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Ficciones fundacionales en la narrativa argentina del siglo XX

Pedro Mendiola Oñate1





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Supuesta, pues, la incertidumbre de la historia, vuelvo a decir, se debe preferir la lectura y estudio de la fábula, porque siendo ella parte de una imaginación libre y desembarazada, influye y deleita más.


Concolorcorvo                


En una reunión de escritores y críticos argentinos celebrada en abril de 1993, Tomás Eloy Martínez argumentaba que había observado una obturación, una «censura deliberada» de los orígenes argentinos, de la que sólo se salvan un par de títulos: «el tratado de Ruy Díaz de Guzmán que da nombre al país, La Argentina Manuscrita, publicado a comienzos del siglo XVII, y Viaje al Río de la Plata, del alemán Ulrico Schmidl, que apareció en Frankfurt en 1567». Tomás Eloy Martínez fundamentaba esta afirmación en un estudio de Nicolas Shumway titulado La invención de Argentina. La tesis de Shumway proponía una ruptura, un antes y un después, en el seno de la historia argentina que parte de la célebre Historia de Belgrano (1857) de Bartolomé Mitre, en la que se establecía la fecha de la independencia como nacimiento cronológico de la nación argentina: «Quienes han nacido antes, no son argentinos»2.

Indudablemente, tanto Shumway como Tomás Eloy Martínez llevan su parte de razón. Tras los distintos procesos de independencia, se establece en las nuevas naciones americanas un período de revisión histórica, lance que Leopoldo Zea ha caracterizado como una «crítica de la realidad heredada»3. La afirmación de las diversas identidades nacionales, esa «independencia del pensamiento»4 americano que acuñara Andrés Bello, acarreaba un impulso paralelo de «descolonización»5, un «desprendimiento»6 lógico que Lugones comparó con el ciclo de la reconquista cristiana en la península ibérica. Sin embargo, esa impugnación del pasado colonial no implicaba necesariamente una negación, como evidencia el propio Andrés Bello en textos como «Modos de estudiar la historia», donde invitaba a «beber en las fuentes», frente a una interpretación foránea de la historia americana:

¿Queréis por ejemplo, saber qué cosa fue el descubrimiento y conquista de América? Leed el diario de Colón, las cartas de Pedro de Valdivia, las de Hernán Cortés. Bernal Díaz del Castillo os dirá mucho más que Solís y que Robertson. Interrogad a cada civilización en sus obras; pedid a cada historiador sus garantías. Esa es la primera filosofía que debemos aprender de la Europa7.



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En el caso argentino, es evidente que la fecha de 1810 marca un punto de inflexión en el seno de la historiografía, y también de la historiografía literaria, y de la propia literatura. Sin embargo, puede decirse que ese sentimiento de ruptura con el pasado, que nace con Mariano Moreno, uno de los héroes de Mayo, y que se extiende a toda la generación del 37 y pervive todavía en Sarmiento y Esteban Echeverría, convive8 a lo largo del siglo XIX con un incipiente proceso de reconstrucción crítica de la época colonial, que tuvo entre sus más importantes defensores a Juan María Gutiérrez y a Juan Bautista Alberdi9.

Uno de los casos más significativos de esa reconstrucción lo encontramos curiosamente en la figura controvertida y polémica de Pedro de Angelis, un historiador de origen napolitano, que había llegado a la Argentina en 1827 de la mano del entonces presidente de la República Bernardino Rivadavia. Algunos años después, ya bajo la tiranía de Rosas, emprende el italiano la publicación de una magna recopilación de documentos, editada entre 1835 y 1837, bajo el título de Colección de obras y documentos inéditos, relativos a la historia antigua y moderna de las Provincias del Río de la Plata. El objetivo de la colección, según De Angelis, era el de rescatar importantes documentos de la historia americana, que desde España habían sido ignorados, y en la mayoría de los casos despreciados. Entre los más de 60 títulos que componen la obra, encontramos el de la Fundación de la ciudad de Buenos-Aires, por D. Juan de Garay, en cuyo discurso preliminar dice De Angelis:

Los pueblos modernos no tienen que buscar su origen en los poetas y mitólogos: los historiadores son sus genealogistas, y del primer día de su existencia puede hablarse con tanto acierto como de un acontecimiento contemporáneo.

Ya pasaron los tiempos en que para edificar ciudades tenían que bajar los dioses del Olimpo. Estas fábulas, inventadas para lisonjear la vanidad de los pueblos, aumentan el caudal de mentiras que nos han transmitido los antiguos, por más que se empeñen en acreditarlas los eruditos10.



Pero traicionaba a Pedro de Angelis su celo escrupuloso de historiador, porque el espíritu del acto fundacional se construye precisamente sobre una intensa red de ideas, de símbolos, de quimeras y, en última instancia, de fábulas, que confieren al hecho puramente físico del establecimiento territorial, una profunda significación alegórica. La fundación de ciudades tuvo además una importancia fundamental en el proceso de población y conquista del Nuevo Mundo. Ángel Rama y José Luis Romero han detallado sobradamente las distintas funciones políticas, sociales, religiosas y culturales que desempeñan las ceremonias fundacionales en ese período11. El caso de Buenos Aires es especialmente complejo ya que, según cuenta la tradición, la ciudad fue dos veces fundada: por Pedro de Mendoza en 1536 y por Juan de Garay en 1580. Teniendo en cuenta la distinción que hacía De Angelis respecto a la historia y la fábula, podríamos decir que si Garay aportó el documento, el trazado, la historia; Mendoza había forjado la idea de la ciudad, la fábula.

