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¡Hasta el cielo!

Drama en tres actos y en prosa


José Contreras y Peón



  -41-  

A la señora doña Leonor del Valle de Peón

Si éste, que bien podría llamar mi primer trabajo, hubiera alcanzado mala suerte, seguro estoy, esposa mía, de que en tus ojos hubiera hallado una mirada de cariño mi desventurado manuscrito. Pero tú oíste el generoso aplauso de un público benévolo.

En memoria de aquellos instantes de felicidad que juntos sentimos y gozamos juntos, deja escrito tu nombre en esta primera página.

Tu Pepe



PERSONAJES
 

 
BLANCA.
BEATRIZ,   dueña de Blanca.
SANCHO LAÍNEZ.
EL VIRREY DE MÉXICO.
DON TELLO DE SOUSA,   marqués de Santa Flora.
FORTÚN,   escudero de Sancho.
 

La escena, en México. Época, siglo XVII.

 




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Acto I

 

Salón en el palacio de los virreyes. Dos mesas en el fondo, con escritorio. Foro de salón de baile. Noche.

 

Escena I

 

BEATRIZ, FORTÚN.

 

BEATRIZ.-   (Seguida de FORTÚN.)  Es inútil, señor escudero, tanta insistencia.

FORTÚN.-  Mirad lo que perdéis.

BEATRIZ.-  No pierdo nada.

FORTÚN.-  El tiempo, cuando menos.

BEATRIZ.-  Vos sí que lo perdéis; dejadme en paz.

FORTÚN.-  Mi señor es muy rico.

BEATRIZ.-  Lo sé.

FORTÚN.-  Y ¿cómo lo sabéis?

BEATRIZ.-  Me lo imagino. ¡Sois tan dadivoso!...

FORTÚN.-  Dádivas quebrantan peñas.

BEATRIZ.-  Yo soy inquebrantable.

FORTÚN.-  El oro de mi señor no os deslumbra, ni la codicia os excita... ¿Alguno os paga mejor?

BEATRIZ.-  Puede...

FORTÚN.-  Pensad en que vuestra señora le ama.

BEATRIZ.-  Mi señora amará a quien su tutor le designe para esposo. ¿Lo entendéis?

FORTÚN.-  Bien; pero lo que yo os pido es simplemente una entrevista de mi señor con ella.

BEATRIZ.-  En mi casa, os dije ya que no; en la propia casa de mi señora, en donde osasteis penetrar furtivamente.

FORTÚN.-   (Acercándosele.)  Beatriz... ¡Excelente, Beatriz!

BEATRIZ.-  ¡Apartad! ¿Quién sabe con qué maligno objeto os atrevisteis a tanto?

FORTÚN.-  Ya os lo dije: doña Blanca...

BEATRIZ.-  Y ¿cómo ha podido saber vuestro señor que doña Blanca le ama?

FORTÚN.-  Lo sabe.

BEATRIZ.-  Ésa no es respuesta.

FORTÚN.-  Es.

BEATRIZ.-  Si nunca habló con ella.

FORTÚN.-  Sí tal.

BEATRIZ.-  Encerrada estuvo siempre en un convento.

FORTÚN.-  Los conventos rejas tienen.

BEATRIZ.-  ¡Qué sacrilegio!

FORTÚN.-  Vos cargaréis con tal pecado.

BEATRIZ.-  ¡Yo...! Y ¿por qué?

FORTÚN.-  Porque a mi señor no le proporcionasteis otros medios. Tomad,  (Ofreciéndole un bolsillo.)  cinco minutos...

BEATRIZ.-  ¡Ni uno!

FORTÚN.-  Ved, dueña, que estoy resuelto a arrancaros una promesa.

BEATRIZ.-  Y ¿cómo?

FORTÚN.-  Si el oro no os ablanda las entrañas, el hierro podría muy bien deshacéroslas.  (Llevando la mano a la espada.) 

BEATRIZ.-  ¡Ay Jesús!... ¿Me amenazáis?

FORTÚN.-  Sí, por mi vida.

BEATRIZ.-  ¡Idos!... ¡Me dais miedo!

FORTÚN.-  Pues acceded, que si no...

BEATRIZ.-  ¡Daré voces!

FORTÚN.-  ¿Un escándalo?

BEATRIZ.-  Terco sois en demasía.

FORTÚN.-  Y vos, la más estúpida dueña que he conocido.

BEATRIZ.-  ¿Yo?... ¡Dadme paso!

FORTÚN.-  Y la más testaruda, y...

BEATRIZ.-  ¡Callad! Ruido escucho, y ojalá...

FORTÚN.-  ¡Ya nos veremos!  (Vase precipitadamente.) 


  -42-  

Escena II

 

BEATRIZ.

 

BEATRIZ.-  Es increíble, inaudita, la persecución que este hereje mal nacido me ha declarado; ¡vamos!...



Escena III

 

El VIRREY, BEATRIZ.

 

VIRREY.-  ¡Beatriz!

BEATRIZ.-  Señor...

VIRREY.-  ¿Qué me traes?

BEATRIZ.-  Un recado para Vuestra Excelencia de la venerable madre abadesa de las Concepcionistas.

VIRREY.-  ¡Hola!

BEATRIZ.-  Un recado y una carta.

VIRREY.-  ¿Una carta?

BEATRIZ.-  Hela aquí: en vuestras manos la pongo.  (Le da un billete.) 

VIRREY.-    (Abriendo el billete y leyendo.)  ¡Qué veo!

BEATRIZ.-  ¡Cuando digo que ha sido audacia...!

VIRREY.-  Letras de amores... y ¡a Blanca!

BEATRIZ.-  ¡Y en aquel santo asilo!

VIRREY.-  No leo aquí, ¡vive Dios!, ni la fecha ni la firma.

BEATRIZ.-  Encontróse ese billete, muy doblado y escondido, bajo los blancos manteles del pequeño altar de la celda que ayer mismo abandonó doña Blanca.

VIRREY.-  Y ¿quién pudo...?

BEATRIZ.-  Eso se ignora. Ha sido una verdadera sorpresa.

VIRREY.-  Y bien...

BEATRIZ.-  Celosa nuestra buena madre del reposo y tranquilidad de Vuestra Excelencia, me encarga os avise, para que andéis prevenido, señor.

VIRREY.-  Manifiéstale, Beatriz, mi reconocimiento.

BEATRIZ.-  Además, doña Blanca... desde anoche...

VIRREY.-  ¿Qué es lo que tiene desde anoche?

BEATRIZ.-  Yo no sé, en realidad, lo que mi señora tiene; pero a decir lo cierto, ella está enferma.

VIRREY.-  ¿Enferma? ¡Sí!... Ya me lo presumía...

BEATRIZ.-  Un año hará, señor, si la memoria no me es infiel, que la veo triste, retraída, llorosa.

VIRREY.-  Beatriz, ¿has observado tú?...

BEATRIZ.-  Y bien que he observado, señor; alguna oculta y misteriosa pena acibara su vida. Se adelgaza, va perdiendo la color, y desvelada noches enteras, sorprende el primer rayo de la luz del día alguna lágrima en sus ojos.

VIRREY.-  ¿Te habrás descuidado acaso?

BEATRIZ.-  Nunca, señor.

VIRREY.-  Alguno de esos nobles lograría hablarle y...

BEATRIZ.-  Y ¿cómo podría ser eso? La he vigilado constantemente... He sido su sombra en los claustros; en el huerto, su sombra; su sombra en los jardines.

VIRREY.-  ¡Es increíble!

BEATRIZ.-  A no ser que...

VIRREY.-  ¡Habla!

BEATRIZ.-  A no ser que... porque ha de saber Vuestra Excelencia, poderosísimo señor, que de algún tiempo a esta parte gustaba doña Blanca de arrodillarse, todos los días, durante la misa mayor, en un rincón del coro bajo, cerca, muy cerca de la reja, y desde allí... porque habéis de saber también, excelentísimo señor, que del otro lado de la reja, en el templo, distinguía yo siempre, inmóvil, fijo, a un gallardo mancebo, que tal lo parecía por su arrogante apostura...

VIRREY.-  Y ¿tú le viste el rostro?

BEATRIZ.-  No, no tal, que lo recataba con el embozo. Empero, sobre él veíanse brillar sus ojos... unos ojos...

VIRREY.-  Y ¿ella?... Y ¿Blanca?...

BEATRIZ.-  Fijas en él tenía las miradas.

VIRREY.-  ¡Y tú me lo ocultaste!

BEATRIZ.-  ¡Perdón, alto y gran señor, perdón! No creí que eso sólo fuese bastante motivo para llamar la atención de su excelencia.

VIRREY.-  Mal hiciste, muy mal, ¡viven los cielos! Y tú, ¿crees que el autor de esa carta...?

BEATRIZ.-  Pudiera ser el mismo.

VIRREY.-  Y ¿piensas que estos amores...?

BEATRIZ.-  Desvelada, inquieta y malcontenta la traen; de todas maneras, asegúroos, señor que doña Blanca no amará al caballero que le destináis por esposo.

VIRREY.-  Pues ello tendrá que ser así, Beatriz. Tú que tan grande influencia has logrado en su corazón, necesario es que procures aceptar sumisa y resignada ese enlace que... ¡me importa! Hazle comprender que una dama bien nacida debe, antes que nada, ciega obediencia al que ha velado por su felicidad desde que era niña... ¿Me entiendes?

BEATRIZ.-  Perfectamente. Pero hoy...

VIRREY.-  Hoy no; mañana. Sírveme como hasta aquí, Beatriz, y yo recompensaré espléndidamente tu celo.

BEATRIZ.-  Por todo el oro del mundo, no venderá la fidelidad que debo a la poderosa persona   -43-   de Su Excelencia. ¿No se os espera esta noche?

VIRREY.-  No, no, Beatriz, porque hay una mascarada en Palacio, y no tendré tiempo; además, será bueno que ella repose.

BEATRIZ.-  Bien, señor.

VIRREY.-  Ve. Que Dios te guarde.



Escena IV

 

El VIRREY.

