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Las (¿dos?) casas de Melibea

Patrizia Botta


(Univ. Roma y Univ. Padova)



Mucho se ha discutido sobre el supuesto realismo de La Celestina (=LC), y se ha querido buscar algún referente concreto al lugar en el que ocurre la acción de la obra, reconociendo como escenario de los hechos varias ciudades españolas, sobre las que prima Salamanca. En esta misma línea, también se ha discutido sobre el lugar del primer encuentro entre Calisto y Melibea en la escena de abertura del Auto I, tan enigmática y tan repentina que ha originado muchas suposiciones, incluso con implicaciones autoriales, y no voy a repetir aquí lo dicho en la bibliografía específica, de sobras conocida1.

Volveré, sin embargo, una vez más sobre la cuestión por una doble vía: la del examen de las viñetas de las primeras ediciones de la obra, que muestran cómo interpretaban y «visualizaban» los escenarios de LC los coetáneos; y la del examen del texto mismo, que distingue netamente entre ciertas palabras, o que nos da informaciones útiles a lo largo de sus páginas que dejan claro que los encuentros primero y siguientes se dan en dos lugares diferentes.

A) Comencemos por las ilustraciones, que damos en apéndice2. No todas las ediciones primitivas (1499-1530) ilustran o comentan el texto de LC que editan, y es el caso de las de Toledo 1500 (sigla C), Sevilla 1501 (D), Zaragoza 1507 (Z) -que sólo traen la portada-, o de la traducción italiana de 1506 (N). Hay algunas sin embargo que, tras una lectura atenta de los contenidos, ilustran o «historian» la obra toda, en cada uno de sus actos, con abundancia y lujo de detalles, interpretando y reproduciendo hasta los pormenores que nos parecerían más insignificantes, como las piedras por el camino, o la presencia muda del paje, citado apenas, o la presencia del cadáver de Melibea en la escena del monólogo conclusivo de la obra. Es lo que vemos concretamente en la edición de Burgos 1499 (B) para la Comedia y en unas cuantas Tragicomedias primitivas (la toledana de 1510, H, la serie sevillano-crombergeriana entre 1511 y 1518-20, IKL, la serie valenciana de 1514 y 1518, PU, las dos romanas de 1516 y 1520, JM, y otras ediciones de los años 1520-1530). En algunas, ese afán de detallismo, de «veridicidad» y de pintura fiel del texto deja que pensar.

Llama la atención, en esta óptica, que en su mayoría distingan un lugar para el primer encuentro, y otro lugar para los encuentros sucesivos de los dos amantes. Si miramos las reproducciones aquí adjuntas, en efecto, vemos dos paisajes totalmente distintos, uno rural para el primer coloquio, reproducido generalmente en las portadas, y otro ciudadano para los encuentros sucesivos de los actos XIV y XIX. En las portadas, además, se intensifican las referencias a la caza (el caballo, el halcón, el perro) a la par que la vegetación parece más bien la de un campo fuera de la ciudad, sin además paredes que lo encierren, por tanto un campo abierto donde se supone que se va a cazar (la casa en el transfondo a cuya puerta toca Celestina parece más bien un añadido argumental, y, en algunas, una viñeta suelta que a veces se pone a la izquierda y otras a la derecha, como se ve en las portadas sevillanas de IKL y de Sevilla 1525). En cambio, en las viñetas de los encuentros de amor siguientes, en los actos XIV y XIX, siempre consta un jardín delimitado por un muro que hay que escalar (con el detalle de la escalera), y dominan los motivos de la calle urbana (construcciones, piedras, paredes, elementos arquitectónicos como ventanas, puertas, almenas), a la par que la vegetación del jardín es distinta (flores de cultivo y cipreses, nombrados en el texto).

Esta presentación de dos «jardines» distintos es concorde en las ilustraciones de todas las ediciones primitivas salvo las valencianas de Joffré, PU (pero no la de Viñao de 1529, V), que optan ambas por una portada de ambientación ciudadana que no choca con la escena de los demás encuentros, y la misma tendencia a la portada «urbana» continuará en la tradición siguiente, inspirando varias ediciones seriores del siglo XVI, aunque con el tiempo hay que decir que van mermando las ilustraciones de LC, máxime si la edición pasa a otros formatos y a otros caracteres, dejando de lado el gótico. La otra excepción es la edición de Zaragoza 1507, cuyo ejemplar completo recién descubierto3 nos ha devuelto una única ilustración en la portada, que sin embargo no parece tener relación temática con LC y debe de ser un préstamo de otra edición relacionada con la materia «sentimental»4, una viñeta que tal vez tenían a mano en la imprenta y se usó por razones de comodidad.