La gloria de don Ramiro, Enrique Larreta


La formación de una tradición

Tal cual suceso memorable, corrompido con la alteración que de suyo lleva el tiempo, y la fragilidad de la memoria, conservaban los relacionistas, y lo perpetuaban con el canto. En lo demás de sus vasallos, las hazañas de sus caciques y las de sus mayores se echaban en perpetuo olvido, y apenas los hijos se acordaban de las proezas de sus padres.


José Guevara                


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Manuel Mujica Láinez

Manuel Mujica Láinez.

Se refería el padre Guevara a la falta de una tradición escrita que perpetuara la historia antigua de los pueblos indígenas. Muy distinta fue, sin embargo, la disposición del conquistador español que, tomando al pie de la letra el proverbio latino verba volant, scripta manent, advirtió prontamente la importancia de «poner en escripto» hasta el más nimio detalle, para que no se viera la memoria «sin razón obscurecida», y para que el mundo tuviera «entera noticia y verdadera relación»12 de cuanto acontecía en ese nuevo hito para la Historia que era el descubrimiento y conquista de las tierras del Nuevo Mundo.

Las principales fuentes documentales sobre el ciclo fundacional de Buenos Aires son las de Ulrico Schmídel13 y Luis de Miranda14, miembros de la expedición de Mendoza; el largo poema de Martín del Barco Centenera15 y la crónica de Díaz de Guzmán16, a principios del XVII; y posteriormente algunos capítulos de fray Reginaldo de Lizárraga17, la Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata de Félix de Azara18, y algunos otros testimonios como el citado del padre Guevara19. Pero lo que nos interesa ahora es la recuperación literaria de todo ese material que forma parte insustituible de lo que Borges encerró en el título de aquel poema: «Fundación mítica de Buenos Aires».

El primer testimonio del que voy a ocuparme es la novela Lucía Miranda de Hugo Wast (seudónimo de Gustavo Martínez Zuviría) escrita en París entre 1927 y 1928. La obra podría enmarcarse en lo que Seymour Menton denomina «novela histórica tradicional», que se desarrolla en casi todos los países latinoamericanos, hasta mediados del siglo XX, y que es heredera de la narrativa histórica romántica del XIX. La novela de Wast transcurre en un momento que podríamos llamar «prefundacional», durante la exploración y conquista del vasto territorio del Río de la Plata, o Mar dulce, o Río de Solís, como también aparece nombrado en los documentos de la época.

La trama de la novela de Wast, se centra en el personaje de Lucía Miranda, esposa de Sebastián Hurtado, uno de los soldados que acompañó al navegante veneciano Sebastián Gaboto, fundador del fuerte de Sancti Spiritu, en la segunda expedición al Río de la Plata en 1526. Es interesante la elección de este personaje por parte de Wast para su acercamiento al pasado argentino, ya que más que a un referente histórico, responde claramente a un modelo literario. La historia de Lucía Miranda había aparecido por primera vez en el capítulo séptimo de la crónica de Díaz de Guzmán. Mucho se ha debatido sobre la procedencia de este relato, parece aceptado que Guzmán, como había hecho el Inca Garcilaso en sus Comentarios Reales, introdujo pequeñas parábolas o «casos historiales», para ilustrar su discurso: la aventura de «la Maldonada» y la leona, por ejemplo, que recoge un motivo sobradamente frecuentado por la cultura occidental20; y el de Lucía Miranda, que según De Angelis podría responder al tópico romancístico   —159→   de Inés de Castro21. De nuevo la pugna entre la historia y la fábula22. El motivo de Lucía Miranda tiene además una prolongada formulación dentro de la tradición literaria argentina, desde la tragedia neoclásica de José Manuel Lavardén titulada Siripo23 (1789) a las novelas románticas de Rosa Guerra en 1860 y Eduardo Mansilla en 1882, ambas bajo el título de Lucía Miranda24.

Fuera del «drama de amor», cuyos pormenores no son relevantes en este momento, lo que más nos interesa es la visión que tiene Hugo Wast de la empresa conquistadora española. Y esa visión en general es bastante complaciente, y en algunas ocasiones absolutamente idealizada, mucho más conservadora en este sentido que la de Lavardén, un siglo y medio atrás:

Miríadas de flamencos rosados cerníanse arriba de los mástiles, formando a las carabelas un dosel de púrpura.

La gente iba cantando, y las canciones españolas rodaban sobre las aguas y penetraban en los bosques profundos.

Y cuando por azar callaban todos a la vez, escuchaban la voz nueva, semejante a un idioma ignorado, de la tierra misteriosa y magnífica, una voz compuesta por el canto de pájaros nunca vistos y por el murmullo del viento en una selva jamás herida por un hacha de hierro.

Aquello era realmente un himno de América a la nación poderosa que engendraba corazones capaces de lanzarse a semejante aventura para descubrir un secreto guardado por los mares y por los siglos25.



En última instancia, la importancia de la obra de Wast estriba en que permite establecer una tradición en la reconstrucción del pasado colonial argentino que se remonta a las crónicas de la conquista y reaparece de forma recurrente a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX.



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