 

VIRREY.-  ¡Ocultar a los ojos del mundo mi amor a esa criatura; ocultar eternamente su existencia a mi propia familia, para evitar explicaciones que el mundo exige y la familia pide! ¡Ahogar en el corazón las expansiones de este cariño sin límites!... Imposible, ¡esto es morir!... Si aquí la trajera... No, no; mi limpia reputación padecería. ¡Y ese miserable marqués que para esposa la codicia...! Las ocho.  

(Se oyen sonar las ocho.)

  Sancho no debe tardar... Aquí está.


Escena V

 

El VIRREY y SANCHO, que trae una cartera bajo el brazo.

 

VIRREY.-  Tan puntual como de costumbre, mi buen secretario.

SANCHO.-  Ése es mi deber, señor.

VIRREY.-  No abulta gran cosa, a lo que parece, el correo de España.

SANCHO.-  Vuestra Excelencia dice muy bien.

VIRREY.-  Y me alegro; alégrome en gran manera, mi buen Sancho, porque de ese modo en breve tornaremos a gozar de nuestra hermosa fiesta. ¿Estuviste en el salón?

SANCHO.-  De él acabo de salir. Es espléndida la concurrencia.

VIRREY.-  Bien, bien. En tanto que mi noble esposa le hace los honores, despachemos el correo.

SANCHO.-   (Leyendo los expedientes que sacará uno a uno de la cartera.)  Una pragmática de Su Majestad, que Dios guarde, en favor de los indios.

VIRREY.-  Bien.

SANCHO.-  Una carta participando la llegada a Veracruz de un visitador apostólico, dirigida a Vuestra Excelencia, por él mismo.

VIRREY.-  Saldremos a recibirle.

SANCHO.-  Una encomienda para don Tello de Sousa, marqués de Santa Flora.

VIRREY.-  Bien, muy bien.

SANCHO.-  Cartas particulares para Su Excelencia.

VIRREY.-  Dámelas.  (Aparte.)  ¿Habrá venido entre ellas la que con tanta ansiedad espero...? Ésta no es...  (Leyendo sólo las firmas.)  Ni ésta... Ni esta otra... ¡Oh!, aquí está.  (Lee.)  ¡Dios mío!  (Alzando la voz.)  Nada... ¡Nada de Juan de Paredes!...

SANCHO.-  ¿De Juan de Paredes habéis dicho?

VIRREY.-  ¿Le conoces acaso?

SANCHO.-  ¿Que si le conozco?... ¡Ah, señor! ¿No habéis notado en mí?...

VIRREY.-  Sí, Sancho, sí lo he notado: estás hoy de mal humor; pero ¿qué tiene eso que ver...?

SANCHO.-  Que hoy he recibido una carta de ese buen Juan de Paredes que acabáis de nombrar. ¿Conocéis su historia?

VIRREY.-  No, no tal... Me interesaba por él... Una recomendación...

SANCHO.-  ¡Ah!, ¿os le habían recomendado? Pues es inútil que os ocupéis más de él...

VIRREY.-  Acaso...

SANCHO.-  Pues ¡qué! ¿Os figuráis que ha sido poco lo que ha sufrido ese infeliz?

VIRREY.-  ¿Tú sabes algo de él?

SANCHO.-  Él ha sido el único amigo de mi infancia... Huérfano el desventurado desde la edad de cuatro años, víctima de un horrible crimen...

VIRREY.-   (Con sorpresa.)  ¿De un horrible crimen?

SANCHO.-  Él había nacido para ser feliz; vio la luz primera en una casa solar cerca de Balmaseda. Su padre, Diego de Paredes, tenía, además de ese hijo, algunos bienes de fortuna, y una esposa, dechado de hermosura y gentileza, joven, muy joven; llamábase Mencia... ¡Infeliz doña Mencia!

VIRREY.-   (Aparte.)  ¡Desventurada!

SANCHO.-  Diego de Paredes era dichoso, muy dichoso. Acariciaba la Fortuna aquel su tranquilo hogar... Pero desgraciadamente acampó en Balmaseda un regimiento de los de Flandes, y el capitán de ese regimiento conoció a la bella esposa de don Diego. ¡El capitán era un infame!

VIRREY.-   (Aparte.)  ¡Ah!

SANCHO.-  Una noche, mientras el infeliz esposo dormía, fue asaltada su casa, maniatada su servidumbre y... ¡robada doña Mencia! Mano alevosa había clavado un puñal en el generoso pecho de Diego de Paredes. El niño, que dormía con su ama en una pieza apartada, fue respetado, ¡Qué horrible noche debió ser aquélla!

VIRREY.-  ¡Horrible!

SANCHO.-  Dicen que el cielo estaba negro y el trueno estallaba en las alturas...

VIRREY.-   (Aparte.) ¡Sí...!

  -44-  

SANCHO.-  ¡Y al estallar debía oírse para el infame la maldición del Señor!

VIRREY.-  ¡Debía revelarse en el estampido del trueno la maldición de Dios para el infame!

SANCHO.-  Aquel niño, privado así del maternal regazo, lloró mucho, ¡mucho! En alas de la inocencia sus lastimeros gemidos llegarían como una oración al trono del Altísimo, y al cabo de algunos meses no parecía sino que sus lágrimas habían cicatrizado al fin la cruenta herida de don Diego... Y pasaron los años... y una noche -¡más espantosa todavía debió ser aquella noche!- el esposo ultrajado halló a la esposa robada que, creyéndose viuda, vivía con el asesino, con el asesino que representaba para ella el papel de salvador...

VIRREY.-  ¡Ah!

SANCHO.-  El esposo mató a la esposa y arrojó su cadáver a un soto... Y ¿no os figuráis, señor virrey, lo que sufriría el hijo de doña Mencia?; ¿cuál su dolor, cuál su angustia, cuando un día supo que la sangre de, su sangre había caído en el lodo, y que la carne de su carne había sido pasto de buitres...?

VIRREY.-  ¡Horror...!

SANCHO.-  ¡El seductor infame era un cobarde! No desnudó el acero, el acero envilecido en sus manos, para defender a su víctima... Huyó el miserable; pero ocho días después, Diego de Paredes caía cobardemente asesinado por el traidor puñal de mercenaria mano, para no levantarse más... Su hacienda fue incendiada... sus arcas robadas... y el hijo, Juan, abandonado a la caridad, ¡a las frías caricias de una mujer que lo escondió y lo alimentó con el duro pan de los pobres!...

VIRREY.-  Y ¿esa mujer?

SANCHO.-  No existe ya... ¿Os interesaba?

VIRREY.-  No.

SANCHO.-  Pasaron los años... ¡El niño se hizo hombre y sintió en su pecho lacerado por el infortunio, la insaciable sed de venganza!... Y ha de haber pasado una cosa horrenda en la presencia de Dios, que todo lo escucha y todo lo ve. De un lado, el asesino en largas noches de insomnio, viendo correr sangre debajo de su ostentoso lecho; en el espléndido cortinaje, manchas de sangre... manchas de sangre en el espacio... ¡manchas de sangre en todas partes...!

VIRREY.-   (Posesionándose poco a poco, como si en realidad pasara todo a sus ojos.)  ¡Eso es, manchas de sangre en todas partes!

SANCHO.-  Y del otro lado, al huérfano maldiciendo su desventura, desesperado, en interminables noches de vigilia... ¡buscando al ladrón que le robó su hacienda, y su porvenir y sus esperanzas! De un lado, el asesino sin consuelo.

VIRREY.-  ¡Sin consuelo!

SANCHO.-  Acosado por los remordimientos...

VIRREY.-  ¡Sí!

SANCHO.-  Y mirando a todas horas...

VIRREY.-    (Posesionándose ya enteramente y como fuera de sí.)  A todas horas el aterrador fantasma sangriento de cada una de sus víctimas... ¡Siempre...! ¡Siempre delante de él...! ¡Siempre a los lados...! ¡Siempre detrás...!

SANCHO.-  Y oyendo la voz del huérfano...

VIRREY.-  La voz del huérfano resonando siempre en sus oídos... aguda como el acero y filosa... lúgubre como el eco de la campana que toca a muerto... ¡pavorosa como la voz del trueno!

SANCHO.-  Como la voz del trueno que estallaba en las alturas...

VIRREY y SANCHO.-    (A un tiempo.)  ¡Aquella horrorosa noche!...

SANCHO.-   (Con marcada transición.)  ¡Ah!... ¡No parece, señor virrey, sino que vos sois la víctima o el verdugo!, ¡os posesionáis tanto...!

VIRREY.-  Sí... Yo estoy loco, tienes razón. Me posesiono tanto algunas veces de las desgracias ajenas... Como se trata de ese joven a quien me habían recomendado...

SANCHO.-  ¡Pobre Juan!

VIRREY.-  ¿Murió?

SANCHO.-  Murió, sí; en su lecho de agonía escribió con mano trémula la carta que hoy he recibido. ¡Séale leve la tierra, señor virrey!



Escena VI

 

Dichos y DON TELLO, con un dominó en el brazo y una carta en la mano.

 

DON TELLO.-  Si me lo permitís...

VIRREY.-  Adelante, marqués.

DON TELLO.-  Acabo de recibir, como todos, en el mismo salón de la fiesta, cartas de Madrid, y tengo precisamente que marchar para allá.

VIRREY.-  ¿Os vais a España, don Tello?

DON TELLO.-  Mañana mismo, pues necesito aprovecharla vuelta de la flota... ¡Hay tanto corsario en nuestras costas!

VIRREY.-    (A SANCHO.)  Puedes poner los acuerdos al margen de esas reales órdenes de Su Majestad, Sancho. Ya tú sabes.

  -45-  

SANCHO.-    (Sentándose a escribir.)  Bien, señor.

VIRREY.-   (Llamando a un lado a DON TELLO.) Os doy la enhorabuena, marqués... Acercaos por acá. Acaba Su Majestad de concederos una encomienda.  (Apartándose con DON TELLO adonde supone que SANCHO no puede oír.)  Puedes marchar a España, Martín Pérez, y cuando retornes, Blanca será tuya.

