Si
éste, que bien podría llamar mi primer trabajo,
hubiera alcanzado mala suerte, seguro estoy, esposa mía, de
que en tus ojos hubiera hallado una mirada de cariño mi
desventurado manuscrito. Pero tú oíste el generoso
aplauso de un público benévolo.
En
memoria de aquellos instantes de felicidad que juntos sentimos y
gozamos juntos, deja escrito tu nombre en esta primera
página.
Escena
I
|
|
BEATRIZ,
FORTÚN.
|
BEATRIZ.- (Seguida de FORTÚN.) Es
inútil, señor escudero, tanta insistencia.
|
FORTÚN.- Mirad lo que perdéis.
|
BEATRIZ.- No pierdo nada.
|
FORTÚN.- El tiempo, cuando menos.
|
BEATRIZ.- Vos sí que lo perdéis;
dejadme en paz.
|
FORTÚN.- Mi señor es muy rico.
|
BEATRIZ.- Lo sé.
|
FORTÚN.- Y ¿cómo lo
sabéis?
|
BEATRIZ.- Me lo imagino. ¡Sois tan
dadivoso!...
|
FORTÚN.- Dádivas quebrantan
peñas.
|
BEATRIZ.- Yo soy inquebrantable.
|
FORTÚN.- El oro de mi señor no os
deslumbra, ni la codicia os excita... ¿Alguno os paga
mejor?
|
BEATRIZ.- Puede...
|
FORTÚN.- Pensad en que vuestra
señora le ama.
|
BEATRIZ.- Mi señora amará a quien
su tutor le designe para esposo. ¿Lo entendéis?
|
FORTÚN.- Bien; pero lo que yo os pido es
simplemente una entrevista de mi señor con ella.
|
BEATRIZ.- En mi casa, os dije ya que no; en la
propia casa de mi señora, en donde osasteis penetrar
furtivamente.
|
FORTÚN.-
(Acercándosele.) Beatriz...
¡Excelente, Beatriz!
|
BEATRIZ.- ¡Apartad! ¿Quién
sabe con qué maligno objeto os atrevisteis a tanto?
|
FORTÚN.- Ya os lo dije: doña
Blanca...
|
BEATRIZ.- Y ¿cómo ha podido saber
vuestro señor que doña Blanca le ama?
|
FORTÚN.- Lo sabe.
|
BEATRIZ.- Ésa no es respuesta.
|
FORTÚN.- Es.
|
BEATRIZ.- Si nunca habló con ella.
|
FORTÚN.- Sí tal.
|
BEATRIZ.- Encerrada estuvo siempre en un
convento.
|
FORTÚN.- Los conventos rejas tienen.
|
BEATRIZ.- ¡Qué sacrilegio!
|
FORTÚN.- Vos cargaréis con tal
pecado.
|
BEATRIZ.- ¡Yo...! Y ¿por
qué?
|
FORTÚN.- Porque a mi señor no le
proporcionasteis otros medios. Tomad,
(Ofreciéndole un bolsillo.)
cinco minutos...
|
BEATRIZ.- ¡Ni uno!
|
FORTÚN.- Ved, dueña, que estoy
resuelto a arrancaros una promesa.
|
BEATRIZ.- Y ¿cómo?
|
FORTÚN.- Si el oro no os ablanda las
entrañas, el hierro podría muy bien
deshacéroslas. (Llevando la mano a la
espada.)
|
BEATRIZ.- ¡Ay Jesús!... ¿Me
amenazáis?
|
FORTÚN.- Sí, por mi vida.
|
BEATRIZ.- ¡Idos!... ¡Me dais
miedo!
|
FORTÚN.- Pues acceded, que si no...
|
BEATRIZ.- ¡Daré voces!
|
FORTÚN.- ¿Un escándalo?
|
BEATRIZ.- Terco sois en demasía.
|
FORTÚN.- Y vos, la más
estúpida dueña que he conocido.
|
BEATRIZ.- ¿Yo?... ¡Dadme paso!
|
FORTÚN.- Y la más testaruda,
y...
|
BEATRIZ.- ¡Callad! Ruido escucho, y
ojalá...
|
FORTÚN.- ¡Ya nos veremos!
(Vase precipitadamente.)
|
Escena
III
|
|
El VIRREY,
BEATRIZ.
|
VIRREY.- ¡Beatriz!
|
BEATRIZ.- Señor...
|
VIRREY.- ¿Qué me traes?
|
BEATRIZ.- Un recado para Vuestra Excelencia de
la venerable madre abadesa de las Concepcionistas.
|
VIRREY.- ¡Hola!
|
BEATRIZ.- Un recado y una carta.
|
VIRREY.- ¿Una carta?
|
BEATRIZ.- Hela aquí: en vuestras manos la
pongo. (Le da un billete.)
|
VIRREY.- (Abriendo el billete y
leyendo.) ¡Qué veo!
|
BEATRIZ.- ¡Cuando digo que ha sido
audacia...!
|
VIRREY.- Letras de amores... y ¡a
Blanca!
|
BEATRIZ.- ¡Y en aquel santo asilo!
|
VIRREY.- No leo aquí, ¡vive Dios!,
ni la fecha ni la firma.
|
BEATRIZ.- Encontróse ese billete, muy
doblado y escondido, bajo los blancos manteles del pequeño
altar de la celda que ayer mismo abandonó doña
Blanca.
|
VIRREY.- Y ¿quién pudo...?
|
BEATRIZ.- Eso se ignora. Ha sido una verdadera
sorpresa.
|
VIRREY.- Y bien...
|
BEATRIZ.- Celosa nuestra buena madre del reposo
y tranquilidad de Vuestra Excelencia, me encarga os avise, para que
andéis prevenido, señor.
|
VIRREY.- Manifiéstale, Beatriz, mi
reconocimiento.
|
BEATRIZ.- Además, doña Blanca...
desde anoche...
|
VIRREY.- ¿Qué es lo que tiene
desde anoche?
|
BEATRIZ.- Yo no sé, en realidad, lo que
mi señora tiene; pero a decir lo cierto, ella está
enferma.
|
VIRREY.- ¿Enferma? ¡Sí!...
Ya me lo presumía...
|
BEATRIZ.- Un año hará,
señor, si la memoria no me es infiel, que la veo triste,
retraída, llorosa.
|
VIRREY.- Beatriz, ¿has observado
tú?...
|
BEATRIZ.- Y bien que he observado, señor;
alguna oculta y misteriosa pena acibara su vida. Se adelgaza, va
perdiendo la color, y desvelada noches enteras, sorprende el primer
rayo de la luz del día alguna lágrima en sus
ojos.
|
VIRREY.- ¿Te habrás descuidado
acaso?
|
BEATRIZ.- Nunca, señor.
|
VIRREY.- Alguno de esos nobles lograría
hablarle y...
|
BEATRIZ.- Y ¿cómo podría
ser eso? La he vigilado constantemente... He sido su sombra en los
claustros; en el huerto, su sombra; su sombra en los jardines.
|
VIRREY.- ¡Es increíble!
|
BEATRIZ.- A no ser que...
|
VIRREY.- ¡Habla!
|
BEATRIZ.- A no ser que... porque ha de saber
Vuestra Excelencia, poderosísimo señor, que de
algún tiempo a esta parte gustaba doña Blanca de
arrodillarse, todos los días, durante la misa mayor, en un
rincón del coro bajo, cerca, muy cerca de la reja, y desde
allí... porque habéis de saber también,
excelentísimo señor, que del otro lado de la reja, en
el templo, distinguía yo siempre, inmóvil, fijo, a un
gallardo mancebo, que tal lo parecía por su arrogante
apostura...
|
VIRREY.- Y ¿tú le viste el
rostro?
|
BEATRIZ.- No, no tal, que lo recataba con el
embozo. Empero, sobre él veíanse brillar sus ojos...
unos ojos...
|
VIRREY.- Y ¿ella?... Y
¿Blanca?...
|
BEATRIZ.- Fijas en él tenía las
miradas.
|
VIRREY.- ¡Y tú me lo ocultaste!
|
BEATRIZ.- ¡Perdón, alto y gran
señor, perdón! No creí que eso sólo
fuese bastante motivo para llamar la atención de su
excelencia.
|
VIRREY.- Mal hiciste, muy mal, ¡viven los
cielos! Y tú, ¿crees que el autor de esa
carta...?
|
BEATRIZ.- Pudiera ser el mismo.
|
VIRREY.- Y ¿piensas que estos
amores...?
|
BEATRIZ.- Desvelada, inquieta y malcontenta la
traen; de todas maneras, asegúroos, señor que
doña Blanca no amará al caballero que le
destináis por esposo.
|
VIRREY.- Pues ello tendrá que ser
así, Beatriz. Tú que tan grande influencia has
logrado en su corazón, necesario es que procures aceptar
sumisa y resignada ese enlace que... ¡me importa! Hazle
comprender que una dama bien nacida debe, antes que nada, ciega
obediencia al que ha velado por su felicidad desde que era
niña... ¿Me entiendes?
|
BEATRIZ.- Perfectamente. Pero hoy...
|
VIRREY.- Hoy no; mañana. Sírveme
como hasta aquí, Beatriz, y yo recompensaré
espléndidamente tu celo.
