Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



  —122→  

ArribaAbajo Capítulo IV

La tradición mariana



Tierra Mariana

Entre los títulos de gloria que, a pesar de su pequeñez y de las vicisitudes de su desenvolvimiento, ha tenido el Ecuador, ninguno brilla con más claros fulgores ni es más seductor para el patriotismo, como el de tierra mariana por excelencia en América.

¡Pueblo de María el nuestro! Pueblo que para Ella tuvo en toda época, no obstante la voltariedad propia de su infancia, los más constantes y dulces afectos; pueblo que cifró en su amor, el consuelo de sus aflicciones, la fortaleza de sus armas, la luz de su apostolado, el ideal de sus empresas. Quitad a María y se desvanece y esfuma el alma de la Patria, porque Ella fue la filosofía suprema de la vida nacional y la esperanza de su porvenir.




Otra herencia hispana

Trajeron los descubridores y conquistadores -siguiendo las huellas de su jefe y maestro, el inmortal Colón- arraigado en el pecho el culto de la Madre de Dios. Ella presidía la despedida de los hombres que se disponían a zarpar con rumbo a estos países llenos de embrujamiento para el valor castellano; ante la Estrella del Mar, los navegantes cobraban nuevo ardimiento en las arriesgadas empresas y para soportar la penosa travesía del Océano ignoto y las incertidumbres del éxito lejano; Ella iba, como emblema y nuncio del triunfo, en los pendones de combate; Ella mitigaba las durezas del conquistador y la fiebre de codicia de los colonizadores insaciables; Ella fue, desde el primer día de la nueva era, el escudo y defensa de los aborígenes. ¿Sin el amparo, la valla, el norte de la invencible Conquistadora, se habría mantenido la lumbre del ideal en esas almas altaneras y bravías que España mandaba a este continente para trasplantar su nombre, su civilización, su lengua, su Dios212?

Cuando Balboa toma posesión del Mar Pacífico, lleva en sus manos un estandarte con la imagen de la Virgen. Francisco Pizarro da a uno de sus barcos el título de «Concepción» y se lanza confiado a la conquista de los Andes, bajo la protección de María. Al llegar a Coaque, en territorio ecuatoriano, le aguarda la más espléndida sorpresa: en uno de los adoratorios se veneraba la estatua de una mujer con un   —123→   niño en los brazos, y a la cual daban los aborígenes el nombre de María Meseia. ¿Era un esbozo de la devoción mariana en la América pre-colonial, o mero símbolo de la fecundidad, como creen algunos arqueólogos?

Tocáronnos entre los conductores de las armas castellanas en esta región, hombres de la recia forja de Gonzalo Pizarro, cuyo corazón hecho de bronce sólo daba lugar a la misericordia cuando se le hablaba en nombre de la Madre de Dios. En la hora postrera, Ella fue la consolación suprema del batallador fiero e infatigable.




Bajo el signo de María

La primera fundación cristiana en el Reino de Quito, se hizo en día de la Virgen, el 15 de Agosto de 1534. La erección de nuestra ciudad en Obispado se verificó, no bajo la advocación de un santo, sino de María. La Catedral se dedicó a Ella misma, en el misterio de su gloriosa Asunción, por mandato expreso de los Reyes que parecieron columbrar los misteriosos designios de la Providencia sobre nuestro suelo. El primer sínodo diocesano, convocado por el Ilmo. Fray Luis, López, se instaló también el 15 de agosto de 1594. Santa María comienza a dirigir espiritual y ostensiblemente el desarrollo de la vida colonial.

Con los Obispos se inicia la incorporación formal de la raza vencida a la civilización cristiana, reuniendo a los indios en poblados alrededor de la Santa Cruz, signo visible de toda cultura. Y entonces el nombre de María se da, con profusión a muchísimos pueblos, caseríos y encomiendas, poniéndolos así bajo su excelso patrocinio. Numerosas son hoy todavía las parroquias que se engalanan con el título de Concepción, el Rosario, la Paz, la Victoria, Asunción, etc. Nuestra incuria ha entregado al olvido nombres tan hermosos como el de Nuestra Señora de la Asunción de Guano y Caranqui, de la Inmaculada Concepción de Tumbaco, de la Presentación del Quinche, Nuestra Señora de Atocha, Santa María de la Esperanza, etc., etc. En Galápagos, una de las islas lleva también, como la célebre nave de Colón, el apelativo de Santa María; y en el Oriente, el nombre más común de fundación por jesuitas, Franciscanos y Dominicos y por los capitanes castellanos fue el de la Virgen. La Limpia Concepción de Jeveros, que fundó el P. Cueva; Santa María del Huallaga, que fecundó con su apostolado el P. Santacruz; Nuestra Señora de Loreto, que bautizó el P. Lucero; Nuestra Señora de las Nieves de Yurimaguas, constituida por el P. Jiménez; La Reina de los Ángeles, por el P. Coronado; Nuestra Señora de los Dolores de Muratos, por el P. Camacho, y otros, recuerdan la piedad acrisolada de los misioneros que, en pleito homenaje a la Emperatriz de los Cielos, traían a la luz del Cristianismo las lejanas comarcas de nuestro Edén. La Conquista del Oriente se hizo en nombre de María.

  —124→  

Cuando Diego Vaca de Vega, estableció «San Francisco de Borja», tomó por abogada e intercesora a la Virgen Santa. Baeza, fundada por Ramírez Dávalos, logró del Rey como escudo de ciudad una imagen de Ntra. Señora del Rosario, con dos indios arrodillados a sus pies. El Capitán Álvaro de Paz fundó la primera Sevilla del Oro con el mismo título de Ntra. Señora del Rosario. La Madre de Cristo era centro y símbolo de la nueva cultura, señuelo de pobladores, esperanza indefectible de misioneros, frente a los peligros de la selva y del salvaje semidomado.

Y no era menester pasar a las tierras trasandinas para sentir la necesidad del amor y devoción a la excelsa Señora. En país de tan ardua y movediza estructura, rodeado de grandes montañas, alumbrado por el fuego de temerosos volcanes, situado a causa de su altitud más cerca de Dios; el pueblo debía ser esencialmente religioso y predispuesto para poner en la Divina Medianera, en la Distribuidora celestial de los dones y gracias, su fe sencilla y confiada, como en única y omnipotente protectora. María, no le sería ingrata. Por eso, desde entonces, se estableció entre Ella y Nosotros la más regalada y leal correspondencia de amor, que resplandece con inmortales destellos en nuestros anales.