Exceptuando, pues, Joffré y Coci, queda patente que para la mayoría de los editores de la tradición antigua que realizan o encargan las ilustraciones, en otras palabras, para los coetáneos, los escenarios de los encuentros de amor son dos, y distintos: uno para el primer coloquio (en el campo), y otro para las citas clandestinas sucesivas (en un jardín de una casa ciudadana).

B) Veamos ahora con cuáles palabras se designan estos lugares en el texto. Y cabe observar que al referir el dónde se dan los encuentros, el autor acude a dos términos distintos, cuidadosamente y con coherencia: huerta (para el primer coloquio) y huerto (para las citas sucesivas)5. Veamos los ejemplos.

La palabra huerta en LC sólo aparece tres veces antes del encuentro del Auto XIV, a saber (el subrayado es mío):

— en el Argumento del Auto I:

«Entrando Calisto una huerta empós de un falcón suyo falló y a Melibea»;



— en el Auto II, referida por Pármeno:

«porque perderse el otro día el neblí fue causa de tu entrada en la huerta de Melibea a le buscar»;



— y en el Auto I, en forma plural, nuevamente proferida por Pármeno:

«labradores en las huertas, en las aradas, en las viñas, en las segadas con ella passan el affán cotidiano».



Las primeras dos menciones se refieren al lugar del primer encuentro, y nos ponen de manifiesto el paso progresivo, en LC, de UNA huerta, donde se halla Melibea (en palabras del argumentista), a LA huerta de Melibea (como la llama Pármeno). La tercera mención no indica el escenario del primer coloquio, pero sirve para aclararnos la acepción que tiene la forma femenina dentro de la obra: huerta como campo cultivado fuera de la ciudad, paralela a las viñas, a las aradas, etc., lo que también concuerda con el étimo de la palabra (del pl. neutro HORTA, «conjunto de huertos») y con lo que traen los diccionarios:

— Covarrubias, s.v. huerto (n. 2),

«el que tiene agua de pie y está en la ribera ordinariamente llamamos güerta».



— Autoridades, s.v. huerta (n. 1),

«El sitio o lugar en que se plantan hortalizas o legumbres, y tal vez árboles frutales. Son grandes, y suelen estar cerca de zarzas y cambrones... ha de tener abundancia de buen agua dulce»;



y, s.v. huerta (n. 2),

«se llama en algunas partes toda la tierra de regadío, como la huerta de Murcia, la de Valencia»).



Dos menciones más de la misma palabra se deben, por error, a otro argumentista6, el que escribe la primera redacción del Argumento del Auto XIV para la versión de la Comedia en 16 actos (Argumento que como es sabido, al pasar el texto a 21 actos, es modificado totalmente, y, refundido, pasa a encabezar el Auto XIX). En la Comedia, en efecto, el argumentista al resumir el Auto XIV había escrito dos veces la forma femenina:

Esperando Melibea la venida de Calisto en la huerta

Sube por ella y métese en la huerta



sin percatarse que el autor a lo largo de toda la obra (tal como nos muestran las Concordancias) distingue netamente entre huerta, la del primer encuentro («huerta» como campo cultivado fuera de la ciudad) y huerto, el jardín de la casa ciudadana de Melibea, como veremos luego. El argumentista de la Comedia no lo entiende, y se equivoca, poniendo dos veces huerta, aun refiriéndose al jardín de la ciudad. Ahora bien, el nuevo argumentista, el que redacta el Argumento correspondiente para la Tragicomedia (o sea el del Auto XIX), y que mejor conoce el texto y sus matices, corrige las dos menciones en huerto y añade de su cosecha una mención más:

Yendo Calisto con Sosia y Tristán al huerto de Pleberio a visitar a Melibea

Estando Calisto dentro del huerto con Melibea

Y oyendo Calisto desde el huerto onde estava con Melibea



y esta corrección, que luego pasa a la tradición siguiente, tiene todas las trazas de ser una corrección de autor7, de alguien que sabe cómo se quiso llamar el lugar donde se dan las citas nocturnas de Calisto y Melibea.