DON TELLO.-  ¡Imposible!

VIRREY.-  ¡No me exasperes, Martín!

DON TELLO.-  No me hablabais así cuando me fuisteis a proponer que matara...

VIRREY.-  ¡Calla!... Yo te aseguro...

DON TELLO.-  Os conozco demasiado para fiar en vos.

VIRREY.-  ¡Martín!

DON TELLO.-  No tengo confianza.

VIRREY.-  Dar la mano de Blanca a un zapatero...

DON TELLO.-  Hace ya mucho tiempo que no soy eso que decís. ¡Pudiera entre vuestros abuelos hallarse un albañil!

VIRREY.-  Y ¿no estás ya suficientemente recompensado? ¿No te ofrecí elevarte y te elevé? ¿No te he comprado un título de marqués? Y ahora quieres...

TELLO.-  La mano de Blanca.

VIRREY.-  Pero si ella se niega...

DON TELLO.-  ¡Obligadla!

VIRREY.-  ¡Ira de Dios! Y si yo quiero...

DON TELLO.-  ¿Deshaceros de mí? ¡Ah! Bien podríais...Vos todo lo podéis, pero ya os he dicho otra vez.- en España guardo unas cuantas líneas, debajo de las cuales están vuestro sello y vuestra firma. En ellas me ordenáis el asesinato, el crimen... El crimen nos liga; y si vos me hacéis matar, si no accedéis a mi demanda, virrey, la persona que tiene ese documento...

VIRREY.-  ¡Basta!

DON TELLO.-  Ya lo veis... Ese documento me asegura de vos.

SANCHO.-  He terminado, señor.

DON TELLO.-   (Alto.)  Con que esa boda...

VIRREY.-  Se verificará mañana mismo, don Tello. Tú, mi buen Sancho, serás padrino.

SANCHO.-  Pero permitidme os pregunte de qué boda se trata.

VIRREY.-  Caso a una pupila mía con el señor marqués de Santa Flora.

SANCHO.-  ¿Una pupila vuestra? Señor, es extraño...

VIRREY.-  Nada de eso; ella ha permanecido siempre en un convento, por eso no la conoces.

DON TELLO.-  ¿Y aún está en el convento?

VIRREY.-  No, marqués, vive en un precioso y reducido palacio que le he preparado... Pero, venid, venid; mi presencia se hace indispensable en el salón.

DON TELLO.-    (Dándole paso al VIRREY.)  Y en él acabaremos de coordinar la mejor manera de que se realicen nuestros mutuos deseos. Señor Laínez...  (Saludando.) 

SANCHO.-    (Saludando.)  Señor marqués...



Escena VII

 

SANCHO, luego FORTÚN.

 

SANCHO.-  ¡Se casa!... ¡La casan!... ¡Ah! ¡Esto no es posible!...

FORTÚN.-  ¡Al fin se fueron! ¿Señor?...

SANCHO.-  Fortún, ¿qué me quieres?

FORTÚN.-  Heme entrado hoy, hará una hora, furtivamente, en la casa de doña Blanca.

SANCHO.-  ¿Entraste?

FORTÚN.-  Hasta su mismo gabinete de labor.

SANCHO.-  ¿Dístele el billete?

FORTÚN.-  Sí.

SANCHO.-  ¿Vendrá?

FORTÚN.-  Ahí está ella.

SANCHO.-  ¿Quién?

FORTÚN.-  Doña Blanca.

SANCHO.-  ¿Doña Blanca, dices?

FORTÚN.-  Sí, señor; encubierto el rostro con un antifaz.

SANCHO.-  Y ¿cómo la has conocido?

FORTÚN.-   (Con rapidez.)  Conocióme ella a mí... Recordad que con el objeto de hacer llegar a sus manos algunos billetes vuestros, fui sacristán ocho días del convento de la Concepción. Además, esta tarde...

SANCHO.-  Bien. Y ¿le has hablado?

FORTÚN.-  Os busca.

SANCHO.-  ¿Ella? ¡Dios mío!

FORTÚN.-  Pero la dueña, la dueña no quiere separársele... Acabo de conseguir que algunos compañeros míos la entretengan.

SANCHO.-   Entonces voy...

FORTÚN.-  Permitidme, señor, que no sea así: podéis comprometerla. Un instante, señor, esperad... Vuelvo.



Escena VIII

 

SANCHO, después BLANCA y FORTÚN.

 

SANCHO.-  ¡Oh! ¡Ella aquí! ¡Me ama!... ¡Sí, me ama! ¡Qué horrenda lucha!... Conducirla al martirio... ¡Si no fuera el virrey su tutor!...Si fuera...

  -46-  

FORTÚN.-   (Entrando con BLANCA.)  Aquí está... Ahí le tenéis.  (Señalando a SANCHO y retirándose hacia el fondo.) 

BLANCA.-  ¡Él!... ¡Sí, es él!...

SANCHO.-  ¡Blanca!

BLANCA.-  Caballero dos palabras.

SANCHO.-  Vuestro soy.

BLANCA.-  ¿De vos viene este papel?

SANCHO.-  Lo escribió mi corazón.

BLANCA.-  Debo recelar...

SANCHO.-  ¿Pero es posible?

BLANCA.-  Ved cómo cumplo, Sancho.

SANCHO.-  ¡Blanca mía!... ¿Me amáis?...

BLANCA.-  ¡Y lo pregunta!

SANCHO.-  Oírlo de vuestros labios quería.

BLANCA.-  ¡Os amo! Ya lo oísteis...

SANCHO.-  Gracias. ¿Desde cuándo estáis fuera del convento?

BLANCA.-  Desde ayer.

SANCHO.-  Casaros quieren...

BLANCA.-  Casarme, sí... ¡Y lo sabía!...

SANCHO.-  Diez minutos hace que lo sé.

BLANCA.-  ¡Vos lo impediréis!

SANCHO.-  Sí... ¡Lo juro! Tomad estos polvos, Blanca; necesitamos hablar mucho, mucho... Poned la mitad de lo que este frasco contiene en la tisana de Beatriz...

BLANCA.-  ¿Y qué?...

SANCHO.-  ¡Descuidad! Únicamente la harán dormir. Cuando hayan producido su efecto, asomad una luz a vuestra reja; yo acudiré.

BLANCA.-  Y ¿el conserje?

SANCHO.-  No temáis.

BLANCA.-  ¿Sabéis dónde vivo?

SANCHO.-  Muy cerca de aquí; a un paso...

FORTÚN.-    (Asomándose.)  Señor, al extremo de esa oscura galería distingo un bulto. Debe ser la dueña.

BLANCA.-  ¿Beatriz? ¡Ah! Que no me vea...

SANCHO.-  ¡Fortún! Acompaña a esta dama hasta su casa. Id sin temor, Blanca, Fortún es leal y es buena espada. Por allí, por la escalera interior.

BLANCA.-  ¡Sancho!  (Despidiéndose.) 

SANCHO.-  Contad conmigo.



Escena IX

 

SANCHO, después BEATRIZ.

 

SANCHO.-  Hermosa, hermosa como una mañana de primavera. ¡Inocencia y gentileza, vosotras sois su adorno! ¿Dónde hubo más dolor que el que aquí siento? Si no fueran ciertas mis sospechas... ¿Quién guarda ese secreto?... Es necesario saberlo. ¡Ah!...  (Se arroja sobre la dueña, que en ese momento aparece por el fondo y la lleva al proscenio casi arrastrada.)  ¡Ven acá!

BEATRIZ.-  ¿Quién sois vos?

SANCHO.-  ¡Nada te importa!, ¡beata de Lucifer! ¡Ven acá!... ¡Ya te tengo entre mis manos!

BEATRIZ.-  ¿Pero qué pretendéis?

SANCHO.-  Hace un año que te persigue mi escudero, que te ofrece oro, ¡mucho oro! Y nada ha bastado para reducirte...

BEATRIZ.-  ¡Soltad! ¡Soltad, que me hacéis daño!

SANCHO.-  ¿A qué has venido a esta fiesta?

BEATRIZ.-  Empeñóse doña Blanca...

SANCHO.-  Y él, ¿lo sabe?

BEATRIZ.-  ¡Ella! ¿Dónde está ella?

SANCHO.-  La encontrarás en su casa. ¡Nada temas!

BEATRIZ.-  ¡Me lastimáis!

SANCHO.-  ¿Qué es de ella el virrey?

BEATRIZ.-  ¡Nada...! No sé qué me estáis diciendo.

SANCHO.-  ¡Contesta!  (Desenvainando el puñal.) 

BEATRIZ.-  No sé de qué me habláis... ¡Ah! ¡Misericordia! Voy a decíroslo...

SANCHO.-  ¡Estamos perdiendo el tiempo!

BEATRIZ.-  Es...

SANCHO.-  ¡Habla!

BEATRIZ.-  Su tutor.

SANCHO.-  Y ¿la ve todos los días?

BEATRIZ.-  Todos.

SANCHO.-  Hace dos meses, pretextando una enfermedad, el virrey desapareció de palacio y fue a encerrarse en el convento de la Concepción. ¿Es cierto?

BEATRIZ.-  Sí.

SANCHO.-  Allí pasó tres días...

BEATRIZ.-  Sí.

SANCHO.-  Y ¿por qué?

BEATRIZ.-  Doña Blanca estaba en peligro de muerte...

SANCHO.-  Y ¿él?...

BEATRIZ.-  Velaba a su cabecera y lloraba.

SANCHO.-  ¡Él!... ¡El virrey lloraba! Esa palabra escapada de tus labios me lo revela todo... ¿Dices que es su tutor?

BEATRIZ.-  Sí.

SANCHO.-  ¡Mientes!

BEATRIZ.-  ¡Por compasión!

SANCHO.-  ¡Miserable!... ¡Mientes!... ¡Mira, estamos solos...! Nadie nos ve... ¡Voy a coserte a puñaladas!

BEATRIZ.-  No... ¡No...! ¡Voy a decíroslo...! ¡Es... su padre!