Unanimidad cívico mariana

Constituidas sobre bases idénticas, todas las ciudades del Ecuador participan de la misma reverente y filial piedad a la Virgen de Vírgenes. Las grandes Congregaciones religiosas establecidas desde los primeros años de la conquista, compitieron en torneo de poética y ferviente dilección hacia Ella; y por todas partes sembraron en su honra templos y capillas, cofradías y altares para venerarla en las más tiernas y varias advocaciones, rayos de un solo indeficiente foco de luz.

Cuenca, en su escudo de armas, recibe blusón misterioso y profético que mantendría dignamente: Primero Dios y después Vos, blasón significativo de la primacía que, después del Creador, incumbe a aquella que es Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo. Loja se intitula desde la fundación ciudad de María Inmaculada. Nada hay en su vida más hermoso que la ordenanza sagrada que anualmente expedía el Cabildo: Nadie sea osado de ofender a María o de blasfemar en su santísimo Nombre. Ciudad que así defiende la honra del Lirio del Cielo, es merecedora de la admiración de la Historia, de la inmortalidad de la fama, de la predilección divina. Y así procedieron todas las demás poblaciones, villas y ciudades de esta Patria Mariana, como iremos contemplando sorprendidos y orgullosos.

En medio de la desviación de las costumbres y del relajamiento monástico, promovidos en buena parte por el Jansenismo, la época hispánica fue esencialmente mariana. Toda la vida de la Presidencia,   —125→   monótona y raquítica, se colorea de luz vivísima cuando aparece la acción de María. Sólo por Ella, por ese dulce y místico enlace entre la Virgen y el pueblo de la naciente Patria, toma movimiento y carácter propio, esta era casi desteñida por otros conceptos. Desde entonces, el culto de María viene a ser uno de los fundamentos de la vida nacional, uno de los rasgos más característicos de la fisonomía popular ecuatoriana.

Vivía y pensaba; florecía y soñaba la Presidencia en la Virgen y para la Virgen. Al apuntar el día, en Quito y en otras ciudades, saludábase con el rosario a la Estrella de la Mañana; y en las horas rituales, aclamábasele con el Angelus. Al caer la tarde, bajo la amplia cúpula del cielo, se desarrollaban devotísimas y pintorescas procesiones, en que autoridades y pueblo participaban en un solo sentimiento de efusión y reverencia. Salían ellas alternativamente de los templos de Quito; y el domingo, tocaba el turno a la Catedral. En una de esas plegarias colectivas, en que se pedía la salud del Ilmo. señor Figueroa y en que el Presidente Mata de León, seguido de gran cortejo, cantaba el rosario, ocurrió la grandiosa aparición de la Virgen de la Nube, en 1696. En la noche, el sereno recorría las calles cantando como oración: «Ave María Purísima213».




Los cabildos y la virgen

La historia municipal es, ante todo, y sobre todo, historia del amor y de la tutela de María. Las actas del Cabildo, comenzaban en el nombre de Dios y de la Virgen. Ante ella se celebraban los grandes acontecimientos: la imagen de la Virgen de Guápulo presenció la jura de fidelidad al Rey don Felipe V; y el nacimiento del hijo de éste, el príncipe don Baltazar, festejose con procesión a Nuestra Señora de Copacabana. La Reina de la Paz calmaba las excitaciones y violencias de las turbas. La misma Virgen de Guadalupe vino a Quito para restablecer el orden turbado por la imposición de las Alcabalas; y la Virgen de Loreto recibió del pueblo el juramento de lealtad al Monarca, después del motín indicado. La Virgen del Rosario salió de su templo para sosegar la sublevación de los barrios por los estancos. Las cosechas, tan inciertas a pesar de lo ubérrimo de este suelo, estaban bajo el patrocinio de N. S. de Egipto, elegida por el Cabildo de Quito en 1601: anualmente esa ilustre Corporación le hacía fiesta y en todo tiempo cuidaba del mantenimiento de su Cofradía.

Las Congregaciones marianas reunían y organizaban a todas las clases y elementos étnicos, sin exceptuar los esclavos. El Clero se afilió también, en tiempo del Obispo Polo del Águila, en una sociedad piadosa con el título de la Purificación de Ntra. Señora, que se congregaba   —126→   semanalmente en el Colegio de la Compañía. Los misioneros apostólicos, según cuenta el P. Recio, cuando comenzaban sus tareas, llevaban un estandarte de la Virgen. Cantábansele copias piadosas y luego se entonaba en su loor la salve y el rosario.




Todo para María

Para María eran las primicias de toda nueva riqueza. Cuando Rodrigo de Arcos encontró las minas de Cañaribamba, les dio el nombre de Ntra. Señora del Rosario, como augurio de prosperidad. La invención de nuevos métodos en la extracción de plata, fue festejada con demostraciones de gratitud a la Tesorera de los Divinos dones, en su Imagen de Guápulo. Los mineros de Zaruma, que arrancaban el oro de la tierra, veneraban a la Virgen poderosa en advocación sonriente para el alma atormentada: Nuestra Señora de Consolación, que para ellos tenía Cofradía en la Iglesia de Frailes menores. En 1602 y 1610 salieron del célebre astillero colonial de Guayaquil hermosos barcos, reveladores del genio ecuatoriano; y para que surcaran el proceloso mar confiados y seguros, bautizóseles con nombres gratos a la Madre de Dios: Jesús María, Santa Isabel, San José, Santa Ana. A la excelsa Señora fue dedicado el primer libro que en 1755 salió de las prensas que los jesuitas tuvieron en Ambato. En suma, María era el alfa y la omega; el alma y la vida de la Patria en gestación.

¡Y qué riqueza y variedad de los títulos con que se la honraba! Ninguna de las grandes imágenes españolas, como la Antigua, Monserrate, Covadonga, la Caridad de Illescas, Valvanera, Nieves, El Pilar, Nieva, Buen Suceso, etc. dejó de tener aquí capilla y culto celebérrimos; mas, poco a poco, la devoción tomó carácter nacional, se vació en moldes propios, para cautivar el sentimiento de las multitudes. Rastreemos algo de ese vasto movimiento mariano, que da tintes de sublimidad imperecedera a nuestra historia.