|
BEATRIZ.- Por todo el oro del mundo, no
venderá la fidelidad que debo a la poderosa persona
-43- de Su
Excelencia. ¿No se os espera esta noche?
|
VIRREY.- No, no, Beatriz, porque hay una
mascarada en Palacio, y no tendré tiempo; además,
será bueno que ella repose.
|
BEATRIZ.- Bien, señor.
|
VIRREY.- Ve. Que Dios te guarde.
|
Escena
V
|
|
El VIRREY y
SANCHO, que trae una
cartera bajo el brazo.
|
VIRREY.- Tan puntual como de costumbre, mi buen
secretario.
|
SANCHO.- Ése es mi deber,
señor.
|
VIRREY.- No abulta gran cosa, a lo que parece,
el correo de España.
|
SANCHO.- Vuestra Excelencia dice muy bien.
|
VIRREY.- Y me alegro; alégrome en gran
manera, mi buen Sancho, porque de ese modo en breve tornaremos a
gozar de nuestra hermosa fiesta. ¿Estuviste en el
salón?
|
SANCHO.- De él acabo de salir. Es
espléndida la concurrencia.
|
VIRREY.- Bien, bien. En tanto que mi noble
esposa le hace los honores, despachemos el correo.
|
SANCHO.- (Leyendo los expedientes
que sacará uno a uno de la cartera.) Una
pragmática de Su Majestad, que Dios guarde, en favor de los
indios.
|
VIRREY.- Bien.
|
SANCHO.- Una carta participando la llegada a
Veracruz de un visitador apostólico, dirigida a Vuestra
Excelencia, por él mismo.
|
VIRREY.- Saldremos a recibirle.
|
SANCHO.- Una encomienda para don Tello de Sousa,
marqués de Santa Flora.
|
VIRREY.- Bien, muy bien.
|
SANCHO.- Cartas particulares para Su
Excelencia.
|
VIRREY.- Dámelas.
(Aparte.) ¿Habrá venido
entre ellas la que con tanta ansiedad espero...? Ésta no
es... (Leyendo sólo las
firmas.) Ni ésta... Ni esta otra...
¡Oh!, aquí está.
(Lee.) ¡Dios mío!
(Alzando la voz.) Nada... ¡Nada
de Juan de Paredes!...
|
SANCHO.- ¿De Juan de Paredes
habéis dicho?
|
VIRREY.- ¿Le conoces acaso?
|
SANCHO.- ¿Que si le conozco?...
¡Ah, señor! ¿No habéis notado en
mí?...
|
VIRREY.- Sí, Sancho, sí lo he
notado: estás hoy de mal humor; pero ¿qué
tiene eso que ver...?
|
SANCHO.- Que hoy he recibido una carta de ese
buen Juan de Paredes que acabáis de nombrar.
¿Conocéis su historia?
|
VIRREY.- No, no tal... Me interesaba por
él... Una recomendación...
|
SANCHO.- ¡Ah!, ¿os le habían
recomendado? Pues es inútil que os ocupéis más
de él...
|
VIRREY.- Acaso...
|
SANCHO.- Pues ¡qué! ¿Os
figuráis que ha sido poco lo que ha sufrido ese infeliz?
|
VIRREY.- ¿Tú sabes algo de
él?
|
SANCHO.- Él ha sido el único amigo
de mi infancia... Huérfano el desventurado desde la edad de
cuatro años, víctima de un horrible crimen...
|
VIRREY.- (Con
sorpresa.) ¿De un horrible crimen?
|
SANCHO.- Él había nacido para ser
feliz; vio la luz primera en una casa solar cerca de Balmaseda. Su
padre, Diego de Paredes, tenía, además de ese hijo,
algunos bienes de fortuna, y una esposa, dechado de hermosura y
gentileza, joven, muy joven; llamábase Mencia...
¡Infeliz doña Mencia!
|
VIRREY.- (Aparte.)
¡Desventurada!
|
SANCHO.- Diego de Paredes era dichoso, muy
dichoso. Acariciaba la Fortuna aquel su tranquilo hogar... Pero
desgraciadamente acampó en Balmaseda un regimiento de los de
Flandes, y el capitán de ese regimiento conoció a la
bella esposa de don Diego. ¡El capitán era un
infame!
|
VIRREY.- (Aparte.)
¡Ah!
|
SANCHO.- Una noche, mientras el infeliz esposo
dormía, fue asaltada su casa, maniatada su servidumbre y...
¡robada doña Mencia! Mano alevosa había clavado
un puñal en el generoso pecho de Diego de Paredes. El
niño, que dormía con su ama en una pieza apartada,
fue respetado, ¡Qué horrible noche debió ser
aquélla!
|
VIRREY.- ¡Horrible!
|
SANCHO.- Dicen que el cielo estaba negro y el
trueno estallaba en las alturas...
|
VIRREY.-
(Aparte.) ¡Sí...!
|
-44- |
SANCHO.- ¡Y al estallar debía
oírse para el infame la maldición del
Señor!
|
VIRREY.- ¡Debía revelarse en el
estampido del trueno la maldición de Dios para el
infame!
|
SANCHO.- Aquel niño, privado así
del maternal regazo, lloró mucho, ¡mucho! En alas de
la inocencia sus lastimeros gemidos llegarían como una
oración al trono del Altísimo, y al cabo de algunos
meses no parecía sino que sus lágrimas habían
cicatrizado al fin la cruenta herida de don Diego... Y pasaron los
años... y una noche -¡más espantosa
todavía debió ser aquella noche!- el esposo ultrajado
halló a la esposa robada que, creyéndose viuda,
vivía con el asesino, con el asesino que representaba para
ella el papel de salvador...
|
VIRREY.- ¡Ah!
|
SANCHO.- El esposo mató a la esposa y
arrojó su cadáver a un soto... Y ¿no os
figuráis, señor virrey, lo que sufriría el
hijo de doña Mencia?; ¿cuál su dolor,
cuál su angustia, cuando un día supo que la sangre
de, su sangre había caído en el lodo, y que la carne
de su carne había sido pasto de buitres...?
|
VIRREY.- ¡Horror...!
|
SANCHO.- ¡El seductor infame era un
cobarde! No desnudó el acero, el acero envilecido en sus
manos, para defender a su víctima... Huyó el
miserable; pero ocho días después, Diego de Paredes
caía cobardemente asesinado por el traidor puñal de
mercenaria mano, para no levantarse más... Su hacienda fue
incendiada... sus arcas robadas... y el hijo, Juan, abandonado a la
caridad, ¡a las frías caricias de una mujer que lo
escondió y lo alimentó con el duro pan de los
pobres!...
|
VIRREY.- Y ¿esa mujer?
|
SANCHO.- No existe ya... ¿Os
interesaba?
|
VIRREY.- No.
|
SANCHO.- Pasaron los años... ¡El
niño se hizo hombre y sintió en su pecho lacerado por
el infortunio, la insaciable sed de venganza!... Y ha de haber
pasado una cosa horrenda en la presencia de Dios, que todo lo
escucha y todo lo ve. De un lado, el asesino en largas noches de
insomnio, viendo correr sangre debajo de su ostentoso lecho; en el
espléndido cortinaje, manchas de sangre... manchas de sangre
en el espacio... ¡manchas de sangre en todas partes...!
|
VIRREY.- (Posesionándose
poco a poco, como si en realidad pasara todo a sus
ojos.) ¡Eso es, manchas de sangre en todas
partes!
|
SANCHO.- Y del otro lado, al huérfano
maldiciendo su desventura, desesperado, en interminables noches de
vigilia... ¡buscando al ladrón que le robó su
hacienda, y su porvenir y sus esperanzas! De un lado, el asesino
sin consuelo.
|
VIRREY.- ¡Sin consuelo!
|
SANCHO.- Acosado por los remordimientos...
|
VIRREY.- ¡Sí!
|
SANCHO.- Y mirando a todas horas...
|
VIRREY.- (Posesionándose
ya enteramente y como fuera de sí.) A todas
horas el aterrador fantasma sangriento de cada una de sus
víctimas... ¡Siempre...! ¡Siempre delante de
él...! ¡Siempre a los lados...! ¡Siempre
detrás...!
|
SANCHO.- Y oyendo la voz del
huérfano...
|
VIRREY.- La voz del huérfano resonando
siempre en sus oídos... aguda como el acero y filosa...
lúgubre como el eco de la campana que toca a muerto...