SANCHO.-   (Arrojándola al suelo.)  ¡Su padre!... ¡Ah!, ¡su padre!... ¡Vete!... ¡Maldito seas, amor!



 
 
FIN DEL ACTO I
 
 


  -47-  
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Acto II

 

Sala en casa de DOÑA BLANCA. Puerta al fondo. A la derecha un balcón practicable. A la izquierda una puerta que comunica con el interior. Mesa al estilo de la época: un velador y junto a la mesa un gran sillón. Noche.

 

Escena I

 

BLANCA, después BEATRIZ.

 

BLANCA.-   (Junto a la mesa preparando una taza de tisana para la dueña.)  Bien: cuando ella venga encontrará preparada, como siempre, su taza de cordial... ¡Pobre Beatriz! No quisiera yo volverla a ver. Le tengo miedo... ¡Ella!

BEATRIZ.-    (Entrando.)  ¡Uf!... Por fin... ¡Por fin estoy aquí...! ¡Blanca! ¡Señora! Esto no se puede sufrir... Engañarme a mí, a la anciana Beatriz, que os tuvo de la mano cuando comenzabais a dar los primeros pasos ¿Quién os ha acompañado a casa? ¿Por qué os separasteis de mi lado? ¡Ah!... El señor lo sabrá todo... ¡Todo...!

BLANCA.-  Beatriz, mi querida dueña, no te enojes.

BEATRIZ.-  ¿No enojarme yo?... ¿Y para que esto pasara me instigasteis a ir a ese malhadado baile de máscaras? Engañando a su excelencia...

BLANCA.-  ¡Beatriz mía!

BEATRIZ.-  Yo soportaré su cólera, repito, pero sabrá cuanto ha ocurrido.

BLANCA.-  ¡No harás tal, Beatriz!

BEATRIZ.-  ¿Lloráis...? ¿Lloráis...? No, hija mía, no; nada le diré... Ya basta... No quiero atormentaros más. Bien que pronto os casaréis...

BLANCA.-  ¡Jamás!

BEATRIZ.-  Blanca, hija mía; eso es muy mal hecho. La obediencia antes que nada. Si amas a otro, olvida, arroja de tu pensamiento su imagen: ésa es una tentación. Desoír los consejos del anciano a quien le debes todo, es una negra, negrísima ingratitud, y el cielo castiga las ingratitudes. ¡Ejem! ¡Ejem!... La tos... ¡La tos...! Con el aire frío de la noche y aquel susto se ha recrudecido.

BLANCA.-  Tu tisana... Tu tisana, Beatriz: tómala.

BEATRIZ.-  Sí, la tomaré por no dejar de hacer algo, pero no ha de aliviarme, lo conozco... Siento que mi sangre hierve, tengo la calentura por dentro... ¿Te vas? ¿No rezamos?

BLANCA.-  Sí, Beatriz. ¿Cómo no habíamos de rezar? Pero, ¿no ves que falta allí mi libro de oraciones?



Escena II

 

BEATRIZ, después el VIRREY.

 

BEATRIZ.-  ¡Pobrecilla!... ¡Buen susto le he dado! Que dejo tan extraño le notó a mi tisana... ¿Será que ese hombre me ha derramado la bilis, y teniendo la lengua amarga...? Alguien se acerca... ¿Quién puede ser a estas horas?... ¡Ah!... ¡Su Excelencia!



Escena III

 

El VIRREY, BEATRIZ.

 

VIRREY.-  ¿Y Blanca?

BEATRIZ.-  Mejor... muy mejorada... ¿Queréis que la llame?

VIRREY.-  No, espera. He resuelto, Beatriz, que esta misma madrugada se celebren las bodas de Blanca. Nada le digas. Sería una crueldad... ¡Aunque por otro lado pudiera convenirle ese matrimonio!... ¡Ah!... No sé qué hacer... no lo sé... ¡Ella! (Hablaremos después.)

BLANCA.-  Señor...

VIRREY.-  ¡Beatriz, despeja!

 

(Vase BEATRIZ.)

 


Escena IV

 

El VIRREY, BLANCA.

 

VIRREY.-  Siéntate aquí, hija mía, siéntate.  (BLANCA y el VIRREY se sientan.)  Temiendo importunarte había tomado la resolución de no venir esta noche; pero un suceso grave e inesperado obligóme a pesar mío... ¿Te sientes mal?

BLANCA.-  No, señor. Estuve indispuesta... Pero me siento ya mejor.

VIRREY.-  ¡Blanca...! Debes haber comprendido cuánta ternura, cuánto amor encierra mi corazón para ti... Eres tú lo más querido, lo más idolatrado de mi alma... ¿Qué fueran para mí los días, muchos o pocos, que de vivir me restan, sin tu amor? En tu encierro mismo, en tu celda, en la estrechez del claustro, ¿no te he rodeado de cuantas comodidades, de cuantas ventajas proporcionan la educación y el dinero? ¿Podrás negarlo?

BLANCA.-  No, señor; no podría negaros una felicidad que únicamente a vos debo... quién sabe a qué título.

  -48-  

VIRREY.-  Ya te lo he dicho, Blanca. Era tu padre para mí, lo mismo que un hermano... Al dejarte huérfana y sola en el mundo, te entregó a mi cariño, cuando apenas brillaban en tu inocente mirada los primeros albores de la vida... Y ¡qué! ¿Te he querido menos que si fuese en realidad tu propio padre?

BLANCA.-  ¡Ah!... Eso no. El mío desde el cielo se ha de gozar en veros, haciendo aquí en la tierra sus veces, y pedirá al Señor envíe sobre vos la bendición de los buenos.

VIRREY.-  Sí, hija mía; pero no estoy satisfecho. Pensando siempre en tu completa ventura, he determinado que salgas para siempre de la vida de clausura y oración que hasta aquí has llevado... Destrozaré para siempre la puerta de tus prisiones, que cerré con llave de oro. Tu alma oprimida, libremente volará. En la luz de nuevos horizontes se bañarán tus ojos, y ambiente de perfumes regocijará tu pecho... ¿Serás dichosa, hija mía?

BLANCA.-  Debo serlo; mucho, sí.

VIRREY.-  Anhelo que conozcas el mundo... Que su estruendo hiera tus oídos... Y quiero que a él te presentes para gozar sus inmensos bienes. Sí; pero al mismo tiempo he resuelto que aparezcas ante la sociedad escudada con el nombre de un ilustre caballero... ¿Qué es eso...? ¿Bajas la frente, hija mía?

BLANCA.-  Dos veces, señor, me habéis hablado ya de lo mismo, y aunque os he manifestado de una manera vaga mi repugnancia por ese enlace, hoy... hoy que por tercera vez me habláis de eso... sabed...

VIRREY.-  Dilo... ¿Qué he de saber...?

BLANCA.-  Que no es posible.

VIRREY.-  ¡Que no es posible!

BLANCA.-  ¡Que vos no querréis, padre mío, porque mi otro padre que está en el cielo no puede quererlo tampoco! ¡Que vos no querréis, digo, que mi labio ante el altar del Señor pronuncie un falso juramento!

VIRREY.-  Blanca...

BLANCA.-  Porque yo no podría ser feliz al lado de ese hombre a quien me destináis...

VIRREY.-  ¡Ah...!

BLANCA.-  Porque vos, señor, que anheláis mi dicha, mi ventura, mi contento en este mundo, vais a sacrificar mi corazón y mi vida, y tal vez, tal vez a procurar mi condenación eterna.

VIRREY.-  Es preciso.

BLANCA.-  Vos, vos no podéis querer eso...

VIRREY.-  He dado mi palabra...

BLANCA.-  Y ¿qué importa vuestra palabra cuando yo rehúso con toda mi alma esa engañosa felicidad que me ofrecéis?

VIRREY.-  Mi honor está empeñado...

BLANCA.-  Y por cumplir ese empeño ¡vais a hacerme desgraciada! ¡Padre... Padre...! ¡De rodillas os lo pido...! ¿Para eso velasteis a la cabecera de mi lecho tres noches eternas de agonía? ¡Hubiéraisme dejado morir, y yo os bendeciría ahora desde el cielo!...

VIRREY.-  ¡Blanca! ¡Blanca! Levántate...

BLANCA.-   (Levantándose.)  Volvedme a mi convento.

VIRREY.-  ¿Lo prefieres?

BLANCA.-  Sí.

VIRREY.-  ¿A eso te inclina tu corazón?

BLANCA.-  No... No me lleva al claustro mi corazón.

VIRREY.-  ¿Amas tal vez...?

BLANCA.-  Señor...

VIRREY.-   (Enseñándole el billete que le dio BEATRIZ en el Acto I.)  ¿Quién ha escrito esto?

BLANCA.-  ¡Ah!... Una carta suya...

VIRREY.-  ¿De quién?... ¿De quién?... ¡Su nombre...! ¡Su nombre de familia!

BLANCA.-  ¡No lo sé! Lo ignoro... ¡No ha querido decírmelo!...

VIRREY.-  ¡Renuncia para siempre a ese amor! ¡Un desconocido! Mañana es necesario que se celebren tus bodas con el marqués.

BLANCA.-  Mañana... ¿Decís que mañana?... ¡No! ¡No será ni mañana ni nunca! ¿Verdad que no?  (Cambiando de tono y con profundo cariño.) 

VIRREY.-   (Enternecido.)  Apártate, hija...  (Aparte.)  ¡Pobre Blanca!... Y él... ese marqués al fin es un bandido...  (Llamando.)  ¡Beatriz!  (Aparte.)  Es necesario, cuando menos, darle una tregua...



Escena V

 

Dichos, BEATRIZ, después DON TELLO.

 

BEATRIZ.-  Señor...

VIRREY.-   (Aparte a BEATRIZ.)  Esta llave pertenece a la puerta cerrada que has visto en tu aposento; esa puerta comunica con el palacio...Don Tello no tardará en llegar... No te muevas de aquí y dame parte de lo que ocurra.

BLANCA.-  Alguien viene...