N. S. de la Merced

Alrededor de cada convento de la Orden Mercedaria surgió entre nosotros semillero luminoso de amor a la Virgen de Mercedes. Ella ejerció desde los primeros días ministerio tan asiduo de amparo y defensa en favor de esta ciudad, que se hizo merecedora de la primacía en la ternura popular. Venerósela al principio en imagen célebre, obsequiada por Carlos V, y que recibió el nombre simbólico de la Peregrina de Quito, porque anduvo por lejanas tierras (como la de Nuestra Señora del Rosario y la de Guápulo), solicitando recursos para la construcción del Templo actual. Pero la Imagen quiso volverse a España. Para que todo en esa devoción seductora fuese nuestro, quedó aquí la grande y bella estatua, labrada en la piedra de nuestra montaña y que debía reflejar en cierto modo ante la Virgen representada en ella, nuestros sentimientos   —127→   y anhelos y moverle a simpatía hacia el pueblo que fiel y agradecido se postraba a sus pies.

En 1575 principia el munificentísimo patrocinio de amor sobre Quito214. El 8 de setiembre, el Volcán Pichincha estalla en formidable erupción: la tierra tiembla, la ceniza cubre el rostro del sol. Mas, la Virgen Poderosa extiende su manto y la ciudad recobra la luz y el sosiego. El Cabildo civil vota a perpetuidad solemnísima acción anual de gracias para esa fecha. Viene el 27 de octubre de 1660; y la montaña fulgurante pone espanto en este pueblo, que confía sólo en la predilección de María. De la Catedral va al templo de la Merced procesión de penitencia, presidida por la Audiencia Real y el Ayuntamiento. El Obispo don Alonso de la Peña recibe juramento a la ciudad, de tener por patrona a Nuestra Señora de Mercedes, y de celebrar el 27 de octubre de cada año una fiesta en memoria del beneficio. La Reina del Cielo, toma nombres nuevos, con que se le saludará desde entonces por la piedad quiteña. La Virgen del Volcán, la Virgen del Terremoto, será nuestro escudo y a ella acudirá una y otra vez el pueblo, arrasado en lágrimas, con ocasión de nuevos estremecimientos del inestable suelo andino. Latacunga le proclama asimismo patrona contra el Cotopaxi en 1742; y Quito, destruida parcialmente en 1755, vuelve a jurarla su abogada y protectora. Se declara día de precepto para la ciudad el 24 de setiembre. En 1797 se explicó por su predilección hacia Quito, el que fuese preservada del horrible terremoto que destruyó Riobamba.

No son únicamente las convulsiones de la inquieta naturaleza, las que obligan a Quito a refugiarse en el seno maternal de María de Mercedes, sino los otros flagelos: el hambre, las excesivas lluvias, la peste, cuya siniestra faz veía a menudo la aislada ciudad. Y la celestial Señora sonreía en cada ocasión a nuestros conciudadanos, tornaba en alegría sus dolores, premiaba con radiante resurrección las tristezas de sus continuos calvarios.

Llega la hora de la independencia y la tierra ecuatoriana siente otro solemne estremecimiento: el de la libertad. ¿Cuál fue el himno de guerra, el canto de victoria, que entonaron los próceres de agosto en casa de Manuela Cañizares? La Salve. Viene Pichincha, y Sucre atribuye el triunfo a la Virgen de Mercedes, ante la cual inclina rendidamente, en actitud de humilde vasallaje, su espiada vencedora. Año tras año, el insigne Mariscal y otros guerreros recuerdan a Quito, aunque no haya menester, sus deberes de gratitud. En 1826, un militar despreocupado, el general Murgueytio, ordena nueva acción de gracias, por «los señalados servicios con que ha protegido y protege   —128→   (la Virgen), la causa de la independencia». María es la Madre de la Libertad ecuatoriana, comenzada en nombre de la Cruz.

En 1851, la Convención Nacional, en pleito homenaje de gloria, reconócela como patrona y protectora de Quito. En 1861, la nueva Asamblea extiende ese patronato a toda la República, en memoria de la espléndida e inesperada victoria de las armas nacionales obtenida en el propio día de la Virgen, el 24 de setiembre del año anterior. Ante ella dejaron sus bastones de mando los más ilustres presidentes del Ecuador: Rocafuerte y García Moreno. En el postrer mensaje, signado con su sangre, este glorioso Magistrado, atribuyó «a Dios y a la inmaculada Dispensadora de los tesoros inagotables de su misericordia» los aciertos de su administración.

La fama de ese excelso ministerio de caridad de la Virgen de Mercedes sobre Quito, se dilató por lejanas tierras. Nuestro Litoral tuvo para ella primacía de amor y recurrió a su amparo en sus numerosas necesidades. Lima, recordando los beneficios hechos a nosotros, le juró por protectora. Justo era, pues, que este país, entre transportes de amor y de júbilo, proclamase en 1918 una vez más su augusta soberanía y la coronase como Reina, solemne y canónicamente.




La Virgen de Guadalupe

¿Y qué diremos de la Virgen de Guadalupe? Trajeron de España los conquistadores, introducida en la sangre de sus venas, la piedad hacia la dulce Madre representada en la afamada imagen extremeña; y a poco brotó en América un retoño de devoción, casi tan lozano y fuerte como el árbol primitivo, con la aparición de Tepeyac. En el Ecuador ese culto tomó caracteres nacionales y populares, en advocaciones propias; de manera que con el tiempo vino a debilitarse hasta el recuerdo del tronco excelso de que son ramas. Guápulo, El Quinche, El Cisne y Baños en el Azuay fueron y son todavía los lugares más propicios para la plegaria del alma ecuatoriana, que en esos santuarios ha exhalado sus lamentos y quejas ternísimas en las horas lúgubres de nuestra historia, o derramado su júbilo cristiano, en los momentos de felicidad.

¡Guápulo: alcázar místico de los más augustos recuerdos; testimonio vivo, pero descaecido, de grandezas pretéritas; joyero de venerables tradiciones; documento inmortal que, aun diminuto y maltrecho, proclama la pujanza y magnificencia con que Quito acopió riquezas e innúmeros tesoros y recursos de las artes, para ofrecer a María un hogar no muy indigno de la legendaria piedad con que la amaba!

