero a cabo de rato, cuando se juntó con él, quedó admirado del peligro de que le había librado Nuestro Señor.

Otra vez, pretendiendo romper por un monte muy cerrado, se recostó sobre un gran tronco de árbol que estaba atravesado en el camino, y después reconoció que era una grandísima culebra, que las hay de inmensa grandeza en aquellas montanas.

5. Hacia las minas de la Española.- En esta ocasión tuvo noticia iba a unas minas un hombre de bien: concertó de irse con él sólo por vivir apartado de la comunicación de los poblados. A pocas jornadas perdieron los dos el camino, de suerte que no sabían dónde estaban, ni hacia donde habían de caminar. Esta fué la primera vez que Lorenzo anduvo perdido por los caminos. Había muchos cerros, arroyos y quebradas, y mucha espesura de matas y bosques muy cerrados; andaban fuera de tino, sin otra guía que seguir el norte, cuando le descubrían, que muchas veces se les ocultaba con la altura de los árboles y sierras fragosísimas; comían lo que hallaban, que no les faltaban naranjas, cidras y limones, que con no ser fruta natural de la tierra, sino traída de España, hay por allí montes muy poblados destos árboles. Otras veces comían guayabas y plántanos y otras verduras.

Anduvieron así perdidos cinco meses, después de los cuales, descalzos y hechos pedazos, sin hilo de ropa, los trujo la Providencia divina a vista de unas vacas, y siguiendo el rastro de ellas dieron en unos vaqueros que las guardaban, que los encaminaron a Santiago.

Era el compañero de Lorenzo hombre de valor y ejercitado en trabajos, y así no se congojaba ni turbaba con los que padeció en esta penosa peregrinación, antes consolaba y animaba a Lorenzo, y de todo daba muchas gracias al Señor.

6. De Santiago de la Vega a la Yaguana.- En Santiago tuvo noticia que los oidores de Santo Domingo mandaron hacer averiguación de unos portugueses que sin licencia habían venido a la isla, y que rescataban y mercadeaban, los cuales eran Lorenzo y los que con él habían venido, y temiendo no le prendiesen y embarcasen para Sevilla o le afrentasen, y a su padre le costase su hacienda, por no llegar a estos lances, acordó pasarse a la Yaguana, que es un puerto al fin de la isla, más de cien leguas de Santo Domingo.

Salióse a caballo solo y de noche, y como iba sin guía y los caminos eran en extremo dificultosos, a poco tiempo se perdió, y dejando el caballo anduvo a pie mucho espacio con trabajo excesivo. Los ríos por aquella parte son grandes y de furiosas corrientes; érale forzoso pasarlos a nado, las peñas eran inaccesibles y él iba descalzo y los vestidos hechos pedazos y podridos del continuo llover. Comida halló muy poca, porque no era tierra de frutales ni yerbas conocidas; pasaba con unos palmitos ruines o cogollos de biaos, cuando los hallaba, y alguna vez pasó más de diez días con poquísimo sustento.

El mayor trabajo fué las inmensas lagunas y pantanos, por donde le era forzoso andar muchos días y noches; y tomándole la noche en medio del agua, buscaba un árbol o troncón en que arrimarse, metido en ella hasta la cinta, porque no había tierra adonde salir y algunas veces que la había tenía por mejor quedarse en el agua que salir desnudo a ser comido de mosquitos, que hay infinitos y muerden cruelísimamente hasta poner a una persona como llagada del mal de San Lázaro. Estas lagunas se hacen de las continuas aguas del invierno, que bajan de las sierras y en verano se secan, donde crían mucha maleza de cardos y espinas, con que el mayor trabajo que sentía Lorenzo era el caminar por el agua, sin ver dónde ponía los pies, que a cada paso los asentaba sobre abrojos y espinas, y así andaba muy poco.

Finalmente, después de muchos meses (cuya cuenta perdió, porque no sabía qué día era domingo ni cuál viernes), vino a dar en unos hatos de vacas, todo hecho pedazos y los pies y piernas abiertos; hallando quien le albergase, como se pudo, se reparó alguna cosa.

Prosiguió su viaje a la Yaguana, donde llegó; allí enfermó gravemente del trabajo pasado y de la mala calidad de los mantenimientos. Estando enfermo tuvo noticia de un caballero que se llamaba don Pedro de Córdoba, que venía de la isla de Jamaica huyendo por disgustos que allí había tenido, y pretendía ir a Portugal. Con esta ocasión vino a ver a Lorenzo y se informó de él de alguna cosa y le ofreció que en el navío que él había venido, que era suyo, se podría ir a Jamaica, y que, escribiría a su mujer y suegro para que allí le acomodasen y regalasen.




ArribaAbajoAventuras por la isla de Jamaica

7. Llegada a Jamaica.- Tuvo Lorenzo ésta por buena ocasión y, sin ser visto de nadie de la tierra, se entró en el navío y fueron a tomar un puerto cerca de allí, donde la gente de la Española los cañoneó algún rato, como a gente que se iba sin licencia. Estuvo Lorenzo en la Española dos años, en lo que se ha referido. Llegado a Jamaica fué bien recibido en casa de don Pedro de Córdoba, y su mujer le hizo mucho agasajo, como en aquella tierra se usa con los españoles, y le dió un aposento en compañía de un sacerdote.

Después de algunos días, pareciéndole que era mozo y que aquella señora, aunque muy honrada y virtuosa, en fin era mujer, acordó dejar la posada y quitar al demonio la ocasión de hacer de las suyas. Frecuentaba un monasterio de frailes que allí había, y algunas veces iba a casa de un amigo suyo carpintero, a quien ayudaba a trabajar por ocupar el tiempo y no estar ocioso.

Era entonces gobernador de Jamaica don Manrique de Rojas, el cual, teniendo aviso de naos de franceses piratas que andaban por aquel paraje, avistó la gente de la isla y repartió las guardias, como es costumbre, entre todos los que podían tomar armas. Fué Lorenzo comprendido en esta milicia, y, hacíasele pesado como poco ejercitado en ella, y no pudiendo alcanzar licencia para excusarse, procuró por cualquier vía que fuese salir de este cautiverio.

Platicando sobre esto con un amigo suyo, y éste con otro muy ladino en la tierra, acordaron los tres dar una trasnochada y ponerse en camino hasta salir a la otra banda de la isla, donde hay un portezuelo, y en la primera ocasión embarcarse para donde les guiase su fortuna.

Con esta determinación se salieron una noche y caminaron quince jornadas; al cabo de ellas perdió el camino el que los servía de guía, y determinaron volver a desandar lo andado, pero Lorenzo y el otro compañero porfiaron en pasar adelante, y, hallándose faltos, después de algunos días, de comida y vestidos y de todo lo necesario, dieron la vuelta y descubrieron un buhío o rancho, con el cual había topado primero el otro compañero.

Estaba allí más había de veinte años un indio muy viejo, solo, sin humana criatura, el cual en años pasados, huyendo de la opresión y malos tratamientos de los españoles, escogió esconderse en aquellos montes, donde jamás pudiera ser hallado, y así se asombró cuando vió españoles. Todavía de grado o de miedo los acogió en su chozuela y repartió de sus comidillas, que eran harto flacas, y de esta manera pasaron algunos días, como gente que no esperaba mejor vida.

Entendieron de este indio que no les quería manifestar algunos secretos de la tierra, temiéndose de su cudicia, porque le oían decir que por allí adelante había grande riqueza que estimaban mucho los españoles. En fin, los compañeros de Lorenzo, como hombres descontentos de aquella vida y con poca esperanza de mejorarla, reñían con ligeras causas, echando el uno al otro la culpa de los yerros pasados.

Lorenzo no sentía mucha pena de aquella pobreza, pero dábale gran pesadumbre ver reñir a cada paso a sus compañeros, temiendo que alguna vez se habían de matar, y él a las vueltas había de llevar algo de lo que entre ellos se repartiese. Con este miedo y con haberle perdido ya a la soledad y caminos montuosos, acordó irse sin decirles nada, y así lo hizo una noche, cuando ellos menos lo pensaban.

8. Perdido en el interior de la isla. Apartado Lorenzo de los compañeros, vino a dar en un río que corría entre unas peñas asperísimas, y procurando descubrir el nacimiento, que, a su parecer era de una gran sierra, y ponerse a la otra parte, hasta dar en el fin de la isla y llegar a la mar. Yendo el río arriba, caminó algunos días y halló que el río se hundía debajo de grandes peñas, pero a distancia había algunas bocas que mostraban correr por allí el río. Siguiendo su corriente, llegó a encubrírsele del todo, y hallóse en unas grandes peñas muy secas, sin refrigerio alguno; por allí anduvo un mes, sin más comida que hojas de árboles y con grandísima sed por no hallar agua ninguna, y con muy grandes soles: chupaba por las mañanas con una pajuela algún rocío que había sobre las piedras y yerbas: al cabo de este tiempo, traspasado y consumido, que no se podía tener en pie, llegó a un valle muy fresco y fértil y abundante de agua. Halló un género de árboles muy hermosos, con una frutilla muy amarilla, del tamaño y hechura de zarzamora; la grande hambre le obligaba a comer de ella, mas deteníale el no saber si era ponzoñosa.

Para salir de esta duda se le ofreció una experiencia, de que se valió en muchas ocasiones en esta Peregrinación tan trabajosa, y fué mirar si comían las hormigas aquella fruta, y viendo alguna caída y picada de ellas, reconoció que no era nociva y comió de ella, aunque con tiento, hasta que se enteró que no sólo era de buen sabor, sino muy sana. Con esta fruta se entretuvo, hasta que topó en el mismo valle una fruta extraña; eran unos árboles grandes y muy hermosos y de ancha y fresca copa y de un olor admirable, que trascendía. Echaba unos racimos, cuyos granos eran como de pimienta propiamente. Destos comía sin recelo, porque eran de naturaleza caliente y confortativo para el estómago, que tenían flaquísimo de las hambres y malas comidas. Desta pimienta había muchísima en aquel valle, de que los españoles no habían tenido noticia hasta entonces; después usaron mucho de ella, como de especia, y aun la misma hoja echada en la olla y en los guisados les da muy buen color y sabor apacible.

Topó después guayabas, aunque silvestres, y muchos mameyes, que es fruta estimada en Indias, que tiene el tamaño y hechura mayor que grandes melocotones y tiene dos huesos grandes dentro. De la carne de éstos hacen en la isla conserva, como mermelada.

Vió también algunos puercos, como los de España, hechos monteses, y no huían, como no habían visto gente; de éstos comía, matándolos con un cuchillo que le había quedado, el cual ató a una vara y con él los hería y dejaba desangrar hasta que caían muertos; y fregando unos palos secos con otros, encendía lumbre y asaba esta carne y comía lo que le parecía.

9. Nuevos trabajos entre bosques y montañas.- A la salida del valle había una alta sierra, y subiendo a ella Lorenzo, y pretendiendo pasarla, fué entrando en una montaña muy cerrada y estrecha que, al cabo de un trecho, vino a perder el cielo de vista, y la tierra también, porque la grandeza de los árboles y espesura de las matas poco ni mucho le dejaban descubrir el campo ni suelo; anduvo de esta manera de árbol en árbol y de mata en mata, como media legua, sin ver sol ni tierra, y por no perder el tino de la que pretendía pasar, se subía en la cumbre de algún árbol muy alto y desde allí atalayaba y marcaba su derrota y caminaba por aquel tino hasta que le perdía y volvía después a marcarla con la misma traza.

En esta montaña llegó a un helechal de infinitos helechos que, como se secaban unos y nacían otros, estaba el suelo tan enredado de ellos, que no sentaba el pie en cosa maciza. La sed que en esta montaña pasó fué excesiva, para cuyo remedio subía a unos árboles muy altos y, en el cóncavo donde salen las ramas, hallaba recogida alguna poca de agua o rocío, y otras veces lamía y chupaba las piedras.

Pero, para abrir camino por los helechos que dije acordó hacer fuego y quemarlos, el cual prendió de manera, por estar la materia seca y ser muchos, que se quemaron grandísimos campos y cerros en ocho días que duró la fuerza del fuego.

Viéndose Lorenzo en gran peligro de ser abrasado, porque se extendió por todas partes, el remedio que tomó fué meterse en una laguna de agua que topó, y aun allí pensó ser ahogado del humo. Mirando después el estrago que el fuego había hecho, vió quemada una culebra más gruesa que el muslo y de más de veinte pies de largo.