No hay más menciones de la palabra huerta en el resto de LC, y a cuentas hechas sólo tenemos tres, correctas, que se refieren -salvo una- al lugar del primer coloquio, a las que se añaden dos, erróneas, limitadas a la fase de la Comedia, que luego se corrigen definitivamente en la Tragicomedia y desaparecen del todo en la tradición siguiente cuando se habla de las citas nocturnas de los dos amantes.

Pasemos ahora a las menciones de la palabra huerto, que, como veremos por los ejemplos mucho más numerosos, designa el jardín de Melibea que forma parte de su casa en la ciudad8, en el que se dan los encuentros de amor sucesivos de Calisto y Melibea.

La palabra huerto ya en la Comedia aparece 7 veces, todas mucho después de las menciones de huerta, a saber:

— Auto XII (Melibea):

«conténtate con venir mañana a esta hora por las paredes de mi huerto»;



— Auto XII (Calisto):

«mi venida será, como ordenaste, por el huerto»;



— Auto XII (Sempronio):

«quedó concertado de ir esta noche que viene a verse por el huerto»;



— Auto XIV (Melibea):

«passos suenan en la calle y aun parece que hablan dest'otra parte del huerto»;



— Auto XIV (=XIX), (Lucrecia):

«mayor mengua será hallarte en el huerto que plazer sentiste con la venida»;



— Auto XV (=XX), (Melibea):

«Quebrantó con escalas las paredes de tu huerto; quebrantó mi propósito»;



— Auto XVI (=XXI), (Pleberio):

«huerto florido y sin fruto».



La palabra alcanza 11 menciones más en las adiciones de la Tragicomedia;

— Auto XV (Elicia):

«los sombrosos árboles del huerto se sequen con vuestra vista»;



— Auto XVI (Melibea):

«jamás noche ha faltado sin ser nuestro huerto escalado como fortaleza»;



— Auto XVII (Sosia):

«para esta noche en dando el relox las doze está hecho el concierto de su visitación por el huerto»;



Argumento Auto XIX:

(tres menciones cit. supra);



— Auto XIX (Sosia):

«desde aquí al huerto de Pleberio te contaré»;



— Auto XIX (Sosia):

«Pero porque ya llegamos al huerto y nuestro amo se nos acerca, dexemos este cuento»;



— Auto XIX (canto de Lucrecia):

«ni huerto más visitado»;



— Auto XIX (Melibea):

«Todo se goza este huerto con tu venida»;



— Auto XIX (Calisto):

«lo que en toda la tierra no ay igual que en este huerto».



En la mayoría de las menciones tanto de la Comedia como de la Tragicomedia, el masculino huerto se refiere al jardín de la casa de la ciudad, lugar de los encuentros sucesivos entre los dos amantes, y cercado por una pared que hay que escalar (cfr. «paredes», «escalas», «escalado») -lo que no se mencionaba mínimamente para huerta. Además el término es acompañado por claras referencias urbanas (cfr. «calle»), y por la mención a caminos ciudadanos que hay que recorrer.

Esta acepción del masculino huerto se conforma no sólo con el hortus clausus de la tradición, sino también con el étimo de la palabra (sing. masc. y neutro HORTUS) y con lo que confirman una vez más los diccionarios:

—Autoridades, s.v. Huerto:

«el sitio cercado de pared, que es de corto ámbito, y se plantan en él árboles frutales para recreo, y algunas veces hortalizas y legumbres para el gasto de casa».



Resulta claro, hasta ahora, que tanto las ilustraciones antiguas como el texto mismo distinguen netamente, con imágenes y con voces bien diferenciadas, entre un lugar para el primer encuentro (de acceso libre) y otro lugar para las citas sucesivas (con paredes que hay que escalar). Y a ello se añade el apoyo lexicográfico de Autoridades que distingue entre un lugar «pequeño», cercado por una pared (huerto), y un lugar «grande» (huerta), en proximidad del agua (cfr. supra: «ribera», «abundancia de buen agua dulce», «regadío») -lugar por demás ideal para la caza.