¡pavorosa como la voz del trueno!
|
SANCHO.- Como la voz del trueno que estallaba en
las alturas...
|
VIRREY y SANCHO.- (A un
tiempo.) ¡Aquella horrorosa noche!...
|
SANCHO.- (Con marcada
transición.) ¡Ah!... ¡No parece,
señor virrey, sino que vos sois la víctima o el
verdugo!, ¡os posesionáis tanto...!
|
VIRREY.- Sí... Yo estoy loco, tienes
razón. Me posesiono tanto algunas veces de las desgracias
ajenas... Como se trata de ese joven a quien me habían
recomendado...
|
SANCHO.- ¡Pobre Juan!
|
VIRREY.- ¿Murió?
|
SANCHO.- Murió, sí; en su lecho de
agonía escribió con mano trémula la carta que
hoy he recibido. ¡Séale leve la tierra, señor
virrey!
|
Escena
VI
|
|
Dichos y DON
TELLO, con un dominó en el brazo y una carta en la
mano.
|
DON TELLO.- Si me lo permitís...
|
VIRREY.- Adelante, marqués.
|
DON TELLO.- Acabo de recibir, como todos, en el
mismo salón de la fiesta, cartas de Madrid, y tengo
precisamente que marchar para allá.
|
VIRREY.- ¿Os vais a España, don
Tello?
|
DON TELLO.- Mañana mismo, pues necesito
aprovecharla vuelta de la flota... ¡Hay tanto corsario en
nuestras costas!
|
VIRREY.- (A SANCHO.) Puedes poner
los acuerdos al margen de esas reales órdenes de Su
Majestad, Sancho. Ya tú sabes.
|
-45- |
SANCHO.- (Sentándose a
escribir.) Bien, señor.
|
VIRREY.- (Llamando a un lado a
DON
TELLO.) Os doy la enhorabuena,
marqués... Acercaos por acá. Acaba Su Majestad de
concederos una encomienda. (Apartándose con
DON TELLO adonde supone
que SANCHO no puede
oír.) Puedes marchar a España,
Martín Pérez, y cuando retornes, Blanca será
tuya.
|
DON TELLO.- ¡Imposible!
|
VIRREY.- ¡No me exasperes,
Martín!
|
DON TELLO.- No me hablabais así cuando me
fuisteis a proponer que matara...
|
VIRREY.- ¡Calla!... Yo te aseguro...
|
DON TELLO.- Os conozco demasiado para fiar en
vos.
|
VIRREY.- ¡Martín!
|
DON TELLO.- No tengo confianza.
|
VIRREY.- Dar la mano de Blanca a un
zapatero...
|
DON TELLO.- Hace ya mucho tiempo que no soy eso
que decís. ¡Pudiera entre vuestros abuelos hallarse un
albañil!
|
VIRREY.- Y ¿no estás ya
suficientemente recompensado? ¿No te ofrecí elevarte
y te elevé? ¿No te he comprado un título de
marqués? Y ahora quieres...
|
TELLO.- La mano de Blanca.
|
VIRREY.- Pero si ella se niega...
|
DON TELLO.- ¡Obligadla!
|
VIRREY.- ¡Ira de Dios! Y si yo
quiero...
|
DON TELLO.- ¿Deshaceros de mí?
¡Ah! Bien podríais...Vos todo lo podéis, pero
ya os he dicho otra vez.- en España guardo unas cuantas
líneas, debajo de las cuales están vuestro sello y
vuestra firma. En ellas me ordenáis el asesinato, el
crimen... El crimen nos liga; y si vos me hacéis matar, si
no accedéis a mi demanda, virrey, la persona que tiene ese
documento...
|
VIRREY.- ¡Basta!
|
DON TELLO.- Ya lo veis... Ese documento me
asegura de vos.
|
SANCHO.- He terminado, señor.
|
DON TELLO.- (Alto.)
Con que esa boda...
|
VIRREY.- Se verificará mañana
mismo, don Tello. Tú, mi buen Sancho, serás
padrino.
|
SANCHO.- Pero permitidme os pregunte de
qué boda se trata.
|
VIRREY.- Caso a una pupila mía con el
señor marqués de Santa Flora.
|
SANCHO.- ¿Una pupila vuestra?
Señor, es extraño...
|
VIRREY.- Nada de eso; ella ha permanecido
siempre en un convento, por eso no la conoces.
|
DON TELLO.- ¿Y aún está en
el convento?
|
VIRREY.- No, marqués, vive en un precioso
y reducido palacio que le he preparado... Pero, venid, venid; mi
presencia se hace indispensable en el salón.
|
DON TELLO.- (Dándole paso
al VIRREY.)
Y en él acabaremos de coordinar la mejor manera de que se
realicen nuestros mutuos deseos. Señor Laínez...
(Saludando.)
|
SANCHO.-
(Saludando.) Señor marqués...
|
Escena
VII
|
|
SANCHO, luego
FORTÚN.
|
SANCHO.- ¡Se casa!... ¡La casan!...
¡Ah! ¡Esto no es posible!...
|
FORTÚN.- ¡Al fin se fueron!
¿Señor?...
|
SANCHO.- Fortún, ¿qué me
quieres?
|
FORTÚN.- Heme entrado hoy, hará
una hora, furtivamente, en la casa de doña Blanca.
|
SANCHO.- ¿Entraste?
|
FORTÚN.- Hasta su mismo gabinete de
labor.
|
SANCHO.- ¿Dístele el billete?
|
FORTÚN.- Sí.
|
SANCHO.- ¿Vendrá?
|
FORTÚN.- Ahí está ella.
|
SANCHO.- ¿Quién?
|
FORTÚN.- Doña Blanca.
|
SANCHO.- ¿Doña Blanca, dices?
|
FORTÚN.- Sí, señor;
encubierto el rostro con un antifaz.
|
SANCHO.- Y ¿cómo la has
conocido?
|
FORTÚN.- (Con
rapidez.) Conocióme ella a mí...
Recordad que con el objeto de hacer llegar a sus manos algunos
billetes vuestros, fui sacristán ocho días del
convento de la Concepción. Además, esta tarde...
|
SANCHO.- Bien. Y ¿le has hablado?
|
FORTÚN.- Os busca.
|
SANCHO.- ¿Ella? ¡Dios
mío!
|
FORTÚN.- Pero la dueña, la
dueña no quiere separársele... Acabo de conseguir que
algunos compañeros míos la entretengan.
|
SANCHO.- Entonces voy...
|
FORTÚN.- Permitidme, señor, que no
sea así: podéis comprometerla. Un instante,
señor, esperad... Vuelvo.
|
Escena
VIII
|
|
SANCHO,
después BLANCA y
FORTÚN.
|
SANCHO.- ¡Oh! ¡Ella aquí!
¡Me ama!... ¡Sí, me ama! ¡Qué
horrenda lucha!... Conducirla al martirio... ¡Si no fuera el
virrey su tutor!...Si fuera...
|
-46- |
FORTÚN.- (Entrando con
BLANCA.)
Aquí está... Ahí le tenéis.
(Señalando a SANCHO y retirándose hacia el
fondo.)
|
BLANCA.- ¡Él!... ¡Sí,
es él!...
|
SANCHO.- ¡Blanca!
|
BLANCA.- Caballero dos palabras.
|
SANCHO.- Vuestro soy.
|
BLANCA.- ¿De vos viene este papel?
|
SANCHO.- Lo escribió mi
corazón.
|
BLANCA.- Debo recelar...
|
SANCHO.- ¿Pero es posible?
|
BLANCA.- Ved cómo cumplo, Sancho.
|
SANCHO.- ¡Blanca mía!... ¿Me
amáis?...
|
BLANCA.- ¡Y lo pregunta!
|
SANCHO.- Oírlo de vuestros labios
quería.
|
BLANCA.- ¡Os amo! Ya lo
oísteis...
|
SANCHO.- Gracias. ¿Desde cuándo
estáis fuera del convento?
|
BLANCA.- Desde ayer.
|
SANCHO.- Casaros quieren...
|
BLANCA.- Casarme, sí... ¡Y lo
sabía!...
|
SANCHO.- Diez minutos hace que lo sé.
|
BLANCA.- ¡Vos lo impediréis!
|
SANCHO.- Sí... ¡Lo juro! Tomad
estos polvos, Blanca; necesitamos hablar mucho, mucho... Poned la
mitad de lo que este frasco contiene en la tisana de Beatriz...
|
BLANCA.- ¿Y qué?...
|
SANCHO.- ¡Descuidad! Únicamente la
harán dormir. Cuando hayan producido su efecto, asomad una
luz a vuestra reja; yo acudiré.
|
BLANCA.- Y ¿el conserje?
|
SANCHO.- No temáis.
|
BLANCA.- ¿Sabéis dónde
vivo?
|
SANCHO.- Muy cerca de aquí; a un
paso...
|
FORTÚN.-
(Asomándose.) Señor, al extremo de esa
oscura galería distingo un bulto. Debe ser la
dueña.
|
BLANCA.- ¿Beatriz? ¡Ah! Que no me
vea...
|
SANCHO.- ¡Fortún! Acompaña a
esta dama hasta su casa. Id sin temor, Blanca, Fortún es
leal y es buena espada. Por allí, por la escalera
interior.
|
BLANCA.- ¡Sancho!
(Despidiéndose.)
|
SANCHO.- Contad conmigo.
|
Escena
IX
|
|
SANCHO,
después BEATRIZ.
|
SANCHO.- Hermosa, hermosa como una mañana
de primavera. ¡Inocencia y gentileza, vosotras sois su
adorno! ¿Dónde hubo más dolor que el que
aquí siento? Si no fueran ciertas mis sospechas...
¿Quién guarda ese secreto?... Es necesario saberlo.