VIRREY.-  Oigo pasos... Debe ser el marqués. Pasad, pasad, marqués... ¡Adelante!  (Aparte.)  ¡Cuidado, Blanca, cuidado!

DON TELLO.-  Señora...  (Saludando a BLANCA.)  Creía no encontraros, señor virrey.

VIRREY.-  Llegáis a buen tiempo, don Tello. Mi   -49-   pupila cree que es demasiado pronto el enlace; desearía más calma... Pero os dejo con ella y vos la convenceréis.  (Aparte a BEATRIZ.)  Cuando ese hombre salga, te espero... Hasta la vista, señor marqués. Hasta después, hija mía. ¡Qué noche...!  (Se va.) 

BLANCA.-  Hasta después, señor.



Escena VI

 

DON TELLO, BLANCA y BEATRIZ, que tomando un libro de oraciones y un rosario, se sienta junto al velador, en el gran sillón que estará cerca, y comienza a cabecearse al principio de esta escena, hasta que se duerme.

 

DON TELLO.-  Por la tercera vez, la honra tengo de presentarme ante vos, señora, y por la tercera vez me abruma el sentimiento de encontrar burladas mis esperanzas.

BLANCA.-  Señor marqués...

DON TELLO.-  La primera ocasión que os vi, no os dignasteis ni aun siquiera mirarme; la segunda...

BLANCA.-  Es inútil que continuéis: adivino cuanto vais a decirme, señor.

DON TELLO.-  Dejadme al menos...

BLANCA.-  Y me sorprende, en verdad, que a pesar de lo que en un lenguaje mudo, pero harto elocuente, os he manifestado, insistáis en una pretensión, a mi juicio, impropia de quien se precia de caballero.

DON TELLO.-  Señora...

BLANCA.-  Aunque educada dentro de las sombrías paredes de un convento, he aprendido en los libros, y he leído en mi propio corazón, todo lo que se debe uno a sí mismo.

DON TELLO.-  No esperaba yo oír tales palabras de vuestros labios.

BLANCA.-  ¿Y qué os admira, señor? ¿Os he obligado acaso a que me améis?... ¿Cómo queréis, pues, obligarme a que os ame?

DON TELLO.-  Señora, el tiempo y los merecimientos míos, ablandarán algún día para mí ese corazón de roca.

BLANCA.-  ¿Y si así no fuere?

DON TELLO.-  Serán para mi dicha, suficiente disculpa vuestra adorable belleza, vuestra extraordinaria hermosura.

BLANCA.-  Dejaos de galanteos...

DON TELLO.-  Viviré siempre rendido a vuestras plantas.

BLANCA.-  Y yo... ¿Cómo queréis que viva, señor marqués? ¿Nada os importo yo? ¿Yo no soy nada?... Vos, rendido a mis plantas... Vos, contemplando esta hermosura de que tan prendado os mostráis... Vos, alimentando en el ansioso pecho una esperanza... ¿Y yo...? Yo... ¡Con fingida sonrisa en el semblante!... ¡Con fingida mirada de cariño en los ojos...! ¡Con fingida palabra de abnegación en los labios!... ¡Vos, riendo; yo, llorando... Vos, alegre; yo triste, y en el corazón despechado, la hiel del cansancio y la tortura de la desesperación...! ¡Eso es muy bello!... ¡Muy bello!... ¿Y es ése el porvenir que me preparáis?

DON TELLO.-    (Con despecho.)  Blanca... A pesar de todo lo que me decís, no puedo prescindir de vos.

BLANCA.-    (Suplicante.)  ¡Sed bueno...!

DON TELLO.-  No me es posible serlo más.

BLANCA.-  ¡Sed generoso...!

DON TELLO.-  No puedo.

BLANCA.-  ¡Sacrificaos a mi felicidad!

DON TELLO.-  ¡Hacedlo vos!

BLANCA.-  El amor es el sacrificio, y yo no os amo.

DON TELLO.-  ¡Nunca!

BLANCA.-   (Con resolución y energía.)  ¿Ésa es vuestra última palabra?

DON TELLO.-  ¡Ésa!

BLANCA.-  Pues oíd la última palabra mía: ¡jamás seré vuestra!

DON TELLO.-    (Con profundo despecho.)  ¡Mañana, señora, volveré a veros en el oratorio de Palacio!  (Aparte.)  ¡Ah!... ¡Ella ama a otro...! ¡Vigilaré!



Escena VII

 

BLANCA y BEATRIZ, ésta durmiendo.

 

BLANCA.-  ¡Dios mío! Y yo estoy sola... ¡Sola! ¿Y él...? ¡Ah!, sí... Él... Don Sancho ha jurado salvarme... ¿Beatriz?... El narcótico ha producido su efecto... Y apenas ha tomado una parte de su cordial.  (Mirando a la taza.)  Es necesario no perder el tiempo...  (Toma la luz.)  ¡Cómo palpita mi corazón!  (Asoma la luz por el balcón.)  ¿Me habrá visto?...  (Retira la luz y la vuelve a dejar sobre la mesa.)  ¡Virgen Madre de Dios!... ¡Que él venga!... ¿Quién será ese hombre que tal influencia, que tan misterioso poder ejerce sobre mí?... ¿De dónde viene? ¿Cómo se llama? ¡Ah!, respiro... Oigo subir las escaleras... ¡Él! ¡Es él!...


  -50-  

Escena VIII

 

BLANCA, SANCHO, FORTÚN y BEATRIZ, ésta durmiendo.

 

SANCHO.-    (A FORTÚN desde la puerta del fondo.)  ¿Cerraste el postigo de la calle?

FORTÚN.-  Sí, señor.

SANCHO.-  ¿Guardas la llave?

FORTÚN.-  Aquí está,

SANCHO.-  ¿Y el conserje?

FORTÚN.-  Asegurado.

SANCHO.-  Retírate...  (Adelantándose al proscenio.) 

BLANCA.-    (Recibiéndole.)  ¡Ah, caballero...!

SANCHO.-  Blanca... ¡Blanca hermosa! ¡Al fin estoy tranquilo a tu lado! ¡Te veo, respiro tu aliento y se bañan mis ojos, mi alma, mi ser entero, en la poderosa luz de tu mirada! ¡Ah! ¡Cuál me atraes!, ¡cuál me fascinas!

BLANCA.-  Y yo... ¿No me ves? ¿No te gozas, Sancho, con esta alegría que siento que me roba el alma, que me la arrebata, que se la lleva?... Ya lo ves... Y ése, ¡eres tú! ¡Tú eres esa alegría!

SANCHO.-  ¡Qué sueño tan hermoso!  (Aparte y pasándose la mano por la frente.)  ¡Quién pudiera no despertar nunca de él!

BLANCA.-  ¿Y callas?

SANCHO.-  La dicha me enmudece.

BLANCA.-  ¡Si supieras cuánto he sufrido callando!... Sí... ¡Lo debes saber! ¡Porque tú me has dicho que me adoras!... Un año entero viéndote sólo al través de aquella doble reja... Unos cuantos instantes... ¡Los únicos de felicidad que yo he gozado, Sancho, en mi vida!

SANCHO.-  ¡Ya no volveremos a separarnos nunca, Blanca mía!

BLANCA.-  ¿Lo crees?

SANCHO.-  ¡Lo siento!

BLANCA.-  ¡Cuánta dicha!

SANCHO.-  ¡Cuánta felicidad!

BLANCA.-  Yo mirándome en tus ojos...

SANCHO.-  Yo en los tuyos mirándome...

BLANCA.-  ¡Eso es vivir!

SANCHO.-  ¡Eso es gozar!

BLANCA.-  ¡Ay...!

SANCHO.-  ¿Qué tienes...?

BLANCA.-  Ese hombre...

SANCHO.-  Desde que nos separamos le he buscado por todas partes...

BLANCA.-  ¿Para qué?

SANCHO.-  ¿Y lo preguntas, Blanca?

BLANCA.-  No desistirá; aquí lo ha dicho.

SANCHO.-  ¡Los muertos siempre desisten!

BLANCA.-  ¿Matarlo intentas?

SANCHO.-  ¡Le mataré!

BLANCA.-  ¡Eso no!... No es necesario... Yo sola basto... Resistiré... Y allí, delante de Dios, no pronunciaré la palabra fatal... ¡Yo te lo juro!

SANCHO.-  Y volverán a encerrarte para siempre...

BLANCA.-  Es preferible.

SANCHO.-  ¿Y qué haré yo entonces...?

BLANCA.-  Lo que yo haré... ¡Sufrir!

SANCHO.-  Nunca podré yo resignarme a eso... ¡jamás!

BLANCA.-  Si yo pudiera hacer que mi tutor...

SANCHO.-  ¡El virrey...!

BLANCA.-  Sí.

SANCHO.-    (Aparte.)  Le olvidaba... ¡Me había olvidado de él!

BLANCA.-  Me he arrojado a sus pies... Le he suplicado...

SANCHO.-    (Con alegría.)  ¡Ah! ¿Es un tirano ese hombre para ti?

BLANCA.-  No, nunca lo ha sido: ¡me ama!

SANCHO.-    (Con desconsuelo.)  ¡Que te ama! ¡Que te ama, dices!

BLANCA.-  Eso es... Siempre cariñoso y tierno padre para mí, ha procurado cercarme de infinitos goces...

SANCHO.-    (Aparte.)  ¡Pluguiera al cielo que la aborreciese!

BLANCA.-  Siempre delante de mí ha desaparecido el ceño de su frente. Yo he mirado en sus ojos brillar el rayo de la felicidad al influjo de mis caricias, y su voz naturalmente ruda y áspera se ha dulcificado al responder a mis palabras.

SANCHO.-  ¡Luego te ama mucho...!

BLANCA.-  Pero hoy no... Hoy no, Sancho... ¿Lo creerías? Hoy cuando le rogué que se condoliese de mí, no ha escuchado mi súplica... Impasible ante mi clamor, sordo a mi ruego, me ha dejado oír su voz severa.

SANCHO.-  Pues bien, Blanca. Entonces no queda más que un recurso... ¡Buscara ese hombre!

 

(Se oyen golpes a la puerta de la calle.)