C) Veamos ahora cómo además se describe el sitio del primer coloquio. El laconismo de las expresiones al respecto en la primera escena («en tan conveniente lugar», «por este lugar alcanzar», «vete de », «iré») ha originado, quizá con razón, varias suposiciones. A estas frases poco indicadoras hay que añadir un laconismo más, el del Argumento General, que también refiere que la fortuna dispuso un «lugar oportuno, donde a la presencia de Calisto se presentó la deseada Melibea»9.

Para saber más detalles, y enterarnos que se trata de una huerta, debemos esperar el ya recordado Argumento del Auto I:

Entrando Calisto (en) una huerta empos de un falcón suyo, falló ý a Melibea, de cuyo amor preso começóle de hablar



confirmado luego por el relato posterior de Pármeno en el Auto II:

Señor porque perderse el otro día el neblí fue causa de tu entrada en la huerta de Melibea a le buscar; la entrada, causa de la ver y hablar; la habla engendró amor



Sabemos por otra parte que Calisto había salido a caza, lo que es confirmado también por las ilustraciones y por otras referencias en el texto (por ejemplo, al principio de la segunda escena), y es de suponer que ello le llevase a salir de la ciudad, muralla afuera, a caballo, con los perros y con halcón, y quizá seguido por uno de sus criados (como parecen interpretar algunas viñetas de la tradición antigua).

Ahora bien, es muy posible que Calisto, yendo a caza fuera de la ciudad, cerca del río, entrase en una huerta de propiedad de Melibea, o mejor dicho de Pleberio (cfr. Auto XXI: «¿Para quién planté árbores?»), por extraviársele el halcón (o neblí) y por irlo a buscar.

Todo ello es muy posible ya en la presentación del Argumento General que nos cuenta que a la «presencia» de Calisto «se presentó» la deseada Melibea, lo cual supone que él «estuviese» en un determinado sitio y que ella «llegase» o «viniese» hacia él, como quien, en su propia casa, o en su propiedad, va a mirar quiénes son los intrusos que «entraron» libremente (cfr. «entrando», «entrada»), sin dificultad de acceso ya que una huerta no tiene paredes que la cerquen, según vimos. Y hay que decir que el Argumento General es texto antiguo, por constar ya en el Ms. de Palacio, y no se puede pensar que el «lugar oportuno» fuese un añadido posterior, un reajuste de lo que el supuesto «continuador» no había entendido del «primer autor» (como alguien supuso, sacando provecho de la ambigüedad ambiental de la primera escena para sostener la doble autoría y los malentendidos del continuador). Es texto tan antiguo, además, que basta por sí solo para presentar y resumir la obra toda: en efecto, es la única parte extra-dramática que consta en el Ms. de Palacio, tras la cual se pasa directamente a la acción, al diálogo puro que arranca con las famosas palabras «En esto veo Melibea la grandeza de Dios».

Nada hay de inconsecuente en una salida a caza, con entrada casual en una huerta ajena (motivo por demás tradicional), en un lugar idílico, cerca de la ribera (como requiere huerta), con árboles que amparen con su sombra, o con prados, flores, rosales y demás ingredientes de lo más clásico y usual del encuentro de amor tradicional, fuera de la ciudad y lejos de miradas indiscretas. Y nada impide definir ese sitio convencional como un lugar «oportuno» y «conveniente», ya desde el primer diseño. Y nada impide, además, que, siendo propiedad de Melibea (o de su padre), ella ordene a Calisto que se retire, que se vaya de su territorio («Vete de aí, torpe», con ademán del dedo hacia el suelo), y que él obedezca con un «Iré» (paralelo al final de la segunda escena, cuando Calisto echa a Sempronio de su cuarto: «Vete de aí, no me fables», y el siervo por su vez obedece, «Iré», saliendo de un recinto que no es suyo). Para aclarar el diseño inicial, luego se añadiría la especificación de huerta, del halcón, del neblí, aunque todo ya iba implícito y sugerido en LC primera, manuscrita.