Porfiando a salir de aquella montaña, se vió tan perdido, que acordó volver atrás y dió la vuelta por lo mismo que había quemado, hasta que se volvió a perder, y hallándose tristísimo por no ver cielo ni tierra, ni saber qué camino llevaba para salir de aquella tan terrible montaña, descubrió un árbol altísimo; era de la casta de ceibas, de que usan los indios para hacer canoas, que son unos barcos de una pieza, cavados como artesas.

A este árbol subió como pudo, con harto trabajo, en que tardó más de hora y media por estar muy debilitado. Cuando llegó a lo alto, había en el remate y copa de él un asiento anchuroso hecho de tres ramas; allí pensó Lorenzo sentarse y descansar de su trabajo, porque iba cansadísimo, cuando vió una fiera y disforme culebra enroscada, durmiendo, que tenía allí su nido. Fué terrible el espanto que recibió de este espectáculo, y mucho mayor el miedo, que si le sentía aquella bestia, le había de hacer mil pedazos, y así alzó los ojos Lorenzo al su Criador y, encomendándose a su misericordia, le pidió le librase de aquel peligro, y se fué bajando con mucho tiento.

10. Vuelve, por fin, a poblado.- Desde la altura de este árbol pudo descubrir el contorno de aquella tierra, y al tino fué a salir al mismo valle que he dicho, aunque por parte diferente, de donde tornó a descubrir el río que dejo referido, y en él vió unas como pedrezuelas que relumbraban maravillosamente y no conociendo lo que eran (aunque a él se le daba poco de cualquier riqueza temporal), todavía quiso ver qué cosa era, y guardó algunas de extraña hermosura y lustre; unas eran muy coloradas, otras muy blancas; algunos que después las vieron, dijeron que eran rubíes y diamantes; otros dijeron que no eran piedras finas; en efecto, él no curó de averiguarlo, ni se le dió mucho por ellas.

Ya en este paraje se había acabado la montaña y todo era zabanas o prados, sin árbol ni sombra alguna, y como el sol era grande, ardía el campo reciamente, y así le era forzoso caminar de noche, y de día buscar alguna yerba más crecida en que echarse y pasar el calor, corto refrigerio para tan grande trabajo.

Después de largo tiempo vió unas vacas, y en tras un buhío, de donde salió un perrillo a ladrarle, que no le alegró menos que si fuera la voz de un ángel. Llegó a la choza y halló una negra vieja, que el negro vaquero era ido al campo; ésta le consoló y regaló y le dió noticia cómo el gobernador había enviado en su busca, porque no se perdiese, que, en efecto lo quería bien; y así hubo orden como llevarle a Jamaica, que estaba cuarenta leguas de allí, habiendo gastado muchos meses en esta peregrinación y rodeo desde que salió huyendo de ella con los otros dos compañeros, por las razones dichas.




ArribaAbajoEn Tierra Firme. Nombre de Dios y Panamá

11. Salida de la isla de Jamaica.- Vuelto a Jamaica descontento de aquella tierra, aunque era bien regalado y tenía lo que había menester, trató muy de veras de volverse a España, y para esto alcanzó licencia del gobernador don Manrique de Rojas, ya que él se venía a España, dejando por teniente de gobernador a un Pedro de Castro Avendaño. Y viniendo Lorenzo la vuelta de España, tuvo algunas tormentas, de suerte que hubo de arribar a Jamaica; y yéndose a una casa de campo donde estaba el teniente, fué en lo exterior bien recibido, aunque en su corazón le armaba la muerte. Porque, habiendo partido Lorenzo de la isla, no faltó quien le levantó un falso testimonio en materia grave, por excusar al verdadero culpado, de que había hecho una maldad con una señora principal; lo cual, creído por el Pedro de Castro, teniente de gobernador, dijo que, si Lorenzo no se hubiera ido, le había de hacer cuartos.

En estos pensamientos le halló cuando volvió a la isla, muy seguro de la traición que contra él se había urdido; la cual viniendo a su noticia, el propio se fué al teniente, y con mucha determinación le dijo: «Señor, yo vengo a pediros justicia, y quiero que me echéis dos pares de grillos y hagáis información de mí, y si halláredes ser verdad lo que de mí os han dicho, me quitéis luego la vida, y si fuere falso, me estituyáis mi honra y que tal señora no la pierda por mi ocasión.» Fué tan grande la fuerza de la verdad y de la inocencia de Lorenzo, que, convencido de ella el teniente, le dijo: «Creo que es falso testimonio el que os han levantado; no tengo que hacer más información, que lo que he oído de vos me basta.»

Sin embargo, Lorenzo, del gran pesar de la maldad que le había achacado (cosa muy usada en Indias), adoleció gravemente, y en sintiéndose con alguna mejoría, se fletó para Nueva España, y la noche que había de embarcarse, recayó de una recia calentura, y el navío se hizo a la vela sin él, el cual, con cuantos en él iban, con un furioso norte, como después se supo, dió al través en costa de Caribe sobre Veragua, donde se perdieron.

Después tocó allí otro navío que iba a Tierra Firme, donde deseó mucho Lorenzo embarcarse por venir al Perú; y ya que estaba concertado y metido el matalotaje, sucedió la noche que había de embarcarse, por no sé qué ocasión, irse el navío y quedarse él, con harto dolor suyo, teniéndose por desgraciado, pues nunca se lo concertaba salir de aquella isla. Después supo la misericordia que Nuestro Señor usó con él, porque aquella carabela, con un recio temporal, dió en unas bajos, donde se hizo mil pedazos y perecieron todos, si no fueron tres; el uno de ellos fué un negro piloto, que volvió en otro viaje a la isla y le contó el suceso.

12. Negros cimarrones en el istmo de Panamá.- En fin, se consoló, y el suegro del gobernador le acomodó en una fragata nueva suya que enviaba con cazave a Tierra Firme. Llegó con buen tiempo a Nombre de Dios, donde luego que saltó en tierra se fué a la iglesia y vió gente del Perú, que tanto había oído nombrar, y entre otros un capitán muy bizarro y valiente, al cual dentro de tres días le topó, que le llevaban a enterrar en unas andas, porque se usaba mucho allí el morir, que es tierra muy enferma, y en particular para forasteros.

Y no le pareciendo bien detenerse allí, acordó pasar a Panamá con un compañero, hombre de bien, llamado Pedro de Aguilar, sin miedo ninguno de los cimarrones, aunque todos se le ponían; y él decía que, si le topasen, antes le habían de dar de comer a él y a su compañero, que no tomarles nada, y así se fueron a pie y sin otro matalotaje más que un poco de bizcocho.

Cerca de la venta de la Quebrada les salieron los negros con sus lanzas y ballestas, como ellos usan, y había poco mataron unos pasajeros por robarlos. Lorenzo se llegó a ellos sin miedo, no sabiendo que aquéllos eran los cimarrones, y con mucho contento les preguntó el camino, y diciendo ellos qué llevaba, sacó de la capilla de su capa bizcocho y convidó con él al más viejo, que era el capitán; y los negros, vista su simplicidad, se rieron y hablaron entre sí su jerigonza, y no sólo no le hicieron mal, pero lo ofrecieron del pescado que traían. Y él les preguntó por su pueblo, que era Ballano, y dijo se quería ir con ellos, y entonces le desengañaron que en su pueblo no había español ninguno, y que prosiguiese su camino para Panamá, y le dieron que le guiasen dos negros valientes para pasarle el río, que venía crecidísimo.

Y aunque Lorenzo y su compañero sabían bien nadar, mas no pudieran atinar con el paso donde habían de salir, por ser todo arcabuco y montaña tan cerrada, como sabemos los que lo habemos pasado. Dábales el agua a los pechos por el río, y si no fuera por las guías que les dió el capitán, sin duda se perdieran. De modo, que los que a otros suelen saltear y quitar la vida, a Lorenzo, por su buena fe, se la dieron, y así se maravillaban después todos los españoles de la humanidad que con ellos habían usado, y él se maravillaba también que aquéllos fuesen los cimarrones tan temidos.

13. En la doctrina o pueblo de Cepo.- Cuando entró a Panamá, llegó todo su caudal a real y medio, y hallando el otro compañero un amigo con quien se acomodar, Lorenzo se fué al hospital, bien mojado y destrozado de aquel penoso camino, aunque corto.

Detúvose algunos días en Panamá buscando en qué ocuparse, y no lo hallando, por ser toda tierra de mercaderes y marineros, al cabo se topó con un clérigo que le llevó consigo a una doctrina que tenía en Cepo, diez y ocho leguas de Panamá; allí se estuvo dos meses aficionado al trabajo del campo, y comenzó a entender en unas labranzas y rozas, y andando un día por aquella montaña, se le hincó una caña muy aguda que le pasó una pantorrilla, y viendo que se le hinchaba mucho y hacía cantidad de materia, se vino a Panamá a curar, y trujo el camino a pie por no haber mejor comodidad, con grande dolor de la pierna y corriendo sangre todo el camino; pero, a su parecer, con el andar se mitigaba el dolor y así andaba sin parar.

Entrando en el hospital con licencia del deán, se curó y pasó mucho trabajo de cauterios de fuego y otros tormentos, al cabo de lo cual le conoció un portugués de junto a su tierra, y le regaló y acomodó de algunas cosas de que tenía allí tienda; y después, el oidor Villalta, visitador del hospital, pareciéndole hombre de bien, se encargó de él y le llevó a su casa a convalecer, donde él y su mujer, que eran personas de caridad, le regalaron, y el oidor le procuró pasar el Perú, viendo su necesidad y bondad, y al cabo no pudo por contradecirlo los demás oidores.

14. Naufragio en la costa de Panamá.- Descontento se hallaba Lorenzo en Panamá, y viendo que no podía pasar al Perú, trató de irse a una isla de aquellas a hacer vida en el campo, que gustaba más de ella, aunque la tenía muy acomodada.

Con este pensamiento, un día en la playa vió dos marineros extranjeros que aderezaban un barco para salir a la mar, y preguntándoles a dónde iban, dijeron que a una isla no muy lejos de allí, y que le llevarían consigo de buena gana si quería ir con ellos. El buen Lorenzo, sin más averiguación, se determinó ir con ellos, no bastando aquel portugués su amigo a detenerle. Al fin le dió mucho matalotaje para el camino y muchas varas de cañamazo para defenderse de los mosquitos.

Era el viaje de aquel barco muy diferente del que a Lorenzo le habían dicho aquellos extranjeros, porque habían de ir la costa arriba la vuelta de Nicaragua. Y pasó así que unos negros, como trece o catorce, que estaban lavando oro en Veragua, a la mar del norte, por un insulto que hicieron, se alzaron contra el maestre, y pasada la cordillera dieron en el mar del sur, y allí hicieron unos buhíos y galpones y sus sementeras y rozas de maíz,. de que cogieron cantidad excesiva, porque se da con abundancia en aquella tierra.

Avisaron a su amo, que era un clérigo que residía en Nata, que es en la misma costa hacia Panamá; y el clérigo, con la codicia de no perder sus negros, compró un barco pequeño y con estos dos correos marineros se fué donde sus negros estaban poblados, y de allí envió el barco a Panamá, entre otras cosas, por vino y hostias para decir misa en una capilla que tenía hecha.

Con esta ocasión volvía aquel barco al tiempo que Lorenzo entró en él, y siguiendo su viaje sobrevínoles un recio temporal; como el barco era ruin, con solos dos marineros que apenas entendían de marear, ni llevaban aguja, anduvieron perdidos dos meses, siendo camino de quince días y menos, con que se les acabó todo el matalotaje que Lorenzo había metido, y pasaron grande necesidad, sin tener qué comer ni beber, cogían algún marisco para sustentarse.

Estuvieron surtos quince días en una isla; comían iguanas, pero no tenían agua, hasta que hallaron una peña que en la menguante del mar se quedaba con alguna agua, que, aunque salada, podía beberse. Yen otra isla estuvieron ocho días, hallaron ovos, fruta de las Indias y ostiones.