Fundada allí la cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe, medio siglo apenas de establecido Quito, pronto se hizo célebre la imagen esculpida por el genio de Robles: la fama de los prodigios obrados por María extendiose por todas partes. Desde la traslación solemne de 1592, con motivo del motín de las alcabalas, hácese entre Quito y la   —129→   Virgen pacto de recíproca alianza y fidelidad. El pueblo acude a Ella con filial confianza, sin riesgo de importunarla. La trae para que cure las pestes, las sequías; para que sosiegue el tiempo trastornada, para cuantos males requieren la medicina de lo Alto. Los Obispos, como fray Luis López de Solís y otros, la visitan de continuo215: cada viernes el Santo Prelado, luz de la Colonia, iba descalzo y disciplinándose al Santuario, para celebrar al día siguiente el augusto sacrificio. En 1644, el pueblo, por mandato regio, se ve obligado a elegir entre las advocaciones de María, la más devota; y en aquel plebiscito de amor, la Virgen de Guápulo obtiene la primacía y se la declara Patrona de las Armas Reales.

Anualmente, el 6 de julio, venía ese «retrato hermosísimo, de la belleza de María,» para el grandioso homenaje del Patrocinio, en que la ciudad la honraba con manifestaciones de Jubilosa gratitud216. Pero las traslaciones excepcionales fueron las que testimoniaron con más fulgencia la devoción del pueblo y la misericordia de la Virgen Poderosa, como ocurrió en los grandes movimientos terráqueos de 1660, 1688 y 1797: después de este último, que redujo a escombros la antigua Riobamba, se acordó en honra de Ella otra fiesta de acción de gracias para el 4 de febrero de cada año por haber librado a Quito de igual catástrofe, a pesar de la violencia con que fue remecida y amenazada.

La construcción del Santuario definitivo reveló la ardiente veneración que se tenía a N. S. de Guápulo. Desde lejanas tierras, al mágico conjura de párrocos tan admirables como el Dr. Herrera y Cevallos, concurrieron los fieles con espléndida largueza a sufragar los cuantiosos gastos que la obra exigía. Las artes, en fecundísima emulación, embellecieron la morada de la que es Puerta del Cielo. Miguel de Santiago, príncipe de nuestros artistas, y otros maestros de la talla, de la pintura y de la arquitectura coloniales, se excedieron a sí mismos para ofrecerle la flor de su ingenio. Era el tiempo en que, como dice Rodríguez Docampo, la riqueza de Quito pertenecía al servicio   —130→   divino; y en que Guápulo sobresalía entre todos los templos por la pompa litúrgica, a tal punto que el mismo piadoso cronista afirma que el culto del santuario «podía parecer en toda Europa».

El Cabildo Civil mandó formar una alameda hasta Guápulo, para que fuese el paseo predilecto de la ciudad. Los Magistrados honraron a porfía el Santuario. El Presidente Pizarro donole su bastón de marfil, como Juan Pío Montúfar a la Virgen de Mercedes: dejole además un exvoto por haberle concedido la preservación de la Presidencia de las sediciones que comenzaban a incendiar la antes tranquila América. Por desgracia, a fines del siglo XVIIII, comenzó la era de decadencia, que aun debía conducir en 1839 al incendio de aquella Imagen sagrada ante la cual dos centurias se habían inclinado con reverente amor. Noventa años después debía repetirse el flagelo, arrebatando innúmeros tesoros y recuerdos de un pasado glorioso.

Guápulo tiene esas páginas de dolor en medio de tantas de esplendor y gloria. Pero el Quinche no cuenta sino triunfos que conforme avanza el tiempo destructor de grandezas, no han hecho sino crecer.




El Quinche, centro mariano

La Virgen de Oyacachi, gemela de la de Guápulo, se avecindó entre los indios y el pueblo humilde, como protectora y reina suya. Trasladada al Quinche, por el santo Obispo Solís, el Prelado mariano por excelencia en la Colonia, cobró tal fama y difusión su culto que vino a emular, y a eclipsar después, las de antiguas imágenes. El Ilmo. Sr. Oviedo, otro Obispo mariano, seducido por la abundancia y trascendencia de los beneficios de la Madre de Dios en esa su advocación, mandó erigirle nuevo santuario, al que fue llevada en 1630. Los Presidentes de la Real Audiencia le tributaron entrañable amor: la esposa de don Luis Muñoz de Guzmán costeó la cúpula del camarín, en señal de gratitud por una curación milagrosa. Villalengua y el Obispo Minayo, en unión del pueblo quiteño, le obsequiaron una campana.

Quito, siempre dispuesta a las grandes efusiones del sentimiento religioso, tuvo para la Virgen del Quinche la más dulce dilección filial, que con el andar de los años fue convirtiéndose en verdadera locura de amor. A su amparo se acogió con ocasión de grandes dolores y penalidades colectivos, especialmente de las enfermedades que diezmaban la población de la Presidencia. El Cabildo la juró patrona en 1699 por la protección dispensada a la Ciudad librándola del terremoto; y dispuso que se celebrara en su honra fiesta solemnísima el 20 de febrero de cada año. Y desde entonces, en todos los trances amargos, la preclara Corporación, genuina intérprete del sentimiento popular, volvía hacia Ella sus ojos llenos de esperanza.

Cada vez que venía, salía el Cabildo a recibirla en Cuerpo. Y   —131→   cuando era forzoso consentir en su regreso, convocábase al pueblo por medio de pregón para que la custodiase hasta su Santuario: dos capitulares iban con Ella, rindiéndole pleito homenaje. Muchas veces la Corporación impidió por largo tiempo su vuelta al Quinche, porque temía que sobreviniesen a Quito graves males apenas la dejase; y al separarse de Ella, los quiteños considerábanse en orfandad.

La República, harto olvidadiza a veces de sus deberes de lealtad para con la Providencia ha guardado, sin embargo, la devoción a la dulce Señora del Quinche como la mejor de sus preseas, como el título más cabal de gloria y felicidad. Su fiesta anual es inmensa cita de amor que se dan los pueblos, aun de allende las fronteras, para ofrendar a María los tesoros de su alma. Ningún título de la Madre de Dios ha conmovido más hasta 1906 las fibras todas del corazón ecuatoriano. Por eso en la construcción del santuario definitivo, basílica gigantesca que pregona la excelsitud de los beneficios maternales y la constancia de sus devotos, se ha repetido la gesta de largueza que contempló atónica la Colonia en la erección del templo de Guápulo.