 

BLANCA.-  Llaman...

SANCHO.-  Blanca... y si no doy con ese miserable esta noche, si llega la mañana y...

BLANCA.-  Estoy dispuesta a todo. ¡No seré suya!  

(Golpes a la puerta.)

  Llaman otra vez.

SANCHO.-  Nada temas; no pueden abrir...

BLANCA.-  Sospecharán...

SANCHO.-  Me retiro... Bien, en ti confío y por lo que a mí toca, buscaré hasta en el mismo infierno a ese marqués.


  -51-  

Escena IX

 

Dichos y DON TELLO, por el balcón.

 

DON TELLO.-  No necesitáis de tanto para dar conmigo, ¡señor Sancho Laínez, aquí me tenéis!

BLANCA.-  ¡Ah!

SANCHO.-  ¡Mejor, tanto mejor, pues me ahorráis ese trabajo!

DON TELLO.-  Y queréis decirme, ¿con qué derecho penetráis en esta casa y cerráis sus puertas con llave?

SANCHO.-  Con el mismo que os asiste a vos para entrar por el balcón.

DON TELLO.-  Esa dama es mi prometida.

SANCHO.-  ¿Lo creéis así?

DON TELLO.-  ¡Antes que despunte el alba será mi esposa!

SANCHO.-  ¡Pues eso quiere decir que antes que despunte el alba, vais a morir!

BLANCA.-    (Despertando a BEATRIZ.)  ¡Beatriz...!

DON TELLO.-  ¡Moriréis vos!

SANCHO.-  ¡En guardia!...

 

(Cruzan los aceros.)

 

BLANCA.-    (Despertando a BEATRIZ.)  ¡Beatriz!... ¡Ve...!, ¡avisa a mi tutor...!

BEATRIZ.-  ¡Qué miro!  (Vase BEATRIZ por las habitaciones interiores.) 



Escena X

 

BLANCA, SANCHO, DON TELLO.

 

BLANCA.-  ¡Basta...! ¡En mi presencia...!

SANCHO.-    (Desarmando al marqués y poniendo un pie sobre la espada de éste.)  ¡Ah, ya lo veis, os he desarmado...!

DON TELLO.-  ¡Oh, rabia!

SANCHO.-  Blanca... Acércate... Ese hombre que ves allí, era hace algunos años un infeliz artesano de aldea... Gozaba fama de honrado: ¡la fama mentía! ¡Unas monedas de oro y un título de marqués armaron su brazo con el puñal del asesino!... Se está mirando la mano... ¡allí debe tener todavía la sangre de un anciano!... Pregúntale si es cierto... Mírale, Blanca, mírale... ¡Qué pálido se ha puesto...!

DON TELLO.-  Y vos...

SANCHO.-  ¡Niégalo!... Acércate, Blanca... te da horror... ¿no es verdad?... ¡Oye! Aquel alevoso asesinato fue perpetrado en una solitaria encrucijada, a la moribunda luz del sol. En una encrucijada también, al declinar de un día, esperé a ese hombre, me batí con él, hierro a hierro, como hoy; le desarmé, como hoy... luchamos... vencí y con mi daga alzada sobre su pecho, me refirió cobardemente su historia y la de su cómplice... ¡Asesino y traidor...! ¡Con ese hombre quieren casarte, Blanca!

BLANCA.-  ¡Nunca!

SANCHO.-  ¡Entonces... ven conmigo!

BLANCA.-  Tú crees...

SANCHO.-  Que si no huyes, te obligarán a ser suya.

DON TELLO.-  ¡Ira de Dios!

BLANCA.-  ¡Eso jamás!

SANCHO.-  ¿Vienes...?

BLANCA.-    (Vacilando.)  ¡Dios mío!...

SANCHO.-  ¡Blanca!

BLANCA.-  ¡Vamos!

SANCHO.-  ¡Fortún!  

(FORTÚN aparece.)

  ¡Detén a ese hombre!  (Toma la espada de DON TELLO que ha tenido bajo sus pies y se la arroja para que se defienda.) 

FORTÚN.-  Señor...

SANCHO.-   (Al oído de FORTÚN.)  ¡Mátale!

 

(Vanse SANCHO y BLANCA rápidamente.)

 


Escena XI

 

DON TELLO, FORTÚN.

 

DON TELLO.-   (Que ha recogido su espada y quiere lanzarse en pos de los fugitivos, dice a FORTÚN que se le interpone.)  ¡Miserable lacayo!

FORTÚN.-  ¡Reñid!

DON TELLO.-  ¡Sí, por Cristo...!

FORTÚN.-  ¡A muerte!

DON TELLO.-  ¡A muerte!

 

(Quedan luchando al caer el telón. Mucha rapidez en esta última escena.)

 


 
 
FIN DEL ACTO II
 
 



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Acto III

 

Habitación de SANCHO LAÍNEZ en Palacio. Puerta en el fondo, y a la derecha del espectador otra que comunica con las habitaciones interiores. Armas, sillas, una mesa y dos escaños.

 

Escena I

 

FORTÚN, limpiando una espada.

 

FORTÚN.-  ¡Se me cansa más el brazo cuando bruño el acero, que cuando puesto en guardia   -52-   le manejo contra el enemigo, así fuera por una hora! ¡Pobre marqués!... ¡La estocada fue buena... limpia! ¡Vive Dios! Bien puede uno exclamar como los nobles cuando alguna vez se ha derramado sangre noble, ¡y en buena lid, eso sí! Bien que a mí, sólo el señor Sancho Laínez me ha vencido. ¡Ea! ¡Está este acero que ya!... Bien podría una mujer hermosa contemplar en él su semblante.



Escena II

 

FORTÚN y SANCHO, que entra, sombrío y lentamente.

 

SANCHO.-  ¡Fortún!

FORTÚN.-  Señor...

SANCHO.-  ¿Qué hiciste de Beatriz?

FORTÚN.-  Como sabéis, desde esta mañana andaba bebiéndome los alientos. Se había empeñado en que yo debía saber algo y...

SANCHO.-  ¿Qué sucedió?

FORTÚN.-  Mostrómele al fin. Siguióme... Me dejó seguir; dirigíme, a mí aposento y ella tras de mí... una vez dentro, alargué la mano, la así del cuello; tras un ligero grito ahogado por mis dedos, púsele una mordaza, y arrojándola como un fardo sobre mi lecho, le ató las manos por detrás... Allí debe estar la bruja encerrada bajo de llave; cuando al fin den con ella, estaremos lejos...

SANCHO.-  Bien, Fortún. ¿Están listas mis armas?

FORTÚN.-  Sí, señor...

SANCHO.-  Es necesario partir luego. Prepara las cabalgaduras.

FORTÚN.-  Listas quedan.

SANCHO.-  ¿Están listas...?

FORTÚN.-  Tres señor. Una para vos, otra para... doña Blanca...

SANCHO.-  ¡Sí!... Sería peligrosa, Fortún, nuestra permanencia en Palacio; podrían arrebatarme a esa dama, y prenderme a mí.

FORTÚN.-  Además, señor, muchos de vuestros amigos y las gentes de Palacio que acostumbran a entrar en vuestras habitaciones murmuran ya.

SANCHO.-  ¿Murmuran...?

FORTÚN.-  Es decir... extrañan que yo los detenga a la puerta y les prohíba la entrada... Y ya sabéis, señor: de las murmuraciones se pasa a las conjeturas, de éstas a la sospecha... Y el virrey está furioso; le he sorprendido en un arrebato de ira... ¡Parecía un demonio escapado de los infiernos!

SANCHO.-  Bien, vete... Déjame solo. Espera mis órdenes allá fuera. No estoy para nadie.



Escena III

 

SANCHO.

 

SANCHO.-  ¡Necesito la soledad! ¡Necesito vivir conmigo mismo unos instantes!... ¡Ah! ¡He gozado y he sufrido tanto en estas veinticuatro horas! ¡Y él!... El infame virrey luchando con la impotencia de su desesperación!... Yo, mejor que Fortún, le he visto... le he visto esta mañana llorar como a un niño, y luego revolverse, rugir como rugen las fieras cuando les arrebatan su último cachorro. ¡Ira de Dios!... ¡Qué dulce es la venganza! ¡Cuán hermosa! ¡Cuál se dilata el pecho, cuando respira el aire viciado... emponzoñado con los sollozos del verdugo!... ¡Qué le valen su poder y su grandeza! ¡Qué le valen sus lágrimas!... El dolor destroza su pecho, y aprieta, y ahoga, y corroe su corazón el más abominable de los tormentos... Yo he llevado a su alma el horror de la soledad... Pero ¿y ella?... Ella... ¡Infeliz!... ¡Y yo...! ¡Yo, desdichado, que la amo... que la idolatro... que no podré vivir sin ella...



Escena IV

 

SANCHO y BLANCA, que aparece como espantada.

 

BLANCA.-  ¡Sancho!

SANCHO.-   ¡Ah! Blanca... ¿qué tienes?

BLANCA.-  Nada... nada... ¡Qué feliz soy al encontrarte aquí!...

SANCHO.-  ¿No dormías...?

BLANCA.-  No... no puedo. El sueño huye de mis ojos.

SANCHO.-  ¿Por qué? ¿No estás aquí segura? ¿Qué tienes? No te he dicho...

BLANCA.-  En vano pido al reposo que me ampare. Mi espíritu agitado se despierta; mi alma acuitada, vela... Vela por sus recuerdos y tiembla por el porvenir... ¡Hay momentos en que parece que voy a volverme loca!

SANCHO.-  ¡Estás trémula, helada... Blanca, tranquilízate...!

BLANCA.-  La memoria de ese desdichado me persigue.

SANCHO.-  ¡Insistes aún!

BLANCA.-  En vano intentas ocultármelo... Bien oí anoche a Fortún cuando te anunció la muerte de ese... ¡de ese marqués!

  -53-  

SANCHO.-  ¡Y bien!... Contados están los días del hombre. ¡Llegó para él la hora del castigo!