Otra vez surgieron en una costa de Tierra Firme, y entrando en el monte hallaron puercos jabalíes; cazábanlos encaramándose en los árboles, hiriéndolos con una espada enastada. Y no les era dificultosa esta montería, porque en viendo los jabalíes alguno de sus compañeros herido, lo acababan de matar, y luego lo dejaban, con que ninguno después de herido se les perdía. De la carne de estos jabalíes hicieron tasajos, para proseguir su viaje; pero como eran poco diestros y no llevaban aguja, sucedió, al cabo de mucho tiempo que andaban perdidos, hallarse muy metidos a la mar, sin saber poco ni mucho dónde iban, y así acordaron volver la proa a tierra y tomar cualquiera que fuese y dejar tan peligrosa y molesta navegación.

15. Con un clérigo en tierras de Nata.- Día de la Natividad de Nuestra Señora reconocieron la primera tierra que vieron, y era la misma donde estaba el clérigo que buscaban, con que grandemente se regocijaron. No fué menor el gozo que aquel buen clérigo sintió cuando vió su barco, que lo tenía por perdido muchos días había, y mucho más cuando vió a Lorenzo, por tener consigo a un español, y así le abrazó llorando de placer.

Era este clérigo un viejo venerable, con barba y cabello largo, como era forzoso tenerlo en aquel desierto. Tenía una capilla en que decía misa, y lo demás estábase metido en un buhío cercado de mucho humo por defensa de los mosquitos, que eran infinitos, plaga allí muy insufrible; su comida era algún maíz molido y algún poco de marisco, de que repartió con Lorenzo con mucho gusto.

Al cabo de pocos días sucedió un temblor de tierra espantoso que duró continuamente diez y ocho días, con que se trastornaron muchos cerros y aparecieron lagunas donde se cerraba la corriente de los ríos; y como toda aquella tierra era montaña espesísima de muy altos árboles, fué grande el espanto que causó la multitud de ellos que cayeron con la violencia del temblor, y se vió Lorenzo y los que con él estaban en grande peligro de que les cogiesen debajo; y así le sucedió algunas veces valerse de los pies para huir del árbol que, cerca de él, venía cayendo a tierra.

En fin, cayendo muchos en contorno de él, fué Dios servido que ninguno le ofendiese; informándose Lorenzo del clérigo de la calidad de aquella tierra, se halló muy atajado, porque estada entre dos ríos grandes, que el uno no se podía pasar a nado, por su arrebatada corriente, y a la una banda tenía indios caribes, que se comían los hombres, y a la otra, una montaña espesísima sin término ni fin que se le supiese. En toda aquella costa no había puerto alguno ni pasaba por allí navío, si acaso no venía de Guatimala a Nueva España; pueblo de españoles ni indios amigos no lo había.

Como se vido de todas partes atajado y que le había Dios llevado allí para mayores trabajos, dió gracias al Señor y dispúsose a vivir por allí el tiempo que Su Divina Majestad fuese servido; los dos extranjeros que vinieron con él fueron en el barco a buscar comida a la isla de Cocos, aquella costa arriba, y no parecieron más. Lo que se entiende fué que cayeron en manos de indios caribes y se los comieron.




ArribaAbajoPor las costas de la mar del Sur, camino del Perú

16. Ocho meses en vida de ermitaño.- Después de algunos días que Lorenzo vivió con el clérigo en el despoblado de aquellas montañas, le pareció vida ociosa, y se despidió de él y se fué la tierra adentro, hizo un rancho y en él vida solitaria, viniendo a oir Misa los días de fiesta donde estaba el clérigo, y le ayudaba Misa y algunas veces confesaba y raras veces comulgaba.

El orden de su vida era éste. Con un machete que pidió al clérigo hizo una roza, quemando parte de aquel monte, y en ella sembró su maíz, que se daba en gran abundancia, y él se ocupaba en cultivarle y cogerle, y guardábalo para, si Dios aportase por allí algún navío, pagarle con él el flete y le llevase donde le encaminase su fortuna.

Comía de este maíz tostado y crudo, y pocas veces tenía algunos cangrejos que cogía con mucho trabajo; bebía de un río, costándole, cada vez que había de beber, una legua de camino muy agrio, porque no tenía vasija en que guardar el agua. Vestíase del cañamazo que le dió su amigo el portugués en Panamá, el cual por muchas partes tenía podrido por las continuas lluvias de aquella tierra; y así con hojas de árboles cubría su desnudez, no dejando descubierto el rostro ni las manos por la plaga de los mosquitos, que era tan cruel, que le tenían hecho una llaga todo lo que de su cuerpo tenía descubierto, y más parecía monstruo que hombre, y no le dejaban sosegar de día ni de noche, y algunas veces se rodeaba de humo para ahuyentarlo de sí y otras se metía en el agua para librarse de sus crueles mordeduras.

De esta suerte vivió en aquel mente y soledad ocho meses, rezaba por las mañanas sus devociones y el rosario dos veces cada día, el cual había hecho de cabuya; sentía en su espíritu gran menosprecio de las cosas del mundo con que vivía muy contento, y algunas veces tenía unas consideraciones y sentimientos que no supo declarar cómo eran, aunque las sabía bien sentir.

En este tiempo oía grandes bramidos el monte adentro; creía que fuesen toros, y no hallando rastro alguno de estas reses, preguntó al clérigo qué bramidos eran aquéllos, el cual le dijo con harta pena que había por aquella tierra gran cantidad de tigres ferocísimos, y que temía darían con él algún día y haríanle pedazos. No por eso dejó Lorenzo su choza, y un día, bajando a la playa del mar a coger algunos cangrejos para comer, cuando menos pensó volvió el rostro y vió cerca de sí un fiero tigre. Santiguóse y dijo: Jesús sea conmigo; y volviéndose a Nuestro Señor, le dijo en su corazón: Señor, si yo nascí para ser comido de esta fiera, cúmplase tu voluntad; ¿quién soy yo, que pueda resistir a lo que tu ordenas?

Esta manera de oración usaba en los grandes peligros, sin haberla aprendido de nadie más de que la hallaba en su corazón, y con ella siempre le libraba Nuestro Señor. Notó Lorenzo que bajaban los tigres a la playa del mar a pelear con los caimanes y comerlos, y es una de las más fuertes batallas que hay entre las fieras, porque el caimán tiene gran fuerza y aprieta fuertemente al tigre con la cola, y éste con extraña ligereza entra y sale y acomete a su contrario, hiriéndole siempre en estos encuentros, que al cabo viene a quedar rendido y muerto el caimán, de cuya sangre se harta hasta más no poder, y también come de la carne cuando la necesidad del hambre le obliga. También se encaraman estos tigres en los árboles y aguardan los jabalíes, y al paso saltan sobre los jabalíes, en quien hacen presa y se los comen.

17. Por las soledades de la selva centroamericana.- Una temporada para mudar de su ordinario, se entró la montaña adentro, llevando maíz para su sustento; vió extrañas diferencias de árboles y otras maravillas de la naturaleza; mas porque oía muchos y grandes bramidos de tigres, que parecía andaban cerca, le fué forzoso volverse a su rancho al cabo de diez días.

Daba en aquella tierra una enfermedad de unos gusanos tan delgados como un cabello, que se metían por la carne sin sentir, que llaman niguas, y se van hinchando y engrosando más que un dedo, y éstos causan gran dolor, sin haber remedio de echarlos fuera, si no es que a los principios se previene el daño; de este mal padecían mucho los negros del clérigo; mas a Lorenzo fué Nuestro Señor servido que nunca le tocó esta plaga, y así, aunque con mucho trabajo, se hallaba contento y con firme esperanza de que Nuestro Señor se acordaría de él y le llevaría a morir entre cristianos.

Pasando su vida en esta conformidad, sucedió que un barco que había salido de Panamá con siete hombres que se iban al Perú sin licencia, tuvo tiempos contrarios, y anduvieron perdidos cuatro meses, y ahora iban la vuelta de Nicaragua, sin saber la derrota que llevaban, porque el piloto era poco diestro, y pasando por aquella costa, desde alta mar descubrieron lumbre en la montaña, que era la que solía hacer Lorenzo para tostar su maíz o para rozar el monte; y como gente que navegaba tanto tiempo sin saber de sí, determinaron tomar tierra para informarse en qué paraje estaban. Saltaron en tierra y en la playa reconocieron huella de español, y siguiendo el rastro la montaña arriba, vinieron a dar en el rancho de Lorenzo; espantáronse extrañamente de ver un hombre en aquel traje y figura; la barba le había crecido más abajo de la cinta; el cabello, como de un salvaje, crecido y muy descompuesto; vestido y tocado casi todo de hojas de biaos; el rostro, manos y piernas, todo hinchado y comido de mosquitos, especialmente las narices y orejas; descalzo y sin abrigo alguno; él se maravilló de verlos y, como se conocieron de Panamá, se abrazaron, con muchas lágrimas, y contaron él y ellos sus trabajos y desastres; y el escribano del barco, que era hombre de más corazón, dijo: Dios ha ordenado que nos hayamos perdido y aportado aquí para que saquemos a Lorenzo de esta mala tierra y le llevemos al Perú.

Díjoles Lorenzo cómo tenía cantidad de maíz guardado, que era lo que ellos más habían menester, porque venían pereciendo de hambre, y concertando el irse con ellos al Perú, llevólos consigo a despedirse del buen clérigo, el cual, con muchas lágrimas, abrazó a Lorenzo, y gozoso de que se le hubiese ofrecido aquella ocasión, de que ninguna esperanza tenía, aunque muy triste de verse quedar solo, porque no podía él en aquel barco llevar sus negros y maíz, ni quería dejarlos allí, que era toda su hacienda.

18. Banderías en la isla de los Cocos.- Hechos a la vela, les dió un temporal recio, que los arrojó a una isla de Cocos, cerca de Nicaragua; hallaron en ella más de cuarenta hombres, entre españoles y negros, ocupados en la fábrica de una nao grande, que hay allí excelente madera para este género, especialmente cedros muy escogidos; y como traían su barco casi todo abierto, y hallaron allí fragua y todo recaudo, acordaron de aderezarlo.

El piloto del barco de Lorenzo era un portugués atronado y colérico, y sobre no sé qué juego, riñó con el maestre de la nao, y dióle de palos. Los de la nao, viendo el desacato y sinrazón del portugués, le pusieron en una cadena con sus grillos y les tomaron el timón y las velas del barco, amenazándoles no habían de salir de la isla y que los habían de castigar como a fugitivos que iban sin licencia. De esto resultó una gran pendencia entre los unos y los otros, porque el escribano del barco era hombre resuelto y dijo le habían de soltar su piloto, y Lorenzo y otro compañero cobraron el timón y las velas, aunque Lorenzo no se había hallado en la refriega, porque estaba en una ermita, donde pasaba recogido lo más del día.

En esto acudieron los de la nao con los negros contra el escribano y comenzaron a tirarles unas lanzas pequeñas, con que, herido, le derribaron en tierra. Viéndole caído Lorenzo, dejó las velas y timón que llevaba y acudió a socorrerle, diciendo a voces que dónde se usaba una maldad como aquélla, matar a un cristiano como si fuera un alarbe, y bajándose a levantar del suelo al herido, a este tiempo le tiraron un dardo, que hirió a Lorenzo por las costillas del lado derecho, metiendo el hierro en el cuerpo hasta apuntar al otro lado.

Sintiéndose herido de muerte y hallándose solo y sin remedio, procuró con las dos manos sacar el hierro del dardo, y yéndose a la sombra de un platanal, a pocos pasos cayó en el suelo. Como vieron los de la nao dos hombres en tierra, hicieron retirar sus negros y acudieron a los heridos.

Así éstos, como los otros compañeros de Lorenzo que habían huído, llegaron a él y tuviéronle por muerto, porque le salía el aire por la herida y no podía hablar ni respirar si no es tapándosela con la mano. Pidió luego confesión y, no habiendo, sacerdote, como pudo levantó su corazón a Dios, humillándose a su voluntad, aunque fuese de condenarle; invocando afectuosamente a la Madre de Dios, halló en ella tal confianza que le sanaría, que se consoló mucho.

En fin, le llevaron de allí, y llegándose a él un muchacho portugués, de quien so fiaba mucho, enseñado a lo que se puede creer por inspiración divina, le dijo que, por amor de Dios, no tuviese asco de él y le chupase la sangre de aquella herida cuanto pudiese. Hízolo así el muchacho y sacóle gran cantidad de cuajarones de sangre; después pidió Lorenzo a sus compañeros que le quemasen la herida, pues allí no se podía hacer otro remedio, y con un poco de aceite, o manteca ardiendo, se la quemaron, y con esta cura y con estar siempre echado sobre la herida para que las materias corriesen a fuera, comenzó a tenerse alguna esperanza de su vida.