¡Ah!... (Se arroja sobre la dueña, que
en ese momento aparece por el fondo y la lleva al proscenio casi
arrastrada.) ¡Ven acá!
|
BEATRIZ.- ¿Quién sois vos?
|
SANCHO.- ¡Nada te importa!, ¡beata
de Lucifer! ¡Ven acá!... ¡Ya te tengo entre mis
manos!
|
BEATRIZ.- ¿Pero qué
pretendéis?
|
SANCHO.- Hace un año que te persigue mi
escudero, que te ofrece oro, ¡mucho oro! Y nada ha bastado
para reducirte...
|
BEATRIZ.- ¡Soltad! ¡Soltad, que me
hacéis daño!
|
SANCHO.- ¿A qué has venido a esta
fiesta?
|
BEATRIZ.- Empeñóse doña
Blanca...
|
SANCHO.- Y él, ¿lo sabe?
|
BEATRIZ.- ¡Ella! ¿Dónde
está ella?
|
SANCHO.- La encontrarás en su casa.
¡Nada temas!
|
BEATRIZ.- ¡Me lastimáis!
|
SANCHO.- ¿Qué es de ella el
virrey?
|
BEATRIZ.- ¡Nada...! No sé
qué me estáis diciendo.
|
SANCHO.- ¡Contesta!
(Desenvainando el puñal.)
|
BEATRIZ.- No sé de qué me
habláis... ¡Ah! ¡Misericordia! Voy a
decíroslo...
|
SANCHO.- ¡Estamos perdiendo el tiempo!
|
BEATRIZ.- Es...
|
SANCHO.- ¡Habla!
|
BEATRIZ.- Su tutor.
|
SANCHO.- Y ¿la ve todos los
días?
|
BEATRIZ.- Todos.
|
SANCHO.- Hace dos meses, pretextando una
enfermedad, el virrey desapareció de palacio y fue a
encerrarse en el convento de la Concepción. ¿Es
cierto?
|
BEATRIZ.- Sí.
|
SANCHO.- Allí pasó tres
días...
|
BEATRIZ.- Sí.
|
SANCHO.- Y ¿por qué?
|
BEATRIZ.- Doña Blanca estaba en peligro
de muerte...
|
SANCHO.- Y ¿él?...
|
BEATRIZ.- Velaba a su cabecera y lloraba.
|
SANCHO.- ¡Él!... ¡El virrey
lloraba! Esa palabra escapada de tus labios me lo revela todo...
¿Dices que es su tutor?
|
BEATRIZ.- Sí.
|
SANCHO.- ¡Mientes!
|
BEATRIZ.- ¡Por compasión!
|
SANCHO.- ¡Miserable!... ¡Mientes!...
¡Mira, estamos solos...! Nadie nos ve... ¡Voy a coserte
a puñaladas!
|
BEATRIZ.- No... ¡No...! ¡Voy a
decíroslo...! ¡Es... su padre!
|
SANCHO.- (Arrojándola al
suelo.) ¡Su padre!... ¡Ah!, ¡su
padre!... ¡Vete!... ¡Maldito seas, amor!
|
Escena
I
|
|
BLANCA,
después BEATRIZ.
|
BLANCA.- (Junto a la mesa
preparando una taza de tisana para la dueña.)
Bien: cuando ella venga encontrará preparada, como siempre,
su taza de cordial... ¡Pobre Beatriz! No quisiera yo volverla
a ver. Le tengo miedo... ¡Ella!
|
BEATRIZ.-
(Entrando.) ¡Uf!... Por fin... ¡Por fin
estoy aquí...! ¡Blanca! ¡Señora! Esto no
se puede sufrir... Engañarme a mí, a la anciana
Beatriz, que os tuvo de la mano cuando comenzabais a dar los
primeros pasos ¿Quién os ha acompañado a casa?
¿Por qué os separasteis de mi lado? ¡Ah!... El
señor lo sabrá todo... ¡Todo...!
|
BLANCA.- Beatriz, mi querida dueña, no te
enojes.
|
BEATRIZ.- ¿No enojarme yo?... ¿Y
para que esto pasara me instigasteis a ir a ese malhadado baile de
máscaras? Engañando a su excelencia...
|
BLANCA.- ¡Beatriz mía!
|
BEATRIZ.- Yo soportaré su cólera,
repito, pero sabrá cuanto ha ocurrido.
|
BLANCA.- ¡No harás tal,
Beatriz!
|
BEATRIZ.- ¿Lloráis...?
¿Lloráis...? No, hija mía, no; nada le
diré... Ya basta... No quiero atormentaros más. Bien
que pronto os casaréis...
|
BLANCA.- ¡Jamás!
|
BEATRIZ.- Blanca, hija mía; eso es muy
mal hecho. La obediencia antes que nada. Si amas a otro, olvida,
arroja de tu pensamiento su imagen: ésa es una
tentación. Desoír los consejos del anciano a quien le
debes todo, es una negra, negrísima ingratitud, y el cielo
castiga las ingratitudes. ¡Ejem! ¡Ejem!... La tos...
¡La tos...! Con el aire frío de la noche y aquel susto
se ha recrudecido.
|
BLANCA.- Tu tisana... Tu tisana, Beatriz:
tómala.
|
BEATRIZ.- Sí, la tomaré por no
dejar de hacer algo, pero no ha de aliviarme, lo conozco... Siento
que mi sangre hierve, tengo la calentura por dentro... ¿Te
vas? ¿No rezamos?
|
BLANCA.- Sí, Beatriz. ¿Cómo
no habíamos de rezar? Pero, ¿no ves que falta
allí mi libro de oraciones?
|
Escena
IV
|
|
El VIRREY,
BLANCA.
|
VIRREY.- Siéntate aquí, hija
mía, siéntate. (BLANCA y el VIRREY se sientan.)
Temiendo importunarte había tomado la resolución de
no venir esta noche; pero un suceso grave e inesperado
obligóme a pesar mío... ¿Te sientes mal?
|
BLANCA.- No, señor. Estuve indispuesta...
Pero me siento ya mejor.
|
VIRREY.- ¡Blanca...! Debes haber
comprendido cuánta ternura, cuánto amor encierra mi
corazón para ti... Eres tú lo más querido, lo
más idolatrado de mi alma... ¿Qué fueran para
mí los días, muchos o pocos, que de vivir me restan,
sin tu amor? En tu encierro mismo, en tu celda, en la estrechez del
claustro, ¿no te he rodeado de cuantas comodidades, de
cuantas ventajas proporcionan la educación y el dinero?
¿Podrás negarlo?
|
BLANCA.- No, señor; no podría
negaros una felicidad que únicamente a vos debo...
quién sabe a qué título.
|
-48- |
VIRREY.- Ya te lo he dicho, Blanca. Era tu padre
para mí, lo mismo que un hermano... Al dejarte
huérfana y sola en el mundo, te entregó a mi
cariño, cuando apenas brillaban en tu inocente mirada los
primeros albores de la vida... Y ¡qué! ¿Te he
querido menos que si fuese en realidad tu propio padre?
|
BLANCA.- ¡Ah!... Eso no. El mío
desde el cielo se ha de gozar en veros, haciendo aquí en la
tierra sus veces, y pedirá al Señor envíe
sobre vos la bendición de los buenos.
|
VIRREY.- Sí, hija mía; pero no
estoy satisfecho. Pensando siempre en tu completa ventura, he
determinado que salgas para siempre de la vida de clausura y
oración que hasta aquí has llevado...
Destrozaré para siempre la puerta de tus prisiones, que
cerré con llave de oro. Tu alma oprimida, libremente
volará. En la luz de nuevos horizontes se
bañarán tus ojos, y ambiente de perfumes
regocijará tu pecho... ¿Serás dichosa, hija
mía?
|
BLANCA.- Debo serlo; mucho, sí.
|
VIRREY.- Anhelo que conozcas el mundo... Que su
estruendo hiera tus oídos... Y quiero que a él te
presentes para gozar sus inmensos bienes. Sí; pero al mismo
tiempo he resuelto que aparezcas ante la sociedad escudada con el
nombre de un ilustre caballero... ¿Qué es eso...?
¿Bajas la frente, hija mía?
|
BLANCA.- Dos veces, señor, me
habéis hablado ya de lo mismo, y aunque os he manifestado de
una manera vaga mi repugnancia por ese enlace, hoy... hoy que por
tercera vez me habláis de eso... sabed...
|
VIRREY.- Dilo... ¿Qué he de
saber...?
|
BLANCA.- Que no es posible.
|
VIRREY.- ¡Que no es posible!
|
BLANCA.- ¡Que vos no querréis,
padre mío, porque mi otro padre que está en el cielo
no puede quererlo tampoco! ¡Que vos no querréis, digo,
que mi labio ante el altar del Señor pronuncie un falso
juramento!
|
VIRREY.- Blanca...
|
BLANCA.- Porque yo no podría ser feliz al
lado de ese hombre a quien me destináis...
|
VIRREY.- ¡Ah...!
|
BLANCA.- Porque vos, señor, que
anheláis mi dicha, mi ventura, mi contento en este mundo,
vais a sacrificar mi corazón y mi vida, y tal vez, tal vez a
procurar mi condenación eterna.
|
VIRREY.- Es preciso.
|
BLANCA.- Vos, vos no podéis querer
eso...
|
VIRREY.- He dado mi palabra...
|
BLANCA.- Y ¿qué importa vuestra
palabra cuando yo rehúso con toda mi alma esa
engañosa felicidad que me ofrecéis?
|
VIRREY.- Mi honor está
empeñado...
|
BLANCA.- Y por cumplir ese empeño
¡vais a hacerme desgraciada! ¡Padre... Padre...!