BLANCA.-  Además... yo no puedo ocultártelo, Sancho: los instantes que pasan me parecen eternidades... No podemos seguir viviendo así... es necesario que Dios autorice esta unión.

SANCHO.-  Pronto, muy pronto...

BLANCA.-  Ésta no es mi casa. Por mucho que yo te ame, por mucho que sacrifique mi dignidad en aras de ese amor, no puedo estar tranquila. Siento algo aquí, en mi pecho, de que yo no tenía ni aun idea... Y... ya lo ves, no me atrevo a alzar los ojos delante de ti... El rubor que enciende mis mejillas es la vergüenza de la culpa...

SANCHO.-  ¿Tú, culpable...?

BLANCA.-  ¡Es igual!... ¿Qué soy yo aquí?... Cuando estoy sola nadie me mira, y quisiera ocultarme de mí misma... Si para arrancarme de mi hogar has abusado de mi cariño, ¡no te burles de mi debilidad!

SANCHO.-  Blanca, Dios lee en nuestros corazones...

BLANCA.-  ¡Sí, y porque Dios lee en ellos, imploro de ti que de una vez termine esta situación...! Cuanto por mí ha pasado es la imagen de un sueño espantoso... ¡Soñarlo sólo me hubiera parecido un imposible! ¡Cruel, esto es muy cruel...! Tu presencia basta para humillarme... ¡Y yo no puedo vivir sin tu presencia!... ¡Yo quiero que al mirarte mi corazón palpite de alegría! ¡Quiero sentir lo que siempre he sentido cuando te he visto!, ¡lo que sentía antes!... ¿Por qué huyes el rostro? ¿Por qué en tu frente pálida se extiende como una sombra que vela los pensamientos de tu alma...? ¿Por qué? ¿Por qué tu mirada torva y sombría se oculta recelosa bajo tus párpados y no me miras como siempre?

SANCHO.-  Blanca... Tú sospechas...

BLANCA.-  Yo no sospecho, no: yo creo... Confiésalo de una vez... ¡Nace y crece el amor lentamente, pero puede morir en un instante...! ¡Mía es la culpa!

SANCHO.-  ¡Calla!... ¿No ves que me estás destrozando el alma?

BLANCA.-  ¡Oye! Anoche dormías... ¡Yo velaba! Sentíme estremecida de pronto por el acento lejano, entrecortado y trémulo de tu voz... Hablabas como si un peñasco enorme comprimiera tu pecho...

SANCHO.-  Dices bien... ¡Así era!...

BLANCA.-  Pronunciabas palabras de exterminio... de venganza... de deshonra... ¡de amor!

SANCHO.-  ¡También de amor!

BLANCA.-  Sí... Entre aquellas voces que partían arrancadas de lo íntimo de tu corazón y que como un eco se escapaban de tus labios, oí mi nombre... ¿Qué era eso, Sancho?... ¡Dímelo!

SANCHO.-  ¡Un sueño!... ¡Una pesadilla horrible! No sé si dormía. Yo no sé si estaba despierto. Te veía, Blanca, humillada, degradada, envilecida... Manchada tu frente y tus ojos entristecidos por el llanto... Vertías un mar de lágrimas... Enferma, pálida, despidiendo sollozos que partían el alma, atravesabas sin embargo, por el mundo, arrastrando en el lodo de la infamia tu fastuoso vestido de cortesana... El virrey, torvo, iracundo, doblegado bajo el peso de su infortunio, te seguía a lo lejos... Y ¡yo tras él...! ¡Aquello parecía una procesión de los antros infernales...! Así íbamos... Y yo, yo que con sólo extender la mano podía arrancarte de aquella situación infamante, te miraba ebrio de felicidad y de ventura... Gozaba con tu sufrimiento... ¡Reía con tu martirio, Blanca!... ¡Y gozaba aún más, y reía aún más con el martirio y la desesperación del virrey!... Hubo un momento en que quise huir... Huir muy lejos de los dos, y entonces...  (Con expresión de infinita ternura, cambiando de semblante.)  el influjo de tu mirada, el eco dulce, argentino y armonioso de tu voz, me detuvieron: ¡oí el grito del amor en mi pecho!... Tu ser entero se traspasó a mi ser, dominándolo, embriagándolo, absorbiéndolo, y en esa espantosa lucha, entre mi amor y mi venganza...

BLANCA.-  ¡Tu venganza...!

SANCHO.-  ¡No sabes lo que es eso...! Retorcía el dolor mi alma; sentía la locura en mi cerebro; estallaba la desesperación en mi pecho, como la tormenta en el negro centro de una nube, y un torrente de blasfemias y de oraciones brotaba de mis labios...

BLANCA.-  ¡Sancho...! ¡Pero tú deliras aún...!

SANCHO.-  ¡No, no, Blanca...! ¡Pobre Blanca mía!... Yo no deliro, no... No deliro; pero sí creo que estoy loco. Esto es, que aún sostiene mi alma un tremendo combate... Aquí siento la lucha... ¡Fiera, desesperada!... ¡Mortal! Vete... Recógete... ¡Déjame solo...!

BLANCA.-  ¡Sancho...!

SANCHO.-  ¡Yo te amo...! ¡Vete!

 

(BLANCA abandona la escena llorando.)

 

  -54-  

Escena V

 

SANCHO, que se ha quedado viendo desaparecer a BLANCA, cuando ésta desaparece dice:

 

SANCHO.-  ¡Infeliz! ¿Por qué una sangre maldecida circula por tus venas? ¡Ay!... ¿Qué culpa tengo yo de haberte amado antes de conocer la savia que anima tu existencia, que da dolor y frescura a tus mejillas, sonrisa a tus labios, luz a tus ojos...? ¿Por qué debo aborrecerte hoy, cuando te amo con toda mi alma?... ¿Qué es esto?... ¡Ay! ¡Ay!... No puedo... ¡No puedo más...!  (Se deja caer desplomado en el escaño.)  

 

(Pausa ligera.)

 


Escena VI

 

SANCHO, FORTÚN.

 

FORTÚN.-  Señor...

SANCHO.-  ¿No he dicho, Fortún, que no estoy para nadie?

FORTÚN.-  Esa orden, ¿alcanza también a Su Excelencia?

SANCHO.-  ¿Al virrey?

FORTÚN.-  Sí, señor.

SANCHO.-  No, no; al virrey no...  (Levantándose.)  Pero... ¿por qué lo dices?

FORTÚN.-  Porque se dirige hacia aquí; le he visto.

SANCHO.-  Si aquí viene, dale paso, Fortún.  

(Aparece el VIRREY.)

  ¡Ah!...  (Aparte.)  ¡El cielo me lo envía!...  (Hace seña a FORTÚN de que se retire.) 


Escena VII

 

SANCHO, el VIRREY.

 

VIRREY.-  Sancho...

SANCHO.-  Adelante, señor... ¡Tanta honra!...

VIRREY.-  Ya te he dicho que te amo como a un hijo, Sancho. No viene a tu casa el virrey de México; en ella entra el amigo... Recíbeme como a tal.

SANCHO.-  Y ¿a qué debo entonces este placer...? Sentaos, señor, sentaos... (El VIRREY se sienta.) 

VIRREY.-  ¡Me acerco a ti, Sancho, porque soy muy desgraciado!

SANCHO.-    (Con placer.)  ¡Vos muy desgraciado!...

VIRREY.-  Sí. ¡Si tú supieras...!

SANCHO.-  ¿Y qué os pasa? Sepamos... pero permitidme cerrar esta puerta, porque entra un frío...  (Le pasa un cerrojillo a la puerta que comunica con el interior, y por la cual desapareció BLANCA.)  ¡Y bien, señor!, ¿qué os hace desgraciado? ¡Parece increíble! Un hombre poderoso, rico, inmensamente rico, mecido desde su infancia en brazos de la Fortuna... ¿Acaso vuestra esposa?...

VIRREY.-  ¿Mi esposa?... No. Mi esposa no ha podido nunca hacerme desdichado, por lo mismo que nunca me ha hecho feliz. Jamás nos hemos amado. Caséme con ella por respetos de familia, y en fin...

SANCHO.-  No comprendo entonces...

VIRREY.-  ¡Óyeme, Sancho! Hace muchos años que es mi único bien, mi única alegría, mi único exclusivo afecto en este mundo, una hermosa niña.

SANCHO.-  Sí, Sí... Una hermosa niña que ha crecido de educanda en un convento de Sevilla...

VIRREY.-  ¡Lo sabías!...  (Profundamente sorprendido.) 

SANCHO.-  Y que trajisteis con vos a México hace dos años...

VIRREY.-  ¡Sí!...

SANCHO.-  La alojasteis en las Concepcionistas, donde la hicisteis amar y respetar, como si hija vuestra hubiese sido...

VIRREY.-  ¡Eso es!

SANCHO.-  La visitabais todos los días, misteriosamente al caer la tarde...

VIRREY.-  Sí, porque...

SANCHO.-  Ya lo habéis dicho: porque la amabais con todo el poder de vuestra alma...

VIRREY.-  ¡Con todo el poder de mi alma! Pero...

SANCHO.-  Pero... ¡Os la han robado!

 

(Pausa ligerísima.)

 

VIRREY.-    (Acercándose a SANCHO con grande emoción.)  ¡Y tú, tú, Sancho, sabías esto también!...

SANCHO.-  Cuando os lo digo...

VIRREY.-  ¿Y quién, quién ha sido?... ¡Quién! ¡No me reveles su nombre, nada me importa! Dime dónde está... Dímelo... ¡Porque quiero beber su sangre toda!

SANCHO.-  Calma, señor virrey... ¡Más calma!

VIRREY.-  ¡Calma, y ella no está a mi lado!... ¡Calma, y las horas vuelan...! ¡Calma, y el dolor acrece y la desesperación mata!

SANCHO.-  ¡Mucho sufrís...!

VIRREY.-  ¡Dime quién es, Sancho! ¡Tú lo sabes, lo estoy leyendo en tus ojos!... ¡Dímelo!... ¡No ignoras que aquí valgo cuanto vale un rey! ¡El rey no es más poderoso que yo! ¡Pídeme honores, riquezas, preeminencias...! ¡Todo, todo por una palabra tuya! Habla... lo sabes, ¿no es verdad?