Los de la nao, viendo el desacierto que habían hecho y temiendo que llegando a Tierra Firme serían castigados por haberse hecho jueces sin serlo, acordaron dejar ir los del barco libremente, y así les volvieron su piloto, velas y timón, y los dieron algún matalotaje; y a Lorenzo, por grande regalo, cuatro o cinco racimos de plátanos verdes. Estos asados, eran toda su comida, y así le llevaron al barco, donde iba echado a un rincón, tan desfigurado, comido de mosquitos y lleno de mal olor por la parte de la llaga, que no había quien se llegase a él. Con todo eso se curaba con algunos trapos e hilas que metía en la llaga, y siempre la mano puesta sobre ella y echado de aquella parte; los otros dos compañeros heridos escaparon más bien librados, y así andaban en pie y con buen aliento.

19. Por mar de Nicaragua al Perú.- De esta suerte siguieron su navegación en el barco los ocho compañeros, en la cual los sucedieron grandes infortunios, por llevar tiempos muy contrarios.

En fin, aportaron a una isla despoblada que llamaban Malpelo; desde allí el piloto se atrevió de atravesar la vuelta del Perú, y como iban pocos y enfermos y muy faltos de comida, el tiempo les era contrario y las aguas corrían hacia abajo; no podían ganar viaje por la bolina, ni con los aguaceros marcar las velas, y así descaecieron a al cabo de Manglares, donde, viéndose navegar con tanto trabajo y peligro, resolvieron dar con el barco al través y meterse ellos la tierra adentro.

Sabida por Lorenzo esta determinación, les dijo que considerasen que no tenían más seguridad por la tierra que por la mar, pues veían que aquella tierra era de caribes y sin refugio humano, y que a él le habían de dejar en aquella playa, a que le comiesen bestias o caribes, que era grande inhumanidad, que mejor era probar la mar otra vez, que al fin por la bolina irían ganando algo, que con más trabajo lo andarían por tierra.

Venció el parecer de Lorenzo y volvieron a navegar y sucedióles algo mejor, porque, aunque con trabajo, pudieron doblar la punta y llegaron a una tierra donde vieron indios poblados, aunque no conocidos, y allí cansados de navegar y faltos de matalotaje, acordaron varar el barco en un arenal, y ellos subieron al pueblo de los indios, una grande ladera arriba, llevando a Lorenzo en hombros, que no se podía tener en pie.

Llegados al pueblo, no hallaron indio ninguno, que todos se huyeron en viendo españoles; pero hallaron mucho maíz y comida. Estando suspensos y temerosos que los indios no diesen repentinamente en ellos, como lo suelen hacer, estuvieron allí cuatro días, y supieron que aquellos indios se habían alzado creyendo que eran sus amos, que venían en demanda de ellos, y de temor no volvieron más al pueblo.

De aquí tomaron su derrota por tierra, siguiendo la costa de la mar, porque Lorenzo ya podía andar un poco, aunque con harto trabajo. En este camino los padecieron excesivos, porque casi siempre les faltó la comida, y muchos días no hallaron agua que beber, y pasaban lamiendo la humedad y rocío de las piedras. Los ríos eran a veces muchos y caudalosos: los pantanos en que se atollaban, terribles; y, sobre todo, sentían la persecución de los mosquitos que llaman zancudos, que ponen a un hombre como herido del mal de San Lázaro.

En esta peregrinación llegaron a un grande río que tenía de ancho más de legua y media, como los hay en estas Indias. Aquí se vieron perdidos, porque para pasarle a nado, como habían hecho con los otros, no había fuerzas humanas que lo consiguiesen. Vado ni barco no le había, y así se estuvieron un tiempo sin saber qué hacerse; y yendo dos de ellos el río abajo, vieron atravesar dos indios en una balsa, como ellos usan, y en llegando a la ribera, metiéronse en la balsa y hicieron a los indios que los pasasen a la otra parte.

Cuando Lorenzo y los otros llegaron, ya éstos iban a la otra banda, de suerte que no les quedó esperanza de pasar, porque los indios no quisieron volver por ellos. Hicieron Lorenzo y los que con él quedaron otra balsa de aquellos árboles del monte, atándolos con bejucos, de que había gran cantidad; más como no eran diestros en balsear, unas veces se les entraba la mareta, otras la corriente del río los llevaba a la mar, sin adelantarse nada y con peligro de anegarse, y así les fué forzoso dejar aquel oficio y ponerse a esperar la misericordia de Dios, que no les faltó; porque otro día vieron otros dos indios con otra balsa que hicieron lo propio que los dos primeros habían hecho, que fué, en pasándolos el río dejar la balsa y echar a huir la montaña arriba.

Prosiguieron estotros su camino con harto trabajo y toparon otros tres indios más humanos que bajaban de una sierra; y, aunque no se entendieron palabra los unos a los otros, el uno de aquellos indios les hizo señas, y siguiéndole los llevó a un pueblo de indios de paz, los cuales como supieron que eran españoles, ordenaron un solemne recibimiento, y el curaca principal, que era ladino y había tratado con españoles, salió muy bien vestido a recibirlos con todo el pueblo. Fué grande el contento de aquellos indios, y así les trujeron luego como a porfía presentes de tortas y frutas y aves; especialmente se maravillaron de ver a Lorenzo tan desfigurado que parecía un difunto; y sabiendo que tenía aquella llaga, le trajeron cantidad de yerbas y medicinas con que ellos curan, y gallinas para comer, y todo con mucho amor; y él aunque en la comida no tenía estómago para cosa de sustancia, en la cura aceptó las yerbas, y estuvo allí un poco de tiempo reforzándose.




ArribaAbajoPor tierras del Ecuador y el Perú

20. En Portoviejo con el capitán Alonso de Vera.- En este pueblo les dieron noticia de Puerto-Viejo, y aunque estaba de allí buenas jornadas, todavía se alegraron mucho por la esperanza de verse entre cristianos y ser pueblo de españoles. Los otros compañeros de Lorenzo, como estaban recios, se fueron delante sin esperarle: sólo uno no le quiso dejar, viendo cuán enfermo y necesitado iba. Al fin, los dos, después de gran trabajo y de más de un mes de camino, tal como el que arriba se ha dicho, llegaron a Puerto-Viejo.

Lorenzo se fué derecho a la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes a dar gracias al Señor de haberle traído a tierra de cristianos. En saliendo de la iglesia, luego la misma noche le llevaron preso a la cárcel con los demás sus compañeros, con achaque de que venían al Perú sin licencia.

Este fué el primer refrigerio que halló Lorenzo en la tierra que tanto deseaba; pero el capitán Alonso de Vera, que era juntamente corregidor, los mandó soltar y llevar a su casa, tratándoles bien y dándoles de comer, y a Lorenzo hizo que le curase un cirujano la llaga, que con el trabajo del camino y malos mantenimientos estaba muy enconada; en fin, sanó allí de todo punto.

De esta caridad usó el capitán para su pretensión de que fuesen con él a una entrada que prevenía para el reino de Quito, y que quisieron o no, hubieron de ir con él, porque no los castigase; si bien Lorenzo repugnó fuertemente, diciendo que él no había de ir a quitar a nadie su libertad, y que aquellos indios, contra quien se encaminaba esa jornada, no le habían a él ofendido para que los fuese a guerrear.

Y como le instasen que había de ir por bien o por mal, fuese a confesar con el Comendador de la Merced, y tomando con él su consejo, después de muchos dares y tomares, el Comendador le mandó que fuese con una compañía que enviaba el capitán a unos pueblos de indios para traerlos a Puerto-Viejo y servirse de ellos para cargar en la entrada que había de hacer. Esto le aconsejó el fraile, diciéndole que si no lo hacía, que sin duda le urdirían alguna maraña con qué ahorcarle, y que en aquel viaje vería cómo se hacía la conquista; y si no le parecía bien, se podía buscar alguna traza para quedarse.

Lorenzo obedeció al Comendador, aunque con grande repugnancia de ir contra indios. Al fin le dieron las armas acostumbradas de arcabuz, espada, escaupil y capacete, y así salió en la compañía, donde le hicieron cabo de escuadra. El caudillo que llevaban era un hombre de bien y buen cristiano, y así a las primeras jornadas hizo una plática a los soldados, encargándoles no hiciesen mal a indio ninguno, y que mirasen que por los desafueros que habían hecho los españoles en los naturales había Dios castigado mucho aquella tierra, y otras razones en esta conformidad, con que Lorenzo se consoló harto.

21. Una entrada de guerra a indios.- Era el camino en todo extremo trabajoso, subiendo unas sierras altísimas y asperísimas, pasando muchos ríos, y gran parte del camino se iba por los mismos ríos arriba con el agua a la cinta por muchas leguas. Era la sierra tan derecha, que para bajarla se echaban sobre las rodelas, y así se dejaban ir rodando. Pasaron grandes ciénagas y pantanos, donde se atollaban hasta la rodilla, y a todos los trabajos excedía el continuo tormento de los mosquitos zancudos, que no les dejaban reposar un instante; y así, para poder dormir, se enterraban unos en el arena, dejando fuera el rostro, otros se metían en el agua hasta los pechos, arrimándose a un árbol. Duró este camino dos meses, hasta llegar a la población de indios, donde los enviaban.

Vivían aquellos indios, no en pueblos formados, sino de treinta en treinta y más, en unos galpones largos. Así que vieron españoles dieron en huir; tomáronles las mujeres y los hijos sin hacerles mal ninguno, y luego los indios vinieron de paz y se dieron, y a ellos y a sus mujeres y hijos los trujeron a Puerto-Viejo, metiéndolos en colleras porque no se huyesen, y a los niños traían los soldados a cuestas porque no se cansasen.

Dieron la vuelta a Puerto-Viejo por otro camino que fué mucho peor que el primero, especialmente había un paso muy peligroso entre una altísima roca y la mar, la cual en tiempo de crecientes cubría todo el camino, y batía en la roca, y así era necesario pasar con la menguante para no ahogarse.

Cuando llegó allí la compañía, era ya cerca de ponerse el sol, y la mar iba corriendo muy aprisa y el camino era un lodazal muy embarazoso; a esta causa los soldados, temiendo no les tomase la noche, y la creciente les cerrase el camino, comenzaron a darse priesa y se desordenaron sin aguardar uno a otro. Con esto los indios iban muy fatigados, y no pudiendo atener con el paso de los soldados, los llevaban medio arrastrando. Una india embarazada de esta prisa, soltó un hijo que llevaba en los brazos, y dejólo en aquella peña llorando y gimiendo; así se le dejaron los demás, mirando cada uno por sí.

Cuando llegó Lorenzo (que iba en la retaguardia aquel día) y vió aquella criatura sola y llorando, que sería de seis años, y que de ahí a poco se la había de llevar el mar, movióle la compasión y sin atención a su mesmo peligro, se ató el arcabuz a las espaldas y tomó en brazos aquel niño, y así pasó todo el pantano, que era muy largo, llegando con dos horas de noche. Cuando su capitán le echó de menos, le juzgó por ahogado. Por salvar a esta criatura (que luego se baptizó) decía Lorenzo que daba por bien empleada aquella larga y peligrosa jornada.

Llegados a Puerto-Viejo, baptizaron los niños, y el general repartió los indios entre los propios soldados que los habían traído, y a Lorenzo le cupieron tres a los cuales él dejó ir luego donde quisiesen, y dijo al fraile, su confesor, que le mandase otra cosa, porque si le costase la vida, no volvería a hacer otra entrada, que no hallaba por dónde era razón ir a quitar a otros su casa y libertad, no habiendo recibido de ellos agravio.

22. Por Jipijapa y Guayaquil.- Con esta resolución y por consejo del fraile, se retiró al monte, donde estuvo escondido cuarenta días, saliendo sólo a media noche a coger un poco de maíz, de que se sustentaba; y con la mucha agua que llovía y trabajos que pasaba, estuvo enfermo de recias calenturas, sin abrigo de cubierta.