¡De rodillas os lo pido...! ¿Para eso velasteis a la
cabecera de mi lecho tres noches eternas de agonía?
¡Hubiéraisme dejado morir, y yo os bendeciría
ahora desde el cielo!...
|
VIRREY.- ¡Blanca! ¡Blanca!
Levántate...
|
BLANCA.-
(Levantándose.) Volvedme a mi
convento.
|
VIRREY.- ¿Lo prefieres?
|
BLANCA.- Sí.
|
VIRREY.- ¿A eso te inclina tu
corazón?
|
BLANCA.- No... No me lleva al claustro mi
corazón.
|
VIRREY.- ¿Amas tal vez...?
|
BLANCA.- Señor...
|
VIRREY.-
(Enseñándole el billete que le dio
BEATRIZ en el Acto
I.) ¿Quién ha escrito esto?
|
BLANCA.- ¡Ah!... Una carta suya...
|
VIRREY.- ¿De quién?... ¿De
quién?... ¡Su nombre...! ¡Su nombre de
familia!
|
BLANCA.- ¡No lo sé! Lo ignoro...
¡No ha querido decírmelo!...
|
VIRREY.- ¡Renuncia para siempre a ese
amor! ¡Un desconocido! Mañana es necesario que se
celebren tus bodas con el marqués.
|
BLANCA.- Mañana... ¿Decís
que mañana?... ¡No! ¡No será ni
mañana ni nunca! ¿Verdad que no?
(Cambiando de tono y con profundo
cariño.)
|
VIRREY.-
(Enternecido.) Apártate,
hija... (Aparte.) ¡Pobre
Blanca!... Y él... ese marqués al fin es un
bandido... (Llamando.) ¡Beatriz!
(Aparte.) Es necesario, cuando menos,
darle una tregua...
|
Escena
VI
|
|
DON TELLO,
BLANCA y BEATRIZ, que tomando un libro de
oraciones y un rosario, se sienta junto al velador, en el gran
sillón que estará cerca, y comienza a cabecearse al
principio de esta escena, hasta que se duerme.
|
DON TELLO.- Por la tercera vez, la honra tengo
de presentarme ante vos, señora, y por la tercera vez me
abruma el sentimiento de encontrar burladas mis esperanzas.
|
BLANCA.- Señor marqués...
|
DON TELLO.- La primera ocasión que os vi,
no os dignasteis ni aun siquiera mirarme; la segunda...
|
BLANCA.- Es inútil que continuéis:
adivino cuanto vais a decirme, señor.
|
DON TELLO.- Dejadme al menos...
|
BLANCA.- Y me sorprende, en verdad, que a pesar
de lo que en un lenguaje mudo, pero harto elocuente, os he
manifestado, insistáis en una pretensión, a mi
juicio, impropia de quien se precia de caballero.
|
DON TELLO.- Señora...
|
BLANCA.- Aunque educada dentro de las
sombrías paredes de un convento, he aprendido en los libros,
y he leído en mi propio corazón, todo lo que se debe
uno a sí mismo.
|
DON TELLO.- No esperaba yo oír tales
palabras de vuestros labios.
|
BLANCA.- ¿Y qué os admira,
señor? ¿Os he obligado acaso a que me
améis?... ¿Cómo queréis, pues,
obligarme a que os ame?
|
DON TELLO.- Señora, el tiempo y los
merecimientos míos, ablandarán algún
día para mí ese corazón de roca.
|
BLANCA.- ¿Y si así no fuere?
|
DON TELLO.- Serán para mi dicha,
suficiente disculpa vuestra adorable belleza, vuestra
extraordinaria hermosura.
|
BLANCA.- Dejaos de galanteos...
|
DON TELLO.- Viviré siempre rendido a
vuestras plantas.
|
BLANCA.- Y yo... ¿Cómo
queréis que viva, señor marqués? ¿Nada
os importo yo? ¿Yo no soy nada?... Vos, rendido a mis
plantas... Vos, contemplando esta hermosura de que tan prendado os
mostráis... Vos, alimentando en el ansioso pecho una
esperanza... ¿Y yo...? Yo... ¡Con fingida sonrisa en
el semblante!... ¡Con fingida mirada de cariño en los
ojos...! ¡Con fingida palabra de abnegación en los
labios!... ¡Vos, riendo; yo, llorando... Vos, alegre; yo
triste, y en el corazón despechado, la hiel del cansancio y
la tortura de la desesperación...! ¡Eso es muy
bello!... ¡Muy bello!... ¿Y es ése el porvenir
que me preparáis?
|
DON TELLO.- (Con
despecho.) Blanca... A pesar de todo lo que me
decís, no puedo prescindir de vos.
|
BLANCA.-
(Suplicante.) ¡Sed bueno...!
|
DON TELLO.- No me es posible serlo
más.
|
BLANCA.- ¡Sed generoso...!
|
DON TELLO.- No puedo.
|
BLANCA.- ¡Sacrificaos a mi felicidad!
|
DON TELLO.- ¡Hacedlo vos!
|
BLANCA.- El amor es el sacrificio, y yo no os
amo.
|
DON TELLO.- ¡Nunca!
|
BLANCA.- (Con resolución y
energía.) ¿Ésa es vuestra
última palabra?
|
DON TELLO.- ¡Ésa!
|
BLANCA.- Pues oíd la última
palabra mía: ¡jamás seré vuestra!
|
DON TELLO.- (Con profundo
despecho.) ¡Mañana, señora,
volveré a veros en el oratorio de Palacio!
(Aparte.) ¡Ah!... ¡Ella
ama a otro...! ¡Vigilaré!
|
Escena
VIII
|
|
BLANCA,
SANCHO, FORTÚN y BEATRIZ, ésta
durmiendo.
|
SANCHO.- (A FORTÚN desde la puerta del
fondo.) ¿Cerraste el postigo de la calle?
|
FORTÚN.- Sí, señor.
|
SANCHO.- ¿Guardas la llave?
|
FORTÚN.- Aquí está,
|
SANCHO.- ¿Y el conserje?
|
FORTÚN.- Asegurado.
|
SANCHO.- Retírate...
(Adelantándose al
proscenio.)
|
BLANCA.-
(Recibiéndole.) ¡Ah, caballero...!
|
SANCHO.- Blanca... ¡Blanca hermosa!
¡Al fin estoy tranquilo a tu lado! ¡Te veo, respiro tu
aliento y se bañan mis ojos, mi alma, mi ser entero, en la
poderosa luz de tu mirada! ¡Ah! ¡Cuál me
atraes!, ¡cuál me fascinas!
|
BLANCA.- Y yo... ¿No me ves? ¿No
te gozas, Sancho, con esta alegría que siento que me roba el
alma, que me la arrebata, que se la lleva?... Ya lo ves... Y
ése, ¡eres tú! ¡Tú eres esa
alegría!
|
SANCHO.- ¡Qué sueño tan
hermoso! (Aparte y pasándose la mano por la
frente.) ¡Quién pudiera no despertar
nunca de él!
|
BLANCA.- ¿Y callas?
|
SANCHO.- La dicha me enmudece.
|
BLANCA.- ¡Si supieras cuánto he
sufrido callando!... Sí... ¡Lo debes saber!
¡Porque tú me has dicho que me adoras!... Un
año entero viéndote sólo al través de
aquella doble reja... Unos cuantos instantes... ¡Los
únicos de felicidad que yo he gozado, Sancho, en mi
vida!
|
SANCHO.- ¡Ya no volveremos a separarnos
nunca, Blanca mía!
|
BLANCA.- ¿Lo crees?
|
SANCHO.- ¡Lo siento!
|
BLANCA.- ¡Cuánta dicha!
|
SANCHO.- ¡Cuánta felicidad!
|
BLANCA.- Yo mirándome en tus ojos...
|
SANCHO.- Yo en los tuyos mirándome...
|
BLANCA.- ¡Eso es vivir!
|
SANCHO.- ¡Eso es gozar!
|
BLANCA.- ¡Ay...!
|
SANCHO.- ¿Qué tienes...?
|
BLANCA.- Ese hombre...
|
SANCHO.- Desde que nos separamos le he buscado
por todas partes...
|
BLANCA.- ¿Para qué?
|
SANCHO.- ¿Y lo preguntas, Blanca?
|
BLANCA.- No desistirá; aquí lo ha
dicho.
|
SANCHO.- ¡Los muertos siempre
desisten!
|
BLANCA.- ¿Matarlo intentas?
|
SANCHO.- ¡Le mataré!
|
BLANCA.- ¡Eso no!... No es necesario... Yo
sola basto... Resistiré... Y allí, delante de Dios,
no pronunciaré la palabra fatal... ¡Yo te lo juro!
|
SANCHO.- Y volverán a encerrarte para
siempre...
|
BLANCA.- Es preferible.
|
SANCHO.- ¿Y qué haré yo
entonces...?
|
BLANCA.- Lo que yo haré...