N. Sra. del Cisne

Y el ministerio, de protección que la Virgen del Quinche ha ejercido con Quito, Ibarra y otras ciudades, ha sido desempeñado respecto de Loja por Santa María del Cisne217. Llevada de esta capital hacia fines del siglo XVI, su devoción extendiose con los milagros que obraba. Cobráronle los indios veneración preferente, y la consideraron como su madre y amparo. Hasta el color trigueño de la imagen, cual si María del Cisne estuviera hecha al sol y a la rusticidad del campo, les atraía y subyugaba. Pero también las clases aristocráticas, los prohombres de Loja se arrodillaron ante sus plantas con la fe, ardiente y pura, de los oscuros y desconocidos. Fueron sus cofrades, a semejanza de lo que se hacía en Guápulo, los más ilustres ciudadanos; y el Cabildo de Loja la declaró patrona y protectora jurada de su provincia. Bolívar concedió a esa ciudad privilegio de feria para la fiesta anual; y desde entonces se trasladaba allá la estatua para que la Virgen recibiera en ella nuevas y tiernas oblaciones de quienes la reputaban como refugio supremo y meta de sus nobilísimos amores.

Acordada la solemne Coronación de la imagen prodigiosa, los Concejos de Loja, sin distinción de opiniones, se adhirieron a aquel proyecto y demostraron así que son beneméritos sucesores de los Cabildos coloniales, anticipación magnífica de la verdadera democracia. Y en la apoteosis sublime, toda la tierra lojana ha rendido una vez más vasallaje espléndido a María.



  —132→  
La Virgen del Rosario

Los hijos de Santo Domingo, tan fieles a esta devoción dilatáronla amorosamente por todo el territorio de la Presidencia, a tal punto que el P. Recio afirma que «florecía aun más que en Europa218». La Iglesia de Quito, en cuyo centro señoreaba la preciosa imagen regalo de Carlos V, fue uno de los primeros y más fervorosos hogares de la piedad mariana. Tenía la Virgen del Rosario, cofradía de blancos, compuesta por 24 patricios de la ciudad; y en su torno, como otros nidos de amor, se agrupaban las cofradías de negros, mulatos, y naturales. Cada una de estas confraternidades tenía imagen propia, que se llevaba tras sí los ojos y los corazones de sus miembros. En las procesiones de indios, organizadas por frailes admirables como Bedón y Pardave, hubo vez que concurrieron hasta dos mil de ellos, para alabar a la Virgen por medio del Rosario. Los indios -dice el mismo P. Recio- se llevaban la palma en esta devoción. En muchas necesidades, el Ayuntamiento, que conocía la fe con que todos servían a la Virgen del Rosario y el fuego con que la amaban, hízola recorrer la ciudad en triunfal procesión y el remedio no se dejó esperar.

La Capilla del Santísimo Rosario, cuya construcción promovió fray Ignacio de Quesada, fue, al decir del Dr. Francisco Antonio Montalvo, la más ostentosa que tenía la Orden dominicana en el Nuevo Mundo. Para ensancharla se construyó sobre la calle de la Loma uno de los recuerdos más bellos de la arquitectura colonial. En esa capilla, se alternaban en rotación incesante los coros del Rosario; y cuando a la noche se suspendían en el templo, se continuaban en los austeros hogares quiteños.

A la entrada de la ciudad, por el Sur, estaba otra imagen veneradísima que, andando los años, se denominó Nuestra Señora de la Escalera. Su capilla, en la Recolección dominicana, mereció que el mismo doctor Montalvo le diese renombre de «célebre santuario de prodigios». En Ibarra, Nuestra Señora de la Peña de Francia era el corazón de la ciudad y su Capilla de los Molinos imán de piadosos romeros que de muy lejos venían a ofrecerle lo más precioso de su castillo interior. Otavalo, Cuenca y otras poblaciones tenían también su dulce Molinerita, objeto de devotas peregrinaciones y ensueños de místicos amores. Ibarra, Latacunga y, probablemente, Cuenca juraron a N. S. del Rosario patrona de las Armas Reales, como la imagen más venerada.

Baños le profesó asimismo singular ternura y le juró patrona por haberla salvado de la erupción del Tungurahua ocurrida en 1773. Pungalá tuvo devotísima capilla, dedicada a la misma Madre de Cristo; y en las demás ciudades de la República, donde fundaron los dominicanos   —133→   templo o capilla, la Virgen recibió con ese nombre tributo perenne de rendida veneración.

Cuenca, en especial, cultivó para ella ardentísima caridad filial. La Morenica del Rosario ha sido y es hasta ahora inspiración suprema de la poesía azuaya, poesía esencialmente mariana que, sin Ella, carecería de raíces, de aliento y vida y moriría como las plantas cuando les falta el agua que nutre la savia.

La Virgen del Rosario adoptó otros nombres para cautivar más y más el dolorido corazón ecuatoriano. Aquí, al Norte, como cerrando los límites de la ciudad, cerca de la Iglesia de N. S. del Belén, estaba la Virgen de Consolación, cuya fama se extendió al Perú. Varones ilustres de esa República honraron y protegieron el culto de esa imagen seductora.




N. S. de Loreto

Jesuitas y dominicanos han sido rivales en amor, en sacrificio por las almas. Si la devoción a la Virgen del Rosario perfumó el ambiente moral de nuestra patria, la de N. S. de Loreto no fue menos próspera y extensa, gracias a la constancia de la sabia Compañía de Jesús. El culto simbólico de la Virgen de este último nombre, culto propio de la familia cristiana, tomó en la Colonia realce y brillo extraordinarios, ora por el renombre de los varones apostólicos que a promoverlo se dedicaron, ora porque su historia va unida a la de la insigne Mariana de Jesús.

Ante la Virgen de Loreto vivió de hinojos, en éxtasis de amor, en tributo de gloria y santidad, la flor de nuestras doncellas, la más augusta de las hijas de esta tierra. A sus pies inmolose en holocausto por la naciente patria y derramó en la breve primavera de su vida el aroma de su jardín interior, la mística Azucena, quintaesencia y personificación excelsa de nuestra piedad mariana. Nacida en sábado, como anuncio primero de la devoción de sus preferencias, y frente a la bella capillita de que luego hablaremos, toda la existencia de Mariana, no es sino oración incesante a la Madre Inmaculada: la Virgen de Loreto curó sus dulces y hermosos ojos y ella misma fue el consuelo inefable de su niñez entristecida por la orfandad, la celestial consejera de su juventud martirizada de amor divino, la cifra y compendio de sus aspiraciones virginales.