Al cabo de este tiempo, cuando entendió que era ido el gobernador, se fué a la Merced, donde le tuvo escondido otro tiempo el Comendador. Y yendo un día el maestre de campo que se había quedado en la villa a recoger el resto de la gente, a buscar al convento unos soldados que se habían escondido, topóse sin pensar con Lorenzo, el cual era fama que estaba ya en Lima, y admirado de verle, le dijo que había de ir con él a la entrada; y como Lorenzo le dijese que ni él tenía obligación ni voluntad de hacer aquella guerra, el maestre de campo le quiso hacer fuerza y sacarle del convento.

El Comendador, enfadado de esta demasía, dijo que pondría entredicho si tal hiciese. En esto Lorenzo se fué a el altar mayor, pareciéndole que el maestre de campo tendría más respeto a aquel lugar: y como aun todavía porfiase en llevarle, Lorenzo con un súbito y fuerte espíritu le dijo: «Señor Zúñiga (que así se llamaba el maestre de campo) no os canséis en hacerme fuerza, porque ni yo he de ir en aquesta jornada ni vos tampoco, y si fuéredes, dejaréis la cabeza donde la habéis quitado a otros.» Fué cosa notable que en oyendo esta razón el Zúñiga, perdió totalmente el atrevimiento y brío, y juntamente la voluntad de hacer aquella entrada, porque le remordía su mala conciencia, y se turbó mucho que le trajesen a la memoria lo que él había hecho y no se sabía y Lorenzo poco ni mucho jamás había oído tal cosa, sino que lo dijo acaso como se le vino a la boca. En fin, el maestre de campo le dejó luego y dejó también la jornada, y el general se volvió con la gente que había llevado y la ocasión se dejó por entonces, que fué cosa harto particular.

Con todo eso Lorenzo no se tuvo por seguro, antes temió no le ahorcasen, porque se decía en el pueblo que había injuriado al maestre de campo y desamparado la milicia; y así, despidiéndose del buen Comendador de la Merced, se salió de Puerto-Viejo una noche, y aunque iba a pie, anduvo antes que fué de día diez leguas grandes y llegó a un lugarcillo de indios que llaman Jipijapa, donde el cura le dió una yegua, que se lo escribió el Comendador, y caminó otras veinte leguas, y topó en el camino uno de sus compañeros, que también iba huyendo, y dejó la yegua a un indio para ir a pie haciéndole compañía, y se entraron por la espesura de unos montes por no ser hallados, donde anduvieron perdidos tres días y pasaron mucho trabajo de mosquitos, y lagunas, y una yerba cortadera que les sajaba las piernas.

Finalmente, llegaron a Guayaquil, donde ya había llegado requisitoria para prenderlos y remitirlos a Puerto-Viejo a pedimento del general. Con este miedo no se atrevieron a entrar en la villa, y se fueron a un vaquero portugués, el cual no supo otro remedio sino ponerlos secretamente en la iglesia para que no los prendiese la justicia.

Apenas habían hecho oración, cuando vino a ellos un clérigo llamado Villegas, y sin haberlos visto jamás, les dijo que no parasen allí, que fuesen con él y llevándolos a un río o brazo de mar que entra en aquel puerto, dijo a unos indios que llevasen aquellos hombres en una canoa a cierta ensenada del río, y a ellos dijo que hasta otro día le aguardasen allí cubiertos en aquella espesura de las matas. El compañero de Lorenzo estaba confuso viendo una cosa tan poco segura; Lorenzo le dijo que aquel era sacerdote, que se podían fiar de él como de ministro de Dios, aunque no entendiesen lo que quería hacer de ellos. Finalmente, si aquel buen clérigo no hubiera hecho aquella diligencia, los prendieran sin duda y quizá los ahorcaran como estaba prevenido.

Aquella noche la pasaron con terrible tormento de mosquitos, y por la mañana, entre nueve y diez, comenzando a dudar si el clérigo los había engañado, le vieron venir el río abajo en su canoa cantando, para que le oyesen y haciendo señas con una toalla o paño para que saliesen de donde estaban escondidos, y los llevó a una doctrina suya que estaba unas leguas de allí, donde doce días los regaló y consoló todo lo posible; y desde allí dándoles todo matalotaje y algunos indios que les guiasen, los encaminó la vuelta de Cuenca.

Este en un camino pestilencial de sierras y pantanos, muy peligrosos, donde padecieron mucho veinte jornadas que les duró, especialmente con la ordinaria plaga de los mosquitos, tan importunos y rabiosos, que para poder reposar algo de noche velaban a cuartos, y el que estaba despierto ojeaba continuamente estos animalejos con la capa sobre los que dormían. Con esta traza hallaron algún alivio en esta horrible persecución.

23. Camino de Lima, donde entra en la Compañía de Jesús.- En Cuenca le dejó a Lorenzo el compañero, y él se topó con un hombre de bien, herrero, que con mucha caridad le tuvo en su casa algunos meses; y como su deseo fuese ir a Lima, vino a Loja, y allí se lo ofreció una buena comodidad que le daban cabalgadura y el gasto del camino, y por no ir acompañando una mujer, aunque muy honrada, quiso mas ir a pie en compañía de unos corsos que iban a caballo, y en todo el camino iba Lorenzo ordinariamente delante con mucho gusto, aunque caminaba a pie.

Llegó a San Miguel de Piura, que es setenta leguas de Cuenca. En Piura le ofreció un clérigo un caballo ensillado y enfrenado, y por no sé qué escrúpulo tampoco lo quiso recibir sino proseguir su camino hasta Nuestra Señora de Guadalupe, que son otras cuarenta leguas, donde estuvo algunos días, cumpliendo un voto que había hecho a Nuestra Señora, sirviendo a los Padres Agustinos que tienen aquel santuario. Y convidándole que fuese fraile, jamás pudo inclinarse a ello sin saber porqué.

Allí le acomodaron hasta Trujillo, donde estuvo algunos días y hallando compañía a su propósito, vino la vuelta de Lima. En la Barranca enfermó gravemente de muy recias calenturas, que le duraron nueve meses, hinchándosele las encías, al modo que cuentan de los primeros descubridores de las Indias, que parecía se le querían pudrir. Así vino a Chancay, donde una señora noble y cristiana le recogió y curó con mucha caridad. Y cobrando salud, se quedó en su casa cuidando de la labor del campo, a que era muy aficionado. El capitán Ruy López, marido de esta señora, sucediendole no sé qué descontento, se fué al ingenio de azúcar de Montenegro, en el valle de Zupe.

En este tiempo, sin haberlo oído, ni tratado con nadie de esto, comenzó a usar algunos géneros de penitencias, vigilias y larga oración, y siempre le parecía que aquel modo de vivir que tenía de presente no era el que le convenía para servir a Nuestro Señor con el agradecimiento que debía a las grandes misericordias que de su poderosa mano había recibido, y los grandes trabajos y peligros de que le había librado. Andando vacilando Lorenzo en estos pensamientos, oyó decir que en la Barranca se ganaba un jubileo, y que unos Padres de la Compañía de Jesús le habían traído y confesaban allí a cuantos acudían a ellos.

Con esta nueva, dejándolo todo, se fué allá y topó al P. Cristóbal Sánchez, que esté en el cielo, y quedóse allí algunas días. Él no sabía qué religión era la Compañía de Jesús, ni tenía noticia de ella; pero miró mucho a aquellos Padres, y pareciéronle bien; y especialmente notó su mucha caridad en no negarse a nadie, por bajas que fuesen las personas, y que con todos trataban de su salvación. Y también le agradó mucho que a sus solas en la posada guardaban grande recogimiento, y el ver que traían hábito común de clérigos le tiró la inclinación, porque siempre se le había hecho de mal ponerse capilla.

Con esto, sin dar más largas a su vocación, dejó los azúcares y se vino a Lima con el Padre Cristóbal Sánchez, donde el Padre Provincial Portillo, le recibió por Hermano Coadjutor, admirándose él grandemente de que Nuestro Señor le trajese a tanto bien, por tan grandes rodeos y trabajos, estimando la grande caridad que le hacen en la Compañía, donde ahora está empleádose en cuanto le manda la obediencia, con grande edificación. Sea Nuestro Señor alabado para siempre. Amén.






ArribaAbajo- VIII -

Información y respuesta sobre los capítulos del Concilio Provincial del Perú del año de 83 de que apelaron los procuradores del clero. Presentado en Madrid a 26 de noviembre de 1586


1. Primeramente se presupone como cosa notoria que el Concilio Provincial que se hizo en la ciudad de Los Reyes el año de 83, se convocó y celebró y promulgó legítimamente, hallándose en él por votos decisivos el metropolitano con otros siete sufragáneos, y procediendo con las consultas de teólogos y juristas y con los demás requisitos que piden los sacros cánones. Lo segundo se presupone que es muy propio de los concilios provinciales y diocesanos tratar de la reformación de su provincia o diócesis, especialmente en los eclesiásticos, y para este efecto renovar los sacros cánones, agravando las penas en sus estatutos conforme a la necesidad que hay. Consta esto del uso perpetuo de la Iglesia, y del capítulo 6 del Concilio Lateranense que se refiere De acussationibus, cap. Sicut olim. Lo tercero se ha de advertir que el sacro Concilio Tridentino, viendo la necesidad que hay de reformación de costumbres, y la gran dificultad que siempre se ofresce cuando se trata de ejecutarla, y que el medio que se toma para impedir la reformación es apelar fingiendo agravios, procuró cuanto fué posible dar mano a los perlados para que con libertad cristiana ordenasen y ejecutasen todo lo que juzgasen ser necesario, sin que apelaciones ningunas pudiesen estorbar la dicha reformación. Y así en la sesión 13, cap. 1, dice que no se dé lugar a semejantes apelaciones, y en la sesión 22, cap. 1, dice que la apelación no suspenda la ejecución en materias de reformación del clero, y en la sesión 24, cap. 10, hace en esta parte a los Obispos delegados de la Sede apostólica, y declara que en corrección de costumbres no pueda impedir sus mandatos y decretos, exención ni inhibición ni apelación alguna, aunque sea para la Sede apostólica. En estos capítulos del Concilio Tridentino se debe tener advertencia, porque en ellos consiste el fundamento de la información y respuesta que por parte del concilio provincial se da sobre los capítulos de que han apelado los procuradores del clero.

2. En general se quejan y agravian los dichos procuradores, de que en este concilio provincial se ponen muchas censuras y descomuniones, siendo parescer de muchos sabios que antes se debían disminuir de la muchedumbre de censuras que hay en el derecho común, sin que por estatutos especiales se añadiesen otras de nuevo.

A esto se responde que el mismo parescer tuvieron muchos como el doctor Navarro (en el cap. 27, núms. 49 y 50), dice de sí que deseó que el santo Concilio Tridentino disminuyese las descomuniones y censuras que había, y no vemos que lo hizo, sino antes añadió otro buen número, poniendo en diversos casos excomuniones y suspensiones que ipso facto se incurren; y sobre éstas algunas otras han añadido otros concilios provinciales, y los Sumos Pontífices Pío V y Gregorio XIII en sus bulas y motus propios han usado del mismo rigor muy muchas veces; y más peso tiene su autoridad y ejemplo de otros concilios que no el parescer de cualesquier letrados. La razón por donde se han movido estos sapientísimos padres a usar del rigor de censuras en sus decretos y mandatos, es ver la poca o ninguna ejecución que tienen otras penas para que se requieren juez y denunciador y probanzas, porque por la humana malicia, que de cada día va más contaminando los términos de justicia, comúnmente son de poco efecto esotras penas, y las censuras, como es la misma conciencia la que acusa y juzga y ejecuta, tienen siempre su vigor, y aunque es verdad que el cuchillo de la excomunión no se ha de sacar fácilmente para que no se emboten sus filos, como el santo Concilio Tridentino lo advierte, mas en casos de que depende el remedio de algunos muy notables abusos y excesos, por cosa acertada se debe tener usar de semejante rigor. Los cánones de los Apóstoles y el concilio Eliberitano y el concilio Gangrense y otros antiguos, están llenos del rigor de deposición y descomunión y otras asperezas; y aunque nuestros tiempos no sufren aquella puntualidad, pero tampoco se remedian cosas muy graves con otros remedios ligeros, y la larga experiencia de esto venció a los perlados de este concilio a poner diversas excomuniones y censuras en algunos decretos, pareciéndoles que otra pena no sería de efecto.

3. Dicen lo segundo, que los mismos abusos y excesos que tienen en el Perú eclesiásticos, como son contrataciones y juegos, tienen los clérigos en España y otras provincias de Europa, y no por eso allá los perlados han puesto descomuniones, pues, por qué se han de poner acá? Pues es cosa llana que allá hay varones más sabios y de mejor celo.