¡Sufrir!
|
SANCHO.- Nunca podré yo resignarme a
eso... ¡jamás!
|
BLANCA.- Si yo pudiera hacer que mi tutor...
|
SANCHO.- ¡El virrey...!
|
BLANCA.- Sí.
|
SANCHO.- (Aparte.)
Le olvidaba... ¡Me había olvidado de él!
|
BLANCA.- Me he arrojado a sus pies... Le he
suplicado...
|
SANCHO.- (Con
alegría.) ¡Ah! ¿Es un tirano ese
hombre para ti?
|
BLANCA.- No, nunca lo ha sido: ¡me
ama!
|
SANCHO.- (Con
desconsuelo.) ¡Que te ama! ¡Que te ama,
dices!
|
BLANCA.- Eso es... Siempre cariñoso y
tierno padre para mí, ha procurado cercarme de infinitos
goces...
|
SANCHO.- (Aparte.)
¡Pluguiera al cielo que la aborreciese!
|
BLANCA.- Siempre delante de mí ha
desaparecido el ceño de su frente. Yo he mirado en sus ojos
brillar el rayo de la felicidad al influjo de mis caricias, y su
voz naturalmente ruda y áspera se ha dulcificado al
responder a mis palabras.
|
SANCHO.- ¡Luego te ama mucho...!
|
BLANCA.- Pero hoy no... Hoy no, Sancho...
¿Lo creerías? Hoy cuando le rogué que se
condoliese de mí, no ha escuchado mi súplica...
Impasible ante mi clamor, sordo a mi ruego, me ha dejado oír
su voz severa.
|
SANCHO.- Pues bien, Blanca. Entonces no queda
más que un recurso... ¡Buscara ese hombre!
|
|
(Se oyen golpes a la puerta de la calle.)
|
BLANCA.- Llaman...
|
SANCHO.- Blanca... y si no doy con ese miserable
esta noche, si llega la mañana y...
|
BLANCA.- Estoy dispuesta a todo. ¡No
seré suya!
(Golpes a la puerta.)
Llaman otra vez. |
SANCHO.- Nada temas; no pueden abrir...
|
BLANCA.- Sospecharán...
|
SANCHO.- Me retiro... Bien, en ti confío
y por lo que a mí toca, buscaré hasta en el mismo
infierno a ese marqués.
|
Escena
X
|
|
BLANCA,
SANCHO, DON TELLO.
|
BLANCA.- ¡Basta...! ¡En mi
presencia...!
|
SANCHO.- (Desarmando al
marqués y poniendo un pie sobre la espada de
éste.) ¡Ah, ya lo veis, os he
desarmado...!
|
DON TELLO.- ¡Oh, rabia!
|
SANCHO.- Blanca... Acércate... Ese hombre
que ves allí, era hace algunos años un infeliz
artesano de aldea... Gozaba fama de honrado: ¡la fama
mentía! ¡Unas monedas de oro y un título de
marqués armaron su brazo con el puñal del asesino!...
Se está mirando la mano... ¡allí debe tener
todavía la sangre de un anciano!... Pregúntale si es
cierto... Mírale, Blanca, mírale... ¡Qué
pálido se ha puesto...!
|
DON TELLO.- Y vos...
|
SANCHO.- ¡Niégalo!...
Acércate, Blanca... te da horror... ¿no es verdad?...
¡Oye! Aquel alevoso asesinato fue perpetrado en una solitaria
encrucijada, a la moribunda luz del sol. En una encrucijada
también, al declinar de un día, esperé a ese
hombre, me batí con él, hierro a hierro, como hoy; le
desarmé, como hoy... luchamos... vencí y con mi daga
alzada sobre su pecho, me refirió cobardemente su historia y
la de su cómplice... ¡Asesino y traidor...! ¡Con
ese hombre quieren casarte, Blanca!
|
BLANCA.- ¡Nunca!
|
SANCHO.- ¡Entonces... ven conmigo!
|
BLANCA.- Tú crees...
|
SANCHO.- Que si no huyes, te obligarán a
ser suya.
|
DON TELLO.- ¡Ira de Dios!
|
BLANCA.- ¡Eso jamás!
|
SANCHO.- ¿Vienes...?
|
BLANCA.-
(Vacilando.) ¡Dios mío!...
|
SANCHO.- ¡Blanca!
|
BLANCA.- ¡Vamos!
|
SANCHO.- ¡Fortún!
(FORTÚN
aparece.)
¡Detén a ese hombre! (Toma la
espada de DON TELLO que ha
tenido bajo sus pies y se la arroja para que se
defienda.) |
FORTÚN.- Señor...
|
SANCHO.- (Al oído de
FORTÚN.)
¡Mátale!
|
|
(Vanse SANCHO y
BLANCA
rápidamente.)
|
Escena
II
|
|
FORTÚN y
SANCHO, que entra,
sombrío y lentamente.
|
SANCHO.- ¡Fortún!
|
FORTÚN.- Señor...
|
SANCHO.- ¿Qué hiciste de
Beatriz?
|
FORTÚN.- Como sabéis, desde esta
mañana andaba bebiéndome los alientos. Se
había empeñado en que yo debía saber algo
y...
|
SANCHO.- ¿Qué sucedió?
|
FORTÚN.- Mostrómele al fin.
Siguióme... Me dejó seguir; dirigíme, a
mí aposento y ella tras de mí... una vez dentro,
alargué la mano, la así del cuello; tras un ligero
grito ahogado por mis dedos, púsele una mordaza, y
arrojándola como un fardo sobre mi lecho, le ató las
manos por detrás... Allí debe estar la bruja
encerrada bajo de llave; cuando al fin den con ella, estaremos
lejos...
|
SANCHO.- Bien, Fortún.
¿Están listas mis armas?
|
FORTÚN.- Sí, señor...
|
SANCHO.- Es necesario partir luego. Prepara las
cabalgaduras.
|
FORTÚN.- Listas quedan.
|
SANCHO.- ¿Están listas...?
|
FORTÚN.- Tres señor. Una para vos,
otra para... doña Blanca...
|
SANCHO.- ¡Sí!... Sería
peligrosa, Fortún, nuestra permanencia en Palacio;
podrían arrebatarme a esa dama, y prenderme a mí.
|
FORTÚN.- Además, señor,
muchos de vuestros amigos y las gentes de Palacio que acostumbran a
entrar en vuestras habitaciones murmuran ya.
|
SANCHO.- ¿Murmuran...?
|
FORTÚN.- Es decir... extrañan que
yo los detenga a la puerta y les prohíba la entrada... Y ya
sabéis, señor: de las murmuraciones se pasa a las
conjeturas, de éstas a la sospecha... Y el virrey
está furioso; le he sorprendido en un arrebato de ira...
¡Parecía un demonio escapado de los infiernos!
|
SANCHO.- Bien, vete... Déjame solo.
Espera mis órdenes allá fuera. No estoy para
nadie.
|
Escena
IV
|
|
SANCHO y
BLANCA, que aparece como
espantada.
|
BLANCA.- ¡Sancho!
|
SANCHO.- ¡Ah! Blanca...
¿qué tienes?
|
BLANCA.- Nada... nada... ¡Qué feliz
soy al encontrarte aquí!...
|
SANCHO.- ¿No dormías...?
|
BLANCA.- No... no puedo. El sueño huye de
mis ojos.
|
SANCHO.- ¿Por qué? ¿No
estás aquí segura? ¿Qué tienes? No te
he dicho...
|
BLANCA.- En vano pido al reposo que me ampare.
Mi espíritu agitado se despierta; mi alma acuitada, vela...
Vela por sus recuerdos y tiembla por el porvenir... ¡Hay
momentos en que parece que voy a volverme loca!
|
SANCHO.- ¡Estás trémula,
helada... Blanca, tranquilízate...!
|
BLANCA.- La memoria de ese desdichado me
persigue.
|
SANCHO.- ¡Insistes aún!
|
BLANCA.- En vano intentas ocultármelo...
Bien oí anoche a Fortún cuando te anunció la
muerte de ese... ¡de ese marqués!
|
-53- |
SANCHO.- ¡Y bien!... Contados están
los días del hombre. ¡Llegó para él la
hora del castigo!
|
BLANCA.- Además... yo no puedo
ocultártelo, Sancho: los instantes que pasan me parecen
eternidades... No podemos seguir viviendo así... es
necesario que Dios autorice esta unión.
|
SANCHO.- Pronto, muy pronto...
|
BLANCA.- Ésta no es mi casa. Por mucho
que yo te ame, por mucho que sacrifique mi dignidad en aras de ese
amor, no puedo estar tranquila. Siento algo aquí, en mi
pecho, de que yo no tenía ni aun idea... Y... ya lo ves, no
me atrevo a alzar los ojos delante de ti... El rubor que enciende
mis mejillas es la vergüenza de la culpa...
|
SANCHO.- ¿Tú, culpable...?
|
BLANCA.- ¡Es igual!... ¿Qué
soy yo aquí?... Cuando estoy sola nadie me mira, y quisiera
ocultarme de mí misma... Si para arrancarme de mi hogar has
abusado de mi cariño, ¡no te burles de mi
debilidad!
|
SANCHO.- Blanca, Dios lee en nuestros
corazones...
|
BLANCA.- ¡Sí, y porque Dios lee en
ellos, imploro de ti que de una vez termine esta
situación...! Cuanto por mí ha pasado es la imagen de
un sueño espantoso... ¡Soñarlo sólo me
hubiera parecido un imposible! ¡Cruel, esto es muy cruel...!