Los jesuitas propagaron en la Presidencia las devotísimas letanías Lauretanas, síntesis de las alabanzas con que el mundo ha saludado, a su Corredentora. El P. Onofre Esteban, que implantó sólidamente la cofradía especial en 1590, consideró a la Virgen de Loreto como el alma de sus empresas apostólicas. Sus misiones enriquecidas con tantas gracias, fructificaban prodigiosamente gracias a la protección de la Reina de los Apóstoles. La aristocracia colonial, se reconocía esclava de la Virgen de Loreto. Los indios la veneraban a la par   —134→   de sus amos; y por todas partes recibía himnos y efusiones inexhaustas de afecto. En las fiestas, salía en procesión la imagen dentro de artística casita, hecha de cera; y para que los misterios del rosario hiriesen la imaginación y el sentido, se llevaban en cuadros que los simbolizaban en forma fascinadora. Los niños de las escuelas, eran los priostes de esos homenajes, con el concurso de toda la población, transportada por dulce frenesí mariano...

Y lo que se hacía en Quito, se imitaba y propagaba por toda la Presidencia, unida en un solo ideal: el de María. Los jesuitas tenían en sus iglesias la imagen de N. S. de Loreto: con ella penetraron al Oriente, pues ella sola bastaba a embellecer la selva y a darle como antegusto y resplandor del paraíso.




Otras advocaciones

En su advocación de Reina de los Ángeles, María tuvo en Quito un santuario que, como acabamos de verlo, está ligado al recuerdo venerando de nuestra Mariana de Jesús. Como en muchos otros lugares visibles de la ciudad, en el muro externo del Hospital destacábase célebre pintura, para cuya protección se edificó primero un recinto cerrado y luego bellísima miniatura de capilla. En 1726, el Cabildo permitió al Mayordomo de la Cofradía que construyera dos arcos volados desde el extremo, de la Capilla hasta la casa del maestro Juan Acuña, con el objeto de resguardar de la intemperie a los fieles que allí acudían piadosos a la misa del sábado y a la salve de la tarde del mismo día. Porque fue para la Reina de los Ángeles, lo llamamos hoy «Arco de la Reina», preciosa muestra de la arquitectura colonial, como el similar a que antes hicimos alusión. Lo más hermoso de nuestra ciudad aclama y rememora las glorias de la Madre de Cristo.

La devoción a la Virgen del Carmen, tan antigua y arraigada entre nosotros, y que tuvo cofradía de españoles e indios en la Iglesia de S. Agustín, prosperó y se difundió sobre manera con el establecimiento de los monasterios de la Orden que de ella recibe nombre y gloria; monasterios vinculados con lazos de oro, al recuerdo así de Santa Teresa la grande, como de la misma amada compatriota Mariana de Jesús.

La Virgen de los Dolores no podía menos de llevarse tras sí el alma de este pueblo, desarrollado en medio de estupendas crucifixiones. No sólo tuvo estatuas en todos los templos, para que recordasen el martirio de amor de la Corredentora de la humanidad, sino también hermosísima capilla especial, la de Cantuña, donde en 1776 se instaló la Confraternidad de la Reina del dolor, incorporada a la de la Iglesia Liberiana de Roma. Nuestro gran Caspicara esculpió para Ella una de las mejores joyas del arte quiteño. Esa confraternidad   —135→   unía, en común culto del sacrificio de Nuestra Madre, a todas las clases sociales, azotadas igualmente por la ola eterna del dolor humano.

La Madre Dolorosa fue venerada también con otro nombre similar: el de Virgen de las Angustias; pero el dolor de María que tuvo, mayor culto fue el de su Soledad después de la muerte del Salvador. Anexa a la Cofradía del Rosario en el templo de Santo Domingo, se había establecido la de la Soledad compuesta por prohombres quiteños. En la tarde del Viernes Santo, la procesión con la Imagen salía del templo y recorría gran parte de la ciudad dejándola penetrada de las amarguras del Calvario. La piedad quiteña tomaba a veces patéticos caracteres para modelar aun las almas más bastas y materializadas.

El dulce nombre de María tenía asimismo Cofradía propia en la Capilla de la Virgen del Pilar en San Francisco. Esta imagen era trasunto fidelísimo de la de Zaragoza, obtenido por sorprendente concesión, que acredita los privilegios que se dispensaban a esta tierra, sin otra razón que su amor a María. Y a la Virgen del Pilar se le daba reverencia en otras Iglesias: en la Catedral se verificaba anualmente la fiesta del Patrocinio, por Mandato Real. Por último, apenas comenzó a dilatarse por el mundo el culto, tan discutido entonces, del Inmaculado Corazón de Nuestra Señora, los jesuitas tomaron a pechos su fomento, como lo manifiesta la misma fachada de su templo admirable, relicario imperecedero del arte religioso colonial.




El culto de la Concepción Inmaculada

Uno de los más hermosos títulos de honra para el Ecuador es el celo y fervor con que en toda época defendió la Concepción Inmaculada de María. Bebimos esa fe con la sangre castellana, y fomentáronla los mismos Reyes de la antigua dinastía, con toda la autoridad y eficacia de su poder. Recuérdense las fiestas que América celebró en 1661, cuando Felipe IV, uno de los más devotos monarcas, recibió la bula pontificia de Alejandro VII, con frases alusivas al augusto misterio. Quito festejó asimismo con extraordinaria pompa aquel acontecimiento y dejó en Guápulo testimonios fehacientes de su júbilo.