Aunque es verdad que hay los mismos vicios en España en eclesiásticos, y acá hay clérigos honrado y virtuosos, pero los abusos en que se ha puesto rigor son muy comunes por acá y en muy notable exceso, y allá ni son tan comunes ni en tanto exceso. Mas la principal consideración de esto es que en estas Indias los dichos excesos de contrataciones y juegos de clérigos, son cuasi total impedimento para doctrinar a los indios, como lo afirman todos los hombres desapasionado y expertos de esta tierra; y así por evitar el escándalo de estos naturales como por cortar la ocasión de no hacer oficio de curas los que lo de deben hacer, es necesario poner acá remedio eficaz; y por la misma razón en España usan de este rigor en cosas que acá no se puso, porque no pareció negocio de tanta necesidad, como en el concilio de Toledo del año de 66 en la acción 2, cap. 20, se pone descomunión ipso facto a los que se quedan a velar de noche en iglesias, y a los que lo consienten; y así en otros ejemplos tales. Cada tierra tiene su propia dolencia, y no en todas partes se ha de usar la misma cura. Acá se mira principalmente el bien y salvación de estos naturales, que pende totalmente del buen ejemplo y doctrina y celo de los sacerdotes.

4. Lo tercero ponderan y encarescen, que habiendo en estas partes, tantos clérigos ignorantes y de poco temor de Dios, ponelles tantas descomuniones es armarles lazos en que fácilmente caen y quedan descomulgados, y que siendo dificultoso a los que están en doctrinas el confesarse, por estar unos clérigos tan distantes de otros, es obligalles a que estén mucho tiempo descomulgados, y si celebraren o administraren con solemnidad sacramentos, queden también irregulares, lo cual es gravísimo inconveniente para los que tienen obligación de curas, y es en mucho daño de los naturales.

Este inconveniente se vió y miró mucho en él, y después de muy conferido, pareció de mayor peso poner remedio a las contrataciones y negociaciones y juegos excesivos de los doctrineros: porque de todas las demás descomuniones que se ponen en este concilio, ninguna tiene el inconveniente de esta objeción, sino solamente las contrataciones, y granjerías y juegos. Pues las demás no son casos que ocurren estando en doctrinas, y cuanto mayores dificultades trae consigo la descomunión que ipso facto se incurre, tanto paresce será más cierto remedio, y menos veces incurrirán en ellas, porque el mismo daño y dificultades que experimentan los hace más recatados; y cuando algunos por su envejecido vicio todavía prosigan en él, otros y todos los que de nuevo entran en el oficio de curas, sabiendo el daño, sin duda se abstengan, y aunque por acá hay clérigos de no muchas letras, por lo común son de vivos entendimientos, y ninguno ignora qué cosa sea descomunión. Y es cosa cierta que aun los muy desalmados la temen y se guardan de ella; ni es menester más prueba para esto que el testimonio de los mismos clérigos, que con haber apelado del concilio y tener provisión del Audiencia en su favor, con todo eso se sabe cierto que se abstienen con el temor de la excomunión. Porque sin duda, por la gracia de Dios, son respetadas en esta tierra las censuras de la Iglesia, especialmente por los eclesiásticos. Y cuando alguno cayere, el remedio no es tan difícil, porque ninguna descomunión hay reservada, y así podrá cualquier confesor absolver de ella; y si incurrió también en irregularidad celebrando, todos los Obispos por autoridad de la Sede apostólica pueden dispensar en ella y cometer sus veces a quien quisiere. Decir que los clérigos que están en doctrinas no tienen confesor, es verdad que no lo tienen tan a la mano, pero tampoco es menester más de un día de camino o dos cuando mucho para hallarle, y no es mucho que sientan este gravamen los que despreciaren la censura de la Iglesia, que siquiera la vejación les dará entendimiento. Hasta agora con haber tantas censuras por derecho común, no se ha visto inconveniente de falta de confesor, y si a eso hubiesen de mirar los Pontífices no publicarían casos reservados.

5. En particular han apelado del capítulo 44 de la segunda acción, que es el último, por que manda el Concilio que para erigirse los seminarios que estableció el santo Concilio Tridentino se contribuya de todas las rentas eclesiásticas y de los salarios de doctrinas a tres por ciento, y los que han de pagar a los eclesiásticos retengan para el dicho efecto la dicha porción. De esto se agravian y dicen que en España hay más gruesas rentas y no se ha erigido ningún seminario de éstos. También alegan que de los diezmos pertenecen a Su Majestad los dos novenos, y que siendo estas iglesias de Indias de patronazgo real, no pudo el concilio provincial mandar que se den los tres por ciento. Otros dicen que es poco lo dicho para seminario, otros al revés que es mucho lo que toman de los clérigos.

Este es muy santo y muy importante decreto, y en ninguna parte del mundo hay tanta necesidad de ejecutar los seminarios que el concilio Tridentino manda como en estas Indias. Lo primero por la falta que hay de buenos ministros y obreros idóneos para la conversión y doctrina de los indios. Lo segundo por el poco servicio que tienen las Iglesias catedrales y parroquiales. Lo tercero porque no hay colegios donde estudien los que pretenden la Iglesia. Lo cuarto porque la juventud de esta tierra va creciendo, y no tienen los que han servido al Rey cómo acomodar a sus hijos. Lo quinto porque tienen mucha necesidad de criarse bien los mozos que llaman criollos, para no salir desbaratados como hasta aquí. Lo sexto porque con esto se ahorraría la costa que Su Majestad hace en enviar clérigos y religiosos a Indias, y los de acá tienen más aptitud para la lengua de indios, y si en España no han hecho seminarios, tienen universidades y colegios muchos donde se crían los ministros de la Iglesia. En lo que toca a Su Majestad, no fué la intención de los perlados que se tomen los tres por ciento antes de tener el beneplácito de Su Majestad, sobre lo cual escribió todo el concilio el Rey, y se entiende hará mucha más merced que ésa, porque su real conciencia es la más interesada en esta parte, y por diversas cédulas tiene muy encomendado este negocio de criar en el estudio mozos hábiles. Cuanto más que el concilio Tridentino, expresamente dice en la sesión 23, cap. 18, que se saque para el seminario de cualesquier rentas eclesiásticas etiamsi iuris patronatus cuiuscumque fuerint, y Su Majestad tiene mandado que se guarde en todo y por todo el santo concilio de Trento; y en conformidad de esto bien pudiera mandar el concilio provincial que de todos los diezmos se sacaran los tres por ciento que se señaló, pues los primeros que contribuyen de sus rentas son los Obispos. Y cierto la traza que en este concilio se dió, parece la más fácil y justificada que pudo darse, porque tres por ciento es una suma muy moderada, y echada la cuenta será suficiente para hacer y sustentar el seminario, aunque sea con alguna limitación; y para que apelación tan frívola y puramente nacida de cortedad y avaricia, no impida un decreto tan santo, mírese con cuánto peso encarga esta obra el concilio Tridentino, y cuán encarecida ha sido siempre por singular remedio de la Iglesia semejante educación de sus ministros, como parece por el concilio Parisiense, lib. 2.º, capítulo 30, y por el concilio Aquisgranense, cap. 135; y por la especial necesidad de estas Indias ordenó lo mismo el concilio Limense II [1567], sesión 2, cap. 71, y que de las doctrinas también se contribuyese para el seminario; y en el Obispado de los Charcas, en cierta forma, se ha guardado hasta el día de hoy. Y débese advertir que el concilio Tridentino comete especialmente al sínodo provincial dar el orden que mejor le parezca para la erección y conservación del seminario, cuando por alguna dificultad se hubiese dejado de hacer, como pasa en este reino.

6. De la tercera acción apelaron del capítulo 4, en que se prohibe a los clérigos que no contraten ni mercadeen so pena de excomunión ipso facto. Dicen que pena tan rigurosa no se debe poner por cosa tan liviana, y que siendo tan ordinario el contratar clérigos, es lazo para que todos estén descomulgados.

Ningún decreto se hizo en este concilio que tanto se mirase ni tantos días se confiriese y disputase como éste, y los mismos clérigos y prebendados dieron su parecer en ello, y si se mira bien es decreto muy justificado y necesario. Primeramente, por el tenor de este estatuto no se pone pena de excomunión a los eclesiásticos que dan su dinero y tratan con él por terceras personas, que es lo que comúnmente hacen los que tienen algún punto de honra, y de propósito no se quiso poner ese rigor porque pareció que era demasiado apretar, y que el dar su dinero a otros que traten con él no tiene tan notable inconveniente. Supuesto esto, que es así verdad, sólo queda la pena de excomunión al eclesiástico que por su propia persona mercadea y contrata comprando y vendiendo por interés. Pensar que esto es liviano pecado es gran engaño, pues del derecho consta ser pecado mortal, y las penas que están puestas por los sacros cánones son muy graves, como parece por la Epist. 1 de Gelasio Papa, que se refiere D. 88, cap. Consequens, donde manda que los clérigos tratantes sean depuestos; y por Alex III se les pone a los clérigos o religiosos tratantes pena de anatema, capítulosecundum Instituta Ne clerici vel monachi. Item, por el cap. 93, sesión 2, del concilio pasado de Lima y capítulo 17, sesión. 3, incurren en pérdida de todas las ganancias y de la mitad del principal. Así que penas tan graves no se ponen por culpa liviana, y decir, como algunos han querido fundar, que no se pone en derecho excomunión ipso facto, sino a crímenes muy enormes como herejía o ser falsario, etc., es mucha ignorancia, pues a cosas que no son de suyo pecado mortal se pone muchas veces excomunión, como Gregorio XIII la puso a los que iluminan agnusdei o los tienen iluminados, y el concilio Toledano, a los que velan de noche en iglesias, y el concilio Lateranense sub Leone X, ses. 9, a los clérigos que visten hábitos de color, etcétera; porque, según la necesidad que la Iglesia ve de remediar abusos perniciosos, así usa del rigor de censura, aunque el pecado no sea en sí tan grave. La necesidad que hay en este Perú de remediar que los eclesiásticos no sean tratantes, ninguno que tenga mediana experiencia ignora que sea éste el mayor daño del estado eclesiástico en estas partes, como el mismo decreto lo pondera. Consta esto de que en todos los memoriales de las ciudades, ningún capítulo se dió a este concilio más repetido ni encarecido que éste. Consta de que Su Majestad, por sus reales cédulas, tiene especialmente mandado se ponga remedio en esto. Pues pensar que se puede poner otro remedio es por demás, porque las penas del derecho común y de los estatutos si nodales del Perú sobraban si tuvieran ejecución; mas ni la hay ni es posible, y así en dieciséis años ninguna enmienda ha habido. El concilio Tridentino, ses. 22, cap. I, hablando entre otras cosas de tratos de clérigos, que llama el derecho negotia saecularia, dice que se prohiban con las penas de los sacros cánones y con otras mayores si perecieren necesarias. Estando por el derecho puesta pena de excomunión a los clérigos tratantes en el cap. secundum Instituta Ne clerici vel monachi,y no bastando, ¿qué otra pena se podía añadir sino la misma descomunión ponerla latae sententiae? Importa tanto atajar este vicio o peste de eclesiásticos en Indias, que cualquiera pena se debe tener por necesaria y justa como sea bastante, y esto no hay para qué justificallo más de con la misma experiencia.

7. En la misma acción 3.ª apelaron del capítulo siguiente, que es el 5.º, en que en especial con la misma pena de excomunión ipso facto se prohibe a los sacerdotes que tienen a su cargo doctrina de indios, que no mercadeen ni contraten con sus indios ni con otros indios por sí ni por tercera persona. Item, que no tengan granjerías de ganados, ni viñas o sementeras, ni recuas de carneros de la tierra o de otras bestias, ni echen indios a minas suyas ni los alquilen; finalmente, que ni tengan granjerías con indios ni con otros por medio de indios, so pena de excomuniónipso facto. De este capítulo se agravian y quejan grandemente; dicen que es imposible, vivir ni sustentarse sin estas granjerías, y que es echar todos los clérigos del Perú y dejar desiertas las doctrinas de indios.