  -55-  

SANCHO.-  ¡Sí, lo sé!

VIRREY.-  ¡Oh, ventura!... ¿Y has de decírmelo...?

SANCHO.-  ¡No!

VIRREY.-    (Furioso.)  ¿No?... ¿que no has de decírmelo tú?...  (Se dirige hacia la puerta del fondo, alzando la voz.)  ¡Hola! ¡A mí...!

SANCHO.-    (Deteniéndolo suavemente.)  ¡Ah!, voy a cerrar esa puerta, porque entra un frío...  (Cierra con llave la puerta del fondo. El VIRREY lo contempla con espanto.) 

VIRREY.-  ¡Sancho!... ¿Te estás burlando de mí?... ¿Estás jugando con mi agonía?... Pero no, no... ¡Tú no eres capaz de eso, imposible!... ¡Tú no eres un ingrato!

SANCHO.-  Sentaos, señor virrey, y escuchadme.

VIRREY.-  ¿Que yo me siente?... Bueno, te obedezco... Ya lo ves: me siento... ¿Pero has de decírmelo?...

SANCHO.-  ¡Oíd! Anoche mismo, anoche, señor virrey, os refería que Juan de Paredes... aquel sujeto a quien os habían recomendado...

VIRREY.-  ¡Dios mío! Pero, ¿y eso qué tiene que ver?...

SANCHO.-  Si no tenéis calma...

VIRREY.-  ¡Sancho!

SANCHO.-  Si no tenéis calma, enmudezco, y entonces nada sabréis, aun cuando me pusierais en el potro del martirio.

VIRREY.-  Bien, bien... Ya callo... Ya escucho... ¡Qué ansiedad!

SANCHO.-  Juan de Paredes, el desventurado huérfano, encomendó a un amigo suyo, muy íntimo, mucho, en una palabra, otro él, la misión de vengar sus agravios en la persona del robador de doña Mencia y del asesino de su padre; y este amigo, este buen amigo, descubrió al fin al infame... ¡Ah! ¡Era un hombre muy poderoso!

VIRREY.-  ¿Y tú sabes su nombre?

SANCHO.-  Si me interrumpís...

VIRREY.-  ¡Escucho!

SANCHO.-  El amigo de Juan Paredes logró acercarse primero... hablar después... introducirse en la casa... y luego, en el corazón del verdugo. Le espió como el cazador de lobos a su presa... Le acechó cauteloso... Se impuso de sus actos, de sus menores movimientos. Estudió su carácter, sus afecciones más íntimas; le siguió a todas partes y a todas horas, y descubrió al fin el lugar... ¡El lugar en que se ocultaba el cubil de la fiera! ¡No tenía más que un único amor sobre la tierra!... Y allí clavó sus ojos, porque clavándolos allí clavaba un puñal en el corazón del asesino... No... en su corazón no, ¡en su alma!... ¡Porque aquel amor era su hija...! ¡Una doncella encantadora....!

VIRREY.-  ¡Sigue...!

SANCHO.-  Díjola amores...

VIRREY.-  Sigue...

SANCHO.-  Ella le amó con la ceguedad y el poder todo del amor primero...

VIRREY.-  ¿Y él?

SANCHO.-  Él... ¡No la amaba!

BLANCA.-   (Desde dentro con un débil grito.)  ¡Ay!

VIRREY.-  Ese gemido...

SANCHO.-  ¿Un gemido?... ¿Vos habéis oído un gemido?

VIRREY.-  Creí... Tal vez no... Me engañé... ¡Sigue!

SANCHO.-  Y una noche... ¡Anoche!...

VIRREY.-  ¡Ya lo sé...! ¡Calla! ¡Su nombre...!

SANCHO.-  Robóla él... Para deshonrarla...

VIRREY.-  ¡Calla!

SANCHO.-  ¡Para envilecerla...!

VIRREY.-  ¡Para envilecerla...! ¿Y ella...?

BLANCA.-    (Dentro.)  ¡Abre!  (Sacudiendo violentamente la puerta.) 

SANCHO.-  ¡Óyela!

VIRREY.-  ¡Allí... allí está ella! ¡Miserable...! ¿Qué has hecho?... ¡Vas a morir!  (Lleva la mano a la empuñadura de su espada.) 

SANCHO.-  ¡Sí, sí!... Ven, infame asesino, ¡porque yo te aborrezco como a ella!



Escena VIII

 

Dichos y BLANCA, que ha hecho ceder la puerta.

 

BLANCA.-   (Forzando al fin la puerta y dirigiéndose a SANCHO.)  ¡Mientes!... ¡Mientes!... ¡Tú no me aborreces!

VIRREY.-  ¡Blanca!

SANCHO.-   (Señalando a BLANCA.)  ¡Mírala... Mírala...! ¡Allí estaba!...  (Señalando a la habitación en que estaba BLANCA.)  ¡Y cuando dentro de poco hayas muerto por mi mano, virrey de México, habrás muerto dos veces!

VIRREY.-    (A BLANCA.)  ¿Y es cierto...?

BLANCA.-  ¡Sancho! ¡Defiéndeme de la deshonra!

SANCHO.-    (Sin hacer caso de ella, al VIRREY.)  Cuando un padre encuentra al cabo...

VIRREY.-    (Queriendo poner una mano en la boca de SANCHO.)  ¡Calla, maldito, calla!...

SANCHO.-  ¡Blanca! ¡Ése no es tu tutor, ése es... tu padre...!

VIRREY.-  ¡Ah!

BLANCA.-  ¡Mi padre!  (Quédanse BLANCA y el VIRREY como anonadados.) 

SANCHO.-    (Contemplándolos.)  ¡Y cuánto debe sufrir el corazón de un padre, al presentársele   -56-   la vez primera con este sagrado título a la hija de su corazón!... ¡Ella no puede darle a besar su frente, no puede...!

BLANCA.-    (Suplicante.)  ¡Sancho!

VIRREY.-  ¡Infamia!

SANCHO.-  ¡Infamia, no! ¡Porque el sufrimiento de ella está centuplicando el vuestro!

VIRREY.-    (Desenvainando su puñal.)  ¡Blanca! ¡Vas a morir...!

SANCHO.-    (Arrojándose sobre el VIRREY.)  ¡No la toquéis!... ¡Miradla!... ¡Es inocente! Amor me ha robado mi presa... ¡Tanto la amé que pudo más mi amor que mi venganza!  (En el semblante del VIRREY aparece la alegría.)  ¡No te goces, virrey! ¡Tú, que has sabido robar mujeres y asesinar ancianos, no te goces!... ¡Sólo Dios y tú, y yo, sabemos que está pura! No me he atrevido ni a ofenderla con una mirada; pero mañana...

VIRREY.-  ¡Ah!

SANCHO.-  Mañana sabrá toda tu corte que ésa es tu hija.

VIRREY.-  No.

SANCHO.-  Y que ha pasado allí la noche...  (Señalando a las habitaciones interiores.) 

VIRREY.-  Tú morirás.

SANCHO.-  Lo sabe mi escudero.

VIRREY.-    (Sacando la espada.)  Basta... ¡Sangre! ¡Tu sangre!... ¡Qué sed tan espantosa!...

  -57-  

SANCHO.-   (Desenvainando.)  Como la mía, no.

BLANCA.-  Señor, teneos... Sancho, ¿es esto posible?

SANCHO.-  ¡Otra vez su acento...! ¡Otra vez el grito de su amor aquí en mi pecho! Aparta, aparta de mí, Blanca, tu mirada, que a su influencia mi brazo desfallece y tiembla en mi mano el acero cobarde.

BLANCA.-  ¡Sancho, basta!

SANCHO.-  ¡Óyelo... Óyelo, padre mío! Ella lo ruega... ¡Ten compasión de mí, si cuando ha llegado la hora de vengarte, por salir pugna el perdón de mis labios!... ¡Padre mío, perdón!

VIRREY.-  ¡Tu padre has dicho!, ¿quién era tu padre? ¿Cómo te llamas?

SANCHO.-  Me llamo ¡Juan de Paredes!

VIRREY.-  Tú... ¿tú eres hijo de Diego Paredes y doña Mencia?

SANCHO.-  ¿Para qué me lo recuerdas? ¿Por qué haces que aparezcan ante mí sus fantasmas ensangrentados?... Sí, yo soy... Yo, quien te lo roba todo.

VIRREY.-  ¡Tú, quien la deshonra!

SANCHO.-  Sí.

VIRREY.-  ¡Parece que Satanás vive en su pecho, y que el infierno inspira sus palabras!

BLANCA.-  ¿Qué dice?

SANCHO.-  ¿Qué decís?

VIRREY.-  ¡Desdichado, sabe que aquellos ocultos amores con doña Mencia tuvieron un fruto, y ese fruto es...!

SANCHO.-  ¡Ella! Amor maldito... ¡Ella es mi hermana...! ¡Oh, Dios poderoso!

BLANCA.-  ¡Huye, Sancho, de aquí!... ¡Perdón y olvido!

SANCHO.-  ¡Perdón y olvido!... ¡Sí, Dios me castiga! ¡Muera en mi pecho, muera el sacrílego amor al par de mi venganza! ¡Ay... No volveré a mirar, mientras tu halago endulza otra existencia...! ¡Desventura mayor!

BLANCA.-  Sancho... En un convento acabaré mis días.

 

(Movimiento de dolorosa resignación en el VIRREY, que dobla la frente al suelo.)

 

SANCHO.-  Allí ruega por mí... ¡Blanca!  (Despidiéndose.) 

BLANCA.-  ¡Sancho!...

SANCHO.-  ¡Hasta el cielo!  (Con inmenso dolor y dirigiendo sus pasos hacia la puerta del fondo.) 

BLANCA.-  ¡Hasta el cielo!  (Cayendo de rodillas.) 



 
 
FIN DEL ACTO III Y ÚLTIMO
 
 







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