Desde los primeros días de la ciudad, el Ayuntamiento puso empeño en que se fundase el Monasterio de la Concepción, foco de vida mariana para todos los pobladores. Muy luego, el Ilmo. Fray Luis López de Solís lo trasplantó a diversos lugares; y con las religiosas llevó hacia ellos otros tantos núcleos de difusión del amor a Nuestra Madre. El Cabildo y la Audiencia tenían la fiesta de la Inmaculada como de tabla; y su asistencia era obligatoria, tanto a la Catedral, como al templo de S. Francisco. Los frailes de esta Orden ilustre fueron los más ardientes pregoneros de las excelsitudes del Misterio, los portaestandartes celosos de ese radiante sol entre las glorias   —136→   de María. Los Terciarios Franciscanos hacían a la Inmaculada fiesta solemnísima el tercer domingo de cada mes; y para que el culto fuese orgánico y disciplinado, fundose cofradía especial. El día de San Ildefonso, el Presidente de la Audiencia, los Oidores, el Cabildo secular y el Obispo juraban defender la pureza de María; y en 1668, el Ayuntamiento mandó que también jurase en igual sentido el Cabildo Catedral. El elemento civil emulaba y a veces superaba al religioso en afectos a la siempre Virgen María. Los abogados, como los Caballeros de Alcántara, prometían bajo la fe del juramento, sostener y luchar por la Santísima Concepción de Nuestra Señora; y en todas las clases sociales, esa devoción tomó caracteres de caballería religiosa, de mística cruzada.

Otras ciudades ecuatorianas compartieron la entrañable fe en la divina limpieza de la Virgen de las Vírgenes. Loja se intituló «Ciudad de María Inmaculada». Cuenca veneró constantemente tan hermoso florón de gloria de la Emperatriz del Cielo; y en la Virgen del Río y en otras imágenes rindió tributo de admiración al gran prodigio. Riobamba, movida de amor a la hermosura original de María, juró el 8 de diciembre de 1616, ante la prodigiosa imagen de Macas, trasladada allá por orden del Ilmo. López de Salís, defender la Santísima Concepción.

Cuando se anunció que los autorizados labios del preclaro Pontífice Pío IX se disponían por fin a declarar dogma de fe la preservación de María, este país se estremeció de emoción sobrenatural y estética. La Asamblea Nacional de 1851, en decreto de 8 de marzo, quiso cooperar a los designios del Papa, según dice expresamente aquel magno documento; y reconoció a la «Purísima Virgen María, en el misterio de su Inmaculada Concepción» «como patrona y protectora especial de la República». La fiesta del 8 de diciembre debía ser, en adelante, cívica y de primera clase en todo el país. El Ejecútese Constitucional fue puesto por el Presidente don Diego Noboa y por su Ministro doctor don José Modesto Larrea, una de los más ilustres patricios quiteños. ¿Qué pueblo de la tierra se ha preparado mejor para celebrar esa definición dogmática?

Una vez promulgado el decreto que la declaraba, todas las ciudades, en competencia de jubilosa fe, hicieran espléndidos homenajes a la Madre de Dios. Quito le dedicó un novenario en que hablaron de las excelencias marianas los más reputados oradores. Cuenca, por mandato del Gobernador Rodríguez Parra se engalanó e izó, cual en fiesta nacional, la bandera de la Patria; y el 13 de mayo de 1855, como escribió el Dr. Joaquín Fernández Córdova, esa ciudad fue «un, gran poema y cada habitante suyo, un cántico vivo, una acción de gracias». Los poetas rompieron a cantar los más dulces e inspirados himnos de amor. Fundada años después la Corporación Universitaria   —137→   cuencana, hombres como Mariano Cueva, Juan Bautista Vázquez, Vicente Cuesta, se unieron para aclamar a la Virgen Santísima en su advocación de la Inmaculada Concepción patrona del nuevo Instituto; y la Sede de la Sabiduría fue honrada desde entonces en el propio plantel, coma luz de las ciencias, imán de la juventud y fuente de los más nobles amores.




Otros santuarios y títulos

Los agustinos propagaron, además del culto a Ntra. Señora de Consolación, una devoción que tan hermosamente se alía con el culto de la inmaculada belleza de la Madre Divina: la de la advocación a Nuestra Señora de la Gracia.

Una palabra deberíamos decir de Nuestra Señora de Cicalpa, que tuvo celebérrimo santuario, y a la cual Riobamba proclamó patrona en 1645, después del terremoto de aquel mismo año; así como de las imágenes que en la Costa se veneraron: Nuestra Señora de Covadonga en Guayaquil; de Agua Santa en Jipijapa, Monserrat en Montecristi, etc., etc.; pero quédese tan grata labor para otra ocasión. ¿Qué ciudad de la Patria, qué villa, qué pueblo, no ha profesado ardiente amor a alguna imagen célebre de María? Hacer la historia de todas, sería pretender vaciar inmenso océano de dilección filial. La epopeya mariana del Ecuador merece aún muchos libros.

No sólo las imágenes españolas tuvieron aquí atracción sobre nuestros compatriotas, sino también las de otros países hermanos de América. La Virgen fue entre ellos lazo de unión, símbolo de comunidad de ideales. Nuestra Señora de Copacabana y la de Chiquinquirá alcanzaron, especialmente, piadoso culto. La tradición cuenta que la primera era traída de Loja a Quito: un canónigo de esta ciudad iba a acompañarla en tan larga peregrinación de amor. Probablemente esa romería anual que hacía la Virgen para visitar a Quito, terminó cuando el Obispo López de Solís, compró por altísimo precio una imagen que se llevaba a Popayán: venía una estatua de María y la piedad quiteña no podía dejarla partir. Desde entonces, la Virgen boliviana tuvo en la Iglesia Catedral veneración particular. En los temblores, sacósela muchas veces en procesión, por orden del Cabildo Civil. La de Chiquinquirá logró en todo el antiguo Reino de Quito reverencia extraordinaria. Franciscanos, dominicos y agustinos se unieron para difundir los hechos prodigiosos de la celebérrima Virgen colombiana.

Si de otras partes nos venían mensajes de amor, nosotros los enviábamos también en la palabra de nuestros misioneros, en el ardor evangélico de los Obispos que de aquí salían, en las alas luminosas del arte quiteño.

El más ilustre de los escritores marianos de la Colonia, Villarroel,   —138→   propagó en su diócesis de Santiago y en la arquidiócesis de Charcas, el culto que de Quito había llevado; y lo trasfundió en sus libros; espejo de místicos afectos hacia la Madre del Verbo. Un clérigo ecuatoriano colocó en Las Lajas la misma lámpara de fidelidad y puso allí el límite al norte de nuestra Patria Mariana. Fuimos conquistadores de María y para María.