Este capítulo se trató y puso juntamente con el pasado, y así estaban primero en un decreto; después se dividieron para más claridad. En todo este sínodo provincial no hay decreto de más sustancia e importancia que éste, y por ventura todos los demás juntos no lo son más. La respuesta, breve y llana, es que es imposible hacer doctrina el que tiene indios a cargo, y ser granjero o mercader. Lo primero, los indios resciben notable escándalo y mal ejemplo, porque juzgan que la ley de Cristo no es más que cobdicia, y que los sacerdotes por ninguna otra cosa doctrinan, sino por hacerse ricos con trabajos y haciendas de indios, y así no creen palabra de lo que les predica el clérigo que le ven contratar y granjear. Lo segundo, los indios son agraviados o robados, porque el Padre les hace trabajar en lo que quiere y les paga como quiere, compra al precio que quiere y vende como quiere. Lo tercero, tráelos ocupados en sus granjerías y tratos, de suerte que no les deja tiempo para la doctrina. Lo cuarto, disimula a los caciques y a los principalejos los vicios y idolatrías que tienen porque le acudan a sus tratos y ganancias. Lo quinto, carga a los indios bajos de trabajo importuno para sus negocios o los de sus amigos. Finalmente, es voz y clamor de todo el reino, que por demás es poner curas de indios, si van a ser ricos en dos años. Don Diego de Zúñiga, viniendo de la visita que por mandado de Su Majestad hizo en la provincia y audiencia de los Charcas, dijo a los perlados del concilio que todo su concilio era cosa de aire, si no remediaban que los clérigos de doctrinas no contratasen ni granjeasen con indios; y lo mismo escribieron los hombres de más cualidad que tiene este reino, y lo mismo pidieron instantísimamente todos los procuradores de las cibdades; y en ninguna cosa tienen más cargadas sus conciencias que en esto, los que son parte para remediarlo. Pues pensar que otras penas basten, ni haya otro remedio, ya está dicho que la experiencia a la larga lo ha mostrado. La justificación de este rigor bastantemente se entiende por las razones dichas y por lo alegado en el párrafo antes de éste, y por toda la Causa 21, q. 3 y el título Ne Clerici vel monachi saecularia negotia exerceant, y el mismo decreto en sí bastantemente se justifica. Lo que dicen que no podrán vivir ni sustentarse y que se quedarán desiertas las doctrinas, es cosa de donaire, porque todas tienen suficientísimo estipendio a ochocientos pesos ensayados y a setecientos y a seiscientos, y la más baja a quinientos, que son más de seiscientos ducados de Castilla, y ultra de eso el pie de altar y ofrendas que realmente es mucho, y tienen no sólo para vivir, pero para regalarse y ahorrar cada año más de doscientos pesos. No jueguen ni cien en otras profanidades y sobrarles ha, y ya que no se vuelvan en cuatro años ricos a España, volverán en ocho. Mayormente que el dar su dinero a españoles que traten, como no sea con indios, no se les prohibe; ni tampoco las granjerías que son para el gasto de su casa, como huerta y algunas cabrillas y cosas semejantes, como no sea propiamente trato de granjería para vender y ganar, que esto, aun sin tener el salario que tienen, es cosa reprobada en derecho.

8. En la misma tercera acción apelaron del capítulo 9.º, en que se pone pena de excomunión ipso facto a los clérigos que se pasan de un obispado a otro sin licencia ni letras dismisorias de su perlado, y la misma al que sin ellas los admitiere a administrar sacramentos o celebrar. Dicen que es rigurosa pena y que bastara otra menor.

Los sacros cánones están llenos de esta prohibición y ponen penas muy graves, como paresce por el concilio Cartaginense I, cap. 5.º, y por el Calcedonense, acc. 5, cap. 13, y la Dist. 71, cap. Primatus y cap. Extraneo y cap. Hortamur y cap.Nullum, y en las Decretales De clericis non residentibus, cap. Fraternitati. Y porque en estas Indias por esta causa hay gran desorden, en el concilio pasado de Lima, ses. 3, cap. 4, se puso pena de suspensión, y sobre el mismo caso vino cédula especial de Su Majestad para que con rigor se ejecutase, y viendo que todo esto no ha bastado, y el gran desorden que hay en pasarse los clérigos de unas diócesis a otras sin licencia, de donde se recrecen muchos daños, pareció justo poner descomunión latae sententiae en cosa tan grave y tan mal guardada. También por evitar las quejas y disensiones que por esta causa unos obispos tienen con otros, que han sido muchas y muy pesadas.

9. Item, del capítulo 17 de la misma acción tercera, en que se prohibe, so pena de excomunión ipso facto, que los clérigos no jueguen dados ni naipes ni otro juego prohibido por derecho, precio que exceda el valor de dos pesos. Este decreto han sentido mucho y agraviádose mucho, porque a cosa que de suyo no es pecado se le pone pena tan pesada, y paréceles que es lazo terrible y que no se pueden escapar de él, mayormente jugando muchos por sola recreación.

El ser tahur el clérigo reputa el derecho por caso grave, y así están puestas penas harto ásperas, porque manda que sean depuestos, como parece por la sexta Sínodo general, canon 50; Si quis clericus alea ludere ab hoc tempore aggresus fuerit, deponatur, si laicus segregetur; y la misma pena pone el canon 42 de los Apóstoles, y se refiere Dist. 35, cap. Episcopus, y en el concilio Eliberitano, cap. 79, les priva de comunión, que es descomulgallos, Item, el tahur notorio es incapaz de beneficio, y si le tiene le privan de él, como parece del cap. Inter dilectos, De excessibus praelatorum. Y aun por las leyes del reino se manda que sean suspendidos de sus oficios por tres años si fuesen perlados, lib. 57, tít. 5, en la 1.ª Partida, que es conforme a la auténtica De sanctiss, episcopis, , Interdicimus, y aun es de mirar que el derecho civil comete y encomienda a los obispos el hacer que no jueguen aun los seglares, cap. Alearum De Religiosis, etc. Ultra de la común razón que corre en todas partes, hay otra especial de esta tierra, y es que el exceso de juegos de clérigos es cosa increíble, porque es trato común en clérigos de doctrinas, y andan muchos seglares por pueblos de indios a sólo este oficio, y lo que juegan es tan largo, que pasa de mil y de dos y tres mil pesos, y en una mano echan quinientos pesos, y ha acaecido jugar la plata de la Iglesia, y lo mismo pasa de ordinario entre prebendados, de donde resultan grandes ofensas a Dios y gran desprecio del estado eclesiástico, y morirse muchas veces indios sin confesión y niños sin bautismo, por estar su cura embebecido en el juego, y de esto hay a cada paso mil ejemplos. Para quitar, pues, tan mal abuso y vicio que tanto embriaga, pareció usar de rigor, y por experiencia se ha visto que aprovecha, y pues las leyes reales aun a seglares no les permiten jugar más de dos reales, y cédulas de Su Majestad para la Nueva España prohiben con gran rigor que en un día natural nadie exceda de jugar diez pesos, no es mucho que a los eclesiásticos no se les permita de una vez jugar más de dos pesos, pues para recreación eso basta, y para codicia y tahuería no bastarán ni aun ciento. Esotras penas pecuniarias puestas por las leyes y por el concilio de Lima, ses. 3, cap. 22, de poco o ningún efecto son, porque los tahures unos encubren a otros, y lo mismo los que llevan barato o son interesados, ni los que pierden, osan pedir nada, porque no hallan después con quién jugar. De modo que, o se ha de quedar en negocio como va, o se ha de poner pena que la misma conciencia la ejecute.

10. Item, del capítulo 18, en que se prohíbe, con pena de excomunión ipso facto, que ningún clérigo de orden sacro lleve de la mano o a las ancas ni acompañe mujeres, ni las mismas mujeres tal consientan. Item, que no sirvan los clérigos de orden sacro a seglares de mayordomos ni de otros oficios profanos, so la misma pena. Dicen lo mismo que en otros capítulos: que la pena es la extrema que se puede poner, y el delito no es tan grave ni de tanto momento.

Cuanto a la primera parte, de no llevar de la mano mujeres ni acompañallas, el mismo decreto y con la misma pena de excomuniónipso facto es del concilio Toledano del año de 66, acción 2, cap. 22; y cuanto a la segunda parte, de no servir a seglares, lo mismo ordena acción 3, cap. 8, aunque no con la misma pena; y lo mismo está mandado por los sacros cánones 21, q. 3, cap. Credo y cap.Placuit y cap. Sacerdotum. Y cierto es cosa indecente y de mucho vituperio para el sacerdocio que se hagan escuderos de mujeres o criados de seglares, los que tienen, de oficio representar a Jesucristo en su altar. Por esta causa no se contentaron los santos Padres de prohibir a los sacerdotes que no fuesen tutores ni curadores de seglares, pero a los mismos seglares que tal ordenaren en su testamento les privan de decirse misa ni sufragios por ellos, como parece por el cap. Cyprianus de la misma causa y q. 3. Y acá pareció que había demasiado abuso en servirse de clérigos mujeres y seglares, y por eso se usó de tanto rigor.

11. Item, del capítulo 20, que prohíbe con la misma pena que no se representen en farsas clérigos ni frailes, si no fuere en materia de edificación, ni los mismos clérigos de orden sacro sean farsantes. Por la misma razón de ser cosa fácil y la pena rigurosa.

La misma respuesta es, que proviene gran desprecio del estado eclesiástico de lo uno y lo otro, y así está prohibido en el dicho concilio Toledano, ac. 2, cap. 21, y en el tercero de las Decretales De vita et honestate clericorum, cap. Cum decorem, y en el concilio II de Lima, ses. 2, cap. 42.

12. Item, del capítulo 21, en que con la misma pena se prohíbe que ningún clérigo sea arrendador de diezmos por sí ni por otro, y se le añade pena de quinientos pesos. Dicen ser cosa permitida en derecho y que la pena es muy excesiva.

No hay duda sino que el arrendar diezmos con lo demás está prohibido a los clérigos por derecho canónico, pues generalmente entre los negocios seculares prohibidos a clérigos se pone ser conductores: Extravagantes, Ne clerici vel monachi, c. 1, y el concilio Cartaginense III, cap. 15, que se refiere, q. 21, cap. 3, Placuit ut episcopi presbyteri et diaconi, y Quicumque clerici non sint conductores, aut procuratores, neque ullo turpi vel inhonesto negotio victum quaerant, qui respicere debent scriptum esse: Nemo militans Deo implicat se negotiis saecularibus, y no hay en el derecho excepción de diezmos para que sea lícito ser arrendador de ellos. En particular, movió el concilio provincial a poner rigor en este decreto, el verlo usar con mucha murmuración de los seglares, y con muchas ocasiones de pleitos y pasiones que traen consigo semejantes arrendamientos, y ser en mucho oprobio de la dignidad eclesiástica, que prebendados se hiciesen por ahí arrendadores.

13. Item, del capítulo 27, que ordena a los prebendados que no comiencen los maitines en el coro antes de tañerse el Avemaría. Alegan que ir tan tarde y volver de noche es ocasión de enfermedad, y que en Méjico se acaban los maitines para la oración.

Item, del capítulo 28, por cuanto ordena que ningún prebendado o beneficiado vaya a España sin resignar su prebenda o beneficio. En esto dicen se les hace agravio, porque ocurren a veces negocios forzosos y el resignar su prebenda no importa, pues la provee Su Majestad en España.

Item, en el mismo capítulo 28, se ordena que ningún prebendado haga ausencia de su iglesia más de por un mes, y que éste sea interpolado y se compute por días y no por horas. Dicen que el concilio Tridentino les concede tres meses de ausencia o recle, como ellos llaman, como consta del cap. 12, de la ses. 24, y que por las erecciones de algunas catedrales de estos reinos no son obligados a más; y así concluyen que es notorio agravio el que se les hace. También alegan que el computarse por horas y no por días es en más servicio de la iglesia.

Item, del capítulo 29, que ordena que el maestrescuela lea una lección cada día, y el chantre enseñe a cantar. Dicen que ni el concilio Tridentino les obliga a esto, ni la erección de su iglesia catedral, ni hay uso y costumbre de ello, y así reciben agravio.

En todos estos capítulos no tengo que informar ni que responder, porque en algunos parece tienen razón y en otros es de ver si prueban lo que alegan, como en lo de la recle, que si las erecciones de sus iglesias les dan los tres meses del concilio Tridentino, restringirlos a uno parece agravio, mayormente donde hubiese suficiente número de prebendados para el servicio del coro y de la iglesia.