Tu presencia basta para humillarme... ¡Y yo no puedo vivir
sin tu presencia!... ¡Yo quiero que al mirarte mi
corazón palpite de alegría! ¡Quiero sentir lo
que siempre he sentido cuando te he visto!, ¡lo que
sentía antes!... ¿Por qué huyes el rostro?
¿Por qué en tu frente pálida se extiende como
una sombra que vela los pensamientos de tu alma...? ¿Por
qué? ¿Por qué tu mirada torva y sombría
se oculta recelosa bajo tus párpados y no me miras como
siempre?
|
SANCHO.- Blanca... Tú sospechas...
|
BLANCA.- Yo no sospecho, no: yo creo...
Confiésalo de una vez... ¡Nace y crece el amor
lentamente, pero puede morir en un instante...! ¡Mía
es la culpa!
|
SANCHO.- ¡Calla!... ¿No ves que me
estás destrozando el alma?
|
BLANCA.- ¡Oye! Anoche dormías...
¡Yo velaba! Sentíme estremecida de pronto por el
acento lejano, entrecortado y trémulo de tu voz... Hablabas
como si un peñasco enorme comprimiera tu pecho...
|
SANCHO.- Dices bien... ¡Así
era!...
|
BLANCA.- Pronunciabas palabras de exterminio...
de venganza... de deshonra... ¡de amor!
|
SANCHO.- ¡También de amor!
|
BLANCA.- Sí... Entre aquellas voces que
partían arrancadas de lo íntimo de tu corazón
y que como un eco se escapaban de tus labios, oí mi
nombre... ¿Qué era eso, Sancho?...
¡Dímelo!
|
SANCHO.- ¡Un sueño!... ¡Una
pesadilla horrible! No sé si dormía. Yo no sé
si estaba despierto. Te veía, Blanca, humillada, degradada,
envilecida... Manchada tu frente y tus ojos entristecidos por el
llanto... Vertías un mar de lágrimas... Enferma,
pálida, despidiendo sollozos que partían el alma,
atravesabas sin embargo, por el mundo, arrastrando en el lodo de la
infamia tu fastuoso vestido de cortesana... El virrey, torvo,
iracundo, doblegado bajo el peso de su infortunio, te seguía
a lo lejos... Y ¡yo tras él...! ¡Aquello
parecía una procesión de los antros infernales...!
Así íbamos... Y yo, yo que con sólo extender
la mano podía arrancarte de aquella situación
infamante, te miraba ebrio de felicidad y de ventura... Gozaba con
tu sufrimiento... ¡Reía con tu martirio, Blanca!...
¡Y gozaba aún más, y reía aún
más con el martirio y la desesperación del virrey!...
Hubo un momento en que quise huir... Huir muy lejos de los dos, y
entonces... (Con expresión de infinita
ternura, cambiando de semblante.) el influjo de tu
mirada, el eco dulce, argentino y armonioso de tu voz, me
detuvieron: ¡oí el grito del amor en mi pecho!... Tu
ser entero se traspasó a mi ser, dominándolo,
embriagándolo, absorbiéndolo, y en esa espantosa
lucha, entre mi amor y mi venganza...
|
BLANCA.- ¡Tu venganza...!
|
SANCHO.- ¡No sabes lo que es eso...!
Retorcía el dolor mi alma; sentía la locura en mi
cerebro; estallaba la desesperación en mi pecho, como la
tormenta en el negro centro de una nube, y un torrente de
blasfemias y de oraciones brotaba de mis labios...
|
BLANCA.- ¡Sancho...! ¡Pero tú
deliras aún...!
|
SANCHO.- ¡No, no, Blanca...! ¡Pobre
Blanca mía!... Yo no deliro, no... No deliro; pero sí
creo que estoy loco. Esto es, que aún sostiene mi alma un
tremendo combate... Aquí siento la lucha... ¡Fiera,
desesperada!... ¡Mortal! Vete... Recógete...
¡Déjame solo...!
|
BLANCA.- ¡Sancho...!
|
SANCHO.- ¡Yo te amo...! ¡Vete!
|
|
(BLANCA abandona
la escena llorando.)
|
Escena
VII
|
|
SANCHO, el
VIRREY.
|
VIRREY.- Sancho...
|
SANCHO.- Adelante, señor... ¡Tanta
honra!...
|
VIRREY.- Ya te he dicho que te amo como a un
hijo, Sancho. No viene a tu casa el virrey de México; en
ella entra el amigo... Recíbeme como a tal.
|
SANCHO.- Y ¿a qué debo entonces
este placer...? Sentaos, señor, sentaos... (El
VIRREY se
sienta.)
|
VIRREY.- ¡Me acerco a ti, Sancho, porque
soy muy desgraciado!
|
SANCHO.- (Con
placer.) ¡Vos muy desgraciado!...
|
VIRREY.- Sí. ¡Si tú
supieras...!
|
SANCHO.- ¿Y qué os pasa?
Sepamos... pero permitidme cerrar esta puerta, porque entra un
frío... (Le pasa un cerrojillo a la puerta que
comunica con el interior, y por la cual desapareció
BLANCA.)
¡Y bien, señor!, ¿qué os hace
desgraciado? ¡Parece increíble! Un hombre poderoso,
rico, inmensamente rico, mecido desde su infancia en brazos de la
Fortuna... ¿Acaso vuestra esposa?...
|
VIRREY.- ¿Mi esposa?... No. Mi esposa no
ha podido nunca hacerme desdichado, por lo mismo que nunca me ha
hecho feliz. Jamás nos hemos amado. Caséme con ella
por respetos de familia, y en fin...
|
SANCHO.- No comprendo entonces...
|
VIRREY.- ¡Óyeme, Sancho! Hace
muchos años que es mi único bien, mi única
alegría, mi único exclusivo afecto en este mundo, una
hermosa niña.
|
SANCHO.- Sí, Sí... Una hermosa
niña que ha crecido de educanda en un convento de
Sevilla...
|
VIRREY.- ¡Lo sabías!...
(Profundamente sorprendido.)
|
SANCHO.- Y que trajisteis con vos a
México hace dos años...
|
VIRREY.- ¡Sí!...
|
SANCHO.- La alojasteis en las Concepcionistas,
donde la hicisteis amar y respetar, como si hija vuestra hubiese
sido...
|
VIRREY.- ¡Eso es!
|
SANCHO.- La visitabais todos los días,
misteriosamente al caer la tarde...
|
VIRREY.- Sí, porque...
|
SANCHO.- Ya lo habéis dicho: porque la
amabais con todo el poder de vuestra alma...
|
VIRREY.- ¡Con todo el poder de mi alma!
Pero...
|
SANCHO.- Pero... ¡Os la han robado!
|
|
(Pausa ligerísima.)
|
VIRREY.- (Acercándose a
SANCHO con grande
emoción.) ¡Y tú, tú,
Sancho, sabías esto también!...
|
SANCHO.- Cuando os lo digo...
|
VIRREY.- ¿Y quién, quién ha
sido?... ¡Quién! ¡No me reveles su nombre, nada
me importa! Dime dónde está... Dímelo...
¡Porque quiero beber su sangre toda!
|
SANCHO.- Calma, señor virrey...
¡Más calma!
|
VIRREY.- ¡Calma, y ella no está a
mi lado!... ¡Calma, y las horas vuelan...! ¡Calma, y el
dolor acrece y la desesperación mata!
|
SANCHO.- ¡Mucho sufrís...!
|
VIRREY.- ¡Dime quién es, Sancho!
¡Tú lo sabes, lo estoy leyendo en tus ojos!...
¡Dímelo!... ¡No ignoras que aquí valgo
cuanto vale un rey! ¡El rey no es más poderoso que yo!
¡Pídeme honores, riquezas, preeminencias...!
¡Todo, todo por una palabra tuya! Habla... lo sabes,
¿no es verdad?
|
-55- |
SANCHO.- ¡Sí, lo sé!
|
VIRREY.- ¡Oh, ventura!... ¿Y has de
decírmelo...?
|
SANCHO.- ¡No!
|
VIRREY.-
(Furioso.) ¿No?... ¿que no has de
decírmelo tú?... (Se dirige hacia la
puerta del fondo, alzando la voz.) ¡Hola!