Arte mariano

El arte quiteño multiplicó con profusión admirable, los cuadros, los símbolos, las advocaciones de la dulcísima Reina. ¿Cuál de éstas no ha tenido aquí pinturas y esculturas bellas y seductoras? La Virgen Inmaculada creó en Quito verdadera escuela de artistas, que no se limitó a copiar los tipos de Montañés o de Mena, por entonces en boga en la Metrópoli, sino que le dieron alma y espíritu propios. Del Ecuador derramáronse sobre América del Sur innumerables reproducciones, que difundían nuestros más caros afectos. La piedad mariana de otras partes fue en cierta manera tributaria de nuestro arte, satélite de nuestra devoción a la excelsa Señora...

«... con ser la Ciudad de los Reyes o Lima, dice el P. Recio, la metrópoli de todo el Perú, piden desde allá y aprecian grandemente los pinceles de Quito, que manejan los españoles que allá nacen, aunque también se les agregan los mestizos y aun los indios que son hábiles para todo. Se hacen también estatuas prodigiosas, de piedra, de yeso, de madera y de marfil. Están por eso los templos muy bien proveídos de imágenes, que con su buen talle fomentan la devoción219».






Renacimiento espiritual

Con el retorno de los jesuitas desaparecieron los últimos vestigios de una terrible y desoladora herejía que inundó Europa y América: el jansenismo, acérrimo enemigo de María. Su culto sobrenadó misteriosamente entre nosotros, en medio de la licencia de costumbres que trajo consigo el apartamiento de la Eucaristía; y con la renovación de las órdenes religiosas tomó la piedad mariana nuevas y sugestivas formas. El mes de María comenzó a celebrarse en todas las ciudades, como el más dulce y poético homenaje a la Flor de las flores, a aquella Mujer santísima que, al ser Madre de Cristo, trajo al mundo la verdadera primavera. En Cuenca, brotaron como devoción propia de cenáculos y torneos literarios, los Sábados de Mayo. En Quito, uno de los primeros frutos de la fundación del Mes de María fue el establecimiento de la falange esclarecida de Caballeros de la Inmaculada. Las asociaciones marianas volvieron a multiplicarse y a florecer con lozana vida. Uno de los libros más hermosos que han salido de las prensas ecuatorianas en el primer siglo de vida republicana, es el «Nuevo Mes de María» del preclaro Arzobispo González Suárez.

  —139→  

Como culminación de este renacimiento mariano general señalaremos la Consagración de la República al Corazón Inmaculado de María, decretado por el Congreso de 1892: algunas ciudades habían precedido a la Legislatura en este tributo de gloria y amor: Azogues dedicose el mismo Purísimo Corazón en 1887. En medio de la apostasía de muchos, la fe de los más en su dulce Protectora se ha encendido y fortificado. Junto a los Santuarios antiguos, que han cobrado el ascendiente misterioso y épico que a todas las cosas da el rodar de los siglos, han surgido muchos nuevos; y si se han oscurecido algunas advocaciones, otras han cobrado atracción singular, ora con la fama de los prodigios que ha obrado en ellas la Madre de Dios, ora con el entusiasmo y celo de las Congregaciones religiosas, y del Clero todo. Las coronaciones ora canónicas, ora populares, han sido ocasión para desbordamientos de amor filial a la Virgen Santísima: Nuestra Señora del Rosario de Pompeya en Quito; la Virgen de la Nube en Azogues; Nuestra Señora del Rocío de Biblián; la Inmaculada del Templo de San José de Guayaquil, la Morenica del Rosario y la Auxiliadora de Cuenca, han recibido férvidos homenajes que han atestiguado de modo fidedigno la predilección de este pueblo por la Virgen Santísima.

María ha correspondido, en todo tiempo a esa floración de amor, no sólo con favores y gracias de orden material, sino con hechos extraordinarios que han venido a revelar en el idioma sobrenatural e inefable del Milagro, la ternura y predilección de la Celestial Señora. Ora es una imagen que resiste en el Oriente, ante los salvajes sorprendidos, la prueba del fuego; ora una estatua, la de Nuestra Señora de la Paz en el Templo de la Concepción de Quito, que se anima e irradia resplandores, circundada de estrellas misteriosas; ya una pintura desvanecida con el tiempo, que se ilumina y cobra espléndidos matices, en la ermita oriental de Gavilanes; ya una especie de boceto de N. S. del Amparo, en el Convento de Clarisas de esta misma Capital, que se perfecciona y abrillanta sus colores, a medida que se los quiere amortiguar. La imagen de N. S. del Rosario, venerada en la cárcel de la Audiencia, oye las tristes quejas de un sentenciado a muerte y borra el fallo: créase así la advocación tan popular de «La Borradora». La Virgen misma aparece repetidas ocasiones: en el Convento concepcionista de esta capital se presenta a una religiosa, a la cual manda que haga labrar una estatua de Nuestra Señora del Buen Suceso, que la represente como tiene la dicha de contemplarle; en la Provincia de Bolívar, a una doncellita india, María de la Luz Chela, y en el cielo azul y sereno de Quito, al caer la tarde del 30 de diciembre de 1696, en que las nubes formaron clara y distintamente una espléndida y colosal imagen, semejante a N. S. de la Antigua. Y cuántas manifestaciones más es fuerza dejar en silencio, sea porque la   —140→   Iglesia no quiso declarar nada sobre ellas, sea porque lo impide la extensión de este capítulo. María es reina y señora de muestra tierra.




Vano propósito antitradicionalista

Quiso un día el sectarismo borrar, de un golpe la Tradición Mariana de este pueblo consagrada oficialmente al Corazón de Cristo, como si fuese posible destruir por decreto las raíces de un amor cimentado en la sangre de los misioneros, en los sacrificios heroicos del pueblo durante tres siglos de vida colectiva, en las celestiales misericordias y favores de la Virgen, en tantos y tantos títulos que las multitudes nunca olvidan.

Como protesta viva contra esa pretensión nefanda que, en vez de matar la gigantesca epopeya mariana del país, la iluminó y fecundó con creces; como condenación del laicismo oficial de la acción política y de la cobardía y tolerancia del mal con que tantos hijos de esta tierra han bastardeado la herencia de cristiana gloria; como testimonio de coparticipación en nuestros dolores; como símbolo y augurio de redención del Ecuador en la Cruz del sacrificio; como suprema muestra de su amor de predilección, la Virgen por excelencia de la Niñez y de las Aulas, la Virgen de los Dolores de la Patria, dio hace ya cerca de medio siglo (1906) movimiento, luz y vida a sus ojos maternales.







Anterior Indice Siguiente