14. En la acción 4 apelaron del capítulo 3, que manda que los visitadores hagan los procesos en las causas criminales de los que visitan hasta la definitiva exclusive, y envíen los procesos cerrados con su parecer al obispo, para que él dé la sentencia definitiva. Dicen que es desautorizar mucho a los visitadores, y que es ocasión de que los curas vengan a la matriz por sus negocios, y que es mucha inquietud.

Después de remediar los tratos y contratos de clérigos, ningún punto se ofreció en este concilio de más consideración que éste de las visitas, porque en todo el reino hay general queja de que roban los visitadores y no remedian cosa, y el virrey y la audiencia trataron con el concilio de que remediase esto más que otra cosa alguna, añadiendo a que si no lo remediasen les obligarían a que ellos pusiesen remedio, y por los memoriales de las cibdades se pidió lo mismo con instancia, porque es ordinario ver salir rico un visitador de una visita, y no ver enmienda en cosa que sea sustancia. Para el remedio de este daño se ordenaron los decretos 1, 2, 3 y 4 de la 4.ª acción, que son tan santos y tan conformes al derecho canónico y concilio Tridentino; y se hizo especial instrucción de visitadores aprobada por el concilio provincial. Y porque entre los visitadores y visitados se ha visto que el interés lo allana todo, y quedan por castigar y remediar muchos delitos, y los procesos se ocultan, y por otros graves motivos, pareció que la sentencia definitiva en causas criminales se reservase al perlado. Y esto no es contra derecho, ni cosa nueva, pues en lo secular muchas veces se comete la visita de audiencias y chancillerías, reservando la sentencia para el supremo, y lo mismo manda el concilio Tridentino, ses. 24, cap. 5, se haga en los negocios criminales graves de los obispos, que al metropolitano sólo se le cometa hacer la información y proceso, y la sentencia definitiva sea solamente del Papa. Y lo mismo por derecho antiguo se les concedía a los sínodos provinciales en las causas graves de los obispos, reservando para sí la Sede apostólica la última sentencia, y pues no es desautorizar los obispos y metropolitanos y sínodos provinciales cometelles el conocimiento de las causas criminales graves de los obispos, reservándose el sentenciarlas al Papa, no hay razón porque se agravien los visitadores, que siendo clérigos reserve el obispo para sí el sentenciar las causas criminales graves de otros clérigos. Mayormente, que el concilio Tridentino, ses. 24, capítulo 3, favorece mucho este intento, cuando manda que los arcedianos y deanes y visitadores puestos por el cabildo sean obligados a entregar todos los procesos de visitas que hicieren al ordinario, para que los vean y provean. Si hay alguna cosa bien proveída en este concilio provincial, es lo que toca a estos capítulos o decretos de visitadores, y si se guardasen bien sólo esto sería bastante a reformar las iglesias y doctrinas de indios. Decir que se inquietaran los clérigos visitados y se vernán a la matriz, no hay por qué lo hagan, pues está ya cerrado el proceso, y con mandarles los ordinarios estarse quedos, se remedia este inconveniente.

15. Estos son todos los capítulos que los procuradores del clero y iglesias han apelado. Los procuradores de las ciudades ni otro ninguno, no sé que haya apelado, sino es el procurador del reino de Chile, que apeló del capítulo 11 de la acción 3, por cuanto manda que a doscientos indios de tributo se le de un cura. Dice que si así es, no bastarán los tributos que llevan las encomenderos para poner doctrina.

De este decreto se apeló por no entenderle, porque leído y entendido, no deja duda alguna, y él está muy justificado. Lo que, en suma, ordena es que a cada cuatrocientos indios de tasa se les ponga un cura, y esto habiendo número de curas para todos; y más, ordena que, si fuere pueblo de indios apartado, donde haya trescientos indios de tasa, o por lo menos doscientos, también se les dé cura propio; y si fueren menos, que éstos se procuren reducir de suerte que tengan doctrina. El señalar cuántos parroquianos puede administrar un cura es propio oficio de los obispos, como lo declara el concilio Tridentino, ses. 21, cap. 4, y proveer de curas conforme al número de feligreses, es de los obispos, por el dicho capítulo y por derecho antiguo, cap. Ad audientiam, y cap. 1 y fin, De Ecclesiis aedificandis. Y por especiales cédulas de Su Majestad está encargado a los obispos que señalen cuál sea doctrina suficiente y provean de los ministros necesarios, sin que los encomenderos los perturben ni se entremetan en esto. Por el concilio pasado de Lima, con mucha consideración se determinó que no descargaban sus conciencias los encomenderos que daban menos doctrina de un sacerdote para cuatrocientos indios de tasa, como consta del cap. 76 y 77 y 78 de la ses. 3, y por el cap. 82 de la ses. 2; y aun en ese número no les parecía estaban muy seguros. En este concilio de agora aprobóse el mismo parecer, y añadióse que si los indios no estaban poblados juntos, no bastaba un cura a cuatrocientos indios de tasa, y así o se redujesen, o adonde hubiese trescientos o doscientos se les diese cura propio, porque de otra suerte es cosa llana que no podrá dar recaudo, y que se le morirán sin confesión y sin bautismo muchos, y que no habrá doctrina como es menester. Y para entender la justificación de estos decretos hase de advertir lo primero, que donde hay cuatrocientos indios de tasa son más de mil y trescientas almas de confesión, hablando regularmente. Lo segundo, que en pueblos de indios no tiene ayuda ninguna el cura para su oficio, porque no hay religiosos ni otros clérigos que suplan sus faltas. Lo tercero, que estos indios, como nuevos en la fe, tienen necesidad de ser continuamente enseñados y catequizados. Lo cuarto, que por la malicia de los hechiceros y su vieja costumbre, se vuelven fácilmente a sus ritos y vicios, si el Padre no anda entre ellos como maestro de escuela entre niños. Lo quinto, que para todos sus negocios no tienen otro refugio ni otro abogado ni otro médico ni otro consejero, sino el Padre, y si falta de hacer estos oficios, no es pastor, sino mercenario o lobo. Pues mirando todo esto fácil es de entender cómo no tienen de qué agraviarse de lo que el concilio provincial ha declarado; ni aunque se señalen los ministros que dice el concilio, se gastará el tercio de el los tributos quedan los indios, ni aun la cuarta parte comúnmente, siendo el título principal de llevarles tasa el sustentar doctrina.

16. También apeló el dicho procurador de Chile, del capítulo 12 de la acción 4.ª, en que se mandan pagar diezmos de todos los frutos de la tierra, aunque sean de cosas que no se siembran ni se cultivan, y lo mismo se manda de las primicias. Dice que en el reino de Chile yen este del Perú, y aun en los de España, no hay tal costumbre, y que es introducir nuevos diezmos.

Este decreto se hizo contra el parecer de algunos, y así no ha tenido ejecución ni creo la terná. Porque, aunque por el derecho antiguo se lleva diezmo de todo eso, como parece 16, q. 1, cap. Decimae, y 16, q. 7, cap. Quicumque, y el tít. De Decimis, cap. Pervenit y cap. Non est y cap. Nuntius; pero ya la Iglesia tiene por prescrita la costumbre de muchas provincias que no diezman sino lo que benefician, y aun en otras no diezman de todo eso, y las leyes reales vedan introducirse nuevas imposiciones de diezmos más de lo que la costumbre aprobada tuviere recibido. Y así tengo por excusado este decreto.

17. Últimamente se quejan y agravian mucho los clérigos y otras personas, del auto que los obispos dieron en secreto, en que declararon que ninguna pena de las del concilio provincial, así éste del 83, como el pasado de 67, comprendiese a los obispos, y que pudiesen dispensar como les pareciese en cualesquier decretos o estatutos del dicho concilio. Dicen que este auto se dió a fin de poder robar los obispos a los clérigos y vendelles las dispensas y licencias para contratar y jugar y otras cosas prohibidas en el dicho concilio. Dicen también que fué querer echar toda la carga a los otros y quedarse ellos libres y exentos, y tanto acriminan y encarecen esto, que por esta sola causa dicen que es justo y necesario que el concilio se destierre y no haya perpetuamente, memoria de él.

Este auto no está en el concilio, ni pasó ante secretario, y a mí y a los demás que nos hallamos de ordinario en el sínodo se nos hizo tan nuevo cuando supimos de él, que fué, cuatro meses después de fenecido el concilio, que no causó mucha admiración. Mas no me parece que es tan inicuo como lo encarecen, porque el declararse los obispos por exentos de las penas y censuras que el concilio pone, aunque no lo declararan, es conforme a derecho que si no se nombra obispo no se comprehende en suspensión ni entredicho, conforme al cap. Quia periculosum De sententia excommunicationis, in 6. Ni las descomuniones puestas a clérigos comprehenden a obispos, si no dicen palabras por donde así se entienda; y quien leyere con atención los decretos verá que ninguna descomunión habla con obispos, y el poner esa declaración en auto nació del escrúpulo de un reverendísimo, y no de quererse hacer exentos de lo que no lo estaban. Cuanto al poder dispensar, el mismo auto dice que ha de ser en causa justa, y esto más parece en favor de los clérigos, que no en perjuicio, pues se les abre alguna puerta de ablandar en el rigor puesto por el concilio. Mas, sin embargo de lo dicho, tengo por perjudicial el dicho auto: lo primero, es contra toda razón y costumbre derogarse a leyes públicas por autos secretos, y por el mismo caso que se manda tener encubierto no tiene fuerza de estatuto, pues leges tunc instituuntur cum promulgantur, y se puede tener por subrepticio auto dado en esa forma sin secretario y con tanta encubierta. Lo segundo, aunque algunos obispos no usaran de él ni dispensaran sino en causas justas, y sin otro fin más de ocurrir necesidad, pero de otros se puede temer que convertirán en su aprovechamiento esa libertad, pues es bien creíble que muchos eclesiásticos darán cualquiera cosa por tener libertad de contratar y jugar. Lo tercero es enflaquecer y enervar toda la fuerza de los estatutos, dejallos al albedrío de cada obispo que dispense en ellos. Lo cuarto, es usurpar los obispos la potestad propia del sumo Pontífice, el cual es sobre el concilio provincial, para dispensar y mudar lo que le pareciere; y que cada obispo tenga el mismo poder y autoridad que todo un concilio provincial, es cosa no vista ni usada en la Iglesia de Dios. El remedio no es quitar el concilio, pues no tiene la culpa, sino quitar el auto y mandar que el concilio se guarde sin que en él pueda dispensar nadie más de lo que por derecho fuere permitido; y este remedio es muy fácil con una cédula de Su Majestad y breve de Su Santidad. Aunque bien cierto estoy que no había necesidad de este remedio si sólo fuera V. S. con quien hablara el dicho auto, pues con tanta limitación procede aun en lo muy lícito y permitido.

18. Esta es la información y respuesta que conforme i los que V. S. me mandó se me ha ofrecido dar sobre los capítulos del concilio provincial de que han apelado. V. S. verá si servirá de algo. Lo que se desea y cierto se debe esperar del celo cristianísimo de Su Majestad, para que no se pierda el trabajo de un concilio juntado con tanta costa y dificultad, es que venga cédula de Su Majestad, para que en todo lo que toca a doctrina y administración de sacramentos (pues nadie ha apelado y a todos les ha parecido bien proveído y en mucha utilidad de los naturales) se guarde el concilio provincial, y finalmente, en todo lo que no está apelado y en los capítulos que son de reformación, aunque estén apelados, se guarde asimismo, como el sacro concilio Tridentino lo tiene declarado; y si en algunos pareciese demasiado rigor, fácil cosa es obtener de Su Santidad un breve en que se moderen, como lo que toca a contratos y granjerías, y a los visitadores no se mude, que es toda la sustancia del concilio. Los demás capítulos apelados son pocos y no de mucho momento, excepto el del seminario que es importante. Paréceme que informando Vuestra Señoría reverendísima a Su Majestad y a su real Consejo de Indias de la verdad como pasa, no dejará Su Majestad de hacer esta merced a esta iglesia nueva, de mandar se guarden y cumplan decretos tan útiles y tan santos como en este concilio provincial se han proveído. Dios Nuestro Señor lo encamine como más conviene a su divino servicio. -Amén. -Josef de Acosta.

Al señor don Antonio Goya.-Júntese con lo demás y entréguese al relator. En Madrid, a 26 de noviembre de 1586.