¡A mí...!
|
SANCHO.- (Deteniéndolo
suavemente.) ¡Ah!, voy a cerrar esa puerta,
porque entra un frío... (Cierra con llave la
puerta del fondo. El VIRREY lo contempla con
espanto.)
|
VIRREY.- ¡Sancho!... ¿Te
estás burlando de mí?... ¿Estás jugando
con mi agonía?... Pero no, no... ¡Tú no eres
capaz de eso, imposible!... ¡Tú no eres un
ingrato!
|
SANCHO.- Sentaos, señor virrey, y
escuchadme.
|
VIRREY.- ¿Que yo me siente?... Bueno, te
obedezco... Ya lo ves: me siento... ¿Pero has de
decírmelo?...
|
SANCHO.- ¡Oíd! Anoche mismo,
anoche, señor virrey, os refería que Juan de
Paredes... aquel sujeto a quien os habían recomendado...
|
VIRREY.- ¡Dios mío! Pero, ¿y
eso qué tiene que ver?...
|
SANCHO.- Si no tenéis calma...
|
VIRREY.- ¡Sancho!
|
SANCHO.- Si no tenéis calma, enmudezco, y
entonces nada sabréis, aun cuando me pusierais en el potro
del martirio.
|
VIRREY.- Bien, bien... Ya callo... Ya escucho...
¡Qué ansiedad!
|
SANCHO.- Juan de Paredes, el desventurado
huérfano, encomendó a un amigo suyo, muy
íntimo, mucho, en una palabra, otro él, la
misión de vengar sus agravios en la persona del robador de
doña Mencia y del asesino de su padre; y este amigo, este
buen amigo, descubrió al fin al infame... ¡Ah!
¡Era un hombre muy poderoso!
|
VIRREY.- ¿Y tú sabes su
nombre?
|
SANCHO.- Si me interrumpís...
|
VIRREY.- ¡Escucho!
|
SANCHO.- El amigo de Juan Paredes logró
acercarse primero... hablar después... introducirse en la
casa... y luego, en el corazón del verdugo. Le espió
como el cazador de lobos a su presa... Le acechó
cauteloso... Se impuso de sus actos, de sus menores movimientos.
Estudió su carácter, sus afecciones más
íntimas; le siguió a todas partes y a todas horas, y
descubrió al fin el lugar... ¡El lugar en que se
ocultaba el cubil de la fiera! ¡No tenía más
que un único amor sobre la tierra!... Y allí
clavó sus ojos, porque clavándolos allí
clavaba un puñal en el corazón del asesino... No...
en su corazón no, ¡en su alma!... ¡Porque aquel
amor era su hija...! ¡Una doncella encantadora....!
|
VIRREY.- ¡Sigue...!
|
SANCHO.- Díjola amores...
|
VIRREY.- Sigue...
|
SANCHO.- Ella le amó con la ceguedad y el
poder todo del amor primero...
|
VIRREY.- ¿Y él?
|
SANCHO.- Él... ¡No la amaba!
|
BLANCA.- (Desde dentro con un
débil grito.) ¡Ay!
|
VIRREY.- Ese gemido...
|
SANCHO.- ¿Un gemido?... ¿Vos
habéis oído un gemido?
|
VIRREY.- Creí... Tal vez no... Me
engañé... ¡Sigue!
|
SANCHO.- Y una noche... ¡Anoche!...
|
VIRREY.- ¡Ya lo sé...!
¡Calla! ¡Su nombre...!
|
SANCHO.- Robóla él... Para
deshonrarla...
|
VIRREY.- ¡Calla!
|
SANCHO.- ¡Para envilecerla...!
|
VIRREY.- ¡Para envilecerla...! ¿Y
ella...?
|
BLANCA.- (Dentro.)
¡Abre! (Sacudiendo violentamente la
puerta.)
|
SANCHO.- ¡Óyela!
|
VIRREY.- ¡Allí... allí
está ella! ¡Miserable...! ¿Qué has
hecho?... ¡Vas a morir! (Lleva la mano a la
empuñadura de su espada.)
|
SANCHO.- ¡Sí, sí!... Ven,
infame asesino, ¡porque yo te aborrezco como a ella!
|
Escena
VIII
|
|
Dichos y BLANCA,
que ha hecho ceder la puerta.
|
BLANCA.- (Forzando al fin la
puerta y dirigiéndose a SANCHO.)
¡Mientes!... ¡Mientes!... ¡Tú no me
aborreces!
|
VIRREY.- ¡Blanca!
|
SANCHO.- (Señalando a
BLANCA.)
¡Mírala... Mírala...! ¡Allí
estaba!... (Señalando a la habitación
en que estaba BLANCA.) ¡Y
cuando dentro de poco hayas muerto por mi mano, virrey de
México, habrás muerto dos veces!
|
VIRREY.- (A BLANCA.) ¿Y es
cierto...?
|
BLANCA.- ¡Sancho! ¡Defiéndeme
de la deshonra!
|
SANCHO.- (Sin hacer caso de ella,
al VIRREY.)
Cuando un padre encuentra al cabo...
|
VIRREY.- (Queriendo poner una
mano en la boca de SANCHO.) ¡Calla,
maldito, calla!...
|
SANCHO.- ¡Blanca! ¡Ése no es
tu tutor, ése es... tu padre...!
|
VIRREY.- ¡Ah!
|
BLANCA.- ¡Mi padre!
(Quédanse BLANCA y el VIRREY como
anonadados.)
|
SANCHO.-
(Contemplándolos.) ¡Y cuánto
debe sufrir el corazón de un padre, al presentársele
-56- la vez
primera con este sagrado título a la hija de su
corazón!... ¡Ella no puede darle a besar su frente, no
puede...!
|
BLANCA.-
(Suplicante.) ¡Sancho!
|
VIRREY.- ¡Infamia!
|
SANCHO.- ¡Infamia, no! ¡Porque el
sufrimiento de ella está centuplicando el vuestro!
|
VIRREY.- (Desenvainando su
puñal.) ¡Blanca! ¡Vas a
morir...!
|
SANCHO.- (Arrojándose
sobre el VIRREY.) ¡No la
toquéis!... ¡Miradla!... ¡Es inocente! Amor me
ha robado mi presa... ¡Tanto la amé que pudo
más mi amor que mi venganza! (En el semblante
del VIRREY aparece la
alegría.) ¡No te goces, virrey!
¡Tú, que has sabido robar mujeres y asesinar ancianos,
no te goces!... ¡Sólo Dios y tú, y yo, sabemos
que está pura! No me he atrevido ni a ofenderla con una
mirada; pero mañana...
|
VIRREY.- ¡Ah!
|
SANCHO.- Mañana sabrá toda tu
corte que ésa es tu hija.
|
VIRREY.- No.
|
SANCHO.- Y que ha pasado allí la noche...
(Señalando a las habitaciones
interiores.)
|
VIRREY.- Tú morirás.
|
SANCHO.- Lo sabe mi escudero.
|
VIRREY.- (Sacando la
espada.) Basta... ¡Sangre! ¡Tu
sangre!... ¡Qué sed tan espantosa!...
|
-57- |
SANCHO.-
(Desenvainando.) Como la mía,
no.
|
BLANCA.- Señor, teneos... Sancho,
¿es esto posible?
|
SANCHO.- ¡Otra vez su acento...!
¡Otra vez el grito de su amor aquí en mi pecho!
Aparta, aparta de mí, Blanca, tu mirada, que a su influencia
mi brazo desfallece y tiembla en mi mano el acero cobarde.
|
BLANCA.- ¡Sancho, basta!
|
SANCHO.- ¡Óyelo... Óyelo,
padre mío! Ella lo ruega... ¡Ten compasión de
mí, si cuando ha llegado la hora de vengarte, por salir
pugna el perdón de mis labios!... ¡Padre mío,
perdón!
|
VIRREY.- ¡Tu padre has dicho!,
¿quién era tu padre? ¿Cómo te
llamas?
|
SANCHO.- Me llamo ¡Juan de Paredes!
|
VIRREY.- Tú... ¿tú eres
hijo de Diego Paredes y doña Mencia?
|
SANCHO.- ¿Para qué me lo
recuerdas? ¿Por qué haces que aparezcan ante
mí sus fantasmas ensangrentados?... Sí, yo soy... Yo,
quien te lo roba todo.
|
VIRREY.- ¡Tú, quien la
deshonra!
|
SANCHO.- Sí.
|
VIRREY.- ¡Parece que Satanás vive
en su pecho, y que el infierno inspira sus palabras!
|
BLANCA.- ¿Qué dice?
|
SANCHO.- ¿Qué decís?
|
VIRREY.- ¡Desdichado, sabe que aquellos
ocultos amores con doña Mencia tuvieron un fruto, y ese
fruto es...!
|
SANCHO.- ¡Ella! Amor maldito...
¡Ella es mi hermana...! ¡Oh, Dios poderoso!
|
BLANCA.- ¡Huye, Sancho, de aquí!...
¡Perdón y olvido!
|
SANCHO.- ¡Perdón y olvido!...
¡Sí, Dios me castiga! ¡Muera en mi pecho, muera
el sacrílego amor al par de mi venganza! ¡Ay... No
volveré a mirar, mientras tu halago endulza otra
existencia...! ¡Desventura mayor!
|
BLANCA.- Sancho... En un convento acabaré
mis días.
|
|
(Movimiento de dolorosa resignación en el
VIRREY, que dobla la
frente al suelo.)
|
SANCHO.- Allí ruega por mí...
¡Blanca!
(Despidiéndose.)
|
BLANCA.- ¡Sancho!...
|
SANCHO.- ¡Hasta el cielo!
(Con inmenso dolor y dirigiendo sus pasos hacia la
puerta del fondo.)
|
BLANCA.- ¡Hasta el cielo!
(Cayendo de rodillas.)
|