D) Veamos por último qué sabemos de la casa (¿o casas?) de Melibea. De su vivienda urbana se nos dicen muchas cosas, por ser constante escenario de todos sus diálogos con Celestina, con Lucrecia, con su madre Alisa, con su padre Pleberio, y por otra parte de todos sus encuentros clandestinos con Calisto (sabido es que Melibea no sale nunca de su casa ciudadana, contra otros personajes callejeros y andariegos de la obra). Por tanto, no merece volver sobre el asunto. Lo que en cambio nos interesa es toda alusión a otra posible propiedad de Melibea (o de Pleberio), una propiedad fuera de la ciudad, donde estaría la famosa huerta de Melibea en la que un buen día entraría Calisto yendo a caza.

Hay unas cuantas alusiones en el texto al hecho de ser antiguas «vezinas» Celestina y Melibea, con toda su familia, y sabido es que Celestina, a cierta altura, muda de casa por razones quizá conexas con la historia de la prostitución local10. Su vieja casa estaba próxima a las tenerías, al río, como refieren Pármeno en su conocida descripción, y Lucrecia y Melibea en el Auto IV:

— Auto I (Pármeno):

Tiene (tiníe Mp) esta buena dueña al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, una casa apartada, medio caída, poco compuesta y menos abastada



— Auto I (Pármeno):

Que estuve contigo un poco de tiempo que te me dio mi madre, quando moravas a la cuesta del río cerca de las tenerías



— Auto IV (Lucrecia):

Señora, con aquella vieja de la cuchillada que solía bivir aquí en las tenerías a la cuesta del río



— Auto IV (Melibea):

Dime, madre, ¿eres tú Celestina, la que solía morar a las tenerías cabe el río?



Por otra parte también sabemos que su vieja casa estaba cerca de la de Melibea:

— Auto VI (Celestina):

¿Sin la conoscer? Quatro años fueron mis vezinas; tratava con ellas, hablava y reía de día y de noche; mejor me conoce su madre que a sus mismas manos, aunque Melibea se ha hecho grande, muger, discreta, gentil



y por ello mismo Alisa le apoda de «vezina»:

—Auto IV (Alisa):

Vezina honrrada, tu razón y offrecimiento me mueven a compassión



— Auto IV (Alisa):

Ruega tú, vezina, por amor mío, en tus devociones por su salud a Dios



—Auto IV (Alisa):

Pues Melibea, contenta a la vezina en todo lo que razón fuere darle por el hilado



— Auto X (Alisa):

¿En qué andas acá, vezina, cada día?



si bien a la hora de la acción del Auto IV ya viven lejos unas de otras:

— Auto IV (Lucrecia -a Celestina-):

¿Quál Dios te traxo por estos barrios no acostumbrados?



lo que le ha impedido a Celestina el ir a visitarlas más a menudo:

— Auto IV (Celestina -a Lucrecia):

y aun ver a tus señoras, vieja y moja. Que después que me mudé al otro barrio, no han sido de mí visitadas



— Auto IV (Celestina):

mis passiones y enfermedades han impedido mi visitar tu casa como era razón, mas Dios conoce mis limpias entrañas, mi verdadero amor, que la distancia de las moradas no despega el amor de los coraçones



Queda patente, pues, que cuando Celestina vivía fuera de la ciudad, cerca del río y cerca de las tenerías, era «vecina» de la familia de Melibea. ¿Qué se concluye? ¿Que también Melibea tenía -y tiene aun a la hora de la acción- «otra» casa fuera de la ciudad, cerca del río, donde está su famosa huerta en la que entra libremente Calisto yendo a caza? ¿O que, en cambio, tiene una casa sola, pero con dos salidas, dos «jardines», uno alto (huerto), que asoma a la calle, a la ciudad, y cercado de muros, y otro (huerta) cuesta abajo y muralla afuera, en campo abierto y asomando al río?

Dos casas o dos jardines poco importa, al fin y al cabo. No soy partidaria de buscar realismo a toda costa en un texto literario, que es ante todo literatura más allá de ser «historia», «costumbre» o «pintoresquismo». Sólo quiero oponer un criterio de plausibilidad «verista» a quienes acusan a Rojas de haber malentendido la primera escena y el primer autor, y con ello sacan conclusiones sobre la autoría. Plausibilidad, por otra parte, sufragada por cómo se presenta la escena en su primitivo resumen argumental, por la visión y recepción que de ella tuvieron los coetáneos (que la ilustraron), y por el léxico distintivo de LC misma (que halla plena confirmación y explicación en los Diccionarios).





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